La encantadora Lady Beneviento (con una pizca de Angie)
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;;;Sin tener siquiera la menor idea de lo que sus actos habían desencadenado, Ethan Winters cambió a regañadientes de ruta y se dirigió de regreso a la mansión, ¿qué por qué motivo haría algo así?, pues en principio, porque era un hombre valiente, y más que nada, porque no pensaba volver a enfrentarse en desventaja a uno de esos dementes. Todavía le quedaba el jorobado y el tipo raro de la gabardina que podía controlar el metal, lo que en si eliminaba por completo toda posibilidad de pelea a menos que el Duque tuviese armamento especial para enfrentarse a la versión de Europa del Este de Magneto.
El problema era que ese armamento especial, si es que existía, no sería barato.
–Necesito más de esos cristales–, se dijo a si mismo, –Y de paso no estaría nada mal explorar el lugar, cualquier conocimiento que pueda ganar me ayudará a salvar a Rose–
Con algo más de ánimo, trató de no pensar en la última petición del Duque, algo absolutamente ridículo de lo que no deseaba participar, pues muy a su pesar, el cambio de rumbo no fue del todo arbitrario. Moreau podía esperar, pero no las señoritas que necesitarían ayuda aprendiendo a sobrevivir lejos de la gris mansión, ¿y quién mejor para desempeñar el papel de noble educador que Ethan Winters?, después de todo, incluso siendo un desgarbado forastero en la opinión del Duque, Ethan sí poseía el porte de un héroe de leyendas y a diferencia de los héroes que solían habitar aquellas tierras, Ethan no había sucumbido ante el mal, de hecho, le hizo frente y lo sometió con su inquebrantable temple de hierro.
Honestamente todo el asunto sonaba más poético de lo que en realidad era, incluso con las vampiresas de por medio no había sido otra cosa que una larga y tortuosa exterminación de plagas solo para decepcionarse al descubrir que salvar a su hija no sería sencillo.
Nada nunca lo era.
–Al menos Donna y Angie fueron más consideradas que las otras cuatro, mal que mal, solo eran visiones–, murmuró con una sonrisa antes de fruncir el ceño.
–Por el bien de esas dos espero que solo hayan sido alucinaciones–
Protestas a un lado, estaba la posibilidad de un descuento por complacer al Duque, y dado que la supervivencia de su hija estaba de por medio Ethan supuso que soportar una carga extra sería un precio ínfimo que pagar con tal de recuperar a Rose.
–Si es que me las encuentro… Diablos, ojala valga la pena–
Al mismo tiempo que Ethan se internaba nuevamente en las tétricas tierras de la familia Beneviento, cargando ahora un trozo de lápida que le pareció bastante curioso, Donna y Angie trataban de hacerse a la idea de que por fallar, se habían salido del bando de Madre Miranda.
Donna todavía tenía problemas para asimilar lo sucedido, Angie, no tanto.
Curiosamente, el que ambas sobrevivieran a pesar de las predicciones de Miranda abría un nuevo abanico de posibilidades aterradoras para todas las partes involucradas. Lo que sucediese a partir de ese evento estaba todavía por verse.
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No existía, como tal, un momento en el cual Angie no fuese parte de Donna.
–¿Crees que haya caído?–
–Por supuesto que cayó, siempre caen–
Ambas lo habían escuchado llamar el nombre de su mujer, lleno de una extraña emoción que a las dos evadía, algo que habían perdido en el camino sin siquiera darse cuenta.
–¿Estás segura de que es lo correcto?–, preguntó la pequeña Donna evidenciando por primera vez duda.
Angie sabía que debía decir algo para aliviar ese creciente malestar, antes de que se convirtiese en la clase de enfermedad que a alguien tan frágil como a Donna le resultaría letal.
No podían permitirse olvidar que estaban solas y que la "familia" a la que pertenecían no era real, incluso si pretendían lo contrario.
Para sobrevivir tendrían que jugar y no sería la clase de juego al que estaban acostumbradas, pero Donna no necesitaba entenderlo del todo, Angie estaba decidida a encargarse de esos detalles para así mantener a su otra mitad a salvo en su ignorancia, aunque claro, ya reconocía que tal cosa no le duraría por siempre.
Eventualmente tendrían que renunciar por completo a su humanidad, no aun, no mientras Donna dudase, pero pronto.
En tanto, Angie limpiaría la basura por las dos.
–Madre Miranda dijo que estaba bien y además, él la extrañaba–
Donna asintió complacida, pues si Angie creía que estaba bien entonces estaba bien.
De haber tenido las partes para manifestar otras emociones, a Angie se le hubiese notado la duda, pero dado que su voz y la de Donna eran una y la misma no existía motivo alguno para que en ella se notase el temor, aquel miedo que experimentaba al perder poco a poco las piezas de su anterior ser.
Enmudecería día a día esas porciones inútiles de la frágil huerfana hacerse invisible ante los ojos de Madre Miranda.
