¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? Os traigo un nuevo capítulo 😊. Es algo más largo que los anteriores, y creo que os gustará… o eso espero 😂 Hay un poco de todo… Después del capítulo lo comentamos, para no haceros ningún spoiler 😜

Como siempre, muchísisisimas gracias a todos los que estáis leyendo la historia y me hacéis saber que os gusta 😍. Os lo agradezco muchísimo, no sabéis cuánto. Y gracias también a los que leéis en la sombra, espero que os esté gustando mucho 😍.

¿Recordáis dónde lo dejamos? Exacto, dejamos pendiente un partido de Quidditch entre Gryffindor y Slytherin, para el cual Draco no mostraba mucho entusiasmo y Ron estaba muy nervioso… ¿Qué Casa vencerá? Para descubrirlo, seguid leyendo 😉


CAPÍTULO 7

El anillo de Malfoy

El griterío en el campo de Quidditch era completamente ensordecedor. Provenía de forma especialmente sonora desde las gradas de color rojo y dorado, y desde las de color verde y plata. Era el primer partido de la temporada, pero todos los alumnos estaban de acuerdo, con mayor o menor grado de entusiasmo, en que los partidos entre Slytherin y Gryffindor eran especialmente emocionantes.

Y no solo había emoción en las gradas; el estrés que se respiraba en los vestuarios era casi palpable.

—Ya lo sabéis —decía Harry, mirando a su equipo al completo y pasándose la mano una y otra vez, de forma compulsiva, por el ya de por sí alborotado cabello—, este es el primer partido del curso, así que no hay tanta presión. Siempre se puede remontar en el caso de que haya que hacerlo. Pero creo que no es necesario que os recuerde que es contra Slytherin, así que… —dejó la frase inconclusa, pero sus compañeros asintieron con la cabeza, indicando que lo habían entendido—. Hagámoslo lo mejor que podamos, ¿vale? Como lo hemos entrenado. ¡Venga, vamos!

El equipo lanzó una exclamación colectiva de ánimo y, tras darse numerosas palmadas de apoyo, salieron al campo a grandes zancadas, en medio de los gritos de apoyo de su Casa y los abucheos de la Casa de las serpientes. Harry fijó su atención en Ron mientras salían, deseando ver que había encontrado una manera de controlar sus nervios. Pero la palidez casi láctea de su amigo le demostró que no había nada que hacer. Ahora todo dependía de la suerte.

—¡El equipo de Gryffindor ya está en el campo! —gritó lo más jovial que pudo Justin Finch-Fletchley, el comentarista en ese partido, vigilado atentamente por la profesora McGonagall. El chico se notaba nervioso, pues era la primera vez que hacía de comentarista, pero daba lo mejor de sí—. ¡El primero en salir es Ron Weasley, seguido de su hermana Ginny Weasley, y detrás vienen Robins, Feriwinck, Sloper, Peakes y, por último, el buscador y capitán Potter!

El equipo de Slytherin aún no había salido al campo, de modo que los de Gryffindor aguardaron en mitad del estadio, sonriendo y saludando a sus compañeros leones.

—¡Y aquí viene el equipo de Slytherin! —anunció Justin, al cabo de pocos minutos—. ¡En primer lugar tenemos a Pucey, después a Bletchley, el capitán Montague, Urquhart, los golpeadores Crabbe y Goyle, y el buscador Malfoy!

El equipo de Slytherin se colocó frente al de Gryffindor, en actitud desafiante, en medio de los vítores de su casa. Desde la distancia, Malfoy buscó la mirada de Harry y sonrió de forma maliciosa. Éste le devolvió la sonrisa con creces.


En las gradas de los Gryffindor, como no podía ser menos, los leones abucheaban y silbaban al equipo de Slytherin, aunque con habituales excepciones.

Neville observaba con una pequeña sonrisa llena de admiración a Seamus y a Dean, que vociferaban con especial entusiasmo a las serpientes, junto a una Hermione que los contemplaba con expresión contrariada. Solo era un juego, pensaba la joven. Un partido escolar. No había que tomárselo tan a pecho.

Hermione sacudió la cabeza, desechando la inútil idea de recriminarles nada, y devolvió la vista al partido. Su mirada se posó en Ron, y vio que, tal como temía, su piel lucía un tono verdoso. Suspiró con tristeza. Esperaba que con el paso del partido lograse tranquilizarse, o sus probabilidades de ganar se reducirían bastante. Miró el otro extremo del campo y la rubia cabellera de Malfoy atrajo su mirada. Todos sus compañeros eran morenos, y él resaltaba notablemente. En ese momento, el rubio miraba a Harry fijamente, sonriendo con burla. Incluso desde la distancia, sus bellos pero gélidos ojos refulgían malas intenciones.

Hermione resopló y se obligó a apartar la mirada hacia otro punto del campo. Incapaz de contenerse, llevó una mano al bolsillo de su abrigo, y, tras rebuscar un instante, volvió a sacarla, con un pequeño objeto brillante sobre su palma. El anillo de Malfoy. Una pequeña joya de plata, con el escudo de Slytherin grabado, que la joven había encontrado entre sus pertenencias el día anterior. Lo había reconocido al instante, Malfoy había usado ese anillo desde que ella tenía memoria, pero eso no disminuyó la sorpresa que sintió al encontrarlo. Le costó caer en la cuenta de cuándo podía haberse hecho con la pertenencia del rubio, y finalmente supuso que debía haberlo cogido sin querer cuando depositó todos sus libros sobre la mesa de la biblioteca en la que Malfoy y Nott se encontraban. Era la única vez que había estado lo suficientemente cerca de Malfoy como para coger algo tan personal.

Varias cosas pasaron por su mente al encontrar el anillo. Por un lado, lo primero que sintió fue un abrumador vacío en el estómago. Calor en la cara. Emoción. Un pensamiento fugaz, involuntario, en su mente. Y fue que tendría que hablar con Malfoy para devolvérselo. Tenía una razón para hablar con él. Una razón justificada. Y lo primero que había sentido no había sido miedo ni preocupación...

El calor de su cara había aumentado ante su secuencia de pensamientos. Ahora de indignación. Hacia sí misma. Genuino enfado. Desconcierto. No podía haberse alegrado de tener una excusa para ir a hablar con Malfoy. Eso no tenía ningún sentido. ¿Desde cuándo hablar con él no era uno de los actos más tediosos de su vida? Lo era. Claro que lo era. Por supuesto que lo era.

