Disclaimer: Yu-Gi-Oh! no me pertenece y no gano nada con esta historia, salvo divertirme imaginando escenarios diversos para mis personajes favoritos.


Escenario 1

Romper la Mente

(Parte 1)

En dónde algo salió muy mal durante la reencarnación y Kenichi no recuerda nada de su vida pasada, pero eso no evita que por instinto sepa que él no debería estar en ese mundo.

Durante toda su vida, Kenichi Satou había tenido la sensación de que estaba incompleto. No en un sentido físico, más bien parecía ser algo psicológico. Quizá la mejor forma de describir esa sensación sea como tener una mente incompleta, o más bien, como si una parte de sus memorias se hubieran roto y, a causa de ello, hubiera perdido parte de sus recuerdos.

Por supuesto, eso no tenía sentido. Claro, no es que las personas recuerden absolutamente todo lo que pasa en sus vidas. Algo así sería desesperante. La capacidad de la mente humana para filtrar los recuerdos buenos de los malos servía a las personas como una medida de supervivencia. Eso les permitía seguir con sus vidas sin detenerse todo el tiempo a pensar en las malas experiencias que hubieran tenido.

Kenichi leyó todo lo que pudo sobre cómo se teorizaba que funcionaba la mente, esto en un intento por explicar por qué se sentía de esa manera. Aprendió sobre recuerdos reprimidos, normalmente para lidiar con traumas físicos o emocionales severos, y como estos a veces causaban que la identidad de una persona se «partiera» creando otras «personalidades» que compartían el mismo cuerpo (Trastorno de Identidad Disociativo, o TID). Pero casi al instante descartó dicho trastorno con la forma en que se sentía.

Los casos de TID, y de otros trastornos relacionados con la supresión de recuerdos, normalmente se daban en personas que habían tenido infancias complicadas (por usar una palabra amable). Víctimas de abusos severos de toda clase (físicos, emocionales, muchas veces sexuales), con familias disfuncionales o tutores poco preparados para cuidar a un niño de la manera adecuada.

No era así en su caso. Tenía unos padres amorosos, un tío siempre dispuesto a ayudarlo, una vida acomodada y sin dificultades. Pero eso no evitaba que a veces se sintiera como si estuviera viviendo en un sueño…

Sí, tal vez esa era la mejor manera de describir cómo se sentía el «hueco» en sus memorias: el mundo era un sueño. Bueno, no realmente, más bien los recuerdos que le faltaban eran un sueño. Uno muy agradable del que no había querido despertar, pero lo hizo. Para su desgracia, no podía recordar nada de lo que pasó en dicho sueño, por lo que ahora no podía concentrarse en vivir. Su mente estaba más ocupada tratando de recordar los detalles de ese sueño como para interesarse en su vida actual.

Kenichi no estaba seguro de cuando comenzó a sentirse así, si es que alguna vez hubo un punto que pudiera considerarse un «comienzo».

A veces tenía la impresión de que no había un solo momento de su vida en que dicha sensación no hubiera sido una constante. Había aprendido a ignorar esas sensaciones para ser funcional. Suficientes problemas les había causado a sus padres durante su infancia más temprana, debido a su tendencia a actuar de forma poco convencional para un niño ordinario, lo que les hizo pensar que estaba enfermo. Al final, pretender que las cosas estaban bien, era nada más un modo de auto engañarse. Eventualmente, por lo general, una vez que se quedaba solo y se perdía en sus pensamientos, su mente volvía a esa sensación y se devanaba la cabeza buscando un motivo.

Fue por ese motivo que en algún punto después de entrar a primaria simplemente dejó de intentar socializar con los otros niños. La misma sensación de que su mente estaba rota y de que el mundo que lo rodeaba era falso, le hacía imposible acercarse a ellos. Lo intentó muchas veces, fracasando de diversas maneras. O bien decía cosas que un niño no debería, lo que hacía que los otros creyeran que estaba tratando de ser presumido o algo así; o simplemente llegaba a un punto en el que se daba cuenta de que no pensaba en ellos como personas, sino como los NPC genéricos de algún pueblo al azar de cualquier RPG.

