Este fanfiction es del tipo Yaoi, lo que significa que se describen escenas de amor, romance, sexo y violación entre hombres. Si el tema no es de tu agrado, te pido cordialmente que te retires. Estás avisado, no acepto reclamos.
Hasta el fin del mundo
by Emiko Mihara
Capitulo ocho "SIN PERDER LAS ESPERANZAS"
- ¿Na... Nani? – exclamó la medica en tono ido - ¿Qué dijiste? – repitió, tomando al tenken de los hombros. Soujiro apenas y podía respirar y el viento helado que entraba por la puerta y lo golpeaba en la espalda no ayudaba en nada.
- Ya lo oíste, Takani Megumi. – sonó una voz fría desde las sombras de la calle – Sagara tomó un buque con destino a Shangai. – termino mostrándose Aoshi.
Megumi se mantuvo en silencio unos minutos, con la mirada perdida en un rincón de la habitación, mientras Aoshi tomaba a Soujiro en brazos y lo llevaba adentro, cerrando la puerta detrás de ellos. Bajó al tenken con cuidado y le preguntó si se encontraba bien.
- Aa... Estoy bien. – respondió con una sonrisa tenue y se giró para ver a la medica - ¿Megumi-sensei? – la llamó preocupado por la falta de respuesta.
- ¡ESE TORI-ATAMA! – gritó repentinamente la mujer - ¡BAKA-YAROU¡D'AHO¡AAAAAAAHRG! – siguió gritando tomándose del pelo. Estaba notablemente furiosa.
- Megumi-sensei... Tranquilícese... – trató de calmarla el tenken mientras Aoshi observaba desde un rincón.
- Oi... Takani Megumi. – la voz de Aoshi surtió el mismo efecto que un balde de agua fría sobre la cabeza de Megumi, que respiro profundo y ya más tranquila, preguntó:
- ¿Nani? -
- ¿Qué razón tendría Sagara para ir a Shangai...? – preguntó el Okashira. Aún cuando lo había analizado durante varias horas no encontraba una buena razón para este repentino cambio de planes.
- Kirei... – musitó Soujiro mirando al ojiazul y luego a Megumi.
- Mmhhh... ¿No se te ocurre nada? – se medio burló la mujer con una sonrisa de lado – Fue a buscar a Yutaro, claro está. – respondió.
- Creí que ibas a enviar una carta para que Tsukayama viniera a Tokyo. ¿Porqué tendría que ir Sagara a buscarlo? – continuó interrogando el Okashira.
- Sabiendo como piense ese tori-atama de seguro creyó que eso sería más rápido... Él no es de los que se quedan sentados esperando¿sabes? -
- Entonces... Fue por eso. – confirmó Soujiro y con una rápida y fugas mirada le pidió a Aoshi que no indagara más.
- Vamos Soujiro. -
- Aa. Kanwan ba, Megumi-sensei. – se despidió el tenken inclinando levemente la cabeza.
- Kanwan ba. – respondió la kitsune, viendo como los dos salían de la clínica, Aoshi rodeando la cintura del tenken con su brazo.
»»»«««
Los días siguientes pasaron sin demasiadas novedades. Megumi seguía sin recibir noticias de Sanosuke. La respuesta de Yutaro seguía haciéndose rogar y Yahiko continuaba sin mejoras, hasta que...
- ¿Na—Nani? –
Era de tarde, una semana desde la partida de Sanosuke a Shangai. Megumi estaba haciéndole el chequeo semanal a Yahiko, cuando muy a su pesar, descubrió algo en el cuerpo del joven samurai.
- ¡Oguni-san¡OGUNI-SAN! – gritó llamando al anciano médico que dirigía la clínica con ella. Al cabo de unos minutos, Oguni apareció en la habitación.
- ¿Doushita Megumi-san? – exclamó el anciano preocupado. Megumi no solía gritar y mucho menos en la clínica.
- Oguni-san... Mire. -
Megumi tomó al anciano del brazo y lo condujo hasta estar junto a la cama de Yahiko. Desabrochó el gi blanco que cubría al chico y Oguni abrió los ojos a más no poder de la impresión.
Toda la piel morena de los hombros y parte del cuello de Yahiko se había llenado de ampollas y en otras partes la piel estaba comenzando a desprenderse, dejando los músculos y algunos parte de hueso a la vista.
- Megumi-san... – urgió el anciano – Ayúdame a quitarle el gi. Quita las sábanas también. – ordenó.
Así mientras Megumi sostenía a Yahiko por los hombros, Oguni le quitó el gi y dejándolo de nuevo en la cama, lo destaparon por completo. Fue entonces que comprobaron con horror que los hombros y la nuca no eran la única parte del cuerpo del moreno afectada.
Todas sus articulaciones, ya fueran en sus extremidades superiores o inferiores estaban enrojecidas o con ampollas. Sus codos y rodillas, solo estaban levemente enrojecidos al igual que sus tobillos y talones.
