Disclaimer: los personajes y el mundo mágico son propiedad de J.K. Yo solo tomo la inspiración de las musas y pongo el tiempo para escribir.

Notas de la autora: no, no he viajado en el tiempo y tampoco son mediados de noviembre, jajaja. Si volví tan pronto es porque pensé que este es un longfic que estará varios meses en emisión y ya lo tengo totalmente escrito, ¿por qué no empezar a publicar desde ya? Así que aquí me tienen de nuevo. Esta vez con una propuesta un tanto diferente, porque, aunque se trata de un Drarry en toda regla, está centrado más en un personaje y creo que el titulo ya les dijo quién. Es una historia para hacer justicia al desarrollo y esencia misma de nuestro querido rubio. Sin más preámbulos, los dejo con esta primera entrega.


Primer rostro.

Visto en retrospectiva, había sido una pésima idea entrar a ese lugar. Pero no había tenido muchas opciones después de ver cómo su equipo era abatido por una bestia a la que ni siquiera podía nombrar. Aunque algo podía asegurar, y es que ni el mismísimo Newt Scamander podría enfrentarse a ella sin temblar. Entonces, entrar en la baja edificación de color marfil había parecido lo apropiado. Sería un conveniente refugio temporal mientras buscaba una ruta de escape o al menos le permitiría pedir refuerzos antes de que esa criatura endemoniada lo alcanzara también a él.

Tras incontables horas ahí, finalmente entendía que la bestia solo había sido un aviso de la naturaleza horripilante de ese sitio. Casi como un amable tapete de bienvenida. "¡Gracias por visitarnos! Le aconsejamos ser derrotado en el porche para evitar traumas duraderos. Oh, ¿quiere entrar en la casa? ¡Maravilloso! Puede dejar su abrigo y su cordura en el armario de entrada". Aunque no había armario de abrigos, ni entrada propiamente. Al cruzar el umbral, lo que recibió a Draco fue la nada misma. Ni siquiera recordaba haber escuchado la puerta cerrarse. De pronto solo había oscuridad y una antinatural sensación de ingravidez. No estaba levitando, pero tampoco estaba parado y no había nada a lo que pudiera asirse. Y como si la situación no fuera bastante alarmante, se le cayó la varita. Ay, la cara que haría su mentor si supiera que él, Draco Malfoy, Inefable graduado con honores había perdido la varita justo antes de saber a qué se enfrentaba. Aunque de mucho no le habría servido.

Flotando en la nada, Draco apenas tuvo tiempo de pensar. Casi de inmediato una brisa suave despeinó su cabello, como una ráfaga que se cuela por un agujero cuya ubicación no se puede precisar. Y si no fuera muy rematada la comparación, diría que como la risa contenida de alguien. Eso pareció ser el acabose para su consciencia, que eligió ese momento para desconectarse. Muy pocas veces se había desmayado en su vida. La primera vez montando una escoba (Merlín bendito, qué vergüenza). Después del ataque del hipogrifo. En un baño del séptimo piso luego de recibir un hechizo de magia negra. Tras una tanda de Cruciatus de Voldemort. Y ese día.


Draco volvió a jalar el cuello de la túnica. El borde de terciopelo le daba comezón, pronto su piel empezaría a irritarse. Odiaba esas tontas prendas formales. No podía correr tranquilo porque los faldones se le enredaban en las piernas y sus zapatos pesaban una tonelada.

-Déjate el cuello en paz –gruñó un hombre detrás de él, cuya voz lo hizo enderezar la espalda instintivamente–. Tu madre dice que no quieres usar el anillo familiar.

-Por supuesto que quiero, señor –habló fuerte y claro, manteniendo la vista clavada en los inexpresivos ojos rodeados de arrugas, cuyo tono gris era idéntico al suyo–. Pero creo que soy alérgico a la plata.

-Tonterías –rechazó con sequedad–. Ningún Malfoy es alérgico a la plata.

-Mi mamá dijo que quizás...

-Narcissa no sabe de lo que habla –atajó, frunciendo críticamente los labios–. Va a terminar haciendo de ti un llorón insoportable. ¿Qué día es hoy, muchacho?

-Es mi cumpleaños –respondió, odiándose cuando su voz se quebró en la última sílaba. El abuelo Abraxas aborrecía que la gente titubeara. O que no respondieran directamente a sus preguntas. O que fueran estúpidas.

