Capítulo 10
Meliodas y Zeldris estaban apoyados contra el mostrador. Había sido agotador hacer la mudanza de Ban y casi hacia el mediodía decidieron detenerse. Todavía tenían que trasladar la mitad de los muebles y el camino por la escalera comenzaba a ser agotador. En ese punto, el rubio se preguntaba por qué estaba ahí en lugar de estar avanzando su trabajo.
—Deja de quejarte —dijo Zeldris, caminando detrás de él revisando unas cajas pequeñas.
—No me estoy quejando. Estoy aburrido y un poco estresado —respondió Meliodas con un suspiro—. Aunque sea debería enviarle ya un borrador a Mael del proyecto.
La boca de Zeldris se afinó en una línea.
—Has estado avanzando.
—Sí, pero no sé si es suficiente —protestó el rubio, comenzando a retorcerse las manos con ansiedad—. ¿Cómo puedo contar de mi vida si es una auténtica mierda? —se preguntó. No había querido decirlo así, pero se le escapó en su ira.
Eso al menos hizo soltar una risa al hermano menor.
—La auténtica mierda es un buen nombre de inicio.
De alguna manera, eso hizo que Meliodas se riera aún más que con cualquier broma sobre Mael.
—Muchas gracias, Zel. A veces eres útil.
—Bueno, no puedo hacer nada por tu trabajo, pero creo que animarte es suficiente —expresó su hermano menor con ligera sonrisa—. Ban dice que hará unos bocadillos. ¿Te quedarás?
—Supongo que sí. Mis planes son para mañana —habló Meliodas sacando vasos para guardarlos en la alacena. Zeldris levantó una ceja—. ¿Qué?
—No me has dicho quién es la chica.
Los ojos de Meliodas se abrieron en estado de shock y tropezó hacia atrás, casi soltando un vaso en el proceso.
—Eh, ¿cómo es que…?
—Escuche a Ban preguntarte por ella —explicó el joven con firmeza, mirando a su hermano que todavía estaba en un estado de asombro—. Y sentí curiosidad.
Meliodas se quedó completamente atónito por un momento más antes de que su expresión se endureciera.
—Voy a decirte, pero tendrás que contarme sobre Gelda —se burló el rubio, rodando los ojos—. No te hagas el tonto. Anoche no volviste.
—Eso se llama estar en algo, idiota —dijo Zeldris con sarcasmo, también poniendo los ojos en blanco y cruzando los brazos, desafiante—. Digamos que estamos recuperando el tiempo perdido.
—Sabía que no era pasajero —insistió Meliodas, sin retroceder, con los brazos cayendo a los costados—. Me alegro por ti.
—Por lo general, espero que los elogios vengan del maestro Zeldris y no de Meliodas —dijo Ban un poco demasiado alegre mientras entraba.
—Él no fue tocado por Dios ni nada. Alguna vez puedo dar apoyo —se defendió el rubio, un poco demasiado sarcástico para el gusto de Ban.
—Lo dijo como una broma, Meliodas —lo corrigió Zeldris rápidamente.
—Sí, supongo.
Ban parpadeó una vez y miró a los dos hermanos, confundido al principio, luego muy divertido.
—Me recuerdan mucho a mis hermanitos —soltó con gran regodeo en su voz—. Jugar, pelear y apoyarse. Eso es todo lo que hacen.
—Sí, sí. Por supuesto —la respuesta de Meliodas llegó aún más rápido esta vez, haciéndolo sonar poco convincente—. Quiero decir, no quiero ser tío antes de cumplir los treinta —añadió, para aclarar.
—¡Meliodas! —gruñó Zeldris, cuando se escuchó la risa sonora de su hermano posterior a su reacción. Ban también carcajeó y chocó puños con el rubio antes de que comenzara a alejarse.
Ese último gesto sorprendió un poco al maestro. Recordar como Meliodas y Ban se habían conocido parecía no encajar en absoluto con la forma en que parecían llevarse desde hacía algunos días.
Se podía decir que su hermano había madurado, decidió. No se había entrometido en su vida personal cuando preguntó por Gelda, más bien tuvo curiosidad. No se había ofendido por la broma que le había hecho. Incluso parecía cómodo hablando de la chica con la que estaba empezando una relación. Eso valió un buen lugar en la atención de Zeldris.
No obstante, dudaba de cómo sentirse. No le había gustado la forma en que Meliodas estaba encarando su trabajo, pero al mismo tiempo se estaba mostrando agradable y mucho más amable. Por supuesto, lo último que quería hacer era pedirle a su hermano que dejara su nueva personalidad para atender sus deberes. Eso solamente causaría problemas, y los problemas significaban peleas en el departamento, y él no quería eso.
—¿Zeldris? —escuchó a Meliodas preguntar—. ¿Estás bien?
—Estoy pensando —le dijo, pero con calma.
—¿Pensando?
—Estoy un poco asustado —admitió—. Pero quiero terminar con algunas cosas, así que todo va a estar bien.
—Está bien que no estar bien, aunque podrías relajarte con alguna visita a la panadería —explicó el rubio. Colocando una mano en el hombro de su hermano con afecto—. Por cierto, si tienes ganas de hablar, no lo dudes. Es genial si confías en mí.
—De acuerdo —expresó Zeldris, girándose para mirar a su hermano y sonriéndole—. Lamento haber actuado como tonto cuando me preguntaste por Gelda antes.
—No te disculpes. El tonto fui yo al presionarte —alegó Meliodas—. Quiero que te cuides y estés seguro con Gelda. Eso me hará feliz.
—Está bien —asintió más joven, quitándose un peso de encima—. ¿Terminamos de ordenar?
