¡Hola! ¿Qué tal estáis? Os traigo un nuevo capítulo 😊.

Lo primero, muchas gracias, como siempre, a todos por leer; y un agradecimiento especial, como siempre, a todos los que dejáis comentario, os lo agradezco muchísimo 💖. Os suelo contestar individualmente, pero como hay personas que no tienen activados los MP, me gusta también agradecéroslo por aquí, ya que no puedo hacerlo directamente 😊. Y gracias también, con igual cariño, a los que leéis sin comentar; muchas gracias por regalar a mi historia unos minutos de vuestro tiempo, y espero que os esté gustando mucho 😍.

Considero que este es un capítulo más tranquilo, pero definitivamente necesario para el desarrollo de la historia. Estoy completamente de acuerdo con lo que me decís en los comentarios; en mi opinión, una historia Dramione creíble empieza de forma muuuy lenta. Después de todo, son casi siete años (en el caso de esta historia en particular, que sucede en séptimo año) de odio absoluto, y pasar de eso a la atracción, y al amor, es complicado, y creo que merece una buena justificación. Y eso requiere tiempo (y capítulos ja, ja, ja). Por eso, os pido un poquito de paciencia con respecto a las escenas románticas de esta historia, que, os aseguro, llegarán 😏 Todos las estamos deseando, incluida yo ja, ja, ja 😈.

Y ya me callo, madre mía, vaya rollo os acabo de soltar sin que nadie me lo pida 😂. Hoy estoy habladora ja, ja, ja.

Pasemos a lo importante, la historia 😂. Después de los sucedido con el partido de Quidditch Gryffindor vs Slytherin, la rutina vuelve a la escuela. Es de noche en Hogwarts, y en la habitación de séptimo curso de Slytherin la tranquilidad no va a durar mucho...


CAPÍTULO 8

Pesadillas

Draco abrió de golpe sus grises ojos, y trató de aspirar al mismo tiempo una profunda bocanada de aire. La habitación estaba totalmente silenciosa, y la luz brillaba por su ausencia. Solo la iluminación verdosa proveniente del lago, que penetraba por las estrechas ventanas acristaladas, impedía la total oscuridad. Lo primero que vio cuando sus ojos se acostumbraron a la negrura fue el dosel de su cama, con una gran "S" plateada bordada. El corazón le martilleaba en el pecho como un caballo al galope.

Se incorporó torpemente hasta quedar sentado y sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo; las sábanas estaban empapadas en sudor frío y se le pegaban al cuerpo, al igual que el pijama. Sentía cómo algo le obstruía la garganta, provocándole desagradables náuseas. Cerró los ojos con fuerza, sin dejar de respirar agitadamente. Había sufrido una pesadilla. Ni siquiera recordaba lo que sucedía en el sueño, pero había sido aterrador. Y escalofriantemente real. Había escuchado gritos desgarradores que le retumbaron duramente en la cabeza, había visto sombras negras vaporosas envolverlo, unos barrotes, y unos ojos grises que lo miraban sin vida…

Seguía sin poder apenas respirar. El agobio creció en su interior, y eso provocó que la náusea ascendiera por su garganta casi sin control, obligándole a apretar las mandíbulas hasta que le dolieron. Apartó las sábanas y la colcha con manos temblorosas y bajó de la cama. Se puso en pie, recorrió la habitación con pasos rápidos, descalzos, y abrió la puerta del baño de un tirón, encendiendo la luz al mismo tiempo con la otra mano. Apenas alcanzó a cerrar la puerta tras él cuando se vio obligado a caer de rodillas y a vomitar en el retrete. Tras varios angustiosos y desagradables segundos, logró apaciguarse medianamente. Aún con los ojos cerrados, extendió una mano fría y temblorosa y tiró de la cadena. Sintiéndose más relajado con el sonido del agua corriendo, apoyó ambos brazos sobre el borde del retrete, y enterró el rostro en ellos. Las arcadas aún lo hacían convulsionarse, pero ya no tenía nada para devolver. No había cenado mucho.

No era la primera vez que le pasaba. Desde hacía más de un año, desde que condenaron a su padre a Azkaban, Draco sufría pesadillas con relativa frecuencia. Casi cada mes, vivía una horrible pesadilla relacionada con cosas que no podía recordar, y se despertaba de madrugada atemorizado, angustiado y con las náuseas a flor de piel. Lo único que recordaba de sus sueños eran los ojos grises de su padre, vacíos y sin vida. Se había dado cuenta de que esas pesadillas eran más recurrentes cuando estaba enfermo o estresado. O ambas cosas.

