¡Hola! ¡Feliz año nuevo! 😊 ¿Cómo estáis? Aquí estoy de nuevo con otro capítulo 😎

Lo primero de todo, y más importante, quiero dar las gracias a las personas que dejasteis preciosos comentarios en el anterior capítulo (me vais a perdonar que no os nombre, pero FanFiction me borra vuestros nombres 😳 no entiendo por qué). ¡Mil millones de gracias! 😍😍 Me alegra muchísimo que os haya gustado el primer capítulo, y ojalá los siguientes también os gusten 😘

Y también, por supuesto, gracias a las personas que lo leyeron pero no dejaron comentario, que no todo el mundo lo hace y no hay problema. Espero de verdad que os haya gustado 😊

Sin más dilación, continuamos con la historia donde la dejamos…


CAPÍTULO 2

La snitch

—¿Seguro que estás bien, Neville? ¿No quieres ir a la Enfermería?

—No, no os preocupéis… —murmuró éste, justo antes de sonarse la nariz con un pañuelo. Miró a Harry, Ron y Hermione y sonrió con tristeza—. Gracias por ayudarme, no sé qué hubiera hecho sin vosotros.

—No ha sido nada —aseguró Ron, cogiendo otro pañuelo desechable de la caja que había a su lado y entregándoselo—. Para eso estamos los amigos.

Harry, Ron, Neville y Hermione estaban en la Torre de Gryffindor, concretamente en el dormitorio de los chicos, el cual en ese momento se encontraba vacío. Por suerte, Neville no tenía ninguna herida visible tras el percance con los Slytherins; solo había sido un gran y desagradable susto. Se había secado y cambiado de ropa y ahora parecía estar más tranquilo. Y se negaba a ir a la Enfermería.

—Tranquilo, ya ha pasado todo —corroboró Harry, poniéndole una mano en el hombro y frotándoselo amistosamente—. Pero Neville, esto hay que contárselo a alguien, a Dumbledore… —protestó de nuevo, mirándolo con frustración.

—¡No! —exclamó Neville al instante, alarmado. Tragó saliva y apartó la mirada al añadir, con más calma—: Si lo cuento, se enterarán, y se las arreglarán para hacerme algo peor... O, lo que es peor, a vosotros.

—No nos dan ningún miedo —aseguró Ron, con desdén, cruzándose de brazos.

—Lo sé, pero… No lo hagáis, chicos, por favor —suplicó el joven. El miedo y la pesadez contraían su redondo rostro—. Solo ha sido algo puntual. Quiero olvidarlo y ya está… Si vuelven a hacerme algo lo contaré, os lo prometo, pero ahora no. Además, lo último que quiero es involucraros también a vosotros… —sus ojos se volvieron vidriosos cuando las lágrimas los inundaron de nuevo.

Harry y Ron intercambiaron una mirada, igualmente apesadumbrados.

—Neville —suspiró Harry, rodeándole los hombros con un brazo—, eres demasiado bueno para este mundo.

Ese comentario logró que el joven esbozase una tímida media sonrisa.

—¿Cómo te atraparon? —quiso saber Ron, acomodando mejor sus largas piernas cruzadas sobre la cama—. Y preguntaría por qué, pero siento que será una tontería…

—Estaba yendo a clase cuando aparecieron. Venía de los invernaderos, había estado ahí con la profesora Sprout. Intentaron hacerme enfadar, Malfoy se metió conmigo diciendo que me… acuesto con la profesora Sprout —compuso una mueca de indignación, frunciendo los labios, pero no pudo evitar sonrojarse a su pesar ante semejante acusación—. Y al final me harté y les insulté. Le dije a Malfoy que si yo me acostaba con Sprout, él se acostaba con Snape —reveló con inusitada fiereza. Ron soltó una fuerte carcajada de admiración, y se dio una palmada en el muslo.

—Joder, Neville —se sorprendió, todavía riendo—. Vaya huevazos le has echado. Eres mi ídolo. Hubiera pagado por ver la cara de Malfoy…

Neville rio entre dientes, avergonzado, aunque halagado ante la reacción de Ron. Se revolvió ligeramente antes de continuar.

—Claramente, se cabrearon. Y no me dejaban irme, así que saqué la varita. Y al ver que intentaba defenderme me atraparon entre todos, y… Bueno, ya lo visteis. Tenía que haberme ido sin más, por seguirles la pelea me hicieron eso.

—Panda de cobardes —respondió Harry, en un gruñido, apretando los puños con fuerza sobre sus rodillas.

—¿Cómo me encontrasteis vosotros? —quiso saber Neville, curioso, antes de sonarse la nariz de nuevo.

—Hermione nos avisó, nosotros no nos dimos cuenta de nada. Nos dijo que te vio por la ventana, ¿no? —respondió Ron, mirando a la chica como si la alentase a contar ella su versión—. ¿Y se puede saber a ti qué te pasa? —preguntó a continuación, confuso, sin haber obtenido respuesta a su primera pregunta.