—Claro —confirmó el redactor. Zeldris sonrió para sí mismo cuando comenzaron a vaciar las cajas y se separaron para encontrar los lugares para cada cosa.
La cocina estaba casi completa cuando Ban regresó. El nuevo dueño tomó ese momento como el descanso para el almuerzo, frunciendo el ceño mientras preparaba unos aperitivos. Por suerte, el pollo fue fácil de destrozar y los sándwiches estuvieron preparados en pocos minutos. El ambiente tenía una encimera que funcionaba como desayunador, por lo que el grupo se sentó ahí para comer.
—¿Cuánto nos queda? —preguntó Meliodas mientras untaba mayonesa a su pollo.
—Algunos muebles pequeños. Pero lo pesado ya ha subido —declaró Ban—. Quizás debería armar mi habitación.
—Olvídalo. Puedes dormir un par de noches en el suelo —explicó Zeldris con orgullo. Meliodas se carcajeó un poco y la sonrisa del joven se desvaneció—. ¿Por qué te ríes? —preguntó, su voz mucho más tranquila que antes.
—No me estaba riendo de ti, quiero decir, en realidad recordaba que la primera noche conmigo, dormiste en el suelo —Meliodas se encogió de hombros—. No ves a personas felices de estar durmiendo en el suelo —se carcajeó entre dientes de nuevo.
Zeldris lo pensó, decidiendo si su hermano estaba diciendo la verdad o no.
—Está bien —asintió después de un momento—. Eso tiene sentido.
—¿Eso quiere decir que en realidad el capitán es él? —preguntó Ban, curioso.
Meliodas pareció un poco sorprendido por el comentario, pero se encogió de hombros.
—Quiero decir, claro, no veo por qué no —sonrió suavemente—. Digamos que soy el capitán.
—Está bien, lo entiendo —le dijo el joven de ojos rojos, sonriéndole. Meliodas frunció el ceño ante su comportamiento—. Eres el capitán y Zeldris es el maestro.
Los tres se quedaron en silencio ante el comentario de Ban. Los hermanos se miraron con curiosidad y Meliodas se quedó sorprendido. Le hubiera gustado comprender a Ban, pero supuso que algunas cosas no necesitaban explicación y una simple aceptación era suficiente. Fui ahí que habló de nuevo.
—Sí, soy el capitán Meliodas —asintió, volviendo la atención a su almuerzo.
El resto lo siguió, acabando alrededor de medio hora más tarde. Ban se había movido abajo para atraer algunas cosas y, afortunadamente, no eran tantas. Zeldris se dirigió en dirección al espacio compartido y comenzó a colocar adornos. Meliodas acabó con la cocina y lavó los cubiertos que habían utilizado en el almuerzo. Al menos, eso significaba que habían concluido.
Entonces, cuando Zeldris estaba poniendo lo que parecía un llavero en forma de zorro, escuchó un ruido proveniente del pasillo.
—Creo que alguien golpea en casa —indicó en voz baja, mirando a la cocina y en dirección a su hermano.
—No espero a nadie —señaló Meliodas.
—Tampoco yo.
El rubio decidió ir a investigar por su cuenta y se asomó para ver a Elaine. Tenerla ahí era inesperado, no iba a su departamento salvo que existiera una extrema urgencia. Haciendo una rápida seña a su hermano de que saldría, se dirigió hacia ella mientras podía escuchar el sonido de Ban subiendo por las escaleras.
—Hola, Elaine —le dijo con una sonrisa cansada.
—Meliodas, ¿cuándo fue la última vez que dormiste? —Elaine preguntó sin siquiera saludar.
Debido a que no había estado yendo a la oficina, Meliodas no estaba particularmente ordenado. Su cabello iba en todas direcciones, tenía bolsas debajo de los ojos y algunos rastros de barba florecían en su mentón.
—Tenme piedad. Además, estoy ayudando con una mudanza —explicó con una risa.
Ese comentario sorprendió a Elaine.
—¿Hablas en serio?
—¡Deja de jugar con la chica y ven! —gritó una voz que pronto tuvo forma de un hombre alto y que apareció detrás del rubio—. Oye, ella no es…
Meliodas puso los ojos en blanco y le dio un puñetazo a Ban en el estómago antes de que completara la frase.
—¿Por qué mejor no cierras la boca?
La reacción sobresaltó a Ban. Pensó que Meliodas mantendría su actitud pasiva, como en la mayoría de sus últimos encuentros. De cierta manera, estaba conmocionado que no estuviera intentando esquivar y poniendo las cosas en su lugar.
—De acuerdo, capté el mensaje —alegó Ban aún impresionado por su cambio—. Escucha, solo quería decirte que… —dijo girándose para mirar a la desconocida y tirando una sonrisa en su cara—. Hola, mi nombre es Ban.
Elaine no respondió y soltó un suspiro en su sitio. Decir que no estaba impresionada por Ban sería una mentira y no era una buena mentirosa. Pero no era el momento para estar encandilada.
—Soy Elaine —respondió de todas formas por respeto. Un segundo sostuvo la mirada del hombre alto y regresó con Meliodas—. Tengo que hablar contigo.
Meliodas no dijo nada a Elaine mientras el otro regresaba hacía el departamento, entendiendo que querían la privacidad. El rubio intentó tratar de entender la situación. Tal vez estaba imaginando cosas, pero juró que le pareció ver tensión entre Ban y su asistente. Tenían un brilló especial en la mirada, y aunque Elaine estaba mal humor, bueno, era una costumbre.
—Oh —soltó. Tratando de concentrarse en lo que estaba planteando la rubia y no en las hipótesis de su imaginación—. Pues vamos al departamento.