Al igual que las demás noches en las que esto sucedía, trató de respirar lento y profundo para controlar las ganas de vomitar, e intentó dejar de pensar. Dejar la mente en blanco. Aunque solo fuese durante unos segundos. Cuando notó que el corazón comenzaba a recuperar sus pulsaciones normales, se apartó del retrete y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la gélida pared del baño. Las manos seguían temblándole, y tenía mucho frío, pero ya no se sentía tan mal. El estómago comenzaba a asentársele poco a poco. Se palpó la frente y la sintió arder intensamente contra el congelado dorso de su mano. Un dolor palpitante se instaló en sus sienes.

Llevados por un impulso repentino, los dedos de su mano derecha levantaron la manga izquierda de su pijama con torpeza, agarrotados por el frío que sentía. La sensible y blanca piel de su antebrazo quedó expuesta, y sus dedos se crisparon sobre ella. Echó la cabeza hacia atrás, apoyando la nuca en la fría pared, y cerró los ojos. Su padre estaba en Azkaban. Encerrado indefinidamente. Los mortífagos tenían una vacante, que él debía cubrir muy pronto. Así había sido decidido, según su madre le había dicho a finales de verano. Él debía continuar los pasos de su padre. Quería continuar los pasos de su padre. Y había llegado el momento, no faltaba mucho para ocupar su lugar. La próxima vez que volviese a casa, entraría a formar parte de sus filas oficialmente, a pesar de no haber terminado sus estudios todavía. O, al menos, eso le habían dicho. Al parecer, el Señor Tenebroso tenía especial prisa en que él se incorporase a sus filas. Lo necesitaban por algún motivo que aún escapaba a su conocimiento, lo cual, desde luego, no lo tranquilizaba precisamente.

Draco tomó aire y lo expulsó lentamente. Esa vez sí sintió que sus pulmones se llenaban de aire completamente. Convertirse en mortífago sería un acto valiente, y se sentía emocionado. Podría ser todo lo que siempre había soñado ser. Podría demostrar su valía. Por fin. Aunque su cuerpo y sus sueños no parecían estar de acuerdo. Pero, eso, se había obligado a sí mismo a pensar, no significaba nada. Estaba nervioso; todo había sucedido muy deprisa, antes de lo que había imaginado, eso era todo. Le había pillado desprevenido. Pero quería hacerlo. Quería ser un mortífago. Quería vengar a su padre, y ayudar al Señor Tenebroso a llevar a cabo sus planes.

Apenas quedaban unos días para que las vacaciones de Navidad comenzasen. Para volver a casa.

«Estoy impaciente por hacerlo. Impaciente por servir al Señor Oscuro

Se puso en pie lentamente, tambaleándose levemente pues sus pies descalzos y helados apenas lo sostenían. Apagó la luz del baño y abrió la puerta para volver a la oscura habitación.

—¿Estás bien? —inquirió una repentina voz en la penumbra, en cuanto volvió a pisar el suelo de su dormitorio.

Draco se hubiera sobresaltado si no hubiera vivido lo mismo varias veces. Ya se lo esperaba. Alcanzó a distinguir una silueta incorporada en la cama de Nott, mirándolo con atención. El joven rubio no dijo nada y se limitó a avanzar hasta su cama, volviendo a tumbarse sobre ella, dejándose caer con brusquedad. No se molestó ni en taparse. Estaba agotado. Alzó un brazo y se cubrió con él los ojos fatigados por la falta de sueño. Nott, que lo había observado en silencio mientras se tumbaba, se levantó finalmente de su cama y se sentó en la orilla de la de su amigo.

—¿Estás bien? —repitió, echando un rápido vistazo para ver si el resto de sus compañeros seguían dormidos. Los ensordecedores ronquidos de Crabbe corroboraron que así era. Si el resto no se despertaban con aquellos sonidos propios de un elefante moribundo, no lo harían con sus susurros.

—No —gruñó Draco con voz ronca, sin apartar el brazo que cubría su rostro.

—¿Quieres agua? —ofreció su amigo, con calma. Aunque no lo distinguía bien, Draco alcanzó a ver una discreta inquietud en sus ojos.

—Creo que sí —murmuró el rubio, haciendo ademán de incorporarse. Notaba un sabor agrio y desagradable en la boca.

