¡Hola a todos! Aquí estoy otra vez con un nuevo capítulo 😊. ¡Ha pasado casi un mes desde el último! Madre mía, siento la tardanza... Ojalá la espera valga la pena 🙈😂.

Muchas gracias a todos por vuestros maravillosos comentarios, no sabéis cuánto me animáis a seguir publicando, no tengo palabras 😊💛. Y mil gracias también, por supuesto, a los que leéis sin comentar, espero que siga gustándoos y entreteniéndoos 💛💛

Permitidme dedicarle este capítulo a WiltSharpe, porque sus reviews están mejor redactados y son más interesantes que mi historia ja, ja, ja. Gracias por tus palabras, de verdad 😍

¡Comienzan las Navidades en Hogwarts! 😎 Recordemos que Hermione se queda a pasarlas en el castillo, mientras que sus amigos vuelven a La Madriguera…


CAPÍTULO 9

De duendes, magos y enfrentamientos

Un golpe estrepitoso, acompañado de un sonoro grito de dolor, llegó desde la Sala Común hasta el dormitorio de los chicos de séptimo curso de la Casa Gryffindor. Los que se encontraban en ese momento en la habitación se miraron con resignación, y detuvieron sus quehaceres durante un instante, pero después sacudieron la cabeza y retomaron la tarea de preparar sus equipajes.

—Y mira que se lo hemos dicho —resopló Dean—. "Seamus, llevas muchas cosas en el baúl. Déjanos ayudarte…"

—"…Un hechizo proveniente de una sola varita no bastará para levantarlo" —añadió Harry, sonriendo cómplice, mientras doblaba sus jerséis.

—"¡Para nada! ¡Puedo bajarlo yo solo!" —finalizó Ron, imitando fielmente la voz de Seamus, y agitando una mano como quitándole peso al asunto. Cogió un par de libros y los arrojó al baúl, conteniendo una carcajada—. Pues nada; al final se ha caído por las escaleras, baúl incluido.

—¿Se habrá hecho daño? —intervino Hermione, sentada en una esquina de la cama de Ron con Crookshanks en el regazo, mirando hacia la puerta con preocupación.

—Buena pregunta —sonrió Dean, dejando encima de la cama las pertenencias que iba a meter en la maleta, y yendo hacia la puerta—. Voy a ver si se puede salvar algo. De Seamus, o del baúl.

Ron soltó una carcajada y arrojó los últimos utensilios que faltaban a su ya bastante abarrotado baúl. A continuación bajó la tapa y se sentó encima tratando de cerrarlo. Hermione puso los ojos en blanco.

—¿Eres un mago, o qué? —bromeó Harry, viendo jadear a su amigo y gruñir irritada a su amiga.

—No conozco ningún hechizo para cerrar un baúl lleno hasta los topes —replicó el pelirrojo, dando pequeños saltos con el trasero sobre la tapa, frustrado.

Mientras Hermione, con visible impaciencia, enseñaba a Ron el hechizo que necesitaba, Harry giró el rostro para mirar a Neville, que se encontraba sentado sobre su propia cama atendiendo con cariño a su vieja Mimbulus Mimbletonia, la cual ya contaba con sus buenos cuarenta centímetros de alto. El muchacho estaba entretenido cortando algunas rebeldes ramitas que estaban creciendo entre los desagradables forúnculos.

—Al final no nos has contado cómo es que no vas a pasar las Navidades a casa, Neville —comentó Harry, amistosamente—. Siempre sueles irte…

—Ah, ya, es que mi abuela se va a Transilvania con un par de amigas suyas —informó el joven Longbotton, sonriendo con resignación—. Así que no me apetecía pasar las Navidades solo en casa; en esas circunstancias no me merecía la pena irme.

—Vaya, pues sí, lógico —murmuró Ron, ya con su baúl adecuadamente cerrado. Pareció vacilar un momento y después añadió—: ¿Tu abuela tiene amigas?

