¡Hola! ¿Cómo estáis? Vengo con un nuevo capítulo 😊. Lamento mucho el retraso 😭, se me han juntado algunas cosas de mi vida no-dramionera (llevo un par de semanas haciendo entrevistas para conseguir entrar en un programa de doctorado y trabajar en una clínica (soy fisioterapeuta jiji 🙊), ¡y he conseguido ambas cosas! por si a alguien le interesaba 😂😂), y me han quitado tiempo para darle el último repaso que siempre doy a los capítulos antes de subirlos. Es bastante largo, así que espero que esto compense ligeramente la espera 😅 (he tardado un mes en actualizar, MATADME😰).
Muchísimas gracias, una vez más, a todos los que dejáis comentarios 😍. Cada vez sois más, y eso me pone muy muy feliz, ¡no sabéis cuanto! Me siento muy afortunada… 😍 También sois muchos los que leéis en la sombra, y, como siempre y por supuesto, os lo agradezco igualmente. ¡Ojalá os siga gustando la historia! 😍
Han pasado varios días desde la interesante conversación entre Draco y Hermione en la Lechucería, y las Navidades en Hogwarts continúan…
CAPÍTULO 11
Mimbulus Mimbletonia
Seguir los pasos de una persona tan inmensa como Rubeus Hagrid no es precisamente fácil, y menos aún si tienes las piernas flacas y los tobillos delgaduchos como los que tenía Hermione Granger. Y se convierte en una tarea especialmente hercúlea, si además tienes los brazos cargados de pesados libros y una mochila llena a reventar colgada de un hombro. Pero la joven no se quejaba, y seguía al trote las amplias zancadas del guardabosque por aquel pasillo de la segunda planta.
La decoración del castillo era especialmente bonita esas Navidades, y Hermione lamentaba que tan pocos alumnos pudieran disfrutarlo. El techo de muchos de los pasillos estaba cubierto de finas y brillantes estalactitas, al igual que las barandillas de las escaleras, y alegres guirnaldas se enroscaban alrededor de las gruesas columnas de piedra. También habían colocado coronas hechas de ramas de abeto sobre los cascos de las armaduras, las cuales se frotaban la cabeza con incomodidad, y cuyas viseras se elevaban al resoplar con frustración. A pesar de que las vacaciones de navidad terminarían en pocos días, el ambiente navideño todavía flotaba en el aire.
—Pues yo creo que has sido muy noble, Hermione —comentó Hagrid cálidamente, mirándola de forma paternal mientras caminaban—. Ese patán no merece que alguien tan bondadoso como tú le ayude. No me gusta decir esto, pero Malfoy es un mal chico, un mal chico…
Hermione se limitó a forzar una sonrisa, sin decir nada, y continuó caminando al trote tratando de seguir el ritmo de su amigo. Acababa de contarle a Hagrid que, varios días atrás, el día de Navidad, había ido corriendo a buscar a Madame Pomfrey al encontrarse a Malfoy en mala forma en la Lechucería. La mujer había accedido a ir con ella hasta la torre y, una vez allí, había hecho levitar a un poco colaborativo Malfoy hasta la enfermería. Intuía que el joven había pasado allí varios días, pues no lo había visto desde entonces. Ni siquiera en el Gran Comedor.
Obviamente, tanto con Pomfrey como con Hagrid, Hermione se había ahorrado detalles como la conversación que mantuvieron antes de que el chico enfermase. No se sentía con fuerzas como para contárselo, ni siquiera a Hagrid, pues no estaba segura de que el semi-gigante la comprendería. Confiaba plenamente en él, pero intuía que su reacción sería muy parecida a la que Harry y Ron tendrían si se enterasen, de modo que se abstuvo a comentarle nada. No quería preocupar a ninguno de sus amigos.
Cuanta menos gente supiese los derroteros de sus encuentros con Malfoy, mejor.
—Malfoy siempre ha sido un chico saludable. Pero últimamente tenía mala cara, me he fijado en las comidas de… —siguió diciendo Hagrid, para verse interrumpido bruscamente por unos jadeos y unos pasos muy rápidos procedentes del pasillo contiguo. Al cabo de un segundo, Neville hizo acto de presencia, doblando la esquina con un derrape y deteniéndose trastabillando al ver a Hagrid y a Hermione. Éstos se sorprendieron al ver que estaba muy despeinado, con la ropa revuelta, varios gruesos libros en las manos y, también en las manos, su gran y desagradable planta Mimbulus Mimbletonia.
