¡Hola! ¿Cómo estáis? Y no es una pregunta por simple cortesía, lo pregunto de verdad, ¿qué tal estáis? 😥 Estamos viviendo momentos muy duros de enfermedad y confinamiento en muchos, por no decir en todos, los países, y espero de corazón que estéis lo mejor posible 🙏. Ahora que la gran mayoría debemos quedarnos en casa, vengo con un nuevo capítulo para intentar hacerlo más ameno y entretenernos 😊. De hecho, intentaré publicar también la semana que viene; si no puedo éste, al menos mi otro Long-Fic "Harry Potter y la Serpiente de Plata" 😊. Mi intención había sido publicar la semana pasada, pero he tenido algunas dudas existenciales respecto a este capítulo y me he retrasado un poco repasándolo, lo siento mucho 😅.
Muchas gracias de verdad a todos los que me habéis comentado en el anterior capítulo, me da un vuelco el corazón cada vez que recibo notificación de que hay comentarios nuevos ¡Sois un amor! 😍😍
Y mil gracias también, como siempre, a todos los que leéis, aunque no dejéis comentario; ojalá la historia os haya enganchado y continuéis aquí ¡gracias! 😍😍
Vamos, sin más dilación, a continuar con la historia. Ya es 31 de Octubre, la noche de Halloween, y, en Hogwarts, como todos los años, se celebra un gran banquete…
CAPÍTULO 5
La Noche de Las Brujas
El Gran Comedor brillaba con luz propia bajo la anaranjada iluminación de las lámparas con forma de calabaza que estaban mágicamente suspendidas bajo el techo transparente. A través de éste, se podían vislumbrar negras nubes que presagiaban tormenta, lo cual ayudaba aún más a crear el ambiente terrorífico que se precisaba para esa noche. Cientos de murciélagos revoloteaban sobre las cabezas de la gente, sin llegar a tocarlas. A pesar de la tenebrosa atmósfera de la fiesta de Halloween, los alumnos estaban realmente animados.
—Ron, ¿no crees que cinco pasteles de calabaza seguidos son suficientes? —dijo Harry, tratando de contener la risa—.Vas a explotar, hombre…
—O, por lo menos, come ahora algo diferente… Para ir variando —respondió Ginny, risueña, provocando risas en Harry.
—Degaz'e e pa' —espetó Ron, con la boca repleta de un delicioso bollo relleno con dulce crema de calabaza—. Ba'tante he agu'nta…
—No te esfuerces, no te entendemos —lo interrumpió Harry, sonriente, retirándose del párpado un trocito de bollo que su amigo le había escupido.
Ron tragó con dificultad, lo cual le costó varios angustiosos segundos, y repitió:
—Digo que bastante he aguantado mientras los fantasmas hacían su número de baile —se quejó el pelirrojo, blandiendo peligrosamente el tenedor, cargado con un nuevo bollo anaranjado—. Que Hermione no me ha dejado probar bocado mientras ellos daban vueltas y vueltas…
—Es cuestión de educación, Ron —intervino la aludida, limpiándose la boca con una servilleta—. Han ensayado mucho y se merecían que se les prestase atención. Y tú, cuando comes, no haces caso de nada más.
—¡Puedo hacer dos cosas a la vez, so lista! —refunfuñó Ron, metiéndose en la boca el pastelito entero y añadiendo algo más que fue ininteligible para los demás.
—Pareces un hámster —bromeó Ginny, conteniendo la risa. Su hermano la fulminó con la mirada, con las mejillas considerablemente abultadas, provocando un ataque de risa en Harry.
Hermione sonrió divertida, pero después devolvió la vista a su plato casi intacto. Reprimió un suspiro. Sentía un apretado nudo en el estómago que le impedía disfrutar de los deliciosos postres de Halloween. Le dolía la cabeza, y sentía como si llevase días sin darle un respiro a su cerebro. Y, técnicamente, así era.
Alzó la vista por décima vez, y volvió a escrutar la lejanía con la mirada. Recorrió la mesa más alejada de la suya una vez más, casi por inercia. Hermione tenía la inteligencia suficiente como para darse cuenta de que, si no había visto a Draco Malfoy las otras diez veces que lo había buscado con la mirada, accidentalmente, por supuesto, por casualidad, no iba a materializarse ahora. Pero no podía evitarlo. Era una especie de inesperada intuición que le advertía de que algo iba mal. Porque lo normal era que estuviese allí, con sus amigos. Disfrutando del tan esperado banquete de Halloween. Todos los alumnos aguardaban ese día, año tras año, con mucha expectación. Pero él no estaba. ¿No habría querido ir? ¿No estaría de humor? Si era así, ¿por qué? Bueno, eso… daba igual. Había cosas más probables. ¿Quizá se habría metido en problemas de algún tipo? ¿Estaría haciendo algún tipo de fechoría en algún lugar? ¿…O le habría pasado algo?
Cerró con fuerza los ojos, inhaló y exhaló con frustración, y volvió a abrirlos, tratando de serenarse. Se estaba comportando de forma ridícula. ¿A santo de qué estaba tan pendiente de lo que Malfoy hiciera o dejara de hacer? No solo se había visto obligada a pensar en él casi las veinticuatro horas del día con la intención de resolver el asunto de Runas Antiguas, sino que, además, ahora sus ojos lo buscaban. ¿Para qué? Para nada. Y eso era una pérdida de tiempo. Y a Hermione no le gustaba perder el tiempo. Ni la vida de Malfoy, ni nada relacionado con él, era asunto suyo. Y menos aún su bienestar. No se había preocupado por él en los casi siete años que hacía que lo conocía, y no iba a empezar a hacerlo ahora. Ese malvado patán no merecía que gastase más energía en él de la necesaria para soportarlo.
