Ranma ½ y todos los personajes son propiedad de Viz Communications y Rumiko Takahashi.
Betty
Por
Dr Facer
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El olor acre y metálico le irritó la nariz y la hizo estornudar, despertándola de nuevo. Nabiki evitó mirar hacia la puerta del consultorio mientras se incorporaba, pues no tenía deseos de volver a ver lo que había hecho Betty con el cuerpo del doctor Tofú. Sintió un tirón de dolor entre los hombros al moverse y supo de inmediato que resentiría mucho los golpes en la espalda al día siguiente, pero ese era un precio muy pequeño a pagar por seguir con vida. Logró ponerse de pie en el resbaloso piso ensangrentado, dándole la espalda al sitio en donde sabía estaba la esqueleto, y se miró para confirmar que sus manos y casi toda su ropa estaba manchada de rojo y apestaba a sangre derramada.
"...Mi cara y cabello también están manchados," pensó mientras llevaba una mano a su cabeza para confirmar que sí, su cabello era un desastre húmedo, pegajoso y horrible.
—Aún no anochece… —murmuró al darse cuenta de que la luz del sol ni siquiera había bajado. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que llegó a la clínica? A Nabiki le parecía que habían pasado varias horas.
"¿Por qué no me hizo nada Betty?" Se preguntó, pero entendió de pronto que la esqueleto ya no tenía ninguna razón para atacarla. Se había llevado a Tofú al otro mundo. Había ganado, estaría con el doctor para siempre. Pensando que quizás podría salir por la puerta principal, Nabiki finalmente se giró, esperando no encontrarse con Betty de nuevo.
Pero lo que vio le revolvió el estómago, y por un momento no supo cómo reaccionar, pues frente a ella estaban todavía los restos de Tofú, ya cubiertos por moscas que recorrían ansiosas la carne ensangrentada y unos pasos más allá, junto a la puerta del consultorio, estaba Betty, acurrucada sobre el esqueleto, ya completamente descarnado pero aún manchado de carmesí del doctor Tofú. Tenía el cuchillo a un lado, descartado seguramente una vez que terminó su horrible tarea.
Sintiendo que se le enfriaban las manos a causa del pánico que la escena le provocaba, Nabiki se arriesgó a dar un paso hacia la puerta, pero Betty se incorporó de inmediato, mirándola con sus horribles cuencas vacías y oscuras.
—...No-te-acerques-a-nosotros… déjanos-en-paz-o-te-asesino —le advirtió, tomando el cuchillo con rapidez y apuntándolo hacia la muchacha—. Vete-ya… es-lo-que-Tofú-quería.
Nabiki retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared y se limitó a asentir. No pensaba desaprovechar la oportunidad que Betty le estaba dando así que a tientas, buscó hasta dar con la ventana y rápidamente, sin dejar de mirar al esqueleto, la abrió y salió por allí sin siquiera molestarse en volver a cerrarla. No importaba, había avanzado sólo tres pasos cuando escuchó que la ventana se cerraba de golpe a sus espaldas. Betty obviamente no deseaba más interrupciones.
Cruzó el angosto jardín que rodeaba la clínica y salió a la calle, ignorando lo mejor que podía el creciente dolor en la espalda y se sorprendió al ver que no había nadie cerca, era como si todo el vecindario hubiera decidido quedarse en casa a esa hora de la tarde. Pensando que podría apresurarse y regresar al dojo sin ser vista, Nabiki se echó a correr hacia su izquierda, con la intención de cortar camino por uno de los callejones que recorrían ese bloque antes de llegar a la esquina, y ya había entrado al callejón cuando se detuvo al darse cuenta de algo.
No podía ir a su casa.
El momento en que alguien de su familia le pusiera los ojos encima la obligarían a contarles qué le había sucedido, y no podía hacerlo. Betty le había ordenado que no lo contara, porque si lo hacía la mataría. Recordar la fría voz de la esqueleto amenazándola logró que todo el terror que había sentido en la clínica regresara de golpe y Nabiki tuvo que apoyarse en la pared, llevando las manos a su pecho mientras intentaba controlarse para evitar temblar de pies a cabeza.
Podría ir a un baño público, pero aún si la dejaban entrar manchada de sangre como estaba, no había modo de que se volviera a poner esa misma ropa, y tampoco podía lavarla, porque en cualquier lavandería le harían preguntas y la obligarían a hablar con la policía. No podía ir con alguna de sus asistentes de la preparatoria, pues también le harían preguntas, y visitarlas en ese estado les daría información que podrían usar en contra de ella en el futuro.
Nabiki entendió que estaba sola.
—Sola… y sin tener a dónde ir…— murmuró, su corazón llenándose de una angustia tan fuerte que le impedía pensar más allá de su absoluta soledad.
Sin saber qué hacer la muchacha comenzó a recorrer el callejón, tomando al salir la dirección contraria al dojo para así evitar encontrarse con alguien conocido.
Recorrió varias calles con la cabeza baja para ocultar su rostro, ignorando lo mejor que podía las miradas y murmullos de las pocas personas con las que se había cruzado hasta que llegó al parque más grande del vecindario, en donde había un lago artificial. No sabía cómo fue que terminó allí, pero al darse cuenta pensó que quizás inconscientemente había tomado esa dirección pues el lago era el único lugar de Nerima en donde podría lavarse sin contestar preguntas.
—Sí… no es mala idea, incluso podré lavar un poco mi ropa sin tener qué quitármela… —dijo en voz baja, saliendo del camino empedrado, el principal del parque, y entrando al jardín con la intención de ocultarse de la gente entre los matorrales mientras se dirigía al lago.
Sólo que no pudo acercarse.
No había árboles ni matorrales cerca de la orilla del lago, y había bastante gente allí. Podía ver parejas comiendo, familias con niños que jugaban y en el lago varios botes recorriendo las tranquilas aguas. Era imposible acercarse sin ser vista.
