Disclaimer: Los personajes le pertenecen a la gran Rumiko Takahashi, específicamente a la serie/manga Ranma ½, yo solo los tomé prestado para crear esta historia (complementando con algunos inventados) con la finalidad de hacer lo que más me gusta que es escribir, por lo que es sin fines de lucro y con la mera intención de compartir mis ideas para entretener a quien desee pasar a leer.
:._Mucho gusto, jefe_.:
El aire primaveral propio de mediados de abril inundaba la estancia acompañado del cálido olor de las flores presentes en el patio del hogar Tendo. Las dos únicas personas que aún vivían allí estaban en la sala sentados degustando de una taza de té mientras veían en el Smart tv que habían comprado hace unos meses aquel programa deportivo que daban cada semana, el cual disfrutaban juntos cada vez que sus tiempos lo permitían.
—Con relación al próximo torneo de artes marciales, el cual se llevará a cabo en el Nippon Budokan en el mes de agosto, destacan tres jóvenes que prometen hacerlo interesante, ya que sus niveles son altos y muy similares entre ellos. Primero tenemos a Taro "The Demon" Furomoto, seguido de Ryu "Dragón" Kumon y el famoso Ranma Saotome. — comentaba el periodista—Y a pesar de que los tres son igualmente buenos, el único que sigue destacando fuera del deporte es el "Caballo salvaje", quien fue visto nuevamente saliendo del edificio de la modelo Shampoo Sakuma a altas horas de la noche. — tras de él aparecía una foto de la parte superior del aludido cubriendo sus ojos con la visera del gorro verde oscuro, la cual agarraba fuertemente con su mano izquierda.
—¡Vaya! Si que estaba enojado —comentó la recién llegada.
—¡Nabiki! —exclamó el hombre de pelo lacio y negro, con un bigote del mismo tono. Se puso de pie para recibir a la mediana de sus hijas con un abrazo—Que alegría verte, hubieras avisado que vendrías.
—Entonces no sería sorpresa. —respondió correspondiendo el gesto de su progenitor —Hola Akane. —saludó a su hermana menor, quien también se había levantado para recibir a la castaña.
Nabiki Tendo de 29 años, desde que falleció su madre cuando ella tenía 11 decidió que se aseguraría que su familia no pasaría penurias económicas, ya que su padre siempre había delegado el manejo del dinero a su difunta señora esposa, por lo que no sabía qué hacer cuando ella partió de este mundo. Desde ese día comenzó a hacerse cargo de las cuentas de su casa verificando que se cumpliera sagradamente con el presupuesto mensual para cada aspecto. Su personalidad fría y calculadora le permitió ingresar al mundo de la economía a muy temprana edad, asistiendo a la universidad sin preocuparse de su pago gracias a unas cuantas inversiones realizadas durante su adolescencia. Titulada en una carrera de la misma área, en algún momento decidió incursionar en la representación de algún famoso como nueva experiencia, por lo que, aprovechando su conexión con el deporte gracias al dojo que manejaba su progenitor, buscó a una futura promesa para comenzar un nuevo negocio hace casi cinco años atrás. El cómo y dónde tomó la elección era un secreto entre ella y a quien representaba.
—¿Por qué lo dices, Nabiki? —preguntó haciendo alusión a lo mencionado anteriormente. Los periodistas seguían comentando cómo afectaba de manera negativa la fama a los jóvenes, manteniendo la fotografía del azabache artista marcial de fondo.
—Es cosa de verlo. —se sentó a un costado de la peliazul—Gracias. —tomó la taza de té que ella le ofrecía—Fíjate que su mandíbula está tensa, su mano está haciendo demasiada fuerza en la visera, se pueden ver como los músculos de sus brazos se contraen por la presión…—tomó un sorbo para dar entender que terminaba con su explicación.
—Hija mía, ¿por qué no encausas a ese muchacho? —consultó Soun—Más que mal, él es un excelente artista marcial y todo se va por la borda con estas polémicas.
—Papá, créeme que, aunque sea su representante, hay cosas que ni a mí me hace caso. —suspiró cansinamente—Y eso que he podido contener varias noticias que serían peores de las que ya has visto.
—¿En serio? —preguntó sorprendida su hermana, pues consideraba que ser pillado unas cuantas veces alcoholizado además de la innumerable cantidad de veces siendo captado de manera acaramelada (y algo más) con alguna modelo era suficiente.
—Ni te imaginas los malabares que he tenido que llegar a hacer. Lo bueno es que su entrenador no le deja pasar ni una, así que, por cada resaca o polémica, él intensifica los ejercicios para que la piense dos veces antes de repetirla. —comentó con cierta malicia en sus palabras.
—Siento un poco de pena por él, —dijo la menor—se nota que está solo, quizás eso lo lleva a comportarse así.
—¡Que solo ni que nada! —replicó la mediana—Pasa rodeado de personas todo el tiempo, es solo un chico malcriado que hace y deshace sin importarle las consecuencias, porque para eso me tiene a mí, para apagar los incendios que él deja. —exhaló profundamente luego de ese pequeño exabrupto—Pero bueno, no he venido a platicar amenamente… lo siento papá. —miró al hombre para que entendiera que lo que la llevaba a ese lugar era exclusivamente los negocios y no una visita social—Akane, tengo el trabajo perfecto para que por fin la empresa pueda alcanzar el renombre que necesitamos e instaurarnos como uno de los grandes en el mercado, —su sonrisa demostraba el placer de pensar en las ganancias que traería aquella oportunidad—¿Vamos a conversar al dojo? —al decir eso, dejó entrever que su padre no podría enterarse de los detalles, lo cual no le resultó nada grato.
—Lo que sea que estés planeando Nabiki, espero que no metas en problema a tu hermana—advirtió con la mirada seria, cruzándose de brazos para dar mayor énfasis a su declaración.
—¡No te preocupes! —respondió agarrando del brazo a la peliazul para llevarla rápidamente al lugar indicado.
Cuando las dos mujeres se encontraban dentro de la habitación donde se llevaban a cabo las clases impartidas por su padre y la menor de la familia, se sentaron en la esquina más alejada de la puerta para evitar que su progenitor pudiese llegar a escuchar de lo que hablaban.
—¿Por qué tanto misterio? —consultó un tanto desconcertada.
—Toma. —extrajo de su cartera una carpeta azul con toda la información. Cuando Akane la recibió, comenzó a hojear lo que aparecía en los diversos informes—Como te das cuenta, es una situación especial que ha ido escalando. —la cabeza de la chica frente a ella asintiendo confirmaba sus dichos—Por eso necesito que tú te hagas cargo esta vez. —la miró decidida.
—¡¿Yo?! pero… ¿y mis clases en el dojo?
—Tendrá que realizarlas papá—comentó con soltura.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó indecisa.
—Yo creo que, si todo sale como esperamos, será por lo menos por tres meses.
—¡¿Tres meses?! —exclamó desanimada—¿Y sí o sí debo irme a vivir allá?
—¿Para qué preguntas si sabes la respuesta?
—Tenía la esperanza que me dijeras que no. —confesó derrotada—¿Acá está todo, cierto? —levantó la carpeta para enfatizar su pregunta.
—Toma. —le entregó otra—Acá sale todas las personas con las que se relaciona, así como quienes que trabajan para él, sus roles y todos lo que necesitas saber. ¿Algo más?
—¿Cuándo debo mudarme?
—Mañana mismo, te vendré a buscar.
—¡Ni loca! Iré en mi moto—declaró resuelta. Algo que valoraba demasiado era su independencia, por lo que, en cuanto tuviese un tiempo libre, estaba segura de que querría salir de aquel lugar para cambiar de aires y poder despejarse de sus labores.
—Bien, entonces vendré para llevar tus maletas y tú me sigues. —le guiñó un ojo en complicidad—Akane, —la llamó seria, volviendo a su rol de jefa—ya viste que no es una persona fácil de tratar, te dejé lo más detallado posible su descripción, por lo que NO SE TE PUEDE OLVIDAR tener paciencia, mucha paciencia. —recalcó, pues su hermanita solía ser mecha corta cuando era provocada—Espero que seas lo suficientemente profesional y que eso también se lo aclares a tu noviecito. —el desdén en su voz demostraba el desagrado que sentía por ese tipo, al que, si pudiera, mandaría a Timbuktú o más lejos para hacerlo desaparecer de la vida de la menor.
—Lo sé, Nabiki. —respondió hastiada—No necesito que me lo digas, cumpliré con todo para que tengamos éxito. —sus ojos evidenciaban su determinación.
—Bien, vamos con papá o comenzará a sospechar. —se levantó para ser secundada por la otra joven—Y recuerda, técnicamente, yo seré tu jefa.
—Lo sé, lo sé— ambas salieron para dirigirse a la sala donde su progenitor seguía viendo la televisión. Más tarde le comentarían a grandes rasgos el nuevo trabajo y las circunstancias en la que éste se desarrollaría.
Para Akane no era fácil dejar solo a su padre en esa tremenda casa, pero debido a que sería por un pequeño lapsus de tiempo, hablaría con la mayor de sus hermanas, Kasumi, para que fuese a verlo y asegurarse que se encontraba bien. Tomó su celular para anotarlo, así como una lista con los indispensables que debería llevarse al día siguiente. En la noche revisaría ambas carpetas con detenimiento, así podría anteponerse a ciertas situaciones y manejarlas de la manera más eficientemente posible. También entrenaría en el dojo una última vez, aquel lugar le traía demasiados recuerdos que permitían a su corazón sentirse en paz y tranquilidad. Fue en ese espacio que su padre le presentó las artes marciales por primera vez luego de que su madre falleciera y ella se lo solicitara, haciendo una promesa silenciosa que hasta ese día mantenía. En el altar, desde su primer entrenamiento, dejó una flor que se fue secando con el tiempo pero que nadie movió. Para ella, aquella pequeña planta representaba a su madre, por lo que la mantenía allí para recordarse por qué había incursionado en ese mundo y no perder el foco de cuál era su meta. Envió un mensaje a su novio para que se juntaran en unas horas más y así poder informarle sobre la situación en la que se vería inmersa sin entregar los detalles que concernían a la privacidad del cliente.
Aquella noche, los sueños de Akane fueron completamente dominados por sus recuerdos cuando su madre estaba viva. Parecía que la volvía a escuchar leerle sus cuentos favoritos con sus adorados finales "felices por siempre", imaginando que algún día ella también conocería a su príncipe azul y sería tan amada como lo era su mamá al lado de su papá. Cada vez que le preguntaba a su progenitora si ella también viviría ese tipo de amor, le respondía que sí, que algún día llegaría a su vida sin que se diese cuenta, sin esperarlo ni buscarlo, pero que cuando lo hiciera, su corazón se encargaría de dejárselo en claro. Se despertó pasado las 4 de la madrugada con lágrimas cayendo por sus ojos por la nostalgia sentida, sus orbes brillaban por el agua que seguía saliendo de manera pausada y calmada, hace mucho tiempo que esas imágenes no venían a ella. Se permitió sentir esa dualidad de emociones, dolor por la pérdida y felicidad por aún recordar a la mujer que la había impulsado a ser quien era hoy en día. Cuando logró calmarse, su cerebro comenzó a repetir la información aprendida en ambas carpetas, sintiéndose orgullosa por ser rápida para memorizar todo aquello pues podía apostar que leyó unas 100 páginas entre descripciones del caso, del cliente, de quienes trabajan junto a él, rutina diaria, etc. Reconociendo que no volvería a los brazos de Morfeo, se vistió para salir a trotar por su dormido barrio para poder tener ese espacio para ella, a sabiendas de que quizás en mucho tiempo no lo repetiría gracias a su nuevo trabajo.
A las diez de la mañana se despedía de su padre, quien no paraba de sollozar por la partida de su pequeña a pesar de que ella le explicó en innumerables ocasiones que solo sería por un tiempo. Agradeció a Kasumi por estar presente en ese momento, quedándose a consolar al exagerado progenitor y acompañarlo durante todo ese día para evitar que se deprimiera aún más. Con sus maletas ya guardadas en el Mercedes Benz AMG C 63S gris de su hermana del medio, depositó un último beso en la húmeda mejilla del hombre, un abrazo a la mayor y se colocó su casco para montarse en su Harley Davidson Iron 883 Snake Venon. Como era su costumbre, acarició el depósito de gasolina en una muda solicitud de tener un viaje seguro para ambos… le había costado harto sudor juntar el dinero para comprarse a su "bebé" (como acostumbraba a llamarle a su vehículo de dos ruedas), por lo que solía montarla prometiéndole manejar con cuidado y hacerle una mantención constante. Al encenderla, el ronronear del motor y la vibración que éste producía en la carrocería provocaron esa sensación de placer ante la expectación de la velocidad y el viento chocando fuertemente contra ella.