Nott se levantó y se acercó al único escritorio de la habitación, que se encontraba situado entre la cama de Zabini y la de Goyle. Cogió la jarra que allí se encontraba y llenó uno de los vasos que había junto al recipiente. Después, volvió a la cama de su amigo.

Draco lo cogió en silencio y lo vació en pocos tragos. Comenzaba a sentirse mejor, pero ahora notaba un doloroso vacío en el estómago, pues ya no le quedaba nada de alimento en su interior. Volvió a tumbarse en la cama y a colocar el antebrazo sobre su frente.

—¿Otra pesadilla? —quiso saber Nott, con delicadeza, mientras dejaba el vaso vacío sobre la mesilla de su amigo.

—Otra pesadilla.

—Tienes muchas —murmuró Nott, con voz impersonal—. Sigo pensando, aunque no me hagas caso, que deberías ir a la enfermería a hablarle a Madame Pomfrey sobre esas pesadillas. No es normal. Y no deberías considerarlo como algo normal. Además de que llevas varias semanas medio enfermo, y yo creo que también te afecta…

—No digas gilipolleces. Solo me pasa de vez en cuando, no es para tanto. Todo el mundo tiene pesadillas. Y no estoy enfermo —masculló Draco, con énfasis, aunque su voz quedó ligeramente amortiguada por los ronquidos de Crabbe, sumados ahora a los de Goyle. Añadió, impaciente—: Joder, ¿tan animales son que no pueden respirar sin hacer temblar la habitación?

Nott ignoró su comentario, comprendiendo que se encontraba de evidente mal humor, y siguió mirándolo con inquietud.

—Yo no vomito cuando tengo pesadillas —le respondió en cambio, sin inmutarse. Draco no contestó, y no parecía que fuese a hacerlo. Finalmente, el moreno dejó escapar un suspiro de resignación y añadió, en voz baja—: ¿Puedo hacer… algo?

Draco tardó unos largos segundos en responder. Sintió que debería decir algo que tranquilizase a su amigo, y de paso agradecerle su preocupación, pero no tenía fuerzas suficientes. En ese momento no tenía fuerzas para nada. Se sentía muy fatigado y lo único que quería era dormir durante días. El dolor de cabeza comenzaba a sobrepasarlo. Pero, a pesar de eso, lo invadió una oleada de agradecimiento hacia Nott. Sintió que era el único amigo que tenía, él único que de verdad sentía una genuina preocupación por él.

Y él se lo pagaba dejándolo siempre solo para irse con Crabbe, Goyle y Zabini.

A Nott también le habían "prometido" el rango de mortífago, pues su padre estaba igualmente en Azkaban, y había una vacante que cubrir. Provenía de una familia de mortífagos, y era su deber y responsabilidad. Pero aún no le habían concretado cuándo sucedería, quizá al acabar el curso, o antes incluso; lo que estaba claro era que sucedería. Cuando Lord Voldemort te reclamaba a sus filas, la negación no era una opción, a no ser que deseases fervientemente una espantosa muerte. Nott parecía comprender que no tenía elección y se había resignado al hecho de que algún día se convertiría en mortífago, a pesar de que sus ideas estaban ya muy lejos de ser las mismas que las de Lord Voldemort. Pero debía fingir que seguía creyendo en la causa, que ansiaba convertirse en mortífago. Por su propia seguridad.

—No —murmuró Draco finalmente, con los ojos aún cubiertos por su antebrazo—. Siento haberte despertado, perdona —fue lo único que alcanzó a decir, con la voz más suave que pudo emitir.

—No te preocupes —replicó Nott, con el mismo tono, negando con la cabeza al mismo tiempo—. Tápate e intenta dormir —murmuró, levantándose y dirigiéndose a su propia cama—. Buenas noches.

El joven Malfoy no contestó. No porque estuviese intentando dormir, pues él mismo sabía que no podría volver a pegar ojo el resto de la noche, si no porque quiso que Nott lo creyese así. Era la única manera que se le ocurría para que el moreno conciliase el sueño y no siguiese preocupado por él.

Cosa que Draco, aunque no fuese capaz de decirlo ni demostrarlo, le agradecía sinceramente.


En el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, el rasgueo de las plumas era lo único que rompía el aplastante silencio. Nadie se atrevía ni siquiera a emitir un ligero susurro, y todos se esforzaban en que los carraspeos fuesen lo más silenciosos posibles. Los casi inaudibles pasos de Snape recorriendo el aula enviaban escalofríos nerviosos a las columnas de los alumnos, y el siseo de su larga túnica negra no hacía sino agravar la incomodidad.

