CAPÍTULO 29

Pie

«En fin, para que luego digan de la monarquía».

Lexa no había esperado que durase mucho, a decir verdad. La tiranía siempre fracasa cuando a la gente no le queda nada más que perder que sus vidas. Pero había esperado que pudieran aproximarse un poco más a tierra firme antes de que por fin se desmoronara. Mientras la que había sido su tripulación se lanzaba a la carga a su espalda y los tentáculos del leviatán serpenteaban ante ella, cogió a Lincoln de la mano y

dio un paso

al castillo de popa, donde cayó agachada juntos a los estupefactos timoneles. Sigursson dio media vuelta al instante, la localizó entre el aguacero y rugió la orden de atacar. La tripulación del Banshee parecía haberse olvidado por completo del leviatán, decidida únicamente a matar a su reina en un intento de aplacar a las Señoras. Subieron en tropel las escaleras gemelas, a babor y estribor, con las espadas reluciendo al caer los rayos. Mientras tanto, el monstruo había envuelto el Banshee con cuatro descomunales tentáculos y apretaba como un gigantesco torno de banco. Las cuadernas del barco se agrietaron y se cimbrearon a lo largo de toda la regala bajo la terrible presión. La cubierta se convulsionó como si hubiera un terremoto, los hombres cayeron hacia atrás por las escaleras o se perdieron por la borda. Otros wulfguardias amotinados saltaron sobre sus compañeros del suelo, ansiosos por llevar una espada a través de Lexa y la paz a las Señoras. Lincoln se situó en la cima de la escalera de babor, descargó en tajo descendente una de sus espadas de hueso de tumba, partió limpiamente en dos el cráneo de un hombre y le hendió el cuerpo hasta la caja torácica. Lexa ya estaba en la otra escalera, atravesando el pecho de un marinero y pateándolo hacia atrás, derribando despatarrados a los hombres que subían detrás. La cubierta se sacudió otra vez por una ola inmensa que levantó la popa. El Banshee zozobró peligrosamente, arrastrando sus pesados palos partidos por el agua, añadidos al peso del leviatán de abajo, todo dispuesto a llevarlos a pique. Mientras despachaba a otro amotinado con un tajo salvaje, la mente de Lexa funcionaba a la carrera, el corazón le aporreaba el pecho. Mientras repelía a su tripulación no estaba repeliendo a la bestia, y a su alrededor el barco se despedazaba. El agua estaba llena de dracos. Las olas eran torres. Si el Banshee moría, lo mismo harían todos.

Enemigos enfrente. Alrededor. Debajo.

«La historia de mi vida».

—… ¡LEXA, CUIDADO!…

Sigursson cargaba escalera arriba con la espada tan desnuda como los dientes. Lexa atrapó el tajo con su espada larga y lo desvió de lado. Con un gesto, envolvió a su segundo de a bordo con su propia sombra y las cintas de oscuridad le aferraron los brazos, las piernas, el cuello, inmovilizando al forcejeante vaaniano en medio del aire.

—¡Ya te advertí lo que pasaría si me desafiabas, Ulfr! —gritó.

Sigursson no pudo más que gorgotear, las venas sobresaliendo de su cuello mientras las sombras estrujaban. Lexa levantó la mano, elevando más a Ulfr por encima de la cubierta, y empezó a cerrar los dedos poco a poco. El trueno retumbó en el cielo, presionó la piel de Lexa.

—¡Ahora vas a ver qué es lo que tanto temen los demás!

Abrió la mano y Ulfr se desgarró en pedazos que salieron arrojados en todas las direcciones, entre una lluvia de sangre. El Banshee se agitó de nuevo en la presa del leviatán, el crujido de los maderos al partirse desafió el fragor de la tempestad cuando el barco se partió por la mitad. Lincoln cruzó a trompicones el castillo hacia Lexa, empapado de agua de mar y sangre. Ella lo atrapó en sus brazos y las sombras los mantuvieron firmes mientras la popa se levantaba del agua.

—… ¡LEXA, NO PODEMOS PERMANECER AQUÍ!… —rugió Eclipse.

—¡ESTOY DISPUESTO A ACEPTAR SUGERENCIAS! —bramó el chico.