Últimamente estaba siendo más consciente que nunca de su presencia. Se había dado cuenta de que, cuando coincidían en algún lugar, una clase, un pasillo, o el Gran Comedor, se fijaba con rapidez en que el joven estaba allí. Con mucha más rapidez que antes. Era algo completamente fuera de su control. Y no le gustaba ni un pelo de sí misma. Porque sentía que, aunque era un gesto trivial por su parte, él no se merecía tener ese poder sobre su comportamiento.
La visión de los arrogantes ojos de Malfoy, mientras oprimía su cuello en el viejo despacho del aula de Runas Antiguas, se materializó en su retina con una claridad abrumadora.
El tenedor cayó sobre el plato con un fuerte tintineo. Su mano había perdido la fuerza que necesitaba para sujetarlo. Y ese sonido fue lo único que la despertó de su letargo. Hermione sintió como si hubiera estado sumergida en el agua y por fin ascendiese a la superficie. De pronto, fue capaz de volver a escuchar los ruidos del Gran Comedor. Y de volver a respirar. Se dio cuenta de que le temblaban las manos de rabia. Apretó los puños. Tenía que buscar la manera de hacer pagar a Malfoy por todos los problemas que estaba causando. Tenía que conseguirlo como fuese. Y tenía que dejar de buscarlo con la mirada.
De pronto se sintió muy cansada. Llevaba días prometiéndose a sí misma que encontraría una solución a todo el asunto de Runas Antiguas, pero no lo había hecho aún. Reflexionar durante tanto tiempo era agotador. Y, además, estando allí era incapaz de dejar de mirar continuamente la mesa de la Casa Slytherin. Por mucho que se esforzaba, no podía. Necesitaba salir de allí y reponerse.
—Chicos —llamó con toda la serenidad que pudo, mirando a sus amigos. Éstos dejaron su propia conversación sobre el baile que habían hecho los fantasmas, y la miraron—, voy a subir a acostarme. Estoy muy cansada.
—No tienes buena cara —corroboró Harry, mirándola ahora con inquietud—. Estás algo pálida, creo. Aunque igual son las luces… —miró hacia arriba brevemente, en dirección a las sonrientes y malévolas calabazas.
—Apenas has cenado —añadió Ron, mirando el plato casi intacto de su amiga. De pronto pareció asaltarle una horrible idea y exclamó con cara de susto—: ¿No estarás a dieta o algo así, no? ¡Eso es malísimo! Más te vale que no… El cuerpo necesita alimento, normal que estés cansada…
Hermione lo miró perpleja durante un instante ante semejante conclusión. Se le escapó una sonrisa resignada, pero se sintió sin fuerzas para responder. En cambio, una indignada Ginny lo hizo por ella.
—¿Qué te pasa en la cabeza? —espetó la joven pelirroja, mirándolo con incredulidad—. ¿Por qué diantres iba a hacer dieta Hermione?
Ron adquirió el mismo tono que la tarta de frambuesa que tenía en el tenedor, a medio camino de la boca.
—No quería decir que le hiciese falta… —balbuceó, ofendido—. Al contrario…
Hermione sonrió divertida ante su apuro.
—No te preocupes, Ron —aseguró, calmándolo—. Solo necesito descansar. No me siento bien, por eso no he cenado mucho.
—¿Quieres que te acompañemos? —ofreció Ginny, ladeando el rostro—. Podemos subir los dulces a la Sala Común y…
—Ni hablar, sería un lío —Hermione se puso en pie con entereza, saliendo con dificultad del banco—. Y no se puede comer en la Sala Común —dijo con censura, por inercia. Pero suavizó el tono al añadir—: Cenad tranquilos, de verdad...
—¿Quieres al menos que vayamos a ver cómo estás más tarde? —ofreció Harry, que seguía mirándola con inquietud—. Aunque no podemos subir a tu dormitorio…
Hermione sintió una oleada de agradecimiento hacia Harry. Él, y Ron, y también Ginny, eran los mejores amigos que pudiera desear. Y sintió una nueva oleada de rabia apretar su pecho al pensar que estaba renunciando a un agradable momento con ellos por culpa del malestar que Draco Malfoy le provocaba.
—No te preocupes, Harry, estoy bien —aseguró Hermione, mirándolo con afecto—. Dormiré como un tronco y os veré por la mañana. Estaré como nueva —prometió, tanto a ellos como a sí misma.
—Está bien, descansa, mañana nos vemos —le deseó Harry, despidiéndola con un gesto de la mano. Ron la despidió con el mismo gesto, pues volvía a tener la boca demasiado llena como para hablar.
La chica se dirigió a las puertas dobles, dispuesta a salir de allí. Antes de cruzar el umbral, tuvo un pequeño conflicto interior, y al final terminó dedicándole una última y atropellada mirada a la mesa de Slytherin. Alcanzó a distinguir a Theodore Nott y a Daphne Greengrass hablando, y a Crabbe y Goyle devorando ávidamente todo lo que estaba a su alcance. Pero, de nuevo, Malfoy brillaba por su ausencia. Se insultó mentalmente por haber vuelto a mirar donde no debía, y continuó su camino a grandes zancadas.
El camino hasta la Sala Común de Gryffindor se le hizo eterno. Los profesores permitían que la cena de Halloween se alargase algo más que una cena normal, de modo que ya era noche cerrada en el exterior. Los pasillos estaban envueltos en sombras que sólo desaparecían gracias a la luz de alguna antorcha ocasional. El aspecto del castillo era verdaderamente amenazador. El silencio presionaba los tímpanos, y sólo el ruido de sus zapatos rompía la calma de los vacíos corredores.