—Tiempo —sentenció de pronto Snape con su profunda voz, haciendo estremecer a sus alumnos—. Soltad las plumas inmediatamente.

Todos obedecieron al instante; excepto Hermione, que trató de añadir apresuradamente las últimas palabras a su pequeño ensayo, el doble de largo que el de sus vecinos. El profesor recorrió el aula con sus profundos ojos negros deteniéndose en cada uno de sus alumnos, y disfrutando aparentemente de la casi tangible tensión del ambiente.

—Señor Weasley —pronunció de pronto, acariciando las sílabas, y provocando que Ron diese un visible respingo—, salga aquí y léanos lo que ha escrito —indicó, señalando con la cabeza el espacio libre que había a un lado de la mesa del profesor, frente a la clase.

Ron compuso una mueca compungida y echó un rápido vistazo a su pergamino. Por su expresión, sus amigos adivinaron que no estaba muy satisfecho del resultado.

—No quiero… salir ahí —murmuró, aún sabiendo que no le serviría de nada.

—¿He comenzado la frase diciendo "si le place a su majestad"? —replicó Snape, sin alterarse—. Salga aquí, Weasley.

Ron gimió por lo bajo y se puso en pie cuan largo era. Apartó la silla con un gesto y se dirigió como quien va a un matadero hacia el frente de la clase, con el pergamino en las manos.

—Léalo —ordenó Snape, de pie, con los brazos cruzados, en medio de uno de los pasillos que había entre las filas de mesas. En uno de los pupitres que quedaban a la izquierda del profesor, Malfoy, sentado junto a Zabini, le estaba susurrando a éste algo al oído.

Ron carraspeó para aclararse la garganta, sin mirar a nadie en particular, y comenzó a leer:

—Una de las formas para…

—Lea primero lo que se le pregunta —interrumpió Snape, rotundo.

Las orejas del pelirrojo adquirieron un instantáneo tono rojizo. Ron pareció dispuesto a señalarle al profesor que la pregunta estaba escrita en la pizarra inmediatamente tras él, pero se contuvo a duras penas. Volvió a carraspear más sonoramente y comenzó de nuevo:

—"¿Cómo diferenciar un Erumpent de un rinoceronte auténtico?" —elevó los ojos para mirar a Snape, esperando que volviese a criticarle; pero, al ver que guardaba silencio, prosiguió—: Una de las formas para diferenciarlos es fijarnos en la forma del cuerno, pues éste es…

—No se le oye —protestó Zabini de forma socarrona, en voz bastante alta, desde una mesa de la segunda fila. Conteniendo la risa, añadió, con fingida deferencia—: Habla más alto, Weasley, por favor.

Malfoy se tapó la boca con una mano, conteniendo un ataque de risa. Pansy dejó escapar una sonora carcajada. El resto de los Slytherins también rieron en voz baja pero definitivamente audible. Los Gryffindor al completo se giraron para mirar a los Slytherins con idénticas expresiones de rencor. Ron enmudeció, enrojeciendo, y pasando a mirar a Zabini con profunda hostilidad. Snape sonrió cínicamente.

—Continúe, señor Weasley.

Ron comenzó de nuevo, en voz considerablemente más alta, ignorando valientemente las risas.

—Una de las formas para diferenciarlos es fijarnos en la forma del cuerno, pues éste es… —entrecerró los ojos y se acercó el pergamino al rostro, como si no viese bien o no entendiese lo que había puesto—, es… ¡Ah! Grande, gris y con forma de espiral. Mientras que el de los rinocerontes es más bien blanco y liso…. Y la cola tiene forma de soga, cosa que la de los rinocerontes no…—fue bajando el tono de voz a medida que terminaba la frase, consciente por el silencio que reinaba en la clase, y la sonrisilla de suficiencia de Snape, que su ejercicio no era especialmente brillante. Aun así añadió con valor y decisión—: Y ya no he puesto nada más.

—Mediocre, Weasley —sentenció Snape, saboreando las palabras—. Casi tan mediocre como su caligrafía. Siéntese.

Llegado ese punto, no había manera de adivinar dónde terminaba el rojo cabello de Ron y dónde empezaban sus orejas. Forzándose por mostrar una expresión decidida, avanzó trastabillando de nuevo a su sitio, en medio de las burlas mudas de los Slytherins. Hermione advirtió que Harry iba a protestar, indignado, pero la chica le puso una mano en el brazo y lo hizo enmudecer con una mirada. Ambos sabían que no serviría sino para ganarse un castigo seguro por parte de Snape.