Los tres chicos desviaron sus miradas para contemplar la espalda de una silenciosa Hermione. La chica estaba de pie, apoyada en uno de los postes de la cama de Neville, apartada de la conversación, y con los brazos cruzados delante del pecho. Intuyeron que tenía la mirada perdida, absorta en sus pensamientos. Llevaba mucho rato sin hablar, lo cual era algo insólito en ella, y por ello era comprensible que Ron se hubiera preocupado. Parecía algo ida. Comenzaron a oír el sonido de la lluvia golpeando los cristales de las ventanas. No se habían dado cuenta mientras hablaban, pero la habitación había ido perdiendo luz, siendo el sol ocultado por unas grises nubes.

—¿Todo bien, Hermione? —preguntó también Harry, frunciendo el ceño a la espalda de su amiga.

Ella todavía no contestó. De hecho, la voz de su amigo le llegaba como si estuviera muy lejos. Estaba furiosa. La rabia bullía en su interior como si fuera ácido corrosivo. Malfoy ocupaba sus pensamientos por completo. Sentía tantísima indignación ante lo ocurrido que no era capaz de articular palabra. Al contrario que Neville, lo último que ella sentía era miedo hacia Draco Malfoy. Solo sentía odio. Odio y lástima. Malfoy era una de las personas más despreciables con las que había tenido la desgracia de encontrarse. ¿Cómo podía ser tan despiadado? ¿Qué placer podía encontrar en agredir y despotricar a diestro y siniestro contra ellos? Contra alguien tan bueno con Neville… Era repugnante. Un cobarde. Aún podía visualizar la cólera con la que habían brillado sus ojos al lanzarse contra ella, tras haberle dado la bofetada…

—¿Hermione…? —insistió Harry al ver la chica seguía sin hablar, inclinándose, todavía sentado en la cama de Neville, intentando verle el rostro. Ron hizo ademán de ponerse en pie para acercarse a ella, preocupado.

—Es un demonio —logró articular Hermione entonces, con dificultad. La voz le temblaba de indignación—. Es un maldito demonio.

Harry volvió a enderezarse en la cama, y Ron acomodó las piernas de nuevo. Ambos intercambiaron una mirada con Neville, en silencio, algo sorprendidos al oír a su amiga pronunciar tan duras palabras.

Sin embargo, los tres estaban completamente de acuerdo con ella.


—¡Hermione, estate quieta, por favor! —suplicó Ron con desesperación, cogiendo una nueva servilleta y limpiando la leche que se había derramado por la mesa—. Lo estás poniendo todo perdido…

—¡Ay, lo siento! —gimió ella mientras volvía a guardar en su mochila, situada bajo la mesa del comedor, el libro Numerología y gramática. Lo había sacado varias veces para repasar durante el desayuno y, cada vez que lo sacaba, lo apoyaba con impaciencia en cualquier plato o vaso que hubiera sobre la mesa, salpicando todo su contenido encima de sus amigos—. ¡Es que estoy muy nerviosa! ¡Tengo…!

—Examen de Aritmancia —finalizó Harry, con paciencia, mientras intentaba limpiarse de la túnica la leche que Hermione le había derramado encima—. Ya lo sabemos.

—¡Y seguro que voy a…! —añadió la chica, angustiada.

—Aprobar —terminó ahora Ron, con un suspiro, dejando la servilleta mojada a un lado—. No lo dudamos.

—¡No, no, no! —aulló la chica, histérica, mirándolo con indignación—. ¡Es muy probable que se me olvide todo…! ¡Son demasiadas cosas que memorizar, seguro que…!

—Hermione, ¿que hayas sacado Extraordinarios en todas las materias durante los últimos seis años no te dice nada? —la interrumpió una voz a sus espaldas. Ginny acababa de llegar al Gran Comedor, y se sentó junto a ellos a desayunar, haciéndose un hueco para sentarse entre Harry y ella. Tenía una sonrisa divertida grabada en los labios. Hermione sacudió la cabeza, al parecer sin tener claro a lo que se refería su amiga—. ¡Por las barbas de Merlín! Te va a salir estupendamente… De hecho, dudo que tengas el tiempo suficiente para escribir todo lo que ya sabes.

Hermione dio un respingo, y sus ojos oscuros se abrieron desmesurados.

—¡No había pensado en eso! —exclamó con voz aguda, volviendo a lucir estresada.

Ginny elevó los ojos al cielo, y miró a Harry, a su otro lado, con divertida pesadez. Éste dejó escapar una risita. Ron pinchó con vehemencia un trozo de salchicha antes de llevárselo a la boca, sin comentar nada. Hermione, todavía con el ceño fruncido de preocupación, alzó la mirada al percibir movimiento sobre sus cabezas.

—¡Ah! Viene el correo… —informó, más tranquila—. Apartad los vasos.

—¿Qué vasos? —se burló Ron—. Si ya los has tumbado tú todos…

Una gran multitud de lechuzas multicolores inundaron de un momento a otro el Gran Comedor, provocando un leve revuelo al aterrizar sobre los desayunos para entregar las cartas y paquetes, sin dejar de ulular. Una lechuza gris se posó frente a Hermione, con su ejemplar de El Profeta sujeto a las patas. La chica le entregó un knut, y se apresuró a desplegar el periódico mientras la lechuza se alejaba volando.

—¿Ha habido algún ataque o algo parecido? —preguntó Ron, inquieto, intentando leer la portada del periódico, mientras la joven examinaba el interior.

—No lo parece —repuso Hermione, con voz serena, desde detrás del periódico—. La noticia del día es que una bruja famosa está embarazada —emitió un bufido y pasó la página con impaciencia—. ¿A quién puede interesar eso?

