Renuncia de derechos: Harry Potter y todo su universo son de J. K. Rowling, escribo esto sin fines de lucro. Trama y algunos personajes son míos, así que me reservo su uso.

El presente fic participa en el Reto #59 "Desempolvando retos 2.0" del foro "Hogwarts a través de los años".

Reto elegido: #35 "Citas del Potterverso".

Cita sorteada: «Yo no salgo por ahí buscando problemas. Por norma general, los problemas acuden a mi encuentro.» (Harry Potter).


1918.

Solo Phineas podría recrear lo que lo llevó a su situación actual.

Al principio, no atinó a ver que sus acciones pudieran derivar en un conflicto. Hacía un tiempo que, para bien y para mal, admitió que su visión del mundo no coincidía en absoluto con la de muchos magos sangre limpia, ni con los de su familia en particular. Le llegaban de vez en cuando invitaciones para visitar Grimmaluld Place, pero todas eran rechazadas con fría cortesía.

No podía ir a una casa donde no aceptaban sus principios y mucho menos a su esposa.

Viéndolo fríamente, Phineas no había planeado seriamente el casarse como lo hizo. En realidad, ni siquiera había buscado la posibilidad. No era su prioridad cuando, diez años atrás, conociera a la cuñada de su buen amigo Albert Leigh, Maud Lefroy, una jovencita con poca vida social debido a un accidente que la dejara postrada en una silla de ruedas. Le pareció bonita y agradable, así que fue cordial con ella, pero después de casi diez meses de cartas y visitas, Phineas visitó la casa Lefroy para solicitar su mano en matrimonio.

El primer sorprendido fue Albert. Bueno, en realidad el segundo. El primero fue el mismo Phineas.

Dejó de lado el cómo inició su matrimonio, pues poca relación tenía con su situación actual. Si acaso, Phineas admitirá que su esposa reforzó todavía más su espíritu de servicio al prójimo, ese que comenzara a mostrar en formas muy distintas a las habituales por una razón muy sencilla, la cual la mayor parte de los Black no comprendería jamás.

Maud era tan muggle como mago era Phineas.

Y eran precisamente los muggles los que lo habían metido en este lío.

—Black, a mi oficina.

Todo comenzó en ese momento, pues pensó que el jefe de Aplicación de la Ley Mágica finalmente haría caso a las numerosas lechuzas que su padre enviara años antes, en sus inicios en el Ministerio, acerca del "disidente" de su hijo.

—Sí, señor.

Albert y unos cuantos más le dedicaron miradas fugaces, pero fuera de eso, Phineas no recibió otra señal de que vigilaban su situación de cerca.

Llegó ante la puerta de su jefe y llamó. Al mal paso, darle prisa.

—Si eres Black, adelante.

Le gustaría decir que no estaba nervioso, pero Phineas no solía mentir ni siquiera para sus adentros (además, se le daba muy mal). Así pues, asumió lo que Albert a veces llamaba "su cara de estatua Black" y entró.

—Siéntate —indicó la grave voz, aunque a un volumen más bajo que antes.

Phineas obedeció en el acto. Si bien era un hombre tan justo y razonable como su puesto lo requería, Adil Shafiq no tenía el aspecto de aceptar tonterías ni errores de parte de sus subordinados. Cierto era que, técnicamente, Phineas no había cometido ninguna transgresión, pero en aquellos tiempos difíciles, ya no sabía a qué atenerse.

—Han llamado mi atención acerca de lo que el personal a mi cargo dice y hace respecto a esta época —comenzó Shafiq, sin ceremonias ni cortesías de ningún tipo—. Sabes perfectamente que la vida privada de cada uno de ustedes es algo en lo que no interfiero, Black, no es mi estilo, pero atrajo mi atención un detalle que quizá ya se había mencionado, pero no tenía en la memoria.

Phineas contuvo como pudo una mueca de extrañeza, limitándose a realizar un leve movimiento de cabeza para dar a entender que estaba prestando toda su atención.

—No sabía que eras afín al señor Potter respecto a su censura al ministro Evermonde.

—Yo… ¿Qué consideraría como ser "afín", señor Shafiq?

—Lo que cualquier otro entiende, Black. No se ande con rodeos.

Esperando no cometer un error, Phineas asintió lentamente con la cabeza.