Y luego estaba el duelo. Los otros niños solamente querían ser como Yugi Muto y lo único de lo que hablaba era de los partidos de las ligas profesionales. El primer niño en su salón de primer año que llevó una Baraja de Inicio se convirtió en el más popular. Pronto todos tenían un mazo… excepto Kenichi.

Siendo justos, eso no era del todo cierto. Su tío era un duelista profesional, quien incluso participó en Ciudad Batallas, y él fue quien le regaló sus primeras cartas en su quinto cumpleaños. En ese sentido, Kenichi en realidad había sido el primer niño de su clase en tener su propio deck. Pero dicho mazo se quedó juntando polvo en el estante más alto de su armario, ese que era tan alto que únicamente sus padres podían alcanzar, al menos sin una escalera.

La razón de esto era simple: Kenichi no soportaba el duelo. Le causaba pánico. Su primer recuerdo sobre sentir miedo no era con viejas leyendas de fantasmas vengativos o películas de horror. Era la primera vez que vio un holograma de Visión Sólida. Ese día sintió que ese feroz dragón le devolvía la mirada, como si no fuera un holograma, sino algo real. Casi podría jurar que, de no tener que obedecer las órdenes de su duelista, el dragón lo habría devorado.

No era que Kenichi odiara al juego ni mucho menos. En realidad, era todo lo contrario: el concepto de un juego en el que podías crear un deck personalizado con tus cartas favoritas, para luego enfrentar a otros duelistas con sus propios mazos personalizados le parecía muy genial. Su problema era que las cartas de duelo siempre le causaban una sensación de incomodidad, equiparable a esa de que su mente estaba incompleta.

Se dio cuenta de esto cuando su tío le obsequió su mazo de principiantes. Al comienzo estaba emocionado, hasta tuvo las cartas en su mano. Casi al instante en que las sostuvo lo invadió una profunda sensación de tristeza, la cual a su vez causó que el hueco de sus memorias se sintiera como un abismo de oscuridad que amenazaba con consumirlo.

Se esforzó por sonreírle a su tío y escuchar todas sus explicaciones sobre cómo debía jugar un duelo. Sin embargo, en algún punto la falsedad de su sonrisa debió ser muy obvia, ya que su tío tomó las cartas y las devolvió a su caja.

—Creo que me adelanté un poco. Aún eres muy chico para un juego tan complejo.

Ese fue el día en que su Baraja de Inicio de Guerreros fue subida al estante más alto de su armario, dónde pasaría casi tres años juntando polvo.

Cuando comenzó su segundo año de primaria, el duelo había absorbido por completo a todos sus compañeros, y él arrojó la toalla. Prefirió refugiarse en los libros, los mangas y los videojuegos. Al menos cuando se sumergía en ellos no tenía que pensar en nada más que la historia de los protagonistas viviendo una gran aventura en esos mundos de fantasía. Podía ignorar por un momento que su mente estaba rota y le faltaba un pedazo.

Ese verano, su padre consiguió un empleo en otra ciudad. Más bien, fue transferido, y tuvieron que mudarse. No pudo dormir bien las siguientes noches. Iba a mudarse a la ciudad de Domino, una ciudad que había convertido los duelos en algo más que un juego o un deporte: allí eran un estilo de vida.

Tuvo pesadillas sobre sí mismo, en ellas era devorado por los monstruos del juego. Otras en dónde unos seres sin rostro lo atrapaban y lo obligaban a defenderse en un duelo en el cual, si perdía, sería arrojado al mar atado a un ancla, una sierra eléctrica le cortaría los pies o caería del tejado de un edificio tras detonar unas bombas.