–Me alegra que hayamos podido ayudarlo, ahora es feliz–, susurró Donna, –Está descansando al igual que papá y mamá–
Un castañeo de dientes y un temblor tal que sacudió toda su estructura, ya sin hilos de por medio entre ella y la niña, se daba cuenta de lo parecidas que eran, mal que mal, que Donna le preguntase a Angie si asesinar a alguien estaba bien, solo porque una mujer que prometió ayudarla así lo pidió, no era otra cosa que un engaño. Su voz y la de Donna eran la misma, porque ellas dos eran la misma persona, compartiendo los mismos hilos, sirviendo a la misma ama.
–Me alegra que seas mi amiga Angie–
De haber poseído las partes necesarias, quizás hubiese sonreído de verdad, mas, su rostro estaba congelado y su voz era la de Donna, así que diría, con tanta certeza como le fuese posible, lo que su amiga esperaba escuchar.
–¡A mi también me alegra Donna!–
Sonriendo tras el velo, la niña cargó a su muñeca a casa, saltando por sobre la nieve y las flores congeladas. Dentro de poco la ventisca cubriría los rosales y sepultaría los colores.
Aquella mansión gris en el valle cubierto de bruma, como un recordatorio de tiempos tristes, permanecería en el olvido salvo de los pocos tontos y valientes que se atreviesen a visitar a Lady Beneviento, quien a pesar de haber borrado de su rostro aquella deformidad que tanto la acomplejaba, jamás llegaría a sentirse del todo cómoda sin su velo.
–Estaremos juntas por siempre, ¿verdad Angie?–
De haber sido creada como algo más que un simple juguete, le hubiese dicho a Donna también lo que no quería oír, lo que dolería porque a la larga. Donna se quedaría sola en esa enorme mansión, charlando consigo misma siempre y cuando no la necesitase su benefactora para probar las capacidades del Cadou que ya comenzaba a manifestarse.
–Tú no me dejarás, ¿no es cierto Angie?–
La aberración creciente en la diminuta prisión de madera a la que había sido confinada asintió frustrada, ¿alejarse de Donna Beneviento?, ¡como si tal cosa fuese posible!, como si existiese otra vida para la huérfana de una familia en decadencia de un pueblo que a nadie interesaba, la chiquilla deforme y acomplejada que en nada se diferenciaba de sus parientes muertos, ¿pues qué otra cosa era aquella mansión que un enorme y exótico mausoleo?.
Eran francamente patéticas, ella y Donna.
–Cómo si pudiese irme–, contestó Angie disimulando apenas su malestar, –Donna, ya volvamos adentro–
No existía un instante en el que Angie hubiese considerado que su existencia era algo distinto a la existencia de la última de los Beneviento, sencillamente no podía existir tal cosa porque ambas eran la misma persona, incluso mucho antes de que el padre de Donna falleciese, antes del Cadou y de Miranda y de cualquier otra cosa, ellas dos ya estaban juntas, solo que al inicio, no lo sabían.
–Otro más que se convierte, lo dejaremos cuidando el jardín–
Como tal, no había nada que las distanciase. Angie podía conversar con otros, charlar y reír y todas esas cosas que a Donna no le gustaba hacer, y Donna podía cargarla alrededor, llevarla a distintos lugares y mover sus hijos aunque claro, esos hilos ya no existían, pero independiente de ello, nadie podía negar que ella y Donna eran una sola.
Por ello la marioneta sabía que a pesar del orgullo que sentía Donna al manipular tan hábilmente al intruso, también sentía lastima y vergüenza.
¿Quién era realmente la marioneta?, ¿quién dominaba los hilos?, pues no Angie, claro que no, y mucho menos Donna.
Lord Beneviento no hubiese aprobado nada de lo que hacían, incluso con Madre Miranda y su influencia en la comunidad se hubiese negado al tratamiento al saber lo que el Cadou produciría.
Esa cicatriz que tanto acomplejaba a la heredera Beneviento ya no existía, Angie la había visto desaparecer conforme su cuerpo de madera y porcelana cobraba vida propia, volviéndose cada día más consciente de que tenía una voz y pensamientos que no siempre se alineaban con los de Donna, pensamientos que guardaba para si misma, ideas de las que debía proteger a su querida amiga.
Esa cicatriz se había desvanecido, pero en su lugar, quedó el Cadou, y Donna, lejos de vivir como su padre lo esperaba, acabó convirtiéndose en toda una reclusa, reinando desde los confines de una tétrica mansión sobre su corte de títeres y muñecas, por siempre oculta detrás del velo para que así, nadie viese la terrible deformidad con la que tendría que vivir por todos los largos años que le quedaran.
–Sabes, quizás deberíamos poner una señal afuera para que no entren–, sugirió Donna, –Al menos para que los curiosos la piensen dos veces antes de molestarnos–
Peligroso, muy, muy peligroso. Madre Miranda deseaba resultados, Angie debía velar porque Donna cumpliese con sus demandas o las dos terminarían en problemas.