—Muy bien. Tengo una encomienda para usted, estará en ella hasta el final del año o hasta que ya no se requiera su participación, lo que ocurra primero. Va a trabajar con otros pocos, y si el señor Potter o yo no se lo pedimos, no va a redactar informes oficiales que deban pasar por demasiadas manos, ¿entiende?

—Señor, con el debido respeto, quisiera saber un poco más antes de comprometerme.

Para su asombro, Shafiq sonrió con satisfacción, asintió y pasó a detallar lo que requería de él.

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En los días siguientes, Phineas pasó a ser parte del apoyo mágico de los muggles durante la Gran Guerra, aunque no de la manera en que muchos se imaginarían.

La Gran Guerra, que en junio cumpliría cuatro años de iniciada oficialmente, se había cobrado miles de vidas. Cierto era que los magos no alcanzaban a comprender completamente los motivos tras la misma, pero eso no significaba que no simpatizaran con algún bando, sobre todo tratándose de aquel al que perteneciera su patria. Era un conflicto tan grave que Phineas no creía que hubiera algún mago ajeno a él, por mucho que algunos se jactaran de lo contrario.

Precisamente por las diversas implicaciones de una guerra como aquella, era que los magos en Reino Unido estaban dividiéndose poco a poco. El ministro Evermonde aprobó, para asombro de muchos, una ley que prohibía a magos y brujas el involucrarse en la guerra, cosa que para aquellos con familia muggle, resultaba un perfecto desatino. ¿De verdad Evermonde esperaba que se abandonaran a familiares y amigos, solo porque se les ocurriera participar de alguna manera en aquel conflicto bélico?

Henry Potter, miembro del Wizengamot, lo había dejado muy claro, con elocuencia y severidad: «si los magos formamos parte del mundo en general y de una nación en particular, no es del todo descabellado que queramos proteger a nuestras tierras y nuestra gente de quienes tuvieran intenciones de dañarlas y no por eso, al hacerlo nos lanzaremos de cabeza a romper el Estatuto Internacional del Secreto de los Magos. Somos más inteligentes y sensatos que eso.»

Muchos aplaudieron el discurso del señor Potter, pero otros lo vieron como una condena pública al ministro de Magia sin base alguna, así que el tipo, si bien seguía en el Wizengamot, se decía que había tomado unos días libres después de que El Profeta diera a conocer su opinión.

Sin embargo, fue gracias al señor Potter (indirectamente), que Phineas se atrevió a comentar con un par de colegas, de pasada, que no haría ningún daño el tender la mano a los pocos que los magos tuvieran al alcance. Pensaba en Albert, que tenía un hermano mayor y varios primos en el frente; también pensaba en otros camaradas cuyas caras habían palidecido por la preocupación y la pena a lo largo de aquellos duros años.

Por eso, si bien se sentía metido en algo problemático, Phineas no pudo negarse a aceptar lo que el señor Shafiq le pidiera, pues aliviaría el dolor de varios y no estaría directamente ligado a la Gran Guerra.

Una epidemia de gripe había llegado a Londres.

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—¿Entonces es cierto lo de la gripe?

Preparado mentalmente y con el consentimiento de su jefe, Phineas le contó lo esencial de su nueva encomienda a su mujer, después de que cenaran y acostaran a sus hijos.

—Eso parece. El señor Shafiq se enteró por algunos amigos y por un tío de su mujer, que trabaja en San Mungo. Ni siquiera nosotros podemos curar del todo la gripe, pero los casos que llegaron hace poco… Han pasado semanas y apenas mejoran.

—La poción que le dimos a los niños en el invierno…

—Es para el resfriado común y fue lo primero que intentaron, cariño. No sé mucho del tema, obviamente, pero según San Mungo, esto es algo muy diferente.

—¿Y exactamente qué te pidieron que hicieras? Eso de las encuestas… ¿Vas a visitar enfermos?

—Familias de enfermos, en realidad. Además, tendré que hacerlo por correspondencia, hasta que los sanadores desarrollen algo que nos proteja.

—No me gusta cómo suena eso. Si esa enfermedad es tan fuerte, ¿qué pasará si te contagias?

—No pensemos en eso, Maud. Haré todo lo que esté en mi mano para que no pase. ¡Merlín me libre de traer eso a nuestra casa!

Phineas lo decía muy en serio. El señor Shafiq tuvo la previsión de proporcionarle toda la información disponible. No iba a confiarse, aunque se tratara de algo llamado "gripe".