—Es muy raro que no haya habido ataques —comentó Harry, con brusquedad, tamborileando con los dedos sobre la mesa—. Desde que Voldemort regresó no ha ocurrido nada anómalo. Se limita a estar a la sombra.

—¿Creéis que se habrá… no sé… rendido? —musitó Ron, preocupado, sin demasiada convicción. Ginny le dirigió una mirada cargada de incredulidad.

—Él no va a rendirse jamás —negó Harry, decidido, llevándose el tenedor lleno de beicon a la boca—. Debe estar planeando algo —añadió con la boca algo llena, sus ojos verdes perdidos en las vetas de la mesa—. Algo importante. Y no quiere cometer ningún error…

Harry Potter —sentenció de pronto una voz grave, desde un punto lejano, o quizá desde dentro de su cabeza. El tenedor de Harry cayó al plato con un fuerte ruido. El chico miró a su alrededor, alarmado, observando todo lo que lo rodeaba con atención. De nuevo, nadie parecía estar prestándole atención. Ni nadie parecía sospechoso.

—¿Lo habéis oído? —farfulló, sintiendo una oleada de frío que se le metió hasta los huesos, atrayendo las miradas de sus amigos. Les dirigió una mirada intranquila, y ellos fruncieron el ceño ante su evidente preocupación.

Ron tenía la boca demasiado llena como para responder algo comprensible, y se apresuró a intentar tragar, masticando con más rapidez. Ginny se limitó a mirarlo con atención, su pecoso rostro tenso de expectación. Hermione fue la primera en hablar, asomando la cabeza por detrás del periódico.

—Sí —respondió con impaciencia—. Has dicho que debe estar planeando algo y que…

—¡No! ¡Eso no! ¡La voz que ha dicho mi nombre! —explicó el moreno, con el nerviosismo a flor de piel. Hermione lo miró fijamente.

—Nadie ha dicho tu nombre, Harry —repuso, con firmeza, cerrando el periódico y dejándolo sobre la mesa—. ¿De qué hablas?

—Alguien me ha llamado —insistió Harry, frotándose la cabeza con una mano—. Y me parece increíble que no lo hayáis oído. Entonces ha tenido que ser dentro de mi mente…

—¿Como en la biblioteca? —intervino Ron, rápidamente, inclinándose ligeramente hacia él. Harry se mordió el labio y asintió con rapidez.

—Espera, espera… ¿Cómo que en la biblioteca? —repuso Hermione, indignada. Se inclinó por delante del cuerpo de Ginny para poder mirarlo mejor, y se colocó una mano en la cadera, enfadada—. ¿Ya te había pasado antes? ¿Por qué no me lo has dicho?

—¿Qué pasó en la biblioteca? —preguntó Ginny a su vez, todavía escrutando al chico con sus vivos ojos. Harry tragó saliva, y suspiró antes de explicar:

—El otro día, estando en la biblioteca con Ron, escuché de pronto una voz muy rara que me llamaba. Se limitó a decir mi nombre. Y, como Ron no lo escuchó, supuse que había sido una alucinación. Pero ahora estoy seguro, lo he oído claramente… Creo que lo oigo dentro de mi cabeza. Ahora acaba de volver a pasarme. No es Voldemort —se apresuró a añadir al ver las expresiones descompuestas de sus amigos—. Estoy seguro de que no es él…

—Cuéntaselo a Dumbledore, Harry —ordenó Hermione a toda prisa, respirando exaltada—. Tiene que saberlo. Ve a su despacho y cuéntaselo.

—No voy a ir a molestarle con una cosa así —replicó el moreno, ruborizándose—. Va a pensar que estoy paranoico. Seguro que ha sido mi imaginación. Eso es todo.

—¿Dos veces? —repuso Hermione con brusquedad, impaciente.

—Estoy estresado con los deberes, seguro que eso me hace delirar. Estoy bien, en serio —insistió, sin poder evitar volver a echar un vistazo en derredor, antes de devolver la atención a su plato.

—Muy bien, como quieras, ya eres mayorcito. Pero te lo advierto, si vuelve a ocurrirte irás a ver a Dumbledore —ordenó Hermione, inflexible. Con un suspiro, y una última mirada preocupada hacia su amigo, giró la muñeca para mirar su reloj de pulsera—. Bueno, me voy ya. Prefiero subir temprano. Ahora tengo Runas Antiguas… y después el examen —añadió, de nuevo con algo de nerviosismo, agachándose para recoger su mochila—. Deseadme suerte. Os veré en Herbología.

—Mucha suerte —le deseó Harry, esbozando una sonrisa comprensiva—. Para las dos clases.

Hermione suspiró, poniéndose en pie, saliendo del banco, y colgándose la mochila al hombro. Les tendió su ejemplar de El Profeta, por si alguno quería leerlo, y Ron fue quien lo tomó, con la mano con la cual no sostenía el tenedor.

—Creo que necesitaré más suerte incluso para Runas Antiguas —se lamentó la chica, mirándolos con resignación—. A ver qué pasatiempo estúpido han preparado para hoy…

—Ánimo, después nos lo cuentas y te desahogas —le deseó también Ginny, haciéndole un gesto de aliento con el pulgar. Ron, que acababa de meterse en la boca un tenedor repleto con huevos revueltos, se despidió con una mano y le dedicó el mismo gesto de buena suerte que su hermana.

