¡Hola a todos! 😊 Os pido disculpas, me he retrasado un poco más de la cuenta con este capítulo, no he sacado tiempo hasta ahora para darle el último repaso antes de publicarlo 😅. Pero ahora sí, ¡aquí lo tenéis! Y creo que os gustará, al menos eso espero... je, je, je 🙈

Como siempre, muchísimas gracias de corazón por vuestros comentarios tan positivos. Bienvenidos a los nuevos, y gracias a los que siempre comentáis. No sé ni cómo agradecéroslo, ¡sois lo mejor! 😍 Y mil gracias también, como siempre, a los que leéis en las sombras, ojalá os siga gustando, no pido nada más 😍😍

Las vacaciones de Navidad empezaron moviditas con la acalorada discusión entre Draco y Hermione en el Gran Comedor… ¿logrará el espíritu navideño amansar a estas dos fieras? 😂 Vamos a verlo...


CAPÍTULO 10

La lechucería

La boca de Draco se abrió en un enorme y descarado bostezo mientras subía sin ninguna prisa por los helados escalones de piedra que conducían a la Torre de la Lechucería. Se dirigía allí con la idea de enviar un paquete a su casa. Era ya 25 de diciembre, el día de Navidad, y por ello su intención era enviar regalos tanto para Nott como para su madre. Theodore se encontraba en la Mansión Malfoy pasando las fiestas navideñas, a diferencia de Draco, que se había visto obligado a quedarse en el castillo por intervención de su madre.

Apenas dos días antes de comenzar las vacaciones de Navidad, cuando ya tenía el equipaje preparado, y el corazón mentalizado de que volvería a Hogwarts convertido en mortífago, el joven Malfoy había recibido una inesperada carta de su madre, ordenándole que se quedase en el castillo y que no volviese a casa. La carta estaba escrita en una clave que solo él entendió, por seguridad, pero le decía que había convencido a los mortífagos de que debía quedarse en Hogwarts por sus labores de Prefecto, enseñándoles una carta falsa que Draco nunca había enviado. Su madre lo había planeado todo por su cuenta, sin contar con él para nada, cosa que lo descolocó y enfadó a partes iguales. Ahora no podría presentarse en su casa aunque quisiera, no podía dejar a su madre de mentirosa ante el Señor Oscuro. Algo así sería catastrófico.

Draco se hundió al leer las palabras de su madre. Lo más probable era que Narcisa quisiese aplazar el momento en el cual su hijo se uniese definitivamente a las filas de Lord Voldemort. La mujer estaba en contra, al menos por el momento; le parecía demasiado pronto, demasiado peligroso, y no parecía saber cómo retrasar lo inevitable. Oponerse a las órdenes del Señor Oscuro era impensable. Pero Narcisa parecía considerar que convertirse en mortífago, siendo todavía estudiante en Hogwarts, era un riesgo demasiado elevado; si Albus Dumbledore llegase a enterarse de ello, Draco estaría perdido para siempre.

Pero tarde o temprano sucedería. Draco no podía, ni quería, ignorar su destino. Apenas podía creer que su madre de verdad estuviese dispuesta a pasar las Navidades sola en su mansión, sin su marido y su hijo, rodeada de mortífagos en su mayoría fríos y desconocidos… Todo con tal de aplazar el ineludible momento en que su único hijo fuese ya un miembro activo para Voldemort.

En la carta, también le recomendaba a Nott que se quedase en Hogwarts, pero admitía que no podía prohibirle ir a la Mansión Malfoy si de verdad quería hacerlo. Después de todo, se había convertido en su hogar desde que el padre de Theodore fue encarcelado. Y los Malfoy se habían convertido en su familia. El joven Nott, tras una breve discusión con Draco, decidió volver, para así poder mantener informado a su amigo sobre si Narcisa se encontraba bien. Y, además, intentaría hacerle compañía. Draco se sintió tremendamente agradecido con él, más aún teniendo en cuenta los sentimientos de aversión de Nott hacia el Señor Oscuro. Theodore iba a ir a pasar las Navidades precisamente al que, en la actualidad, se había convertido en el cuartel general de preferencia para los mortífagos. No serían unas fiestas navideñas especialmente halagüeñas.

Draco bostezó de nuevo a los pocos segundos. Estaba muerto de sueño, y los párpados le pesaban. Era muy temprano, apenas estaba amaneciendo lentamente a su alrededor. Aunque no le había costado mucho madrugar, a decir verdad, pues había pasado la noche en vela sentado en un sillón de la fría y desierta Sala Común, incapaz de conciliar el sueño. Últimamente no hacía nada lo suficientemente agotador como para tener sueño por la noche. Estaban siendo unas vacaciones tremendamente aburridas. Como una interminable lección de Historia de la Magia, o Cuidado de Criaturas Mágicas.