El resto de la noche Phineas la pasó arreglando algunos asuntos pendientes en su despacho, entre los cuales estaba el escribir algunas cartas. Si bien el señor Shafiq le prometió que podría seguir con su horario normal, se prepararía por si había algún imprevisto.

—¿Papi?

Cuando la vocecita lo llamó desde la puerta del despacho, Phineas alzó la cabeza con un respingo. Un rápido vistazo a la ventana más cercana le indicó que sí, seguía siendo de noche.

—¿Carina? —llamó, viendo que se asomaba una cabecita coronada por cabello castaño—. Querida, es muy tarde, tus hermanos y tú se fueron a la cama hace horas.

—Papi, no me podía estar quieta.

Haciendo una mueca, el hombre se levantó de su butaca, estiró un momento los brazos por encima de su cabeza y dio por terminadas sus labores allí. Sonrió levemente mientras se acercaba a su hija, hallándola con los ojos grises muy abiertos y fijos en él.

—¿Muchos pensamientos en tu cabecita, querida? —preguntó, alzando a la niña en brazos.

—Ajá. Y los bebés también se mueven hoy.

—Ah, ya veo. ¿Le avisaste a mamá?

—No, la dejé dormir. Es que hoy se cansó mucho con los bebés. ¿Hice bien?

—Sí, querida. Anda, veamos a tus hermanos.

La pequeña asintió y apoyó la cabeza en el hombro de su padre.

A Phineas no le sorprendería que se quedara dormida antes de volver a arroparla, cosa que no le importaba. Le gustaba cargarla y aquí no tenía a nadie que le dijera que ser demasiado cariñoso no era algo "de hombres".

Menudo momento para recordar algo que le dijera su padre.

Sacudió la cabeza solo un poco, cuidando el no mover demasiado a su hija. Tenía una buena vida, con una familia por la cual velar y un trabajo que de pronto, se había vuelto sumamente importante. Si algo debía sentir por su padre, era lástima. Recordaba vagamente que no pasaba tiempo con sus hermanos o con él, que las pocas veces que hablaba con su madre más de una hora era para discutir y que se quejaba de que los estudiantes de Hogwarts eran demasiado temperamentales (¿por qué aceptar el puesto de director, entonces? Lo ignoraba).

Sí, quizá su padre creyera saber lo que realmente importaba, pero Phineas no estaba de acuerdo.

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Si bien sabía que estaba metido en un lío, Phineas no supo qué tan complicado sería.

Durante semanas, la mitad de sus jornadas laborales eran las mismas de siempre, revisando documentos en su escritorio del Ministerio o revisando informes de otros departamentos respecto a la Ley Mágica que les competía.

La otra mitad de sus labores eran las que habían cambiado y a veces, no sabía cómo conseguía la discreción y la eficiencia que el señor Shafiq le solicitó.

A través de varias lechuzas, estuvo en contacto con sanadores de San Mungo y unos pocos que atendían pacientes en las afueras. De ellos obtenía cualquier dato acerca de esa gripe tan extraña como peligrosa que empezaba a asolar el país, con el fin de que su jefe y unos pocos allegados en el Ministerio pudieran tomar acciones para financiar la investigación de un tratamiento. Phineas entendía, mejor que muchos otros, que el oro podía mover ciertos engranajes de su sociedad a mayor velocidad de lo normal.

También usó el correo muggle para solicitar información a algunos médicos. Gracias a Maud, no tenía dificultades en usar ese medio de comunicación, aunque debió tener paciencia porque, si bien escribía a destinatarios de la ciudad, era un proceso lento el recibir las respuestas. Por lo menos, la tapadera que le pidieron usar (la de un médico particular que hallara casos aislados de gripe en ciertas calles de Londres) no levantó demasiadas sospechas.

Lo malo fue que los muggles no estaban nada cerca de descubrir cómo tratar esa epidemia.

Sin que se lo pidiera, Maud se dispuso a ayudar como podía. Phineas no dejaba de agradecer al cielo por tan maravillosa esposa, que no dudó en servirle de asistente en casa, clasificando el correo que le llegaba con orden y cuidado, indicando enseguida qué requería su atención inmediata; además, seguía atendiendo la casa y a los niños diligentemente, logrando que todo funcionara a la perfección. A Phineas le daban ganas de llevarla a Grimmauld Place, con silla de ruedas y todo, para presumirla delante de sus soberbios padres y el resto de su altiva parentela, exclamando a los cuatro vientos que se había enamorado de la mejor mujer del mundo.

