Actualización 2021.
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ADVERTENCIA: Este fic está inspirado en MSLN, y está clasificado M, por contenidos y situaciones que pueden ser muy fuertes y/o violentas para algunos lectores; así como escenas íntimas de carácter sexual. Estas escenas pueden ser femslash, F/F o F/M. Se recomienda la discreción del lector. Si este tipo de contenido no es de su agrado, por favor no lo lean.
DISCLAIMER: Los personajes de Magical Girl Lyrical Nanoha no me pertenecen y son propiedad de sus respectivos autores. Todas las situaciones y personajes presentados en esta historia son ficticios, cualquier parecido con situaciones o personajes reales, históricos o presentes, no es en absoluto intencional.|
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"La Muerte Súbita"
por Aleksei Volken
Capítulo 2. La Muerte Silenciosa
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"Feliz el que ha muerto antes de desear la muerte."
Rosamond Lehmann.
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Abrió los ojos para encontrarse con el azul más profundo, brillante y… azul ...que había visto en toda su vida.
Hasta ese momento, Rein podía recordar solamente dos colores: infinito de la nieve, y el gris; el gris en todas las variedades imaginables que lo cubría todo cuando no había nieve.
Tal vez por eso le gustaba tanto ir al bosque.
Ahí había colores.
Pero nada como ese azul…
Entonces, comenzó a recordar.
El último color grabado en su memoria era el rojo. El rojo de la sangre y el fuego.
Y finalmente el negro total y absoluto de la oscuridad.
Durante los primeros segundos, Rein casi pensó que realmente estaba muerta. Lo esperaba. Lo había deseado como nunca había deseado en su vida. Sin embargo, conforme fue recuperando conciencia de su cuerpo, de sus miembros, de su piel, de su respiración y del palpitar inconfundible de su corazón, se dio cuenta de que no era una pesadilla.
Realmente estaba viva.
Hasta ese momento, tomó conciencia de que el azul que veía, era el cielo visto a través un cristal prístino y se percató que se encontraba en algún lugar en penumbras.
− Tómalo con calma,− dijo una profunda voz masculina en yuktobano pero con un extraño acento.
El sonido repentino la hizo saltar y se encogió en su posición, agazapándose instintivamente como un animal acorralado, listo para atacar.
Hasta ese momento se dio cuenta que había estado recostada en una sencilla pero cómoda colchoneta en el piso, que estaba cubierta por una ligera sábana… y que estaba desnuda.
Inconscientemente, se encogió un poco más y se preparó conscientemente para luchar.
Su mirada se dirigió al punto en la habitación de donde había escuchado la voz.
El propietario de la voz, que parecía estar sentado en el suelo, se puso de pie lentamente revelando una figura altísima y robusta.
Con movimientos lentos, él avanzó hasta la ventana y abrió ligeramente las persianas para permitir que entrara más luz.
Hasta ese momento Rein pudo apreciar que estaban rodeados por un bosque muy diferente al que ella conocía y que el día era luminoso.
"La larga noche," fue lo primero que pensó desconcertada, mirando al hombre con cautela; él se había dado la vuelta y desde su lugar, solamente la observaba. No parecía agresivo pero ella reconocía instintivamente el peligro cuando lo veía.
Él era alto, musculoso y su rostro, anguloso y de facciones muy diferentes a las de los hombres que ella había conocido hasta ese día, no reflejaba ninguna piedad.
Sin embargo, tampoco emanaba ninguna otra emoción.
Vestía ropas que resultaban completamente ajenas y poco familiares para ella, como una especie de toga larga y cruzada, con mangas anchas.
Solo con verlo, Rein no podía saber si iba a atacarla o a ayudarla. No podía percibir nada proviniendo de él.
Finalmente, él habló.
− Has estado inconsciente cinco días,− le dijo con el mismo tono, grave y profundo, pero aséptico y carente de inflexiones emotivas, − Estuviste muy enferma al principio, el médico diagnosticó neumonía, ¿sabes lo que es eso?
Rein solo meneó la cabeza negativamente.
El no hizo ningún gesto.
− Tuve que destruir tu ropa,− continuó él como si nada, − Estaba manchada de sangre y te vinculaba con ellos.
Hablar de eso era lo último que Rein quería y desvió la mirada.
Recordar.
Recordar y sentir a partir de esos recuerdos.
Lo escuchó moverse y nuevamente se puso en alerta.
El cuarto donde se encontraba era amplio, mucho más amplio que el cuarto más grande de la casa maltrecha donde había vivido con su madre y su hermana, pero estaba escasamente amueblado. A parte de la colchoneta donde se encontraba solo había un pequeño buró junto a la colchoneta y una mesa alta junto a la pared de donde el hombre tomó una bandeja.
− Trata de comer algo,− dijo dejando la bandeja junto a su colchón. Después sin decir nada más y sin mirarla siquiera, salió de la habitación.
Rein miró a su alrededor y a la bandeja de comida con desconfianza; su estómago escogió ese momento para rugir como un monstruo hambriento.