—¡Hermione! —jadeó Neville, cuyo rostro se iluminó al ver a la chica—. ¡No sabes cómo me alegro de verte!
—Hola, Neville… Antes te he estado buscando para ir juntos a la biblioteca, pero no te he encontrado, ¿de dónde vienes? —quiso saber ella, escrutándolo con la mirada, sorprendida.
—He estado en los invernaderos… Pero acabo de recordar que tenía que haber devuelto estos libros a la biblioteca antes de las vacaciones —gimió Neville, señalando los libros con la cabeza, totalmente desesperado—. Así que voy corriendo a hacerlo ahora.
—¿Hace cuánto? —se asombró Hagrid—. Madame Pince te matará, Neville…
—¡Ya lo sé! —balbuceó el joven, casi a punto de llorar. Sin previo aviso, se acercó a Hermione y le colocó la enorme maceta de la Mimbulus Mimbletonia en las manos—. Por favor, Hermione, cuídame mi Mimbulus Mimbletonia, no puedo correr con ella hasta la biblioteca…
—¿Yo? —se alarmó la chica, sujetándola a duras penas por culpa de todos los libros que ya llevaba. Hagrid descolgó la mochila de la chica de su hombro y se la sujetó, con intención de quitarle algo de peso—. ¿Y qué hago con ella? ¿Por qué la tienes fuera de la habitación?
—Tiene mal aspecto y se la he llevado a la profesora Sprout, para que le echase un vistazo. Me ha dicho que seguramente será cosa del frío —explicó a toda prisa, sin respirar—. Llévala… llévala a la Sala Común, ¿vale? ¿Podrás? —añadió el chico a toda prisa, para después echar a correr por el pasillo a toda pastilla, sin esperar respuesta—. ¡Gracias, Hermione!
—Madre mía, pobre chico —se lamentó Hagrid, con pesar, mirándolo alejarse—. Con lo estricta que es Madame Pince, va a asesinarlo y a usar su piel para forrar libros… —chasqueó la lengua y miró a Hermione de forma cómplice—. Voy con él, a ver si puedo hacer que le rebaje un poco el castigo, ¿te parece?
—Sí, buena idea —aceptó Hermione, sonriéndole—. Yo voy a llevar esta… adorable plantita a la Sala Común.
—Nos veremos en la cena —se despidió Hagrid, sonriente, dándole una palmadita en el hombro que casi la arrojó al suelo y echando a andar rápidamente, con sus pesados andares, tras los pasos de Neville.
Hermione suspiró y cambió el peso de la Mimbulus Mimbletonia al otro brazo, pues el izquierdo empezaba a dormírsele. Los libros temblaron precariamente en sus brazos, pero logró sujetarlos. Continuó su camino por el pasillo en dirección contraria a sus amigos, esta vez en soledad. Al llegar al final, dudó sobre si coger las escaleras de la izquierda, las cuales tenían un par de escalones falsos, que conducían al piso de arriba y por las que llegaría antes a la Torre de Gryffindor; o unas que bajaban al primer piso y por las que el camino sería más largo, aunque también más seguro dado la cantidad de objetos que llevaba a cuestas. Decidió continuar escaleras abajo, no queriendo arriesgarse a quedar atascada en un escalón, cargada de libros y con una planta que parecía un órgano enfermo lleno de forúnculos que escupe un asqueroso líquido verde oscuro al menor toquecito.
Bajó un primer escalón de la escalera de caracol, estirando el cuello tratando de ver por encima de la gruesa planta. Bajó un segundo y se tambaleó levemente, pero logró sobreponerse. Siguió bajando, sintiendo cómo la tranquilidad se apoderaba de ella conforme llegaba al final de la estrecha escalera. Ya casi estaba, un par de escalones más y solo tendría que apartar el tapiz que había al otro lado para acceder al pasillo. Ya estaba abajo, no le quedaba nada… Solo tenía que estirar el brazo…
Pero no podía ser tan sencillo, claro está. La Ley de Murphy ya lo advirtió: "Si algo puede salir mal, saldrá mal". Efectivamente, el tapiz se abrió automáticamente antes de que la chica lograse alcanzarlo, y Draco Malfoy lo atravesó sin vacilar, a grandes zancadas, con expresión distraída.