«No entiendo por qué no ponen más antorchas. O alguna bombilla», se dijo Hermione, mirando alrededor y tragando saliva al ver la sombra de una gárgola horriblemente distorsionada en la pared. En momentos como esos, echaba de menos la electricidad del mundo muggle. «Esto da miedo…»
De pronto, un potente y aterrador aullido llegó a sus oídos, provocando un grito agudo en la chica. Acto seguido, una gran sombra blanca se precipitó sobre ella, salida de Merlín sabía dónde, y Hermione, como un acto reflejo, le dio la espalda y se cubrió la cabeza con los brazos, cerrando los ojos con fuerza. Oía claramente los latidos de su corazón en los oídos. Se quedó sin respiración. Todo quedó en silencio… Y ella aguardó, con el cuerpo en tensión, a que llegara un golpe, una puñalada, algún tipo de dolor… Pero no ocurrió nada. Después de varios segundos de pánico y estupor, escuchó una clara carcajada salvaje más que conocida.
—¡Peeves! —se enfureció la chica, abriendo los ojos. Alzó la mirada y constató que el poltergeist, con un sombrero de cascabeles y pajarita naranja, flotaba sobre ella riéndose a mandíbula batiente—. ¡Asqueroso, casi me da un ataque!
—¡Es la noche de las brujas, ¿no?! ¡Y la gracia está en asustar a la gente! —exclamó el hombrecillo sin dejar de reír, dando piruetas en el aire y agitando sus cascabeles.
—Idiota—farfulló la joven amargamente, llevándose una mano al corazón y notándolo horriblemente acelerado—. Sigo sin comprender por qué Dumbledore no te echa de aquí…
—¡Ya eres la segunda que pica! —siguió desternillándose Peeves—. ¡El pelo de ese rubio estirado casi se pone blanco del todo!
Hermione respiró hondo para tranquilizarse, pero de nuevo sintió que el corazón le daba un vuelco.
¿Rubio estirado?
—¿A quién has asustado, Peeves? —preguntó, sin poder contenerse.
El pequeño fantasma se acercó al techo y se colocó bocabajo, fingiendo caminar por él.
—Un alumno de Slytherin que está en el cuarto de baño del sexto piso. No lo estaba usando, en realidad no sé qué hacía ahí. Creo que nada. ¡Observar a los Murtlaps!
—¿Hace mucho tiempo de eso? —insistió Hermione, sin pararse a pensar en lo extraño que resultaba tanto interés por su parte. Pero Peeves no pareció darle importancia.
—Un rato… Cuando ya había comenzado el banquete. ¡Por la tarde he podido asustar a otros dos alumnos de Hufflepuff! Pero ahora todo el mundo está cenando y no hay nadie… Me aburro… ¡Voy a buscar a alguien más! ¡Estoy puliendo cada vez más mi voz de fantasma aterrador!
Y, tras soltar una fuerte carcajada, se alejó volando a toda velocidad.
Hermione frunció el ceño. ¿Un Slytherin rubio, y estirado, que estaba solo en un baño sin hacer nada? Sonaba muy sospechoso. Y la probabilidad de que fuese Malfoy era considerablemente alta.
Se cruzó de brazos en medio del pasillo. Iba a volverse loca. ¿Sería ese el momento ideal para espiar a Malfoy? ¿Estaría haciendo algo ilegal con lo que ella pudiera chantajearle para que dejase de molestar en Runas Antiguas? No era, ni de lejos, lo más honrado, pero era una opción. La paz, a veces, podía costar cara; y la paz en el aula de Runas Antiguas era más que necesaria. Y su paz mental, también.
Había pocas posibilidades de que alguien apareciese, casi todo el mundo estaba en el banquete. ¿Conseguiría echar un vistazo a lo que fuera que estuviese haciendo?
Tras dar un par de pasos vacilantes hacia delante, sacudió la cabeza, frustrada. Giró en redondo, y se dirigió directa a las escaleras que subían al sexto piso. Afortunadamente, no se encontró con nadie de camino a él, hasta que por fin se detuvo jadeante frente a la puerta de los baños masculinos. No había tardado demasiado, había procurado darse prisa. Eran los únicos baños de esa planta, de modo que, si no se había ido, seguiría ahí dentro.
Respiró hondo al estar frente a la puerta de madera. El corazón le latía con fuerza en la garganta. No se escuchaba absolutamente nada. Se acercó más a ella, y pegó la oreja en su superficie. Silencio. De pronto, escuchó el sonido de un grifo abriéndose. Hermione se sobresaltó, conteniendo el impulso de alejarse de la puerta. Pero unos segundos después el grifo se detuvo de nuevo súbitamente, desconcertándola. Y de nuevo volvió a abrirse, durante dos segundos, para volver a cerrarse.
« ¿Qué diantres hace ahí dentro? »
Sintió la garganta seca, y lo poco que había comido se le revolvió ligeramente en el estómago. Ella no estaba acostumbrada a romper las reglas, y menos aún con un fin tan rastrero como era el de chantajear a alguien. Pero finalmente respiró, decidida, y abrió la puerta con mucho cuidado para asomarse.