Sin dejar de mirar hacia la puerta de la habitación por donde él había salido, se puso de pie cubriéndose con la sábana y se aproximó a la ventana.
Si había estado inconsciente cinco días como él había dicho, la larga noche todavía debía continuar al menos por veinte días más; sin embargo en ese lugar el sol brillaba con lastimante claridad. Ya en la ventana, pudo notar que había nieve en el terreno pero los árboles de ese bosque eran totalmente diferentes a los que ella conocía.
No había larga noche, no había gris y ella no podía apartar la mirada de ese vasto cielo azul profundo.
Cinco días.
Se volvió a mirar la comida y su estómago volvió a rugir.
¿Era una trampa? Él había tenido días o al menos horas para hacer lo que quisiera con ella.
¿La había salvado? No sabía dónde estaba pero estaba segura que no se trataba de Norilsk.
Él no le había dado ninguna explicación, sin embargo parecía saber lo que había pasado...esa noche.
¿Por qué?
Eran demasiadas preguntas.
Y ella tenía demasiada hambre.
El contenido de la bandeja desapareció devorado por Rein en menos de diez minutos.
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Tras su primer encuentro, Rein descubrió que las respuestas a sus preguntas, no eran rápidas. Y mucho menos, simples.
La simplicidad no es sinónimo de simpleza.
Es más, en realidad, casi se podría decir que ambos términos eran opuestos pese a su aparente similitud.
Filosóficamente, la simplicidad es aquella hipótesis o teoría que, científicamente, interpreta lo que es el mundo de forma más sencilla pero exacta, precisa o matemática.
Rein había vivido en la simpleza de la miseria y la violencia, del abuso, toda su vida conocida. Hasta que había culminado en el destino que depara a ese camino casi sin excepción: no solo con un intento más que fehaciente de asesinato, sino con la mayor prueba de desprecio a una vida, la objetizacion total. Ella y su hermana habían sido objetos sin derechos y sin voluntad para su padre y su asesino. Y ni siquiera la muerte había sido simple para ellos.
Su asesino transformaba la muerte en un ritual perverso de despojo y apropiación de sus víctimas, en un largo y agónico proceso de humillación y destrucción.
Mientras que su padre era aún peor.
Él las había despojado de su humanidad y las había matado desde el primer segundo que ELLAS no habían sido lo que ÉL quería; ni su madre, ni su hermana pequeña, ni ella, habían tenido jamás una oportunidad ante el profundo odio de su padre ... en años.
Rein pensó mucho en eso durante los años que siguieron después que despertó a ese profundo azul desconocido; meditó en ello mientras aprendía que la muerte no era solo lo que su asesino y su padre, habían hecho con ellas.
Su entonces, "desconocido salvador" era una hipótesis filosófica de simplicidad ambulante respecto a la muerte.
Duke.
El hombre que había evitado su encuentro con la muerte blanca, respondía al nombre de Duke Togo.
Rein descubrió que ese nombre también significaba muerte de una forma que desconocía en absoluto.
Eso último sin embargo, le tomó muchísimos días, meses en realidad, comprenderlo verdaderamente.
Ese día que despertó, casi literalmente de la muerte, solo supo con certeza que ya no de encontraba en Norilsk, ni siquiera en Yuktobania como los locales solían llamarle a la Unión de Repúblicas; supo que se encontraba en otro país, en uno que ni siquiera sabía que existía y también supo, el nombre del hombre que iba a cambiar su vida para siempre.
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Lo primero que Rein aprendió y bien rápido, fue que nadie la obligaría a quedarse en ese lugar.
El lugar donde estaba era una cabaña en la mitad del bosque. Después descubriría que había un pequeñísimo poblado cercano y una carretera que llevaba a quién sabe dónde. El nombre y el significado del pueblo, así como sus costumbres, las fue aprendiendo con el tiempo.
La cabaña era amplia, sencilla y eficiente. No tenía electricidad pero sí un pequeño generador que producía la necesaria, cuando era necesario.
Rein recordaba con prístina claridad lo primero que Duke le había dicho cuando finalmente, tras mucho meditar, se había decidido a moverse y a salir de la habitación en la que había despertado, envuelta solamente en la sabana que la cubría para indagar un poco más sobre el lugar y su extraño...anfitrión. En ese momento aún no sabía si tendría nuevamente que huir.
O peor...que atacar.
Para su sorpresa, no fue ni una, ni otra.
Él estaba sentado de una forma extraña, que después supo se llamaba "Seiza", en una mesa de baja altura bebiendo de una taza humeante. Y tenía toda la pinta de llevar largo rato haciendo eso mismo.
− Nada sabe de la vida, quien no sabe nada acerca de la muerte,− dijo él primero, luego depositó su taza sobre la mesa y la miró, − Tú eres la primera persona con la que me encuentro que, parece saber demasiado sobre la muerte y nada, sobre la vida... Si deseas aprender...puedes quedarte.
Rein tragó y lo miró por largo rato.
− ¿Aprender qué?,− preguntó con recelo y tono hosco.
Él volvió a tomar su té para beber con extrema calma.
− A matar, desde luego… alguien como tú, nunca aprenderá a vivir de otra manera.