No, no, ¡NO!
Hermione dejó escapar un grito ahogado, aferrando la Mimbulus Mimbletonia contra su pecho como si así pudiese evitar el inminente desastre.
Sin éxito.
Malfoy abrió los ojos con sorpresa, pero no logró detenerse a tiempo. Chocó de frente contra la joven, desequilibrándola y provocando que los libros que ésta llevaba precariamente sujetos bajo el brazo cayesen al suelo con un estruendo seco. Las manos del rubio se alzaron en un acto reflejo para evitar el ineludible choque, y una de ellas se apoyó sin remedio en medio de uno de los forúnculos de la desagradable planta. El tiempo pareció detenerse durante un horripilante instante, y, acto seguido, gruesos chorros de un espeso líquido verdoso con olor a estiércol salieron disparados de la planta, empapando totalmente a Hermione, Malfoy, los libros, y el pasillo.
Genial.
Aun cuando la planta dejó de expulsar líquido, los jóvenes no se movieron. Permanecieron inmóviles varios cautos segundos más, en las mismas posturas, totalmente paralizados por lo ocurrido. Hermione había cerrado fuertemente los ojos un segundo antes de que comenzase a escupir y, una vez que la planta dejó de defenderse, trató de abrirlos. Aunque tenía los párpados cubiertos del viscoso líquido y, entre rápidos parpadeos, no logró ver nada de lo que la rodeaba con claridad. Pero sí vio a Malfoy, justo delante de ella. Tenía los brazos alzados en la misma postura en la que había intentado detener el choque, con la cara, el pelo y la parte delantera de la ropa chorreando fluido verde. Sus ojos estaban firmemente cerrados, y a la chica le pareció que le palpitaba un músculo de la mandíbula.
Vale, estaba oficialmente muerta. Muer-ta.
Y enterrada.
—Mi-mierda —no pudo evitar balbucear Hermione, agachándose para dejar la planta en el suelo con manos temblorosas y apartándose el pegajoso flequillo de los ojos—. ¿Malfoy?
El chico no contestó inmediatamente. Movió las manos con lentitud y se apartó con los dedos índice y corazón de cada mano el líquido que le cubría los párpados, limpiándose después los dedos con una lánguida sacudida de manos. Por fin logró abrir los ojos, lo cuales emitían plateados destellos de cólera.
—Joder, Granger —fue lo primero que sentenció, con voz peligrosamente temblorosa, apartándose también el rubio flequillo, ahora verde, de los ojos—. Joder.
—Lo… lo siento mucho —farfulló la chica, mirando alrededor y observando pasmada el desastre que habían armado. Las paredes y las escaleras eran ahora de color verde. Demonios—. No… no te enfades, por favor… No ha sido a propósito, tú mismo lo has visto. Ha sido un accidente…
—Acabo de salir de la maldita Enfermería a la que tú me mandaste, y no puedo creerme que nada más salir me encuentre contigo —articuló él con dificultad, con aspecto de ser una bomba a punto de reventar. Ahora no cabía duda; le palpitaba una vena en la frente—. Definitivamente soy gafe, no hay duda. Si no lo soy, no entiendo por qué me encuentro contigo en todos los malditos rincones de este maldito castillo, a todas las malditas horas del día —concluyó el rubio entre dientes, aún incapaz de moverse ni de bajar los brazos. Eso no era técnicamente cierto, pues llevaban varios días sin verse, por estar él en la Enfermería como bien había señalado, pero la chica entendió el punto y ni se le pasó por la cabeza replicar—. ¿Es que planeas acabar conmigo? ¿Qué es esto? Huele a… a… mierda.
Ella lo miró con una incontenible pesadez ante sus palabras, pero tomó aire para no replicarle nada demasiado grosero. Se sentía bastante culpable por el desastre.