—Oh, sí —confesó Neville, sonriendo divertido al ver que Hermione, indignada, le daba un golpe en el hombro a Ron como castigo por su impertinencia—. Tiene muchas amigas. Va a ir con estas dos al concierto de Lorcan D'Eath… Creo que os lo comenté en clase hace unas semanas —soltó una risita—. No os imagináis la marcha que tienen para su edad.

—No, efectivamente, me cuesta imaginarlo —repuso Ron con cara de susto, obteniendo otro golpecito por parte de Hermione.

—Pues sí, pero no me importa quedarme en el castillo, es por una buena causa. Me alegra que mi abuela se divierta por una vez. Ya sabéis que es bastante estricta, aunque, por suerte, desde lo ocurrido en el Departamento de Misterios, es bastante más tolerante conmigo —comentó Neville, con tímida satisfacción. Después sonrió amigablemente a Hermione—. Además, Hermione y yo nos lo pasaremos genial aquí, ¿verdad? He oído que no se quedará mucha gente, así que se estará de maravilla, todo el castillo para nosotros…

—Ya, pero la poca gente que se queda es un incordio —replicó Ron, dejando de colocarse la bufanda y mirando la pared opuesta con odio—. No me gusta que os quedéis tan solos con cierta clase de gente… No es seguro.

—Estoy de acuerdo —corroboró Harry, colocándose la capa sobre los hombros e intercambiando una mirada significativa con Ron—. A mí tampoco me gusta que os quedéis aquí casi solos… La verdad es que no me quedo tranquilo.

Hermione y Neville se miraron con idéntica confusión.

—¿De qué habláis? O de quién, mejor dicho —quiso saber la chica, extrañada. No comprendía la súbita preocupación de sus amigos.

—De Malfoy —escupió Ron, con la misma expresión que hubiera tenido de estar oliendo algo especialmente asqueroso—. Ese energúmeno se queda también a pasar las Navidades aquí, vete tú a saber por qué, y no me hace ni pizca de gracia…

—¿Cómo lo sabes? —fue lo primero que se le ocurrió decir a Hermione, asombrada.

—Su nombre estaba apuntado en la lista de McGonagall, lo he visto en el desayuno. Ha dejado la lista en el tablón por si se apuntaba alguien de última hora —Ron arrugó la nariz, molesto, y miró a su amiga con cara de circunstancias, como si estuviese seguro de que ella comprendería ahora su disgusto.

Hermione forzó una sonrisa comprensiva, pero no tardó en apartar la mirada. De pronto se sintió inquieta, pero por motivos diferentes a sus amigos. Ni se le había pasado por la cabeza que Malfoy también se quedase en Hogwarts. Se sintió algo estúpida por no haber sopesado aunque sea esa posibilidad; dio por hecho demasiado rápidamente que se iría a su casa. Había dado por hecho que se libraría de él por unas semanas, pero la suerte no parecía estar de su lado. Pero, de todas formas, visto fríamente, a ella no tenía por qué afectarle, ¿no? Aunque ambos estuviesen en el castillo, no tenían por qué verse; no acudirían a clases juntos, ni mucho menos. Y, desde luego, no se buscarían. Con lo cual, no había cambiado nada. Podría seguir con su plan de tomarse unas "vacaciones" de las estupideces de aquel rubio engreído. Como mucho, tendría que soportarlo en las comidas, y se aseguraría de colocarse lo más lejos posible de él. Esperaba apreciar un leve puntito rubio en la otra punta de la mesa más alejada a la suya. Eso era todo lo cerca que iba a estar de Malfoy. Estaba de vacaciones. Y se las merecía, en todos los aspectos.

Contemplando cómo sus amigos terminaban de vestirse para ir a coger el tren que los llevaría a sus hogares, la chica no pudo evitar incorporarlos en sus pensamientos y preocupaciones. Le entraban escalofríos sólo de pensar en cómo reaccionarían si les contase que hacía unos pocos días había estado espiando a Draco Malfoy a sus espaldas. Más de una vez. Y tampoco pensaba contarles lo que había visto en los vestuarios después del partido de Quidditch. Había decidido no chantajearlo al respecto, y eso incluía también el hecho de no contárselo a nadie. Ni siquiera a sus amigos. En su interior, sentía que estaría traicionando a Malfoy si se lo contaba a alguien y, aunque el rubio no merecía su consideración, su noble corazón le impedía revelarle a nadie lo que había presenciado.