El baño estaba levemente iluminado por un par de faroles. Como en todos los baños del castillo, excepto el de los Prefectos, en el centro, formando un círculo, se encontraban los lavabos y sus correspondientes espejos. Y, en la parte izquierda de la estancia, los cubículos de los retretes. El resquebrajado espejo que había frente a ella le devolvió una imagen de sí misma multiplicada por cinco. Alcanzó a ver lo pálida que estaba. A sus pies, en el encharcado suelo, había un cubo de color verde botella, por cuyo borde colgaban unos guantes de piel de color marrón, y asomaba un mango de madera de algún artilugio que no alcanzaba a identificar. Un desgastado cepillo, también de madera, se encontraba junto al cubo.
Al no ver a nadie, se atrevió a entrar. De nuevo escuchó el ruido de un grifo abriéndose, y se sobresaltó. El chorro del agua se oía ahora con claridad, y además amplificado por las baldosas de las paredes, y parecía provenir de la zona que ella no veía del círculo de lavabos. Con el corazón bombeando sangre a toda velocidad, avanzó con todo el sigilo del que fue capaz, intentando ver lo que había al otro lado. Inclinaba la cabeza con cuidado, intentando no ser vista. Echaría un vistazo y se largaría. Estaba deseando hacerlo.
Hasta que, de forma brusca, Malfoy salió de detrás de los lavabos, con aspecto distraído. Y caminó directo hacia ella con paso firme. Y sus ojos la enfocaron irremediablemente.
Mierda.
Hermione no pudo contener un grito de asombro, y retrocedió dos pasos, cubriéndose la boca con las manos. Malfoy, por su parte, pareció palidecer, si es que cabe, varios tonos. Dio un salto hacia atrás de pura sorpresa, y sus caros zapatos resbalaron en el suelo mojado, haciéndolo tambalearse de forma poco elegante. Consiguió agarrarse al lavabo para no terminar en el suelo.
Hubo tres segundos de absoluto silencio, cargado de consternación por ambas partes. Malfoy la miraba como si fuese la última persona que esperaba ver allí, reacción que no era de extrañar. Ella, por su parte, se maldijo en su mente con diversas palabrotas. No se había esperado que el chico la descubriese tan descaradamente. ¿Cómo podía ser una espía tan nefasta?
—Merlín, Granger… —logró articular Draco con voz jadeante. Se llevó una mano al pecho y cerró los ojos un instante, para calmarse—. Joder, qué susto… ¿Hoy os habéis propuesto todos matarme? Primero ese puto poltergeist y ahora tú… ¿Qué diantres haces aquí?
La chica todavía se mantuvo callada unos segundos. Estaba congelada. Tenía la mente en blanco. ¿Y ahora qué?
—He… escuchado el grifo —balbuceó, con poca convicción—. Y creía que se había abierto solo. Como todo el mundo está cenando… No sabía que estabas aquí —enmudeció un segundo, sopesando sus propias palabras, y le pareció que sonaban convincentes. Más o menos. Se calmó un poco y se atrevió a encararse con él prudentemente—: ¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué no estás en el banquete?
Malfoy torció el gesto. También se había recobrado parcialmente de la impresión. Se enderezó, recuperando su aplomo.
—¿A ti qué te parece que hago, estúpida? —masculló con desdén. Pero Hermione alcanzó a notar algo de nerviosismo en su voz. Como un niño al que hubieran pillado haciendo algo de lo que no se sentía orgulloso. La joven miró a su alrededor. Varios de los lavabos estaban húmedos y brillantes, y, el que estaba más cerca de Draco, tenía jabón en su superficie y un trapo sucio colgando del borde. Por primera vez, prestó atención al atuendo del chico: se había quitado la túnica del uniforme, quedándose únicamente con los pantalones, la camisa blanca, la cual se había remangado hasta los codos, y el jersey sin mangas habitualmente usado en época invernal.
—¿Estás limpiando los baños? —preguntó la joven, con genuino desconcierto. Eso era, de lejos, lo último que hubiera imaginado.
—Estoy castigado —corrigió él, lacónico. Pasó al lado de ella, para acercarse al cubo que estaba cerca de la puerta y coger el cepillo—. Por cortesía de la estúpida de McGonagall.
—¿Por qué? —se le escapó preguntar a Hermione, ignorando el insulto a la Jefa de su Casa. Estaba sola, con un Malfoy castigado que la había pillado de pleno espiándole, y lo último que le convenía hacer era provocar una pelea. Por su propia seguridad.
Malfoy soltó una risotada mordaz, mientras volvía a los lavabos con el cepillo en la mano.
—No te hagas ilusiones, no es por lo de Runas Antiguas —replicó con sorna, mirándola a los ojos con un brillo malévolo. Hermione frunció los labios, decepcionada—. He faltado a algunas de sus clases, eso es todo.
—¿Y estás limpiando los baños? —se extrañó la chica, mirándolo con recelo—. ¿De forma muggle? ¿Tú? Conociéndote, me parecería más lógico que te hubieras escaqueado…
Él la miró con abierto menosprecio.
—Conociéndome. Cómo si tú me conocieses de algo, Granger... Pero me veo moralmente obligado a indicar que no ibas desencaminada: he estado aquí una hora sin mover, efectivamente, ni un dedo, hasta que ese fósil de McGonagall ha venido a vigilarme y me ha prometido —ironizó con énfasis— que, si no dejo esto como los chorros del oro al estilo muggle, me hará limpiar los baños de vuestra torre —sonrió a la joven con una dulzura que daba miedo—. Y no pienso limpiar la mierda de un Gryffindor. Antes me tiro torre abajo.
Hermione se cruzó de brazos. Calibrando la veracidad de su historia. Que parecía ser mucha. Se sentía decepcionada. Ahí no había nada que utilizar contra el chico, estaba perdiendo el tiempo. Dada la reputación de Draco Malfoy, estar castigado limpiando lavabos al estilo muggle no iba a destruirlo. Todo el mundo sabía que un castigo de McGonagall era… un castigo de McGonagall. Y más valía cumplirlo. Nadie lo juzgaría. Maldijo su poco olfato para recabar información.