Respiró hondo y reacomodó sus sentimientos. Ahora sí. Ahora se sentía frustrada por haber tenido la mala suerte de coger una de sus pertenencias. Porque eso significaba que debía hablar con él para devolvérselo, y no quería hacerlo. Así sí. Eso era lo que debería haber pensado en un primer momento. Y fue lo único que se permitió pensar. Había ignorado al chico totalmente durante los últimos días, y debía seguir así. ¿Que por qué lo hacía? No porque su presencia no le importase lo más mínimo. No lo estaba haciendo de forma natural y automática. Se estaba esforzando en hacerlo, por puro rencor. Porque sus palabras le habían afectado. Por las horribles palabras que le dijo en Halloween y que no se quitaba de la mente. Y por la frustración de no haber sido capaz todavía de pararle los pies.

Malfoy era molesto. Era muy molesto. Y no abandonaba, de ninguna manera, su cabeza.

La idea de espiarle seguía en pie, pero Hermione buscaba el momento oportuno para ello. No quería que volviese a ocurrir lo mismo que en Halloween, necesitaba planearlo mejor. Necesitaba una excusa, una coartada, por si él la descubría, en el peor de los casos, como ocurrió en aquel baño.

Volvió a mirar el anillo que reposaba en la palma de su mano, pensativa. ¿Quizá podría serle útil?


Montague, el capitán de Slytherin, estrechó con su mano la de Harry, provocando un audible crujido, y los miembros de ambos equipos montaron en sus escobas. La señora Hooch soltó las bludger y también la snitch, la cual revoloteó cerca de ambos buscadores y después se perdió de vista.

—¡Comieeeeenza el partido! —gritó Justin, saltando en su asiento de pura emoción, cuando Hooch hizo sonar fuertemente el silbato—. ¡La quaffle está en posesión de Ginny Weasley de Gryffindor! ¡Weasley se la pasa a Robins! ¡Robins a Feriwinck! ¡Ésta otra vez a Robins…! ¡Va a intentar marcar un gol…! ¡Oh, pero Goyle, el golpeador de Slytherin, envía una bludger contra Robins… de una forma bastante bestia, todo hay que decirlo…, y ésta deja caer la quaffle! ¡La recoge Urquhart, quien se la pasa a su capitán Montague! ¡Éste se la pasa a Bletchley…! ¡Vamos, Ron, puedes…! ¡Oh, no ha podido! ¡GOL DE SLYTHERIN! ¡ENCABEZAN EL MARCADOR 10 A 0 PARA SLYTHERIN!

Harry gimió y giró sobre su escoba tratando de distinguir a Ron en la lejanía. Éste estaba inmóvil frente a los tres aros, con una palidez que dejaba claro que, de no estar sujeto a la escoba como una alcayata, se hubiera desplomado.

—¡Parece que Weasley no va a ser quien salve el partido, ¿eh, Potter?! —le gritó Malfoy al pasar a su lado, soltando una risotada mordaz.

Harry trató de ignorar su comentario con entereza y volvió a girar sobre su escoba, tratando de encontrar la escurridiza snitch. Sentía un zumbido en los oídos producto de la rabia. Si la encontrase pronto, todo se solucionaría… O, quizá, Ron se calmase con el paso del partido…

Pero sus plegarias no fueron escuchadas. Con el paso de los minutos, el número de goles por parte de los Slytherins iba en aumento, aunque los de Gryffindor tampoco se quedaban atrás. Ginny, Demelza, y Satine habían hecho varios tantos dignos de mención, y la distancia entre los marcadores no era excesivamente grande. Pero seguían perdiendo.

—¡Y el marcador asciende a 130 contra 100, con Slytherin en cabeza! —gritó Justin, quien ya había perdido toda la vergüenza y comentaba con total desparpajo—. Aparentemente, tener unos golpeadores con brazos más grandes que mi cuello está beneficiando al equipo de Slytherin…

Dicho comentario fue recibido con gritos de protesta por parte de las serpientes y vítores desde los leones. Harry soltó una carcajada y giró la cabeza para mirar sonriente a Ginny, que en ese momento pasaba por su lado. La joven pelirroja le devolvió una sonrisa resplandeciente.

—¡Eh, mirad ahí! ¡El buscador de Slytherin, Draco Malfoy, se ha lanzado en picado! ¿Habrá visto la snitch? —se alarmó Justin, desde el estrado del comentarista.

Con creciente pánico, Harry viró con su escoba y observó que, en efecto, Malfoy volaba a toda velocidad, con expresión de triunfo, persiguiendo un destello dorado.

—¡Sí! ¡Sí que la ha visto! ¡Y ahora Potter también la ha visto y se ha lanzado tras él! ¡Esto está que arde, señoras y señores! —clamaba Justin, sonriente, saltando de puro entusiasmo.

Harry azuzaba a su escoba entre dientes, rezando para llegar a tiempo y adelantarse a Malfoy. No podría ver las caras de decepción de sus compañeros si perdían. Ron se tiraría al lago con una piedra atada al tobillo pensando que sería su culpa… Y Ginny lo miraría con desolación en sus preciosos ojos marrones…

El joven Potter logró colocarse a la par de Malfoy, chocando contra su hombro al pegarse a su lado. La snitch volaba a pocos palmos de ellos. No veían las gradas debido a la velocidad que llevaban. Apenas estaban a un par de metros de altura del suelo del campo.

—Que te lo has creído, Potter —gruñó Malfoy entre dientes, dando un fuerte codazo al moreno, tratando de desviarlo de su rumbo. Éste maldijo por lo bajo, con un agudo dolor en el costado, pero no se apartó ni un ápice. No estaba dispuesto a rendirse.

Un nuevo codazo procedente del rubio lo hizo tambalear, pero no se alejó. Sus ojos estaban fijos en la brillante snitch. Quería alzar la mano para cogerla, pero necesitaba un brazo para sujetarse a la escoba y el otro para protegerse de los furiosos codazos de Malfoy.

Al final no pudo aguantarlo más.

Malfoy hizo ademán de volver a golpearlo, pero la mano de Harry fue más rápida. La cerró en un firme puño y lo lanzó, sin controlar la violencia, contra el cuerpo del rubio. Solo trataba de devolverle el empujón, pero tuvo tan mala suerte que su golpe lo alcanzó de lleno en el rostro. Las manos de Draco se soltaron de la escoba, provocando que perdiese el equilibrio y cayese sin remedio. Se golpeó contra el suelo con violencia y rodó por la hierba de forma desordenada y poco elegante durante varios segundos hasta detenerse bruscamente, quedando tirado en el suelo envuelto en su verde túnica. Su escoba aterrizó silenciosamente un poco más adelante que él.

