Capítulo 8


Zeldris Daemon sonrió mientras terminaba de colocar la última tira de decoraciones. La sonrisa solo se hizo más grande cuando observó en totalidad el salón de clases. Se sentía satisfecho y orgulloso del trabajo de sus estudiantes viendo cómo eran tantos, una señal de que estaban mejorando. Recordó darles un obsequio especial una vez terminara la feria.

Su corazón se hinchó al pensar que era el primer evento escolar que organizaba. Al principio tuvo que convencer a la escuela, incluso cuando llevaba cuatro años trabajando allí. Pero ahora tenía la certeza de que funcionaria y ya estaba empujando a un posible segundo año. Sus expectativas eran altas.

Fue en ese momento donde Zeldris se apoyó contra el marco de la puerta y revisó su billetera para sacar una fotografía. La cálida sonrisa en su rostro y la mirada en los ojos de su madre mientras los cargaba a su hermano y él eran superados solo por una cosa.

A veces le quitaba un mechón con pintura de la cara, a veces le tomaba la mejilla y limpiaba un poco de grafito, y otras era una simple mano sobre su cabeza. Pero siempre era ese momento el que hacía que su corazón se acelerara. Cuando su madre le tocaba la cabeza, lo miraba a los ojos y le decía...

«Sigue así, Zeldris. Sigue creciendo».

En esas instancias, sintió que había superado las expectativas de su madre y tenía que continuar por ese camino. Y si eso requería organizar una feria de artesanías por su cuenta, entonces eso era lo que haría.

—¡El salón se ve genial!

—¿Selion? —preguntó el maestro, volteando con asombro—. ¿Qué hacen aquí tan temprano? La feria comienza a las diez.

Selion inclinó la cabeza un poco y Zeldris notó lo que necesitaba ver. Se acercó, su expresión de sorpresa pasando a una bastante sombría.

—¿Quién te hizo esto?

El maestro esperó una respuesta que nunca llegó.

—¿Selion?

—¿Me va a castigar?

—¡No! Solo quiero saber quién te hizo esto, Selion.

Selion suspiró y miró a Zeldris a los ojos.

—Fue el nuevo novio de mamá. Cuando llegó lo del juicio, se enfadó mucho. Piensa que queremos abandonar a nuestra madre y…—Zeldris puso una mano en el brazo del chico de manera tranquilizadora. Selion se resistió a inclinarse hacia el toque—. Yo solo quiero vivir con mi hermano, maestro. Su nueva casa es bonita.

—Lo sé. La he visto —afirmó con una sonrisa pequeña y luego frunció el ceño. Le había fallado a sus estudiantes. Había dejado que fueran lastimados físicamente. Miró hacia la herida en la frente de Selion y soltó un suspiro—. Tenemos que ir a la enfermería y con la directora.

—¡No, maestro Zeldris! —rogó Selion—. No quiero arruinar la feria. Usted hizo mucho.

Zeldris lo miró. Detrás de la mirada cargada de seriedad, el estudiante pensó que podía ver otra emoción. Un sentimiento más profundo y concreto.

—Eso no es importante si estás herido. Créeme, un maestro como yo hace más que dar lecciones y poner calificaciones.

Selion dejó ir sus dudas y afirmó con la cabeza. Tomó la mano que su maestro le estaba ofreciendo. Le dio una última mirada. Una última oportunidad para ignorarlo como había sido una costumbre para él. Pero Zeldris no hizo ningún movimiento, sus ojos estaban llenos de determinación.

—¿Maestro Zeldris?

—Vamos, Selion. Hay que curarte —dijo él. Selion asintió, sintiendo cierta incomodidad.

Con los ojos verdes apuntando hacia el pasillo, Zeldris avanzó, preocupado por sus pensamientos. Al principio, había sido feliz dando sus lecciones y esperando el trabajo de sus estudiantes, siguiendo la vida de cualquiera en su grupo. Pero aprendió que un sentimiento aún mayor que hacer lo que debía, era ser proactivo. Siempre se sentía bien al escuchar a sus estudiantes felices por sus propias acciones que habían logrado en apoyo de su maestro.

Su vocación no estaba en duda. La pregunta era cómo hacer que situaciones como las de Selion tuvieran una resolución más rápida.

Reprimió sus sentimientos. No era el momento para ponerse débil. Era el momento de la acción. Tenía que ir a la enfermería y hablar con la directora. Hacer lo posible para que Ban ganara el juicio y los niños se fueran con él.

El único problema era que no sabía cómo hacerlo.

—¿Maestro? —preguntó Selion. Su tono preocupado y rostro inquieto alertaron a Zeldris.

—¿Qué sucede?

—¿Puede sostener mi teléfono? La enfermera dice que tengo que entrar solo.

Zeldris asintió dejando que su estudiante entrará a la enfermería. Se inclinó y se apoyó en la pared mientras miraba el aparato de Selion. A diferencia de los de otros estudiantes, este estaba algo dañado, y parecía reciente.

Eso despertó algo dentro de él. Una especie de profunda curiosidad. Estaba buscando una solución y parecía estar en su mano. Con tal de demostrar ese punto, extendió la mano para desbloquear el aparato con nada más deslizar su dedo.

Su expresión se convirtió en una de júbilo al instante.

Después de un momento de Zeldris apoyado contra la pared y pensando en que hacer, Kilia apareció a tropezones por el pasillo. El maestro pareció darse cuenta de que estaba perdida y se acercó.