Privado de ningún otro entretenimiento, su cerebro había decidido que rememorar y analizar todos los sucesos de las últimas semanas de clases sería entretenido. Y ello le había llevado a darse cuenta de que, recientemente, tenía más recuerdos con Hermione Granger de los que había tenido en seis años. Y eso era bastante alarmante, a la par que sorprendente. Cuando se ponía a reflexionar sobre ella se daba cuenta de que, a pesar de todo, seguía sin entender del todo la actitud de la joven. Su afirmación de que no lo denunciaba ante Dumbledore para ahorrarle problemas, dándole la oportunidad de cambiar de actitud sin castigo de por medio. Draco no lo asimilaba. No entendía que hubiera querido… ayudarle. Porque sí, después de darle vueltas y vueltas, esa era la conclusión a la que llegaba sin poder remediarlo. Y mira que lo había intentado. Granger quería impedir que se metiese en un nuevo lío, aún más gordo. Draco admitía que era probable que los profesores le expulsasen si llegaran a enterarse de lo que ocurría en Runas Antiguas; más teniendo en cuenta que estaba teniendo más castigos de la cuenta ese año.

Sabía que iba a convertirse en mortífago; ese era su futuro. Siempre lo había considerado una posibilidad, desde el regreso del Señor Oscuro, pero ahora ya era una realidad inminente. ¿Para qué iba a esforzarse más de la cuenta en conseguir buenas notas en sus ÉXTASIS? Tenía buenas calificaciones en sus TIMOS, ya era suficiente. Los ÉXTASIS no eran obligatorios, y ni siquiera eran necesarios para el futuro con el que contaba. Las clases, por lo tanto, no le interesaban necesariamente, de modo que prefería estar por ahí pasando un buen rato con sus colegas. Y era cierto que pasar el rato podía implicar crear conflictos con algún Gryffindor o algún sangre sucia. Nada grave, solo eran pasatiempos. Pero se había llevado algún que otro castigo cuando los conflictos se le iban ligeramente de las manos. ¿Quizá lo de Runas Antiguas también se le había ido algo de las manos?

Era posible que Granger tuviese razón al prevenirlo, pero no derecho a hacerlo. No tenía derecho a meterse en sus asuntos como si tal cosa, sin que nadie se lo pidiese. Y, aunque tuviese razón, seguía sin entender el por qué lo hacía. Cuál era su intención oculta al quitarle problemas. Nadie podía ser tan desinteresado. Nadie podía ser tan altruista. No existían personas así.

Se odiaban, desde hacía muchos años. Tantos, que ya era una simple costumbre, ni siquiera se lo planteaba. Aunque quizá el odio que sentía por Granger era menor que el que sentía por Potter o Weasley. No soportaba a esos dos imbéciles. Por Granger, hasta el momento, solo había sentido una evidente aversión y bastante indiferencia. Le gustaba martirizarla, de la misma manera que a Potter y Weasley, porque le divertía hacerlo, y podía hacerlo, pero eso era todo. Nunca había querido tener demasiado que ver con ella, no estaba en sus planes acercarse demasiado a los sangre sucias. Simplemente estaba ahí, como un personaje más de su vida del día a día que no merecía demasiada atención. Pero sentía que ahora había cambiado algo. Algo se había activado entre ellos.

Desde que comenzó todo el asunto de Runas Antiguas, ambos habían tenido más contacto que nunca. Contactos desagradables, pero contactos al fin y al cabo. Había hablado, o discutido, con ella más en ese último mes que en los seis años que hacía que la conocía. Y eso no era lo peor… Desde hacía un tiempo, se había dado cuenta de que la veía en todas partes. La buscaba con la mirada, sin darse cuenta, en las clases, en los pasillos, en el Gran Comedor… Acudía a su mente constantemente. Y ella, cada vez que se encontraban frente a frente, se había dedicado a ignorarle con la cabeza bien alta a toda costa.