"Tendré que esperar a que haya menos gente," pensó Nabiki sentándose junto a un árbol, apoyando la espalda en el tronco y recogiendo las piernas para ocultar sus manchadas ropas lo mejor posible. Cruzó los brazos sobre sus rodillas y escondió su rostro detrás de los antebrazos. Era una posición incómoda, pero así no llamaría la atención y podría estar cerca del lago mientras el lugar se quedaba lo suficientemente solo.
Pero la gente no se iba, y el murmullo de sus conversaciones y risas seguía llegando hasta sus oídos, y el estar quieta sólo estaba haciéndola recordar, una y otra vez, el momento en que Betty cortaba ese gran trozo de carne de la pierna de Tofú y luego lo arrojaba como si fuera basura a la pila de despojos ensangrentados en el consultorio.
El recuerdo la estremeció y por un momento sintió que se le cerraba la garganta a causa de una nueva ola de terror que la imagen le provocaba. Se obligó a respirar por la boca para jalar todo el aire posible y aunque eso ayudó un poco, también la hizo percibir con más intensidad el metálico olor a sangre que había impregnado su ropa, y la muchacha estuvo a punto de echarse a llorar, pero…
—Señorita Tendo, ¿está herida?
Nabiki levantó la mirada y se encontró de frente con el maestro Manabu Sakura, que la observaba con atención y se había inclinado para hablarle. La muchacha notó que llevaba puestos pants y una sudadera junto a una bufanda, indicándole que el profesor estaba en el parque para hacer ejercicio.
—¿Puede caminar? —preguntó el maestro, su voz mostrando que estaba verdaderamente preocupado—. ¿Desea que la lleve a ver a un doctor?
La idea de ver a un doctor sólo consiguió que Nabiki recordara la última amenaza de Betty y se apretó más contra el árbol a causa del miedo que le provocaba la idea de volver a enfrentarse a la esqueleto. Negó moviendo la cabeza de lado a lado ya que no podía encontrar su voz y volvió a bajar la mirada, deseando que el maestro la dejara sola.
—Si ha tenido un accidente yo la puedo ayudar —insistió el profesor Sakura—. No tenga miedo, haré lo posible para que le den atención médica.
—No… no es necesario… —logró decir ella, su voz a punto de quebrarse al hablar, y eso sólo la hizo sentirse aún más desamparada. ¿Acaso el miedo le impediría incluso hablar?
—Si no quiere ir al hospital, entonces al menos déjeme acompañarla a su casa —le dijo el maestro—. O podemos llamar desde alguna parte para que vengan por usted.
Nabiki parpadeó al escuchar esas palabras. No podía ir a su casa. Si lo hacía tendría que contar lo que pasó en la clínica del doctor Tofú y eso haría enojar a Betty. No, definitivamente no podía ir al dojo, no era seguro. Mirando al maestro con una expresión de angustia al saber que si regresaba a su casa sólo pondría a su padre y sus hermanas en peligro, la muchacha se esforzó para ponerse de pie y comenzó a alejarse por entre los arbustos, esperando poder dejar atrás al maestro y que dejara de ofrecerle su ayuda.
Pero Nabiki no había avanzado mucho cuando el maestro se adelantó y le cortó el paso, mirándola con una determinación que la obligó a detenerse. En verdad parecía decidido a ayudarla sin importar las consecuencias.
"Pobre estúpido," pensó Nabiki, tratando de rodear al maestro pero él no se lo permitió pues levantó un brazo para impedirle avanzar. "Necio… ayudarme sólo hará que Betty lo asesine."
—Déjeme ir, maestro Sakura —pidió ella sin atreverse a mirarlo, pues temía que cualquier contacto con otra persona sería suficiente como para hacer enfurecer a Betty—. No necesito…
—Si no desea contarme qué le sucedió, entonces no lo haga —la interrumpió él, su voz dejando claro que no aceptaría más negativas—. Pero es mejor si me acompaña, la llevaré a un lugar en donde podrá asearse sin que la mire algún curioso. Además, si sigue caminando sola lo único que conseguirá es que la recoja la policía, y me parece que usted no quiere eso, ¿cierto?
—Es cierto… no puedo hablar con la policía —admitió Nabiki, que encontró un poco de alivio en la firmeza presente en la voz del profesor. Suspirando y no encontrando ninguna razón para seguir negándose, se limitó a asentir y comenzó a seguirlo, con la esperanza de que en verdad la llevaría a algún lugar en donde podría bañarse.
"Quizás si no le cuento lo qué pasó en la clínica…" pensó ella mientras caminaba junto al maestro con la mirada baja, apretándose las manos para mantener los nervios a raya. "Si no le cuento nada, tal vez Betty no vendrá..."
Nabiki estaba todavía tan alterada por el asesinato de Tofú que ni siquiera pensó que esta podría haber sido la oportunidad perfecta para conseguir información que le permitiera extorsionar al maestro Manabu.
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El edificio de cinco pisos tenía una pequeña placa junto a la entrada que decía 'Departamentos Hinode', y la muchacha se detuvo frente a la puerta mirando su reflejo en el cristal. No podía distinguirse bien el rostro, pero sí podía ver que su ropa, blanca sólo un poco antes, se había manchado casi en su totalidad de un rojo oscuro. En otra ocasión Nabiki ya habría realizado una serie de rápidos cálculos que le permitirían aprovechar esta situación a su favor, pero en ese momento lo único que pasó por su mente al mirarse fue el recuerdo de sus manos en el charco de sangre que llenaba casi todo el consultorio en el que Tofú había muerto.
—Entremos, señorita Tendo, aquí podrá lavarse —le dijo el maestro luego de abrir la puerta con su llave mientras esperaba que ninguna de las chismosas vecinas del edificio se asomara para espiar al pasillo. Al mirar a Nabiki, el profesor notó que la muchacha se había paralizado, su mirada perdida mientras se frotaba las manos con fuerza, intentando quitarse las manchas de sangre seca que se las cubrían.
