Este fanfiction es del tipo Yaoi, lo que significa que se describen escenas de amor, romance, sexo y violación entre hombres. Si el tema no es de tu agrado, te pido cordialmente que te retires. Estás avisado, no acepto reclamos.
Hasta el fin del mundo
by Emiko Mihara
Capitulo diez "MÁS QUE EL ORGULLO"
El sol se ocultaba en el horizonte marítimo a sus espaldas, y frente a él, las pocas luces que iluminaban el muelle, marcaban el camino que seguiría el buque. Por fin había llegado.
Sanosuke se tiró el bolso al hombro y comenzó a bajar por la tabla que llegaba al piso de madera del muelle. Ya era completamente de noche y el hombre gordo y barbudo que lo recibió, no fue muy amable con él, aún cuando el rostro de Sanosuke se veía exhausto y cansado por el largo viaje.
- ¿De dónde vienes, niño? – le preguntó sacando una hoja de papel del bolsillo del pantalón, dispuesto a escribir al parecer.
- Tokyo. – respondió algo enfadado por el hecho de que lo llamara "niño".
- Tokyo ¿eh? Bien... Hablé con el capitán y me dijo que estabas algo desesperado por viajar. ¿Huyes de algo? – preguntó con mirada inquisidora. Sanosuke carraspeó.
- Y sí así fuera¿qué? – respondió en tono desafiante.
- Nada, nada... Es mi trabajo preguntar, chico. – y asiéndose a un lado, le permitió seguir su camino.
«¿En qué clase de lugar he venido a parar?» pensó enfadado, saliendo con paso rápido del muelle, internándose en las oscuras calles de Shangai...
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Llevaba varios minutos tocando la puerta pero su amo no le respondía desde el interior del estudio. De seguro estaba abstraído de nuevo en uno de sus libros. Mejor entrar, pero despacio y respetuosamente.
- Junger Herr Yutaro... - resonó La voz de Eva entre el silencio de la habitación en la que solo se oía crepitar el fuego de la chimenea.
Yutaro estaba sentado en el escritorio, rodeado de varias pilas de libros abiertos o marcados con trozos de papel. No levantó la mirada ni le respondió nada a la anciana que acababa de entrar.
- Junger Herr... – repitió Eva acercándose despacio al escritorio. Se mantuvo de pie en silencio frente a Yutaro hasta que este por fin se percató de su presencia.
- ¿Eva? ¿Was ist los? (¿Qué pasa?) – inquirió el rubio ojiazul bajando el libro que leía, cuidando de que no se corriera la página en la que estaba.
- Junger Herr... Ha llegado una carta. – dijo la mujer en tono preocupado.
- ¿Una carta? – repitió el rubio. Se paró repentinamente y golpeó el escritorio con ambas manos - ¿OTRA CARTA DE MI PADRE? – gritó.
Hacía poco más de una semana que Yutaro recibiera una misiva de su padre desde Dublín. En ella el Señor Tsukayama le explicaba que había contraído nupcias con una rica viuda alemana de nombre Frida Herinzelg, hacía no más de tres días y que deseaba que el rubio regresara a Alemania para conocer a su madrastra.
Es más que obvio que Yutaro respondió con un rotundo 'nein' y que además de eso, le espetó a su padre por haberse casado en su ausencia. Claro está que todo había sido planeado desde un principio. Yutaro sabía que su padre buscaba eso cuando le permitió irse de viaje tan tranquilamente.
- Nein – negó la anciana - Viene de Japón, Junger Herr... – respondió por fin Eva.
Yutaro no pudo más que sorprenderse. Hacía varios meses desde la última carta de Megumi y le había preocupado un poco la ausencia de misivas.
Extendió la mano para que Eva le entregara la carta y así lo hizo la criada. Una vez echo, Eva bajo la cabeza en señal de respeto y dio la vuelta sobre sí para retirarse. Antes de salir, Yutaro la llamó:
- Eva... Gnade – se disculpó el rubio. La anciana giró apenas su rostro y le ofreció una sonrisa. Luego salió cerrando la puerta detrás de sí.
Yutaro tomó asiento en un sillón cerca de la chimenea y leyó la hermosa letra de Megumi en el papel de arroz. Lo desdobló con cuidado y comenzó a leer:
Yutaro-kun:
¿Porqué no has contestado mi última carta¡Estamos desesperados! Oguni-san y yo no sabemos como tratar a Yahiko y su salud empeora a cada día. Unas extrañas heridas se han formado en todas sus articulaciones y no sabemos por que. Sangran y segregan pus. Las estamos tratando con yodo pues otra cosa no se nos ha ocurrido. Está aislado y solo Oguni-san y yo entramos en contacto con él.
Sanosuke partió para Shangai hace dieciocho días. Fue a buscarte y sinceramente, espero que te encuentre y te traiga para que veas a Yahiko.