—Está claro que no todos los alumnos poseen el mismo grado de comprensión y las diferencias entre esas dos criaturas no han quedado claras para ellos —sentenció Snape con las cejas arqueadas en una mueca irónica, mientras Ron se dejaba caer hecho polvo en su asiento—. Devolvamos nuestra atención al libro Los espantosos moradores de las profundidades que, como supongo que todos menos Weasley sabrán a estas alturas, contiene la respuesta a mi pregunta. Señor Malfoy, lea en voz alta la página ciento noventa y cuatro.

Hermione sintió cómo un pequeño trozo de plomo se instalaba en su estómago sólo con escuchar su nombre. Cerró los ojos para contener el impulso de pellizcarse por idiota. No debía alterarse al escuchar su estúpido nombre. No debía sentir nada en absoluto.

Al cabo de varios segundos de expectación, Draco comenzó a leer en voz alta, sin disimular ni un ápice las pocas ganas que tenía de hacerlo. Todos comprendieron que, de no ser Snape quien se lo pidiese, se hubiera negado a leer nada.

—El Erumpent es una bestia de color gris, natural de África. Es de gran tamaño y poder —comenzó, con su desdeñosa voz que arrastraba las sílabas—. Por lo general, pesa más de una tonelada y, desde la distancia, puede confundirse con un rinoceronte. Su gruesa piel repele la mayoría de los encantamientos…

Hermione trataba de seguir la lectura en su propio libro, pero, para su propia frustración, cada pocos segundos se sorprendía a sí misma mirando sin ver el libro, completamente perdida de la lectura, y sólo pendiente de la voz de Malfoy. Como la ávida lectora que era, Hermione sabía reconocer un lector nato a kilómetros de distancia, y Malfoy lo era. Leía realmente bien. A pesar de su tono aburrido, tenía una pronunciación muy clara, y se notaba que comprendía absolutamente todo lo que leía, aunque no le interesase. Su voz era... Le gustaba. A su pesar, le gustaba escucharlo leer. Pero eso no disminuía la amargura que le provocaba oír su voz.

Se sentía muy enfadada. No sólo con Malfoy, sino consigo misma. Llevaba días reflexionando, y, cada vez que la posibilidad de espiarle de nuevo aparecía en su mente, la imagen de Draco golpeando el candil en los vestuarios se materializaba ante ella. Y también su rostro, cargado de amargura y tristeza. Y sus grises ojos, brillantes de frustración. Se había dado cuenta de que no iba a poder hacerlo. No podría chantajearle. No quería espiarlo más. No quería jugar sucio. Sus últimas incursiones habían acabado de la peor manera posible, y se había dado cuenta de que, aunque llegase a encontrar algo en su contra, no sería capaz de utilizarlo.

Hermione pensó, no sin cierta vergüenza, que no era la primera vez en su vida que chantajeaba a alguien. Recordó cómo, años atrás, amenazó a la periodista Rita Skeeter con respecto a revelar que era una animaga no registrada, para que dejase de escribir aquellos falsos cotilleos y bazofias para la revista Corazón de Bruja. En aquel momento, no le importó lo más mínimo hacerlo. Sentía que era lo correcto. Skeeter era una mujer ambiciosa y sin escrúpulos, que se lucraba con las mentiras y el sufrimiento ajeno. Y, si lo pensaba fríamente, la verdad era que Malfoy no era muy diferente a ella. Acababa de demostrar su falta de escrúpulos, una vez más, con la jugarreta que acababan de hacerle a Ron. Con la diferencia de que ella había descubierto que Malfoy tenía sentimientos. Que era capaz de sufrir por sentirse solo. Excluido. Aunque no lo demostrase muy a menudo, y menos en público, era capaz de sentirse así. Se sentía así. Hermione lo había comprobado cuando lo descubrió rompiendo el candil en un arrebato de frustración por haber hecho perder un partido de Quidditch a su equipo.

No sabía qué hacer para detener sus andanzas en Runas Antiguas, pero, por suerte, no tendría que preocuparse por ello durante una breve temporada. Las vacaciones de Navidad comenzarían enseguida, lo cual consistía en una semana sin dicha estresante asignatura. Y sin la cara de Malfoy. Podría olvidarse del tema por, al menos, unos días.