—No… no se limpia… —murmuró ella, su voz un hilo de desesperación a punto de reventar—. ¡No se limpia!
—Pronto podrá limpiarse, acompáñeme —repitió Manabu, tomandocon cuidado a la afligida muchacha por el brazo y guiándola por el pasillo hasta el único elevador del edificio. El maestro notó que Nabiki había comenzado a oler algo mal, y el olor le recordó una ocasión en la que había visitado un matadero para conseguirle a su padre un lechón completo.
"¿Qué diablos le habrá pasado?" Se preguntó mientras salían del ascensor en el cuarto piso. Había considerado llevarla con la policía, pero ver a Nabiki tan indefensa lo hizo cambiar de opinión y al final decidió que por lo menos la ayudaría a limpiarse; ya después averiguaría cómo fue que una de sus alumnas terminó cubierta en sangre de los pies a la cabeza.
Abrió la puerta de su pequeño departamento y guió a la muchacha adentro. Luego de no poder limpiarse las manos Nabiki había comenzado a moverse casi de manera automática, como si no supiera ni le importara en dónde estaba, y eso le preocupaba mucho al maestro.
—Necesito bañarme —anuncio ella cuando el profesor cerró la puerta, evitando mirarlo a él o al departamento, pues mantenía la vista baja, fija en sus manos que aún seguían manchadas con la sangre de Tofú Ono—. No puedo… ya no puedo seguir así… por favor, maestro… déjeme bañarme…
—Está bien, venga —le dijo él, tomándola de nuevo gentilmente por el brazo para llevarla al pequeño baño, dejándola de pie frente a la regadera—. Hay toallas bajo el lavamanos y puede usar la lavadora. Tome su tiempo, señorita Tendo, y espere en el departamento cuando termine, regresaré pronto.
—¿A dónde va..?
—Iré a conseguirle ropa, no tengo nada que pueda usted ponerse —la interrumpió él—. Por favor espéreme.
Sin decirle más, Manabu salió del baño y la muchacha escuchó poco después cómo la puerta del departamento se abría y se cerraba. La había dejado sola.
Sola.
Nabiki se frotó los brazos al darse cuenta de que no había nadie más en el departamento y se sentó en el retrete, mirando la pequeña lavadora frente a ella. Se sentía incapaz de bañarse a pesar de lo mucho que lo deseaba, pues sabía que hacerlo la dejaría vulnerable… ¿qué tal si Betty la había seguido y entraba mientras estaba bajo la regadera?
"¡Pero no le he contado a nadie…!" se dijo, cerrando los ojos mientras trataba de convencerse que no pasaría nada malo si se daba un baño caliente.
Se desnudó con manos temblorosas, pensando que en cualquier momento Betty derribaría la puerta para intentar clavarle un cuchillo en la espalda, pero luego de poner su ropa a lavar sin incidente se permitió relajarse un poco. Tal vez nada malo pasaría. Respiró profundo y se miró en el espejo para descubrir al fin que la mitad de su cara, la que había quedado en el piso, estaba machada de un oscuro carmesí en varias partes y su cabello, como imaginaba, era una maraña desarreglada, maloliente y pegajosa en la que había enredados algunos coágulos de sangre. Verse así consiguió que Nabiki sintiera que la recorría un escalofrío y se alejó del espejo. No podía seguir mirándose.
Abrió las llaves de agua y esperó hasta que estuviera lo suficientemente caliente como para llenar el baño de vapor antes de colocarse bajo la regadera. No quería lavarse con agua fría o tibia, necesitaba que estuviera caliente, sentía que sólo así podría quitarse la sangre de Tofú de la piel y el cabello. Tomó la barra de jabón y se enjabonó de pies a cabeza para luego enjuagarse, repitiendo el proceso varias veces hasta que el agua que se arremolinaba por la coladera dejó de estar teñida de rojo. Sólo entonces se permitió un momento de tranquilidad, disfrutando el modo en que el agua caliente le ayudaba con el dolor en la espalda.
"Limpia…" pensó, pasando sus manos por su rostro y cuello. "Limpia al fin… no más sangre de..."
—...Del doctor… Tofú… —murmuró, recordando el momento en que Betty lo había apuñalado y después cuando le cortó el cuello y como un chorro de sangre salía de su garganta rebanada hasta su pecho y…
Nabiki trató de olvidar ese horrible momento pero no pudo hacerlo, el momento en que Tofú era degollado se repitió en su memoria varias veces antes de que pudiera detenerlo. Temblando de nuevo, la muchacha se apoyó en la pared y se deslizó hasta quedar de rodillas bajo la regadera. Se miró las manos y por un momento le pareció que estaban cubiertas de sangre de nuevo, parpadeó para deshacer la ilusión y se cubrió la boca con las palmas para poder al fin gritar lo más fuerte que pudo, ahogando su grito con las manos, un grito que había contenido desde el primer momento en que vio a Betty moverse. Gritó hasta que el agua que se filtraba por entre sus dedos entró por su nariz y la obligó a toser para recuperar el aliento.
El agua caliente seguía cayendo sobre ella y trató de calmarse respirando profundamente pero fue en ese momento, cuando parecía que podría tranquilizarse, que al fin le llegó el llanto. Un llanto provocado por el pánico contenido por horas, por el dolor en la espalda, por el terrible trauma de ver cómo Tofú era descarnado mientras ella no podía hacer nada para ayudarlo.
Sin poder dejar de llorar y aún bajo el agua de la regadera, Nabiki Tendo terminó hecha un ovillo en el suelo.
Minutos más tarde...