Onegai Yutaro-kun. Te suplicamos que vuelvas a Tokyo. Ya no sabemos que hacer. Hemos intentado todo lo que sabemos. Onegai... Regresa.
Takani Megumi
Yutaro releyó la carta unas tres veces, intentando comprender lo que leía. Por fin, se puso de pie, y casi histérico comenzó a llamar a gritos a Eva.
- ¡EVAAAHH! -
Yutaro no dejó de gritar ni un segundo hasta que la anciana apareció ante él. Estaba agitada por haber acudido corriendo a la llamada de su amo.
- Junger Herr... ¿Was ist los? – preguntó al ver al rubio tan alterado.
- ¿Esta es la primera carta de Japón que recibiste aquí? – inquirió levantando el sobre para que la anciana lo viera.
- Nein. – respondió rápidamente – Hace unos diez días llegó otra. -
- ¿DÓNDE ESTÁ?– le gritó Yutaro - ¡DÓNDE LA DEJASTE! -Parecía completamente desquiciado.
La anciana señaló el escritorio y Yutaro se arrojó hasta él casi con desesperación. Tiró los libros al piso con varios manotazos y debajo de uno encontró la preciada carta de Megumi. La abrió de inmediato, casi rompiéndola al medio y comenzó a leerla.
Yutaro-kun:
Lamento molestar tus estudios en Shangai, pero estamos sufriendo una situación extraña y quería saber si podrías venir a Tokyo cuanto antes.
Yahiko fue secuestrado hace unos diez días y la policía lo encontró hace cuatro, en la orilla del río. Estaba mal herido y algunas de las heridas se habían infectado, pero pudimos tratarlo. Su cuerpo parece recuperarse, sin embargo, a permanecido inconsciente desde que lo rescataron. No responde al dolor, pero su ritmo cardiaco se mantiene normal. Hemos comenzado a inyectarle suero, pero no estamos seguros de qué es lo que sufre.
Onegai Yutaro-kun. Sé que has estudiado alrededor de Europa en los últimos años y por tus cartas se ve que han identificado muchas más enfermedades de las que se conocen aquí. Sé que tú tal vez sepas lo que le ocurre a Yahiko, por eso te pido que vengas cuanto antes.
Takani Megumi
Yutaro advirtió el cambio entre las cartas. En la primera, Megumi no parecía estar más preocupada de lo normal. Más en la segunda casi podía oír la exasperada voz de la médica. Si a eso le sumamos que se trataba de Yahiko, podemos suponer como se sentía el rubio al haber ignorado completamente la existencia de la primer carta.
- Junger Herr ¿Ist das in Ordnung? (¿Está bien?) – escuchó la voz de Eva a lo lejos. Separó los ojos de la carta y la miró.
- Eva... – la llamó – Decíle a Schized que prepare el coche. – dijo secamente.
- ¿El... coche, Herr Yutaro? – repitió Eva y Yutaro asintió - ¿Wohin...? (¿Adónde...?) -
- Eso no importa ahora, Eva. – respondió Yutaro caminando hacía ella. La vio a los ojos unos segundos y luego se dirigió a la puerta – Llama a Schized ahora. Que prepare el coche para salir y que venga a verme. – y salió del estudio con paso firme.
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Sanosuke se sentó, destapándose del futón. Estiró los brazos y se sonó el cuello de forma perezosa. Por fin había podido dormir como la gente después de dos noches en la calle. Había sido una suerte encontrar una posada que aceptara dinero japonés.
Se vistió con su chaqueta y tomó su bolso con toda la intención de abandonar la habitación. Bajó las escaleras y se dirigió a la recepción de la posada para preguntar por el desayuno. Al llegar, el encargado estaba ocupado hablando con un joven extraño (por lo menos, eso pensó Sanosuke) El joven en cuestión tenía el cabello rubio-castaño, muy lacio, peinado hacía atrás en una coleta baja. Vestía un pantalón de traje negro con delgadas rayas grises verticales; zapatos occidentales negros («Qué mala educación» pensó Sanosuke al verlo calzado dentro de la posada); camisa blanca; chaleco negro con rayas grises como el pantalón y un extraño pañuelo anudado como corbata. Para resumir, estaba vestido como un típico criado europeo.
- Le repito señor... – dijo el encargado haciendo ademanes con ambas manos.
- Schized. Gregory Schized. – respondió el hombre a la pregunta sin formular. A Sanosuke no se le escapó que el nombre era alemán.
- Bien, señor Schized: nosotros no pedimos nombres ni registramos a nuestros clientes de ninguna de esas formas. – escuchó Sanosuke que le decía el encargado al extraño.
