Actualización 2021.
Me parece que Reinforce representa el poder, la fuerza y la oscuridad de una forma atípicamente profunda para un anime. Y pese a ello, no tiene una esencia inherentemente mala, sino como ella misma lo dice en algún momento, fue corrompida. Tal vez por eso tuvieron que desaparecerla del resto de la serie. "La Voluntad del Libro de la Oscuridad". Aplica muy bien porque en realidad nunca fue derrotada. Ella decide, por pura fuerza de voluntad, detenerse por lealtad, amor, convicción...a Hayate.
Por ello, este fic, es un Spin-Off que retoma dentro del "Legadoverse" al personaje de Rein, inspirada en la Reinforce original.
Este fic no tiene NanoFate. Es la historia de Rein tal y como vino a mi conforme desarrollaba "El Legado" y posteriormente "La Sombra" y el tema va a ser un poco oscuro. Nos acompañarán en capítulos posteriores Hayate y algunos otros personajes invitados.
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ADVERTENCIA: Este fic está inspirado en MSLN, y está clasificado M, por contenidos y situaciones que pueden ser muy fuertes y/o violentas para algunos lectores; así como escenas íntimas de carácter sexual. Estas escenas pueden ser femslash, F/F o F/M. Se recomienda la discreción del lector. Si este tipo de contenido no es de su agrado, por favor no lo lean.
DISCLAIMER: Los personajes de Magical Girl Lyrical Nanoha no me pertenecen y son propiedad de sus respectivos autores. Todas las situaciones y personajes presentados en esta historia son ficticios, cualquier parecido con situaciones o personajes reales, históricos o presentes, no es en absoluto intencional.
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"La Muerte Súbita"
por Aleksei Volken
Capítulo 1. La Muerte Blanca.
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"The world was originally created from a strange mixture of fire and ice."
Myths of The Norsemen - From the Eddas and Sagas.
"El mundo fue creado originalmente a partir de una extraña mezcla de fuego y hielo".
Mitos de los Escandinavos: de las Eddas y las Sagas.
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"Uno debe morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo." Friedrich Nietzsche.
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La muerte llega rápido a menos cincuenta grados Celsius.
Rein había conocido la rapidez de la muerte y la fragilidad de la vida, desde que tenía memoria.
Mientras trastabillaba, hundiéndose en la nieve, jadeando a través del bosque congelado y la oscuridad, no podía ver ni siquiera su aliento formando volutas de vapor alrededor suyo. Tampoco podía sentir ya sus manos, ni la piel de sus pómulos y sus labios, cuarteándose ante el embate del viento helado.
Con cada jadeo, el aire helado hacía que sus pulmones ardieran.
No podía sentir nada.
Ni siquiera sabía que era lo que hacía que siguiera corriendo.
Ya no tenía ninguna razón para vivir.
Y sin embargo...seguía moviéndose, a mitad de la nada, de la noche y la oscuridad.
Ella sabía que cuando cayera, no podría levantarse más.
Y todo habría terminado.
En el pequeño pueblo minero, aledaño a la pequeña ciudad de Norilsk, todos celebraban el último día del año. Todavía estaban en la "larga noche" del invierno y al día siguiente habría cumplido ocho años.
Era el último día del año y mientras se desplomaba finalmente sobre la nieve, Rein tuvo la certeza de que ese sería el último día de su vida.
En medio del silencio de la noche, ya solo se escuchaba el suave crepitar de la nieve en los árboles, como pasos acercándose lentamente.
Rein cerró los ojos y dejó que la misericordiosa dama blanca la acogiera en sus brazos.
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La vida de Rein había empezado en el norte y el frío extremo.
Norilsk, en la Unión de Repúblicas Yuktobanas.
Toda la vida en la Unión de Repúblicas era dura, pero en las zonas alejadas a las grandes urbes, lo era aún más. Norilsk, era una de las zonas pobladas más septentrionales del planeta, que había sido bendecida con ricos insumos minerales; los depósitos de níquel más grandes del mundo, así como cobre, cobalto, platino, paladio y carbón.
Pero todo viene con un precio.
La providencia había puesto toda esa riqueza a disposición de la revolución Yuktobana, en una zona donde la temperatura en invierno podía bajar hasta los menos cincuenta grados Celsius y una sola noche, podía durar cuarenta y cinco días.
Muy pocos espíritus aguantaban esas condiciones.
Al principio solo lo hacían los que se encontraban en una situación peor en cualquier otro lugar.