Para Akane, los barrios más adinerados de Tokio ya no le producían el asombro como hace varios años atrás. Nabiki se había comprado un departamento en el suburbio de Azabu cuando aún cursaba su segundo año de universidad. Para todos fue una sorpresa, porque a pesar de que sabían que ella manejaba algunos negocios, recién en ese momento se enteraron de las inversiones en la bolsa que la del medio poseía, siendo tan exitosa hasta el punto de permitirle costearse tal hogar en uno de los lugares más caros de la ciudad. Es por eso por lo que cuando llegaron a Futakotamagawa, solo le llamó la atención de que las casas estuvieran rodeadas de jardines más grandes que la media, pues las construcciones lujosas solían tener más metros cuadrados de edificación que de espacios abiertos.
Cuando el auto de su hermana se detuvo frente a una mansión con un mayor tamaño del promedio de ese sector, el alto portón negro comenzó a correrse hacia un lado de manera automática permitiendo apreciar la construcción blanca de dos pisos que destacaba de entre el verde del jardín que la rodeaba. Ingresaron direccionándose hacia la izquierda, dejando estacionado sus vehículos en el espacio destinado para ello cerca del garage en donde fácilmente cabría autos según el cálculo rápido que hizo la peliazul. Apagó el motor de su bebé para luego desmontarla y sacarse el casco, soltando por fin su largo pelo de la simple coleta que se había hecho para proteger su cabeza durante el viaje, así también bajó el cierre de su chaqueta verde olivo sintiendo el tenue calor que emanaba a esa hora el astro rey.
—Recuerda, paciencia—recalcó una vez más la castaña antes de hacerle una seña para que la siguiera.
Akane podría jurar que su hermana hizo un gesto de desprecio al ver el Porsche 718 Cayman GTS 4.0 rojo aparcado a un costado de su moto, pero decidió ignorarlo al no escucharla maldecir ni referirse denigrantemente sobre el dueño de ese vehículo.
La chica de ojos como la miel no salía de su asombro ante la edificación que tenía frente a ella, y no precisamente por su colosal tamaño, pues solo contaba con dos pisos y quizás unas 20 habitaciones en total; si no que la cantidad de espacio destinado para el jardín era algo que jamás había visto.
—Nabiki, —le habló cuando estaban a un par de metros de la puerta principal—¿No es muy grande esta casa para el barrio? Siento que es la única así. —comentó pensativa sin dejar de observar todo a su alrededor.
—Así es, —respondió sin mirarla—el dueño anterior compró las cinco casas que la rodeaban y se construyó un patio de ensueños… incluso tiene un mini bosque en la parte de atrás. —Akane conocía esa última información, pero no lograba dimensionar cuánto era el costo de esa propiedad si, en teoría, equivalía a 6 en total.
—Buenos días, señorita Nabiki—saludó una mujer entrada en años, quizás unas 65 primaveras habían ya pasado por su cuerpo.
—Señora Daimonji, ¿cómo está? —respondió en un tono protocolarmente correcto—Por favor, que el par de maletas de mi auto las lleven a la habitación que mandé a preparar y mi maletín a mi despacho. —le entregó el llavero de su vehículo—¡Ah! Antes que se me olvide, —detuvo su andar para mirar a la mujer—que todo el personal esté reunido en diez minutos en la cocina. —el asentimiento de cabeza por parte de la aludida le dio a entender que sus instrucciones serían llevadas al pie de la letra—¿Y el príncipe? —consultó con un dejo de burla en su voz.
—Iban camino a la piscina—respondió dejando entrever que la visita que acompañaba al dueño de casa no era para nada de su agrado.
La castaña no pudo evitar arrugar la nariz ante aquella información, pero eso no evitó que ingresara a la mansión seguida de cerca por su hermana. Se detuvo en el hall de entrada, permitiendo que la menor de su familia se deleitara con la decoración estilo europea que las recibía. De repente, Akane recordó algo y necesitaba salir de la duda.
—¿Príncipe? —repitió el apodo que le había escuchado decir un momento atrás.
—No es nada, en verdad. —acompañó su respuesta con un gesto de su mano izquierda levantada para restarle importancia—Es porque se cree la gran cosa, como se jura invencible…—le guiñó el ojo en complicidad—Deberás acostumbrarte a estas cosas. —retomó su marcha—Aunque te cueste creerlo, ya todos estamos curados de espanto. —sus pasos firmes retumbaban en el espacio, generando que el sonido de sus tacones al chocar con el piso pareciese tener amplificadores en su base.
Sin poder tener una explicación coherente y lógica en ese momento, aquella última frase dicha por la castaña le provocó un escalofrío que la recorrió entera, como si su cuerpo anticipara la incomodidad de lo que fuese a pasar. El arrepentimiento de haber aceptado ese trabajo trató de apoderarse de ella, pero su orgullo y determinación fueron más fuertes, por lo que ganaron la batalla de seguir adelante o salir corriendo, intentando apaciguar a su acelerado corazón. Ella ya conocía al que sería su jefe por un tiempo, no podía negar que tenía sus encantos, pero… ¿qué era lo que su instinto intentaba advertirle? ¿qué sería lo tan terrible para querer detener sus pasos y darse la media vuelta?
A medida que iban recorriendo más y más de aquella despampanante propiedad, Akane podía jurar que estaba siendo partícipe de alguno de esos programas extranjeros que transmitían por televisión con subtítulos japoneses en los cuales mostraban mansiones y castillos tan increíbles que siempre creyó que eran montados para el show. ¿Cómo podría existir en Japón algo como eso? Quizás estaba soñando, así que optó por pellizcarse su brazo izquierdo para poder despertar… aun así, nada cambió. Era tal su desconcierto, que estuvo a punto de sacar su celular para tomar algunas fotografías para mostrárselas a su padre cuando volviera.
—Ni se te ocurra—el fuerte agarre de Nabiki en su brazo derecho impidiendo que sacara su smartphone de la cartera la hizo reaccionar ante la acción que estuvo a punto de cometer.
—Lo siento—murmuró al percatarse de su error.
El ventanal, cubierto por un visillo blanco, escondía tanta belleza tras él que cuando fue abierto por la del medio para continuar con su marcha hacia la parte trasera provocó que la peliazul abriera su boca ante tal magnífica escena. Decir que la vista era espectacular es quedarse corto, siendo pleno apogeo de la primavera, el verde resaltaba dando la sensación de encontrarse en algún lugar perdido fuera de la ciudad, ni siquiera se escuchaba algún ruido que no proviniera de los metros cuadrados que conformaban esa propiedad. Poco a poco sus orbes como la miel comenzaron a distinguir la enorme piscina que se encontraba en el centro, así como el cuerpo de un hombre parado dentro de lo que parecía ser un jacuzzi a un costado de la alberca. Estaba segura de que esa silueta era la de su nuevo jefe, pues a esa distancia podía distinguir perfectamente el trabajado cuerpo que poseía y al cual había detallado en más de una sesión fotográfica publicada por diversas revistas deportivas… pero nada, absolutamente NADA pudo haber anticipado a Akane ante la escena que se desarrollaba a unos metros de las hermanas Tendo. Mientras más cerca estaban del joven metro ochenta, pelo azabache hasta un poco más abajo de los hombros, piel ligeramente bronceada y con una retaguardia de infarto (que la tenía dirigida hacia ellas), logró reconocer que él se encontraba sin ninguna prenda que lo cubriera de su desnudez. Se detuvo bruscamente tratando de que su hermana también interrumpiera su marcha, pero ella ignoró por completo cualquier susurro o gesto realizado por la menor.
—¡Ranma! —lo llamó estando a un par de metros de distancia, le hizo un gesto a la menuda chica para que no se quedara atrás.
Como si aquella situación fuese algo de lo más normal, el aludido se semi giró para dirigir sus penetrantes ojos azules grisáceos hacia la mujer que había osado interrumpirlo. Si para Akane verlo sin ropa era lo suficientemente desconcertante, lo que ocurrió después la dejó completamente desencajada. Gracias a su visión periférica (la cual odió y maldijo durante el resto del día), se pudo percatar del pelo de un tono lila que se movía de manera rítmica y constante hacia adelante y atrás a la altura de la cadera masculina. Fueron microsegundos los que la chica demoró para comprender lo que sus orbes captaban tan nítidamente: hincada se encontraba una mujer completamente desnuda practicándole una felación al que sería su jefe. Su rostro reflejaba perfectamente sus pensamientos "¡¿Pero qué demonios le pasa?! ¡¿No se da cuenta de que está a vista y paciencia de todo el mundo?!".
—¡Ranma! —la voz de Nabiki sonaba despreocupada, como si no pasara nada de lo que realmente ocurría—Déjame presentarte a Akane, ella será tu nueva asistente. —con su mano izquierda la señaló.
Si el protocolo indicaba que uno debe hacer una pequeña reverencia al ser enunciada frente a una persona, la peliazul no logró ni siquiera comenzar a movilizar un milímetro de su cuerpo cuando una voz grave y tosca interrumpió su propósito.
—Ve y tráeme un jugo de fresas con menta.
Definitivamente ese día jamás sería olvidado por Akane, demasiadas sorpresas y situaciones atípicas como para poder dejarlas perdidas en su memoria. Además, ella tenía la suficiente experiencia para saber cómo reaccionaba un hombre cuando se le practicaba sexo oral, por lo que todo era más inusual. "¿No lo está disfrutando?" se preguntó al darse cuenta de que su cara era apacible, ningún gemido o jadeo escapaba de su boca, ni siquiera tenía la respiración acelerada, "¿entonces?" volvió a cuestionarse al analizar todo el panorama.
Aun tratando de comprender lo que ocurría a su alrededor, se apuntó con el dedo su pecho.
—¿Yo? —consultó con un deje de duda.
—¿Quién más? —su respuesta fue fría y cortante—Tú eres mi asistente, para eso te pago. Ve y tráeme un jugo de fresas con menta. —repitió la orden con un tono autoritario y prepotente.
—Se dice "por favor" —masculló con toda la rabia apoderándose de cada célula de su ser, sus puños apretados a cada lado de su cuerpo reflejaban su lucha por contenerse en no darle un buen par de golpes para enseñarle lo básico de modales.
—Ranma, —su representante volvía a llamarlo—desde mañana comenzará a trabajar, así que le diré a Picolet que te prepare uno y lo deje listo para cuando… —desvió su vista hacia la cadera del chico y la subió—termines. —musitó con desprecio, ya que en todo ese momento la pelilila jamás detuvo su actuar—Vamos. —reconociendo lo molesta que estaba su hermana, decidió sacarla de allí lo más rápido posible antes de que ardiera Troya. Habían avanzado unos metros cuando se giró —¡Ah! Antes de que se me olvide, —su mano derecha colocada a un costado de su boca intentaba ayudar en la amplificación de su tono de voz—mañana viene Happosai. —su malvada sonrisa surcó sus labios, disfrutando de la cara de sorpresa del azabache—Vio todo. — fue lo último que le dijo. Nabiki Tendo no dejaba nada al azar, por lo que esa última información fue entregada para que cumpliera un solo propósito, el cual había dado positivos resultados: el enojo y frustración por parte del chico para dar por terminado aquella sesión de placer. Disfrutó como las grandes manos se posaban en los finos hombros para indicarle a la chica que se detuviera en su cometido.
Ranma maldijo tantas veces a su mala suerte y a su representante mientras lograba que su acompañante desistiera definitivamente de sus intenciones. No le importó verla molesta, ni siquiera se dignó a escucharla reclamarle por no cumplirle sus expectativas porque ahora tenía tanta rabia contra los malditos paparazzi, ¿qué demonios le importaba a la gente si él se acostaba con medio mundo o con nadie? ¿por qué no se metían en la vida de otra persona y a él lo dejaban en paz? Salió del jacuzzi, recogió su short deportivo que estaba tirado en el piso y se lo volvió a colocar sin importarle que seguía mojado aun gruñendo por lo que sabía ocurriría al día siguiente. Su mirada se dirigió hacia las dos mujeres que estaban a punto de ingresar a la casa, fue en ese momento que se percató que no sabía quién era su nueva asistente, no le prestó atención cuando se la presentaron y ni siquiera podía recordar su nombre. Su vista no pudo evitar prendarse por el vaivén de caderas de aquella menuda mujer, nadie se atrevería a negar de su buena retaguardia, pues su trasero se veía firme y perfectamente levantado a través de la tela de ese jeans celeste. Su pelo negro azulado llegándole hasta las escápulas se movía acompasadamente con su andar, dándole un toque de liviandad y carisma. La voz chillona de la modelo exigiéndole una explicación lo sacó de su ensoñación… ¿hace cuánto no le pasaba que una mujer lograra cautivarlo de esa manera? "Desde ella" pensó para luego girarse, tratar de calmarla y prometerle que otro día podrían retomar sus planes, excusándose que debía tener una reunión urgente con su representante.