Cuando su madre lo convenció de hablar sobre sus pesadillas, al comienzo pareció alterada sobre cómo su hijo de siete años había obtenido ideas tan horribles. Luego se compuso, sonrió lo más amplio que pudo y le aseguró que nadie iba a forzarlo a tener un duelo ni mucho menos uno donde se apostará la vida de esa manera. Domino era una ciudad normal, al igual que Tokio. Cierto, había muchos más duelistas allá, pero eso no significaba que lo obligarían a seguir ese camino si no quería hacerlo.

Cuando bajó del coche en su nuevo edificio, había un niño sentado en las escaleras. Nada más verlo, la sensación que había tenido cuando su tío intentó enseñarle a jugar regresó con más fuerza. El abismo se abrió de nuevo ante él y esta vez le estaba devolviendo la mirada.

—¿Eres duelista? —preguntó el niño con una voz chillona y emocionada.

Kenichi negó con la cabeza. Un par de días antes de mudarse, había visto en persona cuando su madre le regaló la Baraja de Inicio de Guerreros al hijo de su vecina.

El niño respondió con un simple «Oh» mucho más apagado. Tal vez fue por la mención del duelo que sus padres no intentaron convencerlo de que jugara con ese niño. Kenichi pasó a su lado al subir las escaleras, siempre con la mirada hacia el frente. No miró hacia atrás, incluso cuando algo en los ojos tristes de ese niño había hecho que una parte dentro de él se estremeciera con cierto grado de culpa.

Se tragó la culpa y siguió caminando. El mejor curso de acción cuando estás frente al abismo es esquivarlo. Eso fue lo que hizo Kenichi: se alejó de ese niño y nunca más volvió la mirada atrás, igual que había hecho con los duelos.

El día que cumplió ocho años conoció a otro de sus tíos: Yugi Muto, el Rey de los Duelistas. Por tercera vez estaba frente al abismo, y en esa ocasión sintió que no había forma de esquivarlo. A pesar de eso, Yugi fue muy amable. Incluso cuando era el Rey de los Duelistas, ni una sola vez habló respecto al juego que le había dado la fama. Le obsequió el último juego de The Endless Fantasy, uno para el que Kenichi llevaba meses ahorrando, e incluso habló con él sobre otros RPG y más videojuegos. También le prometió prestarle algunos de su propia colección, muchos de los cuales Kenichi había querido comprar, pero no podía porque al ser un niño no tenía mucho poder adquisitivo. Sus padres insistían en que no podía comprar más de tres juegos al año: en navidad, en su cumpleaños y el día del niño.

Yugi aún le causaba la misma sensación de estar de pie frente al abismo, pero al mismo tiempo sentía que podía confiar en él.

Cuando fue la hora de volver a clases, Kenichi se vio acosado por las preguntas de un montón de niños curiosos. Nunca antes tantos niños habían deseado saber todo sobre él. Se sintió abrumado e incluso llegó a temer que le daría un ataque de pánico. Hasta que llegó esa pregunta: ¿eres duelista? El tajante «no» apagó los ánimos de la mayoría.

Kenichi volvió a construir el muro a su alrededor, centrándose en sus clases sin buscar ser amigo de nadie. No le resultó del todo fácil. Su vecino, ese que le provocaba escalofríos, estaba en su clase y tenía un hermano gemelo, uno que no se sentía como el abismo devolviéndole la mirada, sino como uno capaz de devorarlo y arrastrarlo a la más profunda desesperación.

Prefirió bajar la mirada y centrarse en sus libros y cuadernos siempre que podía. Era mejor que ver directamente al abismo.

Al final de ese primer día, salió del aula lo más pronto que pudo. Cuando llegó a la puerta, en dónde su madre ya lo esperaba, ella lo miró con esa expresión que indicaba que se había dado cuenta de que algo lo había alterado de nuevo. Como hacía cada vez que eso pasaba, lo llevó a la heladería más cercana y le permitió pedir el helado más caro. No lo forzó a hablar, solamente hizo que se sintiera lo más cómodo posible. Funcionó. Cuando salieron de allí, la sonrisa falsa había sido reemplazada por una genuina.

