Nota de la autora: Ok, advertencia este es un intento de lemon, no me maten, hago lo mejor que puedo aunque soy realmente horrible escribiendo estás escenas, me gusta leerlas pero apesto describiendolas XD. Entonces si eres menor de edad, por favor deja de leer, contiene situaciones no aptas para menores de edad, creo. Gracias!.


.

.

.


El ruido del tren llegando a la estación la obligo a despertar. Se encontró plácidamente acunada en el fuerte pecho de su esposo, quien también dormía. Su rostro denotaba tanta ternura que era difícil creer que era el mismo que horas antes la miraba con deseo y lujuria. Cerró sus ojos y recordó la noche anterior.


.

.


-Puedo besarte, Akane?-susurró casi rozando los labios de la pelinegra-Sé que dije que no, pero...-su respiración entrecortada y el roce de su cuerpo no lo dejaba pensar con claridad.-Me estoy muriendo por besarte, Akane.

-Si puede...puedes, pero...pero señor...-dijo confundida la joven de ojos cafés-Ranma, cómo es que cambiaste tan rápido de opinión, solo esta tarde dijiste que no me tocarías y ahora...

-Akane, lo que le dijiste a tu padre...-respondió sin separarse ni soltarla, acorralandola entre sus brazos y la pared.

-escuchó eso?!-preguntó sofocada.

-Es verdad o...?-temía preguntarle, pero no podía evitar saber si en verdad era correspondido.

-Lo es. Te amo, señor-respondió avergonzada.

-Entonces...puedo?- Se fue acercando lentamente a su boca y sin dudar más se unieron en un beso, acariciando sus labios, succionandolos suavemente y siendo torpemente correspondido por su joven amante.-Si es incómodo o quieres que me detenga solo...-le susurró al oído, deleitándose con el olor de su corto cabello negro.

No hubo respuesta. Akane solo acarició su cuello y deslizó su mano por los músculos de su trabajado pecho. Ranma la alzó colocándola sobre la mesa y delineó la delgada figura bajo la tela del kimono hasta la cintura, deteniendo su mano en las femeninas caderas mientras intensificaba el beso. Al mismo tiempo la otra mano separó suavemente sus piernas ascendiendo el camino que tantas veces había recorrido en la imaginación.

Cuando Akane sintió la mano que se deslizaba entre el encaje de su ropa interior, desnudando su intimidad con precisión, pero tiernamente y con reverencia, un suave gemido escapó de sus labios.

-Señor...Ranma-Pidió ahogadamente ante las sensaciones que la llenaban-Es incómodo aquí-añadió intentando levantarse.

-Lo siento-respondió acalorado el general-Tu habitación es...?.

La levantó nuevamente, sin dejar de besarla y torpemente llegaron al cuarto de la chica. Ella era ligera o quizás él era muy fuerte. La recostó con cuidado en la pequeña cama donde descansaba un cerdo de felpa negro. Sus besos apasionados y sus caricias desenfrenadas aumentaban agitando su respiración y acelerando el pulso.

Rasgó la odiosa tela del kimono que no le permitía tocarla libremente, como deseaba, como tantas veces imaginó, mientras las delicadas manos de Akane se deshacían suavemente de su uniforme militar, primero la corbata y la camisa, luego el molesto cinturón y pantalón rodaron por el suelo, las botas cayeron después y en un momento ambos estaban desnudos ante el otro.

Quiso verla, contemplarla, así que dejó de besarla un momento y se separó un poco para poder admirarla a gusto, pero no pudo disfrutar mucho, ansioso por algo más tangible; se acercó y empezó a besarle el cuello, bajó a los pechos, el vientre y luego con los labios desprendió la infantil prenda inferior de encajes, que más que ocultar, resaltaba el tesoro que él deseaba descubrir.

Akane se estremecía al sentir la mirada de su esposo, el aire fresco y las caricias recibidas, sin embargo lo deseaba, no tenía idea de nada pero confiaba en él. Se acomodó en la cama y él la siguió, quedando sobre ella, frotando sus húmedos cuerpos, pero ¡era tan diferente!, ahora no había ropas que estorbaran ni se interpusieran entre ellos.

-Relájate-escuchó su voz ronca y masculina en su oído-Estás un poco tensa, debes relajarte-susurró succionando el lóbulo de su oreja.