La ojimiel no lograba creer todo lo que había pasado minutos atrás, ¿Por qué su hermana no colocó esa información en las carpetas?... "Claro, de haberlo sabido no hubiese aceptado" se auto respondió inmediatamente. Sacudió fuertemente su cabeza para borrar esas imágenes… es que "¿cómo?", no comprendía el nulo pudor por parte de esa pareja y la indiferencia de él ante aquella caricia, si se le podía llamar de alguna manera. Estaba en conocimiento que aquella chica (a la cual pudo reconocer solamente por su particular tono de cabello y por la información que había leído la noche anterior en la carpeta) era la "de turno" para el artista marcial, por lo que tenía muy claro que la vería de manera continua. Aun así, eso no quitaba el descaro y cero respeto por quienes trabajaban en la propiedad. "Curados de espanto" repitió al momento en que, las palabras dichas por la castaña previamente le hacían sentido. Si algo tenía Akane, era su determinación ante ciertas situaciones y ese mismo día decidió que no iba a tolerar aquellas escenitas en su presencia, por lo que esas cosas cambiarían ahora que ella estaría desempeñándose como asistente del descarado ese.
Tal como la mujer había solicitado, todo el personal se encontraba esperando a las hermanas en la cocina expectantes a lo que se fuese a informar. Los murmullos fueron acallados cuando ambas jóvenes ingresaron al lugar, siendo incómodo para la menor e indiferente para la del medio.
—Buenos días. —saludó la castaña recibiendo la misma frase en respuesta por los presentes—Como saben, Hikaru Gosunkugui renunció a inicios de esta semana. —la mayoría asintió con su cabeza—A pesar de ser un chico especial, no podemos dejar de reconocerle que ha sido el asistente que más ha durado en su puesto, adjudicándose el primer lugar con dos meses y dos días en total. —la risa generalizada inundó el espacio—Esta vez espero que su reemplazante pueda superar con creces ese récord. Por lo mismo, quiero presentarles a Akane Tendo, mi dulce hermanita que cayó en mi trampa y aceptó este trabajo, llevándose una cordial escenita que ya todos conocemos como bienvenida. —casi todos se carcajeaban ante esa afirmación, para luego dar paso a frases como "bienvenida", "mucho gusto", "un placer", entre otras—A la señora Daimonji ya la conoces, es la ama de llaves y mi mano derecha. —la aludida hizo una pequeña reverencia, siendo imitada por la peliazul—Ella y el chofer Hiroshi Tsujitani—un hombre de pelo castaño claro de unos 34 o 35 años la saludó inclinando levemente la cabeza—viven en la casa que está al fondo del patio, todo el resto del personal hace ingreso a las 8:00 am. —informó corroborando lo que aparecía en las carpetas—Picolet Chardin II es nuestro chef internacional, él prepara todas las comidas excepto el desayuno, ese será tu responsabilidad. —la burla que emanaba de sus ojos solo provocó la molestia en la menor.
—Eso tampoco me lo dijiste—le recriminó, demasiadas cosas sin ser informadas… esperaba que no aparecieran más, aunque de Nabiki se podría esperar cualquier cosa.
—Bueno, — continuó ignorando el reproche de su hermana — las encargadas del aseo son Matsu, Take y Ume. — las tres mujeres de una edad similar a la ama de llaves la saludaron desde su lugar—Heita Genji y Sasuke Sarugakure están a cargo de la seguridad. —ambos jóvenes, tan dispares el uno del otro, hicieron una leve reverencia la cual fue devuelta por la peliazul. Aquella formalidad era para que los empleados la conocieran, pues la ojimiel ya se había aprendido sus rostros, nombres y labores la noche anterior gracias a la información que le había facilitado la castaña. Finalizada todas las presentaciones, cada uno retornó a sus tareas asignadas en las distintas instalaciones de la vivienda.
Las hermanas se dirigieron a la escalera que daba al segundo piso para luego caminar hacia el ala sur de éste. El tono beige de las paredes permitía que la decoración minimalista resaltara en el pasillo de manera elegante, deleitando a quien tuviese el placer de poder verlos. Puerta tras puerta, las dos mujeres avanzaban en silencio hasta casi llegar al final, cada una permitiendo que sus pensamientos se expresaran libres dentro de sus cabezas. Cuando se detuvieron frente a la que correspondería al dormitorio de la menor, la sorpresa ante lo que aparecía a la altura de sus ojos la sorprendió y molestó de igual manera.
—Es una broma, ¿cierto? —miró a la castaña con fuego en sus orbes.
—Pensé que te serviría para no confundirte—respondió con toda la inocencia que aquella situación ameritaba.
Akane no pudo evitar fruncir el ceño al ver cómo el patito con el cartel colgando que portaba su nombre, característico de su habitación en la residencia que compartía con su padre, se encontraba ubicado en la madera caoba dándole la bienvenida.
—No puedo creer que te atrevieras a hacerlo. —masculló con rabia—No solo debo dormir acá en vez de hacerlo en la misma casa que la señora Daimonji y Hiroshi, si no que te atreves a burlarte de mí así.
—Tienes muy claro el por qué debes quedarte acá, no me malgastaré en explicarte algo que ya sabes. Con respecto a eso, —apuntó el patito—era para que te sintieras como en casa. No me culpes por tratar de hacerte sentir cómoda. —respondió con la falsa victimización ante la broma.
—¡Lo sacaré! —declaró resuelta, acercando su mano hacia el objeto. Cuando lo tocó, descubrió que estaba pegado y no colgado como en su casa—¡¿Cómo te atreves?! —estaba furiosa por eso.
—No exageres. —movió su mano para quitarle peso—Es una copia, el de casa sigue allí. —le guiñó el ojo al disfrutar de que había caído, otra vez, en una de sus tantas tretas—Su itinerario de mañana está en tu cama… confío en ti y en el éxito de este trabajo.
Ingresó cuando ya se encontraba sola, y luego que su rabia se disipara ante el asombro por la belleza del lugar, se dedicó a recorrer cada espacio de la que sería su habitación por un buen tiempo. Sus manos reconocieron cada textura que estaba presente en los distintos objetos y muebles que la conformaban, disfrutando de la suavidad en la mayoría de las cosas. "Es casi del tamaño del segundo piso de casa" pensó al tratar de calcular al ojo la cantidad de metros cuadrados que disponía exclusivamente para ella. El sonido de su celular la hizo pegar un pequeño salto, lo buscó en su cartera para poder contestar la llamada.
—¡Hola!... sí, recién me estoy instalando… no, no te preocupes, sabes que es solo trabajo… ¡oh, vamos! No te puedes poner celoso, ya lo conversamos…—su tono intentaba ser conciliador y tranquilizante, pero se estaba aburriendo de la postura de su novio—¿Te parece que nos juntemos en la tarde? No parto hasta mañana… bien, a las cinco nos vemos. —cortó suspirando. Por mucho que quería a ese chico, su actitud ante esa nueva experiencia laboral le estaba colmando la paciencia, por lo que rogaba poder tranquilizarlo o las cosas no durarían mucho más. No le agradaba pensar en eso, pero era la primera vez en esos meses que llevaban juntos que él tenía reacciones tóxicas y eso era algo que cortaría de raíz o la relación hasta ahí llegaría.
Abrió el gran armario que tenía a su disposición, comenzando a guardar toda su ropa y otros elementos que traía en el par de maletas que le habían subido alguno de los empleados cuando ella conocía a su jefe. Llenó los cajones, los estantes y los colgadores con tantas prendas que se sorprendía, pues no recordaba haberlas metido. "Nabiki" nombró a su hermana en silencio al reconocer varias tenidas un tanto provocativas para su gusto y que estaba segura, ni siquiera se había comprado. Negó con la cabeza, la castaña insistía en que luciera más sus atributos, pero para Akane era más importante la comodidad que el andar dando vuelta las miradas. Eso no quitaba que disfrutara de la atención masculina, aunque prefería que fuese por su forma de ser y no por cuánta piel se atrevía a mostrar.
Se sentó en la cama y tomó entre sus manos la carpeta con la información del itinerario para el día siguiente, leyéndolo varias veces para memorizarlo. Aun así, sacó su Tablet de la cartera y traspasó los datos a la agenda virtual que tenía cargada. Un correo electrónico de la representante del artista marcial la hizo ponerse demasiado seria, leer aquellas líneas solo le anticipaban lo intenso que podría llegar a ser su nuevo trabajo. Revisó todo el material guardado en el dispositivo, recordando lo que había memorizado en su casa la noche anterior. Escribió algunas notas, tratando de considerarlas en un futuro próximo si la situación lo ameritaba. Movió su cuello de un lado para otro, su mano derecha sobre su nuca ejercía una leve presión tratando de así botar la tensión de aquella mañana.
—Espero no sea su costumbre—dijo al aire tratando de ignorar la reacción de todo el personal al escuchar la escenita que había presenciado.
Día 1
Gracias al reconocimiento que había ejecutado el día anterior posterior al almuerzo, fue que pudo realizar su rutina de ejercicios en aquel espacioso jardín. Los pequeños faroles que iluminaban los caminos predeterminados le permitieron tener mejor claridad de a dónde debía pisar en su carrera matutina, y aunque estaba disfrutando del hermoso paisaje, odiaba sentirse aprisionada entre aquellas blancas murallas. Luego de elongar, subió silenciosamente a su habitación para poder darse una ducha y prepararse para el largo día que tendría, el cual estaría más centrado en la logística que otra cosa.
Al ingresar al dormitorio del azabache, el olor a encierro la golpeó tan fuerte que no pudo evitar respingar la nariz. "Maldita seas, Nabiki" repitió cuestionándose nuevamente el por qué había aceptado ese trabajo. Lo llamó suavemente, pero no parecía lograr efecto alguno, por lo que decidió correr las largas telas que cubrían los ventanales para que la incipiente luz comenzara a adueñarse del lugar.
—Saotome. —se acercó lo suficiente, aunque la respuesta que obtuvo fue un ininteligible murmullo—Saotome, despierta. —intentó con tono más alto sin éxito—Vamos Saotome, despierta. —lo zarandeó para poder lograr su cometido, aunque su paciencia estaba comenzando a desaparecer.
Sus fosas nasales se movían rápidamente en un intento de captar de mejor manera el aroma que comenzaba a ser cada vez más intenso, aunque no lo suficiente como quisiera. "Jazmín" pensó todavía dormido, deleitándose con el dulce y tranquilizador olor. A pesar de que sentía algunos ruidos a lo lejos y su nombre resonando, el mundo de Morfeo lo tenía demasiado hipnotizado haciéndolo ignorar incluso la pequeña claridad que trataba de colarse por sus párpados.
—Si no abres los ojos, te prometo que te tiraré un vaso de agua—a pesar de que el tono de voz era rudo, le producía una calidez en su pecho al igual como si alguien lo estuviese arrullando.
Cuando el frío líquido hizo contacto con su rostro, su primera reacción fue abrir los ojos, tratar de soplar para evitar que ingresara a su boca y erguir su torso tan rápido como sus adormilados reflejos fueron capaces.
—¡Pero ¿qué demonios te pasa Gosun…?!—la pregunta quedó en el aire al ver un par de ojos almendrados fijos en los de él, aquella muchacha sonreía con suficiencia al lograr su cometido—No eres Hikaru. —mencionó en tono de queja y sorpresa.
—Es obvio, ¿no? —respondió cruzándose de brazos—Será mejor que te levantes pronto.
—¿Quién eres? —preguntó desconcertado, todo su enojo se esfumó ante la sorpresa y el desconcierto.
—Soy Akane, tu nueva asistente—le recordó.
—¿Qué hora es? —consultó al ver que su ventana, a la cual le habían corrido las cortinas, mostraba que con suerte el alba se estaba haciendo presente en el no tan oscuro cielo.
—Casi las seis y cuarto.
—¡¿Y por qué me mojaste si todavía puedo dormir más?! —gruñó permitiendo que la molestia volviera a él.
—Happosai llegará a las siete, debes levantarte, lavarte y tomar desayuno antes de que lo haga. —exhaló un poco aburrida de la situación. Primero le había costado demasiado despertarlo, el vaso de agua que le llevó para que se refrescara terminó utilizándolo para que por fin abriera los ojos y ahora actuaba como niño mimado que no quiere ir a la escuela, "demasiado" pensó tratando de controlar su genio.