República Federal de Osea, Día 05, Primer Mes, 2020. 10:45 hrs.
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Osea, era un país insular, con una isla principal de gran tamaño, tres islas secundarias modernamente interconectadas con la principal y más de mil islas de tamaño pequeño que completaban todo el conjunto. Geográficamente ya era en sí relevante; pero adicionalmente, la República Federal de Osea era el país de oriente más avanzado del planeta.
Rein aprendió que la cabaña y el bosque nevado donde despertó ese día de su "segundo nacimiento" a la vida, se encontraban en una de las islas secundarias ubicada en el norte de ese país insular. Para Osea, si bien eso significaba frío y nieve, distaba por mucho del invierno de Norilsk y su "larga noche". El invierno más crudo de Osea estaba muy, muy lejos de lo que los habitantes de Norilsk y del norte de Yuktobania, vivían durante el invierno.
Shirakawago.
"El Pueblo del Río Blanco"...o más bien, el extenso bosque y la zona montañosa circundante a esa población, se convirtió en la escuela, el campo de entrenamiento, el refugio y finalmente, en el hogar de Rein durante los siguientes siete años de su vida.
Si algo recordaba de esos primeros días de lo que aún no sabía, sería su "nueva vida", era el silencio.
Ella ya conocía muy bien el silencio de los bosques nevados de Norilsk.
Conocía también el silencio del miedo y del odio.
Pero no conocía el silencio que provenía de la serenidad.
− La muerte perfecta nace del silencio,− fue lo primero que Duke le dijo cuando inició su entrenamiento mientras caminaban por el bosque nevado una mañana, cuando él consideró que ya ella se había recuperado lo suficiente de su convalecencia, − Y no me refiero al exterior. Si hay silencio en tu interior, no importa que reine el caos absoluto en el exterior; tú estarás por encima, por debajo, y alrededor del caos; su fuerza destructora jamás podrá tocarte, tu esencia resplandecerá como un sol, tu propósito será cortante como un cuchillo y tu mano, será firme como una roca... El silencio es tu fortaleza, tu única arma y tu única defensa. Debes temer al enemigo que traspase tu barrera de silencio...y desde ahora te digo, que solo hay uno que puede hacerlo: Tú misma.
Tras decir eso, hizo que Rein se sentara sobre una enorme roca y le extendió un pequeño estuche negro de piel que parecía extremadamente antiguo, ancho y largo, pero angosto, con la forma de un libro.
Rein lo abrió con sorpresa para encontrarse con un cuaderno de dibujo y lápices.
La niña miró alternadamente entre los aditamentos y el hombre, desconcertada.
− ¿Qué se supone que debo hacer con esto?,− preguntó enojada.
Él la miró como si fuera una estúpida.
− Dibuja,− respondió con simpleza y se dió la vuelta para alejarse, − Quédate aquí hasta que regrese por ti.
La propuesta de enseñanza de Duke tenía una sola condición: Él le enseñaría a Rein a matar...pero ella, debía obedecer todas y cada una de sus instrucciones, sin objeciones y sin una sola queja.
Duke no hablaba mucho. Era conciso con las palabras y extremadamente parco con las expresiones.
Leerlo era literalmente, imposible.
Poco a poco, Rein descubrió que estar al lado de ese hombre alto, corpulento y silencioso, le gustaba.
Aunque ese primer día de su ansiado "entrenamiento", él no le había gustado para nada.
− ¿Esto que diablos tiene que ver con matar?,− gritó Rein exasperada a la amplia espalda que se alejaba, enfundada en un kimono masculino tradicional y un manto ligero para el frío.
Él no respondió. Recién habían terminado de desayunar. El día apenas despuntaba; Duke la dejó ahí por varias horas, casi hasta el atardecer.
Rein se moría de hambre, estaba aterida y había dibujado todos los esperpentos posibles que habían cruzado por su mente, más para hacerlo enojar que porque realmente quisiera hacerlo.
Duke no pidió ver los dibujos hasta que estuvieron sentados en la mesa de la cabaña con té caliente frente a ellos.
Tras observar detenidamente los dibujos en silencio, le extendió un nuevo cuaderno a Rein y le dijo que mañana saldrían a la misma hora.
Rein gruñó de frustración e impotencia.
− ¿Para qué?,− preguntó Rein, − ¿Es que pretendes que los mate con un lápiz?
Él solo la observó con detenimiento.
− Si fuera necesario,− respondió él como si nada, − Este ejercicio es fundamental, si no pasas esta prueba jamás podrás matar… a nadie.
La niña argumentó muy orgullosamente que ya lo había hecho pero se quedó mirándolo boquiabierta, cuando él negó con la cabeza lentamente mirándola con quemante intensidad en sus insondables ojos negros.
− Tú no mataste a esos hombres,− dijo él con su expresión habitual pero con un tono ligeramente triste, − Tu miedo y tu dolor lo hicieron… y eso, no te hace diferente a un animal. Yo te enseñaré a matar como un humano...Pero te lo advierto...Hay varias clases de humanos que matan...Si tu te conviertes en la clase incorrecta… yo mismo te mataré...Por eso, mañana, tal vez debas reconsiderar lo que deseas dibujar… En lo que te conviertes, depende al final, únicamente de tí.