Harry miró hacia atrás un instante, pero después alzó la mano, por inercia, y la cerró alrededor de la snitch. Sintió un aleteo en el estómago que lo hizo vibrar.

—¡SÍ! —gritó, jubiloso, alzando el puño con el que sujetaba la pelotita alada.

Contempló la snitch sonriente, en medio de los vítores ensordecedores de la afición, hasta que reparó en las brillantes y húmedas manchas rojas que cubrían el dorso de su mano. El aleteo de su estómago se convirtió en un profundo vacío. Bajó la vista al césped con una desagradable sensación amarga y observó cómo Malfoy se ponía en pie tambaleándose, y sujetándose firmemente la nariz con ambas manos.


—¡GENIAL, HARRY! ¡ERES EL MEJOR! ¡ASÍ SE HACE, CAMPEÓN! —rugían Seamus y Dean, secundados por Neville, saltando peligrosamente junto a la barandilla, y agitando sus banderas y sus bufandas de Gryffindor.

Hermione, en cambio, no compartía su júbilo. Su corazón había dado un vuelco descomunal cuando vio a Malfoy caerse de la escoba. Y todavía seguía martilleando con fuerza contra sus costillas, incapaz, al parecer, de normalizarse. Sus oídos también dejaron de funcionar. Cuando vio al rubio golpearse contra el suelo, su cuerpo se impulsó hacia adelante inconscientemente, hacia la barandilla, como si pretendiera alcanzarlo desde las gradas. No se había fijado en nada más. Ni siquiera vio a Harry atrapando la snitch. Y, de no ser por los gritos de felicidad y el rugido del león que Luna llevaba en la cabeza, no se hubiera enterado de que habían ganado el partido. Sus ojos sólo veían a Malfoy. Sólo lo enfocaban a él. El nudo que la chica notaba en el pecho, y que trataba de aligerar retorciendo su bufanda entre las manos, solo se redujo cuando lo vio levantarse del suelo trastabillando, sujetándose la sangrante nariz firmemente.

Parecía estar bien.

La chica sentía que su garganta comenzaba a resecarse a causa de sus rápidas inhalaciones.

No debería sentirse tan angustiada, y, desde luego, no debería estar prestándole atención; pero no podía apartar su mirada de él. Un Petrificus Totalus no hubiera tenido mejores efectos.


—¡Fantástico, Harry! ¡Lo has conseguido! —le gritaban el resto de compañeros de equipo, mientras lo abrazaban fuertemente, ya todos con los pies en la tierra.

El joven moreno sonreía abochornado, dejándose abrazar y besar. Aún sujetaba la snitch con su mano derecha, y contemplaba, animado, cómo el resto de la casa Gryffindor peleaba por bajar al campo cuanto antes desde las gradas, todos cantando alegremente.

—¡Has estado guay, amigo! —le gritó Ron cuando llegó a su lado, forzando una sonrisa y chocando su mano fuertemente con Harry.

—¡Tú también, Ron, en serio! —le aseguró el moreno, sonriéndole con honestidad. Éste le devolvió la sonrisa a duras penas, indicándole que él no estaba tan seguro.

—¡Habéis jugado genial! —exclamó de pronto Hermione, sonriente, apareciendo de entre la multitud que bajaba de las gradas y abrazando a ambos amigos a la vez. Neville, Dean y Seamus iban tras ella, con la misma expresión de felicidad.

—¡Qué conmovedor! —gritó de pronto una fría voz, provocando un repentino silencio. Los compañeros de Harry se separaron de él y contemplaron a la persona que hablaba—. ¡Ha sido un detalle por parte de Potter salvarle el culo a Weasley, para variar!

Draco estaba a pocos metros de ellos, pálido, manchado de tierra, y aún con sangre descendiendo desde su nariz hasta sus labios. Pero conservaba las fuerzas como para mirarlos a todos con asco y superioridad.

—¡Cállate, Malfoy! —le espetó Ginny, avanzando un paso hacia él. Harry la sujetó del brazo, por si las moscas—. ¡Si no sabes perder es tu problema!

—Oh, yo sé perder —corrigió el rubio, elevando la barbilla—. Siempre que el otro gane como es debido. No sabía que romperle la nariz al contrario estaba dentro de las normas.

—Tú me golpeaste primero —espetó Harry con frialdad—. Yo sólo me defendí.

—¿Tienes pruebas de lo que dices? —siseó Malfoy, entrecerrando sus ojos grises—. Porque yo tengo una nariz rota.

—¡No te atrevas a amenazarnos! —gritó Sloper—. ¡Todos hemos visto lo que ha ocurrido, aunque Hooch no se haya dado cuenta!

Gritos de aprobación emergieron del equipo de Gryffindor, secundando a su compañero. Malfoy esbozó una media sonrisa burlona, entrecerrando sus grises ojos hasta volverlos ranuras. No era tonto. Sabía que tenía las de perder. Pero no se iban a ir de rositas.

—Eh, eh, tranquilos, no os delataré. Hay que ser generoso con la plebe —aceptó elevando ambas manos en señal de paz, con una sonrisa que delataba maldad. Se dio la vuelta y añadió, con una mueca de fingido disgusto—: Para una vez en su vida que los Weasley van a ver algo tan brillante como una snitch no voy a fastidiarles el momento… Pero contádselo a su madre con delicadeza, no vaya a ser que se muera del susto.

—¡HIJO DE PUTA! —rugió Ron, soltando la escoba y haciendo ademán de lanzarse contra el rubio, rojo de ira—. ¡YO TE MATO!

—¡Ron, no! —chilló Hermione, colocándose delante y sujetándolo como pudo, empujándolo del pecho. Seamus y Dean la ayudaron, tirando de su túnica—. ¡No vale la pena…!

—¡PARA HABLAR DE MI MADRE TE LAVAS LA BOCA, SABANDIJA! —le gritó Ginny, tratando de zafarse de los brazos de Harry que la sujetaban, y con las uñas dispuestas para arañar.

Harry miró alrededor mientras sujetaba a la pelirroja, buscando a Hooch con la mirada por si las cosas se les salían aun más de las manos, pero, cuando finalmente la divisó, vio que estaba muy ocupada reprendiendo a Crabbe por algo que escapaba a su conocimiento.

El joven Malfoy no comentó nada más y se alejó de camino a los vestuarios con la cabeza bien alta, sin prestar atención a sus gritos e insultos.

—¡Vámonos! —espetó finalmente Ron, jadeando, colocándose bien la túnica—. Si vuelvo a ver su cara de cerdo no respondo. Vamos al castillo.

