Los personajes no me pertenecen son de Rumiko Takahashi. Escrito sin ánimo de lucro.( ‿ ).
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El ruido del tren anunciaba a lo lejos su pronta llegada a la estación.
Nuevamente civiles y soldados apresurándose a subir para llegar a sus destinos, como cada día desde el inicio de la guerra.
La joven de corto cabello negro azulado corrió a través de la plataforma y miró el reloj en su muñeca por costumbre.
-A tiempo -murmuró volviendo la mirada a la plataforma de llegada.
A unos pocos pasos de ella, un apuesto hombre la miraba con disimulo, fingiendo esperar, igual al resto.
Después del inicio de la guerra, incluso antes, su vida tuvo siempre la misma rutina: su pequeño apartamento, la estación del tren, el cuartel, la estación, su apartamento. Repitiéndose infinitamente.
Hasta aquella fría mañana cuando la vio por primera vez. Enérgica, radiante y hermosa como un rayo de sol en la mañana. La vio acercarse. Escuchó su voz, hipnotizado. Tardó un segundo en responder, su sonrisa lo atrapó de inmediato.
-Disculpe, ha visto a dos chicas de cabello castaño, un poco más altas que yo y de uniformes como el mío- señaló la joven pelinegra indicando la altura con sus manos y su uniforme de colegio.
-...Yo, las vi...Apenas hace un momento. Creo que estaban por allí- Atinó a responder sin dejar de mirarla señalando con su mano derecha hacia la taquilla.
-ah, ya veo. Le molesta si espero junto a usted?-dijo sonriente-Mis hermanas y yo llegamos recientemente a Nerima, nuestro padre dice que es más seguro y nosotras estamos siempre juntas pero...-explicó ella
-Akane, donde te habías metido!- una chica de corto cabello castaño y mirada aguda interrumpió su conversación. Junto a ella otra chica un poco mayor y de cabello trenzado.
-Nabiki, Kazumi ! las estaba esperando- exclamó la pelinegra.
-Akane, no debes hablar tan casualmente con un soldado- comentó la mayor de las hermanas atrayéndola a su lado-Por favor disculpe a mi hermanita- añadió inclinándose respetuosamente ante él.
-Pero Kazumi, yo solo estaba- intentó excusarse.
-Por favor Akane, no importa lo despistada que seas, qué no ves las insignias en su uniforme?-intervino nuevamente la mediana cruzada de brazos- Nos meterás en problemas, como siempre- añadió molesta.
-Está bien, no me molesta, no es nada grave. Su hermana aún es joven.- se apresuró a decir el apuesto hombre con uniforme militar de alto rango y voz profunda.- Además no hay razón para temerle a los soldados, estamos aquí para protegerlos a todos.
-Lo siento mucho señor- se disculpó sincera la menor imitando a su hermana en la reverencia.
La vio despedirse, alejarse junto a sus hermanas hasta perderse entre la multitud. Desde entonces cada mañana intentó cruzarse de forma casual con ellas.
Los vagones del tren se dividían entre civiles y oficiales, por lo que cada día durante un año esperó en la zona de abordaje de civiles solo para verla y cruzar al menos un saludo, una mirada de sus hermosos ojos color avellana.
Más de una vez viajó a través de los vagones, bajo la mirada atenta y curiosa de todos los pasajeros, solo para finalmente regresar a su lugar junto al resto de la cúpula militar después de verla hablando animadamente con sus hermanas a través de la ventanilla.
El último mes, sin embargo, fue enviado fuera de la zona de Nerima. Tan pronto como regresó se detuvo en el mismo sitio donde la vio por primera vez, esperando verla de nuevo. Y por fin, allí estaba ella, la más hermosa luz en medio de su oscura y solitaria vida.
Absorto en sus recuerdos y pensamientos no supo cuando se detuvo frente a él. Sonriente a pesar de la tristeza en su mirada.
-Lealtad!- saludó llevando su mano derecha a su cabeza.
-lealtad- respondió casi en un susurro sin dar crédito a lo que hacía, entre divertido y sorprendido- descansé, señorita- añadió en tono cordial después de unos segundos. Definitivamente aún era una chiquilla.
-Permiso para hablar con usted, señor-pidió la menuda estudiante con voz frágil.
-Permiso concedido. En realidad no tienes que pedirlo de esta forma, puedes acercarte a mí con confianza- contestó intentando sonreír para ella.
-Señor- dijo tomando su mano entre las suyas- puedes enviarme junto a mis hermanas- suplicó a punto de llorar- o al menos déjame visitarlas. Hace días que fueron llevadas a Osaka como enfermeras y no sé nada de ellas desde entonces- se apresuró a decir.
-Osaka está en riesgo de ser sitiada, no puedes ir allí ahora. Solo las tropas elites de ataque están siendo...- intentó responder.
-Pero, y si me ayudas a comunicarme con ellas por radio?.
-Lo siento, la comunicación está restringida a los militares- respondió casi automáticamente. Verla tan vulnerable lo hizo dudar. Sabía que no debía pero aun así no podía negarse.
Él la amaba, aunque fueran tiempos de guerra, a pesar de ser solo una chiquilla de colegio, aunque sus pocas conversaciones eran siempre interrumpidas por su odiosa hermana Nabiki o su doctrinal hermana Kazumi. La amaba aunque no era correcto.
-Por favor, señor- dijo expectante con sus manos aún entrelazadas.
-Bien, ven esta tarde al cuartel-respondió finalmente inclinándose hasta ella- Toma- añadió quitando el reloj de plata de su muñeca izquierda- diles que lo he llevado a reparar con tu padre y que he pedido entregarlo personalmente, entendiste?.
-Sí -contestó emocionada agitando la cabeza en afirmación-les diré que el oficial Ranma Saotome pidió entregarlo directamente a él.
-Espera, si sabes cómo me llamo por qué sigues diciéndome señor?- preguntó el alto hombre enderezandose.
- Hay en Japón quien no te conozca, señor? Eres tú, no es verdad? el valiente oficial Ranma Saotome, quien nos ha dado muchos triunfos y el que nos llevará a la victoria final- respondió sonriendo inocentemente mientras colocaba el reloj en el bolsillo de su uniforme- Nabiki me regaña cada vez que te saludo.
-Por qué?-quiso saber el soldado.
-dice que no debo distraerte, que estas ocupado planeando vencer a los enemigos y no tienes tiempo para perder con alguien como yo-respondió acomodando su cabello detrás de su oído izquierdo.
El tren se detuvo finalmente abriendo sus puertas a los pasajeros.
-Recuerda lo que te dije- señaló el soldado despidiéndose de la chica antes de abordar.- Pero tienes que saber que no hay mucho que pueda hacer por ellas ahora mismo.