El abuelo de Rein, Raynard Von Krafft, llegó desde muy joven a la ciudad atraído por la creciente industria minera después de desertar del ejército tras la cruenta revolución causada por la creación de la Unión de Repúblicas. Raynard, de temperamento colérico, había asesinado a su oficial superior y no tenía muchas otras alternativas, más que alejarse lo más posible de las grandes ciudades y aprovechar las oportunidades que fueran.
Hizo de su vida como minero su tradición familiar y cuando sus hijos siguieron sus pasos como mineros, finalmente se sintió en paz.
Sin embargo, Norilsk ofrecía solo dos opciones. O la dura vida como minero, bajo tierra. O tal vez, la aún más dura vida en la industria metalúrgica local.
Dentro de sus limitaciones, todo habría podido ir muy bien.
Raynard hijo, su primogénito, siempre deseó algo más. Por eso se aseguró de conseguirse una muchacha de "buena familia", una que tenía contactos con los jefes que le habría permitido ascender y obtener el sitio que verdaderamente merecía alguien con su talento.
Zelma Nóvikova era la hija menor de una de las familias propietarias de la metalúrgica local mas grande, Norilsk-Металлургический. Su familia tenía contactos y relaciones en la gran capital, Cinigrad. Raynard, ya se veía como un gran ejecutivo en un elegante despacho y se aseguró de que Zelma estuviera embarazada muy pronto.
Con lo que no contaba, era que el padre de Zelma, furioso, la desheredara por deshonrar su ilustre apellido y la echara, de la casa y de la familia.
Raynard fue despedido de la fábrica de níquel y su padre tuvo que mendigar un humilde puesto de minero para él...Nuevamente…
Era una ciudad demasiado pequeña para que ese tipo de cosas quedaran en secreto. Todos supieron de su atrevimiento al pretender a Zelma y el castigo que ella había recibido por semejante afrenta.
Raynard padre, forzó a su hijo a hacerse responsable de la chica y el bebé por venir. Él la había escogido y debía cumplir. Poco antes de que el bebé naciera, en el otoño del año 2011, se casaron y se fueron a vivir a una pequeña casa, no en las afueras de la ciudad, sino en las afueras de Vostok, el pequeño pueblo minero inmediatamente aledaño a Norilsk.
Raynard hijo, seguro de que cuando tuviera a un hijo varón, su "suegro" ya no seguiría tan enojado, aceptó y aguantó las duras condiciones del trabajo y de vida mes tras mes. Incluso tenía ya el nombre del niño, el heredero que le abriría todas las puertas...Reinhold.
El primer día del año 2012, Zelma dió a luz.
Una niña.
La bebé tenía el fino cabello rubio tan claro que era practicamente blanco y sus ojos eran de color carmesí.
La vieja partera del pueblo se asustó tanto que incluso llamó a uno de los chamanes para que bendijera a la criatura.
− Has sido tocada por la oscuridad,− susurró la vieja con un dejo de miedo al oído a Zelma, entregándole a la criatura envuelta en una manta casi deshecha para después salir corriendo de la pequeña y desvencijada casa.
Vanos fueron los intentos de Zelma para convencer a su esposo y a la familia de su esposo, rubios y de ojos azules, que su familia materna tenía esas trazas genéticas.
Raynard estaba furioso y acusó a su, ahora esposa, de haberlo engañado desde el principio.
Ningún yuktobano tenía ojos rojos.
− X −
El primer recuerdo de Rein fue el color blanco.
Inmensas e interminables extensiones de blanco. Blanco brillante. Opaco. Denso. Duro. Blando. Humeante. Cortante. Un blanco infinito pero sobre todo, silencioso.
En medio de ese silencio, los sonidos se convertían en un lenguaje de vida o muerte. Ya sea caminando sobre el hielo en el agua congelada o en la montaña, o incluso en el bosque que rodeaba al poblado y a donde tenía que ir por leña. O lo que se necesitara.
A ella le gustaba mirar ese blanco extremo en las noches. No importaba si eran noches con o sin lunas. Cada noche bajo la capa infinita de la nieve era diferente y especial. Casi parecía otro mundo. Y también descubrió que todos le temían a ese mundo de blanco, frío y oscuridad.
El segundo fue el odio.
Al principio no sabía qué era eso que brillaba en la mirada de su padre, de sus vecinos adultos o niños e incluso, de completos desconocidos. Siempre la habían mirado así y su madre era la única que la miraba de forma diferente.
Muy pronto, sin embargo, descubrió que "eso" se llamaba "odio" y era algo que se sentía.
− ¡Te odio! ¡Mi mamá dice que eres una bruja!,− le había gritado una niña que la miraba con desprecio la primera vez que escuchó la palabra.
