CAPÍTULO 5
Epifanías
—¿Cómo puede ser? —preguntó Lexa con un hilo de voz.
Miró a Lincoln de arriba abajo, cruzando los brazos sobre los pechos y tiritando de frío. Lincoln estaba diferente: su piel de aceituna había pasado a estar labrada en mármol, sus ojos de avellana eran charcos de la más profunda oscuridad. Parecía una estatua del foro, tallada fría y perfecta a partir de la piedra por la mano de algún maestro antes de insuflarle la vida. Su rostro era hermoso. Sin defectos. Pálido y liso como el hueso de tumba, e igual de hiriente. El corazón de Lexa apenas podía creerse el relato que contaban sus ojos. Pero era imposible no reconocer al chico al que había conocido. ¿El chico al que había amado?
—Pero ella… —Lexa se volvió hacia Clarke, desconcertada—. Tú lo mataste.
Clarke estaba guardando un silencio muy poco característico, sus ojos brillantes de miedo. Don Majo y Eclipse seguían sentados uno junto a la otra en aquella extraña orilla, y Aden se había unido a ellos y tenía los oscuros ojos fijos en esa laguna aún más oscura. Las caras de piedra alrededor de ellos vocalizaban mudas súplicas, los mechones de piedra fluían como azotados por un viento del invierno profundo. Pero Lexa se quedó allí de pie, mirando a su antiguo amante. Tratando de abstraerse de la oleada de emoción que le embargaba el pecho e intentando encontrar algún sentido a todo aquello.
—¿Cómo puedes estar aquí si moriste?
Los ojos negros de Lincoln destellaron a la fría luz de la lámpara.
—LA MADRE CONSERVA SOLO LO QUE NECESITA.
Lexa respiró hondo unas cuantas veces hasta que le dolieron los pulmones por el frío. Había oído hablar de espectros que regresaban del Hogar para acosar a los vivos, pero había desechado la mayoría como simples cuentos de viejas. Sin embargo, lo que tenía delante no era ninguna fábula infantil. Era su viejo amigo, tan seguro como el corazón que le latía en el pecho. Era el chico que había recorrido con ella los Susurriales de Ysiir, el que había sido su aliado y confidente durante las pruebas de la Iglesia Roja, el que había compartido su cama y le había espantado las pesadillas en sus horas más tenebrosas. Era su primer amante verdadero.
Asesinado por su segunda.
Lexa sentía la presencia de Clarke detrás de ella, lo bastante cerca para estirar el brazo y tocarla. Aún notaba el sabor de los labios de la chica. Olía el perfume del sudor y el cuero en su piel. Sabía que Lincoln debía de haberlas visto juntas, que debía de haber presenciado la pasión y el gozo que había sentido Lexa al besar a su asesina.
—Yo… —Sacudió la cabeza. Buscó alguna explicación. Se preguntó por qué creía que necesitaba explicar nada en absoluto—. Creía que estabas muerto.
Aquellos ojos negros como el carbón se desviaron un instante hacia Clarke.
—LO ESTOY —respondió Lincoln.
—Me ha salvado la vida, Lexa —murmuró Clarke detrás de ella—. El Sacerdocio me había tendido una emboscada en la capilla. Se han llevado a Gustus al Monte Apacible. Iban a llevarme a mí también, pero…, pero Lincoln… me ha ayudado.
A Lexa le dio un vuelco el estómago al enterarse de la captura de Gustus.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué iba a ayudarte después de lo que le hiciste?
—No lo sé. —Clarke le puso una mano delicada en el hombro—. Lexa, tengo que decirte una…
—¿Qué pretendes, Lincoln? —Lexa se volvió otra vez hacia el chico, ardiendo de curiosidad e indignación—. ¿Por qué has salvado a Clarke después de que te matara? ¿Por qué nos has salvado a Aden y a mí solo para dejarnos vagando como ratas en la oscuridad?
Al oír su nombre, su hermano apartó la mirada del estanque negro. Apretó los párpados varias veces y se frotó los ojos como si acabaran de despertarlo. Pareció reparar en la presencia de Lincoln por primera vez, pero Lexa vio suspicacia en su mirada en vez de miedo. La curiosidad le hizo entornar los ojos mientras miraba a Clarke de arriba abajo, y reapareció una buena dosis de odio cuando su mirada se posó en Lexa. Los ojos de Lincoln seguían fijos en ella. Lexa cayó en la cuenta de que aún no los había visto parpadear.
