Si no te hubiera conocido, no te anhelaría.
Si no te hubiera conocido, no pensaría tanto en ti.
Si no hubiéramos estado juntos, no tendría que desaparecer.
Si no te atesorara tanto, no tendría tantos recuerdos.
Si no te amara, no tendríamos que separarnos.
Si no nos hubiéramos conocido, nunca íbamos a estar juntos.
Corazón escarlata.
-Akane, no seas terca y tómalas de una buena vez. Saben horrible, lo sé, pero te harán sentir mejor.
Ranma ofreció nuevamente las redondas pastillas de color blanquecino a su mujer, que lo miraba disgustada desde la improvisada cama de aquel oscuro y húmedo sitio en que habían permanecido por nueve semanas, dos días y un par de horas.
O eso creía por que allí ni el sol llegaba. La única noción del tiempo que tenían se la ofrecían los pescadores al amanecer, hablando y riendo sin temor de ser escuchados por algún oficial del ejército, pero trayendo con ellos el aroma a pescado que cada día se le hacía más insoportable.
-No quiero. Te dije que no estoy enferma, solo tengo nauseas, debe ser por ese hedor. Ranma, cuanto tiempo más tenemos que estar encerrados aquí?-Intentaba sonar calmada, pero la verdad era que estaba harta de ese encierro y más de una vez se había imaginado sintiendo el calor del sol en el rostro y sumergiéndose en el refrescante mar, pero más que nada se imaginaba lejos de aquel hedor a vísceras de pescado, que solo recordar le daba asco.
-No lo sé, creo que iré a buscar a Taro en el muelle esta noche.-Suspiró cansado en el borde de la cama, mirando hacia otro lado.
Él también estaba harto de esperar. Aunque al principio estar allí había sido la luna de miel que no habían tenido, la estrechez, el hedor, la poca comida, el mal humor y el repentino malestar de su mujer los últimos días lo hacían sentirse realmente agobiado.
-Puedo ir también?!-exclamó Akane emocionada incorporándose de golpe, solo para volver a caer en la cama. Su piel estaba pálida, se veía demacrada y notablemente más delgada.
-Claro que no, ni hablar!!
-Pero, y si te pasa algo? Sabes lo angustiada que estaré hasta que vuelvas?
-Ni siquiera puedes caminar con todos esos mareos y nauseas, no, tú te quedas aquí. Si vas solo me estorbarías.
-Ahora soy un estorbo?!.
-Basta Akane, sabes que no es lo que quise decir. Necesito moverme rápido y no puedo estar pendiente de ti. Iré tan pronto oscurezca, hablaré con Taro y te prometo que te sacaré de este agujero. No vamos a esperar aquí para siempre.
-Pero Ranma, Happosai dijo que no contactaras con nadie más que con él...
-Sí, eso dijo, pero se fue por orden del emperador, qué se supone que haga?. Estás enferma, tiene que verte un doctor.
-En realidad, no creo estar enferma, sabes?
-Créeme Akane, te ves realmente enferma, si no te quisiera como te quiero, creo que incluso te vería fea-termino sonriendo tímidamente, temeroso del golpe que podía recibir de su mujer.
-Lo sé...Pero, Ranma, cuando vuelvas puedes traer algo de pulpo picante?.
-Vaya, pensé que no querías saber nada de mariscos!.
-Tú tráelos, quieres. Voy a dormir un poco-bostezó la peliazul acurrucándose en las sabanas-Avísame cuando te vayas.
Ranma la vio dormir plácidamente por un par de horas, a pesar de las discusiones que tuvieron durante esos últimos días y lo cabezota que era a veces, seguía siendo lo que más amaba, y para él, aun era aquella chiquilla llena de vida que conoció en el andén.
Se dispuso a salir cuando supuso que anochecía, tomó una vieja gorra azul, se vistió, se calzó los zapatos que le había dado Happosai y miró una vez más a Akane mientras dormía, quería ir a despertarla y robarle un beso, pero no lo hizo.
Abrió la puerta y salió sin hacer ruido.
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-Ryoga, hablaste con los del banco? qué te dijeron?! Qué pasó con el dinero?, Ryoga maldita sea contéstame!.
Ukyo apuró el paso tras de su esposo, atravesando el largo pasillo principal de su casa, adornado con pinturas y decorados occidentales.
