Capítulo 4
Las cosas no se solucionaron incluso días después de que Zeldris se enfrentará a su hermano. Para su alivio, volvió al trabajo gracias a que consiguió un parche pirata y convenció a la escuela de que estaba bien. Se negaron en un principio, pero dado su entusiasmo, accedieron.
Actualmente, Zeldris estaba frente a su clase de sexto grado. Casi treinta niños de diez años miraban con tranquilidad la pizarra donde se encontraba explicando la actividad: dibujar con crayones el animal que sacaría de una galera. Ese tipo de dinámicas resultaban entretenidas, inclusive si sus estudiantes ya estaban por pasar a la secundaria.
—Recuerden que su dibujo no tiene que ser una copia del animal real. Tienen que explorar su forma de dibujar —dijo Zeldris emocionado. Su mano se metió dentro de la galera y sacó un papel doblado que abrió de inmediato—. Tendrán que dibujar un cerdo.
Tan pronto como acabó de decirlo, comenzaron a sacar sus materiales. Zeldris regresó su atención a su escritorio y decidió pasar asistencia con satisfacción de que todos estaban presentes. Entonces, levantando la vista, pudo ver a dos estudiantes recorriendo con la mirada todo el salón. Se movió hacia ellos para verificar que estuvieran haciendo lo mismo.
—Selion, Kilia —los llamó cuando llegó a su lado. Arrugó la nariz y sacudió la cabeza antes de darse cuenta de que no tenían nada sobre sus escritorios—. ¿No trajeron nada para trabajar?
—Lo lamento, maestro Zeldris. Lo que pasa es que…—se interrumpió Selion girando la mirada hacía su hermana, con una sonrisa triste en su rostro.
—Otra vez nuestra madre se gastó todo en ella, maestro —dijo Kilia con indiferencia, sin apenas darle una segunda mirada.
—¿Otra vez? —repitió Zeldris dándoles una mirada de incredulidad—. Creí haberle dado recomendaciones de donde podría comprar materiales. ¿Incluso así…? —se detuvo—. ¿Qué hay de su hermano?
—Ha estado trabajando demasiado. No lo hemos visto —respondió el niño encogiéndose de hombros.
—Ban quiere conseguir una casa y adoptarnos —resopló la niña dejándose caer en el escritorio—. No sé por qué insiste con eso.
—Nos quiere mucho.
—Lo sé. Pero podría ser más feliz si no se preocupara por nosotros.
Los mellizos Selion y Kilia, eran estudiantes que se las habían arreglado para trabajar en su clase de maneras extraordinarias. Hasta donde Zeldris sabía, la madre era una adicta a las drogas que salía y entraba de rehabilitación. Su hermano mayor llevaba un par de años intentando conseguir la custodia, no obstante, el juez no veía que Ban fuera un tutor competente y prefería que los niños se quedarán con su figura materna.
Había que ser un ciego para no darse cuenta de que apenas tenían para sobrevivir a cargo de ella.
—Les daré el material para trabajar —indicó Zeldris—. No se preocupen por devolverlo.
—Siempre nos está comprando los materiales. ¿Acaso no tiene una novia? —preguntó Kilia mientras su hermano le daba un golpe—. ¿Y eso por qué?
—No hay que preguntar cosas de la vida personal —recordó Selion.
—Descuida, Selion. No importa —dijo el maestro con una expresión tranquila—. De hecho, tuve novia hasta hace unos días.
—¿Y qué sucedió? —indagó la niña.
—Digamos que no funcionó —se explicó Zeldris sintiendo arder debajo de su parche. La explicación que había dado fue que estaba practicando para una obra de teatro—. Síganme hasta el escritorio y comiencen a trabajar. No deben retrasarse para la feria.
—¡Sí, maestro! —expresaron los niños mientras lo seguían.
