Capítulo 6


Meliodas siempre fue estricto con todo.

Era un buen chico. Estudiante de honor, usaba la ropa en las mejores condiciones y trabajaba duro para obtener altas calificaciones. Fue a la universidad, después de todo. Se preparó para la carrera. Solo quería lo mejor para sí mismo.

Por eso su trabajo dependiendo únicamente de un proyecto autobiográfico era frustrante.

Llevaba dos semanas dando vueltas al asunto. Ese día después de salir de la oficina, los primeros reclamos que recibió fueron de Elaine por tomar esa decisión y no consultarle, siendo ella quien organizaba su agenda y debía cancelar cosas. Meliodas le había dado las indicaciones para que se desenvolviera por su cuenta y mencionó que sería trasladada con Gloxinia.

—No entiendo el repentino interés por un descanso —habría cuestionado Elaine.

Meliodas la comprendía, su decisión no había sido calculada. Algo extraño en él.

—El ambiente está siendo difícil —fue su única respuesta—. Antes de soportar cuarenta años de capitalismo y una insignificante jubilación, quisiera no quitar ojo de algunos asuntos.

Sin embargo, eso no cambiaba que Elaine no entendía qué estaba pasando por su mente. Y Meliodas tampoco lo hacía. Su idea era que estar en el departamento lo relajaría, pero era inútil. No le podía seguir la pista a un párrafo coherente. No comprendía las ideas que intentaba transmitir y estaba seguro de que no había podido redactar algo rescatable.

Sin embargo, se decía a sí mismo, no era del todo su culpa. Era que Mael Sunshine no sabía administrar una revista digital que llevaba un ritmo de trabajo propio. Hablaba arrogantemente, como si todos supieran su forma de ser, como si fuera una tontería no saberlo. Era tan arisco en su discurso que a menudo Meliodas estaba demasiado aburrido para recordar una sola cosa que dijo; sus palabras eran tan brutales que dejaban marcas en tus tímpanos.

Y, para su absoluta ruina, el viejo Gowther había dicho que debía obedecer. Había respondido la noche anterior y por eso estaba con esa expresión frustrada, por eso soltaba una cadena de insultos cada cierto tiempo y Zeldris levantó la ceja con intriga a cada momento.

—Absoluta mierda.

—¡Meliodas!

—¿Puedes dejar de corregir mi lenguaje? Nada más provocas que quiera enterrar una lapicera en tu frente.

—Si estuviéramos en casa, lo dejaría pasar. Pero los clientes nos están viendo raro —se reclinó Zeldris en la silla para evaluar a Meliodas antes de continuar—. La razón por la que pedí que vinieras es porque has estado quejándote en el departamento. Aunque incluso en espacios públicos haces rabietas.

—¿Rabietas? Solo estoy…

—Desde hace semanas, Mel —recordó su hermano—. Llevas semanas repitiendo tu odio hacia Mael, que no harás ese proyecto y que la vida está cambiando. ¿No te has puesto a pensar que es demasiado?

Zeldris se ajustó sus gafas, buscando otro trabajo de sus estudiantes y poniendo una calificación. Meliodas, aturdido, se revolvió los cabellos. Trató de procesar las palabras que le había dicho y lanzó un respingo mientras buscaba con la mirada algún camarero.

—Dile al camarero que quiero otro cross saint —dijo Zeldris, sin mirar a Meliodas para revisar un trabajo que parecía estar capturando toda su atención—. No puedo creer que haya hecho un cerdo verde con sombrero.

Entonces, el camarero se acercó. La etiqueta con el nombre brillaba por su ausencia, pero Meliodas lo pudo describir cómo alguien exótico. Tenía un aspecto espeluznante por esa mirada roja, cabello de color plateado. Sin olvidar añadir su altura y un físico descomunal.

—Buenas tardes, ¿qué más desean pedir? —expresó al camarero—. Acaban de entrar bollos de canela que parecen sacados de una revista. Uno pensaría que esas cosas no existen.

Meliodas le dio una palmada en el brazo a Zeldris. Este levantó la vista y su rostro pasó de seriedad a completo asombro. Incluso se quitó las gafas.