No eran tan fuertes como los otros, no podían evidenciar su falta de lealtad…
–Madre Miranda dijo que no nos preocupáramos y que nosotras dos somos más que capaces de cuidar de la mansión–, razonó Angie, –Dijo que debes usar el don que te otorgó, si no lo haces ella se pondrá triste–
–Aun así… Creo que sería justo darles la oportunidad de que se vayan–, murmuró Donna.
La marioneta sacudió la cabeza, preguntándose porqué debía de ser parte de alguien tan voluble que seguía aferrada a parte de su humanidad.
Tendría que corregir eso.
–Lo siento Donna, pero debemos obedecer a Madre Miranda, no querrás que se moleste–, advirtió Angie conforme tiraba del vestido de Donna para así inspeccionar al nuevo cuerpo.
–Claro que no–, contestó Donna, –No quiero que se moleste…–
Así pasaron sus días sirviendo a un propósito que les era desconocido, aquella flor de depravación, aquel espejo de deformidad, viviría en dos cuerpos a pesar de ser un solo ser.
Desde su frío cuarto vería los cadáveres de sus víctimas mecerse con el viento, danzando al hipnótico compás de sus invisibles esporas hasta el día en que ese bruto arruinó su pacífica existencia.
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Con los años Angie desarrolló más de su propia personalidad mientras que Donna pues… Seguía siendo Donna.
Tal vez de allí venían la mayoría de sus problemas. Donna en el fondo no era una mala persona, no era como Alcina que veía a los humanos como comida y entretenimiento ni como sus hijas, que se las arreglaban para ser tan aterradoras como la madre con esos siniestros juegos suyos. Por otra parte, tampoco poseían la fe de Moreau ni aquel malsano deseo por complacer a Madre Miranda creando más y más monstruos, y ni tenían el genio de Heisenberg el cual, por cierto, le permitía disimular bastante bien el desprecio que sentía por la supuesta mujer santa.
Donna y Angie estaban, a diferencia de esos tres, en un punto ciego. Aquello no era malo para Angie que prefería mantenerse alejada de ese grupo de dementes salvo tuviesen algo divertido que hacer, como atormentar a una víctima en los pintorescos escenarios que solían incluirse en sus guaridas salvo por la propia mansión de los Beneviento, la que nadie visitaba por motivos que ella no se podía explicar… En fin, el punto ciego era el mejor lugar para estar, allí podían seguir con sus juegos sin que nadie las interrumpiese, o al menos así habría sido de no ser por la presencia de Ethan Winters y el hecho de que Angie al fin comprendiese el que tan encantador forastero siguiese con vida.
En efecto, la marioneta lo había descifrado todo.
Ahora se debatía si decirle o no a Donna.
Decisiones, decisiones… ¿Por qué debía ser todo tan complicado?.
–¿¡Por qué demonios hiciste eso!?–
Dejando su revista de lado, Angie alzó una ceja, suspiró y luego se propuso a explicar.
–Ya relajate, salió bien, ¿no?, las dos tuvimos lo que queríamos–, le dijo a su amiga, –Ambas seguimos con vida y el tipo guapo me dio mi merecido y me gustó, en otras palabras, pude manipularlo al conocer lo que lo motiva y si tú prestases atención en lugar de quejarte aprenderías un par de cosas sobre los hombres–
Donna no podía creer tal falta de decoro, ¿aceptar aquel indigno trato por parte de un sucio forastero?, ¡la muerte hubiese sido preferible!.
–¡Eres imposible!–
Angie sacudió la cabeza decepcionada, esperando que el Duque no las viese.
–Recuerda usar tu voz de interiores, Donna. No creciste en un establo–
–¡Tú tampoco y eso en nada te detuvo a la hora de humillarnos!–, rebatió Donna.
Angie rodó los ojos, suspiró de manera pausada y pensó que esa sería una excelente oportunidad para educar a su amiga respecto a ciertas cosas que una dama debiese de saber.
–No veo que haya de humillante en manipular a ese bruto bien parecido–, se justificó Angie, –Velo de esta manera. Alcina lo subestimó y perdió, Daniela, Cassandra y Bela de seguro hicieron su rutina de seducción y muerte y acabaron convertidas en presas, y en cambio mirate a ti. Fuerte, decidida, una superviviente que logró engañar a ese asesino imparable con el simple sacrificio de tus posaderas y las mías–
Donna consideró seriamente arrojar a Angie de cabeza a una trituradora, de seguro Heisenberg tendría algo así en su fabrica y le recompensaría por el aserrín.
–Te recuerdo Angie que ese bruto bien parecido sigue estando casado, y yo no me involucro con hombres casados–, bufó Donna, –Es inmoral y está muy por debajo de la conducta de cualquier persona educada–
Lejos de desanimarse, Angie vio las objeciones de Donna como la oportunidad perfecta para impartir todavía más sabiduría, o en otras palabras, lograr que su amiga aceptase algo que de seguro ya sospechaba, que en realidad, no era tan frágil ni desvalida como Madre Miranda la había hecho creer.