Pero le costaba quitárselo de la cabeza. Haber visto a Malfoy tan débil y vulnerable por primera vez en siete años la había dejado totalmente descolocada. Nunca creyó que de verdad el chico tuviese un lado tan frágil; siempre daba la impresión de que todo le resbalaba. Ni se le había pasado por la cabeza que a Malfoy pudiesen afectarle cosas tan relativamente "sin importancia" como que sus compañeros de equipo le ignorasen, o haber perdido un partido de Quidditch; Malfoy parecía más insensible que todo eso. Era sarcástico, cruel, y no tenía reparos en ofender a los que consideraba inferiores. ¿Alguien así era capaz de sufrir? De sufrir de verdad, en silencio, sin querer contárselo a nadie. Sin querer jactarse de su sufrimiento, sin buscar la ayuda de nadie...

Sentía que había visto una parte de Malfoy que él no quería que nadie viese, y eso la asustaba y… emocionaba a partes iguales. No sabía qué pensar; y no podía dejar de darle vueltas.

—A mí tampoco me hace ninguna gracia —añadió Harry, cruzándose de brazos, y arrancando a la chica de sus pensamientos—. Si lo hubiéramos sabido antes te hubiéramos arrastrado a La Madriguera sí o sí, Hermione… Pero bueno, ya sabéis, cualquier cosa que os suceda, escribidnos de inmediato, ¿de acuerdo? Bueno, de hecho, escribidnos muy a menudo para saber que estáis bien.

—Cada día —sonrió Hermione, sujetando a Crookshanks con firmeza, pues parecía muy ansioso por ir a comprobar la textura de la bufanda de Harry.

—¿Solo se queda él? ¿Crabbe, Goyle…? —cuestionó Neville, con ligera inquietud que intentó disimular. Al parecer, la idea de que los amigotes de Malfoy se quedasen con él sí le parecía que podría llegar a ser preocupante.

—Juraría que no, solo vi el nombre de Malfoy —dijo Ron, tras pensarlo unos segundos—. Ni siquiera conozco al resto de personas que se quedan con vosotros. Serán de otros cursos…

—Entonces no sé de qué os preocupáis. Malfoy no me da ningún miedo. Estando solo, sin sus dos gorilas, no se atreverá a hacernos nada —dijo Hermione, con tanta firmeza que hasta ella estuvo a punto de creérselo—. Seguro que ni siquiera nos dirige la palabra en toda la semana… Tendrá cosas mejores que hacer que meterse con nosotros.

—Más le vale. Si no, tendrá que conocer mi furia devastadora en toda su extensión —sentenció Ron, elevando la cabeza como un orgulloso caballero andante.

—Tú no tienes de eso, Ron, asúmelo —bromeó Harry, haciendo que su amigo lo mirara con rencor. Hermione y Neville se echaron a reír a carcajadas.

Dean volvió en ese momento a la habitación, y todos le miraron con curiosidad. Éste entró en el baño sin decir nada y salió de nuevo a los pocos segundos. Tras guiñarles un ojo con aire divertido en respuesta a sus interrogantes expresiones, volvió a salir de la habitación con un bote de esencia de Murtlap, ideal para calmar y curar heridas.


Neville pensó que nunca antes había notado lo mucho que tintineaban los cubiertos en una mesa. Era tal el silencio que había en la única mesa que quedaba en el centro del Gran Comedor, que parecía que apenas hubiese gente; aunque había más de una docena de personas, entre estudiantes y profesores. Sólo un puñado de alumnos se había quedado a pasar las Navidades en Hogwarts ese año, por lo que el profesor Dumbledore consideró que era una tontería mantener las cuatro mesas de las casas. De modo que, tanto los estudiantes como los profesores, estaban compartiendo una única mesa.

