Capítulo 5
Meliodas notó que se tambaleaba en su lugar sintiéndose mareado frente a Elizabeth. Tomó la decisión de ignorar la sonrisa de desconcierto en el rostro de ella mientras asentía, inclinándose un poco hacia adelante para escuchar.
—¿Estás bien? —preguntó Elizabeth—. Te ves un poco pálido.
El rubio sonrió, tratando de mantener los ojos fijos en su rostro, lo cual no fue difícil de hacer.
—Estoy recordando lo que estaba haciendo antes de chocar —admitió Meliodas rindiéndose y mirando a la mujer con detalle. Cabello plateado, ojos azules y un aura agradable. Una definición apropiada para hermosa—. ¿Ibas a entrar a la oficina de Gloxinia?
—¿Lo conoces? —indagó Elizabeth.
—Es mi jefe. Soy un redactor —presentó Meliodas su puesto. La chica lo miró con simpatía—. ¿Eres una pasante?
—¿Yo? No. Solo venía a dejarle a Gloxinia algunos papeles de su sobrino —dijo Elizabeth tomando el picaporte entre sus manos, sosteniendo algunos documentos en su mano que Meliodas recién notaba—. Trabajo en una guardería. Lo retirará durante las siguientes semanas.
—¿El hijo de Rou y Gerheade ya va a la guardería? —inquirió el rubio con sorpresa. Recordaba haber ido a la boda de la pareja tres años atrás—. Parece que fue ayer cuando Gerheade lo conoció trabajando como pasante.
—Dice que fue amor a primera vista —indicó Elizabeth y observó a Meliodas. Esté sintió que su estómago se tensaba—. ¿Me acompañas?
—Claro —afirmó el rubio con cierta torpeza.
Elizabeth se carcajeó entre dientes abriendo la puerta y pasando a la oficina. Gloxinia, al escuchar el sonido, levantó la vista y puso una expresión de sorpresa nada disimulada al ver ese par inesperado.
—Veo que conociste a Elizabeth —fue lo primero que dijo con picardía. Al notar que su empleado no emitía algún sonido, siguió el juego—. Estás muy callado, Meliodas. ¿Acaso…?
—Vine a pedir vacaciones, Gloxinia —señaló el rubio con una mirada severa. No dejaría que su jefe se burlara—. Creo que necesito un par de meses fuera de este lugar.
—¿Vacaciones? Eso es inesperado —exclamó Gloxinia. Rápidamente, entró a su computadora y revisó algunas cosas antes de soltar una risa—. Cinco años en la revista y solo tienes tres días de descanso por una gripe. ¿Por qué será?
—Oh, ¿cómo podría olvidarlo? —dijo Meliodas rodando los ojos en broma—. He estado tan ocupado con mi trabajo que no me he dado el tiempo para descansar. Supongo que se me debe haber olvidado.
—Eso no es saludable, Meliodas.
El comentario de Elizabeth le quitó al rubio cualquier expresión de diversión. Él le mostró una mirada aguda y sacudió la cabeza indicando que omitiría lo que había dicho. Ella le dio una mirada decepcionada y añadió.
—No es fácil ser tan talentoso y un poco idiota.
Meliodas la miró con interés.
—Pero ahora podrías relajarte, ya que tomarás un descanso. Me encargaré de eso —continuó, dejando los papeles sobre el escritorio de Gloxinia y mirándolo por encima del hombro.
La audacia. La absoluta insolencia de esa mujer hizo reír mucho a Meliodas. Tratando de no emocionarse demasiado al imaginar a aquella chica pasando el tiempo con él.
—Hablando de merecer algo. Creo que deberías descansar un poco, Elizabeth —sugirió Gloxinia revisando las facturas—. Te preocupas demasiado por todos esos niños.
—No puedo evitarlo. Aunque lo de tu sobrino la semana pasada no fue simple raspón —se defendió ella.
Se rieron, bromeando y hablando. Meliodas sintió un pinchazo cuando se vio ignorado y notando como Gloxinia hizo que Elizabeth hiciera expresiones divertidas mientras que con él fue amable hasta se mostró su verdadera personalidad. Algunos minutos después, el jefe del rubio le entregó los papeles firmados a la chica.
—Si esto no te da un conocimiento de compromiso, no sé qué lo hará —dijo Gloxinia sonriendo a Elizabeth.