Un fuerte estornudo sacudió a Draco, y lo hizo trastabillar levemente sobre los helados escalones. Suspiró con pesadez y se detuvo para sonarse la nariz con un pañuelo, ya húmedo, que tenía en el bolsillo. Aprovechó para contemplar también el nevado paisaje que se disfrutaba desde aquella altura. El sol no había terminado de salir, y el cielo lucía un color azul grisáceo, decorado de una franja de un bello degradado entre naranja y amarillo allí dónde se encontraba con las lejanas montañas. La nieve había tardado más de lo habitual en hacerse presente, pero ahora cubría al completo los terrenos del castillo. Draco fue incapaz de apreciar la hermosa vista como se lo merecía. Sentía la cabeza pesada y brumosa, como si estuviese rellena de niebla. Se llevó una mano a la frente y apoyó el dorso. La piel le ardió en comparación al frío de su mano. Le pareció que estaba más caliente de lo usual. Probablemente se debiera a lo poco que había dormido.

Draco sacudió cuidadosamente la cabeza para despejarse, y continuó subiendo los escalones de piedra, algo resbaladizos por el hielo que había sobre ellos, frotándose fuertemente las manos desnudas para calentarlas.

Se odiaba a sí mismo cada vez que la joven Granger acudía a su mente. No quería pensar en ella. No tenía por qué pensar en ella. Llevaban ya tres días sin dirigirse la palabra, a pesar de que eran los únicos de su curso que quedaban en el castillo, además de Longbottom. La Gryffindor no podía quejarse: él no le había hecho nada desde que empezaron las vacaciones, a excepción de la fuerte discusión que mantuvieron en la comida del primer día. Por lo demás, ni siquiera la había visto más que en las comidas, las cuales se habían convertido en una incómoda sucesión de bromas por parte de Dumbledore tratando de elevar el espíritu navideño. Pero, aparte de esos momentos, no había visto a Granger. Ni siquiera la había buscado con la finalidad de disminuir el tedioso aburrimiento que lo invadía, tal y como se había visto tentado de hacer en algunos momentos. Pero no pensaba buscar a Granger. Además, en cualquier otro momento le hubiera encantado utilizarla como punto de mira para sus burlas, pero ahora… No era lo mismo. No se sentía como siempre. Antes, insultaba a la joven, se reía un rato, y seguía con su vida como si tal cosa. Ahora ya no era tan sencillo. Las discusiones eran más complicadas, y después no se sentía tan bien como antes. Después de discutir, permanecía más tiempo del que podría considerarse lógico dando vueltas a la discusión, rememorando cosas que ella había dicho o que él debería haber dicho… y eso era más de lo que su agotada mente podía soportar.

Para su propia desesperación, cuando se sentía especialmente aburrido, se sorprendía a sí mismo pensando dónde podría estar la joven, dónde podría encontrarla. Si, dando un rodeo por el pasillo de la biblioteca, la encontraría por allí, estudiando como la sabelotodo que era…

Draco, aún perdido en sus deprimentes pensamientos, se dispuso a cruzar la estrecha puerta abierta de la Lechucería cuando se vio obligado a detenerse en seco al ver con asombro que otra persona iba a hacer exactamente lo mismo que él desde el interior. Se detuvieron justo antes de chocarse.

—¿Granger? —saltó Draco, esbozando por inercia una mueca de desprecio, aunque no pudo ocultar la sorpresa en su voz. El destino podía ser muy cruel. Era muy temprano, por amor a Merlín, ¿qué hacía ella allí? Aparte de la obviedad de que era algo relacionado con el correo, claro.

—Malfoy —farfulló Hermione a su vez, frunciendo el ceño y retrocediendo medio paso.

Ambos se sostuvieron la mirada durante varios segundos de aplastante silencio. La ya de por sí gélida temperatura pareció descender varios grados más. Hermione fue la primera en apartar la vista, visiblemente impaciente, y también incómoda.

—Feliz Navidad —se burló el joven, con abierto sarcasmo, disfrutando de su mortificación. Ella volvió a mirarlo, con pesadez.

—Dudo mucho que desees algo feliz para mí… ¿Podrías apartarte? —pidió con heladora educación—. Me gustaría salir.

Draco consideró su exigencia durante unos instantes. La tentación de decirle que no y comenzar una pelea era muy elevada, pero al final desistió. La cabeza comenzaba a dolerle con intensidad en las sienes, y se dio cuenta de que no le permitiría ser todo lo ingenioso que podría ser en condiciones normales.

—Supongo que podría… si me lo pidieses —cedió Malfoy al final, expresándose lentamente y con sarcasmo. Hermione suspiró, como si se armase de paciencia.

—Malfoy, apártate, por favor —pidió con neutra y fría amabilidad. Se veía a la legua que no quería provocar una pelea, solo quería largarse de allí cuanto antes.