—Ban, ¿qué haces en este lugar?

El aludido suspiró y le lanzó una sonrisa cansada.

—No soporte el ritmo del lavadero de autos, maestro Zeldris. Además, el trabajo como repartidor casi me cuesta la vida la semana pasada.

El rubio vio como su hermano parecía poner una expresión dolida ante el comentario.

—Mierda —indicó Zeldris. Apoyó un brazo sobre la mesa mientras revolvía sus flequillos—. ¿Selion y Kilia lo saben?

—No, no les he dicho. Sin embargo, es posible que cobre una indemnización por el trabajo de repartidor —exclamó Ban con una sonrisa tranquila—. El abogado que me recomendaste ha conseguido el juicio.

Algo hizo clic en el rostro de Zeldris durante un breve momento.

—¿En serio?

Ban había vuelto a poner cara relajada.

—Podría conseguir el primer pago para algún lugar.

—Eso es genial —felicitó Zeldris con una auténtica satisfacción. En ese instante, notó que Meliodas no había dicho nada—. Oh, olvide presentarlos. Él es Ban, el hermano de los mellizos.

Meliodas recordó el caso de los mellizos con una madre negligente y un hermano mayor que luchaba por la custodia. Zeldris había conversado con Ban en escasas ocasiones y se mostraba preocupado por el asunto de manera casi personal. El rubio le dijo que no debería involucrarse y que solo debería dar clases, a lo que Zeldris se defendió, añadiendo que era parte de su trabajo y sentía una vocación que no podía ignorar.

Eso dejó al redactor pensando hasta en esos momentos.

—Soy Meliodas Daemon —explicó extendiendo la mano a Ban—. Es todo un placer conocerte.

—¿Meliodas Daemon? He leído algunos de tus artículos mientras trabajo en la noche. Eres bastante conocido —marcó el hombre de mirada roja—. Ban Snatch. Un gusto.

El rubio se dio una palmada mental al distinguir que su trabajo llegaba hasta el hermano de un estudiante de Zeldris. Mientras revisaba el menú muy por arriba, se carcajeó de alegría.

—Esto es algo que Mael debería saber, Zel. Incluso alguien como Ban encuentra mi trabajo interesante.

—¿Alguien como yo? —preguntó Ban con confusión, la energía en el ambiente había cambiado. Parecía que el camarero no comprendía la situación—. ¿Acaso soy menos?

La respuesta de Meliodas fue encogerse de hombros y dejarse caer contra el respaldo de su silla.

—No importa. De todos modos —le contestó. Puso brevemente un dedo sobre el menú—. Quiero un cross saint para Zeldris y añade una taza de café negro en tamaño mediano para mí.

El sonido de una mano contra la mesa interrumpió. Meliodas había ignorado como la expresión de Ban se oscureció o como su hermano estaba decepcionado. Se despertó de su ensoñación justo al tiempo en que la mirada roja del camarero se cernía sobre él con una fuerza impresionante.

—Es una lástima que el maestro Zeldris tenga a un hermano tan idiota.

Meliodas se sentó erguido y se quedó boquiabierto. Un debate interno corrió por él entre responder o intentar entender la situación. Su mente solo dio un paso para quedarse callado y bajar la cabeza, derrotado.

Eso fue suficiente para que Zeldris y Ban volvieran a ignorarlo.

—Maestro, si me disculpa, le buscaré a otra persona que lo atienda —dijo Ban amablemente. El de cabello negro asintió con resignación—. Si hay algo que necesiten mis hermanos para su clase me lo hace saber. Ya tengo mi teléfono de nuevo.

Zeldris se pasó una mano por la cara.

—Lamento todo esto.

Ban se encogió de hombros.

—Claro, es lo que hace la gente.

Algo ilegible apareció en el rostro de Meliodas. Por una fracción de segundo pareció que se estaba mordiendo la lengua. Su cuello recibió la señal para girar la cabeza, pero sus ojos permanecieron fijos en Ban. Ahora tenía ambas manos en los bolsillos. El rubio podía ver que su respiración era rápida y superficial, pero su mirada era la peor.