Hermione salió del Gran Comedor y subió a toda prisa la gran escalera de mármol, rumbo a los pisos superiores. El aula de Runas Antiguas estaba en la sexta planta, y tardaría unos minutos en llegar. No se encontró prácticamente con nadie, pues era pronto y la mayoría de los alumnos estaban todavía desayunando. Aun así, por costumbre, tomó un atajo que había por detrás de un tapiz y, tras subir un par de estrechas escaleras de caracol, llegó al pasillo en el cual estaba su clase.

La puerta ya se encontraba abierta, a pesar de que Binns todavía no había llegado. Solo había unos pocos alumnos, sentados en los pupitres de un rincón. Todos lucían similares expresiones cargadas de resignación. La paz que se respiraba parecía irreal. Cuando Malfoy y sus amigotes llegaran, desaparecería al instante, y todos lo sabían. Hermione contuvo un suspiro ante sus pensamientos, y avanzó hasta sentarse en su pupitre, dejando la mochila sobre la mesa. Rezó para sus adentros por que sus compañeros no armasen más jaleo del habitual y le permitiesen estudiar para el examen de la hora siguiente. Aunque sabía que seguramente era demasiado pedir.

Como si el destino hubiese escuchado sus pensamientos, se oyeron unos sonoros pasos en el pasillo, acompañados de escandalosas risas y enérgicas voces. Malfoy fue el primero en entrar en el aula, rodeado de un grupo de personas que reían sin preocuparse del volumen y gesticulaban con violencia, animadamente. Hermione apretó las mandíbulas y devolvió la vista a su mesa. Se sentía tan frustrada que tenía ganas de gritar. La clase de ese día iba a ser igual a las demás… Escuchó, pues se negó a mirar, cómo el grupo de Malfoy movía sin ninguna delicadeza mesas y sillas para poder sentarse encima de cualquier manera, al fondo de la clase, sin dejar de charlar a voces. Al poco rato llegaron el resto de los alumnos que faltaban, algunos de los cuales se unieron entusiasmados al grupo de Malfoy, y otros al resignado grupo que permanecía al margen en un rincón. Hermione, en el medio de ambos grupos, sentada obcecadamente en el lugar en el que estaría su pupitre en condiciones normales, giró el rostro a su pesar por encima del hombro para contemplar a las personas que llegaban en ese momento. Una cabellera negra llamó su atención.

Theodore Nott entró en el aula con aire ausente y, tras mirar con desgana en derredor, se acercó a Malfoy y a sus escandalosos compañeros. Se sentó en silencio en la mesa que había junto a Draco, el cual contaba algo mientras realizaba grandes aspavientos, haciendo berrear de risa a sus colegas. Nott se acomodó en la silla y sacó de su mochila un libro de pastas oscuras que se dispuso a leer.

Hermione frunció el ceño con extrañeza, sin dejar de mirar a Nott. En verdad parecía diferente a los demás Slytherins que ella conocía. Por lo poco que había oído de él, sabía que era bastante solitario, y que no le interesaban pandillas como la que Malfoy presidía. Ahora entendía por qué aparentemente no tenía muchos amigos, al menos en Slytherin; no parecía la clase de persona que se relacionase con los amigotes de Draco. Aun así, dado que la chica varias veces lo había visto en compañía de Malfoy, y sabía que eran buenos amigos, había supuesto que poseía sus mismos prejuicios y su misma actitud, si bien nunca parecía ir buscando bulla, a diferencia del rubio. Pero su comportamiento del día anterior la había desconcertado. Había hablado fríamente con ella, con total normalidad, sin ninguna reserva o desdén, y la había avisado acerca de lo que le estaban haciendo a Neville. En resumidas cuentas, la había ayudado. Sin esperar nada a cambio. O al menos eso parecía.

La chica no había sido capaz de hablarles a Harry y Ron de su encuentro con aquel Slytherin, y simplemente les dijo que lo había visto todo por la ventana. No estaba muy segura de por qué les había mentido, pero una corazonada la impulsó a hacerlo. Quizá era simplemente que no entendía muy bien lo que había pasado. No entendía qué había inspirado a Nott a hablar con ella por primera vez en siete años, y además para avisarle de una crueldad cometida por los amigos de él. O quizá ella no les había dicho nada a Harry y a Ron porque en el fondo sabía que el acto de Nott no habría sido muy bien visto a ojos de los demás Slytherins, y había decidido inconscientemente mantenerlo en secreto.

Aquel chico incluso había sujetado a Malfoy cuando éste parecía dispuesto a atacarla.

No entendía del todo lo que estaba pasando, pero sí pensó que le gustaría hablar con aquel tal Nott para aclararlo. Aunque en ese momento no sería muy apropiado, estando ambos en un aula junto a Malfoy y sus amigotes. No quería meterlo en problemas después de lo que había hecho por Neville. Pero se dijo que encontraría el momento apropiado para interrogarlo y que le explicase su comportamiento. Aún oía su jadeante y seria voz en su cabeza.