—ES LA VEROLUZ —respondió Lincoln—. LOS TRES OJOS DE AA, AQUEL QUE TODO LO VE, ARDEN FEROCES EN EL CIELO. LA MADRE NIAH NUNCA ESTÁ TAN LEJOS DE ESTE MUNDO COMO EN ESTOS MOMENTOS. Y ES SOLO POR MEDIO DE SU VOLUNTAD QUE PUEDO PERMANECER EN ESTE MUNDO. HE TENIDO QUE EMPLEAR TODAS MIS FUERZAS PARA HACER LO QUE HE HECHO.
—¿Y Don Majo? —preguntó Lexa—. ¿Y Eclipse? ¿Por qué separarnos?
—SE HAN VISTO ATRAÍDOS HASTA AQUÍ MIENTRAS TÚ DORMÍAS.
Lexa miró la orilla oscurecida, a sus pasajeros sentados en ella. A medida que remitían el deleite de ver a Clarke y la conmoción de ver a Lincoln, fue consciente de que aún sentía la atracción de aquel
lugar vibrando bajo su piel. La malevolencia negra y embriagadora que rielaba en aquella inmensa laguna de azabache. Y se dio cuenta de que quería unirse a ella.
—Déjate de acertijos, Lincoln —dijo—. Explícame de una vez qué está pasando aquí.
—NO VA A GUSTARTE.
—¡Que hables ya, joder! —exigió Lexa.
La sombra de una sonrisa curvó los labios sin sangre de Lincoln.
—Seguís teniendo una forma curiosa de hacer amigos, Hija Pálida.
Las palabras le dolieron a Lexa en el corazón y disiparon cualquier rastro de sospecha que pudiera quedarle de que aquella aparición no fuese su viejo amigo. Recordó el tiempo que habían pasado juntos, las promesas mutuas que se habían hecho, la forma en que le hacían sentir sus manos…
—Por favor —susurró.
El chico deshogarado respiró hondo, como si se dispusiera a hablar. Todo el aire a su alrededor pareció acallarse, los susurrantes rostros de piedra y las serpenteantes manos de piedra por fin se detuvieron. Las rastas de sal de Lincoln oscilaron como víboras ensoñadas, el harapiento borde de su túnica danzó a un viento que no tocaba a nadie más que a él.
—SENTÍ LA HOJA. —Lincoln miró a Clarke—. CUANDO ELLA ME LA CLAVÓ EN EL PECHO. SENTÍ EL VIENTO CUANDO ELLA ME EMPUJÓ DESDE EL ALTAR DEL CIELO HACIA LA NEGRURA MÁS ALLÁ DEL MONTE APACIBLE. PERO NO SENTÍ EL SUELO.
Lexa notaba a Clarke detrás de ella, se estremeció cuando su amante le cogió la mano. Reparó en que no sentía los dedos de Clarke por el frío que hacía. El mismo mundo pareció contener el aliento.
—DESPERTÉ EN UN LUGAR SIN COLOR —prosiguió Lincoln—. PERO POR DELANTE, A LO LEJOS, VI UNA LLAMA VACILANTE. UN HOGAR. SABÍA QUE ALLÍ ESTARÍA A SALVO. ME LLEGABA SU CALOR, COMO LA MANO DE UNA AMANTE EN LA PIEL. —El espectro negó con la cabeza—. PERO MIENTRAS DABA EL PRIMER PASO HACIA ESA LLAMA, OÍ UNA VOZ A MI ESPALDA QUE PARECÍA LLEGAR DESDE LA LEJANÍA.
—¿Qué te dijo? —se oyó Lexa susurrar.
—LOS MUCHOS FUERON UNO —respondió Lincoln— Y LO SERÁN DE NUEVO; UNO BAJO LOS TRES, PARA CRIAR A LOS CUATRO, LIBERAR AL PRIMERO, CEGAR AL SEGUNDO Y AL TERCERO.
«Oh, Madre, la más negra Madre, ¿en qué me he convertido?».
Lexa sintió que se le revolvía el estómago, recordando el libro que le había dado el cronista Gabriel durante su aprendizaje en la Iglesia Roja. Le había pedido al anciano un volumen que hablara de los
tenebros y él le había hecho llegar un desgastado diario encuadernado en cuero.
—El diario de Cleo —dijo—. Esas palabras son de ella.