Cuando regresasen a las clases, si todo seguía igual en Runas Antiguas, la guerra que ambos habían establecido seguiría en pie. Sobre eso no había ninguna duda. Pero, hasta entonces, podría alejar de su mente todo lo que tuviera que ver con Malfoy.

—Ahí lo tienen —dijo de pronto Snape, sobresaltando a la chica y arrancándola de sus pensamientos. Comprendió un segundo más tarde que Malfoy ya había terminado de leer—. Como ven, hay muchas más formas de diferenciar esas dos criaturas que las que ha señalado el señor Weasley; como, por ejemplo, la capacidad de su cuerno para detonar y…

Un sonido metálico inundó el ambiente. La campana había sonado por fin, y ya había llegado la ansiada hora de la comida. Sin embargo, nadie se atrevió a moverse ni a empezar a recoger hasta que Snape les hubiese dado el permiso para hacerlo. Pasadas experiencias les habían hecho ver lo que ocurría si expresaban sus ansias por salir.

Tras asegurarse de que nadie se hubo movido de su sitio, Snape añadió:

—Para mañana tráiganme el ejercicio desarrollado con todas las diferencias entre el rinoceronte y el Erumpent. Desarrollado —recalcó, mirando fijamente a Ron, para después darse la vuelta haciendo ondear su túnica—. Pueden irse.

El habitual alboroto se adueñó de la estancia mientras todos guardaban sus libros y objetos en las mochilas, e iban saliendo por la puerta. Harry, Ron y Hermione no comentaron nada mientras recogían, ni tampoco mientras se dirigían a la salida. Al pasar junto al lugar donde se sentaba Malfoy, Hermione, instintivamente, apretó más el libro que llevaba en las manos contra el pecho, como si deseara protegerse de algo que ni ella misma sabía lo que era. Se irguió ligeramente, y caminó con más firmeza. De repente, la invadió un repentino deseo de mirarlo a los ojos, de contemplarlo fugaz pero directamente, pero, por suerte, su cordura se impuso y se obligó a no mirarlo a la cara en absoluto. E intuyó que él tampoco la miró, pues le había parecido ver que estaba muy ocupado escuchando algo que Zabini le decía. Cuando lo adelantó, Hermione sintió, avergonzada, que el plomo en su estómago crecía, al darse cuenta de que él no la había mirado a ella en absoluto. Ni siquiera por inercia. No había sentido su gris mirada en ella. ¿Cómo podía haberle molestado que Draco Malfoy no la hubiese mirado al pasar por su lado? ¿Cómo podía haberse dado cuenta siquiera de un detalle semejante?

Una vez se encontraron fuera del aula, Ron ya no pudo contenerse.

—¿Lo habéis oído? ¡Que mi redacción está poco desarrollada! ¡Maldito murciélago! Si él no sabe formular preguntas no es mi culpa. ¿No me diréis que en la pregunta no se sobreentendía que hablaba de diferenciarlos a simple vista? ¡Si no fuese así yo también hubiese puesto más cosas! ¡A ver si pretende que vaya donde el rinoceronte y le diga "disculpe que le interrumpa mientras come hierba, pero, ¿su cuerno es explosivo?"!

—Relájate, no hay nada que hacer —dijo Harry, poniéndole una mano en el hombro mientras caminaban por el pasillo—. Ya conoces a Snape; aunque hubiese estado perfecta, le hubiera encontrado algún fallo.

—Ya, pero me pone enfermo que siempre nos saque a hablar a los Gryffindor para ofendernos —insistió Ron, especialmente malhumorado—. Y para ponernos a tiro y que los Slytherins suelten alguna pulla. Podría sacar a algún Slytherin, para variar. Pero no, ¿qué les pide que hagan? ¡Leer! ¡Eso puede hacerlo cualquiera!

—No sé qué decirte, Weasley —intervino de pronto una voz tras ellos que arrastraba las sílabas. Hermione sintió que el trozo de plomo de su estómago daba una pirueta, y fue la primera de sus amigos en girarse para descubrir a Malfoy tras ellos, acompañado de sus colegas, y luciendo una maliciosa sonrisa. No se habían dado cuenta de que habían salido por la puerta segundos después que ellos—. No todo el mundo puede leer, créeme. Yo he estado a punto de quedarme dormido escuchándote a ti. No creía que pudieras tener más taras, pero veo que además de pobre, feo, larguirucho, y con los pies grandes, eres medio miope.

Crabbe y Goyle, a ambos lados de él, rieron roncamente a carcajadas, aunque todos los presentes dieron por sentado que no habían entendido la mitad de lo que Malfoy había dicho. Zabini, tras ellos, también dejó escapar una risotada.