Manabu Sakura se pasó una mano por el rostro y respiró profundamente antes de entrar a su departamento. No podía entender porqué había traído a Nabiki aquí en lugar de llevarla a la estación de policía o a un hospital. Había preguntado en la calle por si alguien escuchó de algún crimen o accidente, pero nadie sabía nada. Lo único que le quedaba entonces era la posibilidad de que algo malo hubiera pasado en la casa de la muchacha, que por lo que sabía era un dojo de artes marciales. Quizás algún combate se salió de control a tal grado que su alumna había terminado cubierta de sangre, y quizás era por eso no quería regresar allí.
—No sabré qué le pasó hasta que me responda —murmuró mientras abría la puerta, pensando por un momento que la muchacha se había ido pero no, podía escuchar la regadera todavía—. Extraño, han pasado ya casi veinte minutos y no ha salido de bañarse...
Sintiéndose preocupado y esperando que a Nabiki no se le hubiera ocurrido suicidarse bajo la regadera, el joven maestro se acercó al baño y tocó la puerta—. Señorita Tendo, ¿está usted bien?
No hubo respuesta.
—¿Señorita Tendo? —insistió Manabu, volviendo a tocar un poco más fuerte—. ¿Nabiki?
De nuevo nada. Alarmado, el profesor pegó el oído a la puerta y finalmente pudo escuchar los sollozos de la muchacha casi completamente ocultos por el ruido del agua al caer. Temiendo que la muchacha se había cortado las venas en su baño, Manabu abrió la puerta y entró esperando no encontrar a una adolescente tirada en medio de un charco de sangre.
Pero no fue así. Nabiki estaba en el suelo, tumbada de costado, dándole la espalda a la puerta, temblando con las piernas y brazos recogidos mientras un ligero temblor la recorría cada que sollozaba. Por un momento el maestro no supo qué hacer, pues nunca imaginó que vería a la 'Reina de hielo' de la preparatoria Furinkan en un estado tan lamentable. ¿Ésta era la sagaz muchacha que podía organizar un círculo de apuestas en cosa de minutos con la que había estado midiendo su ingenio durante casi dos meses cada que intentaba evitar que vendiera fotografías o información en su salón de clases?
"Lo que le haya pasado tuvo que ser muy grave para que le afectara tanto," pensó el maestro, entrando al baño para sacar una toalla del gabinete bajo el lavamanos. Dejó la bolsa de plástico que llevaba en la mano izquierda sobre el retrete, procedió después a cerrar la llave del agua y finalmente, evitando mirar el desnudo cuerpo de su alumna, la cubrió con la toalla esperando que eso la hiciera reaccionar.
—Se enfermará si se queda así en el suelo, señorita Tendo —dijo él luego de darle la espalda para no arriesgarse a mirar el cuerpo de Nabiki por accidente—. Le traje algo para que se vista, la espero en la sala.
Nabiki contuvo el aliento cuando escuchó que alguien abría la puerta del baño, y de inmediato pensó que era Betty que había venido a matarla y a descarnar sus huesos para dejarla hecha un esqueleto, pero sentir que le colocaban una toalla sobre los hombros y después escuchar la voz del maestro Manabu fue suficiente como para que se permitiera volver a respirar.
"Ya no estoy sola," pensó, sintiéndose bastante segura al saber que si Betty aparecía no tendría que enfrentarla sin ayuda.
Lo escuchó decir que la esperaría fuera, y la angustia que la invadió al saber que volvería a quedarse sola la obligó a moverse. No le importó que su cuerpo sólo estuviera cubierto por una toalla, la idea de estar sola la asustó tanto que se levantó y tomó el brazo del maestro para evitar que la dejara.
—No me deje sola, por favor —logró decir ella, sintiendo cómo nuevas lágrimas se deslizaban por sus mejillas—. Por favor no me deje… no podría soportarlo.
—Señorita Tendo…
—¡Usted no entiende! —dijo Nabiki, su voz quebrándose al caer presa de un súbito terror provocado por el claro recuerdo del momento en que Tofú era apuñalado y después degollado frente a ella—. ¡No entiende lo que puede pasar!
—No me iré, estaré en la cocina y…
—Manabu, por favor… —pidió la muchacha, enterrando su rostro en el pecho del maestro, buscando instintivamente el contacto con alguien más para tratar de combatir el miedo—. Por favor… había tanta sangre… y toda esa carne y… los intestinos desparramados por el suelo, y… ¡no pude hacer nada!
Nabiki no pudo decir más, la imagen de Betty arrojando el trozo ensangrentado de pierna de Tofú sobre sus despojos volvió a repetirse en su memoria, torturándola de nuevo, llevándola a un estado de tal terror que la hizo temblar y abandonarse nuevamente al llanto.
—¡Había tanta sangre…! —lloró ella, apretando la tela de la sudadera de Manabu entre sus dedos—. ¡Tanta sangre!
El primer impulso del maestro fue alejar a la muchacha y salir de allí, pero al verla en ese estado tan vulnerable no pudo hacerlo. Conmovido por la fuerte angustia y dolor de Nabiki el profesor terminó por abrazarla, esperando de ese modo poder ofrecerle al menos un poco de apoyo y consuelo.
Y Nabiki, devastada como estaba, aceptó el abrazo del maestro, permitiéndose llorar entre sus brazos hasta que sintió que todo el miedo, todo el sufrimiento que había enfrentado sola durante esa tarde, la abandonaban poco a poco.
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Terminó de secarse el cabello con una toalla lo mejor que pudo y respiró profundamente, apoyando las manos en el lavamanos mientras recordaba la manera en que el maestro la había abrazado hasta que se sintió lo bastante tranquila y aliviada como para dejar de llorar, y cómo después había salido sin decirle nada más.
"Sería tan fácil arruinarle la vida después de esto," pensó ella, pero el recordar los cálidos y firmes brazos del maestro rodeándola y ofreciéndole el apoyo que necesitaba para al fin hacer a un lado lo que pasó en la clínica y tranquilizarse la hizo cambiar de opinión. "No… no podría hacerle eso, no después de lo que hizo por mi."