Rein había matado en un arrebato, presa de la furia, el miedo y el dolor.
Incluso siendo una niña podía entenderlo.
Por una sucesión interminable de días, Duke la llevó a diferentes partes del bosque, dejándola ahí para que dibujara. No importaba si nevaba, llovía o hacía sol, cada mañana, sin excepción, sin fallar una sola.
Los días fueron haciéndose cada vez más cálidos, la nieve se derritió, el invierno terminó, llegó la primavera y avanzó… y la rutina seguía siendo la misma, día tras día.
Cerca del final de la primavera, Rein descubrió que disfrutaba esa rutina...inmensamente.
A punta de silencio, había descubierto la belleza de la luz y las sombras sobre las diferentes formas y entidades del bosque; la belleza de las formas mismas y su fugaz fragilidad. Descubrió que la misma roca se veía diferente en diferentes ángulos y bajo diferentes tipos de luz. Descubrió las composiciones de múltiples elementos y la belleza de combinarlos. Pero más importante, descubrió que quien creaba esa belleza o esa fealdad, siempre, era ella.
Y aunque tal vez nunca sería una artista, a través de esas largas horas de silencio y de soledad, poco a poco, el caos en su interior, se serenó; como si un mar embravecido finalmente retomara la calma y pudiera reflejar la luna sobre su pulida superficie.
De esa forma, ella había comenzado a plasmar lo que observaba, lo que le interesaba registrar y había podido empezar por fín, a verse a sí misma.
Durante todos esos días, Duke observaba lo que Rein dibujaba y muy especialmente, la observaba a ella.
Finalmente, un día cuando Rein salió, lista para su sesión diaria, Duke la esperaba de pie a la salida de la cabaña con un atuendo muy diferente al que había usado durante todas esas semanas de finales del invierno y primavera.
Por lo general, él usaba siempre sencillos kimonos masculinos de seda en colores oscuros. Ese día sin embargo, esperaba a Rein enfundado en un impresionante gi negro que ella nunca antes le había visto.
Él no tuvo que decir nada. Y ella solo tuvo que verlo para saber.
La entrada de la cabaña tenía un tradicional porche oriental techado, al que se llegaba por unos sencillos escalones de madera, como todos los demás elementos en la vivienda. Y ahí, pulcramente doblado en el borde del porche se encontraba la prenda con la que Rein iniciaría, finalmente, su verdadero entrenamiento.
− En los años por venir, habrá momentos en que la serenidad de tu interior se vea perturbada por tus emociones,− le dijo él sin dar más explicación, − Jamás debes cuestionar la moral que escojas. Si decides seguir un camino, debes aceptar que es tu decisión y únicamente tuya. Puedes decir que no, incluso puedes cambiar de opinión… pero siempre debes tener la certeza de que quien blande la espada, empuña el cuchillo o presiona el gatillo...eres tú. Si decides quitar una vida, debes vivir en paz con esa decisión para siempre.
Sin decir más, Rein tomó la prenda que resultó ser un gi, igual al que Duke vestía.
Pese a que Rein era una niña, él le hablaba como nunca nadie le había hablado.
No como a un adulto.
Le hablaba como alguien a quien respetaba.
Rein conoció el odio aun antes de conocer la palabra que lo designaba.
Conocer y aprender que significaba el respeto, le tomó mucho más tiempo pero cuando lo hizo, se dio cuenta que él siempre la trato así. Duke le enseñó lo que significaba el respeto al mismo tiempo que le enseñó cómo moverse para evitar, para defenderse, para ocultarse, para atacar y para matar.
Él le enseñaba con y en silencio.
Las largas jornadas de dibujo para encontrar la serenidad en su interior, se convirtieron en largas y extenuantes jornadas para retar esa serenidad. Para llevarla al extremo de sus fuerzas, de su resistencia y de su desesperación, con el único objetivo de aprender a mantener y reencontrar continuamente esa serenidad en su interior.
A partir de ese primer día de entrenamiento, él podía iniciar su entrenamiento con la primera luz del alba, despertarla a mitad de la noche para salir al bosque sin previo aviso, hacerla llevar a cabo tareas bajo una tormenta torrencial, al rayo del sol más implacable o en la oscuridad total.
Fue hasta que las hojas de los árboles comenzaron a cambiar de color anunciado la llegada de su primer otoño en ese bosque, que él la dejo sola por primera vez.
Hasta ese momento, Rein supo cuál era la profesión de Duke Togo.
Asesino profesional.
Esa noche previa a su partida, ella lo vio sacar un estuche negro, muy largo. O al menos eso le pareció la primera vez que lo vió.
Rein sabía lo que era un arma de fuego pero no tenía idea de lo que era un rifle especial; pero así como uno puede reconocer el peligro aun sin conocerlo, la vista de ese enorme artículo le causó un escalofrío. Mucho después sabría además, que no cualquiera podía hacer con un rifle de asalto M16 modificado como ese, lo que Duke Togo podía hacer.