—¿Qué hay para desayunar? —se cruzó de brazos frunciendo su ceño, la sola mención de su entrenador y lo que había dicho su representante el día anterior, sumado a la forma en que lo hicieron abandonar el mundo de los sueños lo tenía al borde del enojo.
—Aquí tienes, —le entregó un plátano y un vaso de jugo de naranja recién exprimido—pero primero ve al baño. —le ordenó como si de un infante se tratase.
—¿Esto? —preguntó despectivamente—¿A esto le llamas desayuno?
—Estas a menos de una hora de entrenar, el plátano te ayudará a evitar los calambres y el jugo es para que no se te seque la garganta mientras comes. Si quieres más comida para después estar con dolor y espasmos en tu estómago, tienes pies y manos para ir a la cocina y prepararte lo que desees. —le respondió hastiada—Ya te desperté, a las siete debes estar abajo en el patio, esas son las instrucciones. —se giró para comenzar a retirarse del lugar, ya cerca de la puerta volvió a hablar—Que tengas un buen día. —una sonrisa carente de emoción acompañó sus buenos deseos, dejando solo y desconcertado al ojiazul.
Ya en el baño, el agua tibia recorría su trabajado cuerpo ayudándolo a terminar de despertarse, aunque no lograba disminuir su enojo por cómo había comenzado su día.
—Pero ¿quién se cree que es? —gruñó al aire. Su mente le recordó la imagen de su nueva asistente cuando la vio minutos atrás. No solo de sutileza no tenía nada, sino que además se atrevía a responderle e incluso invitarlo a que él se preparara las cosas—¡Si para eso le pago! —respondió tardíamente. Su mano que llevaba demasiado tiempo empuñada comenzó a relajarse cuando los orbes como la miel se apoderaron de sus pensamientos como si lo cautivaran igual que "El flautista de Hamelin". Poco a poco fue visualizando el fino y delicado rostro en los que estaban posados esos ojos, la nívea piel relucía a pesar de la poca iluminación que aun reinaba en su cuarto. Negó con su cabeza las ideas que comenzaban a formarse en su interior, se había prometido que después de ella no volvería a caer en una situación similar ni menos dejarse llevar como si fuese un adolescente. "Nunca más" repitió su tan utilizado mantra, debía recordarse qué lo llevó a tomar esa decisión para no desistir de su meta.
Cubierto solo por la blanca toalla en su parte inferior, caminó sobando una pequeña tela por sobre su húmedo pelo para secarlo y que las gotas dejaran de caer por sus hombros, acariciando en su lento descenso cada uno de sus marcados músculos perdiéndose en los recovecos más deseado por las féminas. Se sentó a un costado de la cama, mirando en su mesita de noche el tan anhelado desayuno: con cada mano tomo los dos simples elementos que lo componían, para volver a analizarlo como si tuviesen algo oculto en su interior o si, al no despegarles la vista, hiciera magia y se transformaran en algo más contundente. Frustrado y molesto, dejó el vaso para poder pelar la amarilla fruta, dándole bruscos mordiscos, descargándose con eso por el poco alimento siendo que su estómago solicitaba más y más. De un solo sorbo hizo desaparecer el anaranjado líquido, disfrutando de su helada temperatura y el dulzor natural característico.
Ya vestido, se dirigió a la terraza para comenzar a hacer algunas elongaciones leves en sus brazos y piernas a la espera de su entrenador, su mal genio iba creciendo a pasos agigantados a medida que la hora iba avanzando de manera lenta y acompasada. Si fuese por él, en estos momentos estaría perdido en alguna montaña ejercitándose solo, sin preocuparse de que algún paparazzi lo persiguiera o tuviese a alguno de sus empleados diciéndole qué hacer o a dónde ir. Eso era algo que odiaba de la ansiada fama, la cual llegó sin que la buscase y de la que ya no podía deshacerse. Maldijo a medio mundo en su mente, los culpaba por todo lo que debía soportar en ese estilo de vida que no era para nada grato a su pensar… claro que disfrutaba de los beneficios que el dinero le otorgaba, pero sería capaz a renunciar a todo eso si pudiese dedicarse a las artes marciales de manera tranquila como lo fue en su adolescencia, cuando su incipiente popularidad le permitía disfrutar como uno más del montón, aunque también le enseñó a temprana edad lo que ello provocaba en la gente. Como si su mente disfrutara en torturarlo, la imagen de ella volvió como si hubiese sido ayer que la vio por última vez frente a frente. Recordar la historia de ellos dos era parte de una herida que se rehusaba en sanar debido a que él deseaba mantenerla así para no volver a cometer los errores que provocó gracias a la inexperiencia propia de su edad.
—¡Ranma Saotome!
La voz de aquel viejo resonó por todos los rincones de la adormilada mansión. Ichiro Happosai era un hombre de unos 70 años (visualmente hablando), porque para el azabache decir que tenía más de 100 no era una exageración, aunque tampoco tenía cómo demostrarlo. Su tamaño podía engañar hasta al más experimentado artista marcial, pues asegurar que sobrepasaba el metro treinta de altura era darle más crédito del real; si a eso se le sumaba su incipiente pelada y las canas que cubrían el poco pelo que le quedaba, nadie podría aseverar que era un experimentado maestro de la disciplina del estilo libre, el cual había logrado hacerla evolucionar desde que comenzó a practicarla. Para el joven discípulo, la duda de si poseía más de una personalidad era algo que le rondaba constantemente luego de sus encuentros, pues como entrenador actuaba de una forma, con las mujeres de otra, con gente desconocida de una muy distinta y así podía seguir enumerando varias. La única vez que se atrevió a plantearle la posibilidad que fuera con un psiquiatra para que lo evaluara, terminó tan agotado que se desmayó luego de 48 horas de entrenamiento non stop como castigo por su falta de respeto.
—Maestro—lo saludó con una leve reverencia que no acostumbraba a hacer, pero luego de la advertencia que le dio el día anterior su representante, tenía que tratar por todos los medios de ganarse, aunque fuese un poco, de su favor.
—¡No me vengas con eso! —le reprochó reconociendo la inútil estrategia—Creí haber sido muy claro la última vez. —se acercó velozmente, dejando una estela por el rápido movimiento.
Estaba por repetirle el discurso sobre la responsabilidad que conllevaba ser un artista marcial, el honor, el respeto hacia el deporte que practicaba, la lucha de los ancestros para lograr que fuese reconocida como una más, la disciplina que conlleva ser uno de los mejores… todo eso no logró salir de su arrugada boca porque unos livianos pasos tras él lo colocaron en alerta, girándose rápidamente con un su aura combativa en su punto álgido por la furia que sentía contra el que fuese que se atrevía a interrumpirlos siendo que sus órdenes eran claras como el agua. En un segundo se calmó cuando pudo ver como una jovencita con un cuerpo de infarto se acercaba con un six pack de botellas de 1 litro en cada una de sus manos, como si en vez de andar con 12 litros en total llevase a penas un par de diarios. Cuando ya la tuvo lo suficientemente cerca, sus ojos se abrieron como plato al deleitarse con la belleza que tenía frente a él.
—¡Akanita! —el dulce tono que usó, además de abrir sus brazos en búsqueda de un abrazo que la chica detuvo con la palma de su mano a la altura de la arrugada cara asombró al ojiazul, pues no recordaba haberlos presentados—Pero mira que hermosa que estás. —declaró a la par que con su vista la recorría descaradamente de pies a cabeza.
—Buenos días, señor Happosai—saludó con una reverencia tratando de mantener la distancia.
—¿Desde cuándo me llamas así? —consultó desconcertado.
—¿Ustedes se conocen? —la ronca voz del pupilo los interrumpió.
—¡Por supuesto! —exclamó orgulloso—Ella fue…
—Su vecina. —lo interrumpió—Cuando el sr. Ichiro vivía en Nerima éramos vecinos. —explicó dedicándole una mirada de complicidad al anciano, quien no dudó en seguirle la corriente.
—¿Todos bien en casa?
—Sí—la escueta respuesta dejaba en claro que prefería no entrar en detalles, no en frente de cierta persona, por lo que el viejo decidió tomar cartas en el asunto.
—¡Partiste con veinte vueltas a la mansión, Saotome! —le ordenó volviendo a su papel de entrenador/torturador por su osadía de, nuevamente, salir en las noticias por sus escándalos. No le importó el bufido del azabache, con su dedo apuntó en dirección hacia el patio para que comenzara con su carrera.
Ranma podía apostar que ese día se había levantado con el pie izquierdo… mejor dicho, se había acostado con ese la noche anterior, pues desde su despertar su jornada iba de mal en peor. Él estaba tan sorprendido al poder visualizar más detalladamente el cuerpo que contenía aquellas caderas que lo habían dejado prendado la mañana anterior y la fuerza que aquella mujer ostentaba, por lo que odió a su maestro cuando lo mandó a correr para quedarse solo con la chica. Al completar su primera vuelta los vio conversando seriamente, ambos tenían el ceño fruncido y los brazos cruzados en su pecho como si se hubiesen puesto de acuerdo en mantener esa postura. Ya para la segunda el anciano se veía un poco más relajado, aunque la peliazul no se notaba menos tensa. En la tercera los vio conversando de una manera un poco más liviana, ninguno proyectaba la tensión de hace unos minutos atrás. Cuando en la cuarta la vio riéndose de quién sabe qué cosa, fue que tropezó cayendo y dando una voltereta en el piso… ¿cómo es que ella podía hacer que sus rodillas flaquearan con ese simple gesto? Furioso por la embarazosa situación, aumentó el ritmo para dejar de estar en el perímetro visual de su nueva asistente, reprendiéndose mentalmente por aquel desliz propio de un adolescente. "Tonto, tonto… ¡tonto!" se repetía dándose golpes en la frente cuando pasaba por la entrada de su hogar. El gran Ranma Saotome no podía pasar aquellas vergüenzas, menos frente a su maestro y a quién osaba desafiarlo, como lo había hecho ella esa mañana (sin contar con la respuesta que le dio el día anterior).
¿Qué eran veinte vueltas para el gran Ranma Saotome? Nada, absolutamente nada. Y se encargó de dejárselo claro a su entrenador cuando llegó a su lado sin una gota de sudor surcando su frente, su sonrisa complementaba su silenciosa declaración de haber vencido la intención de torturarlo por parte de ese viejo, como si dijera "¿y ahora qué?". Se molestó al verlo cómodamente sentado en una de las blancas reposeras disfrutando de un jugo natural, probablemente preparado por su peculiar chef. "Viejo aprovechado" pensó a la par que observada cómo en la mesa que estaba a un costado, un plato con migajas de los restos de algún apetitoso dulce era toda la evidencia que quedaba de aquella comida.
—¡Veinte vueltas más! —le gritó sin siquiera mirarlo, preocupado de algo más interesante en la pantalla de su celular—¡Y esta vez te quiero corriendo! —vociferó cuando ya estaba a algunos metros de distancia—¡Ni se te ocurra demorarte más de tu marca o te prometo que te arrepentirás de haberte levantado el día de hoy!
"Ya lo estoy" respondió en su mente. Aunque estuvo a punto de bufar, el azabache decidió contenerse y hacer lo que se le ordenó sin quejarse o podía suponer que después de aquel sutil calentamiento la cosa se pondría bastante dura. Sus piernas comenzaron a moverse a un ritmo bastante acelerado, pero sin sobre exigirse. Aquella amenaza no era nada para él, ya que sus tiempos estaban cronometrados sin que diera todo su esfuerzo ni su capacidad. Estaba consciente de que eso era algo sabido por su maestro, pero el mismo anciano fue que puso esos números como referencia, por lo que no tenía nada que perder.
Primera, segunda, tercera vuelta… ya cuando iba en la décima, que en realidad sería la trigésima, se encontraba recorriendo la parte delantera de su propiedad cuando comenzó a ralentizar su carrera de manera inconsciente debido a que sus azules ojos quedaron fijos en su atractiva asistente. "¿Atractiva?" pensó al sorprenderse por el calificativo que su cerebro había asociado a la mujer, desconociendo su procedencia si aún no había tenido la oportunidad de admirarla completamente. La vio conversando amenamente con su castaño chofer vistiendo una calzas negras que se le ajustaban como si fuesen una segunda piel, dando la sensación de ser acariciadas por el sol con el suave brillo que emitían. Su chaqueta de mezclilla con unos bordados tribales complementaba su simple pero sexy atuendo. No pudo evitar preguntarse si alguna vez había visto unas piernas tan largas y torneadas como esas… y aunque su mente intentó decirle ella, no pudo evitar responderse "No, ella no tenía esas piernas". Las tenía largas, eso sí; pero eran más delgadas y no con la tonicidad de la que la peliazul era dueña. Sus pasos se hicieron más lentos al pasar relativamente cerca de ellos sintiendo la envidia recorrerle, no pudiendo evitar fruncir el ceño al verla sonriente y que desde su cuerpo emanara un cálida aura, situación completamente opuesta a las pocas veces en que habían cruzado unas cuantas palabras.