Después le preguntó a su madre qué significaba odiar. Ella no le había hecho nada a esa niña; era su primer dia de escuela en la vida.
− El odio es una forma de miedo, Rein,...las personas débiles tienden a odiar aquello que temen y el temor se nutre de la ignorancia. Aquellos que odian, le temen profundamente a lo que no conocen.
Su madre le había explicado eso y muchas cosas más con mirada amorosa.
Rein omitió preguntar porque su padre la miraba también de esa forma aunque no dijera las palabras.
Durante un tiempo muy corto, su padre no la odió tanto.
Mientras su madre estaba encinta esperando a su hermanito. Ese fue el único momento en la vida en que Rein recordaba que su padre no se había portado hosco y distante con ella. Casi parecía feliz.
Cuando el día llegó, no la dejaron permanecer en la habitación. Una partera de otro pueblo tuvo que desplazarse hasta Norilsk para asistirla, ya que ninguna partera local quiso atender a su madre.
Ese fue el día en que las cosas comenzaron a ir realmente mal.
Era verano y Rein pudo esperar afuera de la vivienda hasta que se escuchó el llanto del bebé. El bebé todavía lloraba cuando se escuchó un portazo que cimbró toda la casa y desde su escondite, vió a su padre alejarse bufando y maldiciendo hacia el cielo.
Hasta un rato después, cuando ya no escuchó ningún llanto y su padre no regresó, se atrevió a entrar a la casa. Su madre estaba recostada con un pequeño bulto en sus brazos. Fue la primera vez que vió un bebé de cerca.
Y se enteró que ahora tenía una hermanita.
Al principio Rein se alegró. Si era su hermana y crecía conociéndola, tal vez no la odiaría.
Zelma, la madre de Rein se había permitido tener un poco de esperanza con su segundo embarazo. Tal vez si Raynard tuviera el hijo que tanto deseaba…
Pero al parecer la poderosa maldición de su padre sobre ella y toda su descendencia, sería eterna.
Había dado a luz a una niña nuevamente. Una que era idéntica a Rein.
Zelma trató de no llorar cuando su hija mayor se aproximó cautelosamente para verlas. Sin embargo, no pudo evitar hacerlo silenciosamente, al abrazar estrechamente a sus dos hijas.
Durante largo rato solo estuvieron así hasta que Rein misma, la sacó de sus cavilaciones con su pequeña voz, serena pero decidida.
− No te preocupes mamá...yo la protegeré...
Después de eso, Zelma lloró con más fuerza mientras pensaba con desesperación que podía hacer. No podía quedarse con Raynard. No podía regresar con su familia porque ya lo había intentado, incluso antes de su segundo embarazo. Su familia la aceptaría de regreso, solamente si abandonaba a su hija. Jamás aceptarían la descendencia del "maldito", como su padre llamaba a Raynard.
No tenía a nadie, no tenía nada y no podía ir a ningún lado.
Lo único que tenía eran dos hijas, a quienes todas esas personas, en su profunda ignorancia, veían como una maldición.
Los pocos días cálidos del verano estaban a punto de terminar e incluso antes de que llegara el otoño, internarse en el bosque podía ser mortal. Estaban a varios kilómetros del poblado más cercano donde tampoco tenía nada, ni a nadie.
Zelma luchó por tranquilizarse y se prometió ganar tiempo. Se prometió a sí misma que protegería a sus hijas hasta que la pequeña Armieren creciera un poco y entonces, escaparía. Rein era fuerte y decidida pese a su corta edad. "Solo un poco más", se prometió a sí misma.
− Se que lo harás,− dijo Zelma acariciando el hermoso cabello plateado de Rein.
Rein siempre tuvo la certeza de que su madre no la odiaba.
No supo cómo se llamaba lo que su madre sentía por ella hasta mucho después. Primero lo sintió y después supo su nombre. Cada vez que veía a su pequeña hermana lo sentía y era igual a lo que sentía cuando miraba a su madre, esforzándose al máximo por cuidarlas y protegerlas ante todo y ante todos, incluso de su propio padre.
Era una certeza inamovible en el centro de su pecho. Cálida pese a cualquier adversidad.
Una certeza de la que jamás dudó ni un segundo.
Ni siquiera cuando su madre desapareció de un día para otro, sin ninguna explicación, sin ningún aviso, cuando ella tenía cinco años y Armi poco más de dos.