- ¿Esta seguro? – reiteró por enésima vez el criado – Estoy buscando a Herr Sagara de Tokyo. ¿Está seguro que no sabe si se hospedó aquí? -
- ¡Ya le dije que no sé! – respondió el encargado golpeando el mostrador con el puño cerrado, cansado de la perorata del criado.
El mayordomo parecía estar a punto de irse cuando Sanosuke lo detuvo sujetándolo por el hombro con su mano vendada.
- ¿A quién busca y porqué? – preguntó en tono frío, intentando sonar amenazador. El extraño tembló casi súbitamente y le respondió con voz ahogada.
- Bus—Busco a He—Herr Saga—Sagara de To—Tokyo... – comenzó a tartamudear – He--Herr Tsu—Tsuka—kayama me en—envió a—a busca—carlo. – terminó.
- ¿Tsukayama? – repitió el luchador - ¿Hablas de Yutaro? – inquirió de repente sin cuidar su lenguaje. El hombre asintió.
- ¿Uste—ted cono—noce a He--Herr Saga—ra? – inquirió esperando no ofender.
- Estás hablando con él. – le sonrió Sanosuke.
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Al contrario de los primeros días de tratamiento, parecía que el yodo y los cambios constantes de cama y habitación estaban surtiendo un efecto positivo en el cuerpo de Yahiko. Por lo menos, las llagas y las extrañas laceraciones habían dejado de sangrar y comenzaban a cicatrizar, aunque lo hacían muy lentamente.
Había tenido varias charlas silenciosas con el moreno, pero con eso solo conseguía sentirse más inútil e impotente que antes. Soujiro le decía siempre que hablaban que no debía preocuparse tanto y que confiara en que Sanosuke traería a Yutaro.
- Lo sé. Lo sé. – repitió Megumi moviendo la cabeza a los lados. Estaba sentada junto a la cama de Yahiko, cambiándole los vendajes – Lo sé. Demo... – dudó.
- ¿Qué es lo que te preocupa tanto, Takani Megumi? – inquirió Aoshi desde la ventana. La médica y el tenken se giraron apenas a mirarlo, pero la mirada caoba de Soujiro regresó de inmediato a Megumi.
- Yahiko esta... débil. – musitó en tono frío, intentando sonar objetiva, como todo médico debe ser.
- ¿Débil? – repitió Soujiro.
- ¿El suero no está siendo asimilado? – sonó de nuevo la voz del Okashira.
- Iie, no es por eso... Creo... – dudó otra vez – Creo que se está rindiendo. – y no pudo evitar derramar algunas lágrimas.
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- Entonces... ¿Trabajas con Yu-kun? – inquirió Sanosuke.
Mientras Schized conducía en dirección a la mansión Tsukayama, Sanosuke iba sentado en el cómodo asiento trasero del automóvil, con las piernas abiertas y los brazos apoyados en el cabezal.
- Ja. Trabajo para el Junger Herr Yutaro. – respondió Schized ya más tranquilo.
Habían hablado en la posada mientras Sanosuke tomaba su desayuno. Schized le había explicado que Yutaro lo había enviado a buscarlo sin decirle porque o por donde empezar. Tuvo que tomarse el trabajo de recorrer el puerto, los bares y burdeles y las hosterías hasta finalmente dar con él y todo por casualidad.
- Y... ¿Cómo sabía Yu-kun que yo estaba acá? – preguntó Sanosuke.
- No sabría decirle Herr Sagara— -
- ¡Oi! Odio que me traten de Sagara – se quejó el luchador, sentándose en el borde del asiento - Onegai, llamame Sanosuke... Tenes la misma edad que yo más o menos¿ne? -
- Bueno... Cumplí los veintitrés recientemente... – respondió Schized mirando a Sano por el retrovisor.
- Yo tengo veintidós. – agregó Sanosuke con una sonrisa de lado– Así que tendría que ser yo el que te trate de usted a vos. –
Schized no le respondió. Se limitó a conducir el coche por el camino entre los grandes jardines de la mansión Tsukayama y estacionando enfrente de la puerta, dijo:
- Llegamos... – dijo en tono bajo y mirando al morocho por el retrovisor, agregó en tono aún más bajo – Sanosuke. -
El luchador se bajó del automóvil y se quedó de pie frente a la gran puerta de madera oscura de dos enaguas. Debía de medir unos tres metros por lo menos. Repentinamente se abrió la enagua derecha y por el rabillo de la puerta, Sanosuke pudo ver el rostro de una mujer mayor.
- Etoo... Vengo a ver a Yutaro. – dijo un poco nervioso por la mirada recelosa de la anciana.
- Su nombre. – dijo secamente la mujer.
- ¿Nani? Ore wa Sanosuke Sagara. – respondió torpemente inclinando apenas la cabeza. La mujer lo miró de arriba abajo y terminó de abrir la puerta.
- Sígame. Junger Herr Yutaro lo esperaba. – y comenzó a caminar seguida de Sanosuke.