Era verdad, todas esas sensaciones la abrumaban, no sabía nada, quería gritar, pedir, gemir, pero se contenía por vergüenza.

Era obvio la inexperiencia de la chica, lo sabía él era el primero en tocarla. Aunque su intimidad tenía una tibia humedad, tal vez por miedo o por instinto, seguía retrayendose y sí entraba en ella en ese estado no sería placentero para ella. Ni para él que la amaba, deseaba y solo quería que ella también lo amará y lo deseara de la misma forma.

Ranma abandonó sus labios, descendiendo hasta sus pechos, besándolos suavemente, acariciandolos, deleitándose largamente en ellos. Un gemido escapó del control de su esposa. Él sonrió complacido. Volvió a deslizar su mano por el muslo femenino e introdujo un dedo, luego dos, en la húmeda cavidad, acariciando con el pulgar el suave botón que provocaba descargas de placer a su compañera, sus labios también descendieron y besaron la delicada zona, bebiendo de ella hasta saciarse. Poco a poco su cuerpo se fue relajando, disfrutando de la situación. Las suaves manos acariciaban sus hombros y se perdían en sus cabellos negros.

Se introdujo suavemente en ella, que gimió de dolor y placer ante el contacto. Sus uñas clavadas en su espalda, sus piernas apretando sus caderas y su rostro angelical con un gesto claro de dolor.

-Lo siento-murmuró sobre sus labios. Contuvo un jadeo, el aliento y las ansias de empezar a moverse. La tibieza de su cuerpo, la presión que ejercía sobre su miembro, era deliciosa, placentera, única. Esperó un poco más antes de moverse dentro de ella, besó sus labios con delicadeza esperando obtener su permiso y finalmente ella correspondió y pareció acoplarse a la sensación.

Suavemente empezó a moverse, sintiendo la estrechez, la humedad y el calor de la cavidad envolverlo, tan placentera como nadie en el mundo. Los gemidos ahogados por los besos, la piel ardiente y sudorosa, la voz de su mujer, los espasmos de su cuerpo.

Cuando él se dejó ir, Akane se sintió inundada de una tibieza. Contempló a su esposo apenas sosteniéndose en sus brazos para no aplastarla con su peso, su piel morena, sudorosa le quitaba el aliento. Acarició su cabello negro y lo guió a recostarse junto a ella, sin dejar de mirar sus ojos azules.


.

.

.


Alzó el rostro para mirarlo nuevamente, separándose ligeramente de él, su respiración era calmada, quiso acariciarlo e intentó delinear su rostro con sus dedos, pero en ese momento él abrió los ojos pesadamente y la vio con ternura.

-Hola, pequeña-dijo sonriendo ampliamente.

-Hola, ya casi llegamos-respondió ruborizada intentando mirar a otro lado.

-En serio, estamos ya en Nagoya?, parece que acabo de cerrar los ojos- bostezó.

El viaje en tren tomaba seis horas y ambos habían dormido plácidamente durante el trayecto.

Finalmente el tren se detuvo en el andén. La pareja bajó hablando y sonriendo tomada de la mano.

-Ranma, mi amor!-una femenina voz conocida lo hizo despegar la mirada de los ojos cafés de su esposa, con fastidio vio a la chica de largo cabello castaño corriendo hacia él.

La mujer se detuvo frente a ellos, e ignorando por completo a su compañera se lanzó a abrazarlo, frotándose contra su cuerpo- Te he echado tanto de menos!.

Akane contemplaba molesta la escena, sin soltar la mano de Ranma.

-Oye, suéltalo!- reclamó separando a la intrusa del cuerpo de su esposo.

-Y tú mocosa, quien te crees para tocar a la gran Ukyo Konji?. Qué no sabes quien soy?!, puedo tocarlo tanto como quiera por que él es mi prometido.

-Ya basta Ukyo, llevo años diciéndote que no te quiero.-reclamó el soldado junto a su esposa.

-Eso lo dices de dientes para afuera, pero yo sé que me amas. Y tú mocosa, que haces tocando a mi Ranma.

Akane sonrió al sentirse apoyada por su esposo, a pesar de estar un poco molesta. Se sabía superior a aquella tonta mujer. Se sabía suya.

-Yo soy Akane Tend...Akane Saotome. Y soy su esposa, soy su mujer!-le espetó de frente aferrándose al brazo de su esposo, que la miraba complacido.