—No necesito nada. Solo saber que ayudo a alguien y que esté bien es suficiente —indicó Elizabeth soltando un respingo y dirigiéndose hacia la puerta. Volteó hacia Meliodas que se había mantenido en silencio—. Supongo que nos veremos en algún otro momento.
Cuando terminó de decir la frase y puso toda su atención al rubio esperando una aguda respuesta, lo encontró absorto. Ella se quedó paralizada ante su expresión, preguntándose si había tenido algún sentimiento encontrado. Se guardó su lado temerario y se acercó.
—¿Todo está bien?
—Sí —respondió Meliodas agarrando la silla frente al escritorio para sentarse. La mano sobre su pantalón se cerró con fuerza—. Un gusto conocerte, Elizabeth.
Los dos se quedaron mirándose el uno al otro. Elizabeth tomó su camino, Meliodas hizo lo mismo. Permanecieron en silencio hasta que, en poco tiempo, la puerta de la oficina se escuchó y todo rastro de la enfermera se perdió.
—¿Es malo que tenga miedo de hablar? —preguntó Gloxinia tratando de aligerar el ambiente.
—Deberías callarte y darme mis vacaciones —sugirió Meliodas intentando recuperar la compostura.
Se miraron con una pequeña cantidad de tensión en sus expresiones. Gloxinia eligió rendirse y cumplir con el pedido mientras Meliodas se quedó en la completa nada, con la mirada vacía en tanto jugaba con un bolígrafo. Su jefe lo estudió en silencio y se cuestionó si aquel chico, como estaba en ese momento, podría ser ese dueño que el viejo Gowther tanto había presumido.
«Sé que Meliodas podría llevar Stigma en el futuro. Sin embargo, todavía le falta algo».
«¿Su trabajo de todos estos años no es suficiente?».
«No puedo negar que eso es importante, pero está estancado. No toma noción que su vida ordenada solo es una tapadera para morir como esclavo de un sistema que no sostiene y no agrega ningún valor».
—Espero que este descanso te sirva, Mel —advirtió Gloxinia con las palabras de su antiguo superior flotando en su mente—. Debes ver más allá y encontrar algo mejor que una rabieta.
Meliodas se sorprendió instantáneamente por su comentario.
—Pero…
—No lo tomes personal, pero eres decepcionante una vez que te conocen —añadió el jefe del rubio cerrando los ojos y llevándose una mano a la barbilla—. Una persona como Elizabeth, por ejemplo, se aburriría de ti.
Algo en esa mención provocó malestar en Meliodas.
—No le veo el sentido —contestó con simpleza.
—La percepción que los demás tengan de ti no debe importar, pero a veces, es cosa de uno también ver si provoca algo para que todos se alejen —concluyó Gloxinia mientras se levantó y le abrió la puerta de la oficina. Meliodas lo miró boquiabierto al darse cuenta de sus implicaciones—. ¡Ahora, vete! No quiero tener tu cara en esta oficina por meses —exigió, tratando de luchar contra su sonrisa.
—¿Meses? —preguntó con asombro—. Creí haber pedido un par de semanas.
—Dos semanas, dos meses. Casi medio año. ¡Solo vete! —dijo el hombre casi empujando a su empleado fuera de la oficina. Este se rehusó un poco—. No te preocupes por Elaine. Se le asignará conmigo.
Meliodas se rindió y una mirada sorprendida cruzó su rostro cuando volteó hacía Gloxinia por última vez.
—Espero que no me extrañes —expresó después de que terminó por resignarse—. Hay borradores de artículos para algunas semanas. ¿Podrás con eso?
—Tendrás que hablar de eso con Elaine. Estoy seguro de que le encantará mantenerse ocupada —comentó Gloxinia acabando por cerrar la puerta y dirigiéndose a su asiento. Soltó un suspiró cuando vio la fotografía del viejo Gowther, Meliodas y él durante el séptimo aniversario—. Espero que sepas lo que haces.
—Me alegro no haberte hecho esperar. La escuela me demoro un poco —señaló Zeldris tomando el pedido y cargando todo en su bolsa de compras.
—Tienes suerte de que no hubiera tantos clientes —respondió Gelda preparando el pan y pasándolo a Zeldris.
—Siempre que estés ocupada debes decirme. No quiero caer en cualquier instante —dijo él—. Sé que esto es importante para ti.
Gelda sonrió, sin saber qué hacer con el comentario de Zeldris. Continuó completando el pedido y pasando todo a la balanza.