Mientras caminaban de regreso a casa, Kenichi vio a uno de sus compañeros de clase, Sho Marufuji. Iba caminando con la mirada agachada detrás de un chico mayor, ¿tal vez su hermano?, quien se notaba un tanto furioso. Una parte de Kenichi quiso saber qué había pasado, pero esa parte que siempre lo instaba a sólo mirar al frente y no detenerse ante el abismo le dijo que era mejor no involucrarse. Siguió de largo, tal como hizo en las escaleras cuando conoció a Judai Yuki.

No pasó mucho tiempo antes de que los rumores le llegaran: Judai Yuki era un demonio. Todo aquel que tenía un duelo con él acababa en el hospital. Parecía un rumor absurdo, pero era lo suficientemente aterrador para que el resto de sus compañeros entraran en pánico por el simple hecho de pensar en socializar con Judai Yuki. A Kenichi le parecía curioso que ninguno de esos rumores se extendiera a su hermano. En su opinión, Haou Yuki daba más miedo que Judai. Las pocas veces en que sus miradas se habían encontrado, Kenichi sintió que, si alguien pudiera matar con una mirada como los basiliscos de sus libros de fantasía y RPG, ese sería Haou.

Por ese motivo, Kenichi se esforzó un poco más que el resto en ignorar a los hermanos. Hasta que un día simplemente dejaron de asistir a la escuela. Después se enteraría, gracias a la vecina entrometida que no puede faltar en ningún edificio de departamentos, que sus padres habían sufrido alguna suerte de accidente que los había dejado en un coma del que los médicos no podían despertarlos. ¿En dónde estaban ahora los hermanos Yuki? Nadie lo sabía.

Kenichi no pensó más en ellos.

Estar emparentado con Yugi hizo que, por más que lo deseara, Kenichi no pudiera estar alejado del todo del mundo del duelo. En primer lugar, su abuelo tenía una tienda de juegos en la cual, como es de esperarse, el duelo era lo más popular. A pesar de eso, el amable anciano entendió que a Kenichi no le llamara mucho la atención el juego de cartas, y siempre que lo visitaba probaban otro de los muchos juegos que tenía en su tienda.

Kenichi se hizo especialmente fanático de los juegos de tablero basados en fantasía, así que comenzó una colección de estos. No había muchas personas con quienes jugar dada su incapacidad para socializar con otros niños, por lo que se dedicó a escribir partidas, que luego su abuelo o Yugi revisaban para ver si eran viables. Gracias a ellos publicó algunas de ellas en internet. Lo hizo muy feliz saber que otros jugadores de todas partes de Japón las encontraban interesantes y comenzaron a descargarlas para jugarlas con sus grupos de rol.

Debido a esto, Kenichi se planteó la idea de crear su propio juego de rol. Un mundo de fantasía lleno de hombres, elfos, orcos y razas de hombres bestia. Con su propia mitología, un plano alterno aterrador similar al infierno y otro más parecido a un paraíso. Dioses, demonios y otros seres sobrenaturales iban a convivir con las razas mortales. Todo en un universo en dónde la constante sería la lucha del Orden contra el Caos, y en el que les daría a los jugadores total libertad para elegir cualquiera de los dos bandos.

Pasaría los siguientes años trabajando en eso.

Volviendo al tema del duelo, casi un año después de haberse mudado a la ciudad de Domino, pasó algo que no esperaba: conoció al mismísimo creador del Duelo de Monstruos.

Ocurrió en la casa del abuelo, mientras se realizaba una cena para celebrar que Johan, un chico huérfano de Noruega, iría a vivir con su tío como parte de un programa de acogida para niños prodigiosos en el duelo en situaciones complicadas.