Fue en el momento en que casi desaparecen de su campo de visión que se pudo percatar que de la pequeña mano izquierda colgaba un casco de moto negro con diseños en rojo. Decidido a no perderse detalle de aquella escena, aumentó considerablemente su velocidad para poder volver a estar en ese sector de la propiedad lo antes posible y continuar con su análisis. Ya estaba cerca de poder tener una perspectiva de ambos empleados cuando el rugir de la moto alejándose le anticipó que no lograría su cometido, ofuscándolo de sobremanera por no saber hacia dónde había ido su asistente.
Normalmente, una rutina de ejercicios suele indicar la cantidad de repeticiones en un tiempo específico de los movimientos a realizar, dependiendo su intensidad según el nivel y características físicas de la persona. Claramente, Happosai no era un estudioso ni menos un erudito de esta práctica moderna, como él solía llamarle. El método tradicional nunca falla declaraba orgulloso, como si tuviese algún respaldo teórico que apoyara dicha afirmación. El subir y bajar del cuerpo dependía exclusivamente de la canción que el anciano tarareaba manteniendo su pipa dentro de su boca, concentradísimo en su lectura, la cual aparentaba ser una revista deportiva por fuera, pero que dentro escondía a hermosas mujeres con escasa o nula ropa y posturas que abrían la mente a cualquiera; manteniendo sus piernas cruzadas en una bella postura de loto, consiguiendo que el vaivén no lograra inmutarlo ni un poco. Ranma controlaba la respiración a la par que mantenía su espalda derecha, porque a pesar de tener al viejo libidinoso cómodamente sentado en su zona lumbar, no dejaba de hacer una perfecta lagartija. Pobre de él que perdiera la postura, ni qué decir si quedaba a destiempo con el ritmo de la música emitida por el hombrecito pues el castigo era impecable e imperdonable: las calientes cenizas de aquel objeto que usaba su entrenador para fumar eran depositadas sin consideración en su desnuda espalda, provocándole un insoportable ardor.
Los leves golpes en la puerta no lograron distraerlo ni perder la continuidad del trabajo que llevaba realizando, permitiéndole seguir con el ejercicio y así evitar que el viejo aplicara la correspondiente sanción. En su rítmico subir y bajar fue que pudo observar como la puerta era abierta, deleitándose con unas níveas y torneadas piernas enfundadas en un short de mezclilla cubriendo un poco más de lo necesario. Sus ojos siguieron el recorrido encontrándose con una polera blanca cubierta levemente por una rosada camisa para terminar descubriendo la suavidad de la tersa piel de ese tentador cuello que resaltaba a la vista. Rápidamente tuvo que desviar la mirada cuando estuvo a punto de ser descubierto en su exploración hacia quien hacía ingreso a su gimnasio privado. No pudo evitar darse cuenta de que la joven llevaba otro outfit distinto al de unas horas atrás, así como su pelo mojado delatándola de una ducha reciente.
—Disculpen la interrupción. —su melodiosa voz provocó que las arrugadas orbes se posaran sobre ella, recorriéndola nuevamente de pies a cabeza—Solo traje un poco de éstas. —informó para depositar en el suelo un six pack de bebidas isotónicas, gesto que fue seguido fielmente por dos pares de ojos, lo que la incomodó de sobremanera—¿Almorzarán acá? —preguntó dirigiéndose al mayor de la sala.
—Yo sí. —respondió sin moverse ni un ápice desde donde se encontraba, solo había bajado un poco la revista cuando la puerta había sido abierta—Pero por favor, Akane bella, que me lleven el almuerzo a la terraza, allá estaremos. —solicitó dando a entender que su pupilo no tendría descanso para esa hora.
Ella asintió ante la petición para retirarse raudamente del lugar escuchando de fondo el quejido en señal de protesta del chico. Caminó un par de pasos para luego acelerar su andar ante el calor que la azoraba. Si algo era el placer culpable de la peliazul, eso era observar la retaguardia de los hombres, deleitándose desde los tobillos hasta la nuca de éstos. El día anterior había pseudo disfrutado la de su jefe, aunque su atención estaba centrada en esa otra persona; pero ahora, aquella espalda desnuda contrayendo los sudados músculos al bajar para tensionarlos aún más al subir había sido demasiado placentero. No podía negarlo, el azabache tenía lo suyo y había que ser idiota para tratar de tapar el dedo con un sol. "El sol con un dedo" se autocorrigió mentalmente soltando una leve risita, siempre le pasaba con esa frase, inevitablemente la decía al revés como si las palabras confabularan en su contra. Ya más recompuesta, dirigió sus pasos hacia la cocina con la intención de entregar la nueva información sobre la próxima comida. Se detuvo al escuchar su celular sonando para leer en la pantalla el nombre de su novio. Contestó tranquilamente, ya que "en mirar no hay engaño" pensó con la sonrisa en su rostro que no la abandonaba, puesto que él provocaba ese efecto en ella… casi de igual manera que las protagonistas de las películas romanticonas que solía ver antes de acostarse cuando era adolescente (costumbre que repetía de tanto en tanto) al momento de conocer al que terminaría siendo su pareja. Eso sí, tenía muy claro que todo era demasiado reciente como para hablar de amor, pero estaba feliz, contenta y satisfecha, por lo que se encargaba de disfrutar el día a día de esa relación.
Lo bueno de la primavera es que por mucho calor que irradie el sol, la fresca brisa complementaba el ambiente logrando el equilibrio perfecto entre ambas temperaturas. Por lo mismo, para Ranma el ejercitarse en la terraza no era tan tortuoso como lo sería en pleno verano, pero el que lo dejaran sin almorzar era lo que había provocado su mal humor. La seguidilla de katas complejas a las que se vio obligado a realizar eran ejecutadas de manera pulcra y perfecta, ejerciendo la cantidad de fuerza suficiente y con un tecnicismo propio de alguien que lleva años en la materia. De tanto en tanto gruñía al sentir como su estómago reclamaba por alimento, odiando a su asistente por el pobre desayuno que le otorgó horas antes, como si hubiese sabido que terminaría muriéndose de hambre durante todo el día y ella habría querido contribuir a su castigo. Estaba tan enfurruñado que no se percató la cercanía de aquel delicado cuerpo, quien lo veía deleitándose por la maestría de sus movimientos, reconociendo que se merecía ser nombrado como uno de los mejores de Japón y quizás del mundo.
—Aquí está. —depositó en una mesa de madera la bandeja con la comida para el hombre—¿Seguro que no debo traerle nada a él? —consultó intranquila.
—No te preocupes, se lo merece por impertinente. —respondió mirándola libidinosamente—Estás convertida en toda una mujer. —declaró con un tono asquerosamente lujurioso.
La negra zapatilla fue a dar de lleno contra el respaldo de la reposera en la que se encontraba el anciano, quien había logrado esquivarla sin mayores complicaciones. Tanto el rostro arrugado como el terso de la joven miraron en dirección desde donde había provenido el zapato, sorprendiendo a la mujer que había sido su jefe el responsable de aquel ataque.
—Acá no, viejo verde. —lo amenazó apuntándolo con su dedo índice—Ya te lo dije antes. —fue su escueta declaración. Se giró como si nada para continuar con su tarea, dejando sorprendida a la joven por su intromisión.
No estaba segura si eso lo hizo por ella y protegerla del lado oscuro de Happosai, o simplemente había sido porque no permitía ese actuar en su hogar. Decidió no darle mayor relevancia al asunto, gracias a la detallada descripción que Nabiki le había entregado en la carpeta, podría jurar que el motivo era la segunda opción. Se encaminó nuevamente hacia el interior de la vivienda, pues aún había cosas de logística que necesitaba revisar.
Cuando la sintió alejarse fue que decidió improvisar en la kata que realizaba para girarse y poder seguirla con sus azules orbes prendándose nuevamente del vaivén de caderas. Ahora que ya había podido observarla un poco mejor, debía reconocer que era una mujer hermosa y con una belleza única, lo cual lo descolocaba de sobremanera. Él era un hombre experimentado, la cantidad de modelos que habían pasado por su cama le habían permitido deleitarse con todo tipo de cuerpos, disfrutando de las bondades que cada una traía. A pesar de eso, ni siquiera ella podría compararse con la nueva integrante de su staff, algo tenía que provocaba ese impulso de buscarla con la mirada y que sus ojos no se despegaran de la curvilínea joven. Sus cejas se juntaron en el centro de su frente al reconocer que estaba haciendo exactamente lo que él mismo se había prohibido hacer algunos años atrás, reprendiéndose mentalmente por bajar su guardia ante la peliazul, agradeciendo que ingresara a la casa y así poder retomar su concentración. Su zapatilla negra dio de lleno a un costado de su cabeza, obligándolo a mirar con furia a su maestro por devolvérsela de aquella manera. El viejo solo movió sus cejas de arriba hacia abajo, dándole a entender que había captado lo que pasó por su cabeza hace un instante. Sus mejillas se sonrojaron levemente al verse descubierto, por lo que se giró y comenzó desde el principio aquella compleja kata ignorando lo sucedido recientemente.
Por fin su tortuoso día había finalizado, decir que Happosai se había ensañado con él no era una exageración, todo lo contrario, era quedarse corto. El calor que emanaba el agua de la tina traspasaba su piel para llegar hasta sus músculos y ayudarlos a destensarse un poco. Su cabeza reposaba en el borde de ésta, con sus ojos cerrados tratando de dejar su mente en blanco y así poder relajarse por completo.
—Saotome. —la dulce voz acompañada de un par de golpes en la puerta lo perturbó. Su mente rápidamente viajó hacia ella recordándole sus largas piernas, su pequeña cintura, esas caderas que lo volvían loco, aquel busto perfectamente redondeado que cabía en sus grandes manos… todo, todo calzaba con ella, hasta que el rostro de su asistente en la imagen de ese cuerpo lo hizo abrir los ojos en un santiamén, descolocándolo por aquella extraña confusión y desmotivando la incipiente erección que estaba teniendo —Te dejé una bandeja con tu cena en la mesa, además de un té de jengibre con limón. La crema es para que te apliques en las zonas que más te duelen. —informó para luego retirarse sin esperar respuesta. Para Akane, el que su jefe tuviera una falta de recato y modales no era determinante para no compadecerse por el entrenamiento que había vivido. Durante todo el día fue testigo de cómo el sr. Ichiro lo hizo sudar hasta la última gota sintiendo pena por el chico, pero a la vez cuestionándose por qué seguía repitiendo la conducta que llevó al anciano a comportarse así. Fue eso por lo que decidió prepararle ese brebaje con propiedades antinflamatorias y dejarle el ungüento que su cuñado le daba cada cierto tiempo debido a su exigente rutina en Nerima para tratar de aplacar un poco las secuelas del severo ejercicio.
La puerta de su habitación siendo cerrada lo hizo percatarse que la chica se había ido, generándole más preguntas que respuestas. Fue entonces que se dio cuenta de dos cosas: el tono utilizado por ella había sido cálido, incluso un poco ¿amistoso? cosa que no había ocurrido en las pocas interacciones que habían tenido. Lo segundo, y lo que lo desconcertó mayormente, fue que su representante contratara a una mujer como su asistente, siendo que desde el primer día que comenzaron a trabajar juntos le estableció como condición el que solo fuesen hombres para ese cargo, pues no estaba dispuesta a que se las cogiera, mezclando el placer con lo laboral. "¿Entonces?" se cuestionó, sintiendo que las dudas rondaban aún más en su cabeza… ella era la primera que no caía rendida, ni lo buscaba ni intentaba conquistarlo, todo lo contrario, parecía que el verlo desnudo o con el torso descubierto no había generado ninguna reacción. "Quizás es lesbiana" supuso hundiendo su cabeza dentro del agua, aceptando esa teoría como cierta y autoconvenciéndose de que esa era la razón por la que Nabiki la había asignado a esa tarea.