—Lo limpiaré todo ahora mismo. Dame un minuto, no te muevas —pidió Hermione con paciencia, intentando mantener la calma. Comenzó a revolver sus bolsillos apresuradamente, y a buscar su mochila con la mirada—. Sólo tengo que… encontrar la varita y,… y,… ¡Mecachis!
Fue en ese momento cuando cayó en la cuenta de que no tenía su mochila con ella. Maldita sea. Hagrid se la había llevado al ir tras Neville, con su varita dentro. Oh, venga ya, y qué más. ¿Podía tener peor suerte? Todo comenzaba a ser surrealista.
Se dirigió al rubio, con aspecto de sentirse tentada de coger de nuevo la planta para parapetarse tras ella.
—¿Tú tienes aquí tu varita? —preguntó con cautela.
El ojo de Draco sufrió un tic.
—¿No crees —preguntó, con voz perturbadoramente suave. Peligrosamente sarcástica— que si tuviera mi varita ya me hubiese limpiado, Granger? ¿Crees acaso que dejan tener varita en la Enfermería?
Efectivamente, no llevaba mochila. Y tampoco ropa de abrigo. Parecía ser cierto que, tal y como decía, acababa de salir de la Enfermería. ¿Qué probabilidades había de encontrarse, de coincidir en uno de los múltiples pasillos y pasadizos del castillo? Mínimas. Casi nulas.
Y, sin embargo, ahí estaban.
—Merlín, qué mala suerte —se lamentó Hermione, casi reflexionando en voz alta. Contempló los libros con frustración y se mordió el labio inferior por inercia. Aunque al instante lamentó haberlo hecho, pues estaba cubierto del fluido que había expulsado la ahora inocente planta—. ¡Puaj! Qué asco… —sacó la lengua y tosió y escupió un poco con toda la elegancia que pudo, bajo la gélida mirada de un impávido Malfoy. Cuando la chica logró controlar las náuseas, tragó saliva y añadió, a la desesperada—: Vale, muy bien, mantengamos la calma. El pasillo… no tiene solución —miró alrededor, todavía incrédula ante el desastre que los rodeaba—. Volveré después a limpiarlo con magia, a no ser que Filch lo vea primero. Pero nosotros no podemos ir con esta pinta por el castillo… En este piso hay un baño, aquí al lado, nos limpiaremos lo mejor posible allí —sentenció, cogiendo la Mimbulus Mimbletonia con cuidado con una mano, y el resto de sus libros con la otra. Rodeó a un inmóvil Malfoy, apartó el manchado tapiz con un hombro, y sin esperar respuesta por parte del chico, lo precedió por el pasillo. Malfoy no se movió inmediatamente, y no estaba claro que llegase a hacerlo.
—Te detesto, Granger —masculló, a la nada, cerrando los ojos durante un largo instante, como si lo último que desease en su vida fuese ir tras ella. Finalmente comprendió que ella tenía razón: no podía ir por el castillo con ese aspecto. A pesar de haberse quedado pocos alumnos, tuvo claro que, con su mala suerte, se encontraría con todos ellos antes de llegar a su habitación. Incluso con el viejo chocho de Dumbledore, estaba convencido de ello. Tras vacilar dos desesperados segundos más, como si esperase que el líquido desapareciese de su cuerpo por arte de magia, terminó girándose para seguirla. Caminando de forma extraña, tratando de no tocar ni por asomo el líquido que ya lo cubría entero—. De verdad que te detesto.
Al cabo de varios segundos de rápido caminar por el pasillo, Hermione varios metros por delante Malfoy, la chica abrió la puerta de uno de los baños de la primera planta bajando la manilla con el codo, tratando de no manchar la puerta demasiado. Una vez dentro del desierto y brillante baño iluminado con antorchas, la chica dejó todos sus objetos, incluida la planta, en el suelo, mientras Malfoy, por su parte, avanzaba a grandes zancadas directo a uno de los lavabos y abría el grifo al máximo. Comenzó a limpiarse las manos frenéticamente, con una cara de asco muy similar a la que hubiese tenido si estuviese lleno de ácido corrosivo.