El resto de sus compañeros asintió y se encaminaron hacia la salida del campo, aún con las túnicas de Quidditch puestas, tratando de recuperar el ambiente jovial que había hacía unos instantes. Hermione anduvo tras ellos varios metros pero después se detuvo. Volvió la cabeza y contempló cómo Malfoy se seguía alejando en dirección a los vestuarios. Sus compañeros de equipo de Slytherin salieron por la puerta en ese momento, ya cambiados, pero ninguno lo miró a la cara ni dio señales de haberlo visto. Ni, por supuesto, hicieron ademán de esperarlo.

Malfoy los siguió con la mirada durante unos instantes mientras se alejaban. No volvió a mirar atrás, por lo que no apreció que Hermione no le quitaba la mirada de encima. Se limitó a apartar la mirada de ellos y cruzar la puerta de los vestuarios, perdiéndose de vista en el interior. Antes de que desapareciese tras la enorme puerta, Hermione alcanzó a ver fugazmente su rostro: ya no lucía la altivez que había demostrado frente al equipo de Gryffindor, si no que tenía una expresión… triste. Tristeza era la palabra adecuada. Nunca antes le había visto una expresión así, y la chica sintió que el corazón se le contraía. Siguió mirando en dirección al rubio hasta después de que se hubiese ido.

Avergonzándose de sí misma, respiró hondo para borrar los últimos rastros de conmiseración de su interior. No debía sentir compasión por Malfoy. Era injusto, más aún después de todas las barbaridades que acababa de soltar.

Volvió a mirar al frente y contempló alejarse a sus amigos. No parecían haberse dado cuenta de que ella ya no estaba a su lado, rodeados de tanta gente. La chica inspiró hondo otra vez y cerró los ojos un instante, reflexionando sobre lo que iba a hacer. ¿Por qué tenía la sensación de estar buscando desesperadamente una excusa para ir a ver a Malfoy? ¿De verdad estaba planteándose ir a espiarlo en ese momento? No era la situación apropiada, ni de lejos. ¿De verdad se intentaba justificar pensando que era por el bien mayor, para solucionar lo de Runas Antiguas? ¿Por qué sentía que, en realidad, lo único que quería era… verlo?

Vaciló, preocupada. Palpó con sus dedos el bolsillo de su abrigo, como si comprobara algo, y finalmente tomó una decisión. Dio media vuelta, encaminándose a paso firme hacia los vestuarios.

Se detuvo ante la puerta de color blanco, que de pronto se le antojó mucho más alta que ella. Demasiado. Tomó aire para serenarse y abrió un resquicio de la puerta, lentamente.

El vestuario estaba tenuemente iluminado por la luz exterior que se colaba por las pequeñas ventanas, y una casi transparente nube de vaho inundaba la estancia. Era obvio que los jugadores se habían duchado hacía pocos minutos, pues aún podían distinguirse pisadas mojadas y charcos en el suelo de baldosas. El calor húmedo era agobiante. Había una única túnica del equipo de Slytherin sobre uno de los bancos, y su propietario se encontraba de espaldas a ella, inclinado sobre un lavabo desgastado, con el rostro bajo el chorro del grifo y emitiendo suaves resoplidos para expulsar el agua que entraba en la nariz. Vestía solamente el jersey, los pantalones y las botas reglamentarios del uniforme de Quidditch, manchados de barro al igual que la túnica. Ese hecho le quitó una inesperada y abrumadora preocupación que no había acudido a su mente hasta el momento. El hecho de encontrarlo allí sin ropa. Era un vestuario, por Dios, ¿cómo no lo había pensado? Pero no, gracias a los cielos, estaba vestido.

Hermione, recomponiéndose, lo contempló durante unos instantes, decepcionada. No estaba haciendo nada extraño. No tenía sentido que lo espiase allí. A pesar de que ya lo sabía antes de entrar allí, se sintió idiota. ¿Qué información sobre Malfoy iba a descubrir espiándolo en los vestuarios, después de perder un partido? ¿Qué maldades o qué artes oscuras podría invocar allí?

Se mantuvo en el marco de la puerta, vacilante. Intentando decidir qué hacer a continuación. ¿Debería entrar y devolverle el anillo, para después marcharse, sin darle más vueltas? Sí, eso era lo correcto. Lo que su sentido común le dictaba. Así no habría perdido el tiempo yendo hasta allí. Sin embargo, una vocecita en su mente le cuestionaba si no sería mejor guardarlo para utilizarlo como excusa si decidía espiarlo en el futuro y él la descubría. Podría decir que iba a devolverle el anillo y justificar su presencia en cualquier parte… No era precisamente ético, pero necesitaba cuidar de su seguridad. Por desgracia, había algo dentro de ella que, a pesar de todo, la animaba a alertar a Malfoy de su presencia en ese momento. Una parte dentro de ella que, simplemente, le instaba a hablar con él. ¿De qué? No lo sabía. Pero su cerebro estaba buscando, en segundo plano, excusas para ello. Sin su permiso.

Frunció el ceño. Y se mordió el labio. Notando calentarse sus orejas. Sintiéndose ridícula. Y enfadada. ¿Por qué estaba pensando algo así? No quería hablar con él. Nunca había querido, ni querría, hablar con Draco Malfoy sin una buena razón de por medio. No tenían nada de qué hablar, ¿por qué se planteaba tirar por la borda el esfuerzo que llevaba haciendo desde hacía días por ignorarle?

Mientras la joven luchaba por aclarar sus pensamientos, Draco cerró el grifo y se apoyó en el lavabo con ambas manos. Mantenía la cabeza agachada, dejando que las gotas resbalasen por su rostro ensangrentado, cayendo en el sucio lavabo. Hermione, a pesar de no verle el rostro, tuvo claro al instante que algo no estaba bien. Malfoy no estaba bien.

Draco volteó el rostro lentamente a su derecha, y la chica retrocedió instintivamente, creyendo que iba a descubrirla allí, pero supo controlarse para no emitir ningún sonido. Y él no la vio. Los ojos del rubio se fijaron en un pequeño candil encendido que colgaba en una pared, iluminando parte del vestuario, y que estaba a escasa distancia de él. La luz de la vela se reflejó en los claros ojos del joven y permitió distinguir rabia en ellos. Amargura. Sufrimiento.