—¿Quieres saber algo más? —espetó el joven con sarcasmo, al ver que se quedaba callada. Dejó el cepillo sobre uno de los lavabos y alzó ambos brazos, como si el espectáculo hubiera terminado—. ¿Quieres ir a buscar un té para contemplar cómo limpio mierda como si fuera un sangre sucia cualquiera?
Hermione cerró los ojos y suspiró. La megalomanía de ese chico la agotaba sobremanera. Pero… quizá pudiese aprovechar el viaje hasta allí.
Su cerebro se puso a trabajar. Quizá el destino había querido que lo encontrase en ese baño. Quizá pudiese hacer un segundo intento de hablar, y solucionar de una vez por todas el tema de Runas Antiguas como adultos. Malfoy, a pesar de estar de mal humor, lucía bastante más calmado que cuando lo encerró en el despacho después de la accidentada partida de Gobstones. Quizá fuese más razonable esa vez. No tenían prisa; no estaban todos sus compañeros esperando fuera, ni iba a sonar el timbre que pusiese fin a la clase. Tenían todo el tiempo del mundo, básicamente porque él no podía escapar de su castigo.
Hermione abrió los ojos y lo contempló, sopesándolo. No era ningún idiota. En fin, era idiota. Pero no esa clase de idiota. Malfoy era… La forma de expresarse, de razonar ciertas cosas, incluso su habilidad para sacar partido a todo en su beneficio, revelaba que era una persona inteligente. Aunque esa inteligencia no se utilizase nunca para el bien común.
¿Cómo apelar a una madurez que el chico no demostraba jamás que tenía? ¿Cómo podía hacer que la escuchase?
No tenía muchas esperanzas. Ninguna, en realidad. Pero no perdía nada por intentarlo de nuevo.
—Ya que has sacado el tema de Runas Antiguas —sentenció la chica, mirándolo atentamente—. Y, aprovechando que estamos solos, y no puedes huir de aquí… —se atrevió a esbozar una sonrisa sarcástica a la que el chico correspondió entrecerrando sus ojos con recelo—. Quiero decirte un par de cosas.
Malfoy puso los ojos en blanco y emitió un hondo suspiro. Se alejó más, hastiado, volviendo al lavabo que estaba limpiando.
—Maldita sea, ya estoy castigado, Granger. Y este castigo no incluye tus sermones. Así que mejor lárgate de aquí.
—No hasta que me escuches —insistió ella, acercándose un paso—. Malfoy, lo de Runas Antiguas tiene que acabar. Y tú lo sabes.
Él emitió un gruñido de profunda desesperación. Se pinzó el puente de la nariz con dos dedos.
—Cómo puedes llegar a ser tan agotadora… Granger, si ya te aguantaba a duras penas cuando apenas hablábamos, imagínate ahora —la miró de soslayo con desdén—. Deja ya el tema, porque se está volviendo aburridísimo. Te lo digo una vez más: no es para tanto. Es solo un juego estúpido. Nos estamos divirtiendo.
—No, Malfoy. Estáis creando problemas, y no permitís estudiar. Estáis molestando a nuestros compañeros. Y tú, precisamente tú, eres Prefecto. Estás creando una imagen equivocada de lo que significa ser Prefecto. Estás haciendo que los alumnos dejen de creer que somos un ejemplo a seguir, y, además, estás minimizando mi autoridad, menospreciándome.
A Malfoy se le escapó una carcajada.
—No sabes cuánto lo siento —sentenció con falsa solemnidad, sin molestarse en contener la risa, llevándose una mano al pecho—. ¿Has terminado ya?
—Te doy un ultimátum —añadió Hermione con firmeza, como si no lo hubiera oído—. No quería causarte más problemas; ya tienes suficiente con lo tuyo —señaló el lavabo con un gesto, cosa que, por primera vez, borró la sonrisa del rostro del chico—. Error por mi parte, dado que no merecías que fuese tan considerada contigo, pero esto no puede seguir así. Para la próxima clase de Runas Antiguas, todos tus jueguecitos tienen que haber terminado. Controla a nuestros compañeros; se han envalentonado y solo te obedecen a ti. Hazlo, o se lo diré al director, Malfoy, te lo aseguro.
Draco se mantuvo callado. Ahora la estaba mirando con seriedad desde el metro de distancia que los separaba. Sin parpadear. La chica, por primera vez desde que había comenzado la conversación, sintió una punzada de temor. Su actitud burlona era más que habitual en él, pero esa seriedad de pronto la inquietó. Sabía manejar al Malfoy malhumorado. Y al Malfoy petulante. Pero el Malfoy callado era un terreno nuevo que explorar.
—¿Con que esas tenemos? —pronunció él entonces con aspereza. Serio. Muy serio. Mirándola fijamente—. ¿Te doy lástima? ¿Es en serio, Granger?
—¿Perdón? —musitó la joven, desconcertada. Parpadeando.
—Acabas de decir que no me denuncias a los profesores porque ya tengo suficiente con lo mío —repitió él. Y pudo apreciarse cómo la irritación se apoderaba de su impávida voz—. ¿De verdad soy yo el que te da lástima a ti? ¿Quién te crees que eres para compadecerte de mí, sangre sucia? ¿Quién te ha engañado para que hayas desarrollado esa soberbia? ¿Crees acaso que el hecho de ser una estúpida Gryffindor, la Casa de los valientes, y la amiguita de San Potter, salvador de este universo y del vecino, te da derecho a creerte superior a mí? Deja de ponerte en ridículo.