—NO —replicó el chico muerto—. SON DE NIAH. ME LAS CANTÓ EN LA OSCURIDAD, Y LA MÚSICA DE SUS PROMESAS AHOGÓ LA LUZ DE AQUEL DIMINUTO HOGAR Y TODOS MIS DESEOS DE SENTARME JUNTO A ÉL. Y CUANDO CONCLUYÓ SU NANA, LA MADRE ME MOSTRÓ UN CAMINO QUE RECORRÍA LA OSCURIDAD ENTRE LAS ESTRELLAS. Y A TRAVÉS DE UN FRÍO TAN VIRULENTO QUE ARDÍA, A TRAVÉS DE UNA NEGRURA TAN DESOLADORA QUE CASI SE ME TRAGÓ ENTERO, PUDE ARRASTRARME DE VUELTA.
Lincoln se levantó las mangas de la túnica y Lexa vio que tenía las manos y los antebrazos negros, salpicados, como si hubiera metido los brazos en tinta hasta los codos.
—Y ASÍ ME TRANSFORMÉ.
—¿Te transformaste en qué?
—EN SU REGALO PARA TI —respondió él—. EN SU GUÍA.
Lexa se limitó a menear la cabeza, interrogativa.
—ESTÁS PERDIDA —sentenció Lincoln—. YA TE LO DIJE UNA VEZ: TU VENGANZA ES COMO LOS SOLES, LEXA. TAN SOLO SIRVE PARA CEGARTE.
Lexa tragó saliva y repitió las siguientes palabras que Lincoln le había dicho en la necrópolis de Galante:
—Busca la Corona de la Luna.
—¿La Corona de la Luna? —susurró Clarke.
Lexa se volvió hacia la chica que tenía al lado al oír el extraño tono de su voz.
—¿A ti te dice algo eso?
Los ojos de Clarke seguían clavados en Lincoln. Parecía tan incrédula como se sentía Lexa.
—¿Clarke?
Clarke parpadeó y miró la cara de Lexa.
—El mapa —dijo—. El que Jaha me encargó encontrar.
Lexa tragó saliva, recordando la primera vez que había caído en la cama de Clarke. Los dulces besos y el humo de cigarrillo después, la larga melena roja separándose para revelar el intrincado tintanismo en la espalda de su amante. El cardenal Jaha había contratado a Clarke para recuperar un mapa de unas ruinas en la costa de la antigua Ysiir. Pero temiéndose una traición, Clarke había hecho que le grabaran el mapa en la piel con tinta arkímica, que se desvanecería en caso de que muriera, del mismo tipo que la empleada para la marca de esclava en la mejilla de Lexa. Con toda la confusión de antes del Magni, no habían tenido tiempo para hablar largo y tendido sobre aquel mapa.
—Jaha creía que llevaba a un arma —dijo Clarke en voz baja—. Una magya que acabaría con la Iglesia. Azgeda y el Sacerdocio debían de creerlo también, o no te habrían enviado a ti para robarlo,
Lexa. Yo no sé si es verdad. Pero sí sé que el mapa lleva a un lugar en lo más profundo de los eriales ysiiri. Un lugar llamado la Corona de la Luna.
—QUE ES DONDE DEBES IR —añadió Lincoln.
—¿Por qué? —preguntó Lexa con brusquedad—. ¿Qué abismos es esa Luna? ¿Y por qué debería importarme ni la maldición de un mendigo su puta corona?
—ERES LA ELEGIDA DE LA MADRE —respondió Lincoln.
—¡Los cojones! —restalló Lexa—. Si soy la elegida de Nuestra Señora del Bendito Asesinato, ¿por qué estoy huyendo de sus propios condenados asesinos? Si soy la puta repanocha, ¿por qué llevo ocho años viviendo hasta el cuello de sangre y mierda?
—LA IGLESIA ROJA HA PERDIDO EL RUMBO —repuso Lincoln—. Y LA MADRE ESTÁ MUY LEJOS DE AQUÍ, LEXA. PERO HA HECHO LO QUE HA PODIDO PARA ENCAMINARTE. TE ENVIÓ LA SALVACIÓN CUANDO ERAS NIÑA POR MEDIO DE GUSTUS. TE ENVIÓ EL DIARIO DE CLEO POR MEDIO DE GABRIEL. TE ENVIÓ EL MAPA POR MEDIO DE… —Los ojos de Lincoln destellaron al mirar a Clarke—… DE ELLA. TE ENVIÓ A MÍ. NO PUEDES IMAGINARTE LO MUCHO QUE LE COSTÓ INFLUIR EN ESTE MUNDO DESDE DENTRO DE LOS MUROS DE SU PRESIDIO. PERO AUN ASÍ, EN LAS MINÚSCULAS FORMAS DE QUE ERA CAPAZ, TE HA AYUDADO TANTO COMO HA PODIDO.