El joven Longbottom miró a su alrededor mientras daba un sorbo a su zumo de calabaza. Nadie hablaba. Todos estaban concentrados en comer. De hecho, eran tan pocas las personas sentadas en la larga mesa que habían sido capaces de dejar casi medio metro de distancia entre unos y otros, lo cual enfriaba aún más la situación. De la casa Ravenclaw únicamente se habían quedado tres chicas, que parecían ser buenas amigas, y que comían con total tranquilidad sentadas en un extremo de la mesa, hablando de vez en cuando en discretos pero animados susurros. De Hufflepuff había una pareja de hermanos gemelos que, si Neville no recordaba mal, eran huérfanos y siempre pasaban las navidades en el castillo, y también un joven de cabello castaño cuyo nombre no conocía. De la casa Slytherin, solo había dos personas: una niña diminuta, que parecía vivir en una continua sensación de pánico, y Malfoy. Y de Gryffindor sólo estaban Hermione y él.

Echó un vistazo a su compañera, que estaba a su lado. Hermione se encontraba sentada anormalmente tiesa, y tenía la mirada clavada en las patatas asadas que se estaba sirviendo. Su ceño estaba fruncido, y parecía molesta sin razón aparente. Bueno, sí que había una razón. Una razón muy evidente, además. Y era que Malfoy estaba sentado inmediatamente delante de ella. Cara a cara.

Neville miró a Malfoy con todo el disimulo que pudo reunir. Éste se estaba sirviendo pavo asado, y parecía bastante tranquilo e indiferente, a diferencia de Hermione. Aunque algo en la rigidez y en lo mecánico de sus gestos insinuaba la furiosa tensión que trataba de contener y disimular, pero que estaba ahí. Ninguno de los dos se miraba ni siquiera de reojo. Parecían dispuestos a mantener una concentración total en sus respectivas comidas, y daba la impresión de que trataban de freír a su oponente sólo con sus ondas mentales. Neville casi podía sentir cómo la zona derecha de su cuerpo, la más cercana a donde estaba sentada Hermione, estaba a menor temperatura que la izquierda. La indiferente, pero despiadada, frialdad que Malfoy y Hermione se procesaban parecía olerse en el ambiente.

Ni siquiera la falsa nieve mágica que caía del techo, y que desaparecía a los pocos metros de llegar a las cabezas de los presentes, o los doce enormes árboles decorados que adornaban el Gran Comedor, lograban despertar el espíritu navideño.

—Bueno —comenzó de pronto el profesor Dumbledore, tratando de aligerar la violenta atmósfera. Su voz fue como un alegre cañonazo en medio del silencio—, supongo que vuestros compañeros estarán ya a medio camino de sus casas —metió una mano dentro de su túnica de color pistacho, y sacó un reloj de oro de bolsillo. Tenía doce manecillas, y, en lugar de números, había planetas que se movían alrededor del borde. Lo consultó durante unos segundos—. Sí, ahora mismo deben de estar comiendo. En pocas horas llegarán a King's Cross. El Expreso suele ser muy puntual.

—Este año se han ido más alumnos que nunca —comentó McGonagall, ayudándole en su intento de dar conversación, mientras se limpiaba la boca con una servilleta elegantemente.

—Ellos se lo pierden —sonrió Dumbledore, que parecía emocionado—. Debe de ser muy placentero tener la Sala Común para tan poca gente, ¿no? Sois pocos de cada Casa —comentó, volviéndose a sus alumnos y mirando a ninguno en particular.

—La verdad es que sí —afirmó risueña una de las chicas de Ravenclaw, que aparentaba tener mucho desparpajo—. Va a ser muy divertido tener toda la torre para nosotras. Lo pasaremos genial.

—Confío en que así sea —corroboró el director, satisfecho. Sus ojos azules observaron jovialmente uno a uno a sus estudiantes hasta detenerse en uno en particular—. Señor Malfoy, ¿ninguno de sus amigos ha podido quedarse para hacerle compañía?

Draco alzó la mirada, sin esforzarse en cambiar su expresión de aburrimiento. Por un momento pareció dispuesto a no molestarse en contestar, pero, al comprobar que el profesorado al completo, y la gran mayoría de los estudiantes, lo estaban mirando, se vio obligado a hacerlo.