-Tu cumpleaños número once, Draco. Este año serás convocado a Hogwarts –por primera vez desde que tenía memoria, el niño vio algo cercano al orgullo en los ojos hundidos del hombre–. Ven aquí –instruyó, sentándose a la orilla de su cama. Atendió la orden de inmediato, copiando la postura tiesa y serena del mayor–. A partir de hoy y hasta el día de tu muerte, tendrás que portar el anillo de los Malfoy. Es más que una pieza de joyería o una reliquia familiar. Es un símbolo de poder, algo que te distingue de los demás. Es un compromiso y un orgullo. Has memorizado el árbol genealógico familiar, ¿verdad?

-Sí, señor.

-Los Malfoy tenemos una larga e ilustre historia. Algunos de tus antepasados fueron los magos más influyentes de su época. A partir del próximo septiembre, tú también harás tu incursión entre nosotros. No vas a conseguirlo con lloriqueos. Tienes que ser un hombre de verdad, como tu padre. Como yo –Draco no estaba seguro de si el abuelo esperaba una respuesta. Un ligero arqueamiento de cejas lo hizo contestar de sopetón:

-Lo sé, señor.

-Bien. Entonces portarás ese anillo. Sin excusas, sin reclamos. Un Malfoy no se queja por tonterías.

-Lo haré, señor.


Su fiesta de cumpleaños fue tan alegre como puede serlo una cena en que la mayoría de los invitados son adultos. Draco ni siquiera tenía permitido probar el vino. Solo le entregaban canapés con sabor a algas y galletas saladas. Nada del pescado frito o las patatas al horno que había pedido. Y la cena fue otro tanto, platillos franceses impronunciables y un zumo de manzana agrio. Oh, parece que sí había probado vino después de todo. Al menos eso le permitió relajarse mientras convivía con los amigos de sus padres y acudía junto al abuelo Abraxas cada vez que era requerido para ser presentado a alguien. Un par de veces notó miradas directas a su mano izquierda, eso debía corroborar la charla de temprano. Era un Malfoy y todos lo respetarían solo por ello.

-Se ve asqueroso –quien se dirigía a él era una niña de cabello oscuro y piel muy pálida. De los tres niños que se presentaron, justo ella tenía que ser una. Tenía los ojos verdes fijos en su mano y el ceño fruncido.

-Y tú te ves ridícula –soltó a la defensiva. Sus coletas se mecieron cuando alzó la mirada para contemplarlo con odio y quizás, un chispazo de dolor.

-Me refería a tu dedo, cabeza de trapeador. Pero ¿sabes qué? Espero que se te caiga –debió recordar que Pansy Parkinson practicaba claqué antes de meterse con ella. Porque el pisotón que recibió en ese momento le sacó un grito tan agudo que debió haber espantado hasta a los pavos reales en el jardín. La niña se retiró con paso airado, dejándolo haciendo equilibrio en una pierna mientras sostenía el pie adolorido.

Muchas conversaciones se interrumpieron y las miradas confluyeron en él, que intentó volver a pararse con normalidad. Notó especialmente los ojos azules de su madre, que siempre le recordaban un bonito cielo despejado. Aunque en ese instante lucían horrorizados. Narcissa pareció excusarse ante las damas que la acompañaban y se encaminó hacia él manteniendo una sonrisa de aplomo.

-Salgamos un momento –dijo al pasar. Ella jamás lo llevaría a rastras ni sería muy obvia. Y así como atendía sin protestar al abuelo Abraxas, también sabía que no convenía desobedecer a su madre. Draco salió detrás de ella, que inexplicablemente se encaminó a las escaleras y se detuvo frente a la habitación principal de la mansión. El niño entró cabizbajo. Seguramente lo retaría por no ser un verdadero hombre. Un Malfoy debía evitar los escándalos y mantener una actitud serena todo el tiempo. Ellos jamás eran la comidilla, eran el plato fuerte. Suscitaban envidia, imponían respeto y temor. Sin embargo, lo primero que dijo su madre fue:- Dame la mano –Draco alzó la derecha. A pesar de ser zurdo, lo habían educado para ofrecer siempre esa mano. Ella dio un suspiro contenido y negó–. La otra, cariño –eso lo confundió. ¿No había estado por recibir una reprimenda?– Sabía que no debías usarlo. Voy a quitártelo, aunque puede que duela –finalmente siguió los ojos preocupados de su madre. Y también terminó de entender el comentario de Parkinson.