—Pero ¿por qué? —preguntó Lexa, insistente—. ¿Por qué yo?
Lincoln se apoyó los dedos negros en los labios y la miró durante un prolongado y silencioso momento.
—AL PRINCIPIO, EL MATRIMONIO DE NIAH CON AA ERA FELIZ —dijo al cabo—. LA LUZ Y LA NOCHE COMPARTÍAN EL DOMINIO DEL CIELO A PARTES IGUALES, Y HACÍAN EL AMOR AL ALBA Y AL OCASO. TEMIENDO LA LLEGADA DE UN RIVAL, AA PROHIBIÓ A NIAH ENGENDRAR HIJOS VARONES Y ELLA, OBEDIENTE, LE DIO CUATRO HIJAS, LAS SEÑORAS DEL FUEGO, LA TIERRA, LOS OCÉANOS Y LAS TORMENTAS. PERO EN LAS LARGAS Y FRÍAS HORAS DE OSCURIDAD, NIAH ECHABA DE MENOS A SU MARIDO. Y PARA ALIVIAR SU SOLEDAD, TRAJO UN NIÑO AL MUNDO. —Lincoln miró hacia el estanque de oscuridad a su espalda y su voz se tiñó de melancolía—. LA NOCHE LLAMÓ A SU HIJO ANAIS.
—Y Aa desterró a Niah del cielo en castigo por su crimen —lo interrumpió Lexa, perdiendo la paciencia—. Es lo que se explica a los niños, todo el mundo lo sabe. ¿Qué tiene que ver conmigo?
Lincoln señaló con un dedo la laguna, la lisa superficie negra que reflejaba el techo de encima como si fuese de cristal. Y reflejado en el negro, Lexa distinguió un orbe blanquecino que pendía vaporoso en la tiniebla.
—En el imperio de la antigua Ysiir, a Anais lo conocían con otro nombre.
Lexa contempló el orbe brillante, el mismo que había visto en el instante en que acabó con Furiano en el estadio de Tumba de Dioses, y sintió que su sombra se oscurecía aún más.
—La Luna —comprendió.
Lincoln asintió.
—ERA EL DEVORADOR DEL MIEDO. EL DÍA EN LA OSCURIDAD. REFLEJABA LA LUZ DE SU PADRE Y ACLARABA LA NOCHE DE SU MADRE. EN EL IMPERIO DE LA ANTIGUA YSIIR, ENSEÑÓ A LOS PRIMEROS TEÚRGOS LAS ARTES ARCANAS. ERA UN DIOS DE MAGYA Y CONOCIMIENTO Y ARMONÍA, VENERADO POR ENCIMA DE TODOS LOS DEMÁS. NO HAY SOMBRA SIN SU LUZ, EL DÍA POR SIEMPRE PERSIGUE A LA NOCHE, ENTRE EL NEGRO Y EL BLANCO…
—Está el gris —murmuró Lexa.
—ÉL ERA EL EQUILIBRIO ENTRE LA NOCHE Y EL DÍA. EL PRÍNCIPE DEL ALBA Y EL OCASO. Y TEMIENDO SU CRECIENTE PODER, AQUEL QUE TODO LO VE DECIDIÓ DESTRUIR A SU ÚNICO HIJO.
Los relieves de la piedra empezaron a moverse de nuevo mientras Lincoln hablaba. Las manos talladas se movieron para cubrir unos ojos ciegos. Las bocas se abrieron horrorizadas. El orbe del estanque cambió, convertido en una hoja curvada, goteando sangre. Lexa habría jurado que estaba oyendo otras voces al fondo de su mente. Millares de voces, justo en el límite de su audición.
Y estaban chillando.