"Draco es mi amigo, pero no estoy de acuerdo con lo que está haciendo. Y a mí no me escucha. Creo que tú eres la única que puede detenerlo"

«¿Yo? ¿Detener a Malfoy? Será una broma», pensó la joven, resignada, escuchando la alta voz de Malfoy seguida de las carcajadas de sus compañeros. Le encantaría ser capaz de hacerlo, pero no se creía capaz de hacerle frente de forma tan directa. Sentía que así solo empeoraría la situación. No era su modo de actuar ser tan impulsiva.

Malfoy siempre había sido un bravucón, si bien sus actos nunca habían tenido tanta trascendencia como en ese momento. Pero, en general, la situación tampoco era tan grave, simplemente era molesta. Se solucionaría en poco tiempo, en cuanto la profesora volviese a dar clase y se librasen de Binns. Siempre y cuando las cosas no se descontrolasen más de lo debido, claro.

Hermione tomó aire profundamente, auto-convenciéndose de que no le afectaría lo que esos botarates hicieran, y abrió su libro de Aritmancia para poder repasar, en el momento exacto en que Binns hizo acto de presencia.

El anciano profesor fantasma entró atravesando la pizarra, en silencio, y se sentó en su mesa, sin alzar la mirada siquiera y, aparentemente, sin darse cuenta de que no estaba solo en el aula. Revolvió con sus manos transparentes las hojas que ya tenía colocadas delante, sobre la mesa, y comenzó a corregir trabajos sin alterarse lo más mínimo ante el escándalo de sus alumnos. Malfoy y los demás continuaron con el mismo tono de voz exageradamente alto, sin inmutarse ante la presencia del profesor. Hermione miró a Binns con tristeza. ¿Es que acaso los fantasmas perdían el oído? ¿Por qué no les decía nada? ¿Por qué le daba igual que alborotasen?

—¿Qué vamos a hacer hoy, Malfoy? —exclamó un fornido chico de Hufflepuff, entusiasmado, y gritando como si el joven rubio se encontrase en lo alto de una montaña, a varios centenares de metros de distancia.

—He traído esto —respondió Malfoy, con voz satisfecha, mostrando algo que Hermione, que estaba de espaldas a ellos, no vio ni quiso ver. Habló también en voz más alta de la necesaria, pero al menos no tanto como para destrozar los tímpanos de Hermione.

Sus compañeros emitieron un grito de júbilo, provocando un escalofrío de temor a Hermione. Tanta emoción no presagiaba nada bueno.

—¡Una snitch! —gritó uno de ellos—. ¡Qué guay! ¿De dónde la has sacado?

—La he robado del equipo de Quidditch —respondió Malfoy, sin ocultar su chulería—. He pensado que podríamos divertirnos con ella. Y no es lo único…

Se oyó abrirse una cremallera, que Hermione imaginó que sería de la mochila de Malfoy, y todos volvieron a emitir gritos de emoción. La chica ya estaba sudando frío.

—¡Una quaffle! —exclamó otro de los alumnos, un escuálido joven de Ravenclaw. A Hermione se le terminó de helar la sangre—. ¡Esto va a ser genial!

Hermione no podía estar más en desacuerdo. De eso nada. Sintió una oleada de electricidad que le subió desde los pies hasta las puntas de su encrespado cabello, y que la hizo ponerse en pie de un salto, volviéndose hacia ellos bruscamente.

—¡Ni se os ocurra! —clamó, con el rostro contorsionado de rabia. El grupo enmudeció y se giró hacia ella, esbozando idénticas miradas de desprecio—. ¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡No pienso permitir que juguéis al Quidditch en un aula!

—Al Quidditch se juega sobre escobas, estúpida —espetó uno de los chicos, cogiendo la gran pelota marrón de manos de Malfoy—. Solo vamos a hacer unos pases con la pelota…

—¡Ni hablar! ¡Os lo advierto! —volvió a exclamar Hermione, avanzando un paso hacia ellos. Éstos solo se miraron entre ellos con descarada burla. El otro grupo de alumnos pacíficos solo contemplaba la escena con atención, inmóviles—. ¡Podéis hacer daño a alguien!

—Quítate de en medio, Granger —espetó otro chico, pasando por su lado y dándole un golpe con su hombro—. Vuelve a meter tus sucias narices en un libro…

Hermione sintió que su rostro irradiaba tanto calor que no le hubiera extrañado que sus cejas se chamuscaran. Se volvió, furiosa, y encaró a Malfoy. Éste estaba sentado sobre una mesa con los pies sobre otra, y contemplaba a Hermione con los ojos centelleantes y la boca torcida en una mueca de exasperación, como si la chica fuese una mosca especialmente molesta. Hermione lo señaló con el dedo índice.

—Malfoy, diles que paren inmediatamente —ordenó Hermione con voz clara y seca, sin dejar de mirarlo a los ojos—. Solo te obedecen a ti, y además eres Prefecto, así que es tu obligación pararlos. Te lo advierto.

Malfoy estiró sus labios en una maliciosa sonrisa de lado.

—¿Advertirme? ¿Y de qué me estás advirtiendo exactamente, sangre sucia?

Hermione recibió sus duras palabras sin inmutarse, y se limitó a abrir la boca para insistir con renovada firmeza, pero no oyó su propia voz. El barullo de la clase ahogó sus palabras. La juerga había comenzado.