—Yo no he dicho nada de eso —corrigió Hermione, tensa, con voz serena. No le estaba gustando nada hacia dónde iba la conversación.
—Oh, pero lo piensas —él se apoyó en el lavabo, observándola de forma calculadora, como si la viese por primera vez—. Tienes el valor de creerte todo eso. Por eso tienes esa fijación por mí de repente. Para ti, soy un ser molesto, que no está a la altura de las almas puras que sí tienen tus amigos, y que encima altera tu perfecto mundo de normas y estudios. Y te mueres por conseguir que yo te obedezca, manipularme a tu antojo como haces con todo tu entorno. Pero, claro, tú eres una buena persona —casi escupió las palabras—, y te estás muriendo de rabia porque no puedes enfrentarte a mí y seguir siendo una niña buena. No tienes forma de hacer que te obedezca por las buenas, sabelotodo, y por eso estás tan obsesionada conmigo que me asaltas en cualquier sitio que me encuentre —Hermione, aunque no quería, estaba sintiendo más y más calor en sus mejillas—. Soy la horma de tu zapato y seguiré siéndolo, Granger. Si consideras que lo que hago merece estar en conocimiento del director, no sé a qué esperas para decírselo. Pero, eso sí, atenta después a las consecuencias.
—Malfoy, no me das ningún miedo —logró replicar Hermione, todavía con serenidad. Aunque su corazón estaba machacándose sus costillas—. No sé a qué viene todo esto, pero lo estás diciendo todo tú solo. Ya te lo he dicho: si no te he denunciado ante Dumbledore antes es porque creía poder apelar a tu buen juicio y a tu madurez, y no por miedo a tus represalias. No te hubieran elegido Prefecto si no tuvieras ambas cosas, o eso pensaba.
Draco dejó escapar una nueva carcajada descreída y se pasó la lengua por los dientes. Como si no pudiera creer lo que oía.
—Ahí está de nuevo la soberbia de los Gryffindors —escupió con desdén, casi burlón—. Encima me sales con eso. Compasión. Te han comido la cabeza de tal manera que te crees con derecho a mostrar compasión por mí…
—¿Tú vas a hablarme a mí de comer la cabeza? —espetó ella, sin poder contenerse. Incrédula. La rabia cruzó el rostro de Malfoy. Sustituyendo la burla.
—No te atrevas tú a hablarme de nada, Granger —siseó, rabioso—. No tendría por qué estar siquiera soportando tu presencia. Si Hogwarts fuese un colegio mágico como Merlín manda. No me queda otra que soportarte, pero no pienso permitir que una sangre sucia inmunda, lo más bajo del escalafón, tenga la vergüenza de intentar ser considerada conmigo.
Hermione tomó aire lentamente, intentando relajarse y no caer en su juego de provocaciones. Sacudía la cabeza casi imperceptiblemente, desconcertada ante lo que escuchaba.
—Por Merlín, Malfoy, ¿cómo puedes pensar así? —protestó, cuando recuperó el habla. Estaba perpleja—. Lo único que te estoy diciendo es que, a pesar de lo mal que te estás comportando, estoy intentando no causarte mayor daño. Podrían expulsarte por lo que estás haciendo. ¿Tan… —buscó desesperadamente una palabra que expresase lo que pensaba— humillante te resulta que una sangre sucia sea "amable" contigo? Amabilidad, Malfoy, por el amor de Dios…
Él no contestó. Sus ojos parecían más profundos de lo normal. Estaba increíblemente tenso. Ahora parecía ser él quien estaba perplejo. Como si no pudiese entender que alguien fuera tan estúpido.
—¿Sabes lo que te digo? —preguntó él de pronto, mortalmente serio—. Que creo que necesitas que te recuerde en qué consiste nuestra relación. Porque pareces haber olvidado quién soy yo, y quién eres tú.
Hermione parpadeó, y lo miró con desconfianza. Tentada a retroceder.
—¿De qué hablas? —preguntó, intentando hablar con aplomo.
Draco avanzó entonces hasta ella, plantándose delante en apenas dos zancadas. Hermione sintió que se le aceleraba el pulso al instante. Se tensó visiblemente, preocupada ante la desconocida cercanía con ese chico, pero se obligó a no moverse. No estaba acostumbrada a tener a Draco Malfoy tan cerca. Ni siquiera sabía qué parte de él mirar. Alzó finalmente la mirada, buscando la de él. Suponía que su rostro era la mejor opción. Pero sus ojos eran la peor parte. Era difícil sostener su gélida y dura mirada. A pesar de la belleza de la plateada superficie de sus iris.
Una parte de su cerebro le gritaba que saliese de allí de inmediato. Que su proximidad no podía presagiar nada bueno. La otra parte le hizo notar que el chico olía a jabón, posiblemente con el que estaba limpiando el baño. Un detalle muy humano. Era bastante más alto que ella, cosa que la intimidó ligeramente. La incomodó sentirse tan a su merced, sin su varita en la mano lista para defenderse. En un enfrentamiento físico podría con ella, estaba segura.
—Saca tu varita —le espetó él, sosteniéndole la mirada sin esfuerzo. La chica tragó saliva por acto reflejo. Se dio cuenta entonces de que tenía la garganta seca. La última petición que se hubiera esperado.
—¿Qué? —consiguió decir, aunque su voz sonó ligeramente ronca. Apenas reverberó en los azulejos del baño.