—Si me lo pides así —se burló el rubio de mala gana, con una pesada sonrisa. Quería decir algo más, pero el dolor de cabeza no le dejaba pensar. Él también quería irse de allí.

Draco se apartó a un lado a regañadientes, pero Hermione también se movió hacia ese lado y no logró salir. Él se movió entonces hacia el otro lado pero la chica también se movió hacia allí y Draco volvió a obstruirle el paso sin pretenderlo. Hermione detuvo el torpe baile y lo miró con hastío.

—Lo haces aposta, ¿no? —lo acusó la chica—. ¿Cómo puedes ser tan infantil?

—Es evidente que no lo hago —se defendió Draco.

—Entonces quítate de en medio —le exigió ella.

—¿Y por qué no te quitas tú primero? —le sugirió él, algo menos burlón y comenzando a lucir molesto.

El ceño de Hermione se arrugó de nuevo. A pesar de llevar días sin hablarse, era evidente que estar en presencia de Malfoy seguía siendo, evidentemente, agotador; seguía tan arrogante y maleducado como siempre. Últimamente, antes incluso de empezar las vacaciones, se encontraba con él de forma muy habitual; a casi cualquier sitio al que fuese, allí estaba él. No podía asegurar si Malfoy la estaba siguiendo, o era que siempre habían frecuentados los mismos sitios pero no había sido hasta ese momento, en el que ella se percataba más fácilmente de la presencia del chico, cuando se había dado cuenta. Sin embargo, durante las vacaciones no lo había visto por ninguna parte a excepción de las comidas. Y no había podido evitar ser consciente de ello, a su pesar, e incluso sentirse extraña al respecto. No sabría decir desde cuándo, pero recientemente la presencia Malfoy, aunque desagradable y molesta, se había convertido en algo habitual de su día a día. Casi se estaba acostumbrando a ver a todas horas su rostro pálido y afilado, coronado de aquel lacio y fino cabello rubio.

Hermione, decidida a no molestarse en mirarlo a los ojos, agarró a Draco de los brazos y dio una vuelta, arrastrándolo con ella, colocando de esa manera al chico donde ella había estado antes y a sí misma fuera de la Lechucería. Él, por fortuna, se dejó mover. Porque, sino, Hermione comprendió que no habría podido hacerlo sola. Era delgado, pero más alto que ella. Más grande y pesado, en conjunto. Y no se había esperado sentir el contorno de sus brazos incluso a través del abrigo que llevaba. Y lo sintió como un contacto ridículamente íntimo, que no era apropiado que dos personas que se odiaban tuvieran.

Lo soltó inmediatamente, una vez recolocados, antes de que él tuviese tiempo de protestar por haberlo tocado.

—Feliz Navidad —se despidió ella con frialdad y una clara ironía. Giró sobre sus talones y comenzó a bajar por los helados escalones de piedra.

Malfoy la contempló alejarse casi sin parpadear, con los restos del contacto de los dedos de Granger en sus brazos. Y el rostro ladeado en una mueca de concentración. Granger parecía bastante tranquila, y no especialmente mortífera. Pensó que era posible que ni siquiera llevase su varita encima, aunque no podía estar seguro. Quizá no fuese tan mala idea provocar una pequeña pelea. En otras ocasiones había demostrado ser un remedio eficaz contra el aburrimiento. Quizá así se olvidase del dolor de cabeza. Además, casi no se habían visto esos días, y la verdad era que no quería que… ¿se fuese tan deprisa?

—¿Te has enterado de las últimas noticias sobre los duendes? —le comentó en voz alta, con seriedad, esforzándose para disimular la sonrisa burlona que amenazaba con traicionarlo. El truco estaba en ser sutil para no despertar antes de tiempo la furia asesina de la joven.

Hermione se detuvo en seco, con el corazón bombeando a toda velocidad, pero sin dejar de darle la espalda.

—¿En serio quieres hablar de eso, Malfoy? ¿En serio? —pronunció, mirando al frente.

—Oh, ¿no te apetece hablar de duendes? —masculló Draco con ironía, arqueando las cejas como si lo sintiese—. El otro día en la comida los defendías con abrumador espíritu Gryffindor.

—Tú no quieres hablar de duendes, admítelo —se mofó Hermione con una risotada más propia de él que de ella. Se dio la vuelta y miró al chico a los ojos—. Mi pregunta es por qué quieres hablar de eso. Después dices que soy yo la entrometida, y la que te sigue a todas partes.