Los alumnos alborotadores se habían dividido en dos grupos y, mientras algunos se entretenían intentando atrapar la snitch, sin ningún reparo en subirse a las mesas y sillas, los otros se pasaban la quaffle por los aires, haciéndola zumbar por el aula. Todo ello con la banda sonora de los gritos, los vítores, o los abucheos.

Hermione contempló la agitada escena sin poder creer lo que veía. ¿Es que se habían vuelto todos locos? Volvió de nuevo la mirada, escandalizada, hacia Malfoy. Éste fue de los pocos que permaneció sentado, aunque silbaba y gritaba como el que más a sus compañeros, con una amplia sonrisa de maliciosa satisfacción. Los alumnos vociferaban y saltaban de una mesa a otra, pasándose la quaffle con entusiasmo. Junto a Draco seguía Theodore Nott, sentado en la mesa de al lado, aunque él no emitía el más mínimo sonido. Seguía leyendo su libro, totalmente absorto, con expresión ausente. Casi resignada. Hermione admiró tanto el hecho de que pudiese concentrarse para leer, como el hecho de que estuviese leyendo en vez de alborotar como sus compañeros. Definitivamente la personalidad de aquel chico no tenía nada que ver con la de Malfoy, al menos en términos de sensatez. Draco no le prestaba la menor atención a su amigo, y a él tampoco parecía importarle.

—¡Malfoy, basta! —gritó de nuevo Hermione, para hacerse oír por encima de las voces, avanzando hasta posicionarse delante de él. Teniendo que elevar el cuello para mirarlo, estando él sentado sobre la mesa. Pero el joven rubio la ignoró descaradamente, mirando a sus compañeros y vitoreándolos a través de ella—. ¡Hablo en serio, haz que paren! ¡Malfoy!

El aludido no le hizo más caso del que Binns les hacía a ellos, de modo que Hermione se vio obligada a tomar medidas drásticas. Resoplando furiosamente, se llevó una mano a la túnica y sacó su delgada varita. La mirada de Malfoy se posó entonces en ella, y la chica apreció como sus facciones se tensaban, receloso. Dejando de sonreír y de vitorear. Sus ojos grises destellaron.

Pero la situación no fue más lejos.

Un sonoro golpe, que detuvo el corazón de Hermione durante dos segundos, resonó en la agitada aula. Algunas personas gritaron. Pero ya no eran gritos de alegría. Hermione abrió mucho los ojos mientras se giraba, buscando qué había sucedido. Una chica de Hufflepuff que se mantenía al margen del barullo, sentada en una de las mesas, se aferraba el hombro con una mano compulsivamente, conteniendo las lágrimas. Sus amigos la estaban rodeando, angustiados unos, furiosos otros. Todos fulminaban con la mirada a un chico de Slytherin que se encontraba cerca, y que también miraba a la chica, él con expresión perturbada. Los gritos en el aula habían cesado. La quaffle dio unos últimos botes en el suelo en medio del inesperado silencio, hasta detenerse a pocos metros de la chica de Hufflepuff. A Hermione no se le hizo muy difícil adivinar lo que había pasado. Nott por fin había levantado la mirada de su libro.

—¡Maldito imbécil, casi la matas! —gritó un chico de Hufflepuff, colocándose delante de su amiga, sacando su varita y apuntando con ella en dirección al desconcertado Slytherin culpable de lo ocurrido. Éste dio un respingo, recobrando la compostura, y se irguió orgullosamente.

—¡Ha sido un accidente! —exclamó, defensivo, aunque con un débil temblor en la voz.

—¡Si la puñetera quaffle no llega a rebotar en la mesa le podías haber roto el brazo, animal! —volvió a chillar el Hufflepuff, al cual se unieron otros compañeros, secundándolo a gritos. El Slytherin retrocedió un paso, viéndose acorralado. Los otros alborotadores se unieron en su ayuda.

—¡No es para tanto, joder, no le ha hecho nada! —gritó otro de ellos, señalando a la chica agredida con una mano despectiva.

—¡Yo sí que te voy a hacer algo, cabrón…!

—¡BASTA! —gritó Hermione, posicionándose entre ambos chicos, que parecían dispuestos a pelearse al estilo muggle. La joven señaló al chico de Hufflepuff que había hablado primero. No sabía su nombre—. Lleva a tu amiga a la Enfermería y diles lo que ha pasado…

—¡Ni se te ocurra contar la verdad! —gritó uno de los Slytherins, avanzando un paso—. ¡O habrá represalias! ¡Estáis advertidos!

El chico de Hufflepuff parecía dispuesto a liarse a puñetazos, pero una mirada de Hermione bastó para que cogiese a su amiga del brazo sano y la acompañase fuera del aula. Un par de personas de las que se mantenían fuera del bullicio también escoltaron a la joven, fulminando con la mirada a los alborotadores. Binns ni siquiera levantó su fantasmal mirada.

Hermione dio media vuelta y encaró a Malfoy de nuevo. Éste contemplaba la escena inmóvil, con los brazos cruzados y los ojos claros entrecerrados con suspicacia. No había movido ni un músculo. Hermione casi no pudo concebir el hecho de que seguía sentado. Ni siquiera había intentado comprobar el estado de aquella pobre chica.