La chica decidió que, con todo el dolor de su corazón, limpiaría los libros más tarde con magia. Con agua y papel higiénico podría ser una catástrofe. Se limpiaría ella misma primero, igual que el chico. Se acercó a uno de los urinarios para coger varios trozos papel higiénico y después caminó hacia el rubio, colocándose en otro lavabo, dejando uno en medio para guardar distancias. Se sentía profundamente descolocada, y no sabía qué decir ni cómo comportarse. Jamás pensó que se encontraría en una circunstancia semejante, y menos con Malfoy de por medio.
Lo único que tenía totalmente claro, era que se encontraba en la situación más incómoda de su vida. Intentó consolarse a sí misma pensado que podría ser peor…
Vale, ahora no se le ocurría cómo, pero podría serlo.
Se miró en el espejo mientras abría el grifo y casi sintió deseos de reír al ver el aspecto que presentaba. Merlín, estaba hecha una pena. Todo su jersey estaba húmedo y cubierto del espeso líquido, así como la parte delantera de su cabello, y su flequillo. Parte del líquido de su rostro había resbalado por su propio peso hasta su jersey.
Si no hubiera estado tan desorientada e impresionada, se hubiera desternillado.
Y Malfoy no estaba mucho mejor. Aunque no parecía dispuesto a reírse.
—Sólo es… líquido apestoso, no es para tanto —comentó Hermione, tratando de forzar una sonrisa conciliadora, mientras llenaba las palmas de sus manos con agua y se las acercaba a la cara, para enjuagársela. Lo cierto era que el líquido emitía un desagradable olor a estiércol podrido—. Juraría que no es venenoso.
—Solo faltaba —espetó el rubio, cortante—. Pero, venenoso o no, sigue siendo asqueroso.
Él se miró en el espejo, analizando su aspecto mientras seguía frotándose las manos, y, tras emitir un bufido de rabia, se quitó por la cabeza el grueso jersey de color negro que llevaba, cubierto ahora de pus verde. Debajo del jersey llevaba una camisa gris más fina, la cual casi había quedado limpia del líquido. Solo las solapas, que asomaban por el redondo escote del jersey, se habían ensuciado. Hermione, que se encontraba mirando a Draco mientras éste hablaba, fue testigo, viviéndolo casi a cámara lenta, de la forma en que el chico se quitaba el jersey por la cabeza en un impaciente y rápido movimiento, para después sumergirlo en el agua del grifo intentando limpiarlo. Su rubio y fino cabello, ahora pegajoso, quedó revuelto por el gesto, dándole un inesperado aire… salvaje. Diferente a como solía lucir, relativamente liso y bien peinado. Él no se molestó en acomodarlo, pues tenía las manos ocupadas con el jersey, y manchadas, y ni siquiera pareció darle importancia. Pero Hermione sí lo hizo. Y sintió una repentina opresión nerviosa en el pecho. Al darse cuenta de que había dejado de parpadear, sintió que un desagradable calor acudía a sus mejillas.
Oh, vamos, ver a Draco Malfoy quitarse un jersey no podía haberle parecido… sensual. De ninguna manera.
Devolvió apresuradamente la atención a su propia limpieza. ¿En qué clase de tonterías se fijaba ahora? Qué inapropiado. Ni siquiera debería estar mirándolo tan atentamente, no era educado. Se concentró en su propia ropa. El jersey navideño de la señora Weasley que llevaba puesto estaba pringoso, pero no podía quitárselo. No llevaba nada debajo, además de su sostén. Tendría que intentar limpiarlo más tarde.
—Tienes razón —admitió la chica bruscamente, tratando de hablar con normalidad, aunque su voz sonó ligeramente temblorosa. Intentaba romper el silencio, y olvidar el calor en su rostro que el estúpido e inocente gesto de Malfoy había provocado. Y que no remitía—. Es una planta llamada Mimbulus Mimbletonia, originaria de Asia. Expulsa un líquido verde como mecanismo de defensa…
—¿En serio? No me digas —la interrumpió Malfoy, con sarcasmo, sin ningún asomo de empatía ante los intentos de la chica de entablar una conversación civilizada.