Draco se limitó a mirarla en silencio. Los ojos de la chica emitían destellos de rabia y orgullo, y toda ella emitía un aura de fortaleza imposible de obviar. De pronto se le habían quitado las ganas de fastidiarla, y deseaba internamente que la joven continuase su camino y lo ignorase. Sentía algo extraño dentro de él. Como si algo le aplastase el pecho. Como si de repente fuese capaz de sentir la sangre corriendo por sus venas. Quería algo, y no sabía qué.

Ella apartó la mirada con brusquedad y continuó bajando escalones.

—Granger —llamó Draco de nuevo, sin saber para qué, pero sin poder contenerse. Casi se quedó sin aire, atónito consigo mismo. Se hubiera dado de patadas. ¿No acababa de decirse que quería que se fuera?

—¿Qué quieres, Malfoy? —exclamó Hermione, volviendo a detenerse y encarándolo de nuevo con el rostro crispado—. Sea lo que sea, escúpelo de una vez y no me hagas perder más el tiempo.

Él se limitó a contemplarla seriamente desde el comienzo de las escaleras. Sentía que quería decirle algo, pero no tenía ni idea de qué podía ser, y eso lo frustraba y lo descolocaba. Y lo hacía sentirse absurdamente imbécil, cosa que no le gustaba ni un pelo y comenzaba a enfurecerlo.

Las palabras brotaron finalmente de su boca antes de que pudiera contenerlas.

—Cuando las clases vuelvan a empezar, no pienso dejar de hacer lo que me dé la gana en la clase de Runas Antiguas. La verdad es que me muero de ganas de ver cómo piensas detenerme… aún sigo esperando —sentenció él, sintiendo una oleada de perversa satisfacción. Quería provocarla, quería que volviese a ponerse furiosa. Sentía que lo necesitaba urgentemente—. Te lo advierto ahora para que después no me vengas con tus tonterías de siempre…

Se hizo el silencio. Hermione lo contempló durante un par de segundos, impasible, y, después, para desconcierto de Draco, se echó a reír.

Se llevó por inercia una mano a la boca, emitiendo sonoras y descontroladas carcajadas durante varios segundos. Draco estaba con la boca abierta. Literalmente.

—¿De qué… cojones te ríes? —balbuceó, con un rictus de odio curvando su labio superior. Eso era, de lejos, lo último que esperaba que ella hiciera. Apenas podía asimilar lo que veía. No recordaba... ¿la había visto reír así alguna vez? No. Claro que no. Granger era... Granger. Era un ser huraño, mandón y repelente. Una Minerva McGonagall de color castaño. Pero, por lo visto, era capaz de reírse. De tener sentido del humor. A su costa. Inadmisible.

Hermione intentó tomar aliento y dominarse, pero, tras elevar los ojos y ver el absoluto estupor, mezclado con cólera, en el rostro del chico, volvió a sufrir otro ataque de risa. Consiguió controlarse finalmente, y tragó saliva con dificultad un par de veces, pero siguió mirándolo con una sonrisa de satisfacción en el rostro que al chico no le gustó ni un pelo.

—Lo siento, Malfoy, pero me ha hecho gracia que no te hayas enterado —volvió a reír entre dientes, esta vez sin malicia—. Han puesto un anuncio en el tablón. La profesora Babbling vuelve a dar clase después de Navidades. Ya se ha recuperado del incidente con las vainas de Snargaluff…

—¿Qué? —saltó el chico, mirándola con genuino estupor—. Es un farol…

—Compruébalo luego cuando vayas a tu Sala Común —replicó la joven, dando media vuelta para irse—. Se acabó tu jueguecito, Malfoy. Más te valdría ponerte a estudiar para recuperar esa asignatura todo lo que puedas.

El chico contempló su espalda con pasmo, mientras ella comenzaba a bajar escalones. No podía ser verdad. No porque le importase lo más mínimo hacer el gamberro o no en esa clase. Solo era un pasatiempo estúpido porque sus compañeros le obedecían, y a él le hacía gracia. Pero, lo que no podía concebir, era que Granger ganaba.

¿O quizá no?

—Muy contenta te veo para haber perdido —le espetó en voz algo más alta, para que lo oyese. La chica se detuvo, y se giró lentamente sobre sí misma.

—¿Cómo? —preguntó con incredulidad.

—Me lo cuentas con toda tranquilidad, y te desternillas de risa como si te hubieras salido con la tuya —comenzó a explicar Draco, esbozando una media sonrisa satisfecha—. Pero, en realidad, no has conseguido pararme. Has demostrado que no puedes conmigo. La gente volverá a comportarse porque vuelve la profesora, no gracias a ti.