—Malfoy, esto tiene que acabar —escupió Hermione, rabiosa. Aquellos ojos grises se centraron en ella—. Ya os habéis divertido bastante. ¡Esa chica podía haber acabado muy mal!

—¿Quién te crees que eres tú para darle órdenes a Draco? —le espetó uno de los amigos de Draco, con la misma expresión que tendría de haberle escupido.

Hermione estaba comenzando a temblar de cólera contenida. Y de desesperación. Y Malfoy se limitaba a mirarla con fijeza, con una diminuta sonrisa socarrona en sus finos labios; parecía estar disfrutando enormemente del enfurecimiento de la chica. A él todo parecía importarle un hipogrifo a la brasa. El dedo de Hermione tembló cuando lo alzó a modo de advertencia.

—Si creéis que voy a…

Un fuerte sonido ahogó sus palabras. La campana acababa de sonar; el aviso para la siguiente clase. Hermione sintió que la inundaban con agua fría. El examen. Tragó saliva y se enderezó en toda su estatura. Ahora no tenía tiempo de arreglar aquello. Tendría que solucionarlo en otro momento.

—Esto no va a quedar así, Malfoy. Hablaremos de esto —advirtió, mientras se dirigía marcha atrás hacia su pupitre para poder coger su mochila. Los pocos alumnos pacíficos que quedaban ya estaban saliendo por la puerta, abatidos y furiosos. Nott no tardó en seguirles, siendo el primero de los Slytherins en abandonar el aula, sin esperar a Malfoy y a los demás. Binns también se había ido, atravesando la pizarra.

La sonrisa cargada de malicia de Malfoy se hizo más evidente. Bajó de la mesa con un elegante y amplio movimiento, sosteniendo su peso en una mano sobre la superficie y utilizándola de punto de apoyo para dar un pequeño salto hasta el suelo.

—Me parece muy bien —contestó, con un tono dulce cargado de veneno. Estiró una mano y cogió su mochila, para después colgársela de un solo hombro—. Vete preparando el discurso, te dejaremos tiempo para pensarlo.

Dicho esto, miró directamente a sus colegas, los cuales lo estaban contemplando con atención, y arqueó una rubia ceja con arrogancia.

Como si eso fuera la señal que estaban esperando, todos sonrieron al mismo tiempo y se abalanzaron sobre la chica. De forma tan súbita que no tuvo tiempo de reaccionar. Uno de ellos le sujetó las manos a la espalda con mucha fuerza, mientras otro le arrebataba la varita, que aún conservaba laxa en su mano, de un rápido tirón. Se la lanzó a Malfoy, con una carcajada satisfecha. Éste la atrapó en el aire, exhibiendo sus reflejos de buscador.

Hermione se vio, en un abrir y cerrar de ojos, sola, desarmada y acorralada por Malfoy y sus secuaces. Sintió un poderoso vacío en el estómago.

—¿Qué se supone que estáis haciendo? —gritó a voz en cuello, forcejeando con todas sus fuerzas para librarse del agarre de aquel chico—. ¡Devolvedme la varita inmediatamente!

—Esto te quitará las ganas de imitar a San Potter e ir haciéndote la heroína por ahí —dijo Draco con voz peligrosamente suave, lanzando al aire la varita de la chica y recogiéndola con una mano.

—¡No se os ocurra tocarme! ¡Soltadme de inmediato! —aulló la chica, intentando darle una patada a uno de los chicos.

—Tus deseos son órdenes para nosotros, Granger —masculló Malfoy, todavía con una media sonrisa.

Acto seguido, movió bruscamente la cabeza señalando la puerta del aula. Sus secuaces comprendieron lo que se proponía. El que sujetaba a la chica la soltó con brusquedad, dándole un empujón que hizo que perdiera el equilibrio y cayese de espaldas al suelo. Y después siguió a sus amigos, que ya corrían hacia la puerta.

—Esto te enseñará a no meter tus feas narices donde no te llaman —sentenció la fría voz de Draco, posicionado junto al umbral de la puerta con los brazos cruzados, mientras sus colegas la cruzaban—. Ya nos veremos, Granger. O quizá no…

Antes de que la Gryffindor lograra siquiera incorporarse, Malfoy y los demás cerraron de un portazo. Hermione se puso en pie, trastabillando, y se lanzó hacia la puerta. Tiró de la manilla, pero estaba irremediablemente cerrada. El corazón le latía en los oídos. Sin pararse siquiera a pensar, su primer instinto fue aporrearla sonoramente con ambos puños.

—¿Malfoy? —gritó, con la voz una octava más aguda de lo normal—. ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Abre inmediatamente, no tiene ninguna gracia! ¡Malfoy!

—¡Eso te pasa por meterte en el camino de Draco Malfoy! —escuchó que decía la risueña voz de uno de los chicos a través de la puerta. El resto rieron a mandíbula batiente. Estaban ahí fuera. Riéndose de ella. Era inadmisible.

—¡Malfoy, ya es suficiente! ¡Estáis todos castigados! ¡Abrid la puerta de inmediato! —escuchó una nueva sarta de risas. Apretó la mandíbula con fuerza, y redobló sus intentos de aporrear la puerta—. ¡En serio, no te lo perdonaré! ¡Malfoy…! —la joven pegó la oreja en la puerta con la respiración entrecortada. Escuchó con más claridad las risas burlonas, al otro lado—. Maldita sea...