Él lo desarmó, lo limpió concienzudamente y lo volvió a armar en silencio bajo la atenta y asombrada mirada de Rein. Hasta ese día, solo habían hecho entrenamiento corporal, nada de entrenamiento con armas.
Y esa, era la primera arma profesional que Rein veía tan de cerca en su vida.
Ella no tuvo que preguntarle lo que haría con ese objeto. Solo lo observó en sus preparativos. Él le dejó instrucciones mínimas y desapareció por una semana.
Cuando regresó, su entrenamiento continuó como si nada.
Cada nuevo día, Rein enfrentaba un nuevo reto. Al principio fue solamente sobreponerse físicamente a las duras situaciones que Duke le imponía.
Esa primera ausencia por parte de él, marcó también el inicio de una nueva etapa en su entrenamiento. Una en la que Rein no sólo tenía que sobreponerse a las circunstancias, sino también, a sí misma.
Duke enfrentó a Rein con su propio miedo.
−Todos le tememos a algo o a alguien,− le dijo en su lección de ese día, − Y a lo que sea que le temas, tendrá poder sobre ti.
−¿Qué haces entonces?− preguntó Rein sin malicia y con verdadero interés, − ¿Qué hacemos para no tener miedo?
Duke en ese momento en lugar de responder, la atacó.
Fue una combinación de ataque moderada pero para la altura y complexión de Rein a los ocho años, era simplemente avasalladora; al punto que la dejó tirada en el duro suelo desnudo donde entrenaban en un claro del bosque, con el labio sangrando.
Antes de que Rein pudiera salir de su sorpresa o siquiera moverse, él estaba sobre ella, sosteniendola con firmeza por las muñecas mientras usaba el peso de su cuerpo para inmovilizarla.
Durante varios segundos Rein lo miró con desesperación, sin poder respirar, ni emitir ningún sonido.
Él la observó fríamente por varios interminables segundos.
− El miedo no se evita,− le dijo, −No puedes evitarlo...es como la lluvia, la noche o el frío. No lo evitas, te preparas para su llegada. Nuestro encuentro con él es inevitable, mirarlo de frente es la única manera de evitar que te paralice, causándote la muerte.
Su rutina a partir de entonces, cambió.
Su único objetivo, aún a esa corta edad, debía ser encontrar la manera de sobreponerse a él.
Después de ese primer "duelo" cuerpo a cuerpo con Duke, que Rein perdió lastimosamente, hubieron muchos más. Algunos más bruscos y violentos que otros. Otros más estratégicos y violentos en otros aspectos. Sin embargo, ella nunca volvió a sentir miedo como esa primera vez, que se quedó paralizada y con la mente en blanco a su merced.
Desde ese otoño, Duke salía una o dos veces por mes. A veces solo por un día. En otras ocasiones incluso por una semana. Durante todas esas ocasiones, la dejaba sola con algunas instrucciones breves. Siempre, cuando regresaba, el entrenamiento de Rein incrementaba su grado de dificultad.
Él jamás le habló en esos tiempos, de los trabajos que realizaba. Lo que Rein sí aprendió en ese tiempo fue que él tenía varias armas y hasta que su entrenamiento con ellas empezó, entendió la razón por la que debía entrenar su cuerpo y su mente con tanto esmero.
Debía volverse una con el arma.
Cualquiera que ésta fuera.
Tal y como él le había dicho al principio; no importaba si se trataba de una espada, un cuchillo, una pistola, rifle o un mazo…. Cualquier cosa podía ser un arma. Incluso su propio cuerpo. Y había que conocer esa arma a la perfección; íntima y profundamente. Debías saber no solo sus límites y su alcance, sino sus posibilidades en conjunto con sus propias habilidades y debilidades. Ella misma era el arma.
Y el cuerpo que blandía esa arma, debía estar a la altura de la misma.
Duke por su parte, aprendió que Rein aprendía rápido. Y que ya entonces, a los ocho años, era condenadamente buena.
Con el paso del tiempo, él empezó a llevarla al pueblo y Rein también empezó a aprender de misiones, de objetivos, de planeación, observación y preparación.
La primera vez, ella estaba recelosa. El recuerdo del odio de Norilsk no se había atenuado con el paso de los meses. Sin embargo, nadie la miró con odio, recelo o siquiera con curiosidad. Algunas personas incluso le sonrieron.
El pueblo de Shirakawago era muy diferente a cualquier cosa que Rein hubiera visto antes. Todas las casas tenían la forma de V invertida que les daban los largos techos inclinados de dos aguas. En realidad, los techos inclinados de esa forma, eran los que constituían el espacio total de la vivienda. Durante el invierno, Rein entendió la razón. Las nevadas. El sistema le pareció no sólo extremadamente inteligente y eficiente, sino también hermoso.
Pese que que ya no lo hacía con la frecuencia del inicio, cuando necesitaba entrenar su serenidad, a veces tomaba el cuaderno y dibujaba el paisaje que ofrecían esas particulares cabañas.