–¿De verdad sigue casado?, digo, Madre Miranda no dejaría cabos sueltos, si sabes a lo que me refiero. Además Donna, nosotras no nos involucramos con nadie. Lo que pasó está muy lejos de ser la clase de indiscreción en la que piensas–
Donna se mordió el labio inferior para no decir más, mal que mal, si seguía discutiendo sobre esos asuntos terminaría quedando en ridículo, pues por insultantes que fuesen las acciones del señor Winters estás no tenían la gravedad de las cosas en las que Donna había pensado.
Por otra parte, el asunto de Mia Winters y la participación de Madre Miranda habrían toda una nueva gama de problemas.
–Pero… ¿Hasta qué punto llegó Madre Miranda con tal de engañarlo?, de seguro no se atrevería a hacer algo tan vulgar–
¿Podría ser cierto?, a decir verdad, Donna no tenía idea de si la mujer de Ethan Winters seguía viva o no, la información que Madre Miranda compartía al respecto era escasa y en su mayoría se refería a Rose y a Ethan, dejando algunos detalles para torturar psicológicamente a este último. Así que más allá de saber que existía una señora Winters, y que Madre Miranda se hizo pasar por ella durante un tiempo, nadie sabía del destino de esa mujer.
–Pues no estoy segura Angie, últimamente está menos cuerda que de costumbre–, admitió Donna en voz baja, –Y de todos modos, ¿a quién le interesa?, Mia Winters es solo otro cadáver–
–Cierto, no es distinta de todas las pobres almas que acabaron convirtiéndose en moroaice, ni de los varcolac ni los licantropos y ni siquiera de las cosas que nosotras creamos, pero para Ethan Winters era su mujer, y la amaba. Ahora mismo ese guapo forastero es un padre viudo que no se detendrá ante nada ni nadie con tal de recuperar a su hija, la única familia que le queda, y ya demostró de lo que es capaz gracias a la casa Dimitrescu–
–Moreau todavía puede detenerlo–, rebatió Donna con poca seguridad, –Y si falla de seguro Hans lo logrará. No hay nada que Ethan Winters pueda hacer en su contra–
–¿De verdad lo crees Donna?–, cuestionó Angie, –¿En serio piensas eso?–
Donna comenzó a temblar, pues con cada palabra, más y más dudas invadían su corazón.
¿Por qué demonios le ordenaron cuidar de ese trozo de Rose sabiendo lo peligroso que era el forastero?, de haber comprendido lo que significaba el interponerse entre Ethan y su hija hubiese ignorado las instrucciones de Madre Miranda de detenerlo a toda costa y hubiese probado un enfoque menos violento como quería hacer desde un principio.
–Madre Miranda pudo acabarlo por su cuenta desde el inicio pero lo dejó ir, ¿por qué crees que hizo eso?–, cuestionó la marioneta, –Pasó quién sabe cuánto tiempo jugando a ser ama de casa, ¿y para qué?, con secuestrar a la bebé y asesinar al padre hubiese bastado. Incluso si tomas en cuenta que los Winters son extranjeros las dos sabemos que aquí desaparecen cientos de personas y nadie se molesta en buscarlos–
–Ethan no es tan importante–, murmuró Donna sacudiendo la cabeza, –No lo es, ¡no puede serlo!, no es más que un hombre tonto y asustado que tuvo mucha, mucha suerte–
Angie volvió a maldecir su falta de musculatura facial, había tanto que deseaba expresar que debía condensar en su voz.
Sin prestar atención a Donna, volvió a coger su revista y se abanicó con ella.
Después de más de veinte minutos de ver a su amiga pasearse de un lado al otro, Angie supuso que no estaría demás darle otro pequeño empujoncito.
–Ya detente, ¿quieres?, nos estás produciendo nauseas–
Ignorando la creciente frustración de Donna, Angie continuó con su argumento.
–No es importante y derrotó a Alcina Dimitrescu, la segunda más fuerte de entre las creaciones de Madre Miranda. No es importante pero nos venció a las dos, ¿qué te dice eso Donna?–, preguntó Angie, –Mutilado, desangrado, mordido en múltiples ocasiones y quién sabe qué otra cosa, y sigue en pie. El tipo es persistente, ¡y vaya que hemos conocido gente persistente a través de los años!, como esa chica de la que Alcina nos contó, ya sabes, la que estuvo cerca de escapar y ni ella ni nadie se acercó al grado de absoluto compromiso y resistencia que Ethan Winters ha demostrado–
Donna tuvo que admitir lo que tanto temía, obviamente, Angie sabía algo, lo que significaba que Donna también lo sabía.