—No, ninguno se ha quedado —admitió, indiferente.

—Bueno, no se preocupe, quizá esta sea la oportunidad de entablar nuevas amistades, ¿no cree? —sugirió Dumbledore, sonriendo bondadosamente bajo su larga barba blanca—. Como la simpática señorita que está sentada a su lado…

La diminuta niña de Slytherin, sentada junto al rubio pero ocupando considerablemente menos espacio que él, se encogió aún más y se derramó encima parte del contenido de su copa, alarmada al verse mencionada. Draco la miró de forma desdeñosa por el rabillo del ojo, como si no pudiera creerse que semejante espécimen se hubiese atrevido a sentarse a su lado. Las chicas de Ravenclaw rieron sonoramente ante la torpeza de la niña, que para entonces ya parecía una remolacha con coletas.

—Tengo la vaga sensación de que ninguno de los dos expresa el menor entusiasmo, director —apuntó Snape, arqueando una ceja con frialdad.

—Bueno, quizá no —admitió Dumbledore sin borrar la sonrisa—, pero el espíritu de la Navidad obra milagros, Severus. Por cierto, Hagrid, permíteme felicitarte por los abetos con los que nos has obsequiado este año. Son magníficos —alabó, mirando alrededor.

—Gracias, profesor Dumbledore —agradeció Hagrid, ruborizándose de orgullo—. Me ha costado lo mío traerlos. Me estoy haciendo mayor para estas cosas…

Hasta los oídos de Hermione llegó un suave resoplido mordaz proveniente de delante. La chica apretó los dientes con furia y decidió romper, en un arrebato, el contrato mental que había firmado consigo misma. Alzó la vista sin pensárselo dos veces, contemplando el frente con indignación. Tal y como había imaginado, el rostro de Malfoy se contorsionaba en una mal disimulada mueca de desdén ante las palabras del guardabosques. La chica frunció los labios con frustración. Era incorregible.

—¡Tonterías! Estás hecho un chaval; cuando llegues a mis años podrás quejarte —bromeó Dumbledore, cortando un trozo de carne y llevándoselo a la boca—. ¿Han oído lo de la revolución de duendes que se ha organizado en Jordania? —comentó después, mirando al resto del profesorado, con repentina gravedad en su mirada.

—Una verdadera catástrofe —admitió Flitwick, con su aguda vocecita, estirándose para alcanzar otro panecillo—. En la manifestación que organizaron anoche hubo innumerables heridos. Tuvo que intervenir San Mungo con su personal especial a modo de refuerzos.

—Nuestro Ministerio no se quedará de brazos cruzados —opinó McGonagall—. Organizará una reunión con el Ministro de Jordania para hacerle entrar en razón.

—En mi opinión —intervino de pronto Hermione, en voz ligeramente alta debido al nerviosismo de hablar en público. Todos los presentes le prestaron atención al instante—, los duendes están en su derecho a quejarse. Los magos les exigen cada vez más cuando ni siquiera los consideran lo suficientemente dignos como para compartir sus conocimientos sobre magia con ellos.

—Vaya, interesante opinión, señorita Granger —se asombró Dumbledore, sonriendo complacido—. Veo que está usted informada sobre asunto. Me satisface ver que mis alumnos se interesan en temas de actualidad.

Hermione se ruborizó de satisfacción. Un repentino resoplido proveniente de delante, que no parecía pretender pasar desapercibido, le borró la sonrisa de un plumazo. Giró el rostro para mirar a Malfoy, el cual volvía a lucir una sonrisita de menosprecio.

—¿Algo que objetar a mi opinión, Malfoy? Estaré encantada de escucharlo —inquirió en voz alta, fulminándolo con la mirada, pero tratando de guardar la compostura. Después de todo, estaban delante de todo el profesorado y no estaba dispuesta a montar un escándalo. Aunque se esforzó en enfatizar su apellido con todo el desdén que pudo reunir.

Éste resopló de nuevo, como si le hubiese hecho gracia, y elevó la mirada de su plato para atravesarla con aquellos ojos de ese color tan inusual.