La cena fue especialmente dura para él. Demasiadas conversaciones sobre duelo llevándose a cabo a su alrededor. Hasta que llegó el punto de la pregunta incómoda, esta vez por parte de Johan:

—¿Qué mazo juegas?

Kenichi se tensó un momento.

—No soy un duelista —respondió quizá con demasiada dureza.

—Oh —fue lo único que Johan atinó a decir. Al igual que Judai un año atrás.

Kenichi no pudo evitar sentir la mirada de Pegasus sobre él casi todo el tiempo después de eso. ¿El hombre estaba molesto con él por no apreciar su juego? Parecía ridículo, pero Kenichi no pudo evitar pensar que era así.

La llegada de Johan a la vida de su familia hizo que por primera vez Kenichi se sintiera obligado a socializar con un niño de su edad. No ayudó que Johan estuviera empeñado en demostrarle a Kenichi que no había que tenerle miedo al duelo.

—No le tengo miedo —se excusó más de una vez—. Simplemente, no es mi tipo de juego.

—Tal vez es sólo que no has encontrado las cartas correctas.

Johan creía ciegamente que todo el mundo estaba destinado a un mazo. Kenichi pensaba que un niño que afirmaba que sus cartas eran su familia no podía estar muy cuerdo.

La insistencia de Johan sobre eso continuó a lo largo de los años. Ese fue uno de los motivos por los que, cuando Yugi lo adoptó oficialmente y se convirtió en su único primo, Kenichi sintió más molestia que alegría. No era que Johan fuera un mal chico. Kenichi podía ver que genuinamente se esforzaba por buscar hacerse su amigo, era solo que estar cerca de él le provocaba una sensación demasiado cercana a estar frente al abismo.

Con el paso de los años, Kenichi se hizo mejor ocultando sus temores y ansiedades detrás de su máscara. Llegó al punto en que solamente sus padres sabían cuando la sonrisa en sus labios era falsa. Esto hizo que, para cuando llegó a la secundaria, el socializar le resultara un poco más fácil. También fue el tiempo en que comenzó a ir a las arcadias y empezó a convertirse en un video jugador famoso en su barrio, especialmente en juegos de pelea.

Adicionalmente, pasaba mucho tiempo participando en juegos de rol a través de foros en internet. Incluso armó uno con las reglas prototipo de su propio juego. Aunque nunca tuvo muchos usuarios —no era lo mismo un juego personalizado a uno publicado en toda regla—, se hizo de un pequeño grupo de amigos en línea con los que hablar sobre eso y RPG en general.

Cuando se acercaba su graduación de secundaria, sucedió algo que Kenichi no había esperado. Su padre trabajaba en Corporación Kaiba y de alguna forma había creído que inscribirse a un sorteo de una beca completa de tres años en la Academia de Duelos era una buena idea. Por supuesto, ganó.

Kenichi no estaba conforme. Había hecho planes para asistir a una de las preparatorias privadas de la ciudad de Domino.

—Es una gran oportunidad —dijo su padre—. La Academia de Duelos es actualmente la escuela preparatoria más prestigiosa de Japón. No, de las mejores del mundo. Tener un diploma de esa escuela te abrirá las puertas a las mejores universidades del planeta.

—Pero tengo que aprender Duelo de Monstruos.

—Bueno, tal vez sea hora de que superes ese viejo temor infantil.

—No es miedo, solo pienso que es un estúpido juego de cartas para niños.

Su padre alzó una ceja con ironía. Más adultos jugaban duelos que niños, eso era una constante en ese mundo de locura. Hasta había países en dónde básicamente se había convertido en la forma de hacer la guerra (por más que Pegasus se esforzará en detener el mercado clandestino que había provocado eso) y hasta los Yakuzas resolvían sus disputas en los llamados Duelos del Inframundo (o eso había escuchado).