—AA ATACÓ MIENTRAS ANAIS DORMÍA —siguió diciendo Lincoln—. DECAPITÓ A SU HIJO Y ARROJÓ SU CUERPO DESDE LOS CIELOS. EL CADÁVER DE ANAIS SE PRECIPITÓ AL SUELO, ABRIENDO LA TIERRA AL CAER Y SUMIENDO AL MUNDO ENTERO EN EL CAOS. EL IMPERIO YSIIRI DEL ESTE QUEDÓ ANIQUILADO. Y EN EL LUGAR DONDE YACÍA EL CUERPO DE SU HIJO EN EL OESTE, AA ORDENÓ A SUS FIELES QUE ERIGIERAN UN TEMPLO EN HONOR A SU GLORIA. ESE TEMPLO SE CONVIRTIÓ EN UNA CIUDAD Y ESA CIUDAD, EN EL NUEVO HOGAR LLAMEANTE DE SU FE.
—Las Costillas. —Clarke bajó la mirada a la hoja de hueso de tumba que llevaba al cinto—. El Espinazo.
—Todo este lugar… —comprendió Lexa, mirando a su alrededor.
Lincoln asintió.
—Es la tumba de un dios.
Con el corazón martilleando y la boca seca, Lexa visualizó la ilustración que había encontrado al final del diario de Cleo, un mapa de Itreya antes del advenimiento de la república. En él no aparecía la bahía de Tumba de Dioses, sino una península que salía al mar del Silencio en el lugar donde en la actualidad se alzaba la capital itreyana. Y justo en ese lugar, había dos palabras escritas con tinta roja como la sangre.
—Aquí cayó… —susurró Lexa.
—AQUÍ CAYÓ —dijo Lincoln, asintiendo de nuevo—. PERO LOS DIOSES NO MUEREN CON TANTA FACILIDAD. Y LA MADRE CONSERVA SOLO LO QUE NECESITA. EL ALMA DE ANAIS NO SE EXTINGUIÓ. —Lincoln inhaló lento y profundo, como antes de arrojarse a un agua profunda—. SE HIZO AÑICOS. —Sus ojos se clavaron en los de Lexa.
»ALGUNOS FRAGMENTOS SE REUNIERON AQUÍ, EN LOS HUECOS BAJO LA PIEL DE LA CIUDAD. SON LA PARTE DE ÉL QUE RABIABA. QUE ODIABA. QUE DESEABA SOLO QUE TODO TERMINARA, COMO HABÍA TERMINADO ÉL. —El espectro lanzó una mirada hacia Don Majo y Eclipse, que estaban observándolo con sus no-ojos—. CON EL TIEMPO, OTROS FRAGMENTOS COBRARON UNA APARIENCIA PROPIA Y SALIERON ARRASTRÁNDOSE DEL LODAZAL BAJO SU TUMBA. ARRANCADOS DE LO QUE HABÍAN SIDO Y SIN SABER LO QUE ERAN, BUSCARON A OTROS COMO ELLOS. SE ALIMENTARON DEL MIEDO COMO ANAIS HABÍA HECHO EN OTRO TIEMPO, Y ADOPTARON LAS FORMAS Y LAS MANERAS QUE MEJOR RECONFORTABAN A QUIENES ACOMPAÑABAN.
—Daimones —comprendió Lexa—. Pasajeros.
Aquellos ojos negros como el betún regresaron a los de la chica.
—Y POR ÚLTIMO, LOS FRAGMENTOS MÁS GRANDES DE LO QUE HABÍA SIDO UN TODO, LAS PARTES MÁS FUERTES, LOGRARON INTRODUCIRSE EN…
—Personas —susurró Clarke.
—Tenebros —dijo Lexa.
Lincoln asintió.
—PERO EN LO MÁS PROFUNDO, TODOS VOSOTROS, DAIMONES Y TENEBROS, SOIS LO MISMO. BUSCÁIS LAS PARTES PERDIDAS DE VOSOTROS MISMOS. ANHELÁIS ESTAR COMPLETOS DE NUEVO. SOIS LOS TROZOS DISPERSOS DE UN DIOS ASTILLADO.
Eclipse dio un bufido.
—… ESTO ES DE LOCOS…
—… que nadie se alarme, pero coincido con la chucha…
—MIRA TU SOMBRA, LEXA —dijo Lincoln—. ¿QUÉ VES?
Lexa contempló la oscuridad en torno a sus pies. Seguía extendiéndose hacia aquel estanque de sangre negra, igual que la de Aden. Pero incluso con sus pasajeros sentados en la orilla al otro lado, seguía siendo…
—Lo bastante oscura para dos —respondió.