Las partes más afectadas eran sus caderas y la piel sobre el sacro. En estos lugares las ampollas se habían roto, y sangraban, aunque no demasiado.
- Kami... sama... – musitó Megumi tapándose la boca con ambas manos. Sus ojos brillaron levemente. Parecía estar a punto de llorar de la impresión.
- Me—Megumi-san... No... Él no tenía esto antes¿ne? – preguntó Oguni mirando a la kitsune.
- ¡Claro que no! – se defendió la medica – ¿Cree que dejaría pasar unas heridas de esta magnitud! -
- Entonces... Se formaron en una semana solamente... – medio medito el anciano doctor.
- Oguni-san... ¿Qué... Qué vamos a...? -
- Por ahora limpiaremos las heridas con yodo y las vendaremos. – dijo el anciano caminando hacía la puerta – Hazlo tú Megumi-san, yo prepararé una cama nueva para cambiarlo. -
- Hai... – musito la kitsune.
- Y Megumi-san... ¿Porqué no le escribes otra carta a ese niño...? Explícale lo que descubrimos en Yahiko... tal vez él sepa como tratarlo porque... Me temo que yo no lo sé. – y el anciano salió de la habitación.
Unas dos horas después, las nuevas heridas de Yahiko estaban vendadas. Las gasas estaban casi totalmente teñidas de marrón por la cantidad excesiva de yodo que Megumi había puesto en ellas.
Ya recostado en la nueva cama, sin sábanas que lo cubrieran esta vez, Yahiko seguía inconsciente. Toda la cama estaba rodeada de cortinas y no podía vérsele desde la puerta. En la misma habitación, dándole la espalda, sentada junto a la ventana, Megumi escribía con su elegante y perfecta caligrafía otra carta para Yutaro, explicándole la nueva situación.
Estaba doblando el trozo de papel de arroz cuando escuchó el rechinar de la puerta. Se giró para encontrarse con Kenshin.
- Megumi-san... ¿Porqué cambiaron a Yahiko-kun de habitación? – inquirió el pelirrojo, caminando hacía ella.
Cuando Kenshin llegó junto a la kitsune, fue que advirtió al moreno vendado en la cama. Dio varios pasos hacia él y quedándose de pie con una mano sobre las sábanas, bajó su faz, ocultando sus ojos violetas entre su cabello naranja.
- ¿Qué pasó? – inquirió en tono apagado.
- Ya—Yahiko-kun desarrolló unas heridas extrañas que... Se infectaron y... – su tono de voz era muchas cosas menos seguro.
La mujer fijaba su mirada en cualquier punto de la habitación que no fuera Kenshin, siendo el preferido, el piso de madera blanca.
- No... No sabemos que lo produce, Ken-san... Tampoco si... Es contagioso... – comenzó a hablar Megumi, pero la puerta otra vez la interrumpía.
- Ah... Himura-san... Esperaba verlo por aquí. – dijo Oguni entrando en la habitación. Caminó hasta Kenshin y le dio unas palmadas en la espalda a modo de saludo.
- Oguni-san... – trató de llamarlo Megumi, pero con una mirada del anciano, se calló.
- Himura-san... Voy a pedirle que por algunos días, usted y su esposa no vengan a ver al joven Myoujin... -
- Oguni-san... – medio musitó la kitsune, no entendiendo que pretendía el anciano médico.
- ¿Porqué? – fue la seca e inexpresiva respuesta de Kenshin.
- No sabemos que es lo que tiene. Podrían ser simples heridas, sí. Pero también podrían deberse a una enfermedad que no conocemos y por ende, que puede ser contagiosa. – comenzó a explicar Oguni con maestría – No podemos arriesgar la salud de Kaoru-san, mucho menos la del bebé. -
El silencio se apoderó de la sala y por un segundo, Megumi temió la reacción de Kenshin, pero el pelirrojo levantó su faz y con una sonrisa tenue y tranquila dijo que lo entendía.
- Mejor así... Himura-san, no se preocupe. Enviare a Megumi-san a comunicarle si hay algún cambio en el joven Myoujin¿esta bien así? – sonrió Oguni, acompañando al pelirrojo a la salida del hospital.
La kitsune se acercó a Yahiko y observó que las sábanas empezaban a teñirse de bordo. Eso indicaba que era momento de cambiar sus vendajes. Estaba en eso cuando Oguni reapareció en la habitación.
- Déjamelo a mi, Megumi-san. ¿No tienes una carta que enviar? -
»»»«««
Comenzaba la mañana en uno de los pocos, pero no menos, barrios pudientes de Shangai. Las casonas de exquisita arquitectura, mezcla perfecta entre occidente y oriente, se dejaban ver a cada lado de la calle de tierra. Sus grandes jardines y las altas rejas que los rodeaban dejaban la impresión de que se trataba de otro mundo, completamente ajeno a la barbarie y las peleas entre pandillas por la búsqueda de poder.
Las cortinas de terciopelo se corrieron, dejando entrar por el alto ventanal la luz del sol de mañana y en la cama con doseles, entre el desorden de sábanas, libros y pergaminos, una cabellera rubia y despeinada.