–Así es–, murmuró Angie, –Es otro de sus experimentos, al igual que nosotras–
–Me temo que es cierto–, añadió el Duque quien había estado escuchando desde su carreta toda la conversación, –Señorita Beneviento, Angie, al parecer ya no les son útiles a Miranda. Les recomiendo que desde ahora en adelante se mantengan alejadas de ella, más ahora que saben lo que les espera a aquellos que la decepcionan–, y con eso, apuntó a las formas cristalizadas de Alcina Dimitrescu y sus hijas, prontas a ser almacenadas como cualquier otra mercancía.
Donna tragó saliva, asintió y se refugió junto a Angie en el interior de la carreta, tratando de recuperarse de la impresión de descubrir que la misma mujer de la que dependió por tantos años no tendía reparo alguno en sacrificarla como a un simple peón.
–¿Qué será de nosotras?–, preguntó aterrada, –Duque, ¿cómo se supone que sobrevivamos?–
–Le complacerá saber Lady Beneviento que ya me tomé la libertad de pedir ayuda a un poderoso aliado, tan solo requieren ganarse su favor–, explicó el Duque, –En estos momentos se encuentra ocupado, así que creo sería conveniente que ustedes dos fuesen un tanto más amables con su persona–
Donna comenzó a barajar candidatos, ¿quién podría ser, quién se arriesgaría a enfrentar la ira de Madre Miranda?.
Moreau quedó descartado de inmediato al igual que Heisenberg, el primero por obvios motivos y el segundo puesto que simplemente ese no era su estilo.
Redfield con su equipo tampoco, el tipo era peligroso e inestable y detestaba a las armas biológicas como ella, no era para nada un salvador.
–Es Ethan–, murmuró Angie, –Ya Donna, sí sabías que no sería otro. Ahora hay que pensar en cómo convencerlo de que nos siga ayudando–
El Duque se adelantó a Donna con una brillante sugerencia.
–Necesito que alguien me haga algunos encargos y dado que nuestro amigo mutuo ya limpió esta triste aldea de peligros ustedes dos podrían ir en su lugar–
Donna iba a protestar, mal que mal, ella no era mandadera de nadie, mas, le vio el sentido a la idea del Duque. En sus circunstancias actuales sería una idiota orgullosa de negarse, y el orgullo no la alimentaría ni la mantendría con vida.
–Está bien Duque, Angie y yo nos encargaremos de todo–
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Tiempo después Ethan volvió con el Duque cargando un nuevo tesoro, está vez, los restos cristalizados del gigante que cuidaba de aquella tétrica tumba la que curiosamente, encajaba con un trozo de lápida que se encontró por mera casualidad.
No se había topado con Donna y compañía, lo que en sí, le pareció bien.
Eran menos preocupaciones con las que cargar.
–Señor Winters, me alegra tenerlo de regreso–
El tipo con el que se encontró en ese lugar era rudo, pero no tanto como lo era Ethan, y sí, aquello de enfrentar monstruos ya no lo ponía tan nervioso como al inicio. Supuso que luego de lo de la dama vampiro y sus hijas y de ver a Donna Beneviento convertida en alguien humilde ya no sentía que sus siguientes retos fuesen tan terribles, salvo claro por el tipo que controlaba el metal al que en realidad no pensaba enfrentar.
–Necesito más municiones Duque, y por cierto, ¿qué fue de esas dos?–, preguntó al notar que ni Donna ni Angie se hallaban presentes.
–Les pedí que salieran a recolectar algunas cosas–, explicó el Duque, –Ya sabe lo estresante que es estar en una situación en la que nada se puede hacer, así que preferí mantenerlas ocupadas en una labor sencilla. Volverán con algunos ingredientes y un par de botellas de ese delicioso vino del que tanto se enorgullecía Alcina, quizás incluso tengamos la fortuna de probar los licores locales un tanto menos refinados pero no por eso menos apetitosos, con una caja de habanos, celebraríamos como reyes–
Ethan se sacudió de hombros y pagó por sus municiones, junto con una botella llena de esa milagrosa medicina verde estaba más que convencido de que Moreau no sería un problema.
Aún así… No, no era su problema.
No iba a preguntar más por esas dos, sencillamente no le interesaba lo que pudiese pasar con ellas. Ya había pasado por la mansión, no estaban en la mansión, no volvería a la mansión ni al castillo ni a ninguno de esos otros lugares, no señor.
Tendría un recorrido simple y linear sin tontas distracciones.
Pero al parecer al Duque eso poco le importaba.
–En fin, es una lastima lo que pasó con esas dos. La historia de la señorita Beneviento es larga y amarga… ¡Pero de seguro a usted no le interesa escucharla!–
–Es cierto, no me interesa–, contestó Ethan, –Voy a estar ocupado con Moreau, así que nos vemos luego–
En realidad Ethan no quería ver al hombre jorobado, en especial porque eso de visitar una represa inundada que de seguro apestaba a pescado podrido se le hacía demasiado familiar a lo de la casa de los Baker, es decir, ¿qué tal si además de Moreau había una señora Moreau?, alguien que le hiciese la competencia a Anita en términos de encanto y belleza, o todavía peor, niños escamosos y carnívoros, como Lucas pero con el acento marcado de la zona e igual de siniestros que ese monstruo. Eso hubiese sido terrible, toda una familia de pequeños monstruos jorobados apestando a pescado podrido con la crueldad y poderes similares a aquellos de la dama vampiro y sus hijas, todos en sincronía y condenadamente listos e invencibles, porque eso era justamente lo que no necesitaba en su viaje.