Ron crispó los dedos de las manos al instante.

—Sujétame esto —le espetó a Harry, y le estampó la mochila en el pecho, dispuesto a tener las manos libres para estrangular con ellas el pálido cuello del Slytherin. Harry lo sujetó a toda prisa de la túnica, impidiéndoselo, pues estaba claro que Crabbe y Goyle le darían la paliza de su vida.

—Hazle un favor a nuestros oídos y tírate de la Torre de Astronomía, Malfoy —le soltó Harry, sin dejar de sujetar a Ron.

Draco amplió más su sonrisa socarrona. Sus ojos, por decisión propia, se centraron en Granger, que no había dicho una sola palabra y se limitaba a mirarlo fijamente, con expresión algo defensiva, pero definitivamente inmune a sus comentarios ácidos. Para no variar. ¿Era cosa suya, o Granger estaba por todas partes? Últimamente la veía en todos lados. Todos los días. O quizá era que notaba su presencia con más facilidad que antes. Era posible. Y ella tenía la culpa, por supuesto. Porque siempre tenía que meterse en sus asuntos, y siempre estaba cerca de él para cantarle las cuarenta. Por desgracia, casi estaba acostumbrándose a la visión de ese rostro, enmarcado en aquel horroroso cabello castaño. Ya le era casi familiar. Menuda mierda...

—Debe ser que pasar demasiado tiempo contigo, Potter, estropea la vista de cualquiera —continuó Malfoy, con la misma malicia, dirigiendo a Harry el insulto pero sin apartar la mirada de Granger, queriendo ver su reacción. Ésta, sin embargo, desvió la suya con total indiferencia, cogiendo a Ron por la manga de la túnica.

—Déjalo, Ron, no malgastes saliva con Malfoy —le dijo Hermione, impertérrita, dando media vuelta y tirando de Ron para alejarlo del rubio—. No merece la pena.

Draco entrecerró sus ojos grises. Su sonrisa mordaz se borró de su rostro. Increíble. ¿Ahora fingía que quería ignorarlo? ¿Después de perseguirlo y acorralarlo numerosas veces para echarle diversas broncas sobre lo de Runas Antiguas? Lo que le faltaba. No podía creer que fuese tan hipócrita. No, eso sí que no. Esa mocosa estúpida no tenía derecho a ignorarlo ahora como si fuera un don nadie.

—¡Si sigues pasando tiempo con Potter tú acabarás igual, Granger! ¡Sangre sucia y además miope! —le gritó Malfoy, con saña, mientras la chica se alejaba tranquilamente, tirando de Ron y de Harry, los cuales seguían mirándolo con ira por encima del hombro. Pero Granger ni siquiera se giró—. ¡O quizá el problema de Weasley sea la mala letra que tiene, propia de un niño de parvulario con su misma edad mental, y eso ya te lo ha contagiado, Granger!

Nada, no había manera. Era innegable que lo estaba oyendo, pero lo ignoraba. Sus palabras le resbalaban, como si no le afectasen lo más mínimo. Sintió un ardor furioso en la boca del estómago. No estaba dispuesto a ir detrás de ella, de modo que se mantuvo quieto en medio del pasillo junto a sus colegas, viéndola alejarse. Quiso gritarle algo más, algo realmente hiriente, pero ya no se le ocurría nada. Estaba demasiado irritado. Demasiado defraudado. Granger siguió alejándose con amplias zancadas, con la cabeza bien alta, acompañada de esos dos imbéciles, hasta que al final la perdió de vista. A su lado, Crabbe y Goyle seguían riéndole los chistes, pero él estuvo tentado de decirles que se callasen de una vez.

Una vez Harry, Ron y Hermione se hubieron alejado lo suficiente de los Slytherins como para ya no escuchar a Malfoy, la chica se permitió respirar profundamente. El corazón le martilleaba en el pecho, y sentía un vacío en el estómago, pero se sentía satisfecha de sí misma. Le había dado a Malfoy donde más le dolía, en su orgullo, y se sentía bien por ello. Aunque quizá no tan bien como debería sentirse. Pero el trozo de plomo que sentía en su estómago, curiosamente, había desaparecido.

Aunque ya habían puesto varios pasillos de distancia entre Malfoy y ellos, Ron seguía gruñendo y quejándose de las palabras del rubio.