Hermione presintió lo que iba a pasar antes de que sucediese, pero aun así no pudo evitar dejar escapar un grito ahogado cuando Draco alzó la mano derecha y golpeó el candil con el puño cerrado con todas sus fuerzas. Se escuchó el ruido de cristales rotos, y la luz del objeto se extinguió. Varios cristales de diferentes tamaños aterrizaron en el suelo creando un brillante manto. La chica se cubrió la boca con ambas manos. Draco permaneció varios segundos que duraron una eternidad con la mano todavía metida en el destrozado candil, sin moverse, con los ojos cerrados.

Hermione se sintió paralizada por el miedo. Su cuerpo se echó a temblar de angustia contenida, y no se atrevió a quitarse las manos de la boca por miedo a que su agitada respiración la delatase. Era incapaz de apartar sus ojos del rostro de Malfoy. Revelaba un desaliento que la chica jamás había podido ni imaginar en esas facciones. Estaba hundido.

El joven Slytherin separó por fin su mano del candil y dejó caer el brazo a un costado de su cuerpo, agachando el rostro al mismo tiempo. Su mano presentaba varios cortes, y pequeñas gotas de sangre resbalaban por sus dedos, yendo todas a reposar silenciosamente a los pies del rubio, el cual no pareció ni fijarse en ello. Cuadró los hombros, aparentemente más tranquilo, y volvió a abrir el grifo para sumergir en él su mano herida.

Cuando el sonido del agua corriendo llenó la estancia, Hermione sintió que volvía a recuperar la movilidad de su cuerpo. Lo primero que logró hacer fue retroceder un paso de la puerta, saliendo del umbral y dejando que se cerrase sola casi del todo, para después darle la espalda. Seguía teniendo ambas manos sobre la boca y sus ojos parecían más grandes de lo habitual. No terminaba de asimilar lo que acababa de ver. Deseó no haberlo visto jamás.

«Nunca pensé que Malfoy pudiese llegar a sentirse así... ¿De verdad se ha auto-agredido por haber decepcionado a sus compañeros de equipo? ¿Por haber perdido el partido por su culpa?»

No era ninguna novedad que, para Malfoy, su reputación lo era todo. La opinión de la gente era importante para él. Siempre había sido un bravucón y un fanfarrón, siempre llamando la atención, siempre queriendo demostrar que era mejor que los demás... Sabía que Malfoy era así. Pero ver cómo reaccionaba cuando no lo conseguía era, genuinamente, amargo. Ver su dolor y su frustración no debería estar provocándole ningún tipo de empatía. Pero lo hacía. Ella, realmente, podía entender cómo era intentar enmascarar las inseguridades y el miedo al fracaso con una exagerada seguridad en uno mismo y una actitud soberbia...

La tentación de salir corriendo, olvidarlo todo, y volver a su vida de estudiante era demasiado tentadora. Era justo lo que quería hacer. Pero sus piernas se negaban a obedecerla. Sus piernas querían permanecer allí, junto a la puerta entrecerrada de los vestuarios, maldiciéndose a sí misma por haberse vuelto a meter donde no debía, con la consecuencia de haber vuelto a ver algo que no debía.

«Quería encontrarle un punto débil, algo que utilizar en su contra para humillarle... Pero no algo así», pensó, descorazonada. «No puedo utilizar algo así contra él. Ni siquiera por el bien mayor.»

Cerró los ojos con fuerza y retiró las manos de su boca. Ahora no podía irse. No después de lo que había visto. Pero tampoco podía entrar ahí, de ninguna manera. Con un suspiro cargado de angustia, echó la cabeza hacia atrás. Con tan mala suerte que golpeó la puerta entreabierta con su nuca, abriéndola ligeramente con el acompañamiento de un sonoro chirrido. Dio un paso adelante de un salto. Con los ojos como platos. Mierda.

Ya no se escuchaba el grifo.

—¿Quién es? —le llegó la fría voz de Malfoy, desde el interior.

Hermione se mordió el labio. Miró la puerta durante unos segundos y después respiró hondo, recuperando la entereza. Ahora ya no tenía elección. El destino había decidido por ella. Alzó el puño derecho, pues con la mano izquierda seguía sujetando su bufanda de Gryffindor totalmente arrugada, y llamó tres veces a la puerta. Sonó bastante más fuerte de lo que había pretendido. Trató de llenarse de coraje antes de abrir la puerta de nuevo, esta vez de un decidido movimiento. Malfoy estaba de espaldas al lavabo, contemplando el marco de la puerta con genuina extrañeza. Su mano ya no sangraba, se la había rodeado con un pequeño pañuelo. Su nariz sí seguía haciéndolo.

El silencio les presionó los tímpanos durante los segundos de estupefacción que vivió el joven hasta que logró comprender lo que veía.

—¿Otra vez tú? —fue lo primero que alcanzó a preguntar Draco, en cuanto logró recuperar el habla. La sangre mezclada con agua seguía resbalando por su nariz y barbilla, pero el chico parecía haberse olvidado de ese detalle—. ¿Qué coño haces aquí?

Hermione abrió y cerró la boca, boqueando como un pez, pero no pudo pronunciar palabra alguna. Sentía un incómodo hormigueo en las piernas, producto del bochorno. Se había quedado muda.

—Estaba esperándote fuera —consiguió mentir finalmente, a medias, hablando con tono impersonal—. Quería hablar contigo.

«Y espiarte para descubrir tu punto débil, pero no he descubierto lo que yo quería...»

Malfoy pareció capaz de lanzarle algún objeto.

—¿Hablar conmigo? —repitió, con visible desesperación. Dejando bien claro que la última conversación que habían tenido era más que suficiente.

Hermione sintió el coraje apoderarse de ella, inundándola de valor. La situación había vuelto a escapársele de las manos y no le quedaba otro remedio. De nuevo, había demostrado ser una espía nefasta. Se llevó una mano al bolsillo y sacó el anillo con el símbolo de Slytherin que el chico creía haber perdido el día anterior.

—Venía a traerte esto —mintió serenamente, elevando la mano para mostrárselo—. Creo que me lo llevé de la biblioteca ayer, sin darme cuenta. Eso es todo.

Avanzó hasta el banco para dejar allí el anillo, junto a la ropa del joven, con cuidado de no mirar al chico a los ojos cuando se acercó a él. Se dio la vuelta, haciendo ondear su espeso cabello, e hizo ademán de salir por la puerta de nuevo. De repente, deseaba irse de allí cuanto antes; todos los pensamientos que había tenido antes de entrar allí le parecían, ahora, ridículos y sin sentido. Pero una delgada mano aferrándola del brazo la detuvo bruscamente a medio camino. Sintió un vacío en el estómago. Hermione se giró, sobresaltada, y encaró a Malfoy, el cual la atravesaba con aquellos ojos de ese color tan inusual. La chica se sintió diminuta de pronto, empequeñecida ante la intensa mirada que él le dedicaba y su fuerte mano rodeando sin delicadeza su brazo.