—Simplemente difiero contigo, Granger —replicó, también enfatizando su apellido—. Los magos fueron los creadores de la magia. ¿Por qué van a compartirla con otras criaturas?

—¿Y por qué no van a hacerlo? ¿Tan superiores nos creemos los magos que no tenemos la humildad de compartir nuestro saber con otras criaturas a cambio, por descontado, de sus conocimientos? —contraatacó ella, escéptica.

—Es gracioso que te incluyas en la categoría de magos, ¿sabes? —comentó Draco, arqueando una ceja con ironía. Había tenido buen cuidarlo de decirlo desde detrás de su copa, y en voz más baja, para que los profesores no lo escuchasen. Hermione sufrió un leve estremecimiento de ira, pero no dijo nada y siguió mirándolo a la defensiva—. Pero, respondiendo a tu pregunta: no nos creemos superiores, lo somos. Si no, ¿por qué podemos hacer magia? ¿Por qué se nos ha otorgado precisamente a nosotros este don? No tenemos por qué compartirlo.

—Los duendes tienen su propia magia, y no utilizan varita —corrigió Hermione—. El Ministerio les prohibió usar varitas desde el siglo XVI.

Lo sé —masculló Draco, mirándola con desdén, como si lo aburriese—. Evidentemente me refiero a eso, a la magia con varitas. Si ya tienen su propia magia, ¿para qué quieren también la nuestra? ¿Qué es lo que exigen realmente? Ellos no comparten con nosotros su habilidad para crear objetos valiosos, ni sus conocimientos de orfebrería, ¿no?

—Lo harían, siempre que nosotros les diésemos también algo a cambio —objetó Hermione, en sus trece—. Por ejemplo, acuñan las monedas que se utilizan en el mundo mágico, ¿eso sí les permitirnos hacer, porque nos interesa? ¿Pero no utilizar varitas?

—Y a cambio controlan los bancos y la economía mágica, que yo diría que no es poco —completó Draco, encogiéndose de hombros y componiendo una mueca, como si fuera evidente—. ¿Qué más quieren?

—Igualdad —exclamó Hermione apasionadamente—. El mismo derecho que nosotros de aprender nuestra magia. Ellos nos proporcionarían sus conocimientos de orfebrería a cambio de nuestros conocimientos, ¿no te parece un trato justo? Pero no, los magos somos demasiado orgullosos como para hacerlo —resopló, sacudiendo la cabeza—. Seguimos considerándolos nuestros subordinados. Seguramente los traicionaríamos y provocaríamos una guerra más en la historia.

—¿Insinúas que las guerras pasadas siempre han sido provocadas por magos? —espetó Draco, iracundo—. Si piensas eso es que eres una completa ignorante. ¿Debo recordarte las quemas de brujas perpetradas por muggles en el siglo XIV?

—Eso no tiene nada que ver con esto —repuso Hermione, inspirando sonoramente—. No deberías anclarte en el pasado, Malfoy. Solo digo que podríamos evitarnos nuevas rebeliones como las de los siglos XVII y XVIII si nos sentásemos a dialogar con ellos unas condiciones justas y respetuosas.

Draco esbozó una casi imperceptible sonrisa de lado. Esa sabelotodo era jodidamente lista. Sabía de lo que hablaba. Pero a él se le acababa de ocurrir una forma muy divertida de callarle la boca….

—¿Acusas sin pruebas a los magos de que provocarían una nueva guerra con los duendes y luego me dices que no me ancle en el pasado? —replicó el rubio, mordaz, cruzándose de brazos y recargándose en su asiento—. Pero de acuerdo, como quieras. Si no quieres meterte en una discusión que obviamente perderías lo respeto. Volvamos a tus duendes. ¿Sabes? Para mí el problema está en que ninguna de las dos partes va a ceder a dar el primer paso. Son demasiado orgullosas.

—Admites que los magos son orgullosos —repitió Hermione, medianamente satisfecha.