Hermione resopló con indignación y dio la espalda a la puerta. Miró alrededor, respirando aceleradamente y con el corazón latiendo violentamente. La snitch continuaba revoloteando por el aula, olvidada.

Sintió la angustia humedecerle los ojos. El examen. Tenía que salir de allí. Tenía que haber alguna otra salida… No, la puerta del despacho del profesor se cerraba siempre con magia. Y la otra única vía de escape era la ventana. Pero Hermione no era tan idiota como para tirarse desde la sexta planta de un inmenso castillo, sin varita. Tenía que intentar tranquilizarse y mantener la cabeza fría si quería salir de allí. Tenía que salir de allí. Pero la realidad la golpeó como si fuera una maza, arañándole el estómago sin compasión, llenándole el cerebro de algodón. No iban a sacarla de allí. Llegaría tarde al examen. O peor, no llegaría.

Sintió que no le llegaba el aire a los pulmones.

Los minutos del reloj seguían corriendo.

No podía estar pasando.

—¡MALFOY! —gritó Hermione, temblando de frenesí, lanzándose hacia la puerta y volviendo a aporrearla con ambos puños—. ¡MALFOY, POR DIOS, ABRE! ¡MALFOY, TENGO UN EXAMEN…!

—¿En serio? —escuchó que preguntaba la arrogante voz de Draco con seriedad tras la puerta—. Oh, bueno, en ese caso…

El corazón de Hermione dio un vuelco. Jadeando, dejó de golpear la puerta, y acercó la oreja a la superficie. Oyó que alguien toqueteaba la manilla y esbozó una sonrisa, aliviada e incrédula. Malfoy, contra todo pronóstico, parecía haber entrado en razón. Pero el sonido en la manilla cesó de súbito.

—¡Oh, qué lástima! —dijo la voz de Draco de nuevo, desde fuera—. Creo que… Sí, eso es, creo que no me apetece abrirte —dejó escapar una carcajada—. Ciao, Granger.

La chica creyó que su rostro explotaría sin remedio por la presión sanguínea que sintió ascender hasta él. Sus dedos se crisparon sobre la superficie de madera.

—¡MALFOY, MALDITO DEMONIO, ABRE LA PUERTA! —bramó Hermione, completamente enloquecida, volviendo a aporrear la puerta. Alcanzó a escuchar un puñado de pasos, lo cual indicaba que Malfoy y los demás se alejaban—. ¡VUELVE AQUÍ! ¡ME LAS PAGARÁS, MALFOY! ¿ME OYES? ¡MALFOY!

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó entonces una balbuceante voz conocida, desde el otro lado de la puerta— ¿Qué es este alboroto?

—¡SEÑOR FILCH! —gritó Hermione, casi mareándose de alivio, golpeando la puerta con menos desesperación. Intentando ahora llamar su atención—. ¡SEÑOR FILCH, SÁQUEME DE AQUÍ!

El conserje abrió entonces la puerta, asomándose al interior. La observó, furioso, con los ojos como platos y los carrillos temblorosos. El hombre tenía una fregona y un cubo en las manos, señal de que planeaba limpiar el aula una vez terminada la clase.

—¿Pero qué…? ¿Otra vez estáis destrozando esta aula? Os encanta martirizarme, ¿verdad, pequeños diablos? —escupió, con su ajada voz. La señora Norris estaba a sus pies, maullando amenazante como si secundase las palabras de su dueño. Los saltones ojos de Filch, rodeados de bolsas, se desviaron entonces al techo del aula—. ¿Eh? ¿Qué… qué hace aquí esta snitch…?

—¡Lo siento, señor Filch! —logró aullar Hermione en tono de disculpa, colándose al lado del conserje en el marco de la puerta. Salió del aula apresuradamente y echó a correr por el pasillo—. ¡Ya se lo explicaré!

Corrió todo lo rápido que pudo, casi dejando una estela a su paso por los pasillos y, milagrosamente, no llegó más que unos pocos minutos tarde al examen. Aunque éste ya había comenzado. Abrió la puerta e interrogó con la mirada a su severa profesora Vector, rogándole que la dejase entrar. Ésta la fulminó con la mirada.

—Hoy puede pasar —le dijo la inflexible profesora. Interceptándola en el pasillo central del aula, antes de que pudiera sentarse en su lugar. Todos los demás alumnos ya estaban sentados—. Pero que no se vuelva a repetir, ¿entendido?

—Lo siento muchísimo, profesora —aseguró la joven, ruborizada en su totalidad, y casi sin aire por culpa de la carrera. Sentía un pinchazo en el costado, que la perforaba con cada respiración. La mirada de todos sus compañeros fija en ella hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas por la vergüenza.

Mientras se sentaba en su pupitre, y sacaba tinta y una pluma con dedos temblorosos, Hermione se juró a sí misma que se vengaría de Draco Malfoy aunque fuese lo último que hiciera en su vida.

Y, para colmo, ese delincuente se había quedado con su varita.


¡Chan, chan! ¿Qué os ha parecido? 😊 Pobre Hermione, qué mal rato ha pasado 😂

Ojalá os haya gustado mucho, espero vuestra opinión con muchas ganas 😍

¡Muchas gracias por leer! ¡Un abrazo muy fuerte! 😊