—Podría haberme dejado en el parque… —murmuró, entendiendo que el maestro había tomado un gran riesgo al traerla aquí para ayudarla—. Podría incluso haberme visto desnuda o intentado tocarme, pero... no hizo nada de eso. El maestro Sakura me ayudó sin pedir nada a cambio… él me ayudó.
Y eso cambiaba mucho las cosas.
Decidiendo que no estaba todavía en condición de pensar en ello, Nabiki finalmente abrió la bolsa de plástico que le dejó el maestro y se encontró con un suéter azul, unos pantalones grises y un par de sandalias blancas. No había ropa interior en la bolsa pero eso era de esperarse. Revisó de nuevo y no encontró ninguna nota de compra, por lo que no sabía cuánto gastó el profesor pero estimaba que habían sido al menos un par de miles de yenes. Preguntándose si la ropa le quedaría, se quitó la toalla en la que se había envuelto y se vistió.
Algunos minutos después...
Salió del baño llevando las sandalias en la mano y fue a colocarlas junto a la puerta del departamento antes de ir a sentarse a uno de los dos sillones de la sala. El maestro no parecía haberla escuchado, pues estaba de espaldas a ella haciendo algo en la cocina. Pensó en llamarlo, pero en lugar de eso miró con atención el resto del departamento. No lo había hecho cuando entró la primera vez pues había estado hecha un desastre, pero ahora, ya más tranquila, sentía curiosidad sobre cómo vivía su profesor y quería satisfacerla. El departamento era agradable aunque pequeño. La sala y el comedor eran un espacio no muy grande, separados de la cocina sólo por una barra de ladrillo. Había una puerta a su derecha que llevaba a una habitación, pues alcanzaba a ver una cama al fondo. Y eso era todo: cocina, sala y comedor, un baño y una recámara. La muchacha razonó que para un soltero joven era suficiente, aunque le llamó la atención que el profesor no tenía adornos ni cuadros en las paredes, sólo había un radio en un librero junto a la ventana.
Y era allí en donde estaba algo que le intrigó. Un saco de boxeo colgando del techo, y debajo, dos pares de guantes de box.
"...¿Le gusta boxear?" Se preguntó, aceptando con gusto cualquier cosa que le permitiera evitar pensar en la clínica del doctor Tofú. "Es… algo raro."
—Tome esto, le ayudará un poco con los nervios —le dijo el maestro, que había salido de la cocina y le ofrecía una taza de humeante té—. Tenga cuidado, está caliente.
—Gracias —respondió ella aceptando la bebida y tomando un sorbo, descubriendo que era té de jazmín.
El profesor volvió a la cocina y regresó casi de inmediato, llevando una taza para él. Le dedicó una mirada y se sentó en el sofá frente a ella, en donde se limitó a beber su bebida en silencio, esperando a que la muchacha decidiera hablar.
—Es un poco grande —dijo Nabiki una vez que había vaciado la mitad de la taza.
—¿Disculpe?
—La ropa es una talla más grande, y las sandalias también, pero no hay problema —explicó ella—. De hecho me sorprende que casi hubiera adivinado mi talla, profesor.
—Fue suerte —contestó él—. Señorita Tendo...
—No quiero hablar de lo que me pasó, profesor.
—Entiendo, pero necesito saberlo —respondió Manabu—. No podré ayudarla si no me cuenta qué le sucedió.
Nabiki no respondió y continuó bebiendo el té en silencio. No podía contarle, si lo hacía Betty vendría y le cortaría el cuello pero… el maestro la había ayudado, y por ello se merecía una respuesta.
"Supongo que puedo inventar cualquier cosa," pensó una vez que se terminó el té. ¿Qué podría decirle? Obviamente no la verdad pero… quizás algo que le había pasado años atrás y que también terminó con ella viendo algo horrible podría servirle. "Sí… creo que eso podría funcionar."
—Cuando era pequeña un camión atropelló a un perro frente a mi —dijo ella en voz baja, evitando mirar al profesor—. Me impresionó mucho y tuve pesadillas por meses.
El maestro Sakura asintió y guardó silencio, dejando que su alumna continuara su explicación.
—Hoy… pasó de nuevo —prosiguió Nabiki, respirando profundamente y esperando que lo que estaba por decir resultara convincente—. Había salido a ver a unas amigas y ya estaba de camino a casa cuando un camión reventó a un perro… quizás piense que es estúpido… pero intenté ayudarlo. Lo levanté y… había tanta sangre y carne regada por el suelo… nunca había visto algo así, era peor que lo que vi cuando era niña… y la impresión… no poder ayudar al animal...
—Entiendo —asintió Manabu, pensando que un trauma de la infancia de ese tipo podía desencadenar una reacción tan fuerte como la que sufrió la joven Tendo, y aunque no estaba completamente convencido con la historia decidió no indagar más. Su alumna se había tranquilizado y parecía sentirse lo bastante bien como para volver a casa, por lo que juzgó que su trabajo había terminado por ese día—. Lamento que le haya pasado eso, señorita Tendo, me imagino que debió ser horrible para usted.
—Sí… sí lo fue —respondió ella. Un silencio ligeramente incómodo cayó entre los dos, por lo que Nabiki pensó que era el momento de irse, pero en lugar de ello preguntó algo completamente distinto—. ¿Por qué tiene un saco de boxeo?
—Oh… supongo que debí esperar que lo preguntara —respondió el maestro, que se alzó de hombros al continuar—. Es simple, además de maestro también soy boxeador.
—¿En serio? —Nabiki sonrió con interés, esto quizás podría serle útil luego—. Maestro, ¿a su edad cree que todavía puede ser campeón de todo Japón?