A Lexa no le quedaban dudas de que el Banshee estaba condenado, desmoronándose por todas partes, las olas invadiéndolo sobre los costados, los mástiles partidos, la quilla rota. De un modo u otro, iban a terminar en ese océano. E incluso si los mares no estuvieran espumeando alrededor a martillazos y llenos de monstruos de las profundidades, seguía siendo una distancia imposible para recorrerla a nado.

«LA ÚNICA ARMA EN ESTA GUERRA ES LA FE».

Un fogonazo de relámpago, el mismo súbito fulgor que hacía la tiniebla más brillante que la luz de los soles. Las sombras se marcaban en torno a ella de un negro perfecto con cada rayo, removiéndose a los pies de Lexa, talladas profundas y oscuras en los grandes valles entre olas, en los kilómetros y más kilómetros que la separaban de la tierra firme. Pero sentía la oscuridad sobre ella. La oscuridad dentro de ella. Recordó un verso de aquel antiguo poema ysiiri

No hay sombra sin luz…

y por fin gritó a Lincoln:

—¡Agárrate a mí!

El chico obedeció, envolviéndole la cintura con los brazos. El Ban-shee tembló por debajo de ellos, el océano se alzaba para recibirlos mientras el leviatán tiraba del barco y su pérfida tripulación a sus muertes.

—Eclipse, ve donde yo señale, ¿de acuerdo?

—… COMO DESEES…

—¡Ya!

Lexa señaló por encima del mar gris hierro. Del rechinante oleaje, de las inmensas olas llenas de dientes. La daimón desapareció de su lado y, asiendo con fuerza a Lincoln, Lexa

dio un paso

fuera del barco sobre

el agua hasta las sombras

entre dos

imponentes olas. Notó un momento de ingravidez, la sensación de estar cayendo, el chico dweymeri en sus brazos y nada salvo la muerte por debajo de ambos. Pero antes de que pudieran zambullirse a las profundidades ya estaba

dando otro paso

a través de los huecos

espacios tormentosos

al interior de Eclipse,

una con la oscuridad, de arriba y de alrededor y de dentro

y de ahí, rauda como centella

de ola

a loba y de

loba

a ola

y otra vez

saltando sobre el férreo gris como una piedra

dando pasos en el negro y

danzando en la senda de las sombras

las diosas alrededor

chillando furiosas

el dios dentro de ella

riendo negro

el poder de la oscuridad

pleno en las yemas de sus dedos

y mientras los kilómetros

se derretían

en nada

mientras las diosas

rugían

su ira

por fin

tras un eón

tras una

eternidad

paso

a

trastabillante

paso

alcanzó a vislumbrar

una costa blanquecina por delante

Lexa se descubrió

riendo

también,

la esquirla ardiendo negra

en su interior

y la arena ysiiri

desplegada ante sus ojos

y una parte minúscula de ella

un lugar que apenas alcanzaba a distinguir

a menos que lo buscara con mucho ahínco

por fin

de

verdad

empezó

a

creer.

Cayeron a la arena mojada. El agua somera le abofeteó los muslos. Se extendía una fina franja de playa ysiiri arrasada por la tormenta ante ella. Las familiares y podridas fachadas de Última Esperanza enfrente de ella. Nubes negras desplegadas sobre ella. Rugientes olas elevándose detrás de ella. Tenía lluvia en la piel y pelo en los ojos y frío en los huesos. Lincoln estaba a cuatro patas en el espumoso oleaje, con los ojos prendados de maravillado asombro cuando los alzó hacia Lexa. Destelló el relámpago, rasgando furioso el firmamento. Las olas se estrellaban crecidas. Las Señoras de las Tormentas y los Océanos, las terribles gemelas, trataban de aferrarla con todo su odio. Lexa se levantó, Eclipse a su lado, las sombras meciéndose como serpientes. Se quitó el tricornio inundado, se apartó el pelo de la cara y se rio. Sus ojos encendidos. Su corazón caldeado por una llama oscura que le ardía en el pecho.

Todo lo que tenían lo habían arrojado.

Todo su odio lo habían dado.

Toda su furia, agotada.

Lexa levantó los nudillos al cielo.

—Sigo en pie, zorras.