Sin duda, el que San Mungo finalmente pareciera dar con un tratamiento efectivo contra la epidemia de gripe al tiempo que se declaraba el fin de la Gran Guerra, fue lo mejor que Phineas pudo escuchar en ese año atroz.

Fue un caos a partir de allí. En San Mungo comenzaron a dictar protocolos y órdenes sobre cómo y a quiénes administrar su tratamiento, así como distribuyeron panfletos creados para que la población mágica identificara los síntomas más distintivos de esa gripe fatal. Por otro lado, varios magos que estaban a favor de la opinión del señor Potter sobre ayudar en la Gran Guerra, empezaron a coordinarse para recibir a sus soldados que volvían a casa, que por desgracia no eran todos y eso derivaba en largas listas de búsqueda y defunciones en las cuales indagar por los ausentes. A Phineas le rompió el corazón saber que uno de los primos de su amigo Albert no volvería a casa, así que lo invitó con todo y su familia a su casa durante un fin de semana, esperando que su compañía y la de su familia pudieran animarlo.

—¿En qué te ha tenido Shafiq estas últimas semanas? —se interesó Albert el día de su llegada, cuando los hombres fueron al despacho mientras Maud atendía a su hermana en compañía de los niños—. No creas que no me di cuenta de todas esas veces que salías temprano para atender "diligencias externas". Eso no se lo tragó nadie, amigo mío.

—No estoy autorizado a responder eso —aseguró Phineas con seriedad, quedándose de pie y mirando por su ventana, dando el perfil izquierdo a su amigo—. Pronto se dará un anuncio al respecto, pero antes de eso, no debo tratar el asunto contigo, Albert. Espero que lo entiendas.

—Me lo imaginaba. No te preocupes, no insistiré. Lo que sí me sorprende es que Maud o tú se las arreglaran para que todo en esta casa estuviera en orden.

—¿Por qué?

—¿Todavía lo preguntas? ¡Esos bebés tuyos! Tienen… ¿Qué, tres meses?

—Albert, te aprecio, pero mis bebés cumplirán un año en dos semanas. ¿En serio lo olvidaste?

—¡Perdón, perdón! Es que han pasado tantas cosas…

Phineas lo dejó estar.

Era cierto, no podía negarlo. Los magos no iniciaron la Gran Guerra, ni la pelearon; mucho menos la habían declarado terminada. Solo les había tocado lidiar con los efectos colaterales que los alcanzaron, entre ellos la expansión de esa epidemia que a duras penas, estaban logrando erradicar. Albert, viniendo de familia muggle, había perdido más que él, pero tampoco se permitió decaer o fracasar, por lo cual Phineas lo admiraba.

—A veces creo que te buscas una vida más complicada de lo que desearías, Phineas —comentó Albert de pronto, con expresión divertida.

A su vez, el aludido dejó escapar un bufido risueño.

—Yo no busco complicaciones, estimado Albert —aseguró—. Soy feliz, sin duda, pero al parecer, las complicaciones deciden buscarme a mí.

Fue eso lo que, para alivio de Phineas, hizo reír a su amigo por primera vez en mucho tiempo.

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Buenas noches desde este lado del charco (México).

Bienvenidos sean a lo primero que escribo en… no sé cuánto tiempo. Espero que les haya gustado.

Para este reto, después de un largo debate mental, el protagonista elegido fue Phineas Black, uno de los repudiados de la afamada familia mágica. Por si no lo sabían, este Black fue repudiado por "defender los derechos de los muggles" y en mi versión de él, eso inició mucho antes de los sucesos de este fic, así que para cuando se casó con una muggle, su familia ya no lo buscaba en absoluto y Phineas hizo lo que quiso.

Por si no lo habían notado, el título del fic es, precisamente, el año en el cual terminó la Primera Guerra Mundial, pero también cuando inició una de las peores epidemias de la Historia: la de aquella conocida como "gripe española" (en ese tiempo, España era país neutral en la Gran Guerra y por ello, no censuraba ninguna noticia respecto a la epidemia). Ajá, no pude dejar de pensar en que era un recordatorio de nuestra situación mundial actual, aunque la gripe de entonces y lo de ahora pues… son completamente diferentes.

Dato curioso: el cómo se conocieron Phineas y su esposa lo escribí hace un tiempo, en el One 1908.

Cuídense mucho y nos leemos hasta la próxima.