- Junger Herr Yutaro... señorito Yutaro Por favor, despierte. -
La mujer ancha y regordeta, de piel muy blanca, se paseaba alrededor de la cama. Traía puesto un vestido color azul oscuro y un delantal blanco con bolsillos atado a la cintura. Su cabello de color plateado, signo inequívoco de su avanzada edad, atado en un rodete alto y un pequeño sombrero blanco con puntillas.
- Mmhh... ¿Eva¿Nani? –
Un par de ojos azules se abrieron pesadamente y el chico de pelo dorado se sentó, arrojando con su movimiento varios libros y rollos de papel al suelo.
- ¿Se quedó otra vez leyendo hasta tarde? – preguntó la mujer con enojo y Yutaro se rió tontamente rascándose la cabeza.
- Gnade... perdón Es que estos libros son muy interesantes, Eva. – le respondió el rubio y la criada bufó.
- Anziehend... interesante – murmuro la mujer en alemán y le quitó los libros de la mano.
- ¡Matte Eva! – gritó el rubio saltando de la cama. Dándose cuenta de que había gritado en japonés, trató de corregirse - ¡Warten Eva! espera Eva ¡Los necesito! -
- Lo que usted necesita es un buen desayuno. – dijo en tono autoritario la mujer, saliendo con los libros de la habitación, seguida por Yutaro en pijama blanco.
- ¡EVA! – gritó el chico enfadado, haciendo que la mujer se girara - ¡LOS NECESITO! - y le quitó los libros de un manotón.
- No tiene por que gritar. Los iba a dejar en su escritorio. – se disculpo la anciana bajando la cabeza a modo de disculpa – Por favor, baje a desayunar, Herr amo. – y la mujer se fue por las escaleras, dejando al rubio en medio del pasillo con los libros.
«Desayunar... ¡Cómo si eso me importara ahora! Estoy en medio de una investigación importante¿Y quieren que pare a desayunar¡Por Dios!» se quejaba en su cabeza mientras volvía a su habitación a cambiarse. Se vistió con un pantalón color negro, camisa blanca, chaleco y saco negros. Una cinta en el cuello atada en moño color negro y zapatos de gamuza, negros también. Fue al baño en donde se aseó y peinó con cuidado.
Viéndose en el espejo de cuerpo completo al otro lado de la puerta del armario, era la única forma que tenía de comprobar cuanto había crecido en estos últimos meses. Ya no era un niño y eso lo hacía sentir orgulloso, aunque algo confundido también.
Le gustaba vivir en Alemania. Fue gracias a que viajo allí que había recuperado su brazo derecho y si bien ya no practicaba esgrima con tanto entusiasmo como antes, había encontrado mejores formas de probarse a si mismo. Leía e investigaba técnicas médicas alrededor de todo el mundo. Había viajado por gran parte de Europa: Inglaterra, Francia, Grecia, Italia... Había aprendido mucho, pero la medicina más antigua se encontraba en oriente, por eso y desde hacia algunos meses, estaba en Shangai.
Su padre, fiel a su nuevo trabajo, se quedó en Berlín, pero como aún no creía que Yutaro tuviera edad para viajar y vivir solo, había enviado a una de sus criadas como acompañante para que guardara por la seguridad de su único hijo, o al menos, eso era lo que había dicho. Yutaro sabía demasiado bien que su padre buscaba volver a casarse. Sabiendo que él se negaba a tener una madrastra, de seguro su padre le había permitido irse a esos viajes para realizar el compromiso con una rica dama de sociedad. Una tal Frau Herinzelg, o algo así...
Camino hasta su estudio, con su vista cegada por la pila de libros, y dejándolos sobre el escritorio, vio una carta. Estaba escrita con perfecta caligrafía, dirigida a él. Yutaro reconoció de inmediato la letra de su padre.
- ¡Eva¡Eva¿Cuándo llegó está carta? – gritó a la criada, saliendo del estudio con el sobre en la mano.
Sobre el escritorio, tapada a medias por los libros, había otra carta. Un sobre de papel de arroz, escrito en japonés. Yutaro ni siquiera la vio...
»»»«««
Las olas envestían la gran embarcación y mientras el sol se ocultaba sangriento en el horizonte azulino, el aire salado golpeaba su rostro moreno, despejando un poco su mente. Su frente y su pecho brillaban a causa del sudor y respiraba entrecortadamente por el esfuerzo excesivo.
- ¡Hey¡Tú¡Vuelve a trabajar! – le grito un contramaestre.
- Hai. – respondió y retomó el trabajo de acarrear las cajas de la bodega a la cubierta del barco.
«Solo dos días más...» pensó Sanosuke dándose fuerzas.
Capitulo ocho
SIN PERDER LAS ESPERANZAS
- OWARI -
"Rurouni Kenshin" © Watsuki Nobuhiro, 1996
"Hasta el fin del mundo" © Emiko Mihara, 2006