Los meses se acumularon en estaciones y las estaciones en años con su particular y silenciosa asociación siguiendo esa inusual rutina.
Duke había tenido particular cuidado de cubrir los rastros de Rein desde que la había sacado esa fatídica noche de año nuevo de la Unión de Repúblicas Yuktoabanas, lo cuál había implicado una nueva identidad y nuevos documentos oficiales. Pese a las recomendaciones de él, Rein insistió en conservar un aparte de su nombre y su fecha de nacimiento.
Así, sin mayor explicación, la niña había sido absolutamente intransigente en ese último punto en especial. Tanto que él finalmente había cedido, concentrándose en todos los otros aspectos de su identidad que podía usar para borrar los primeros ocho años de su vida en Norilsk.
Así, Reinhold Von Kraft de nacionalidad yuktobana, se convirtió en Rein Eins Force de nacionalidad Oseana y de hecho, oriunda específicamente de Shirakawago.
Pese a que vivieron prácticamente juntos, pasando varias horas al día en actividades conjuntas, Rein nunca le preguntó qué había pasado la noche que la había rescatado. El silencio era la mayor constante en sus interacciones; tanto que no era una forma de evitar comunicarse sino todo lo contrario. El silencio era su lenguaje.
Un par de meses después de que Rein cumpliera los trece años, hacía el final del invierno, Duke empezó a considerar una nueva etapa del entrenamiento de Rein.
A lo largo de los años, habían realizado todos los entrenamientos posibles: artes marciales, combate cuerpo a cuerpo, manejo de armas, tiro, estrategia y planeación, además de educación básica en matemáticas, química, física e historia. A veces entrenaban con el tradicional gi de artes marciales, a veces utilizaban karatedogi; otras veces lo hacían con ropas deportivas o de vestir occidentales. Duke consideraba que ellos debían poder moverse y ser eficientes en sus objetivos bajo cualquier circunstancias.
Ese día, Duke vestía solo un fundoshi masculino blanco, mientras que Rein vestía un fundoshi femenino y un apretado vendaje sobre sus senos, ambos también en color blanco.
Ambos disfrutaban de la libertad de movimiento de esos atuendos y la usaban desde que Rein era una niña.
Con la salvedad que durante el último año, Rein había crecido de forma significativa, no solamente en estatura sino en sus atributos femeninos. Casi nada quedaba de esa pequeña flaca y larguirucha, que poco a poco se había ido transformando en una joven, atlética y musculosa, en quien las curvas afloraban por todos lados.
Pese a su crecimiento físico, Rein aún no conseguía derrotar en un combate cuerpo a cuerpo a Duke. Desde su primer encuentro, él ya era un corpulento hombre de más de un metro noventa y más de cien kilos de músculo. En ese momento, a los trece años, Rein ya media casi un metro sesenta pero aún no encontraba la manera de contrarrestar la tremenda diferencia de peso y alcance entre ellos.
Ese día, una vez más, fue derrotada.
Cada vez, Duke usaba una técnica diferente no solo para retarla, sino para que superara el miedo a lo desconocido del combate, a la exposición que esa impredecible vulnerabilidad le producía cada vez.
Ese día, Duke usó por primera vez "la mata leones", una poderosa llave al cuello del oponente que era prácticamente irrompible en atacantes con fuerzas y tamaños igualados. Entre Duke y Rein era prácticamente una misión imposible para ella.
Duke aplicó la llave, apenas sosteniendo a Rein con la fuerza suficiente para que le resultara imposible escapar; asfixiante pero no tanto hasta el punto de la inconsciencia. Rein se esforzó tratando de aplicar las técnicas que él le había enseñado, rebatiendose de espaldas a él, con su cuerpo apretado a su torso.
Ambos estaban sudorosos por el esfuerzo.
Entonces ambos lo sintieron.
Duke tuvo una erección, involuntaria...pero gigantesca.
Él, no se inmutó y continuó con el ejercicio hasta el final como si nada hubiera pasado. Esa noche, sin embargo, le pidió a Rein que lo acompañara al pueblo. Ahí tomó un auto todo terreno y se adentraron por más de una hora en un angosto camino rural hasta otra población, mucho más grande que Shirakawago y mucho menos tradicional.
Ni siquiera entraron a la zona urbana, quedándose en un pintoresco lugar de las afueras. O al menos eso le pareció a Rein antes de entender qué tipo de lugar era.
Las chicas lo recibieron con una sonrisa pero sin demasiados aspavientos. Ellas ya sabían que él era parco y reservado. También sabían cuál era el motivo de esas visitas, sabían lo que él deseaba y exactamente cómo lo deseaba.
Nunca había espacio para más con Duke Togo.
Por ello, más de una se sorprendió de que esa ocasión, él no llegara solo.
− Pero señor Togo,− dijo una alta, atractiva y voluptuosa mujer rubia sin perder detalle de Rein, − ¿No pretenderá…?
Misery era el nombre de la mujer y ese día le tocaba dar la bienvenida a sus diversos invitados en la puerta.