—Saca tu varita —repitió lentamente, en voz baja, seria y controlada. Apenas parpadeaba, y a Hermione le estaba costando cada vez más sostenerle la mirada. Eran dos carámbanos de hielo que la perforaban hasta la nuca.
Sin saber qué esperar, y sin dejar de mirarlo, la chica metió su mano derecha en el bolsillo de la túnica y sacó su varita. De hecho, casi lo agradecía. Se sentía bastante más confiada así. Él estaba castigado a trabajar como un muggle, de modo que no tendría su varita encima, estaba segura. Draco despegó por fin sus ojos de los suyos y bajó la mirada. Hermione rodeó el mango con más fuerza, decidida a no permitir que se la quitase si esa era su intención.
Pero Draco adelantó su mano izquierda y la colocó sobre el dorso de la mano de la chica, en un sutil pero firme agarre. Como si quisiera tocarla lo menos posible pero aun así intuía que opondría resistencia y debía contrarrestarla. La chica aferró la varita todavía con más fuerza, frunciendo el ceño con un sobresalto. Pero él no pensaba quitársela. Se limitó a guiar su mano para que la varita se alzase y apuntase a su garganta, la de Draco. Después la soltó al instante.
Hermione parpadeó, sin entender nada. Sin saber qué decir. ¿Por qué se auto-apuntaba con la varita de la joven?
De pronto, una espeluznante sonrisa iluminó el rostro de Malfoy. Se estaba burlando de ella.
—Así está mejor, Granger —sentenció, con cruel sorna—. Este sí es nuestro estilo. Todo lo demás, está en tu estúpida cabeza.
—¿Pero qué…? —farfulló Hermione, pasando su mirada del rostro satisfecho de él a la varita—. ¿De qué… de qué diantres hablas? ¿Has perdido el juicio? —separó la varita a toda velocidad de su cuello y la ocultó como por acto reflejo tras su cuerpo—. ¿Qué pretendes?
—Ponerte en tu sitio —espetó Draco, ya sin sonreír—. Déjame que te lo explique de nuevo, Granger —negó con la cabeza, como si ella le inspirase lástima—. Esto es lo único que podemos hacer el uno por el otro: matarnos. Cualquier otro tipo de interacción está fuera de lugar. Toda esta conversación no debería estar sucediendo. Yo soy descendiente de una larga sucesión de sangre limpias, y tú una simple e insignificante sangre sucia que nunca debería haber conocido siquiera el mundo mágico. Así que denúnciame a Dumbledore, o haz lo que te venga en gana. Me trae sin cuidado. Me traes sin cuidado. Aquí en Hogwarts, lamentablemente, tengo que soportar tu presencia; pero cuando salgamos, si llegase a verte… Te mataré, sangre sucia. Estás entre las primeras de mi lista. Somos las dos caras de una moneda. Enemigos naturales. Así es como han sido siempre las cosas, por mucho que estúpidos idealistas como Dumbledore se empeñen en lo contrario.
—Eres un… —consiguió articular Hermione, ofuscada. Le temblaban las piernas—, extremista… un sádico…
—Y tú una estúpida ilusa que ha conocido nuestro mundo por culpa de idiotas idealistas que no representan a la sociedad mágica, y que encima cree saber más que los que llevamos aquí toda la vida —escupió él, sin mesura. Extendió ambos brazos, fingiendo rendirse, de nuevo con la burla brillando en su rostro—. Vamos, Granger, ¿no soy tan molesto? Pues acaba conmigo de una vez. No hay testigos. Desarmado y solo, no tendrás otra oportunidad mejor. Cumple los sueños de San Potter y el pobretón de Weasley y el resto de tu absurda Casa Gryffindor. Ya conoces el conjuro, sangre sucia. Mátame si te atreves. Si eres tan valiente como tu Casa presume siempre.
—¿Estás mal de la cabeza? —estalló ella con el rostro crispado. Retrocedió dos pasos sin darse cuenta. Sin dejar de mirarlo—. ¡No soy ninguna asesina, Malfoy! ¡La valentía no tiene absolutamente nada que ver con asesinar a alguien!
Draco torció el gesto, aún con burla en su mirada.
—Discrepo. Lo que pasa es que tú —añadió con más ímpetu, señalándola con un dedo acusador— eres una bocazas. Te quejas sin parar de lo que hago en la clase de Runas Antiguas, pero no eres capaz de denunciarme a ningún profesor, escudándote en que eres buena persona y no quieres causarme problemas —soltó una seca carcajada—. Pero lo que en verdad ocurre —esbozó una media sonrisa, seguro de sí mismo—, es que no tienes agallas para hacerlo. Como tampoco tienes agallas para matarme, ni las tendrás nunca, a pesar de lo mucho que me odias. Eres patética.
—¡Eres un… eres…! —intentó articular la joven, ciega de indignación. Los nudillos comenzaban a ponérsele blancos.
Malfoy resopló y puso los ojos en blanco ante sus balbuceos. Se apartó de ella y le dio la espalda, volviendo al lavabo.
—No me vengas ahora con que todo esto no lo sabías. Serás muchas cosas, pero no eres tan necia, Granger. Pero sí muy molesta. Así que, ahora, lárgate. Vete corriendo a ver al viejo Dumbledore, o a donde te dé la gana, y cuéntales a todos lo de Runas Antiguas —la miró de nuevo, con unos ojos que de pronto relucían maldad—. Pero deja de creerte con derecho a darme sermones.
Hermione alzó de pronto su varita de nuevo, y lo apuntó con ella. Malfoy enmudeció por el inesperado movimiento. Sus ojos se encontraron. No respiraron.