Hermione lo contempló unos segundos, sopesando sus palabras, pero después sacudió la cabeza.

—¿Crees que soy tan egocéntrica? Me da igual cómo vayas a parar. El punto es que dejarás de martirizarnos, y eso es lo que yo quería —Volvió a girarse para mirar al frente.

—Ya, pero no gracias a ti —insistió el rubio, manteniendo su sonrisa.

—No pienso caer en tu juego de provocaciones infantiles…

—¿Qué se siente al no poder controlarlo todo, Granger?

—¡No necesito controlar nada! —estalló Hermione, volviendo a girarse para encararlo—. ¡Lo único que a ti te fastidia es que soy mejor persona de lo que tú serás jamás! ¡Y que he antepuesto mi saber estar a la venganza! Porque sí, Malfoy, podría haberte destrozado si te hubiera denunciado ante Dumbledore, y no lo hice. ¿Por qué? Porque me das lástima, y creí que podría apelar a tu sentido común, como ya te dije. Pero me equivoqué, y es un error que no volveré a cometer…

—¿Ya estamos otra vez con tu asquerosa lástima? —replicó Draco, bruscamente, mirándola con repentina seriedad. Hermione sintió que le daba un vuelco el corazón, pero estaba demasiado enfadada como para darse cuenta de que se había pasado de la raya otra vez. No pensaba permitirse tenerle miedo a Malfoy. Se negaba.

—Sí, exacto —escupió ella, elevando la barbilla—. Te lo dije. Me das lástima. A mí, y a todos los que no son tus secuaces. A ver si te enteras de una buena…

La palabra "vez" se ahogó en su garganta cuando el chico se aproximó a ella a grandes zancadas. Bajó los escalones que los separaban casi deslizándose. De un súbito empujón en el pecho, la hizo chocar de espaldas contra la pared de la torre. Él se colocó un paso por delante, impidiéndole la retirada. La ira de Hermione se convirtió en repentino miedo, a su pesar, pero eso no la hizo amedrentarse. Sentía su varita en el bolsillo trasero de su pantalón, clavándose contra su cuerpo.

—No te atrevas a tocarme —le advirtió Hermione, haciendo alusión al empujón contra la pared.

—Retira lo que has dicho —gruñó él, mirándola con esos ojos gélidos como el hielo invernal que los rodeaba.

—Ni hablar —replicó ella, sin moverse.

—No pienso permitir —articuló él, en voz muy baja, con profundo desprecio en cada sílaba—, que una puñetera sangre sucia tenga la vergüenza de decir que siente lástima por mí. Así que retíralo inmediatamente.

—¿O qué? —estalló Hermione, elevando la voz con profundo desprecio—. ¿Vas a matarme como me dijiste en Halloween?

Draco la contempló durante unos segundos, intentando controlarse a sí mismo. La chica tenía las mejillas, a los lados de la nariz, sonrojadas, los ojos brillantes de emoción, los puños apretados, y un gesto de ira en su rostro que le arrugaba el ceño. El vaho escapaba por entre sus labios, formando una sutil nube blanca frente a ella. Su espeso cabello, esponjoso por la humedad y el frío, rodeaba su rostro como un halo de fuego. Estaba furiosa, y Draco se dio cuenta, casi entrando en pánico, de que él estaba respirando pesadamente, contemplándola embobado. Sentía que el calor de su propio rostro estaba aumentando. ¿Cómo una jodida sangre sucia podía transmitir tantísima fuerza?

—Déjame en paz, Granger —articuló Draco, sin dejar de respirar con dificultad—. Preocúpate por tus asuntos, y déjame en paz a mí. No he tenido que soportar tu presencia más de lo indispensable en seis años, no voy a aguantarte ahora. ¡Déjame odiarte en paz! ¡Déjame odiarte como siempre, joder! —exclamó entonces, sin darse cuenta de que era una forma de expresarse algo extraña.

En efecto, la chica pareció descolocarse ante esas palabras.

—¿Qué dices? —musitó Hermione, súbitamente demudada, parpadeando rápidamente—. Eso es absurdo. Lo que hago tiene que hacer que... me odies como siempre. O más.

Sí. Draco suponía que era así. Pero no respondió. Porque él tampoco entendía muy bien por qué había dicho eso. Seguía mirándola con furia y respirando agitadamente. No. Había algo más. Y creía estar entendiéndolo. Granger no le estaba dejando odiarla. Ella estaba fingiendo que lo que hacía era intentar evitarle más problemas, simulando que quería ayudarlo. Y estaba consiguiendo confundirlo y atormentarlo con tan inverosímil conducta. Porque eso no era lo que ambos tenían programado hacer. Y así no le permitía odiarla como debería. Como era su deber.