—Sólo tengo veinticinco años —contestó él, devolviendo la sonrisa de la muchacha al tomar su pregunta con buen humor—. Y nunca me ha interesado ser campeón, boxeo porque me gusta, señorita Tendo.
—¿En verdad no sueña con ganar el título?
—Mi único sueño en el boxeo… —Manabu volvió a levantar los hombros; por un momento pensó en no contestar la pregunta, pero luego de pensarlo le pareció inofensivo responder—. Es ganar una pelea por K.O., normalmente yo siempre gano por puntos, ¿sabe?
—Oh… pues espero que algún día lo consiga, maestro Sakura —dijo la muchacha con una sonrisa un poco más discreta y ciertamente más honesta—, en verdad espero que lo logre.
—Gracias —le dijo él, y estaba por decir algo más pero la alarma de la lavadora, indicando que la ropa de Nabiki estaba lista, lo interrumpió.
—Mi ropa —comentó Nabiki levantándose—. Iré por ella.
—Guárdela en una bolsa, Tendo —sugirió el maestro, que también se levantó—. Ya van a ser las siete y será mejor que la lleve a su casa.
—¿Me acompañará usted? —preguntó ella desde el baño.
—Sí, me sentiré más tranquilo si la acompaño.
—Bueno, si usted quiere… —contestó ella al entrar a la sala. La muchacha no lo dijo, pero en verdad apreciaba que el maestro fuera con ella, pues la idea de caminar sola y arriesgarse a encontrarse con Betty le causaba escalofríos.
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Nabiki caminaba despacio, midiendo sus pasos con cuidado y mirando de cuando en cuando hacia los pórticos de las casas o cualquier otro lugar en el que pudiera ocultarse un esqueleto dispuesto a acuchillarla. El maestro iba detrás de ella, y la seguía en silencio con las manos metidas en el bolsillo frontal de su sudadera. La muchacha había pensado que intentaría hacerle conversación pero al parecer Manabu quería limitar lo más posible la interacción entre ambos, aunque su silencio no le molestaba; le bastaba su presencia para sentirse segura, ya que le permitía convencerse de que Betty no la atacaría mientras estuviera acompañada.
Dieron la vuelta en la esquina y luego de caminar un poco Nabiki miró al otro lado de la calle y vio que estaban frente a la cremería de Yasukichi, y eso le recordó el compromiso que tenía con su hermana Kasumi.
"Debo ayudarla a convencer a papá que Yasukichi no es un vagabundo desempleado…" recordó, deteniéndose para mirar el negocio, intentando dar con alguna idea que le permitiera ayudar a su hermana.
—¿Le sucede algo, señorita Tendo?
—Maestro… ¿podría hacerme otro favor? —pidió Nabiki, que ya había trazado un plan para apoyar a Kasumi, aunque para que funcionara necesitaría de la cooperación del profesor Sakura—. En verdad apreciaría mucho si me ayuda con esto.
—Si puedo ayudar… ¿qué necesita?
—Bueno, pues lo primero sería… —empezó Nabiki, que luego procedió a explicar su idea.
Un poco más tarde…
Nabiki abrió la puerta del dojo y permitió que su maestro, que ahora cargaba una pequeña bolsa de plástico, la siguiera hasta la entrada de la casa. El olor que salía hasta el jardín indicaba que Kasumi aún no servía la cena, lo que tranquilizó a Nabiki ya que significaba que no había perdido la oportunidad de ayudar a su hermana como se lo había pedido.
"Es difícil de creer que todo esto pasara en menos de tres horas…" pensó, pero de inmediato hizo a un lado el recuerdo de los eventos de la clínica. Le tomó un poco de esfuerzo pero concentrarse en su plan le ayudó a conseguirlo.
—Ya llegué —llamó, esperando a que Akane o su padre salieran a recibirla. Cuando nadie se asomó a la entrada, Nabiki simplemente agregó—. Papá, vengo con un hombre mayor que yo.
—Señorita Tendo, ¿qué demonios hace? —le preguntó el maestro, claramente molesto por las palabras de su alumna ya que no eran parte del favor que le había pedido antes de entrar a la cremería.
Nabiki no contestó, pues Soun Tendo se apareció tan repentinamente en la puerta que fue como si hubiera salido de entre las tablas del piso.
—¿Quién es usted? —preguntó, mirando al maestro con toda la desconfianza que podía irradiar un padre preocupado por su hija —. ¿Y por qué está con Nabiki?
—Me llamo Manabu Sakura, y soy el maestro de su hija —respondió el profesor, inclinándose para saludar.
—Oh, pues mucho gusto en conocerlo, maestro Sakura —respondió Soun, algo más tranquilo cuando notó algo que volvió a alterarlo: Nabiki no llevaba puesta la misma ropa con la que había salido de la casa—. ¿Podría explicarme porqué mi hija trae ropa distinta?
—Una muchacha arrojó a Nabiki al lago del parque, su ropa se mojó y se llenó de lodo —respondió Manabu, esperando que su voz no reflejara la mentira a medias que estaba contando—. No pude verle la cara, pero se alejó saltando y riendo de una manera extraña.
—Oh… creo que ya sé quién fue —dijo el maestro de la escuela Tendo de artes marciales, entendiendo que si Kodachi estaba involucrada en este asunto lo más seguro era que todo terminaría sin pasar a mayores en un par de días, lo cual lo tranquilizó—. Pero eso no explica por qué viene con mi hija y que ella traiga puesta otra ropa.
—Estaba en el parque haciendo ejercicio y vi lo que pasó; como ella es mi alumna decidí ayudarla. La ropa es de una vecina que me las prestó para que su hija no anduviera con ropa sucia y mojada por la calle —le contestó el joven maestro, siguiendo lo mejor que podía las instrucciones que le había dado Nabiki—. Después de eso la traje al dojo.