Le costó horrores salir de la tina, las sales de baño, la esencia a lavanda y la temperatura del agua lo habían relajado demasiado, más de lo que siquiera llegó a imaginar. Al principio discutió a través de la puerta con su asistente por prepararle algo tan "femenino" (como él lo consideró) siendo que era un hombre entre hombres, como solía decirle su madre. No cedió hasta que la atrevida mujer lo amenazó con llamar a Happosai para que volviera y lo entrenara por otras 24 hrs sin piedad, por lo que se metió refunfuñando y prometiéndole que se encargaría que mañana mismo tuviera sus pies en la calle por aquella insolencia; ahora le agradecía secretamente, aunque jamás lo asumiría abiertamente… era demasiado orgulloso para reconocer su error, menos a alguien que trabajaba para él.
Vestido simplemente con un short celeste y una musculosa del mismo tono, se sentó en el sillón gris individual que tenía cerca de su ventanal reconociendo inmediatamente la bandeja con su cena mencionada hace unos minutos por su asistente. El aroma a comida casera lo llenó por completo, por lo que destapó el plato que ocultaba aquel manjar casi de manera desesperada. Como si fuese un catador profesional, movió su mano derecha con la intención de que sus fosas nasales pudiesen acceder y reconocer los distintos olores que provenían de aquel humeante recipiente, inspirando profundo para poder completar la acción. A simple vista, mientras revolvía con la cuchara, pudo percatarse que aquella preparación distaba mucho de lo que su chef internacional haría, por lo que asumió que la joven tenía algo de autoría; las verduras cortadas de una manera asimétrica y un tanto dispares era una de las evidencias más concretas. Otra, que era aún más potente, eran los ingredientes utilizados, al punto que terminó nombrando a la sopa como "Todo vale" porque podría apostar que la chica abrió el refrigerador y metió a la olla un poco de cada cosa que encontró dentro. Desconfiado, acercó lentamente el servicio a su boca soplando un poco para disminuir el calor que emanaba de éste. Otra vez volvía a ser sorprendido, el sabor era exquisito, haciéndolo recordar aquellas tardes en que volvía de entrenamiento con su padre y su madre los esperaba con algún platillo cocinado por ella. Casi no lo disfrutó por devorárselo, entre el hambre que tenía y lo delicioso que estaba, en un abrir y cerrar de ojos había vaciado el plato.
Dos golpes en la puerta y luego un silencio casi sepulcral lo inquietaron demasiado, haciendo que se levantara con todos sus sentidos en alerta dispuesto a darle una paliza a quien quisiera atacarlo. La abrió con tanta fuerza que casi se queda con la manilla en la mano por la brusquedad con que lo hizo; rápidamente recorrió con su vista el pasillo encontrándolo vacío excepto por un objeto dispuesto a la entrada de su habitación, justo a sus pies: un humeante pocillo con la misma sopa casera reposaba sobre el piso, como si alguien le hubiese leído la mente y supiera que deseaba con todo su ser repetirse aquel bocadillo. Sonrió reconociendo que solo dos personas eran las posibles realizadoras de ese gesto: la señora Daimonji, quien quedaba descartada porque ni en un millón de años podría desaparecer tan rápido; y la segunda era la nueva jovencita que habitaba en la otra ala de su casa. Sin intención de ser malagradecido, y porque su estómago exigía más y más, volvió adentro de su dormitorio para terminar de comer esa preparación imperfecta, desordenada y extremadamente sabrosa. Ya satisfecho, se dejó caer como un saco de papa sobre su cama, apenas logrando taparse antes de quedarse profundamente dormido; la vocecita en su cabeza le recordó odiosamente que no se había lavado los dientes. Gruñó girándose de un lado para otro, cual niño haciendo una pataleta para no levantarse… sopesó qué tan terrible sería si no realizase su rutina nocturna, estuvo a punto de ceder ante la flojera escudándose en sus dolores musculares y el agotamiento del día, pero algo que tenía Ranma Saotome era su vanidad, por lo que se levantó molesto consigo mismo, ¿cómo era posible que ni eso podía dejar pasar? Fue más un trámite que un cumplimiento con la higiene, destacando más la velocidad de la ejecución que su prolijidad, retomando su lugar sobre el colchón dejándose llevar por el mundo de los sueños y el descanso.
Día 2
—Por un demonio. —volvió a gruñir el azabache al aire, tratando de acomodarse nuevamente en su cama. Casi no había dormido, por cada centímetro que se movía, su cuerpo adolorido reclamaba enviando punzantes malestares hasta que cambiara de postura… para que otra parte de él hiciera la misma acción —Maldito viejo. —repitió por enésima vez, odiaba a Happosai y a su representante, estaba segura de que ella le fue con la noticia de su nueva aparición en la televisión abierta gracias a los paparazzi. Cuando por fin encontró la manera de que solo respirar fuera molesto, y eso era harto que decir, cerró los ojos con la clara intención de descansar lo que no había logrado en horas. Su relajo duró poco, por lo que su frustración fue descargada completamente con quien osaba interrumpirlo.
—Buenos días, Saotome—la joven asistente ingresaba a su habitación encendiendo la luz de ésta, trayendo en una bandeja su desayuno, una clara señal de que su día comenzaría a pesar de él desear lo contrario.
—¿Qué tienen de buenos? —respondió con toda la mala gana del mundo, fulminándola con la mirada por ser inoportuna y no reconocer en el estado que estaba.
—No es necesario que te comportes como un idiota. —respondió de manera brusca, la bandeja y lo que traía en ella emitieron un claro sonido cuando fueron depositados con fuerza sobre la única mesa que estaba en la habitación—Tienes visitas. —terminó de informar a la par que corría las cortinas y abría la ventana para después retirarse rápidamente sin siquiera dirigirle la mirada.
—¡Vaya! Veo que Happosai lo hizo de nuevo—la castaña ingresaba con una sonrisa en su rostro, disfrutando de los resultados que aquella lección había provocado en el ojiazul.
—¿Qué quieres Nabiki? —un quejido se le escapó de sus labios al incorporarse en la cama y quedar sentado a un costado de ella—¿Vienes a regodearte tan temprano? Eso es inusual en ti. —la desafió con la mirada, ya la conocía lo suficiente para saber que algo escondía.
—Vine a ver cómo estabas tratando a mi hermanita, pero parece que ella es quién te está tratando—sus blancos dientes relucían demostrando su sentimiento de superioridad, había escuchado perfectamente cuando lo reprendió sutilmente por su mal genio matutino.
—No sé de qué hablas. —respondió cruzándose de brazos, haciendo una mueca por la incomodidad y dolor al realizar esa acción—Deberías enseñarle a ser amable con la gente.
—¿Te he dicho que eres un descarado? —ella puso sus manos en sus caderas—Haré como que no me dijiste eso.
—¿Por qué la contrataste? —preguntó pues la duda lo carcomía.
—¿Hm?
—Es una mujer—trató de hacer ver lo obvio.
—Wow, me sorprendes con tu hallazgo—musitó burlonamente.
—Sabes a lo que me refiero—respondió con molestia. Ambos sabían que hacía referencia a una de las condiciones que había puesto la castaña para aceptar ser su representante.
—No te preocupes, mi hermanita es diferente.
—¿Diferente? —"Lesbiana" le respondió su cerebro.
—No sé qué estás pensando, Ranma. —casi podía leer en los azules ojos aquella loca idea—Digamos que… ¿cómo explicarlo? —su índice derecho golpeando levemente su mejilla acompañó aquella frase—Akane tiene el mismo efecto que tú. —la cara de desconcierto del azabache la obligó a explicarse—Tú tienes tu encanto Saotome, pues ella produce algo similar en el sexo opuesto, aunque con una leve diferencia. —terminó de declarar.
—Deja ya los juegos, Nabiki—le replicó con molestia, ¿Qué tanto le costaba ser clara y directa?
—Su efecto es más… profundo. —una sonrisa ladina se instaló en su rostro—¿Cuándo viene Ryoga? —consultó manteniendo esa mirada que aseguraba saber más de lo que decía.
—No lo sé, no he hablado con él. ¿Por qué preguntas?
—Si no te has dado cuenta aún, quizás con él puedas percatarte de lo que te digo sobre el encanto Akane. —le guiñó un ojo en complicidad—Le dije a Tofu que venga a revisarte, definitivamente lo llamaré de nuevo y le pediré que te haga una sesión de acupuntura. Hasta yo siento un poco de lástima de verte así. —soltó una pequeña risa disfrutando de ver las negras cejas juntarse en el centro de la ancha frente—Me voy, tengo algunas reuniones con los auspiciadores. Te informaré si surge algo nuevo. —se giró y movió su mano derecha como despedida, sabía que si seguía en la habitación sufriría de la rabia del orgullo Saotome por su comentario.
Frustrado por no comprender a lo que se refería su representante, además de estar molesto por sentirse tan adolorido como no le pasaba en mucho tiempo, volvió a recostarse en la cama sintiéndose incapaz de mover un solo músculo para ir a tomar desayuno. Estiró su brazo derecho hacia su mesita de noche, mordiéndose los labios para no quejarse nuevamente del malestar que sentía. Su índice presionó el botón del intercomunicador que daba directo hacia su asistente.
—Dime—fue su cortante respuesta desde el otro lado del aparato.
—Quiero tomar desayuno—le informó tratando de no sonar tan demacrado como en realidad estaba.
—Está en la mesa.
—No lo alcanzo.
—¿Me estás bromeando? —su tono era entre incredulidad, sorpresa y molestia.
—Ven y pásame mi desayuno—fue una orden clara y precisa, no por sentirse mal dejaría de lado aquella postura de "aquí mando yo". El silencio al otro lado le dio a entender que había "ganado" esa pequeña batalla.
Luego de un par de minutos, la menuda mujer ingresaba con un aura combativa que no lograba ser disimulada, aunque no parecía siquiera intentarlo porque su rostro era un fiel reflejo de la rabia que sentía. Tomó la bandeja y con un leve toque de sutileza lo depositó sobre la mesita de noche a un costado de la cama. No lo miró, no le dirigió la palabra, nada… estaba demasiado enojada por aquella actitud, sobre todo porque ella había tenido la delicadeza de preocuparse por él y su bienestar el día anterior. Estaba por girarse para retirarse cuando su smartwatch comenzó a vibrar en su muñeca izquierda, encendiéndose la pequeña pantalla informando quién intentaba contactarla a través del comunicador que tenía en su oreja.
—¿Sí? —respondió luego de haber presionado el botón para poder contestar—¿Ya llegó? —su tono de voz reflejó una alegría totalmente opuesta a sus emociones recientes, cambiando su enervada aura a una tranquila y pacífica—Bajo enseguida. —informó para retirarse rápidamente dejando al azabache desconcertado por ese cambio de actitud. Nuevamente sintió celos de quién fuese el que provocara aquella reacción, porque él solo recibía respuestas frías, cortantes y distantes. Acostumbrado a que el mundo le diera la razón desde que tenía uso de memoria (claro, todos menos su padre), no era capaz de asociar las reacciones de su asistente con su incorrecta y brusca manera de actuar, por lo que no reconocía que la pesadez de ella era en respuesta a como él se portaba.
Se terminó de comer su desayuno sin ganas, lo hizo exclusivamente porque su estómago reclamaba por comida y él no era quien para negársela. No se bebió su café porque ya estaba frío, había pasado demasiado tiempo desde que fue preparado.
—¿Ranma, puedo pasar? —los suaves golpes en su puerta acompañado de aquella amigable voz lo hicieron suspirar de alivio, por fin su tormento finalizaría.
—Claro, pasa—respondió agradeciendo a los dioses por terminar con su tortura.
Un hombre de unos 34 o 35 años ingresaba a la habitación, con un porte de un metro noventa y cinco centímetros, pelo castaño oscuro, grandes anteojos redondos que ocultaban los negros ojos que adornaban aquel varonil rostro. Vestido con el típico pantalón azul oscuro del uniforme médico, la polera de la misma tela traía estampado un Mike Wazowski al costado inferior izquierdo, lo que le restaba la seriedad que solía inculcar esa ropa. Bajo las prendas se podía adivinar el tonificado cuerpo que delataba su afición al deporte, específicamente a las artes marciales, aunque las practicaba por placer y no para combatir como el azabache. El quiropráctico avanzó con su usual sonrisa cálida por la habitación, evaluando rápidamente al joven que estaba semi sentado en la cama.
—¿Qué hiciste esta vez? —le preguntó a sabiendas que el entrenador había sido más exigente que lo usual.
—Nada nuevo, Tofu—respondió desanimado.
—¿Te sientes mejor? —preguntó mientras se lavaba las manos en la fuente con agua que reposaba sobre la mesa de la habitación.
—Sí, aunque todavía siento los músculos contracturados—respondió con un tono aletargado.