Donna y Angie estaban locas y eran peligrosas, pero al menos… ¿Al menos ya no trataban de matarlo?, en realidad era difícil encontrarle algo positivo a esas dos.
En tanto, el Duque seguía hablando sobre las penurias de las Beneviento.
–Una joven tan tierna, tan llena de vida y de compasión, arrojada por su cuenta a un mundo frío e indiferente, privada de sus amorosos padres y presa de una mujer llena de ambición desmedida–
No, definitivamente no se ofrecería a ayudar. Ethan estaba convencido de que con pagarle al Duque sus favores estarían saldados por lo que no se arriesgaría a arruinar la vida de otra persona.
Elena cayendo a las flamas estaba todavía allí en su memoria, como un recordatorio de lo impotente que era a la hora de salvar a los demás. Esa pobre chica había arriesgado su vida para ayudar y al final, de nada le sirvió.
–… Torcida por sus acciones, su naturaleza bondadosa fue corrompida de la forma más nefasta. La pobre Donna jamás tuvo esperanza, ella no era fuerte como Heisenberg ni como Alcina, no gozaba de ningún favor en especial de parte de Miranda y ni siquiera tuvo del ímpetu fanático de Moreau para así cometer sus pecados al alero de la ignorancia–
–Pues es una lastima–, murmuró Ethan, –Pero al menos tiene a Angie, así que su vida no puede ser tan mala–
–Un pequeño y muy necesario consuelo–, concedió el Duque, –Aún así, sigue siendo una historia muy triste la de Donna–
–Claro… Todavía tengo cosas que hacer–
–Por supuesto Ethan, por supuesto…–
En realidad no quería ir, pero quizás, no sería tan malo el darse una vuelta para ver si había pasado por alto algo importante. En todo caso, el devolver la lápida a su forma completa no era necesario para Ethan, pero lo hizo de todos modos, y sí necesitaría más municiones y una mejor estrategia para lidiar con Heisenberg.
Quizás eran excusas, pero al fin y al cabo, tal vez en esta ocasión lograría ser menos inútil de lo que le fue a Elena y a Zoe y Mia.
–Podría dar una vuelta, tan solo para verificar de que no se metan en problemas–
El Duque sonrió complacido, –Te lo agradecería inmensamente Ethan Winters–
En cuanto a Ethan, pues supuso que Moreau en realidad no podía ser más peligroso que Donna por lo que no requería tantas preparaciones, eso y que aquello de una familia mutante de seres viscosos era simplemente demasiado escabroso como para ser cierto.
Aunque en su caso pues…
Sin decidirse del todo vaciló antes de dirigirse de regreso a la casa de Luiza, uno de los muchos lugares en los que hubiese preferido nunca más poner un pie.
Después de todo todos estaban muertos, así que, ¿qué podría malir sal?.
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¿Qué podía salir mal?, pues al parecer muchas cosas.
Ethan llegó sin problemas a lo que quedaba de la casa de Luiza esperando encontrar a Angie y Donna cada una con una cesta llena de biberes e incluso algo de ese alcohol local del que el Duque hablaba, en su lugar, descubrió que existía algo allí que podía lastimarlo, de hecho, había algo extra malo en la casa de Luiza que lo mataría de no actuar rápido.
Y todo por ir a buscar a esas dos, o mejor dicho, por distraerse por culpa de Angie.
Angie por su parte veía todo el asunto de manera distinta, para empezar, Ethan era el único culpable de su infortunio y por su culpa morirían.
La marioneta no podía creer que alguien en apariencia tan listo y suspicaz como el señor Winters fuese a hacer algo tan irresponsable como bajar la guardia sabiendo que cualquier monstruo podía estar al acecho, ¿esas decenas de cadáveres?, pues eran muy impresionantes, era sorprendente que un solo hombre pudiese apilar tantos cuerpos.
Lo que no era sorprendente era que ese mismo hombre cometiese el error de enfrentarse a un monstruo al que podía evadir con una pizca de cuidado.
Ahora Ethan luchaba desde el piso, manteniendo a raya a un enorme Varcolac con poco menos que su fuerza y un arma sin municiones.
Su suerte empeoraba.
–Siento que debimos alertarlo antes–, susurró una aterrada Angie, –¿Crees que haya venido a buscarnos?–
Oculta detrás de las ruinas humeantes de una casa, Donna Beneviento negó con la cabeza y envió a su amiga a llevar más munición para ayudar al señor Winters,
Las cosas no iban bien y tendrían que interferir, era eso o morir.