—¿Tu padre sigue siendo ese hombre que conocí en Edimburgo? —preguntó Zeldris una vez que tenía todo su pedido.
—No, cambió bastante. Puedo decir que todo lo que sucedió lo volvió alguien más amable.
—Bueno, supongo que es algo positivo —intervino el hermano de Meliodas con tono de broma—. Está oscureciendo, ¿quieres algo de compañía?
—¿Y qué no cumplas el pedido? No, gracias —expresó Gelda despidiéndose con desdén—. No tienes que hacer esto. También tienes que descansar tu ojo.
—Puedo ir a dejar esto y mi ojo no me molesta. Además, quiero hacerlo —admitió Zeldris frotándose la nuca, de repente incapaz de mirarla a los ojos.
—Oh, bien —fue todo lo que Gelda pudo pensar en decir antes de recoger un trapo para limpiar un poco el mostrador.
Zeldris salió de la tienda y tan rápido como se fue, regresó. Sin embargo, había cambiado su habitual ropa para escuela por un conjunto deportivo de color verde con una extraña marca en el costado derecho a la altura de su pecho.
—¿Recuerdas este uniforme? —le preguntó después de que Gelda y él se habían acomodado detrás del mostrador en silencio por un rato.
Ella giró la cabeza y encontró a Zeldris mirándola de manera fija. Definitivamente recordaba ese uniforme. Fue durante ese momento que habían empezado a pasar tiempo y ella se fugaba de su casa para conversar con él en la tienda. También fue cuando iniciaron su relación.
—Cuando ascendiste a vendedor de primera categoría —dijo Gelda preguntándose qué pasaba por su mente, o si solo estaba conversando—. Nunca entendí la diferencia.
—El vendedor de primera categoría podía pedir más tiempo de descanso —recordó Zeldris con una sonrisa—. Aunque para mí ese descanso era indistinto. Estudiaba tanto ahí como en el trabajo.
Gelda se carcajeó al pensar como Zeldris siempre llevaba un libro o un apunte digital para leer. Pedagogía, psicología, cultura y otros temas iban de la mano con él y su vocación por la enseñanza, pero eso no fue lo primero que recordó. En esos momentos, durante los instantes que él se detenía para mirarla, compartieron encuentros íntimos.
—Incluso así, eras el favorito de mi papá —expresó Gelda tratando de reprimir una risa.
—Probablemente —indicó Zeldris rodando los ojos—. Está muy enfermo, ¿no? —preguntó llevándose la mano para rascar un picor de nerviosismo ante lo que había querido saber.
—Después de descubrir la traición de mi madre y mis hermanos, se deprimió. Salió mediante la terapia y el cambio de ciudad, aunque estaba quebrado y eso despertó la lumbalgia —explicó la rubia tirando de su trenza—. Sé que debe ser activo para sobrellevarlo, pero la panadería era demasiado y le empecé a ordenar que se quedara haciendo su ejercitación. Ahí fue cuando empezó la falta de dinero.
—¿Todo lo que involucra su rutina es costosa? —preguntó el maestro mientras se quedó en silencio.
—Hace natación, la rutina terapéutica en el gimnasio y continúa con la terapia. Parece poco, pero todo junto es bastante costoso —respondió Gelda con cierta tristeza—. Eso sin mencionar sus antidepresivos y pastillas para el estrés. Mi padre cree que la panadería alcanza, pero siempre es justo.
—Dime que no has pedido un préstamo.
—No he llegado a ese punto —se detuvo ella, metiendo las manos en los bolsillos—. No quiero defraudarlo.
—No lo harás —afirmó el joven de cabello negro mientras le dirigía una mirada seria—. Has llegado muy lejos sola, Gelda. Solamente necesitas algo de apoyo para continuar —y él le tomó la mano—. Cuenta conmigo.
Ella simplemente le sonrió.
—Eres un buen amigo, Zeldris —añadió con cierta pena. Incluso si habían sido algo en el pasado, actualmente eran dos personas diferentes y era evidente que la vida de su antiguo novio estaba en el trabajo—. Gracias.
—Sí, soy un gran amigo —soltó Zeldris con tono bajo y dio un ligero apretón a la mano. Ella ya no estaba interesada en él. Suspiró, al menos podría tenerla a su lado de alguna forma—. ¿Quieres ver los dibujos de mis estudiantes?