Después de que Selion y Kilia recibieron los materiales, Zeldris pasó el rato en su escritorio pensando en todo lo que había sucedido. El lado racional de su cerebro sabía que no debería suponer en la coincidencia de quedar soltero y que Gelda volviera aparecer, pero su lado esperanzado no pudo evitar emocionarse. Además, si no lo supiera mejor, habría supuesto que Meliodas estaba tratando de enfocar razones para mantenerlo en el departamento como la excusa de comprar camas individuales porque estarían juntos una temporada.
—Supongo que puedo creer que ahora todo saldrá bien —murmuró para sí. De pronto, su teléfono vibró en el bolsillo. Al sacarlo, no pudo evitar asombrarse por el remitente del mensaje.
Meliodas: Estoy yendo al trabajo. Deje algo de comida congelada para cuando regreses y una orden en la panadería que debes buscar.
Zeldris sonrió y le respondió.
Zeldris: ¿No habías ido a buscar tu pedido ayer?
Meliodas: Estos son palitos de sabores. Necesitas levantar tu ánimo si vas a ver a esos niños.
—Claro. Y hace unos días decía lo contrario —susurró en voz baja y luego regresó su atención a la clase.
—Meliodas, se supone que el artículo de la comida chatarra tiene que estar listo para la tarde —anunció Elaine—. ¿Qué sucede?
Meliodas se encogió ante la idea de redactar sobre comida. De hecho, sobre cualquier cosa estaba siendo pesado. Su mente estaba dispersa, ida. Todo lo que estaba a su alrededor parecía un sin sentido a comparación de lo que golpeaba sus pensamientos. Afortunadamente, su asistente pareció captarlo porque le dejó su habitual café.
—A veces pienso que tienes el poder de leer mentes, Elaine —dijo Meliodas antes de darle una sonrisa.
—Llevas varios días así. Creí que era por Zeldris, pero parece que hay algo más —indicó la rubia.
—Estamos con problemas desde que comenzó a quedarse conmigo. Aunque puedo aceptar que quizás es mi culpa.
—¿Tu culpa? —preguntó Elaine.
—Lo presione para qué me dijera sobre una relación que tuvo y cuestione cómo se maneja con sus estudiantes. Siento que se involucra demasiado —explicó Meliodas encogiéndose de hombros—. Es ingenuo. Solo debería hacer su trabajo.
—¿Y eso no debería aplicarse también a ti? —preguntó Elaine.
Meliodas la miró con expresión confusa.
—¿Por qué?
—Dices que Zeldris debería cumplir con su trabajo —le empezó a plantear su asistente—. Imagina que eso es lo mismo para ti y ese proyecto.
—Comenté que haría algo simple, pero Zel dijo que una persona de mi trayectoria no podía hacer eso.
—Porque sabe que tienes talento —apoyó Elaine. El rubio la miró con una expresión divertida—. En eso debo apoyarlo. Puedes lucir y hacer algo impresionante.
Meliodas negó con la cabeza.
—Nada más soy un redactor publicitario. No cambiaré eso.
—¿Por qué estás tan aferrado a esa idea? Siento que podrías hacer más cosas —sugirió su asistente mientras acababa de revisar su teléfono—. Mi hermano, por ejemplo, pensó que acabaría su vida como hombre de negocios y cuando conoció a Diane, se dio cuenta de que su vida era para la florería.
—King tuvo la fortuna de cumplir su sueño, pero no todos pueden. Tampoco tengo un sueño y si lo tuviera, no lo cambiaría por esta vida —admitió Meliodas mirando a su alrededor y rascándose la cabeza—. En serio, Elaine. No armaré ese proyecto.
—¿Acaso los sueños son malos? —Elaine se volvió para darle una mirada entrecerrada—. Sé que no existe una fórmula para una vida perfecta. Siempre será una mezcla de cosas buenas y cosas malas. Aunque puedes controlar tus elecciones mismas para, con suerte, darte en el futuro un poco más de cosas buenas e interesantes.