—Nos han obligado a ser así. Hay duendes que creen estar por encima de los magos y… se inmiscuyen en su vida. Meten las narices donde no les llaman, casi espiándoles, y obligándoles así a estar a la defensiva. Tú sabes bastante de eso, ¿no? —siseó, entrecerrando sus claros ojos con maldad.

Hermione se tensó y comenzó a respirar más rápidamente. Había adivinado la intención que Malfoy quería darle a esa frase. Y el rumbo que había tomado la conversación no le gustó ni un pelo. Recordó las palabras pronunciadas por el rubio en los vestuarios del campo de Quidditch, después del partido…

"…No tienes ningún derecho de espiarme ni interrogarme cuando se te antoje, entérate de una dichosa vez. No eres más que una entrometida."

Había un silencio total por parte del resto de comensales. Ni siquiera continuaban comiendo. Sólo se centraban en los dos jóvenes discutiendo, pasando sus miradas de uno a otro con visible confusión. McGonagall había hecho ademán de intervenir en alguna ocasión, contrariada ante la, cada vez más airada, discusión; pero los jóvenes, inmersos en el debate, no le habían dado oportunidad.

—Los duendes no quieren estar a una altura superior a la de los magos —replicó Hermione, articulando las palabras claramente—. Son los magos los que se empeñan en repetir lo superiores que son de los duendes. Y eso tampoco es justo, ¿no?

—No se trata de que sea justo o no, se trata de que es un hecho —replicó Draco, seguro de sí mismo y de sus palabras—. Por mucho que te empeñes, no me convencerás de que un duende llega a la altura de un mago. Los duendes siempre serán inferiores. Y por eso no tienen derecho de exigir aprender a utilizar nuestra magia —entrecerró sus ojos claros con un brillo malicioso que solo Hermione supo ver—, y mucho menos inmiscuirse en la forma de vida de los magos.

—Los duendes tienen derecho de protestar si creen que los magos hacen algo malo y esto les afecta —repuso Hermione con voz más aguda. La rabia la hacía tiritar—. ¿Te has parado a pensar que quizá lo único que quieran sea ayudar a los magos a ser mejores y el problema sea que éstos no se dejan ayudar?

—Claro —se burló Draco—, qué típico. Los duendes son los buenos, y los magos los malos. Y ya está, sin medias tintas. Los duendes se pueden entrometer porque están haciendo el bien, estupendo.

—Yo no he dicho… —farfulló Hermione acaloradamente.

—… y es normal que los duendes se frustren cuando no les dan la oportunidad de sumergir sus narices en vidas ajenas tanto como quisieran. Es comprensible —la interrumpió Draco, con malicioso sarcasmo.

Hermione se puso en pie de un salto. Respiraba muy agitadamente y sus ojos estaban humedecidos de indignación. Temblaba de pies a cabeza. No pensaba seguir aguantando que, indirectamente, y con la metáfora de los duendes, la acusase de entrometida por querer que detuviese sus andanzas en Runas Antiguas. Sabía que nadie más de los que se encontraban en la mesa se estaba dando cuenta de nada, y que quedaría como una lunática, pero no pensaba tolerarlo.

—¡Los duendes no quieren entrometerse en nada! —exclamó, fulminando con la mirada al joven sentado frente a ella—. ¡Simplemente están hartos de aguantar tonterías! ¡Sólo quieren ayudar, y hacer las cosas bien, por mucho que los magos se empeñen en no querer verlo! ¡Por mucho que a los magos les ciegue su maldito orgullo y racismo!

—¡Señorita Granger, siéntese! —exclamó McGonagall—. ¡Señor Malfoy…!

—¡Los duendes no quieren ayudar! —vociferó Draco a su vez, opacando la voz de la profesora, poniéndose también en pie. Apoyó ambas manos en la mesa con un sonoro golpe—. ¡Los duendes quieren ver flaquear a los magos para poder dominarlos! ¡No traman nada bueno! ¡Y, digas lo que digas, no me convencerás de lo contrario! ¡Un mago no tiene que rebajarse a aceptar la ayuda de un insignificante duende!