Nunca antes, en los siete años que hacía que lo conocía, había estado tan cerca de él.

Hermione desvió la mirada hacia la mano del joven y de nuevo a sus ojos, mostrándose desconcertada, y eso fue suficiente para que una fugaz expresión de pánico recorriese las facciones de Draco. La soltó al instante, como si le hubiese dado calambre, y Hermione casi pudo escuchar cómo se maldecía por dentro, insultándose por haber tocado a una sangre sucia. Parecía algo aturdido de pronto. Enderezándose, luchando por recuperar su aplomo, Malfoy se limpió sin disimulo, en la tela del pantalón, la mano con la que la había sujetado.

—¿En serio piensas que te vas a ir así, sin más? —soltó él, en voz baja y firme, mirándola con desprecio—. No pienso tragarme el cuento de que has venido aquí para devolverme mi anillo, que, por cierto, me encargaré de quemar ahora que sé dónde ha estado —entrecerró sus ojos claros—. Quiero saber qué estás tramando, Granger. Por qué has venido a verme otra vez con una excusa ridícula. Por qué ahora te dedicas a seguirme a todas partes.

Hermione escuchaba su voz, pero era como si le llegase con retraso a su cerebro. La sensación de la mano de Malfoy apretando su brazo persistía en su interior, opacando los demás sentidos. El corazón le martilleaba de pura frustración, y de miedo. ¿Por qué se había puesto tan nerviosa?

—¿Excusa ridícula? ¿Preferirías que no te hubiera devuelto el anillo? ¿Qué me lo hubiera quedado? —cuestionó Hermione con ligera sorna. Ahora que su mano estaba lejos de su cuerpo, era más fácil enfrentarle y hablar con su habitual aplomo. Él la miraba, impertérrito—. Ya que pareces apreciar mi compañía e insistes en mantenerme aquí, añadiré algo más —se atrevió a decir, de nuevo con ironía, intentando cambiar de tema—. Me parece indignante lo que has hecho, ¿sabes? Insultar a Ron y a Ginny de esa manera… Ha sido repugnante. Ellos no tienen la culpa de que hayas perdido, y su madre menos aún. Además, todos vimos cómo tú empezaste a golpear a Harry, así que no puedes reprocharle que él se defendiese —recitó de carrerilla, sin respirar, y sin apartar la mirada de los grises ojos del chico—. Te lo tenías merecido por lo que tú le habías hecho. De hecho, deberías estar agradecido de que la señora Hooch no lo haya visto y no te haya sancionado.

Malfoy siguió mirándola fijamente, desconcertado por sus palabras. No pareció haber asimilado del todo lo que ella le había dicho.

—¿Qué estás rumiando, Granger? —espetó Malfoy entre dientes, mirando a la chica como si estuviese loca; o como si aún intentase asimilar su presencia allí—. No te he preguntado tu opinión sobre absolutamente nada. Y no has contestado a mi pregunta. ¿A qué vienes aquí en realidad? ¿Por qué me estás siguiendo?

Hermione trató de respirar con normalidad, aunque comenzaba a costarle. De pronto, se sintió torpe. Malfoy podía ser muchas cosas, pero no era tonto. Aunque no demostrase ser inteligente muy a menudo, lo era. Sin embargo, Hermione no pensaba demostrar su derrota fácilmente.

—Me parece absurdo tener que justificar una acusación semejante. Nunca ha sido mi intención seguirte a ningún sitio, te lo aseguro —espetó Hermione, tratando de hablar serenamente—. No te creas tan importante, porque no lo eres. Mi único propósito contigo ahora mismo es que dejes tranquilos a los alumnos de la clase de Runas Antiguas. Todo lo demás que tenga que ver contigo me importa un bledo.

—Y, si es así, ¿por qué no me has denunciado todavía ante tu héroe Dumbledore? Sigo esperando tu heroica denuncia. Podrías librarte de mí en un santiamén —espetó Draco, arqueando una ceja con burla. Hermione tragó saliva, admitiendo la lógica de su pregunta, pero alzó la barbilla y espetó:

—Tal como ya te expliqué, no lo he hecho hasta ahora porque intentaba ser considerada y ahorrarte problemas. Pero, ahora, ya no intento nada de eso —aseguró, mordaz, con un brillo furioso en los ojos—. El problema es, como bien sabrás, porque no tienes un pelo de tonto, que estoy sola en esto. No tengo pruebas de lo que haces, nuestros compañeros no testificaran a mi favor por miedo a tus represalias, y Binns no se está enterando de nada. Pero, ¿sabes qué? No importa. Ya te lo dije, yo sola me basto para detenerte. Si el profesor Binns no va a pararte los pies, y no puedo acudir a los profesores, lo haré yo. Simplemente me está llevando algo de tiempo —espetó con ligera sorna.

—Esperaré sentado, entonces, o acabaré cansado —masculló Draco irónicamente, avanzando otro paso hacia ella y atravesándola con la mirada. A continuación, dejó la ironía de lado—. Mira, me estoy hartando de ti. Estoy harto de vayas por la vida con esos aires de digna, creyéndote mejor que yo. Creyendo que tienes la verdad absoluta solo porque estés al lado del imbécil de San Potter.

—Nunca me he creído mejor que tú, Malfoy —aseguró Hermione, lentamente, negando con la cabeza—. Eres tú quien se empeña en repetir que estás por encima de mí. Parece que necesitas reafirmarlo constantemente. ¿Sabes? Te contaré un secreto: por mucho que te creas superior a mí, tú y yo estamos a la misma altura.

—¿A la misma altura? ¡Ja! —Malfoy soltó una sonora risa despectiva—. Granger, por favor, vuelve a la realidad, ¿quieres? Yo provengo de una de las razas soberanas de la tierra, la raza que dominará el mundo algún día, mientras que tú estás en lo más bajo del escalafón. No eres nada. No eres más que cualquier insecto.

La joven sufrió un espasmo involuntario ante la dureza de esas palabas.

—El día de Halloween me dejaste muy claro que me considerabas lo más bajo, pero gracias por recordármelo. Nunca está de más —replicó Hermione, en voz baja. Su rostro había perdido gran parte de su color. Una súbita ira la invadió, y, sin pararse a reflexionar, señaló el candil roto con una mano—: ¿Has sido tú quien lo ha roto, Malfoy?