—Kenichi —intervino su madre—. ¿No dices que tu mayor sueño es hacer tu propio videojuego de RPG? Bueno, la Academia de Duelos no es únicamente un lugar para aprender a ser un duelista profesional. También puedes estudiar diseño de juegos centrado en videojuegos. Estarás un paso más cerca de lograr tu sueño. Además, no estarías solo allá: tu tío Kouji será uno de tus profesores, y Johan también va a asistir.

Kenichi no podía discutir contra la lógica de su madre.

—Aún tendría que aprender a jugar.

—El abuelo puede ayudarte con eso. Y también Johan.

Su madre tenía razón. Aprender duelo parecía un sacrificio pequeño con tal de perseguir su meta de futuro desarrollador de videojuegos.

Johan estaba más que feliz de ayudarle. El abuelo incluso se ofreció a regalarle un mazo de estructura o un deck personalizado. Dado que iba con una beca, el examen sería una simple formalidad, así que Kenichi pensó que podía participar incluso con un simple mazo de inicio.

—¡No! —se horrorizó Johan—. Si vas a hacerlo, lo harás bien.

—No voy a ser profesional. Únicamente necesitaré un mazo para los exámenes prácticos y nada más. El currículo de mi carrera ni siquiera lleva todas las clases de duelo, solamente las básicas.

—Me niego. Escoger un deck es una elección muy importante. ¿Qué importa si no quieres ser profesional? Incluso si no vuelves a tocar una carta en tu vida luego de que te gradúes, en los tres años que tendrás que hacer uso de uno debes llevar el mazo correcto para ti.

Kenichi sintió que estaba exagerando. Luego su abuelo, el tío Yugi y el tío Kouji se pusieron del lado de su primo.

Por lo pronto, para aprender lo básico, sí que utilizó una baraja de inicio.

Tras su primera lección formal con el abuelo, Kenichi deseó que la tierra se lo tragara. Siempre había escuchado que el duelo era algo complejo, y ciertamente desde afuera lo parecía: Puntos de Vida, Fases Principales y de Batalla, resolución de cadenas de efectos y esa maldita Regla de la Prioridad. Pero, cuando comenzó a aprenderlo, de pronto fue como si siempre lo hubiera jugado. A veces, sin pensarlo mucho, o incluso sin haber leído su «cartón», sabía que debía hacer.

—¿Cómo es que nunca habías jugado? —preguntó Johan incrédulo.

Kenichi no supo qué responderle. El duelo siempre le había recordado que su mente estaba rota, pero ahora que de verdad estaba esforzándose por entenderlo, de alguna forma se sentía como si pudiera llenar el pedazo que le faltaba.

—El siguiente paso es elegir tu propio deck —dijo el abuelo cuando fue claro que Kenichi estaba más allá del nivel principiante.

¿Qué mazo debía elegir? Johan sugirió que, ya que le gustaban tanto los monstruos occidentales, un mazo zombi era la mejor opción. Podría usar cartas con vampiros, momias, hombres lobos y similares. Kenichi lo consideró por un largo tiempo. Pero al final descartó la idea.

—«Muka Muka» —susurró mientras revisaba los catálogos de cartas.

—¿Qué hay con ese monstruo? —preguntó Johan.

—No sé… Me gusta su diseño. —Era como un insecto de piedra, lo cual le parecía divertido.

Kenichi se centró en buscar monstruos de Atributo TIERRA y al final pensó en una estrategia personalizada que le gustó: centrarse en dopar monstruos de TIERRA para generar cantidades altas de Puntos de Ataque, lo que iba a forzar a los adversarios a jugar a la defensa, para que luego él los sorprendiera jugando con cartas mágicas o efectos que le permitirían hacer daño de perforación.

A Johan y al abuelo les pareció una muy buena idea.

Al final, Kenichi hizo una receta de cuarenta y dos cartas, entre las cuales se incluían tres copias de las cartas importantes para la estrategia y de lo que Kenichi llamaba «Buscadores».