Lindos ángeles regordetes, hermosas ninfas del viento y jarrones que para nada recordaban su cultura. Justo antes de entrar a la habitación Ryoga por fin respondió.
-Estoy haciendo lo que puedo!, Mi dinero, nuestro dinero, esta a punto de esfumarse, así que deja de fastidiarme!.
-No me grites, que no soy tu empleada!.
-Escúchame bien Ukyo, no tienes idea de los problemas que tengo, si dices una sola palabra más sobre el dinero, juro por Kamisama que...-Ryoga apretó los puños intentando contenerse.
-Qué?, anda dime, qué vas a hacer?!.
La puerta se dejo oír ruidosamente al ser azotada por la mano del militar de ojos verdes. Ukyo permaneció vacilante por unos segundos fuera pero entró decidida, dispuesta a saber que habían dicho sobre su dinero en el banco.
Ella no podía pasar de ser una de las mujeres más influyentes de Japón a no tener ni un centavo con la rapidez con que se chasquea un dedo, solo porque su estúpido marido no la había escuchado cuando le advirtió sacar su dinero en efectivo para no perderlo todo con el cambio de moneda que tendrían, eso si que no.
Tan pronto como entró se escucharon gritos y ruidos provenientes del interior de la habitación.
El personal a cargo de la limpieza hecho una mirada curiosa en esa dirección, pero ambas mujeres decidieron alejarse en silencio, no era inusual oírlos pelearse, aunque ciertamente nunca como en ese momento.
De golpe un ruido sordo se escuchó, similar a un vaso que cae sobre una alfombra. Después silencio. Los gritos sesaron, no hubo más reclamos, era como si no hubiera nadie dentro.
Ryoga salió apresurado unos minutos después. Llevaba un sobre marrón en sus manos. Su mirada parecía perdida cuando sus empleados lo vieron salir. Subió a un jeep que lo esperaba fuera y desapareció rápidamente en la oscuridad de la noche.
-Cree que deberíamos ver como esta la señora Ukyo?-preguntó la mucama mas joven.
-Tú puedes ir si quieres, yo no me acerco ni loca-respondió encogiéndose de hombros la otra mujer, mientras se daba la vuelta para entrar a la casa.
-Pero, señora Yamazaki, no vio lo que el señor llevaba en la mano?.
-Niña, si eres parte del personal no ves, ni oyes nada, entiéndelo de una vez por todas.
-Pero, es que...eso...era sangre-murmuró para si misma la joven, ya sola en el jardín.
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La sensación de una mano cubriendo su boca la despertó de golpe, Akane abrió los ojos intentando comprender lo que sucedía.
Mientras forcejeaba con las pocas fuerzas que tenía, sintió como la sacaban de la calidez de sus sabanas, obligándola a levantarse.
En medio de la oscuridad no podía ver nada, solo intentaba resistir el arrastre de las manos que la sujetaban y de mala manera la obligaban a salir de su clandestino refugio.
Después de todo el tiempo allí dentro soñando con salir, por fin sentía la brisa fresca, las luces de las calles iluminaban la noche y en el cielo lleno de nubes grises la luna trataba de colarse levemente.
Las imágenes la golpeaban aleatoriamente, mientras daba tumbos al ser arrastrada hasta un jeep.
De golpe reconoció las voces que escuchaba. La primera era la del hombre que de una forma u otra la había llevado a casarse con Ranma Saotome, Ryoga, era él, de eso no había duda. La segunda voz la dejó aun más asombrada, era la voz de Taro, el supuesto amigo de Ranma, quien los ayudaría esa noche a salir de aquel horrible escondite en las bodegas del puerto.
-Tienes la mitad del dinero en el sobre.
-La mitad?. No, no, no. Quiero mi dinero completo, ahora!.
-Te daré el resto cuando completes nuestro trato, la chica no me sirve por si misma, haz que Saotome se entere de donde la tengo. Voy a equilibrar esta balanza yo mismo. Si yo perdí, haré que él también pierda.
-Bien-respondió de mala gana Taro, ajustando la soga con la que ataba a la delgada mujer-Pero quiero mi dinero apenas lo lleve hasta ti.
Nota de la autora:
Hola, me ha tomado un poco más de lo planeado actualizar, me disculpo por eso.
D-Infinity, Andrea-Saturno, Batido de chocolate, Alicia, Invitado y Benani0125, muchísimas gracias por sus comentarios.