—Entiendo, entiendo… bien, pues en ese caso debo agradecerle por ayudar a mi niña —respondió Soun mientras asentía complacido al ver que el profesor era un hombre responsable. Detrás de él, Kasumi se había asomado para ver qué había provocado que su padre subiera la voz, y terminó quedándose para ver qué era lo que Nabiki pensaba hacer.
—No tiene qué agradecer, señor Tendo. Y ahora, si me disculpa... —dijo Manabu luego de inclinarse un poco y comenzar a dar un paso hacia la puerta principal, pero se detuvo y habló de nuevo antes de que Soun pudiera despedirse—. Por cierto, ¿le gustaría un queso? Compré dos en una nueva cremería de camino aquí, pero yo sólo necesito uno.
—Oh, conozco esa tienda —respondió el padre de Nabiki al tiempo que aceptaba el regalo—. No he ido en persona pero sé que venden buenos productos allí. Le agradezco el queso, profesor Sakura.
—Papá… ¿sabes quién es el dueño de esa cremería? —Intervino entonces la mediana, que al notar la presencia de Kasumi, se preparó para llevar a cabo la última parte de su plan—. Es Yasukichi, regresó a Nerima y abrió su propio negocio. Ya no tiene nada de vagabundo, ¿qué te parece?
—Vaya, pues eso es bueno —respondió Soun levantando una ceja sorprendido—. Nunca pensé que ese muchacho decidiría abrir un negocio… quizás fui muy duro con él la última vez que nos visitó…
—Si no le molesta, señor Tendo... —comentó el maestro Manabu—, ya debo retirarme, ha sido un gusto conocerlo.
—Igualmente, y le agradezco por traer a Nabiki a casa —dijo Soun—. Que tenga una buena noche.
—Sí, gracias por traerme, maestro Sakura —se despidió Nabiki, haciéndole un guiño cómplice—. ¡Y gracias por ayudarme!
No mucho después...
Soun había regresado a la sala para reiniciar su juego de shogi con Genma mientras esperaban a que la cena estuviera terminada, ya que Kasumi le había dicho que faltaba un poco para que todo estuviera listo. Aunque sus dos hijas mayores no habían entrado a la cocina, pues se habían quedado en la entrada para conversar un poco.
—No sé cómo lo conseguiste, pero te agradezco mucho lo que acabas de hacer —sonrió Kasumi—. Con eso papá no desconfiará de Yakkun mañana.
—No ha sido nada —contestó Nabiki, devolviendo la sonrisa—. El maestro Manabu aceptó ayudarme y creo que todo salió bastante bien.
—Salió perfecto —asintió la mayor, que entonces agregó—. Por cierto, ese profesor es guapo… ¿en verdad te caíste al lago del parque, o tienes algo que contarme?
—Es… ¡es simplemente mi maestro de matemáticas! —respondió la mediana, que si hubiera tenido un espejo de frente se habría dado cuenta que sus mejillas se habían sonrosado un poco.
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Ya era medianoche y Nabiki seguía despierta. No sentía miedo, pero en la soledad de su recámara el recuerdo de la muerte de Tofú había vuelto a hacerse presente y la muchacha estaba tratando de encontrar la manera de distraerse para ya no pensar en esa horrible tragedia, pues le impedía dormir y no quería faltar a clases al día siguiente.
"Quizás debería ir por un té o algo," pensó, acostándose boca arriba para mirar el techo.
Estaba por levantarse cuando frente a sus ojos, su cobija comenzó a elevarse por entre sus piernas hasta que terminó en el suelo, revelando ante ella la imagen de un esqueleto translúcido con un agujero en el cráneo. Era Betty.
Y antes de que Nabiki pudiera gritar, la cobija se le enrolló en la garganta y la obligó a levantarse, jalando hacia arriba como si quisiera ahorcarla, forzando a la mediana de las Tendo a pararse de puntas sobre su cama para seguir respirando.
—...Tofú-ya-cruzó-al-otro-mundo-conmigo —dijo Betty, acercando su forma incorpórea a la muchacha—. Pero-si-en-algún-momento-le-cuentas-a-alguien-lo-que-pasó... vendré-a-matarte… no-lo-olvides…
—Lo… lo prometo… nunca… lo contaré… —logró decir Nabiki, esforzándose por hablar.
—Más-vale-que-nunca-olvides-tu-promesa... —advirtió Betty, que sin decir más finalmente desapareció, y con ella también la fuerza sobrenatural que había mantenido a la cobija apretando alrededor del cuello de Nabiki.
"Maldita loca…" pensó la mediana, frotándose el cuello adolorido, "¿acaso nunca me dejarás en paz?"
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Varios días después...
Nabiki se despidió del maestro Manabu y lo observó doblar en la esquina. Había estado acompañándolo a diario después de clases hasta que sus caminos se separaban y aunque sabía que ya había algunos rumores al respecto en la preparatoria en realidad a ella no le importaban. Estaba pagando los dos favores que el maestro Sakura le había hecho, eso era todo.
Había caminado un par de calles cuando vio a Kasumi salir de la cremería de Yasukichi, acompañada desde luego por el dueño del negocio. Los observó conversar un poco y notó que al despedirse, Yasukichi le acarició a Kasumi el rostro, un claro indicio de que las cosas le estaban yendo muy bien a la hermana mayor.
—Vaya… parece que ya podemos decir que tienes novio, ¿cierto? —preguntó Nabiki una vez que su hermana y ella se encontraron—. Te ves feliz, así que me da gusto.
Kasumi se sonrojó y sonrió luego de soltar un suspiro—. Todavía no me lo ha pedido, pero espero que sea pronto… y sí, Nabiki, estoy feliz.
—Eso me alegra —contestó la mediana, caminando tranquila junto a su hermana mayor.
—Y hablando de novios… te he visto caminar junto a tu maestro ya por varios días seguidos… me imagino que ya son novios, ¿verdad? —dijo Kasumi, que pensó sería justo pagarle a Nabiki con la misma moneda.