Su padre vociferó durante varios días después de eso, borracho, que Zelma lo había abandonado para regresar a su riqueza, a su buena vida de lujos tras endilgarle dos maldiciones. Ella era la única culpable de todo y por si eso fuera poco, ahora lo había abandonado.
Rein jamás lo creyó.
− X −
Después del abandono de su madre y durante los casi tres años siguientes, Rein encontró la manera de sobrevivir.
Hasta ese momento se dio cuenta de cuánto la había protegido su madre. Ahora que Zelma ya no estaba, el objetivo de la furia y la violencia de Raynard, era Rein.
Aprendió a leer las señales como había aprendido a leer el silencio en la nieve y el hielo.
Hacía lo que fuera necesario para garantizar la seguridad de su hermana menor. Su propia seguridad, solo importaba para ese único objetivo.
Vivía al día.
Cada amanecer su único objetivo era llegar al anochecer, e incluso cuando dormía estaba siempre alerta a cada movimiento y a cada sonido. Cada día, cada mañana enfrentaba una batalla contra una fuerza que pesaba cinco veces más que ella, le sacaba más de un metro de altura y le llevaba más de veinticinco años.
Le costaba trabajo pensar en él como "padre." Cuando hablaba con Armi, se refería solamente a "Él" y solo cuando era estrictamente indispensable.
Rein siempre le hablaba suavemente y con una leve sonrisa a Armi. Su hermana menor, con una sabiduría inexplicable para haber crecido sin su madre, siempre obedecía lo que su hermana mayor le pedía y cuando regresaba, ayudaba a Rein a limpiar y atender cualquier herida que tuviera. Casi como si fuera un juego.
Aunque un día, mientras limpiaba una herida particularmente fea en el pómulo de Rein, con voz serena y neutral, simplemente dijo, − Algún día serás más fuerte que él…
Rein nunca había pensado en eso.
Hacía mucho que ya no iba a la escuela y a nadie le importaba. Armi nunca había asistido, ni había convivido con otros niños. A nadie tampoco, le importaba el estado de abandono de las dos niñas y el evidente maltrato físico en Rein. Nadie intervenía, ni decía una palabra.
Nadie, ni los maestros, ni el sacerdote… y mucho menos la familia de Raynard.
Todos sin embargo, eran muy amables y amigables con él.
Al menos cuando Raynard no estaba en la casa, ellas podían estar tranquilas. Desde hacía algunos meses atrás, un par de amigos suyos de la mina, solían acompañarlo algunas noches a la casa y bebían hasta el amanecer.
Rein se escondía con Armi y se mantenían lo más alejadas posibles de ellos.
Aunque no siempre era posible.
A veces Raynard le ordenaba a Rein traerles alguna cosa, o limpiar… o simplemente disfrutaba golpeándola frente a ellos.
− Son peor que animales,− decía Raynard, − De un animal al menos podría sacar alguna ganancia...en cambio con ellas, tengo que dejarme el lomo trabajando, para nada.
Entonces un día, uno de ellos, el más joven...Misha... tuvo una "gran" idea.
−Yo creo que podríamos obtener alguna ganancia Ray… Conozco a alguien…
Para las dos niñas, todos los días eran iguales. Tanto en la rutina como en el peligro. Para Rein, la única importancia del paso del tiempo eran las medidas que tenían que tomar para protegerse. Desde mediados del décimo mes del año, empezaba a nevar. Y a partir de entonces, no se detenía casi por seis meses.
La nieve sin embargo, no era lo peor.
Lo peor era que todo se congelaba.
El suelo, el agua, la comida y todo lo viviente...incluso el aire.
Casi jugando, se las ingeniaron desde pequeña para usar las pocas ropas que tenían y aquellas que su madre no se había llevado, para protegerse durante el invierno. Rein usaba las pocas monedas que su padre le arrojaba para conseguir comida y obtenía lo demás de donde podía, cómo podía.
Pese a todo, Armi había cumplido ya cinco años y ella tendría ocho en algunos días. Tal vez el siguiente verano podrían arriesgarse a huir.
A veces durante las noches claras, Rein se escabullia silenciosamente para mirar las estrellas. En muchos lugares, algunos de ellos muy lejanos, podían ver esas mismas estrellas que ella veían. Ella se imaginaba que había una vida diferente en otro lugar. Se imaginaba que era posible, aun sin importar el precio que ella tuviera que pagar.
Para el momento en que todo se desencadenó, estaban ya en pleno invierno con varios grados bajo cero, la "larga noche" había empezado y el día sería igual que la noche durante casi cincuenta días más.
Cuando Rein se dió cuenta de que algo estaba muy mal, MUCHO más mal de lo habitual, era ya demasiado tarde.