Primero atravesaron un gran hall con unas enormes escaleras de mármol frente a las puertas de entrada y con puertas normales, pero occidentales, a los lados. La anciana subió las escaleras y tomo el pasillo de la izquierda, que tenía más puertas. Se detuvo frente a la tercera de la derecha.
- Pase. – y abrió la puerta para que Sanosuke entrara y así lo hizo el luchador.
Otra habitación enorme, repleta de libros en todas las paredes y sobre casi todos los muebles. Una chimenea en la que crepitaba un pequeño fuego y frente a ella, un chico rubio no más alto que Sanosuke.
La puerta se cerró y el rubio frente a la chimenea se giró apenas. Sus ojos océano se encontraron de inmediato con sus pares caoba. Sanosuke sonrió.
- Tanto tiempo¿ne Yu-kun? – lo saludó levantando la mano derecha.
El chico terminó de girarse y se mantuvo en silencio durante varios segundos, solo observando al hombre frente a él. Finalmente, una sonrisa jugó en sus labios y corrió hasta Sanosuke para abrazarlo.
- Aa... tanto tiempo Sano-kun. – respondió aferrándose a la cintura del mayor.
- Oi, no te emociones tanto. – le recriminó en tono de broma, revolviendo los mechones dorados con una mano.
- Pensé que Schized no te iba a poder encontrar y que iba a tener que buscarte yo. – agregó el rubio sonriendo, conduciendo al luchador a un asiento frente al fuego.
- Ju. Me encontró de pura casualidad... Creo que fue el destino. – dijo mirando el fuego un segundo. Su sonrisa desapareció.
Yutaro, que aguardaba de pie frente a él, se quedó en silencio, esperando al parecer, que el luchador dijera algo. Como Sanosuke no dijo nada, fue el rubio el que habló.
- Entonces... Es verdad. – dijo en tono bajo. Su mirada océano perdió casi todo su brillo – Es verdad... Lo de Yahiko. -
- Aa... Supongo que recibiste la carta de Megumi... -
- Ja... No... No sabía que tenía la primera hasta recibir la segunda esta mañana... – explicó a modo de disculpa, pero se encontró con que Sanosuke lo miraba extrañado.
- ¿La segunda? – dudó el luchador - ¿Kitsune-san te envió otra carta? -
El rubio asintió despacio y al notar lo preocupada que sonó la voz de Sanosuke y al recordar que Megumi le avisó de su partida en la segunda carta, dedujo que el morocho no sabía que la situación de Yahiko había empeorado.
- Sa—Sanosuke... – lo llamó.
- ¿Nani? - el luchador se preparó inconscientemente para escuchar malas noticias: el rubio nunca lo llamaba por su nombre completo.
- Yahiko... Empeoró. – dijo rápido.
- ¿Cómo? – inquirió Sanosuke, apretando los apoyabrazos del sillón con las manos.
- Por lo que me dijo Megumi... Desarrollo escaras en las articulaciones de su cuerpo... – comenzó despacio desviando la mirada hacia el fuego. Le dolía ver al luchador a los ojos.
- Es grave¿ne? -
- Megumi dijo que comenzaron a tratarlas con yodo, y esta bien para empezar, pero... no será suficiente. – aseguró el rubio.
Los dos se mantuvieron en silencio largo rato hasta que Sanosuke se puso de pie, camino hasta Yutaro y tomándolo de los hombros, se arrodillo frente a él y mirándolo a los ojos, le dijo:
- Yu-kun... Vos podes curarlo. Lo sé. – unas lágrimas amenazaron con abandonar sus ventanas café. Dejó los brazos de Yutaro e inclinándose totalmente en el piso, musitó abandonando todo orgullo: - Onegai Yutaro... Volve conmigo a Tokyo y cura a Yahiko... Onegai... Te lo suplico. -
Los ojos océano no pudieron abrirse más de la impresión. ¿Sanosuke le estaba rogando¿A él¿Porqué lo hacía? Él era la última persona de las que conocía que tomaría esa clase de actitud. ¿Porqué lo hacía?
- Sa... Sano-kun... ¿Porqué...? – intentó preguntar, mientras se arrodillaba junto a él y levantaba el rostro moreno, surcado de lágrimas.
Sanosuke mantuvo el silencio unos minutos y por fin respondió que Yahiko era lo más importante para él, incluso más importante que su orgullo; más importante que su cuerpo; más importante que su vida.
- Entonces... Iré contigo a Tokyo... – respondió Yutaro con una sonrisa un poco amarga – Por que para mí, Yahiko significa eso... Y muchísimo más. -
Capitulo diez
MÁS QUE EL ORGULLO
- OWARI -
"Rurouni Kenshin" © Watsuki Nobuhiro, 1996
"Hasta el fin del mundo" © Emiko Mihara, 2005/06