Ese recordatorio fue como una bofetada para el rubio. Se tensó como si le hubiera chillado, aunque las palabras de la chica fueron totalmente serenas. Pareció estar preguntándose si lo habría visto, o si lo habría adivinado. Las aletas de su nariz vibraron cuando tomó aire profundamente, indignado, sin apartar la mirada de los ojos de la chica. Era una batalla, y ninguno de los dos estaba dispuesto a ser el primero en desviar la mirada.

Algo parecido a una sonrisa mordaz acudió a los labios del rubio.

—Eso a ti no te incumbe. No tienes ningún derecho de espiarme ni interrogarme cuando se te antoje, entérate de una dichosa vez. No eres más que una entrometida. Y que sepas que no me trago el cuento de que ahora de repente seas "considerada" —repitió con sarcasmo la palabra que la joven utilizaba— conmigo sin ninguna otra intención oculta. ¿De verdad me crees tan estúpido, Granger? ¡Deja de fingir que querías ayudarme porque eso no se lo cree nadie!

Hermione sacudió la cabeza, agotada.

—No entiendes nada, acabo de decirte que…

—La que no entiende nada eres tú, sangre sucia —la interrumpió Draco, en voz tan alta que Hermione se sobresaltó ante el brusco cambio de tono—. Ya no sé cómo demonios explicártelo, si en duendigonza o en sirenio, para que penetre en tu deforme cabeza. ¡Ya no sé cómo coño hacerte entender que no quiero tener siquiera que respirar el mismo aire que tú! ¡Estoy harto de aguantarte! —exclamó, apretando los puños y elevando el tono de voz en cada sílaba.

—¡Pues yo también estoy harta de ti! ¡De aguantar tus tonterías en Runas Antiguas! ¡Y también nuestros compañeros! —saltó ella, con la respiración entrecortada por la crueldad de sus palabras, pero aún sin rebajarse a desviar la mirada—. Voy a detenerte, Malfoy. Te guste o no. Así tarde el curso entero en hacerlo. No vas a librarte de mí tan fácilmente.

—Maldita sea, Granger, me estás volviendo loco… —se desesperó él, crispando los dedos en el aire como si lo que más desease en el mundo fuera estrangularla—. ¡Si tantas ganas tienes de hacer tu maldita buena acción del día, vete a defender a tus estúpidos elfos domésticos o a tus repelentes amigos traidores a la sangre! ¡Métete en tus putos asuntos y vive tu maldita vida!

—¡No voy a…!

—¿Qué pasa aquí? —preguntó de pronto una voz aterrada desde la puerta.

Hermione se giró y Malfoy alzó la vista, ambos sobresaltados. Theodore Nott, ya plenamente recuperado de su resfriado, los contemplaba de hito en hito desde la puerta. Su mirada pasaba de una Hermione roja de indignación y con las manos cerradas en firmes puños alrededor de su bufanda, a un Draco igualmente colorado y sangrando por la nariz profusamente. Se encontraban a apenas medio metro de distancia el uno del otro, ambos chillándose como desquiciados.

La chica se separó un paso de Draco, respirando sonoramente. No podía articular palabra. Si no salía de allí cuanto antes perdería los papeles por completo. Toda ella temblaba de furia, y se vio obligada tragar saliva antes de echar a andar a grandes zancadas hacia la puerta, apartar a Nott, y salir como una exhalación del lugar, sin mirar a ninguno de los dos chicos.

Nott la siguió con la mirada mientras salía, desconcertado e inquieto. Malfoy no se movió de donde estaba y se limitó a tratar de recuperar el aliento.

—¿Qué le has hecho? —le espetó Nott, con censura, cuando la joven salió y cerró la puerta tras ella de un portazo.

Draco abrió la boca y los ojos completamente, y miró a su amigo como si éste acabase de confesarle que era un elfo doméstico disfrazado.

—¡¿Encima voy a tener yo la culpa?! —graznó el rubio, señalándose con un dedo acusador y mirando alrededor como si esperase encontrar testigos que lo defendiesen—. ¡Ha sido esa maldita niñata la que se ha colado aquí a martirizarme, con la estúpida excusa de devolverme mi anillo…!

—¿Tu anillo? —repitió Nott, genuinamente desconcertado—. ¿Qué anillo?

—El anillo que siempre llevo puesto. El del escudo de Slytherin. Dice que se lo llevó ayer de la biblioteca, sin darse cuenta —reveló Draco, con impaciencia. Lo contempló, colocado sobre el banco de madera, diminuto y brillante. Añadió, como si no pudiera contenerse—: Seguro que me lo quería robar la muy…

—¿Eso ha sido todo? ¿Y cómo diantres habéis acabado discutiendo así, entonces? Es una tontería —saltó el moreno, como si no pudiese creer que ambos tuviesen una paciencia tan escasa que un simple anillo bastase para enfurecerlos.

—Ah, también ha aprovechado para echarme la bronca por las tonterías que les he dicho a los Weasley ahí fuera —añadió de pasada, poniendo cara de circunstancias, como si esperase que su amigo compartiese su opinión de que era algo sin importancia.

—Sí, ya me he enterado de lo que les has dicho —replicó Nott, frunciendo el ceño—. Y yo también pienso que te has pasado. No era necesario nada de eso.

—Joder, Nott, tú no —rogó el rubio débilmente, casi con un gemido. De repente se sintió agotado. Notó algo pastoso en los labios al hablar y de pronto recordó que seguía sangrando de la nariz. Y también se acordó de que le dolía a horrores.

—Es la verdad —insistió Nott, mientras su compañero volvía a abrir el grifo y sumergía el rostro tratando de detener la hemorragia—. ¿Qué prefieres, que te diga la verdad, o lo que quieres oír? Para esto último ya tienes a Crabbe y Goyle.

Draco cerró el grifo y se aferró con ambas manos al borde del lavabo, luchando para no volver a perder la calma. Si no conseguía controlar la cólera que sentía, iba a terminar sufriendo un infarto.

—No les he dicho nada tan grave, no es para hacer un drama —repuso, hablando con lentitud, como si él fuese el único que comprendía la situación—. Potter me ha roto la nariz a mí, y nadie ha dicho nada de eso.

—Me ahorraré decirte que fuiste tú quien empezó, ¿te parece? —contestó Nott, caminando hasta el cubículo de madera que hacía las veces de taquilla y sacando una toalla que le lanzó. Draco resopló con frustración, cogiéndola al vuelo.

—Aun así, ella no es nadie para venir a recriminarme nada. Empiezo a pensar que tiene que echarle la bronca a alguien al menos una vez al día o su cerebro de sabelotodo explotará...