A diferencia de todos los días que Raynard desaparecía durante todo el día. Esa mañana había salido muy temprano para después regresar, acompañado por Misha y otro hombre que Rein nunca había visto. El desconocido llamó poderosamente su atención porque a diferencia de su padre y su amigo, vestía ropas elegantes y pulcras; incluso su calzado era impecable.
Rein hizo lo que siempre hacía, corrió con Armi hasta el cuartucho que usaban como habitación y se escondieron.
Raynard la llamó.
− Una bruja,− dijo Raynard cuando Rein delgadísima y larguirucha estuvo de pie frente a ellos. El hombre elegante la miraba con detenimiento y un poco de asombro, − Una bruja de cabello blanco y ojos rojos.
Raynard tomó a Rein violentamente del cabello y la arrastró dolorosamente hasta una lámpara raquítica para que el desconocido viera, bajo la pálida luz, sus rasgos. Durante la "larga noche" del invierno polar no había luz del sol, a ninguna hora del día. Dentro de la casucha, esa poca luz era lo único que tenían.
− Rojo sangre,− fue lo único que dijo el desconocido con una sonrisa que heló la sangre de Rein como nunca lo había hecho el clima inclemente de Vostok.
En ese momento se escuchó un grito desde la habitación y Rein recordó que Raynard no había llegado solo y se rebatió para soltarse de su férreo agarre e ir por su hermana.
− Y tengo dos…,− dijo Raynard golpeando violentamente a Rein mientras Misha arrastraba a Armi hasta ellos también debatiéndose entre las manos del hombre, − Y ambas son salvajes como puede ver...señor Uryuu…
El hombre sonrió.
Rein logró liberarse lo suficiente para morder salvajemente el brazo de Raynard hasta que la soltó y trató de correr hasta donde Misha zarandeaba su hermana. Un pandemonium se desató hasta que Raynard, con el brazo sangrante y ayuda de Misha, golpearon y patearon a Rein hasta dejarla casi inconsciente tirada en el suelo. Armi no tardó en ser igualmente sometida.
− Ara...Kraftt-san, no pagaré por la mercancía si está TAN dañada,− dijo el hombre muy seriamente para horror de Raynard.
− Solo nos aseguramos que no le den problemas, señor Uryuu − se apresuró a decir Misha, − Es una ganga, ¿en qué otro lugar podría encontrar dos brujas como estas?
Ryuunozuke Uryuu observó como Misha introdujo a una atontada Armi en un costal maloliente, cerrándolo por completo.
− ¿Y su madre?... ¿No dará problemas?,− preguntó el hombre mirando a su alrededor con disimulado desprecio.
− Me ocupé de esa bruja maldita hace mucho…
Eso fue lo último que Rein alcanzó a escuchar de la voz de Raynard antes de que Misha le propinara un violento golpe en la cabeza sumiendola en la oscuridad total.
− X −
Cuando despertó le tomó varios segundos darse cuenta de que tenía los ojos abiertos. La oscuridad que la rodeaba era tan absoluta que no podía verse absolutamente nada.
Solo podía sentir el frío que le calaba los huesos y sus miembros entumecidos.
Los recuerdos regresaron lentamente a la aturdida mente de Rein y trató de levantarse.
− Rein…
Era la voz diminuta y aterrorizada de Armi.
− ¡Armi!
Escuchar la voz de su hermana fue suficiente para que la sangre circulara nuevamente por sus venas y un nuevo impulso a levantara. Solo para descubrir que estaba amarrada por el cuello a un poste y que sus manos estaban atadas.
− Él va a regresar Rein...él va a regresar…
Y en efecto, tal como la pequeña Armieren había dicho, rato después una luz amarilla se encendió en una de las esquinas y Rein pudo apreciar que estaban en un sótano. Y que ella estaba en una especie de celda pequeña mientras que Armi estaba amarrada, igual que ella por el cuello, en un poste al centro de una estancia.
El mismo hombre elegante descendió con parsimonia y una sonrisa en los labios y así, con la misma serenidad y sin dejar de sonreír en ningún momento, encendió varias velas, ubicándose en diferentes lugares. Necesitaba que el ambiente de ese día fuera perfecto. Ese era su lugar favorito y esa noche sería la más especial de su vida. Su celebración de fin de año sería única.
Desde luego que estaba feliz y complacido.