—Eres… lo peor, Draco Malfoy —sentenció Hermione con frialdad, temblando de rabia aún más que antes. Pero su voz sonaba firme. Malfoy no apartó sus ojos claros de los de ella—. Piensas cosas demasiado extremas, te han lavado el cerebro desde que eras muy pequeño. Soy sincera cuando digo que he intentado apelar a tu sentido común para no incluir a los profesores. Por eso estoy aquí, intentando hablar contigo. Y, sin embargo, tú te burlas de mí pidiéndome que te mate, y me dices que me matarás algún día. Eso es… —entrecerró los ojos para impedir que las lágrimas los anegasen. Sus labios se fruncieron, conteniendo un sollozo rabioso. Los ojos de Malfoy se abrieron aún más, expresando una disimulada sorpresa. Hermione bajó la varita—. ¿Quieres saber una cosa? No pienso decirle nada a Dumbledore. Ni tampoco pienso volver a apelar a un sentido común que no tienes. Voy a detenerte, y me traen sin cuidado tus amenazas. Ahora esto es algo personal.
La chica se dio la vuelta en el resbaladizo baño y salió por la puerta, cerrándola tras de sí de un sonoro portazo. Avanzó a toda prisa por el oscuro pasillo, esta vez ya sin detenerse a observar lo amenazador que resultaba. Lo ocurrido en el cuarto de baño la había asustado más que el pasillo más aterrador.
Estaba tan harta de todo eso: de ser quien era en una sociedad que siempre la vería diferente, de la estúpida importancia de la pureza de sangre en el mundo mágico, de Draco Malfoy, de sus prejuicios, de sus insultos, de sus amenazas, del horrible testimonio que acababa de hacerle y que resonaba en su mente…
"Eso es lo único que podemos hacer el uno por el otro: matarnos. Cualquier otro tipo de interacción está fuera de lugar. Toda esta conversación no debería estar sucediendo..."
Sin siquiera darse cuenta del camino que había tomado, llegó a la entrada del retrato de La Señora Gorda, casi sin resuello. La mujer pintada al óleo la contempló con curiosidad. A juzgar por su expresión, debía de presentar un aspecto preocupante; sabía que sus ojos estaban anegados en lágrimas, notaba su nariz moquear y su rostro arder. Pero se negaba a llorar.
—¿Va todo bien, querida? —preguntó La Señora Gorda, preocupada.
—Sopa de arándanos —pronunció Hermione simplemente, con voz ahogada.
El cuadro se abrió de inmediato y la chica atravesó la entrada rápidamente, adentrándose en la silenciosa y oscura Sala Común. Aún no había nadie allí. Todos los alumnos debían estar todavía cenando en el Gran Comedor. Sin detenerse, subió los escalones a toda prisa y se adentró en su desierta habitación. Cerró la puerta tras de sí y apoyó la espalda en ella, deteniéndose por fin, jadeando sonoramente. Un par de las lágrimas desbordaron sus ojos y escaparon sin remedio, resbalando por su piel. Pero ella las rechazó con un puño, antes de que resbalasen más allá de su barbilla.
No quería llorar por Malfoy. No podía llorar por alguien como él. No podía permitir que le hiciera daño. No se merecía tener el poder de hacerle daño.
Tragándose las lágrimas que amenazaban con abrasarla por dentro, avanzó lentamente hacia su cama y se sentó en la orilla. No se molestó en encender ninguna luz. Crookshanks dormía sobre la colcha, hecho un ovillo de color canela. Hermione se frotó la nariz con el dorso de la mano y respiró hondo. Intentó tragar saliva pero su boca estaba seca.
"Te mataré, sangre sucia... Estás entre las primeras de mi lista."
—Estás completamente loco, Draco Malfoy —articuló Hermione en la oscuridad. Y ahora sí dejó caer, sin darse cuenta, dos lágrimas que quemaron su piel.
Madre mía, Draco se ha quedado a gusto jajaja 😳. Vaya barbaridades le ha soltado a la pobre Hermione 🙈. Hasta le ha dicho que la matará si se la vuelve a encontrar al acabar la escuela… 😱😱. La pobre se ha quedado afectada, normal. Pero es orgullosa y no va a llorar por él, o al menos lo va a intentar. Pobrecita mía…
Es que a quién se le ocurre… Hermione, querida, Draco no tiene sentido común, ¿cómo piensas que va a reaccionar al decirle que estás haciendo lo que sea "por su bien"? 😂 Te odia y es un cabezota, no va a ser razonable. No va a dejar de hacer lo que le da la gana por las buenas 😂.
En fin, han pasado varias cosas interesantes. Por un lado, Hermione se ha dado cuenta de que está fijándose más que antes en la presencia de Draco en todas partes. Interesante 😏. Por otro lado, ha intentado espiarlo para ver si descubría algo con lo que chantajearle… pero le ha salido el tiro por la culata 😅. Después de la fuerte discusión que han tenido, ¿qué creéis que hará Hermione ahora? ¿Seguirá con la idea de espiarle, lo denunciará ante Dumbledore, aunque ha dicho que no lo hará, o se rendirá? Lo descubriremos próximamente jajaja 😎 (qué mal se me da crear intriga 😂😂)
Dejadme saber qué os ha parecido. He tenido bastantes dudas con este capítulo, me ha costado escribir la discusión entre ellos. No estaba muy segura de cómo enfocarla, y no sabía si había quedado clara la posición de Draco. Espero que sí 🙈
Contadme si os ha gustado, por favor. Ya sabéis que todas las críticas constructivas son bien recibidas, quiero mejorar 😊.
Un abrazo muy fuerte y nos vemos pronto 😊
¡Cuidaos mucho, más que nunca!