Ella se rindió, con un resoplido. Se sintió entonces más estúpida todavía por haber considerado que la forma del chico de quitarse el jersey había sido, de alguna forma, atrayente. Había sido una completa estupidez por parte de su cuerpo. Seguía siendo un completo imbécil, sin, evidentemente, ningún tipo de atractivo. Mordisqueándose el labio para contener su frustración hacia sí misma, apreció por el rabillo del ojo cómo Draco sumergía el rostro en el agua, y se lo restregaba con ganas. Limpiándose también, como pudo, el pegajoso flequillo. Volvió a alzar la cabeza cuando estuvo lo más limpio posible y trató de secarse el exceso de agua con las manos. Pero fue entonces cuando Hermione lo vio cerrar los ojos con fuerza. Y comenzar a frotarse los párpados con los nudillos de forma frenética.
—Mierda… —comentó él para sí, en un murmullo. Hermione giró el rostro para mirarlo de forma más directa, dejando su propia limpieza. El chico seguía frotándose los ojos, con expresión de malestar y casi dolor.
—¿Te ha entrado en los ojos? —cuestionó Hermione, con cautela. Con súbita empatía. Se sentía responsable de lo sucedido, aunque era verdad que había sido un accidente. Intentando acallar a su conciencia, cogió alguno de los trozos de papel higiénico que estaba reservando para ella y se acercó a él—. Espera, toma…
Le colocó una mano en el hombro, solo un instante, para indicarle que estaba a su lado y no sobresaltarlo. Apartó la mano del chico con la que seguía frotándose los ojos y le colocó ella misma el papel higiénico sobre sus párpados cerrados. Su intención había sido darle el papel para que él se limpiara, pensando que lo cogería, pero el chico se mantuvo quieto, sin tocarlo. Aguardando. Posiblemente fue por la sorpresa que le produjo el repentino acercamiento de la chica. No estaba segura. Pero entonces ella se quedó sin saber qué hacer. Y la situación tampoco le dejó mucho tiempo para pensar. Era una... tontería, realmente. Así que, sin pensarlo demasiado, comenzó a pasarle ella misma el papel sobre los párpados. Queriendo quitarle la incomodidad lo antes posible de forma instintiva. Solo sería un momento...
Draco, por su parte, estaba solo concentrado en no morir de dolor ocular. Respiró hondo, agradecido al sentir que el picor de ojos se reducía. La molestia lo estaba matando. Y no ver lo que lo rodeaba solo aumentaba su enojo. Se obligó a serenarse y a no dar rienda suelta a la frustración que lo carcomía. Maldita Granger, siempre tenía que arreglárselas para fastidiarle el día...
La chica siguió acariciando sus párpados con el papel. Tres segundos de total silencio. Cuatro segundos. Cinco. Y, al sexto segundo, Draco sintió una convulsión en el estómago al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Granger lo estaba tocando. Él estaba permitiendo que lo tocase. Estaba permitiéndole a una sangre sucia, a una Gryffindor, que pusiese sus impuras manos sobre él. Y eso era imperdonable. Bochornoso. Inconcebible. El inaguantable picor de ojos, y la falta de visión, lo habían privado de su capacidad racional. Sintió deseos de golpearse por la falta de cordura que estaba demostrando. Quizá lo hiciese más tarde. Pero, bueno, primero tenía que solucionar lo que sucedía. Ahora que había recuperado un estado mental normal, sólo tenía que apartarla. Darle un buen empujón. Y gritarle algún insulto tampoco estaría mal. Pero primero tenía que apartarla.
Apartarla ya.
Ahora.
«¡Apártala, joder!», clamó su indignada mente.
Nada. No podía. No podía moverse. De pronto, todos sus músculos parecían estar fuera de su control, y todas sus terminaciones nerviosas se habían amontonado en su rostro, concretamente en la zona que las manos de la joven estaban rozando.
—Lo siento de veras —oyó que decía Granger, trayéndolo medianamente a la realidad. Al tener los ojos cerrados, era más difícil impedir que todos sus otros sentidos se agudizasen. Sufrió un sobresalto al sentir su voz tan cerca. Nunca habían hablado desde tan poca distancia—. Aunque no te lo creas, no era mi intención fastidiarte. La planta es de Neville, él me pidió que la llevase a la Sala Común, y yo sabía que reaccionaba así cuando alguien la tocaba… Pero no esperaba encontrarme con nadie…
Él no contestó. No supo qué decir. Ni siquiera entendió lo que le había dicho. Según iba escuchando las palabras, las iba olvidando. Algo de que Neville era una planta. O algo así. Su cerebro se negaba a procesar información coherente. Notaba su propia respiración abandonar su nariz y chocar contra la palma de la mano de la chica. Era una sensación muy extraña. Se dio cuenta de que no respiraba de forma natural.