—Los duendes no son insignificantes —protestó Hermione, ya sin fuerzas para gritar. Se enderezó más y lo miró desafiante, más serena aunque igualmente furibunda por dentro—. Te empeñas en estar dentro de una burbuja, y me temo que para cuando te des cuenta de tu error ya será demasiado tarde. Y los duendes ya no estarán ahí.

—Nadie ha pedido que estén ahí —masculló Draco, sin dejar de mirarla fijamente. Su rostro se mostraba serio e impenetrable.

La joven parpadeó para despejarse los ojos, pues los notaba borrosos por la indignación que sentía. De pronto recordó medianamente dónde se encontraba, y sintió un ligero bochorno invadirla. Pero seguía demasiado furiosa como para ser plenamente consciente de sus actos. Salió del banco, dispuesta a marcharse.

—Disculpen mi comportamiento. Con permiso, me retiro —articuló Hermione, mirando a los profesores con todo el respeto que pudo reunir, para después darse la vuelta con garbo y alejarse de la mesa a grandes zancadas en dirección a la puerta doble.

Draco, por su parte, al ver que su adversaria había abandonado la estancia, volvió a dejarse caer en el banco. Parecía haber recuperado el temple, aunque no la respiración, y aún se veía nervioso y rabioso. El corazón le martilleaba con fuerza en el pecho y en los oídos y no le dejaba analizar objetivamente lo ocurrido. Sólo tenía clara una cosa: estaba furioso. No recordaba la última vez que perdió los nervios tan rápidamente. Granger, lo admitía, era una dura oponente en un debate. Era inteligente, sabía argumentar, y era jodidamente culta.

Y era increíble cómo conseguía sacarlo de sus casillas.

—Vaya —comentó Dumbledore, volviendo a romper el tenso silencio del comedor. Parecía perplejo y aturdido. McGonagall fruncía el ceño, tratando de buscarle sentido a lo ocurrido. Snape apretaba los labios con censura—. Ha sido una conversación muy… subjetiva. Aunque no sé si me han quedado muy claros vuestros puntos de vista —vaciló y miró a Draco, desorientado—. ¿Hablabais de duendes, no?

Draco no tuvo fuerzas para responder. Se sentía agotado por la reciente acción. Y ni siquiera pudo inventar una justificación medianamente coherente para lo ocurrido.

—Señor Longbotton, ¿usted qué opina? —quiso saber Dumbledore, mirando al chico, tratando de orientarse.

El joven Gryffindor estuvo a punto de atragantarse con un trozo de pavo que se había llevado a la boca. Enrojeció violentamente y se obligó a no mirar a Malfoy al responder, tartamudeando:

—En este momento… No tengo ni idea, profesor Dumbledore, señor.


¡Menos mal que no estabas dispuesta a montar un escándalo, Hermione! 😂 Ja, ja, ja ¡la que habéis liado en un momento! Empiezan bien las vacaciones… 😂

Han comenzado con una discusión sobre los derechos de los duendes… y han acabado llevándolo a su terreno. Han creado una interesante metáfora que solo ellos dos entendían para poder discutir sobre sus asuntos personales delante de todo el profesorado, me encantan 😂. Espero haberlo plasmado bien, me ha costado escribirlo ja, ja, ja 😅

Me encanta la idea de que ambos sean inteligentes y cultos, y puedan discutir acaloradamente, con datos, sobre cualquier tema… Sinceramente pienso que podría ser bastante canon, todos sabemos que Hermione lee mucho, y es culta, y me imagino que Draco, con la educación que le habrán dado sus casi aristócratas padres, también lo es. Es un chico ingenioso, no solo para inventar insultos 😂. Ambos son duros contrincantes de debate. Me encanta explotar esa faceta de ellos, ¿qué opináis? 😊

¿Por qué se habrá quedado Draco en Hogwarts? ¿Conseguirá Hermione unas vacaciones tranquilas? Lo descubriremos en el próximo episodio 😎

Espero vuestra opinión en los comentarios, ojalá os haya gustado mucho 😍

¡Gracias por leer!

Intentaré publicar lo antes posible, ¡hasta el próximo capítulo! 😊