Kabukicho, la casa de placer más cercana a Shirakawago, famosa en toda la región, era regenteada por Hilma Cygnaeus y ponía a disposición de una selecta clientela los servicios íntimos exclusivos de un grupo de mujeres hermosas y expertas en el arte del placer, además de otras amenidades complementarias. A Hilma la edad de Rein no le habría importado en lo absoluto cuando se trataba de hacer negocios, algunas de las mujeres que trabajaban para ella habían empezado a esa misma edad. Misery no se hacía ilusiones respecto a la moralidad de su jefa; sin embargo, creía conocer un poco mejor al hombre que era Duke Togo.
− Kohaku,− fue lo único que Duke pidió con su natural estilo seco y distante.
La clientela de Kabukicho era especial y exclusiva; y dentro de ellos Duke Togo era de los más especiales. Misery no se demoró en completar su parco requerimiento.
Casi de inmediato, una hermosa mujer, de tez muy blanca y finos rasgos, muy diferente a la que les había dado la bienvenida, se aproximó. Ella tenía el cabello rubio y sedoso, ensortijado y lo llevaba en un corte a la altura de los hombros. También tenía ojos dorados y un semblante amable y considerado.
Lo primero que esa mujer, llamada Kohaku hizo fue brindar una cálida sonrisa a Rein.
Rein simplemente no podía apartar la vista de ella.
Jamás había visto a una persona TAN hermosa como ella en su vida.
− Llegó el momento,− fue lo único que Duke dijo ante lo cual la mujer simplemente asintió
− Chitose tendrá el placer de atenderlo esta noche, señor Togo,− dijo Kohaku a su vez, para después extender su mano hacia Rein, − Tú vendrás conmigo, ¿tienes hambre?
Duke las observó alejarse hasta la zona privada del lugar, antes de seguir a una alta y hermosa morena de ojos dorados hasta los privados.
Rein perdió su virginidad en ese prostíbulo... con Kohaku... pero no esa noche cuando tenía trece años, sino varios años después.
Esa noche, Kohaku solamente habló con ella y le explicó TODO lo que una chica debería saber sobre los hombres, las mujeres y el sexo a los trece años...y tal vez mucho más.
Ambas se hicieron buenas amigas. O al menos, todo lo buenas amigas que personas con sus historias de vida podían ser.
A partir de ese día, Duke dejó de ir solo a Kabukicho.
Cuando llegaban esos días en que su cuerpo demandaba compañía femenina, Duke y Rein hacían la expedición hasta ahí. Mientras Duke se quedaba toda la noche con una o dos chicas, Rein se quedaba también toda la noche hablando con Kohaku y con el tiempo, varias chicas se unieron a sus reuniones conforme sus "deberes" se los permitían.
Además de los evidentes y diversos servicios sexuales que Kabukicho ofrecía, el lugar también brindaba un modesto pero excelente servicio de comida y un vistoso show, que incluía sensuales representaciones orientales y occidentales. El "pole dance" no era en general una atracción en el país oriental y menos en el norte, sin embargo Kabukicho se distinguía por sus ideas innovadoras y originales.
De la misma forma en que Rein se había destacado en su entrenamiento con Duke, también se destacó en todo lo que aprendió en Kabukicho a lo largo de ese tiempo.
Hilma, la dueña del lugar, lamentó que Rein no estuviera "a la venta", especialmente conforme se iba transformando en una atractiva joven cada vez más alta y voluptuosa, especialmente por lo exótico de sus rasgos y su apariencia física. Pese a su interés, ella era una inteligente mujer de negocios y jamás incordiaría a su mejor cliente.
Así, en esos años formativos, los maestros y la escuela de Rein fueron un asesino, un grupo de prostitutas, el bosque y un burdel.
− X −
Un día cuando estaba a punto de cumplir quince años, Rein vió algo que cambió su vida.
Un contingente militar llegó a Shirakawago en una misión de atención médica y una campaña de salud preventiva. No llegaron solo por tierra, sino incluso por aire, en dos imponentes helicópteros y montaron el hospital provisional en minutos, a las afueras de la población.
En realidad, la moderna capital de la República Federal de Osea, Oured estaba a poco más de una hora de Shirakawago. La aparente reclusión y aislamiento en que vivían, era exactamente eso: una apariencia.
Una apariencia y una ubicación estratégicamente seleccionada por Duke para el trabajo que realizaba ya que de hecho, él podía llegar al Aeropuerto Internacional de Kansai, desde Shirakawago en menos de una hora. Los habitantes de la ciudad, en las horas pico del tráfico, podían demorar mucho más.
Osea siempre había sido un país con una larga tradición militar.
Ese día, pese a su habitual interacción silenciosa, Rein le hizo varias preguntas a Duke sobre el ejército de Osea.
El la miró con detenimiento pero respondió a todo lo que ella le preguntó.
Rein estaba absolutamente fascinada por los helicópteros… y por las mujeres en uniforme.
− En el ejército, uno no hace lo que decide,− dijo Duke mientras Rein miraba embelesada uno de los helicópteros, − Uno hace lo que alguien más, ordena.
El contingente estuvo en Shirakawago por tres días.