—Esta vez Happosai se ensañó demasiado. —el quiropráctico comenzó a guardar sus implementos en el bolso que había traído consigo—Akane. —llamó a la joven luego de presionar el botón del intercomunicador que reposaba en la mesita de noche.
—¿Tofu? —preguntaron desde el otro lado de la línea—¿Pasó algo? —consultó con preocupación.
—Necesito que vengas, por favor—respondió tranquilamente.
—Voy—el silencio posterior indicó que la conversación había terminado.
—¿De dónde se conocen? —el azabache tenía esa duda desde que vio la reacción de su asistente en la mañana al saber que el castaño había llegado, por lo que aprovechó la instancia para despejar esa inquietud.
—¿Hm? —al principio el hombre no entendió a lo que se refería—¡Ah! Akane es la hermana menor de Kasumi, mi mujer.
—No sabía que Nabiki tuviese otra hermana—comentó mientras que hacía un esfuerzo enorme por no quedarse dormido, la acupuntura y el posterior masaje que recibió lo habían relajado demasiado.
—Akane es el conchito de la familia, tien años de diferencia con Nabiki y Kasumi. —por fin cerró su bolso—Así que, para mí, es como una hermana pequeña. La conozco desde que era bebé. —sonrió al recordar aquellos tiempos.
—¿Te puedo preguntar algo? —el castaño asintió—Nabiki mencionó algo del encanto Akane, ¿a qué se refería?
La risa de Tofu inundó toda la estancia, seguía encontrando cómico el apodo que la mediana le había colocado a esa característica de la menor, sobre todo porque, a su criterio, era algo transversal en las tres hermanas, aunque asumía que la peliazul era la que lo tenía de una manera más potente.
—Con permiso—la atractiva mujer ingresaba a la habitación desconociendo que era el foco de la conversación entre los dos hombres. El azabache se sonrojó levemente creyéndose descubierto, pero pronto el quiropráctico le hizo ver que la joven no se había percatado de nada.
—Sí, Akane. Ranma debe reposar por el día de hoy. —comenzó a dar las instrucciones como el profesional que era—Pero necesito pedirte un favor, eres a la única que puedo confiarle esta tarea. —la miró seriamente, tratando de traspasarle la confianza que le tenía.
—Claro, lo que necesites—respondió dubitativa ante lo que fuese que le solicitara.
—Tengo pacientes en la tarde y es necesario que alguien le haga a Ranma un masaje a las…—miró su reloj y luego al techo para hacer el cálculo mental— a las 17.00 hrs. ¿Crees que puedas hacerlo? Eres la única que conoce mi metodología. —jugó todas sus cartas de una sola tirada.
—Está bien. —algo sospechaba, su cuñado estaba siendo demasiado insistente siendo que ella no se había negado en ningún momento, ¿qué tramaba? —¿Dónde necesita que le haga el masaje? —consultó sin estar segura de querer escuchar la respuesta.
—En todo el cuerpo. —la chica abrió los ojos desmesuradamente —No te preocupes, Ranma estará con ropa interior para no incomodarte. —agregó como si lo dicho de verdad arreglase un poco la situación—Por favor, —volvió a hablar antes de que ella pudiese responderle—eres a la única que le confiaría uno de mis pacientes. —la miró con ojos de perro abandonado, tratando de convencer a su cuñada de que aceptara.
Luego de pensarlo por un momento y habiéndose sobado el puente de su nariz cuestionándose por qué le pasaban esas cosas a ella, terminó aceptando de mala manera. Si se lo hubiese pedido cualquier otra persona, se habría opuesto rotundamente y sin derecho a réplica, pero Tofu no solo era su hermano político, sino que era su médico tratante desde que incursionó en las artes marciales sin cobrarle nunca por sus atenciones, por lo que su cargo de conciencia le impidió que se negara a su solicitud.
—Bien, te llamaré en la tarde para saber cómo sigue. —le sonrió agradecido—Mañana te puedes levantar, Ranma, —miró al ojiazul—pero evita hacer fuerza o ejercicios muy intensos, solo por estos dos días debes evitarlo. —le palmeó el hombro—Nos vemos pronto. — se levantó de la cama y caminó hacia la salida de la habitación siendo escoltado por la mujer.
Fue cosa de minutos, o quizás menos, en que Ranma se quedó profundamente dormido gracias a los efectos de los tratamientos que el doctor había realizado en él, sumándole que casi no había podido pegar un ojo en la noche por los dolores, por lo que solo se dejó llevar por el cansancio y el relajo.
Para él, el tiempo se había detenido luego de la partida de Tofu, el viento que se colaba por sus ventanales moviendo rítmicamente las cortinas generaban en el ambiente una tranquilidad que no sentía hace mucho tiempo. Su cabeza estaba en blanco, ningún sonido se colaba en sus oídos, apenas podía decir que sentía su cuerpo. Si habían pasado horas, minutos o simples segundos en ese estado de paz, no sería capaz de especificarlo si alguien le preguntara. De un momento a otro, el ruido comenzó a hacerse partícipe de sus sentidos, al igual que cuando uno le quita el mute al televisor. Uno que otro pájaro, el ladrido de un perro, las voces de algunos de sus empleados a lo lejos… todo eso comenzó a sacarlo de su estado zen. Pero lo que más lo hizo fue aquel olor a jazmín que comenzó a inundar sus fosas nasales. Al principio arrugó la nariz creyendo que lo estaba imaginando, por lo que inspiró con mayor profundidad para impregnarse de aquel relajante y encantador aroma.
—Vamos, Saotome, despierta—escuchó a lo lejos la melodiosa voz que lo llamaba.
Y entonces, el calor se comenzó a transmitir a su piel desde su hombro derecho. No importó que tuviera la manga de la polera cubriendo esa parte, la sensación ardiente lo traspasaba irradiándose lenta y tortuosamente por el resto de su cuerpo. Fue entonces que su aletargado sentido de alerta comenzó a funcionar nuevamente, advirtiéndole que alguien estaba cerca. Perezoso, aun recostado sobre su lado izquierdo, abrió un solo ojo con la intención de reconocer qué era lo que su instinto trataba de insinuar, pero rápidamente lo que tenía frente a él provocó que sus dos azules estuvieran en contacto con la luz del exterior. Ante él, y con demasiada cercanía para su gusto, dos grandes orbes almendradas lo miraban fijamente, siendo custodiados de manera fiel por un grupo de largas y tupidas pestañas. Una leve pero cálida sonrisa acompañaba el fino rostro que portaba aquellas magníficas facciones dejándolo embelesado por algunos segundos.
—Al fin despertaste—le comentó manteniendo su vista fija en él.
Y como si su sentido de alerta despertara de un sopetón, rápidamente reaccionó sin procesar bien lo que hacía. Rompió el contacto que la dulce mano ejercía sobre su extremidad superior, como si ésta lo quemara al tacto. Movió bruscamente su brazo para lograr aquello, golpeándola de paso y generando que toda la amabilidad que ella proyectaba se fuera por el traste de la basura.
—Auch… Eso no era necesario—le recriminó claramente molesta.
—Lo… lo siento—trató de disculparse, su voz reflejaba lo adormilado que seguía estando.
—Vine a darte tu masaje, ya son las cinco. —informó tomando el pocillo donde guardaba el ungüento que Tofu le había dejado—Recuéstate boca abajo. —le ordenó fríamente.
Mentalmente, Ranma se golpeó la frente por lo torpe que había sido. Cuando sus ojos hicieron contacto con los de ella, fue la primera vez que la tenía tan cerca para deleitarse con la belleza que portaba. Por un segundo creyó haber muerto y despertado en el mismísimo Edén o tal vez en el Olimpo, porque esa hermosura era digna de un ángel o de una diosa, pero el muy idiota tenía que reaccionar mal y tratarla de esa manera. Fue entonces, mientras observaba sus movimientos ya lejos de él, que la imagen frente a sí lo dejó aún más desconcertado. Akane nuevamente traía puesto ese short de mezclilla que le tapaba lo justo y un poco más, la polera amarilla de tirantes se le ceñía demasiado bien a su cuerpo resaltando perfectamente sus atributos. En ese instante no podía creer que semejante mujer pudiese existir verdaderamente porque esas caderas, esa cintura y esos bien formados pechos no eran algo real, si no que solo digno de la mente del mejor artesano buscando alcanzar la perfección.
—Te estoy esperando—la escuchó decir con sus manos colocadas en su cintura.
Sintiendo un calor recorrerle de pies a cabezas, se destapó para mostrar su semi desnudo cuerpo cubierto solo por aquel bóxer azul marino que se ajustaba como una segunda piel y la polera blanca, la cual se retiró haciendo una mueca de dolor por el movimiento. No pudo evitar que un quejido se le escapara al girarse para poder quedar boca abajo como se lo había solicitado su asistente.
—Déjame ayudarte—se acercó para acomodar de mejor forma las almohadas.
Dentro de los defectos que tenía la joven de ojos como la miel, uno de ellos era lo ingenua y distraída que podía llegar a ser en ciertas situaciones. Con la clara intención de que su jefe quedara cómodo, se aproximó a su cuerpo sin percatarse que, por el ángulo en que ella quedaba sobre él, le permitía una perfecta vista de sus senos cubiertos solo por el sostén blanco que se había puesto ese día. Rojo como un tomate por la vergüenza de ser descubierto, el azabache giró rápidamente su cara antes de que ella terminara su cometido.
—¿Mejor? —le preguntó cuando concluyó la tarea.
—Sí, gracias—musitó cohibido, sintiéndose igual como si fuese un adolescente.
Su cerebro, en un intento fugaz por ayudarlo a retomar la compostura, le recordó aquella extraña y nada lógica conclusión que había sacado el día anterior. "Es lesbiana" se repetía constantemente para que su impulso animal no lo dominara, pues el calor en él no disminuía ni un segundo por más que lo intentara. Decidió cerrar los ojos para no seguir tentado a girar su cara y ver el escultural cuerpo, las blancas piernas resaltaban demasiado bien en aquel diminuto short como para poder despegarle la vista. Pero como si el universo considerara que el entrenamiento con Happosai no había sido demasiada tortura, el sentir las delicadas manos tocando sus gemelos de la pierna izquierda lo hicieron jurar que perdería la cabeza. Su piel ardía al contacto con la de ella, quien esparcía armoniosamente la crema con movimientos de arriba hacia abajo para intercalarlos con algunos circulares haciendo una leve presión con sus dedos para poder llevar a cabo de manera correcta el masaje. Respiró profundo tratando de recordar todas las técnicas posibles de autocontrol que había aprendido a lo largo de su corta vida: imaginarse en otro lugar, pensar que el frío era parte de su sangre, tratar de repetir alguna lección aburrida de cuando era estudiante, su anciano entrenador en ropa interior femenina… cualquier cosanle serviría, por eso rogaba a los dioses que algo de eso le ayudase.
Akane, absolutamente concentrada en su tarea, no fue consciente de lo que estaba provocando en el ojiazul ni la imagen que él tenía de ella; muchos menos esa loca idea de que era lesbiana solo por no reaccionar como lo hacía la mayoría de las mujeres ante su escultural cuerpo.
—No te tenses—le comentó comenzando a masajear la otra pierna.
Nuevamente, Ranma buscaba dentro de sí aquella fuerza interior que lo ayudara a aplacar la calentura que amenazaba con apoderarse completamente de él. Inhaló profundo, retuvo unos segundos el aire para luego exhalarlo pausadamente; repitió la acción hasta que una sensación lo hizo abrir los ojos de golpe: las pequeñas manos ahora masajeaban lenta y sensualmente (a criterio de él) su muslo derecho seguido del izquierdo, acercándose a ratos peligrosamente a su entrepierna, provocando unas corrientes eléctricas que por poco hacen que se moviera bruscamente para evitar posibles reacciones. Contó hasta mil mientras su asistente continuaba con su tarea, asegurándose de abarcar cada centímetro de ambas piernas buscando destensarlo, aunque sin saberlo lograba exactamente todo lo contrario. Respiró aliviado cuando la chica por fin había finalizado, sentía sus piernas hirviendo luego de la friega, su incipiente erección comenzaba a molestarle y necesitaba retomar el control de sus pensamientos.
Su tortura no estaba ni cerca de terminar. Akane se levantó del costado de la cama en donde estaba para pasar una de sus piernas por sobre el acostado chico, logrando quedar a horcajadas sobre él. Sus desnudas extremidades inferiores entraron en contacto directo con los muslos de su jefe, traspasándole su calor corporal desde su zona pélvica hasta la punta de sus pies.