Meliodas soltó un suspiro y se puso de pie. El repentino sonido de la silla arrastrándose hacia atrás captó la atención de Ban y Zeldris.

—¿Hermano…?

—Déjame solo —cortó Meliodas mientras guardo su portátil en el bolso—. Lo que sea que digas, de verdad. Necesito salir.

Zeldris miró en estado de asombro. Debajo de ese tono autoritario había algo que no estaba bien. Lo sabía, lo podía comprobar con la cara de Meliodas.

—De acuerdo. Vete —se aclaró la garganta para aliviar la tensión que se había formado—. Yo seguiré aquí. Luego me dirijo al departamento —señaló inútilmente—. Sin embargo, recuerda que pasaré por la librería y artística.

—Sin excesos, Zel. No puedes volver a mi departamento con una librería completa.

—Media librería, entonces —asintió hacía Meliodas—. Gracias.

El maestro tenía la intención de mirar una vez más a Meliodas en su camino de salida, pero su hermano echó un vistazo en su dirección. Una sonrisa perezosa y relajada apareció en su rostro. Levantó algunos dedos a modo de saludo y se fue.

Zeldris tragó saliva y se metió en sus propios asuntos.

—¿Es así siempre o tiene cabeza alguna vez? —preguntó una voz, a su derecha.

—¿Lo siento? —soltó el maestro con sorpresa de que Ban no se hubiera ido—. Es lo mejor que había en el departamento de hermanos mayores.

—Créeme, lo sé. Soy de esos —enfatizó Ban con una sonrisa leve. Su rostro se relajó—. No sé qué sucede, pero supongo que es complicado —tomó la libreta de pedidos—. ¿Todavía quieres el cross saint?


El resto del camino por el centro comercial estuvo marcado por el caminar, los murmullos y el dolor por sus acciones. Meliodas estaba bastante seguro de haber escuchado a Gloxinia en su cabeza desde la mirada de Ban. Un recuerdo que hizo todo lo posible para olvidar, pero resultaba complicado cuando sentía desde lo profundo de su corazón arrepentimiento.

Cuando decidió ir a un baño público a echarse agua en el rostro para despejarse, su cara en el espejo estaba como había esperado que se viera: destrozada.

«Una pelea a la vez» se dijo a sí mismo. Disculparse era algo que podría hacer en un par de horas. Zeldris probablemente estaría en la librería hasta que revisará cada uno de los artículos disponibles y Ban no se movería del restaurante hasta que terminara su turno. Entonces podrían discutirlo. Mientras tanto, tenía algo más para maldecir.

El problema, sin embargo, era que su hermano tenía un punto cuando argumentaba que su pelea contra Mael y el proyecto estaba siendo un tema reiterativo. Era inevitable, entonces, que las personas a su alrededor comenzarán a agotarse y buscarán alejarse, y desde allí la mirada de Meliodas se desvió hacia la línea preocupada en su boca. Las alertas de su cerebro se juntaron.

Estaba aburriendo a las personas.

El grito mental era tan fuerte que no pudo concentrarse y apretó los dientes con frustración cuando salió del baño, continuando con sus maldiciones por todo el pasillo.

—¿Meliodas? —lo llamó una voz. El mencionado se giró y la persona hizo un gesto con la cabeza—. ¿Está todo bien?

—No —se escuchó Meliodas a sí mismo decir a través de la niebla de desgracia—. Esto es una completa mierda —soltó y se quedó. Viendo qué atrocidad acababa de cometer con su voz—. ¿Elizabeth?

—Estás mal, ¿verdad? —Elizabeth intentó averiguar.

El rubio sintió como si aquella chica estuviera usando algún hechizo mágico. Dicha magia quería mucho agarrar a Elizabeth por la cintura y acercarla.

—Elizabeth —expresó Meliodas, una sonrisa perezosa se extendió por su rostro—. Te conformas con que las personas a las que ayudas estén bien, ¿no es así?

Ella simplemente asintió.

—Entonces, por favor —Meliodas buscó palabras que no quemaran sus emociones. Aunque sus lágrimas ya estaban en el borde de sus ojos—. Ayúdame, Elizabeth.