Sintió cómo parte del peso de su interior había desaparecido. Eso era. Esa era la explicación a la frustración que sentía. Por eso el corazón le latía a toda pastilla. Porque ella le molestaba.

—Si es cierto que vuelve la profesora Babbling, te lo diré clarito: no vuelvas a meterte en mis asuntos, no tendrás ninguna excusa para hacerlo —espetó Draco a su vez, con voz repentinamente ronca—. Aléjate de mí. O te prometo que convertiré tu vida en un infierno. No voy a aguantar más tonterías. Último aviso.

Hermione lo contempló en silencio, inmóvil. Se sentía decepcionada, furiosa, y angustiada. Impotente. No lo comprendía. No comprendía qué ganaba comportándose así. Malfoy era una persona extraordinariamente orgullosa y obstinada. Nunca había conocido a otro como él. Tan endiabladamente complicado.

Los ojos de la joven se entrecerraron de repente y una arruga se dibujó entre sus cejas. Parecía alarmada de pronto.

—¿Qué te pasa? —preguntó bruscamente, mirando a Malfoy con seriedad—. ¿Estás bien?

Él no contestó. Entendía perfectamente a qué se refería. Su respiración seguía acelerada y no lograba regularla. Sentía un calor horrible, a pesar de que todo, desde la nariz enrojecida de Granger, hasta el hielo de los escalones, indicaba que hacía un frío tremendo. Su vista se desenfocó por los bordes y se vio obligado a alzar una mano y apoyarla en el muro de piedra, junto al cuerpo de la chica. Sus pies no parecían estar en suelo firme. Se sentía como si estuviese en alta mar, sobre la cubierta de un barco.

Hermione se inquietó ante su silencio. Y más todavía ante el preocupante gesto de sujetarse a la pared, el cual ella siguió con la mirada. Con los ojos entrecerrados, escrutando su pálido rostro con desasosiego, alzó una mano. Y, sin pararse a pensar que quizá no era una buena idea, la apoyó contra la piel de su frente.

—¡Estás ardiendo! —vociferó Hermione, abriendo mucho los ojos. El chico se alejó de ella de un salto, sobresaltado ante la helada mano de la joven sobre su candente frente. Golpeó su mano con un amplio movimiento para apartarla de él—. ¡Tienes fiebre!

—¡No me toques! ¡Y no digas sandeces! —logró articular él, alzando la voz. Cosa que, además de su rápido movimiento para apartarse, repentinamente le produjo náuseas.

—Malfoy, tienes una cara horrible. Estás enfermo, tienes que ir a la Enfermería —se apresuró a decir Hermione, mirándolo detenidamente. La discusión anterior, irónicamente, parecía haber quedado en el olvido para ambos.

—Vete a la mierda, Granger, ¡y déjame en paz! —le gritó, dándose la vuelta y subiendo como alma que lleva el diablo los escalones que faltaban para entrar en la Lechucería. Ya le daba igual que no rectificase sus palabras sobre que él le daba lástima. Solo quería alejarse de ella y que no lo viese en ese estado. Porque, a juzgar por lo mal que se sentía, iba a desmayarse de un momento a otro. Y no tenía ninguna intención de desmayarse delante de Granger.

Pero Hermione no le hizo el menor caso, por supuesto, y lo siguió corriendo hacia el interior de la torre. Hacía casi tanto frío como en el exterior, pues los grandes ventanales sin cristales dejaban pasar heladas corrientes de aire. No había demasiadas lechuzas, pues la mayoría aún estaba de caza por ser tan temprano. Draco se había acercado a un gran búho real y estaba tratando de atarle a la pata, a toda prisa, un paquete que al parecer había llevado en el bolsillo del abrigo todo ese tiempo. Sin embargo, sentía sus manos torpes y grandes y no lograba hacerlo.

—¡Malfoy, estás enfermo! —le espetó Hermione, tratando de hacerlo entrar en razón, avanzando hasta colocarse a su lado. No intentó volver a tocarlo—. ¡Sé razonable, por el amor de Dios! ¡Tienes que ir a la Enfermería! ¿Qué ganas siendo obstinado con algo así?