—¿Por qué llevar casi todo a tres? —lo cuestionó Johan.

—Para que sea más fácil robar las cartas clave de la estrategia.

Por algún motivo, parecía que eso no había pasado por la mente de los duelistas. Para Kenichi resultaba algo muy lógico y hasta necesario.

—Si confías en tu mazo, siempre te responderá —replicó su primo.

—Sí, bueno, entre más copias de las cartas clave lleve en mi deck, será más fácil para él responderme.

Johan abrió la boca para contradecirlo. Pareció pensarlo mejor, porque luego la cerró de nuevo.

—No puedes discutir contra mi lógica, ¿verdad? —Kenichi no dudó en jactarse. Una pequeña venganza por todas esas veces en las cuales Johan insistió en que debía jugar cuando él no quería.

—Sí, bueno, te queda una semana para juntar las cartas.

—Ya pedí las staples, quiero decir las básicas —se apresuró a explicar.

Tanto Johan como Yugi y el abuelo se habían topado con que Kenichi tendría a cambiar los términos del juego por otros. Llamar «vainillas» a los monstruos normales, «cartones» a las cartas en general, o «staple» a cualquier carta de uso básico. Ni siquiera el mismo Kenichi sabía por qué, siendo su única respuesta al ser cuestionado que le parecía «natural».

—Papá estuvo de acuerdo de que, ya que voy con beca completa, entonces usaremos lo que habríamos pagado en colegiatura para comprar las cartas necesarias para completar mi deck —agregó Kenichi—. El tío Kouji y el tío Yugi incluso me ayudaron a conseguir algunas que únicamente se venden a profesionales.

Las básicas resultaron ser «Tormenta Fuerte», «Agujero Oscuro», «Fuerza de Espejo», «Ciber Jarra», «Jarra de la Metamorfosis», «Espadas de la Luz Reveladora», «Última Voluntad», «Estamos Juntos», «Poder del Mago» y «Juicio Solemne».

El mazo de Kenichi estuvo listo casi al límite de tiempo. La última carta llegó el día antes del examen, así que únicamente tuvo tiempo de probarlo en un par de duelos contra el abuelo y Johan. A Kenichi le parecía que el mazo casi se jugaba sólo y era divertido.

Johan no podía creer que un mazo que Kenichi había armado en su cabeza solamente tachando cartas en una guía de cartas funcionara tan bien.

Por supuesto, Kenichi no les dijo que había sabido que el mazo iba a funcionar porque tenía la impresión de que ya lo había jugado antes. ¿Cómo podría ser eso? Bueno, era sólo otra de las peculiares sensaciones que venía con el hecho de tener una mente rota.

Kenichi todavía sentía el abismo cada vez que tomaba una carta entre sus dedos, pero al menos ahora podía fingir mejor que dicho abismo no estaba allí.

Ahora solo le quedaba esperar que los tres años de la Academia pasaran rápido, como quitarse un curita.

Nada podría haberlo preparado para lo que le esperaba en esos tres años de locura, en los que aprendería de verdad el significado de ser devorado por el abismo.


Notas finales:

Dejo el final de este con signos de interrogación ya que no descarto volver a él para contar que pasa en la Academia de Duelos de este escenario, una vez que haya avanzado todo eso en la historia principal. Por supuesto, en esos hipotéticos capítulos revelaría que pasó con otros personajes como Edo, Sho o los hermanos Yuki en un mundo en el cual Kenichi no se involucró con ellos en su infancia.

Y por si alguien se lo pregunta, sí, el concurso de la beca estaba amañado. Seto Kaiba no dejara de conspirar contra Kenichi para arrastrarlo al duelo sin importar que mundo sea (a menos que se trate de uno en dónde él no consiguió volver).

También, si alguien tiene alguna sugerencia de un posible escenario, podría desarrollar algo si lo encuentro una forma interesante de aplicar esa idea.