—¿Peso mucho? —le preguntó inocentemente, su cuerpo reposaba sobre el tonificado trasero mientras sus manos comenzaban a sacar parte del ungüento para depositarlo sobre la trabajada espalda.
—No tanto—trató de que en su voz no se notara la excitación que fluía dentro de sí, cosa que logró magistralmente.
La joven comenzó a mover sus manos de manera aleatoria tratando de esparcir la crema por la ancha espalda. Debido a la diferencia de tamaño, para poder alcanzar los hombros debía inclinarse hacia adelante y levantar levemente sus caderas, era la única manera que encontró como eficiente con esa postura para lograr realizar bien su labor. Comenzó con los movimientos propios de la técnica enseñada por Tofu tiempo atrás, pero por la presión ejercida y la postura en la que debía realizar dicha tarea no se percataba de los leves gemidos que dejaba escapar gracias a la concentración que mantenía. Delicadamente pasaba sus dedos por la tersa piel, su cadera moviéndose de arriba abajo solo lograban aumentar la temperatura corporal del hombre bajo suyo.
"Me vas a matar" pensó el azabache agarrando con fuerza la sábana, tratando de controlar aquella erección que llegaba a doler de lo punzante que estaba. Todo empeoraba cada vez que la chica acariciaba sus hombros, pues su piel estaba lo suficientemente sensible como para percibir la cercanía del busto cuando ella se inclinaba hacia adelante, logrando que se pene se pusiera más duro y tenso de solo imaginar el posible roce.
La cantidad de estímulos que recibía lo estaban llevando a su límite: su olfato no paraba de percibir el aroma a jazmín que la chica portaba, su tacto recibía ardientemente el contacto con la piel de ella, su audición parecía amplificar los gemidos anulando cualquier otro sonido… solo su vista y su boca estaban siendo excluidas de aquella sesión, pero si fuese por él, de un solo movimiento la agarraría fieramente para besarla hasta que sus pulmones se lo permitieran y la devoraría de pies a cabeza, degustando cada rincón de aquel sexy y tentador cuerpo. Apretó sus ojos tratando de negar las imágenes que su cerebro se encargaba de crear con la única finalidad de que él las llevara a cabo al pie de la letra. Tenía que distraerse, necesitaba con urgencia ocupar su mente en otra cosa o no creía que se podría controlar más… normalmente se hubiera dejado llevar por sus instintos salvajes, aunque "¿alguna vez me he sentido así?" se cuestionó sorprendido al reconocer que ni siquiera ella había provocado eso en él cuando estuvieron juntos.
—Y… —la solución más rápida que se le ocurrió fue buscar un tema de conversación, pero su boca no filtró ni menos pidió autorización a su cerebro—¿Se te hace muy difícil llevar una relación con todo esto? —consultó haciendo referencia a la supuesta preferencia sexual de la chica— Es decir, a mí no me complica, pero todavía hay gente que habla mal y anda opinando sobre eso.
Akane se detuvo un momento al escuchar la pregunta, sentándose sobre la retaguardia de su jefe para pensar en la respuesta. Para ella, ser una mujer que trabajaba en esa área sí le había traído complicaciones con algunas parejas, incluso su novio actual se había mostrado reticente al principio, pero era algo que disfrutaba hacer y no pensaba abandonarlo por nada del mundo.
—La verdad, no me importa. —se encogió de hombros y retomó su tarea—Las únicas opiniones que me importan son de mi familia y amigos cercanos, el resto me resbala. —comentó de lo más tranquila.
—Entonces… —dudó por un momento—¿tu familia te apoya? ¿no te ha juzgado por eso?
—Así es, desde que les comenté mi situación que han estado a mi lado siempre. No puedo estar más que agradecida por tener una familia tan comprensiva. Y eso que mi papá es demasiado tradicional… no es que se haya opuesto al principio, pero le costó asumir quién soy. —en su mente recordó cuando le informó, aun en la preparatoria, a qué se quería dedicar cuando saliera de la universidad. Soun se demoró cinco días en darle una respuesta, pero la espera había valido la pena.
—Vaya, no todos tienen la suerte de que los entiendan y los acepten. —comentó sorprendido. Tenía que reconocer que, a simple vista, Akane no tenía por dónde dar luces de sus preferencias amorosas, por lo que creía que a su padre le debió haber resultado chocante cuando ella salió del closet—¿Y con tus relaciones? ¿También te apoyan?
—¿Por qué no lo harían? —cuestionó ella como si fuese una obviedad la respuesta—Ya soy mayor y puedo tomar mis propias decisiones. Es cierto que en algunas ocasiones no he sabido elegir bien, pero he conseguido salir airosa de aquellas que no resultan. —su sonrisa inundaba su rostro, ser una mujer independiente al punto de no necesitar que nadie la cuidara ni protegiera la llenaba de orgullo.
—Y… ¿vas a lugares especializados para eso? —para él, la existencia de bares o discotecas propias de la comunidad LGBT era algo sabido, pero jamás había asistido a uno y no lograba imaginarse a su asistente ahí.
—Hmmm a veces. —respondió pensando en las pocas instancias que había tomado algún curso para certificarse en ciertas áreas o para seguir profesionalizándose en otras—Aunque el tiempo no me da como quisiera.
Para el azabache, la sinceridad en las respuestas de la joven solo reafirmó su singular creencia sobre su preferencia por el sexo femenino. A pesar de esto, la conversación no generó el efecto esperado pues el masaje que estaba recibiendo no ayudaba en nada a disminuir su punzante erección, por lo que dejó salir un largo suspiro de frustración al no lograr su cometido.
—Bien, ya terminé. —informó para levantarse y pararse a un costado de la cama—Ahora, gírate. —le indicó para continuar con el tratamiento.
Decir que Ranma estaba rojo de pies a cabezas, no es ninguna exageración. El solo pensar en verse descubierto con su abultada entrepierna lo llevó directo a la vergüenza misma, como si fuese un adolescente a punto de ser pillado por su madre en plena sesión de autocomplacencia.
—No… no es necesario—el nerviosismo era palpable en su voz, aunque la ojimiel lo asoció al relajo por el masaje antes de siquiera imaginarse lo que había provocado en él.
—Claro que sí, son las instrucciones de Tofu—le rebatió con un leve tono de reprimenda.
—Es que ya no me duele nada de ahí—respondió aun con su rostro oculto en dirección contraria a ella. No se podía mover, no quería que se percatara de la situación y lo acusara de acoso laboral o algo por el estilo. La chica no era la responsable de cómo su cuerpo había reaccionado ante su cercanía, y si no fuese porque él juraba que era lesbiana, se le habría insinuado con la clara intención de desfogar todo ese calor que fluía dentro de sí.
—¿Estás seguro? —consultó indecisa, no quería ser responsable de no llevar a cabo el tratamiento como se le había indicado, pero tampoco podía obligarlo a que lo aceptara… o sea, de poder podía, solo que no debía.
—Sí, no te preocupes. —respondió rápidamente—Gracias… ¿puedes retirarte? Quiero dormir. —solicitó casi de manera desesperada, porque a pesar de tener el colchón bajo él, su pene erecto ya dolía por la falta de atención.
—Está bien. —respondió dejando el pocillo del ungüento en su lugar original—Que descanses, en un rato te traeré la cena. —le comentó antes de cerrar la puerta de la habitación.
La asistente se dirigió hacia la cocina sorprendida del acercamiento que había tenido unos instantes atrás con su jefe. Jamás creyó que él se interesaría por saber más de ella, o eso era lo que aparecía en los informes entregados por Nabiki. Durante todo el tiempo que duró el masaje, Akane lo realizó con todo el profesionalismo que conllevaba, ella siendo artista marcial, reconocía la importancia de estos y la necesidad de que fueran ejecutados según la técnica utilizada. Pero ahora, que ya no estaba preocupada de cumplir a cabalidad con su tarea, se permitió unos instantes sola en el pasillo para cerrar los ojos y deleitarse con el portento de hombre que había tocado. Miró sus manos sintiendo todavía la textura de la levemente bronceada piel, la tonicidad de los músculos que tuvo que presionar para poder descontracturar, las pequeñas hendiduras que estos generaban en las piernas y espalda… pronto sintió que el calor se apoderaba de ella, frunciendo el ceño en reprimenda por la dirección a la que iban sus pecaminosos pensamientos. Un par de palmaditas en las mejillas le ayudaron a recobrar la compostura, tenía muy claro que: primero, estaba felizmente en una relación; y segundo, su lema era no mezclar el placer con el trabajo.
Cuando Ranma por fin se quedó solo, se giró tan rápido que hasta él mismo se sorprendió para quedar por fin recostado sobre su espalda, su falo urgía por atención y no le quedó otra que deslizar levemente su bóxer para permitirle salir de aquella suave y sedosa prisión. Su mano derecha lo sujetó velozmente, comenzando un movimiento rítmico de arriba a abajo aumentando la presión con cada impulso que daba. Sus gruñidos salían de su boca casi con el mismo ímpetu que sus gemidos, el aire se le escapaba como si sus pulmones no dieran a vasto con la intensidad del esfuerzo físico que estaba realizando, la sangre de su cuerpo bullía como si fuese lava hirviendo... sintiéndose desesperado, se irguió para quedar de rodillas sobre la cama y continuar masturbándose con la premura que su cuerpo reclamaba, moviendo levemente su pelvis de adelante hacia atrás para hacer aún más profundas las embestidas de su pene contra su mano y así liberar toda aquella necesidad imperiosa que lo estaba dominando. No fue mucho lo que duró en esa ardua labor, pronto el orgasmo lo recorrió desde la punta de sus pies hasta su cabeza, sintiendo como de él se escapaba su esencia caliente manchando su mano, parte de su ropa interior y sus sábanas. Agitado, terminó de disfrutar de los espasmos que el clímax le había dejado antes de quejarse por el dolor del que todavía estaba presente en él. Se dejó caer en la cama satisfecho, reconociendo que había sido su mejor sesión de autoplacer desde que incursionó en aquel mundo e incluso siendo mucho mejor que encuentros sexuales con algunas modelos.
—Me vas a volver loco—musitó mirando el techo de su habitación con su brazo izquierdo haciendo de soporte en su cabeza. Y como si su mente fuese su peor enemiga, comenzó a replicar lo que había vivido recientemente con su asistente provocando que la lujuria volviera a hacerse presente reflejándose en su semi erecto pene. Asombrado y desconociéndose a sí mismo ante esa primitiva reacción que nunca había vivido antes, se levantó para dirigirse a su baño privado y darse una ducha con agua fría con la clara intención de disminuir esos impulsos que amenazaban con volver a él.
Continuará…
Hola a todas y todos!
Acá estoy de vuelta con otra historia que vengo escribiendo desde febrero… sí! Febrero! Pero el universo decidió ponerme desafíos en todos los ámbitos de mi vida y he podido avanzar lento (muy lento) en la construcción de este nuevo proyecto. Está casi totalmente pensada en mi mente, pero el tiempo y las palabras no siempre han sido mis aliados dificultando mi avance y por eso no he publicado antes (yo quería hacerlo en abril… sí claro, jajajaja). En fin, espero sea de su agrado, es una historia mucho más ligera que "The Bartender". Si les soy sincera, he pasado por un proceso emocional personal tan potente que eso también ha afectado mi disposición a escribir, pero hoy era EL día y aquí estamos (literal no tenía planeado publicar hoy, solo se me vino a la mente y pues… ya está).
Los invito a dejar sus impresiones en los reviews, obviamente siempre desde el respeto y la crítica constructiva, saben que me gusta leerlos y ver sus proyecciones de la historia.
Quiero agradecer a quienes leyeron "Fuego y Nieve", agradezco los reviews respetuosos pues al no ser un RanmaxAkane, sabía que me exponía a los haters, sobre todo por la temática…
En fin, basta de tanta cháchara, estoy de vuelta. Lo único, espero no me linchen por esto, por el momento estaré actualizando 1 vez al mes (lo sé, lo sé). Espero me entiendan, mi vida esta vuelta un caos y, si se dieron cuenta, mis capítulos son muchísimos más largos que en "The Bartender", por lo que representa un mayor desafío.
Para finalizar, mañana celebraremos en Chile anticipadamente el día de las profesoras y profesores (incluiré a las/los educadores diferenciales, aunque tenemos otro día). Les deseo a todos mis colegas una buena y bonita celebración, educar a las futuras generaciones es una gran responsabilidad que conlleva mucho esfuerzo (en donde suelen justificarlo con la "vocación"). Espero reciban el cariño de sus estudiantes, nada más reconfortante que ver esa semillita plantada en sus jóvenes corazones. Los abrazo desde este rincón del mundo.
Nos leemos!
Peque T