—¡Estoy perfectamente, Granger! ¡Limítate a largarte de aquí! —exclamó, logrando atar por fin el paquete, y sin saber siquiera si había gritado o no. Sentía un zumbido en los oídos, y el suelo seguía moviéndose bajo sus pies. La cabeza iba a estallarle en cualquier momento—. ¿De verdad te parece que no sé cuidarme yo solo, so cretina?

Su búho ululó y se alejó con un silencioso batir de alas, saliendo por una de las ventanas. Draco consiguió dar un par de pasos y se sentó en una de las vigas más bajas. Las lechuzas que había cerca se alejaron dando saltitos, o volando bajo hasta otra viga vacía. No había pretendido hacer eso, sino largarse de allí cuanto antes. Pero no estaba seguro de estar en condiciones de bajar escaleras.

—¡No me estás demostrando que seas razonable en lo más mínimo con…! —la chica enmudeció su severa perorata al fijarse en la expresión del chico. Su pálido rostro se había contorsionado en una mueca de desfallecimiento. Había agachado la cabeza y tenía los ojos firmemente cerrados, respirando irregularmente. Presentaba el mismo color que la ceniza—. ¿Malfoy…? —lo llamó, ahora en un susurro. Intentó contener sus piernas, pero éstas se activaron y avanzó hacia él. Se arrodilló justo delante, ignorando el hecho de que el suelo de paja estaba lógicamente mugriento y lleno de excrementos varios. Él no dijo nada ante su cercanía. Quizá, con los ojos cerrados, ni lo hubiera notado. Hermione se mordió el labio. Casi sentía ganas de llorar por la impotencia que le producía la situación—. Malfoy, es evidente que no te encuentras bien —musitó, con voz forzadamente sosegada. Como si hablase con un niño pequeño—. Te llevaré a la Enfermería. Deja de ser tan inmaduro y apóyate en mí.

La chica, con la respiración casi tan agitada como la de Draco, llevó una mano hasta la nuca de él y sintió que estaba empapada en sudor frío. Pudo notarlo temblar.

Él reaccionó como si le hubiera lanzado una maldición. Abrió los ojos de golpe y la miró como si lo estuviera apuntando con su varita.

—¡No me pongas ni un dedo encima! —gritó, dándole un segundo manotazo en el brazo por acto reflejo. La chica, colocada de rodillas, casi se desestabilizó ante su golpe—. ¡Te he dicho que te largues!

—¡Malfoy...! —gritó ella a su vez, indignada, poniéndose en pie.

—¡Que te largues! —gritó Draco por última vez. Pero pareció tener que tragar saliva inmediatamente después. Parpadeó un par de veces y volvió a agachar el rostro para mantener bajo control el mareo que lo invadía. Respirando por la nariz con énfasis.

Hermione lo contempló con profunda frustración. Era imposible. No le permitiría tocarlo, menos aún llevarlo hasta el castillo. Hechizarlo contra su voluntad tampoco era la solución, posiblemente ni siquiera sería legal. Pero no podía dejarlo ahí. No era ético. No era humano. No podía simplemente irse. ¿Quién haría algo así? Él, por ejemplo. Sin lugar a dudas.

—Si no quieres ir a ver a Madame Pomfrey, la traeré aquí —sentenció la joven—. No te muevas, vuelvo lo antes que pueda.

Hermione echó a andar hacia la puerta a buen paso, dispuesta a salir de allí. Antes de cruzar el umbral, echó un último vistazo a Malfoy, el cual ahora se cubría el rostro con ambas manos, desfallecido, y la chica sintió una repentina e intensa sensación de pesadumbre por irse de allí.

Malfoy se veía tan vulnerable, que Hermione se sintió como la peor persona del mundo por dejarlo solo.


Ay, Draco, Draco… 😒 Mira que Nott te lo lleva diciendo varios capítulos. ¿Ves cómo estabas incubando algo? No hacías más que estornudar durante toda la historia, ¡estás enfermo, hijo, asúmelo! Ja, ja, ja 😂😂

Bueno, ¿qué os ha parecido? 😍 ¡Resulta que la profesora Babbling va a volver a dar clase! 😱 ¿A que no os lo esperabais? Ja, ja, ja 😂 Draco tampoco, se ha quedado atónito… Se le va a acabar el chollo, tendrá que dejar de hacer tonterías en Runas Antiguas… ¿pero será eso suficiente para que se acaben los problemas de la pobre Hermione? Se aceptan apuestas 😉

Muchísimas gracias por leer, espero que os haya gustado mucho 😍

Si es así, ojalá os animéis a dejar un comentario con vuestra opinión 😊

¡Un abrazo fuerte y hasta el próximo!