Donde debía estar su dedo anular, había aparecido una masa de carne asquerosa. Estaba hinchada, muy enrojecida y empezaba a oscurecerse en la parte que estaba más cercana al anillo. Draco contempló con horror cómo su madre retiraba la joya familiar, que dejó un círculo amoratado y punzante en su dedo.

-Tranquilo, mi niño. Te daré una poción para el dolor –no comprendió la oferta hasta que su madre acercó su pañuelo de encaje y le secó las lágrimas. Draco ahogó un sollozo y apretó el puño libre. No, no. No podía llorar. Los ojos se le enrojecían rápidamente. El abuelo lo mataría si se daba cuenta que había sido tan idiota como para llorar.

-Estoy bien.

-No, no lo estás. Espera un momento –Narcissa salió con paso resuelto, llevándose su recién estrenado anillo con ella. Draco se dirigió con pasos torpes a la cama, sentándose en el borde mientras era incapaz de dejar de llorar. Ya ni siquiera sabía por qué. Sí, su dedo dolía mucho y se veía horrible. Pero también lloraba de miedo y frustración. Quería desesperadamente detener las lágrimas y ser como el abuelo Abraxas, que ni siquiera había pestañeado el día que la abuela Casiopea murió. Quería ser como su padre, siempre con esa expresión serena y orgullosa. Quería ser un hombre de verdad.

Afuera escuchó pasos acercándose y trató de recomponerse para no preocupar más a su madre, pero la voz que resonó en el pasillo lo hizo paralizarse.

-…una verdadera vergüenza –decía el mayor de los Malfoy en tono firme. Un poco más amortiguada, le llegó la voz de Lucius:

-Ha sido culpa de la niña, los Parkinson se han disculpado.

-Eso es lo de menos, los invitados no dejaban de hablar de su dedo infectado.

-Lo sé, padre. Pero Narcissa ya se está encargando de ello –Draco se irguió todavía más cuando la puerta se abrió, sin tiempo para secarse los lagrimones que todavía corrían por su rostro.

-¿Qué haces ahí? –Preguntó hoscamente, obviando de momento su rostro lloroso.

-Mamá me dijo que esperara –replicó con un hilo de voz. Y como si no fuera suficiente humillación, un moco resbaló por su nariz y cayó sobre su túnica. El abuelo Abraxas hizo una mueca de desagrado.

-Lucius, vuelve al salón. No podemos estar todos fuera –pareció que su padre quería discutir. Draco sin duda quería rogarle que se quedara. Pero asintió con seriedad y se retiró por el pasillo–. Te ves patético. ¿Realmente eres mi nieto, muchacho? Llorando como una niña por una ligera molestia. Tú no sabes lo que es el dolor, Draco.

-Abuelo…

-No me interrumpas cuando te hablo –Draco tragó grueso y luchó por mantenerle la mirada, aunque una capa de nuevas lágrimas dificultaba su labor–. No llegarás a ningún lugar teniendo compasión de ti mismo y llorando ante el primer obstáculo. Jamás serás un hombre digno de respeto. Preferiría que tu madre hubiera parido a una niña. Hubiera sido más fácil de educar y al menos la podríamos haber casado con alguien importante. Tú tienes que hacerte de tu propia reputación, debes forjar tu nombre. Y no lo vas a lograr llorando por los rincones.

-Abuelo Abraxas –ni siquiera escuchó cuando se había abierto la puerta, pero la voz de Narcissa resonó potente, aunque no fue suficiente para amedrentar al hombre.

-Quédate fuera de esto.

-Es mi hijo –ella dio un paso más, con la espalda muy recta y los hombros tensos.