—LO MISMO LE SUCEDÍA A CLEO —explicó Lincoln—. TAMBIÉN ELLA DESCUBRIÓ LA VERDAD DE LO QUE ERA. ESCOGIDA POR LA MADRE, VIAJÓ POR TODAS LAS TIERRAS DE ITREYA CON LA INTENCIÓN DE REUNIR LAS PARTES RESQUEBRAJADAS DEL ALMA DE ANAIS. CONGREGÓ UNA LEGIÓN DE PASAJEROS A SU LADO. BUSCABA A OTROS COMO ELLA Y…
—Se los comía —terminó la frase Lexa, recordando el diario.
—LLEVABA LAS ESQUIRLAS DE LA ESENCIA DE ANAIS A SU INTERIOR.
Lexa frunció el ceño.
—Entonces, el fragmento que estaba dentro de Furiano…
—AHORA FORMA PARTE DE TI. AL QUITARLE LA VIDA CON TUS PROPIAS MANOS, LO HAS RECLAMADO COMO TUYO. HAS FUNDIDO LOS DOS EN UN TODO MÁS GRANDE. LOS MUCHOS FUERON UNO. Y LO SERÁN DE NUEVO.
—Pero mi señor Kane murió delante de mí. No me sentí más fuerte entonces.
—A KANE NO LO MATÓ UN TENEBRO. EL FRAGMENTO QUE HABÍA DENTRO DE ÉL SE PERDIÓ PARA SIEMPRE. CON EL TIEMPO, HASTA LOS DIOSES PUEDEN MORIR.
A Lexa le palpitaba el pulso en las venas, tenía la tripa convertida en una agitada maraña de hielo. Sentía la malevolencia que emanaba de aquella laguna ennegrecida, la furia en el aire a su alrededor. Por fin lo comprendía, al menos. Era la misma furia a la que había accedido, la que había tocado durante la Masacre de la Veroscuridad, la noche que por primera vez había esgrimido el poder de su interior. La noche que había destrozado la Piedra Filosofal. La noche que había asaltado la Basílica Grande y destruido la enorme estatua de Aa en el exterior. La noche que había abrazado la negra y amargada ira que latía en los huesos de aquella ciudad. Era la rabia de un niño, traicionado por quien más debía haberlo amado.
La rabia de un hijo, asesinado por su padre.
Los ojos sin fondo del chico muerto se hundieron en los de ella.
—El diario de Cleo… hablaba de un niño en su interior —musitó Lexa.
—… ERA UNA LUNÁTICA, LEXA… —gruñó Eclipse.
—Todo este relato suena a locura —suspiró ella.
—No —replicó Lincoln—. Es el…
—… ¿destino?… —lo interrumpió Don Majo con sorna.
Lincoln volvió sus ojos sin fondo hacia el gato-sombra.
—Si Lexa tiene el valor de adueñarse de él.
—… esto es un sinsentido de la peor calaña…
Eclipse mostró su acuerdo con un gruñido burlón.
—… ¿DE VERAS PRETENDÉIS QUE CREA QUE ESTE MININO IDIOTA ES UN DIOS?…
—EL ALMA DE ANAIS SE QUEBRÓ EN CENTENARES DE FRAGMENTOS. SOIS TAN DIVINOS COMO UNA GOTA DE AGUA ES EL OCÉANO. PERO SIN DUDA SENTÍS QUE ESTÁIS VINCULADOS ENTRE VOSOTROS, ¿VERDAD? ¿NO SENTÍS QUE ESTÁIS… INCOMPLETOS?
Lexa sabía de qué estaba hablando el chico deshogarado. La náusea y el hambre que siempre había sentido cerca de Kane, de Furiano, de Aden ahora. Nunca tenía la sensación de estar tan completa como cuando Don Majo y Eclipse caminaban en su sombra. Y se notaba más fuerte que nunca desde que Furiano había muerto por su mano. Aun así, le parecía descabellada toda aquella charla sobre dioses fragmentados y almas hechas añicos, sobre restaurar el equilibrio entre la luz y la oscuridad.
—Debes reconstruir lo que se rompió, Lexa. Debes devolver la magya al mundo. Restaurar el equilibrio entre noche y día, tal y como era al principio. Tal y como siempre debió ser. Un sol. Una noche. Una luna.
Lexa hizo un gesto hacia el estanque ennegrecido.