–¿¡Cómo esperas que me mueva con esa horrenda bestia en medio!?–, gritó Angie apuntando a la grotesca bestia que les cerraba el paso, –Va a comérselo, ¡y luego me comerá a mi!–
Antes de que Angie pudiese revelar su posición, Donna la silenció. No tenía idea de si habían más enemigos en los alrededores y sin la barrera natural de sus queridas flores ni la presencia de sus letales amigos no se hallaba en posición alguna de tentar la suerte, además de que alzar la voz no era propio de una dama, por lo que tendría que tener una seria discusión con Angie, si es que las dos salían con vida de allí.
–¿Y bien, cuál es el plan?–, siseó la marioneta al verse acorralada, –A Ethan lo están destrozando y nosotras no tenemos siquiera un arma, no quiero convertirme en el mondadientes de una de esas cosas–
Sacudiéndose de hombros, la heredera cogió un ladrillo del piso, tomó distancia y lo arrojó lo más fuerte que pudo, golpeando la peluda coronilla de la bestia que rugía y trataba con todas sus fuerzas de arrancarle el brazo al señor Winters.
¿Qué por qué no estaba ayudando a ese monstruo a despedazar al hombre que la vejó?, pues la respuesta tenía menos que ver con su creciente fascinación por aquel bruto de bellas facciones y más, con la sencilla necesidad de sobrevivir. Ahora que los esbirros de Madre Miranda ya no le mostraban tanta consideración como antes y no disponía de poder alguno para enmascarar su presencia, se enfrentó a la cruda verdad de que su rol dentro de todo el plan había acabado y que tanto ella como Angie tendrían que ser del equipo Ethan sin importar lo humillante que eso fuera.
Dado que sus habilidades en el ámbito físico eran bastante pobres, se había visto a si misma relegada a un rol de apoyo, que no buscó y que en realidad no deseaba desempeñar.
–¿Lo viste?, ¡está horrendo!, ¡es enorme y peludo y tiene colmillos tan grandes como yo!–
Donna no supo qué contestar, es decir, Angie tenía razón sobre el varcolac. Esa cosa era grande, peluda y grotesca, y más que nada, peligrosa. Debía de tratarse de uno de los primeros experimentos de Moreau por lo blanco de su pelaje y todas las heridas de guerra que cargaba consigo.
Contra un monstruo de esas dimensiones, ni ella ni Angie tenían oportunidad. Su mejor chance era apoyar a Ethan Winters y esperar que hiciese lo mismo que hacía siempre que se topaba con una criatura supuestamente invencible, aunque no por eso Donna deseaba ser menos.
El depender por completo de un bruto y grosero incapaz de controlar sus manos frente a una dama hubiese sido el peor de los insultos que Donna pudiese cometer contra sus ilustres antepasados, sin contar claro está los bochornosos incidentes previos de los que ya no haría mención, porque definitivamente no se estaba obsesionando con ser el objeto de deseo de un animal como lo era el señor Winters.
Era cierto que no tenía armas y que no era fuerte, mas, eso no la detendría.
–Ethan parece no temerle–, comentó Donna, –¿Por qué la noble casa Beneviento debería de ser menos que un forastero cualquiera?–
–¡Estás loca!–, gritó Angie al borde de las lagrimas al salir volando un segundo ladrillo, llamando por fin la atención de la bestia.
–Tengo excelente puntería–, dijo Donna para si misma, sintiéndose bastante orgullosa, –Ahora que lo distraje puedes llevarle más munición a Ethan, y una botella de esa cosa milagrosa que lo mantiene en una pieza–, añadió antes de entregarle a su marioneta la famosa medicina verde en una pequeña cesta.
Angie, luchando entre su lealtad a Donna y su instinto de conservación, salió corriendo lo más rápido que pudo entre la maleza, sus delgadas piernitas avanzando sobre el terreno desigual en un intento por pasar desapercibida y no tropezar con su largo vestido como le había sucedido antes mientras recogían especias en los alrededores.
–Voy a lograrlo, ¡en serio voy a lograrlo!–, pensó Angie al atravesar la vegetación, con la capucha de su nuevo vestido revoloteándo tras de ella, –Ya verás tonto forastero, ¿qué harás cuando te des cuenta de que una Beneviento salvó tu vida?, ¿he?, ¿he?, ¡estarás en deuda por siempre y te convertiré en mi sirviente!, y entonces… Entonces te haré pagar–
Angie se puso a reír imaginando lo mucho que se divertiría con ese tonto Ethan Winters en cuanto eliminasen al varcolac, se la iba a cobrar por todas las humillaciones sufridas, con Donna, harían que lo del feto gigante y las visiones sobre Mia pareciesen un juego de niños.
Con mucho trabajo, Angie logró llegar hasta Ethan y empapar la herida de su brazo con el milagroso líquido, reparando lo que en cualquier otra persona hubiese significado la amputación de un miembro.