El sótano era una mezcla macabra entre calabozo y estudio. Conforme él encendía las velas, Rein podía apreciar los detalles del lugar donde se encontraban aunque nunca había visto tantas cosas desconocidas en su vida. Las paredes, el piso y el techo tenian un acabado tosco, de color gris sin refinar y diferente herramientas y artilugios pendian de las paredes.
El corazón de Rein parecía que iba a explotar en su pecho y por primera vez en su vida, sintió miedo.
Armi se había hecho un ovillo en el piso helado y no se movía, ni emitía ningún sonido.
Eso le había dicho Rein que hiciera cientos de veces cuando se ocultaban de su padre. Escóndete, no hagas ruido, espera. Y la niña, instintivamente lo hacía igual.
Conforme veía al hombre moverse encendiendo las velas y después, una enorme estufa de leña negro que parecía un monstruo hambriento, Rein tuvo la certeza de que ÉL era un monstruo diferente a su padre.
El miedo corría veloz como un lobo en su alma devorando todo a su paso.
Ella estaba amarrada y encerrada en una celda. Y Armi estaba a merced de ese monstruo.
Había visto a sus vecinos vendiendo las crías de sus animales, o a sus animales mismos, en varias ocasiones.
Incluso ella podía entender que eso era lo que su padre había hecho.
Las había vendido. A ella y a su hermana...a ÉL.
Durante esos interminables minutos, Ryuunozuke jamás se dirigió a ellas o siquiera las miró. Era como si ni siquiera estuvieran ahí.
La celda donde Rein se encontraba restringida, ocupaba una de las esquinas del sótano. La estufa monstruosa estaba en la esquina opuesta y su aliento candente ya estaba llegando incluso hasta donde ella se encontraba. En la pared de enfrente estaban las escaleras por donde él había descendido, un enorme mueble de madera con varios gabinetes y libros, dos elegantes sillones rojos y una ornamentada mesa de madera circular y pequeña, el conjunto en general era completamente discordante con el resto del ambiente.
Al centro mismo del espacio estaba el poste de madera donde Armi estaba amarrada. Con la iluminación, Rein notó que el piso de cemento desnudo alrededor de Armi, estaba completamente cubierto de manchas oscuras.
Cuando terminó sus tareas, él se dirigió hasta el mueble y lo abrió sacando una botella, una copa y una especie de estuche de piel largo. Dejó los objetos sobre la mesa y con total calma, se sirvió una copa de vino sin dejar de mirar a Rein en ningún momento.
− Tus ojos son aún más hermosos que el rojo en esta copa,− le dijo después de tomar un largo trago, − Me dará mucho placer ver cómo se transforman bajo mis manos… ¿Tú sabes que la sangre es el ritual de invocación más poderoso?...Tú...ustedes...son el símbolo más poderoso y nunca había tenido a alguien así.
Rein no dijo nada. No entendía del todo lo que el hombre decía. Solo sabía que era muy malo.
− No es fácil encontrar niños y especialmente niñas como ustedes, que realmente sean una ofrenda en la que valga la pena...sumergirse...en todos los aspectos.
Tras decir eso, Ryuunozuke apuró el resto de su copa y comenzó a desvestirse sin dejar de mirar a Armi, temblando en el piso pese a que el cuarto no estaba tan frío desde que se había encendido la estufa.
Cuando terminó de desnudarse se quedó de pie frente a las niñas. Todo él era blanco y pálido, salvo una zona en su brazo derecho que parecía una marca de algún tipo.
Rein gritó con todas su fuerzas cuando él se aproximó a Armi y se dispuso a arrancarle la ropa sin ningún miramiento, ni consideración. Armi dió batalla pero la cuerda, apretando su cuello cada vez más, hacía su imposible batalla aún más desigual.
Hasta que la pequeña estuvo desnuda y encogida en el piso, él se volvió hacia Rein, quien se desgañitaba gritando que fuera por ella, que la tomara a ella y dejara a su hermana.
− Oh… por supuesto que iré contigo pequeña fiera, esta es solo un...aperitivo previo...tu dolor mientras me miras será delicioso...Tu serás el plato fuerte...y después, me purificaré con tu sangre...
Él contempló a Armi con una sonrisa, disfrutando del terror en los ojos de la niña cuando comenzó a inclinarse sobre ella.
Rein había escuchado al sacerdote del pueblo hablar en alguna ocasión acerca de Dios, el cielo y el infierno. Nada de lo que había escuchado se acercaba ni remotamente, al infierno que ella vivió todo el tiempo que a Ryuunozuke le tomó someter y violar brutalmente a su hermana pequeña.
Ese infierno sin embargo, no fue nada comparado a lo que sintió cuando él se puso de pie, se aproximó a la mesa y sacó dos largos cuchillos brillantes.