—Como me gustaría darle una patada en todo su…

—Cálmate, Ron —aconsejó Hermione, en voz baja—. Ya sabes cómo es Malfoy. Olvida lo que ha dicho, sabes que no tiene razón.

—Hermione tiene razón, vamos a olvidarlo. Que no nos amarguen el día. Piensa en otra cosa —sugirió Harry, que parecía tan enfadado como él pero intentaba reprimirse. Vaciló unos instantes, reflexionando sobre algún tema más agradable, mientras bajaban la gran escalera de mármol. De repente añadió, inusualmente jovial—: Piensa en las vacaciones de Navidad, que están a la vuelta de la esquina. Unas vacaciones sin la cara de Malfoy.

—Es verdad —sonrió Ron, relajándose con un suspiro y adoptando una repentina expresión soñadora—. Va a ser genial. Qué guay que vengas a la Madriguera, Harry.

—Y que lo digas —el moreno sonrió, agradecido, mientras atravesaban las puertas dobles que conducían al abarrotado Gran Comedor. Se volvió a su amiga—: Tú vas a ir a tu casa al final, ¿no, Hermione?

—No, al final no —replicó la joven, esbozando una sonrisa resignada—. Olvidé decíroslo. Mis padres tienen una convención sobre prótesis dentales que durará toda la semana de Navidad. En Edimburgo. Así que me tendré que quedar en Hogwarts. Ya he apuntado mi nombre en la lista que ha dejado la profesora McGonagall.

—¿Qué? ¡Pues haberlo dicho! ¡Ven a La Madriguera, mujer! —ofreció Ron, cuyo rostro se iluminó ante la perspectiva de que estuviesen los tres juntos en su casa.

—No vamos a dejarte pasar las Navidades sola —añadió Harry, frunciendo el ceño y mirándola como si fuese algo evidente—. Faltaría más.

—No tenéis sitio —objetó Hermione con delicadeza, sonriendo—. Ginny me ha dicho que Charlie y Bill van a ir también a pasar las navidades, ¿no? —añadió, dirigiéndose a Ron— . Así que con Harry ya estáis completos.

—Ah, ya —vaciló Ron, súbitamente demudado—. Pero da igual, tú ven y ya nos las apañaremos…

—Que no, no insistas, pasaré las navidades aquí. No va a estar tan mal, el castillo se pone precioso en estas fechas —comentó Hermione, encogiéndose de hombros, contenta—. Además, Neville me ha dicho que también él se queda, así que estaré con él. No estaré sola. No os preocupéis, ha sido culpa mía por saber lo de mis padres a última hora…

Harry y Ron se veían visiblemente tristes, pero no quisieron insistir pues Hermione parecía satisfecha así. Se sentaron en su sitio habitual de la mesa de Gryffindor, en silencio, ambos exprimiéndose el cerebro para encontrar alguna solución algo más favorable para su amiga. Pero no tuvieron ninguna idea brillante.

Tal como ella había dicho, La Madriguera estaba al completo.


¡Listo! ¿Qué os ha parecido? Ha sido un capítulo más tranquilito, casi de transición, pero era necesario 😊.

Ahora ya sabemos que Draco va a convertirse en mortífago muy pronto (😱), y que, aunque dice tener muchas ganas, sus sueños lo están traicionando. Me encanta la relación de amistad que tiene con Nott, adoro escribir sobre ellos (reconozco que he escrito varios fics románticos sobre la pareja Draco/Theodore que nunca han visto la luz, pero quizá algún día me anime a publicarlos ja, ja, ja 🙊). El hecho de que ambos lleguen a ser mortífagos en el futuro tendrá una gran relevancia en la historia más adelante 😳.

Después, hemos visto que Hermione ha decidido que no quiere jugar sucio ni chantajearlo, pero tiene claro que, al volver a clase tras las vacaciones de navidad, su guerra personal contra Draco continuará. Y yo os pregunto… ¿creéis que se librará de Draco hasta después de las vacaciones? Se aceptan apuestas 😏😂

Por otro lado, me ha parecido interesante que Hermione se sienta atraída por la forma de leer de él, me parece un detalle muy inconsciente e involuntario, y una atracción que va más allá de la física o sexual. Una atracción casi intelectual. A lo mejor es una tontería, pero me ha gustado explorar ese tipo de atracción je, je, je ¿qué opináis? 😅

Espero que os haya gustado, me encantaría saber vuestra opinión, ¡dejadme todos los comentarios que os apetezcan! Muchas gracias por leer 😊.

¡Un abrazo muy fuerte, y hasta el próximo! 😘