–Hey, ¿quieres apresurarte y despertar?, necesito que mates algo–, demandó la marioneta picándole la cara, –Vamos, tienes que protegerme y también a Donna, supongo–
Ethan abrió los ojos y se sentó, luego, sacudió la cabeza.
Seguía vivo y no, no lo había imaginado todo. Su hija seguía estando secuestrada, su mujer no reviviría de entre los muertos y a él nuevamente le habían dado una paliza.
–Al menos no estoy muerto, todavía puedo salvar a Rose–, se dijo a si mismo para darse ánimos.
–No si sigues sentado como un tonto–
Esa molesta voz… La marioneta lo había seguido por lo que asumió que su dueña debía de estar cerca, honestamente, no entendía porque esas dos tenían que ser tan raras. Alcina Dimitrescu fue clara con su desdén desde el inicio, y sus hijas… Era mejor no pensar en sus hijas porque si lo hacía, temía que nunca jamás volvería a tener una relación saludable con otra mujer, aunque claro, examinando lo sucedido con Mia, no podría decirse que lo "normal" fuese lo suyo.
Afortunadamente no tendría que repetir lo de la última vez, ya no tendría que preguntarse si debía decidir entre la mujer que lo engañó con su doble vida para desarrollar una pesadilla biológica acorde a lo que sus nefastos empleadores deseaban o la chica que lo ayudó a salir con vida del pantano, aunque claro, por su propia conveniencia, solo para quedarse atrás al darse cuenta de que aún con todo lo sucedido Mia seguía siendo prioridad.
Frente a esas dos, la dama vampiro se veía como un problema menor.
–Para ser un engendro monstruoso no estaba nada mal, ni ella ni sus hijas–, pensó tanto avergonzado como asqueado, –El Duque tiene razón, esas curvas…–
Respirando profundamente se centró en lo que debía hacer, no podía darse el lujo de decaer, ni distraerse con nimiedades. Rose lo necesitaba, necesitaba de todo su esfuerzo y él no se permitiría dudar ni siquiera un momento.
–Esto ya no se trata de Mia ni de Zoe ni de Elena, ni de todas las otras personas a las que no pude ayudar. Ahora debo rescatar a Rose, nada más importa–
Debía ser fuerte, debía enfrentar todo lo que Madre Miranda pusiese en su camino sin importar lo perturbador que pudiese resultar, y además, ¡ya no estaba peleando solo!, tenía a… Tenía al Duque de su parte, como proveedor de armas y también a una rara versión europea de Carrie White con una marioneta poseída.
Dentro de todo, Donna y Angie no estaban nada mal, ni siquiera eran la peor opción como compañía en esa miserable aldea, y eso era condenadamente triste porque ilustraba a la perfección la clase de vida que llevaba.
Recibió la cesta sin decir mucho, recargando el rifle antes de dirigirse a la marioneta.
–Angie, fue por tu culpa que no vi a esa cosa pasearse por los alrededores, es por eso debo saber…–
Con el arma recargada, Ethan envió una nueva serie de proyectiles contra la bestia, todos encontrando su blanco en la extraña carne del monstruo que se rugió de dolor.
–¡Angie!, ¿por qué te vestiste como caperucita roja?–
Angie ni siquiera pensó en inventar una historia, –Donna encontró esto entre las cosas del Duque y quiso que me lo probara porque íbamos a recoger ingredientes para preparar algo–, le dijo, –Pensé que sería lindo–
A pesar del horror por el que había pasado, pudo encontrarle algo cómico a todo el asunto.
La idea de ver a alguien tan recatada como Donna recogiendo moras junto con Angie era algo tan irreal como los licantropos que recorrían las ruinas del pueblo, como si todos y cada uno de ellos hubiesen escapado de un oscuro cuento de niños como aquel que Mia le leyó a Rose la noche en que fue asesinada.
–Te ves adorable–, contestó Ethan tratando de sonreír, –Ahora hazte a un lado, voy a matar a esa cosa y volveremos con el Duque–
Sintiéndose nuevamente con fuerzas, disparó otro par de rondas al lomo de la criatura para llamar su atención y apartarlo de donde Donna se estaba escondiendo, luego, le apuntó directo en medio de los ojos.
Ya no volvería a perder a nadie más.
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Cuando empecé a escribir esto, en los lejanos albores del año pasado, iba a ser una especie de Misery se encuentra Resident Evil. Tenía toda una trama seria sobre las dificultades de una mujer que nunca pudo crecer conociendo a alguien que la ayudaba a descubrir algo más del mundo a su alrededor en una situación trágica para ambos, pero luego, pasaron cosas y la verdad es que he hecho ese tipo de tramas miles de veces y bueno… Bros, ¡todos aman a las chicas monstruo!, todos aman a la chica rara con tendencias sociópatas que sabes no puedes salvar, pero quieres hacerlo de todos modos porque tu corazón y tu entrepierna dicen "sigue, ¡sigue!, ¡que conozca el poder del cerdo!"