Rein no podía gritar más y tampoco podía apartar la mirada del horror frente a ella.
Él no acuchilló a su hermana como pensó al principio que lo haría cuando vió los cuchillos.
Para horror de Rein, él la desmembró de forma lenta y segura hasta que los alaridos de dolor de Armi se transformaron en gemidos y finalmente, se detuvieron abruptamente.
Aún así, él siguió cortando.
Hacía rato que Rein no gritaba, ni lloraba más. Estaba solo con la espalda apoyada en el poste de madera, pasmada y aterida.
Tal y como le había dicho, eso había sido solo el aperitivo para él.
Cuando estuvo satisfecho, desnudo y ensangrentado, tomó el atizador de leña de la estufa, un hierro largo y oscuro con una punta pronunciada y se acercó con paso lento a la celda.
− Finalmente es tu turno hermosa, creo que contigo no terminaré tan rápido.
Rein no se movió, no hizo ningún sonido, ni levantó la mirada. Estaba tan quieta que parecía que casi ni respiraba.
Él se enojó un poco. Le gustaba que vociferaran, que lloraran y suplicaran...que aullaran de rabia y dolor. El silencio lo disgustaba. Ese era el peor insulto.
Ante la inmovilidad de Rein, golpeó repentina y violentamente los barrotes de la celda.
Rein no se movió. Ni siquiera el más leve sobresalto.
Frustrado con la indiferencia de la niña, abrió la reja con impaciencia y entró para tomar violentamente a Rein por el cabello, obligándola dolorosamente a levantar la cabeza.
El cuerpo de Rein se movió de acuerdo a sus acciones pero su mirada se mantuvo perdida y sus músculos laxos. Ni un sonido salió de sus labios, ni opuso ninguna resistencia cuando él la zarandeó con violencia. La niña ni siquiera parpadeó cuando él golpeó con el atizador de hierro el poste de madera donde ella estaba sujeta, a centímetros de su cara.
Rein parecía muerta en vida.
Gruñendo de impotencia, la abofeteó violentamente varias veces.
Eso no le gustaba para nada. Tener una muñeca sin voluntad no le interesaba en lo más mínimo...Necesitaba la mirada anhelante y angustiada de una niña aterrada, gritando de dolor.
Ese silencio era insoportable.
Esa maldita no arruinaría su noche de esa forma
Utilizando uno de sus cuchillos ensangrentados, cortó las ataduras de Rein.
Él se esperaba que ella lo atacara en ese momento pero la niña no se movió.
Cada vez más furioso, alternaba golpes mientras le arrancaba la ropa a Rein, hasta que ella también yacía desnuda en el piso, inerte.
Desafortunadamente para él, la absoluta falta de respuesta, la ausencia de terror y desesperación de la niña, no lo excitaba. Su miembro colgaba flácido como carne muerta entre sus piernas y eso lo ponía cada vez más frenético.
Jadeando de rabia, en un último y desesperado intento, tomó el atizador y se aproximó tanto al rostro de Rein, que su saliva la salpicaba al tiempo que a gritos, le describía cómo la violaría con él si no "cooperaba".
La terrible mirada rojo sangre de Rein fue lo último que vio en su vida.
Los pulgares de Rein se enterraron profundamente en sus ojos, haciéndolos estallar con el impacto, al tiempo que lo empujaba con fiereza, con toda la fuerza de un sentimiento que hasta mucho después reconoció como odio, descarnado y total.
Mientras Ryuunozuke gritaba y la maldecía, Rein tomó el atizador de hierro y lo golpeó en la cabeza varias veces sin parar, hasta que esta se convirtió en una masa, informe y sanguinolenta en el piso de cemento.
Extrañamente, Rein no gritó, ni gruño, ni maldijo mientras destrozaba la cabeza de Ryuunozuke y después su torso. Ella sabía que estaba muerto pero no podía parar.
Se detuvo hasta que recordó cómo fue que habían llegado a sus manos.
Con un rostro totalmente inexpresivo y terrible, sin soltar el ensangrentado atizador de hierro, Rein salió de la celda y se detuvo unos momentos junto al cuerpo desmembrado de Armi que él había dejado tirado alrededor del poste.
"Eso" ya no era más su hermana.
Y él iba a pagar por ello.
− X −
En la vivienda, que Rein descubrió era una gran casa de tres niveles, encontró mucha ropa de niños y tomó lo que necesitaría para salir y sobrevivir lo suficiente. No tenía ninguna expectativa, solo necesitaba llegar a él. Afuera estaba helando y las ráfagas de viento anunciaban la llegada de "Yuzhak", el terrible y peligroso viento polar que arrasaba con todo a su paso.