—Selion está en la enfermería —espetó, y cuando la niña se giró para mirarlo en silencio, siguió hablando—. Acabo de revisar su teléfono. Kilia, esto tiene que saberse.

—Claro —dijo ella, haciendo callar a Zeldris con una sola palabra—. Nada más hay un problema.

Zeldris no dijo nada, y Kilia lo tomó como una señal para seguir hablando.

—Mi madre desapareció.

—¡¿Qué?! —preguntó el maestro y luchó por formar palabras, pero su estudiante pareció entenderlo, ya que asintió—. Pero Kilia, ¿ustedes…?

—Hemos estado sin nadie desde el lunes. Anoche vino el novio de mamá —expresó, mirando a Zeldris a los ojos. La niña se quebró—. Selion quiso defenderme y ahora está…

El joven de cabello negro vio el rostro de Kilia rompiéndose antes de realizar la acción, que fue ella moviéndose hacía él y abrazándolo. El llanto desgarrador comenzó poco después. El silencio reinó mientras se producía el gesto, pero pronto, el cerebro de Zeldris sacó algo desde lo más profundo de su interior.

—Cuando era niño, mi hermano también me defendía —dijo con un tono suave—. Se burlaban de mí por tener lentes y ser responsable. Siempre intenté pelear para no depender de él, y le había hecho una promesa una vez de no pelear contra sujetos más grandes —añadió, soltando una risita—. Pero digamos que fallé a eso hace poco tiempo.

Kilia se carcajeó de eso, algo genuino, y el sonido hizo que el corazón de Zeldris se relajara.

—Quiero ser fuerte por Selion, sé que extraña mucho a Ban. Él también es fuerte —admitió sin vergüenza—. Pero cuando el novio de mamá vino sobre mí…

—No tienes que sentirte mal —le cortó su maestro—. Creo que tus hermanos saben que eres fuerte y están orgullosos de ti. Aunque no estaría mal que les dijeras como te sientes, ¿sabes?

Ante eso, la estudiante le dio una mirada divertida.

—Usted también debería hacer eso con su hermano.

Zeldris apartó la cara con un resoplido.

—Supongo que tienes razón.


Meliodas estaba confundido por decir lo menos. Sabía que el pago mensual de su departamento venía con la visita de Drole y, aunque no tenía quejas a la hora de pagar, prefería hacer algún depósito o transferencia. Sin embargo, en esa ocasión, su mente había estado con otros temas y le había permitido pasar hasta el punto de invitarlo a tomar algo.

De esa manera, mientras miraba lo que podrían ser referencias para su proyecto autobiográfico, después de darle una explicación breve a su casero, se encontró hablando de Gloxinia y un posible interés por parte de Drole.

El redactor empujó un rostro alarmante ante la insistencia.

—¿Por qué el repentino interés?

Meliodas casi se estremeció cuando Drole se volvió hacia él con ojos que contenían emociones.

—Estoy aburrido.

—¿Qué?

—Estoy aburrido de estar solo. Incluso con todo lo que he conseguido —comenzó Drole y se detuvo un momento—. Siento que no tengo a nadie para compartir esto. Tengo amigos, pero alguien más —suspiró—. Alguien que me haga sentir que soy una persona mejor cada día.

Meliodas lo miró boquiabierto. Nunca había escuchado a su casero hablar con tanta profundidad, sin embargo, dio todas las razones por las que se sentía solo. Después de escuchar eso, podría estar de acuerdo.

—Yo —le empezó a responder. No obstante, se detuvo y pensó—. No creo que alguna vez haya considerado eso —Meliodas dejó su proyecto y miró a Drole con seriedad—. Pero seguro. Le preguntaré a Gloxinia y podrás tener una conversación más tarde.

—Una cita.

—¿Eh?

—Tú sabrás qué hacer.

El redactor se quedó en silencio por un momento.

—¿Se supone que lo sé?

—Confió en ti —los ojos de Drole estaban muy abiertos, conectando los puntos demasiado fáciles de seguir—. Y respecto al nuevo inquilino, lo espero el viernes para la mudanza.

—De acuerdo —dijo en tono serio, atrayendo la atención de Drole—. Gracias por el favor.

Su casero asintió con seriedad.

—Sí. Eres la primera persona con la que he podido tener una conversación sobre cómo me siento en mucho tiempo.

Meliodas no parecía convencido. Estudió a Drole por un minuto, sintiendo como si lo estuviera mirando por primera vez. Siempre había pensado que esa personalidad era parte de su estrategia como casero. Pero sabiendo que era otra cosa, no pudo evitar suponer en todas las situaciones donde pudo haber estado.

—¿Estás seguro de que esto fue una conversación? No he dicho mucho —soltó, levantando lo que había estado trabajando—. Parecía que solo escuchaba porque estaba con esto. Así que, si consideras que esto no es una gran conversación, lo entenderé.

Drole esbozó una especie de sonrisa y la extrañeza (o miedo) viajó por las venas de Meliodas al verlo.

—Es incluso mejor que eso. Es bueno tener personas que simplemente escuchen.

—Ya veo —se carcajeó Meliodas con nervios ante la mueca de su rostro.

Pero después de un instante, la expresión suave de Drole se desvaneció a algo mucho más siniestro.

—Sabes lo que esto significa, ¿verdad?

Meliodas palideció.

—Drole, no.

—Sí, Meliodas. Vendrás conmigo a la cita.