Meliodas la miró con malestar, y de repente se quedó sin palabras. No pudo evitar preguntarse cómo se sentiría tener un poco más de libertad para responder lo que deseaba. Sin embargo, no, no le daría razón a Elaine, aunque pudiera tenerla.
—¿Cosas buenas e interesantes? Quizás comprar una prenda de tono diferente u otra marca de cereal. Pero algo que ponga en riesgo mi vida estable no lo permitiré —afirmó Meliodas cruzándose de brazos.
Elaine simplemente soltó un bufido.
—¿Estamos hablando del trabajo o de tu propia vida?
La expresión del rubio cambió a la nada misma. Su mente estaba siendo golpeada como un puño por la pregunta de Elaine y su posible implicación. ¿Seguía enfadado con Mael o había algo que debía entender entrelíneas sobre sí mismo?
—Saldré un poco —le dijo a Elaine con escepticismo. Ni siquiera se molestó en responder su llamado cuando abandonó la oficina con rapidez porque si lo hacía, perdería.
Recorrió los pasillos obteniendo la mirada de la mayoría, quienes deberían revisar sus pendientes y no lo que un empleado como él hacía o dejaba de hacer. Parte del interior del rubio comenzaba a adquirir una cólera importante que pareció alcanzar su punto máximo cuando otra vez Mael se cruzó en su camino.
—Meliodas —exclamó Mael con una carcajada al ver a su empleado desviar la mirada—. ¿Tienes algún problema? Estás merodeando los pasillos de mi revista y no estás en tu oficina.
La forma en que se refirió a Stigma le causó a Meliodas ganas de vomitar. Mael no podía atribuirse como propietario cuando había sido el viejo Gowther quien construyó todo.
—No tengo ningún problema, Mael —respondió Meliodas con un tono autoritario. No estaba de humor para soportar la soberbia de nadie—. Solo iba a la oficina de Gloxinia a consultar sobre mis vacaciones.
La expresión de Mael cambió un poco.
—¿Vacaciones?
Meliodas sonrió cuando se dio cuenta de que había tocado una fibra del dueño. Decidió proseguir.
—Sí, quiero algunas semanas de descanso. Llevó cinco años aquí y nunca las utilice.
El rostro de Mael se volvió tan blanco como su cabello. Eso fue suficiente para que Meliodas le dedicara una sonrisa irónica cuando decidió avanzar con Gloxinia y cumplir con lo que había dicho.
Se tomaría unas vacaciones.
Fue mientras tomaba el picaporte que Meliodas sintió que alguien tiraba de su camisa y lo hacía caerse. Siseó de dolor y se dejó caer en el suelo con el ruido de su cuerpo golpeando y la sensación de estar cargando con más. Cuando vio que estaba tirado, miró hacia arriba para encontrarse con los ojos de una chica. Una tensión repentina fluyó mientras permanecían sin hablar.
Meliodas sintió que se le oprimía el pecho al ver que lo seguían mirando con unos intensos ojos azules.
—¿Estás bien? —preguntó la chica deteniendo el silencio. Se volvió hacia Meliodas con una mirada de preocupación en su rostro—. ¡Lo lamento! Tropecé con mis pies y mi mano fue hacia ti por instinto.
—Está bien. No pasa nada —respondió Meliodas. Se encogió de hombros en tanto se incorporaba y ayudaba a la chica. Se dio cuenta de que era más alta que él—. ¿Te lastimaste?
—No, para nada. ¿Qué hay de ti?
—Tampoco. Fue un accidente —indicó el rubio. Sintió que se le revolvía el estómago al ver que era muy hermosa—. Soy Meliodas Daemon. Es un gusto chocar contigo, supongo —añadió a modo de broma.
La chica soltó una risita y extendió su mano.
—Supongo que sí. Es un gusto chocar contigo —se presentó—. Soy Elizabeth Liones.