No supo cuánto tiempo le tomó caminar desde la casa de Ryuunozuke hasta la que había sido su casa, en las afueras de la población.
Durante todo el camino, escondió el atizador en un saco largo y abrigador que encontró junto con los sueteres, gorra, bufanda y guantes que llevaba. Incluso había encontrado unas botas. Ella jamás había tenido unas ropas como esas y le parecía bien que sirvieran para sus fines.
Cuando finalmente llegó a la casucha, las luces estaban prendidas y un gran alboroto se escuchaba adentro.
Raynard con sus amigos de la mina, celebraban con alcohol y unas chicas, el golpe de suerte que habían tenido ese día. Las conversaciones a gritos y las carcajadas se escuchaban hasta donde Rein se encontraba.
Ella esperó.
Tarde o temprano, él saldría.
En ese clima, el baño no se encontraba dentro de la casa, ya que todas las tuberías se congelaban. La única forma era con una letrina seca que siempre se construía separada de la vivienda principal.
Rein tomó su posición y esperó por lo que parecieron horas hasta que ÉL, finalmente salió.
Aún de camino a la letrina, iba gritando a sus amigos que ese era el mejor cierre de año de su vida. Nunca se había sentido tan libre y feliz. Finalmente, se había vengado de la bruja de su mujer por arruinar su vida.
Raynard entró a la letrina solo con una lámpara de aceite en la mano. También era casi imposible poner una instalación eléctrica.
Reín esperó unos segundos antes de acercarse y abrir la puerta. Raynard, acuclillado en la letrina, la miró con ojos desorbitados y antes de que pudiera salir de su asombro, gritar o moverse, le clavó el atizador profundamente en el cuello, hasta atravesarlo.
Mientras la sangre manaba a borbotones del cuello de Raynard y se desplomaba en el piso, Rein tomó la lámpara de aceite y se la tiró encima. No demoró mucho antes de que la madera de la construcción ardiera junto con su ocupante. Raynard habría gritado si hubiera podido. Si el atizador no le hubiera destrozado la garganta.
Misha, su gran amigo, salió corriendo en su ayuda al ver el fuego desde la casa y no reconoció a Rein hasta que sus ojos se encontraron y la niña lo golpeó violentamente en el rostro con el atizador.
Viendo que más personas salían de la casa de Raynard e incluso de otras casas vecinas, atraídas por el fuego y la conmoción, Rein corrió hacía el bosque lo más rápido que sus piernas le permitían y aun tuvo tiempo de escuchar los gritos de Misha.
− ¡La bruja! ¡La bruja asesinó a Raynard!
En el tramo de terreno descampado que precedía el macizo del bosque, "Yuzhak" se sentía con toda su fuerza implacable. Rein aun escuchaba a los hombres, a los vecinos de su padre gritar que trajeran a los perros y fueran tras ella.
Ella no quería escapar, sabía que sus posibilidades en la "larga noche" dentro del bosque eran nulas.
Lo que no quería era terminar en sus manos.
Quería llegar a un sitio donde el silencio fuera absoluto, donde la muerte blanca las tomara, a ella y a Armi en sus brazos fríos suave y letalmente.
Quería llegar a un sitio donde pudiera cerrar los ojos y no abrirlos más.
No supo por cuánto tiempo corrió. Ni siquiera se dio cuenta cuando el descampado se convirtió en bosque y los árboles la cobijaron del implacable viento polar.
Solo tuvo la vaga conciencia de que ya no podía caminar más cuando su cara se hundió en la nieve.
Cuando cerró los ojos, se preguntó si sería cierto que vería a su madre y su hermana.
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La muerte puede ser una maldición o una bendición.
La muerte blanca era implacable pero su llegada era suave como un sueño. Y así te llevaba. Cuando te dabas cuenta, ya estabas muerto.
Rein no supo jamás si había sido un sueño, si lo había imaginado o si realmente las cosas habían sucedido como recordaba en esos breves flashazos de conciencia.
Algo la había arrancado de la nieve y la llevaba, como a un bulto internándose más y más en el bosque.
Nieve y oscuridad. Sombras fantasmales y densas.
Rein hubiera llorado si hubiera podido.
La bendición de la muerte blanca no había llegado a tiempo.
Vostok-Norilsk, Región Septentrional de la Unión de Repúblicas Yuktobanas, Día 31, Doceavo Mes, 2019. 23:45 hrs.
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