-Lastimosamente, eso se nota. Y por ello debo intervenir o terminarás criando a un afeminado sin personalidad. Míralo –hizo un ademán brusco con sus manos de dedos largos y torcidos–. Esa es la cara de un perdedor, de un fracasado. Ese niño débil y sollozante jamás traerá gloria al apellido –Draco sentía que se había quedado mudo. Quería gritar, sollozar más fuerte o al menos rogarle que no le dijera todas esas cosas frente a su madre. Pero su voz parecía algo separado de su cuerpo y a lo que no tenía acceso. Tampoco parecía tener control sobre sus extremidades, de lo contrario se habría tapado los oídos para dejar de escuchar la voz grave y mortífera de su abuelo–. Todo el honor y el poder de los Malfoy morirá con Lucius –el hombre volteó en ese momento, dándole la espalda a Narcissa y centrándose en el petrificado niño de once años–. Tu padre debería prepararse para la vergüenza y la desgracia, es todo lo que obtendrá de ti. Eres la rama torcida, la fruta podrida. Nunca estarás a la altura de las expectativas. No obtendrá de ti más que decepciones. Tu retrato jamás llegará a las paredes de esta mansión, tu nombre pasará desapercibido en la historia. ¿El heredero Malfoy? ¡Nunca serás más que escoria! Un maldito impostor con aires de grandeza. Eres un bastardo, jamás podré aceptarte como mi descendiente.

Draco se sentía temblar de pies a cabeza, su pecho se contrajo dolorosamente. El abuelo Abraxas no podía tener razón. Él no iba a ser un donnadie, iba a escribir una historia completamente diferente para los Malfoy. Eso era, él iba a conseguir lo que ninguno de ellos pudo. Respeto más allá del miedo, aceptación más allá del poder, aprecio más allá del interés. Él iba a acabar con una tradición horrorosa y deplorable. Sería recordado por algo más que su porte arrogante y orgulloso. No era la rama torcida, era el primer brote que se libraría de las malas hierbas. Ni siquiera advirtió en qué momento se puso de pie, pero cuando reparó en ello, notó que ya no llegaba al pecho de su abuelo. No era un niño de once años encogido y asustado. Era más alto que Abraxas Malfoy y su voz sonó firme cuando habló.

-Tenías razón en ese momento, pero no más. Porque ahora sé lo que es el dolor. Lo sé mucho mejor que tú, que siempre te vanagloriaste de todo y no sabías nada. ¿Ibas a enseñarme cómo ser un hombre de verdad? Jamás habrías podido hacerlo, porque tú nunca lo fuiste. Mi padre creció aterrorizado de ti, y yo también. Respeto y miedo no son la misma cosa. Ahora me doy cuenta de algo desgarrador, y es que nunca te quise. Estuve aterrado de ti toda mi vida. Nunca llenaría tus expectativas, nunca iba a ser el heredero Malfoy que querías que fuera. Y en eso también acertaste, no lo soy. No soy un maldito tirano sin sentimientos. He llorado muchas veces, incluso enfrente de mis enemigos. He sentido el miedo en carne propia, he sentido el pánico corroyendo mis venas. Pero eso me hizo quien soy –dio un paso más, notando que Abraxas retrocedía, cada vez parecía más viejo y jorobado–. Soy Draco Lucius Malfoy Black. Y estoy feliz de que mi retrato jamás llegara a las paredes de esta mansión. No soy lo que tú querías, no soy lo que mi padre esperaba. Soy lo que ustedes jamás se atrevieron a ser. Soy libre. ¿Jamás podrás aceptarme como tu descendiente? No, Abraxas. Soy yo quien renuncia a ti, soy yo quien siente vergüenza de tenerte como antepasado.

Como si toda esa vivencia no hubiese sido lo suficientemente extraña y demoledora, el suelo se hundió bajo sus pies. El rostro de su abuelo desapareció y la nada volvió a engullirlo. Antes de su siguiente anotación en su registro de desmayos, la antinatural brisa volvió a despeinar su cabello. Aunque esa vez la escuchó susurrar muy claramente, lo que no contribuyó a su tranquilidad. La brisa no podía formar palabras. Y si pudiera, decididamente habría preferido que dijera otra cosa.

El primer rostro… el rechazo. ¿Quién será el siguiente?


Notas finales: estos primeros capítulos son más cortos en comparación al resto, pero considero que igual de críticos e intensos. Sentí una pena enorme por el baby Draco al escribir y luego al editar este cap. Ya me dirán qué les pareció a ustedes.

Ahora inicio la sección de datos innecesarios. El de este día: este es probablemente el longfic que más tiempo me he tardado en escribir. Casi dos años. Y no por su longitud, sino por varios factores: la temática que toca, mis horarios de trabajo y que me robaron el celular en la época que lo escribía XD

Por el momento me despido, anunciando mi regreso a publicar los viernes (qué confusión fue hacerlo los miércoles jajaja). Así que nos leemos la próxima semana.

Allyselle.