—Si son las partes de él lo que se supone que debo buscar, eso de ahí parece un buen principio.
—NO —dijo Lincoln—. ESO ES LA FURIA DE ANAIS. ESO ES SU RABIA. LA PARTE DE ÉL QUE HA YACIDO EN LA OSCURIDAD SUPURANDO, LA QUE SOLO PRETENDE DESTRUIR. DEBES REHACER EL MUNDO, LEXA, NO ACABAR CON ÉL. ESE ES TU PROPÓSITO.
Lexa entornó los ojos.
—Mi propósito era vengar a mi familia. Era matar a Titus, a Jaha, a Azgeda. Y lo he cumplido, después de vivir hasta el cuello de sangre y mierda durante ocho putos años. No gracias a tu adorada Madre.
—Lexa… —murmuró Clarke.
—La Iglesia Roja ha capturado a Gustus, Lincoln. Las Fauces sabrán qué quieren de él, pero está en sus manos. Seguro que saben que me ayudó a asesinar a Azgeda. Tengo que…
—Lexa —insistió Clarke.
Lexa se volvió hacia su amante y vio el miedo patente en aquel hermoso azul.
—¿Qué ocurre? —preguntó Lexa.
—Tengo que contarte una cosa —dijo Clarke—, sobre Azgeda.
—Pues dímela.
—Deberías sentarte.
—¿Estás de cachondeo? —bufó Lexa—. Habla de una vez, Clarke.
La chica vaaniana se mordió el labio. Inhaló una profunda y temblorosa bocanada.
—Aún vive.
Los ojos de Aden se ensancharon de sopetón y sus pequeños labios se separaron poco a poco. Lexa notó que su corazón se revolucionaba, que un horrible pavor le dejaba las entrañas más frías que el chico muerto a su espalda.
—¿De qué estás hablando? —siseó Lexa—. Le he atravesado las costillas con una hoja de hueso de tumba. ¡Le ha partido en dos el puto corazón!
Clarke negó con la cabeza.
—Era un doble, Lexa. Un actor en cuya carne había trabajado la tejedora Octavia para darle la apariencia de Azgeda. El cónsul estaba compinchado con la Iglesia Roja y sabían de nuestro plan de ganar el Magni desde el principio. Querían que mataras a Jaha. Azgeda utilizará el asesinato en público del cardenal como excusa para ejercer los poderes de emergencia de manera permanente, para reclamar el título de imperator y convertirse en rey de Itreya a todos los efectos.
La cabeza de Lexa daba vueltas. El corazón se le aceleraba. Su piel se perlaba de un sudor gélido.
¿Podía ser cierto?
¿Podía Azgeda haberla visto venir?
¿Podía ella haber estado tan ciega?
Le flaquearon las piernas. Estaba mareada por el agotamiento, por la pérdida de sangre, por la toxina de Solis que aún corría por sus venas. Miró hacia Aden y vio que el chico la contemplaba con unos ojos negros rebosantes de triunfo. Con lo precavida que había sido. Con lo segura que había estado. Aún recordaba la euforia que la había embargado cuando su hoja se hundió en el pecho de Azgeda, el enloquecedor deleite cuando su sangre le salpicó la barbilla y los labios, cálida y espesa y encantadoramente roja.
—Oh, Diosa…
Parpadeó mirando a Clarke, buscando a la desesperada un engaño, una treta.
—¿Cómo sabes tú eso?
—Me lo ha dicho Azgeda. Cuando me han emboscado en la capilla. Y Lexa… también me ha dicho otra cosa. —Clarke tragó con fuerza y le tembló la voz al seguir hablando—. Pero no quiero hacerte daño. No quiero darle voz a esto, sabiendo lo que va a hacerte.
—Creía que todo había terminado… —Lexa notaba unas lágrimas amargas anegándole los ojos. Estaba demasiado agotada y herida para seguir conteniéndolas—. Ocho put… putos años y… me había permitido creer que ya estaba hecho. —Se hundió de rodillas en un mar de caras que chillaban, tentada de ponerse a chillar también con ellas—. ¿Qué podría ser peor que eso?
—Oh, Diosa, perdóname… —Clarke se arrodilló sobre la piedra al lado de Lexa. Le cogió la mano entre las suyas y respiró hondo, temblando—. Lexa… —Negó con la cabeza y cayeron lágrimas por sus mejillas—. Lexa…, él es tu padre.