—Claro que no —respondió la mediana luego de toser un par de veces—. Manabu es un hombre muy interesante, no tiene nada de malo hablar con él.
—Por supuesto que no tiene nada de malo —sonrió Kasumi—. Vamos a la casa ya, ¿quieres?
No muy lejos de allí...
Soun, acompañado de varios miembros de la junta de vecinos, se acercó a la clínica del doctor Tofú y se sintió un poco triste al ver que claramente nadie había barrido la entrada en días. Y esa era precisamente la razón por la que él y un grupo de vecinos estaban en el pequeño centro médico. Nadie había visto a Tofú recientemente, y los rumores en el barrio estaban empezando a correr. Con el objetivo de saber bien qué sucedía, se le había pedido a Soun que fuera a investigar, pues era bien conocido que el maestro de las artes marciales era buen amigo del joven doctor.
—Estoy seguro que no ha pasado nada —dijo Soun al tiempo que tocaba la puerta—. El doctor seguramente está muy ocupado como para salir a la calle, no creo que haya razón para preocuparnos.
Pero Tofú no respondió al timbre, ni a los golpes a la puerta y después de varios intentos tanto Soun como el resto de los vecinos estaban empezando a pensar que algo malo en verdad había sucedido.
—Quizás deberíamos tumbar la puerta —opinó el pescadero del barrio.
—No, eso sería de mala educación —discutió el dueño de la frutería.
—Yo me encargo de la puerta —comentó el cerrajero local, que se acercó cargando su caja de herramientas y empezó a trabajar en la cerradura mientras los demás lo observaban con atención hasta que…—, listo, ya podemos entrar.
Soun y el grupo de vecinos entraron a la clínica sólo para descubrir que a diferencia del exterior, el interior estaba extremadamente limpio, como si el doctor hubiera decidido hacer una limpieza completa la noche anterior. Pero no había rastros del médico. Intrigados, subieron al segundo piso para revisar el departamento y lo encontraron también completamente limpio, pero sin un sólo indicio del doctor. Lo único que encontraron en la habitación de Tofú fue a dos esqueletos.
Dos esqueletos muy limpios y muy blancos tendidos en la cama, abrazados como si fueran un matrimonio enamorado que dormía plácidamente.
—El humor del doctor sigue igual de… peculiar —comentó el pescadero, un poco incómodo al mirar a los esqueletos.
—Es un buen médico, no tiene nada de malo que sea un poco excéntrico —opinó el cerrajero.
Soun, por su parte, no dijo nada y regresó al primer piso, pues había visto algo en la oficina y quería revisarlo. Pronto lo alcanzaron el resto de los vecinos, y encontraron a Soun con una hoja de papel en la mano. Cuando lo rodearon, pudieron ver que era una nota del doctor Tofú.
—Léala, Tendo, díganos qué escribió el doctor —pidió el frutero.
—De acuerdo —aceptó Soun, que leyó lo siguiente:
"A quien encuentre esta nota,
Sé que para cuando lean estas líneas habrán pasado algunos días en que nadie me ha visto por el vecindario. Lamento haber desaparecido sin despedirme pero he conocido a una mujer, su nombre es Beatriz, y he decidido marcharme con ella. Por favor no me busquen ni esperen mi regreso, ya nunca volveré a Nerima.
El único favor que me atrevo a pedirles a todos ustedes, si en verdad apreciaron mis humildes servicios, es que le pidan al señor Tendo que envíe todas mis pertenencias a mi madre a la dirección que anoté al reverso de esta hoja.
Confío en el señor Tendo, y sé que podrá cumplir con esta petición.
Les deseo a todos una vida feliz.
Tofú Ono."
Soun terminó de leer la nota y respiró profundamente antes de dejar la hoja en el escritorio del doctor. No podía evitar sentirse un poco culpable de que Tofú se hubiera marchado sin avisar, pues estaba seguro que prohibirle ver a Kasumi había influido en la decisión del joven médico. Aunque por otro lado, al menos Tofú había conocido a alguien y ya no estaría solo. Decidiendo que cumpliría con el último favor que pedía el doctor lo mejor posible, Soun se giró para mirar al resto de los vecinos y comerciantes.
—Sé que es abusar de su confianza pero, ¿podrían ayudarme a empacar las cosas del doctor Tofú? —dijo al dirigirse a los vecinos—. Quisiera terminar con su encargo hoy mismo.
—Sin ningún problema —contestó el cerrajero—. El doctor ayudó a mi esposa en muchas ocasiones sin cobrarme, estamos en deuda con él.
—También me ayudó mucho a mi —dijo el pescadero—. Ayudarlo a empacar es lo menos que podemos hacer.
—Iré por unas cajas a mi tienda —ofreció el frutero—, y le pediré a los demás que nos traigan otras.
—Nosotros ayudaremos a sacar al pasillo lo que hay en los consultorios —ofrecieron el resto de los vecinos.
—Excelente —sonrió Soun, que ya estaba pensando en pedirle a la gente de los almacenes que le permitieran usar un camión para enviar las cosas de Tofú hasta la casa de su madre.
Y mientras comenzaba a descolgar los diplomas de las paredes de la oficina Tofú para colocarlos en el escritorio, Soun pudo haber jurado que una ráfaga de frío recorrió la clínica y, por un instante, le pareció escuchar en el segundo piso un 'clac-clac-clac', pero no le dio importancia, pues pensó que sería alguno de los vecinos que había subido a comenzar a empacar.
—FIN—
Notas:
En primer lugar y como siempre, les agradezco que le hayan dado una oportunidad y espero haya sido una lectura interesante.
Agradezco también sus comentarios, me ha sorprendido que esta idea tan peculiar haya recibido una recepción tan positiva.
¡Gracias por leer!