Se sentó en el banco, presionándose la toalla contra la nariz. Se mantuvo en silencio, dispuesto a no contarle a Nott nada más sobre la discusión. No le apetecía revivirla. Pero no podía quitársela de la cabeza. Granger quería que dejase de alborotar la clase de Runas Antiguas, lo cual era más que evidente y no lo pillaba por sorpresa. Pero no terminaba de entender por qué no lo denunciaba a Dumbledore. Algo se le escapaba. Cómo lo había justificado esa vez tenía sentido, lo admitía. Era la palabra de la chica contra la de un profesor, dado que Binns era tan inútil que, seguramente, no solo pasaba de lo que estaba sucediendo en la clase, si no que no se había dado cuenta. Pero era Prefecta, seguramente la tomarían en cuenta aun así. Incluso aunque la gran mayoría de sus compañeros mintiesen y fingiesen que no pasaba nada, los profesores estarían más alerta.

Todo eso estaba muy bien, y era coherente, pero, lo que Draco no se tragaba de ninguna manera, era que hasta ahora no lo hubiese denunciado por consideración. Por no querer causarle más problemas. Por supuesto que quería. Solo era una sangre sucia inmunda, sabelotodo y repelente. No tenía ningún sentido. Si odias a alguien, no eres considerado con él. Es simple y pura lógica. Granger no estaba actuando de forma razonable. Y eso lo ponía de los nervios.

Otra posibilidad, que de pronto asaltó a Draco, era que Potter y Weasley estuviesen detrás de todo… ¡Eso era! Esos dos tenían que estar tramando algo contra él. Se sintió emocionado al dar con esa posibilidad, aliviado al encontrar una razón coherente al comportamiento de Granger, pero se sintió deshinchar al darse cuenta de que no le convencía su propia hipótesis. No sabría decir por qué, pero intuía que Potter y Weasley no estaban detrás de lo que estaba sucediendo. Ellos lo denunciarían ante Dumbledore sin dudar, era más que evidente. Y lo enfrentarían directamente, no utilizarían a la chica como intermediario. No se comportarían como se estaba comportando Granger.

Esa sangre sucia era muy rara. Por más que se esforzaba, no la entendía.

—¿Te ha dicho algo Granger sobre Runas Antiguas? —quiso saber Nott, arrancándolo de sus pensamientos—. Me ha parecido oírle gritar algo al respecto…

—Bah, lo de siempre —farfulló Draco, distraído—. Quiere que deje de revolucionar la clase. Siempre está con lo mismo…

—Granger hace lo correcto—comentó Nott, mirando atentamente a su amigo y hablándole con total sinceridad—. Eres injusto con ella. Sabes que tiene razón.

Draco resopló por la nariz y desvió la mirada. De repente, a Nott sus ojos le parecieron dos pozos sin fondo.

—No es más que una entrometida —espetó el rubio, con total convicción—. Es una maldita inflexible que quiere que todos piensen como ella. Y no pienso ceder en nada de lo que me diga…

—¿Cómo puedes….? —se desesperó Nott, mirándolo con desesperanza.

—Nott, no vas a hacerme cambiar de opinión —repuso Draco—. Así que déjame tranquilo.

Su amigo obedeció y guardó silencio, no sin antes emitir un suspiro de pesadez, como si Draco lo agotara. Éste se retiró la toalla de la nariz y contempló satisfecho que ya había dejado de sangrar casi del todo. Aunque le seguía quemando como fuego. Más tarde iría a ver a Madame Pomfrey para que se la arreglase.

—¿Qué ha pasado ahí? —inquirió de pronto Nott, señalando el destrozado candil y los trocitos de cristal que regaban el suelo. Draco se sintió sin fuerzas para inventar algo demasiado elaborado.

—Qué sé yo, estaba así cuando llegué —mintió improvisadamente; y su tono desganado lo hizo creíble. Se apresuró a asegurarse de que su mano derecha estaba fuera de la vista de su amigo. Aunque, con un poco de suerte, creería que se había herido al caerse de la escoba.

Nott sacudió la cabeza, frustrado.

—Los del equipo estarán muy cabreados por haber perdido el partido contra Gryffindor —corroboró Nott, en voz baja y seria, indicando así su falta de extrañeza ante el hecho de que hubieran roto ellos el candil—. Si fuera tú, no iría a la Sala Común en un par de horas… o días. No te conviene encontrarte con nadie de nuestra Casa ahora mismo, no estarán contentos de verte.

Draco suspiró con pesadez, cerrando los ojos. Una intensa amargura volvió a invadirlo.

Malditos Gryffindors.

Maldito Potter.

Maldita Granger.


¡Madre mía, cuántas cosas! Vayamos por partes, como diría Jack el Destripador 😂

Os dije en el anterior capítulo que el anillo tendría su momento de gloria ja, ja, ja 😝 Ha habido un poco de todo: Quidditch, sensaciones "incomprendidas", sangre por todas partes, discusiones, Nott… 😜 ja, ja, ja

Por un lado, la pobre Hermione está hecha un lío 🙈. Se ha dado cuenta de que hay una parte de ella que quiere "acercarse" más a Draco, pero, evidentemente, no lo entiende y se niega a aceptarlo. Aunque cómo ha reaccionado su cuerpo al verlo caer de la escoba es bastante esclarecedor, vaya mal rato se ha llevado 😏. El cuerpo te traiciona, querida 😂 Ha intentado espiarlo otra vez, pero ella misma se ha dado cuenta de que lo ha hecho sin mucho entusiasmo por encontrar algo con lo que chantajearlo, simplemente por el placer de ir a verlo ja, ja, ja 😏 Ha visto a Draco muy deprimido por haber perdido el partido, y eso le ha removido un poco el corazoncito, confundiéndola aun más… Pero después han vuelto a discutir, y se le ha olvidado todo 😂😂 Menos mal que ha llegado Nott a salvar la situación 😂. Parece que empieza a haber aaaaalgo de acercamiento, Draco incluso la ha sujetado del brazo durante un segundo 😎. Como ya habéis comprobado, el romance en esta historia va leeeento, pero va ja, ja, ja. Estoy intentando hacerlo lo más creíble posible y por eso considero que debe ir bastante lento 😅

¿Os ha gustado? Espero que os haya parecido entretenido 🙏.

Gracias por leer, me encantaría saber vuestra opinión, sea buena o mala 😍😍 no dudéis en escribirme si os apetece

¡Un abrazo fuerte y hasta el próximo! 😊