La noche después de que partieron, Rein decidió entrar al ejército.
Cuando comunicó su decisión a Duke, él por primera y única vez, la llevó a una de sus misiones y le permitió observar.
Para esa misión, por encargo de una agencia de inteligencia extranjera, Duke debía eliminar a un operador financiero asociado con una virulenta organización criminal a quién jamás, se le había podido comprobar ningún delito.
Los contactos de Duke insistían en que el trabajo debía ser inmediato.
Con todo lo que Duke le había enseñado en esos años, Rein se dió cuenta que el disparo que debía realizar para lograr su cometido, era simplemente imposible. Una distancia inimaginable de más de mil quinientos metros, en medio de altísimos edificios y en las peores condiciones climáticas y de iluminación, posibles.
Imposible.
Era el único calificativo posible para ese intento.
Sin embargo, él lo había logrado. Con un solo disparo.
La muerte llegaba para su objetivo implacable, certera y silenciosa.
Inevitable.
Exactamente como todo lo que Duke Togo hacía.
Esa noche mientras cenaban en la habitación del modesto hotel donde se hospedaban, Rein supo, por primera vez en años, el modus operandi de Duke. La misión de ese día no había sido la excepción.
Todas sus misiones eran imposibles de realizar por cualquier otro tirador que no fuera él.
Y eso lo había hecho famoso en un pequeño pero selecto círculo que susurraba su nombre con temor reverencial.
Aunque no era exactamente su nombre, sino su denominación; su firma...
Golgo13
− ¿Cuánto cuesta un trabajo como el que realizas?,− preguntó Rein, comprendiendo hasta ese momento la clase de vida que llevaban, ahí a mitad de la nada pero sin que les faltara nada.
− Tres millones de dólares Midchildianos,− fue su austera respuesta.
− ¿Siempre?...,− preguntó Rein con las cejas arqueadas.
− Siempre…
Hacia el final de la cena, Rein tuvo que preguntarlo. Después de lo que había vivido durante todos eso años con él, después de lo que había visto esa tarde… después de sentir ese llamado de salir al mundo...Necesitaba saberlo.
− ¿Por qué me salvaste?...Esa noche en Norilsk…¿Por qué….?
Él la miró fijamente durante varios segundos.
Durante varios años y aún más largas noches, él se había preguntado lo mismo.
− Yo debía matar...al hombre que tu mataste.
Aun en ese momento, Duke sabía que esa respuesta, no era una respuesta. Sin embargo, no tenía nada más para ofrecerle a la hermosa mirada carmesí que lo observaba con detenimiento.
− Él…¿era un...trabajo?,− preguntó Rein con cierta cautela.
Duke siempre decía que sus salidas eran por trabajo. Siempre. Él nunca salía por placer o por ociosidad.
Duke solo la miró.
Él sabía desde mucho tiempo atrás que no podía sentir ni apego, ni amor por nadie. Nunca había podido y nunca le había hecho falta.
Finalmente, asintió lentamente.
Ese fue el único momento de su vida, en el que deseó tener el poder de querer a alguien.
Y también en ese instante, Rein supo que debía seguir su propio camino.
Aunque Duke Togo formara parte de su vida y sus recuerdos por siempre, aunque en esos momentos estuviera viva gracias a una decisión que él había tomado siete años atrás; había llegado el momento en el que ella, y solamente ella, debía encontrar sus propias razones y sus propios motivos.
Tenía que encontrar la razón por la alguien como ella había sido salvada, mientras que otras personas como su madre o su hermana, que valían más, no lo habían sido.
Al día siguiente, directamente en Oured, Rein se enlistó en el ejército para la formación básica.
Duke no tenía duda de la clase de oficial en la que Rein se convertiría con los años.
Algunos días después, Rein dejó la cabaña que había sido su hogar por siete años, solo con una ligera mochila al hombro.
Había llegado con mucho menos.
Había llegado sólo con una vida que ella ni siquiera quería.
Esa tarde de invierno que marcó su partida y su separación, Duke le dio dos cosas: Una pequeña tarjeta con un nombre y un apartado postal; y un cuchillo militar.
Ella observó ambos con detenimiento pero demoró más con el nombre.
Daisuke Tokugawa.
Ambos se miraron por largo rato en esa silenciosa comunicación que había sido la constante de su peculiar relación
Rein memorizó los datos de la tarjeta y se la extendió de regreso.
− Hasta que volvamos a encontrarnos, recuerda...,− le dijo él como despedida, − La muerte siempre llega en silencio...y nosotros, nos convertimos en ella.
Mientras el sol se ponía esa tarde sobre el horizonte tiñendo el cielo con intensos tonos rojizos y naranja, que se entremezclaban con el gris oscuro de las nubes de montaña, Rein caminó en silencio una última vez por ese camino y por ese paisaje que, tal y como el día que había llegado, estaba cubierto de blanco.
Daisuke Tokugawa, sentado junto a la chimenea de su cabaña, tomó té caliente viendo varios cuadernos de dibujo... por última vez.
República Federal de Osea, Día 16, Primer Mes, 2027. 17:15 hrs.
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