Pero, antes de que lograse analizar por completo sus propias reacciones, estas se detuvieron con la brusca ruptura de contacto del cuerpo de la joven con el suyo. No la vio, pero la sintió alejarse de él. Su mano se separó de su rostro.
—¿Mejor? —oyó que la chica le preguntaba.
«No», pensó, de forma automática. Y luego se dijo que ni siquiera había abierto los ojos para comprobarlo.
Lo hizo, y descubrió, con indiferente asombro, que ya no le picaban, pero también que seguía sin poder respirar con normalidad. Se sentía como si hubiese abandonado el mundo terrenal durante unos instantes. Pero, con el don de la visión, vino también el golpe con la realidad. Seguía en ese baño, seguía en compañía de Granger. Y seguía empapado de ese apestoso líquido.
¿Qué le había pasado?
Al parecer la chica no esperaba contestación por su parte, pues se alejó en dirección a los urinarios. Draco observó cómo tiraba dentro de un retrete el papel que había usado para limpiarle los ojos y cogía unos trozos limpios. No escuchó el sonido del rollo al romperse los pedazos. Se sentía incómodamente sordo. Y seguía patéticamente inmóvil junto al lavabo, en la misma postura en la que la chica lo había dejado al separarse de él. Se giró hacia el espejo en cuanto se dio cuenta y se miró el rostro en él. Se sentía tan fuera de lugar que casi esperaba ver a un extraño devolviéndole la mirada. Pero no, era él. Una versión completamente sonrojada de él.
«¿Por qué cojones me he puesto rojo?», se preguntó en su mente, casi con pánico.
—¿Cómo te sientes? —quiso saber Granger de pronto, volviendo a su propio lavabo y mirándolo de soslayo. Draco se estremeció, convencido de que la chica había notado lo que estaba pasando por su mente. Maldición—. A simple vista parece que te encuentras mejor. Los días en la Enfermería te han sentado bien. Perdona que te lo diga, pero el otro día estabas hecho una pena, la verdad. Pero, bueno, es obvio que Madame Pomfrey es una experta en curar gripes. ¿Ves como tenías que ir a la Enfermería?
El chico reprimió un suspiro de alivio con todas sus fuerzas. Ella solo estaba intentando volver a entablar una conversación cordial. Como si ellos pudiesen tener algo semejante. Pero no había notado nada de las curiosas reacciones a las que él estaba siendo sometido involuntariamente, lo cual el chico agradecía enormemente. Tampoco había notado su sonrojo.
«Algo es algo», pensó, resignado y alterado a partes iguales.
Ahora solo faltaba que él lo entendiese.
—Se me hubiera pasado sin ir a la Enfermería —protestó Draco, alzando la voz más de lo que el contexto lo requería, pues seguía sintiendo un zumbido en los oídos—. Solo fue una bajada de tensión —mintió descaradamente, con una mueca de superioridad.
Hermione lo miró con indiferencia y contuvo un bufido. La expresión de su rostro podía resumirse en "eso es lo que tú dices, majo".
—Malfoy, sé reconocer los síntomas de una gripe cuando los veo —sentenció con simpleza, negando al mismo tiempo con la cabeza, como si la inmadurez del chico la agotase. Draco sintió que la rabia volvía a adueñarse de él al escucharle hablarle como si fuese un niño pequeño. «Maldita engreída.»
—No seas tan sabelotodo, que por tu culpa estamos aquí con este asqueroso puré verde encima —espetó Draco, de nuevo en voz excesivamente alta. Se miró el cuerpo en el espejo y volvió a sentir una oleada de furia al verse la pringosa ropa—. Maldita sea, Granger, ¿sabes cuánto cuesta esta camisa?
Hermione lo miró con profundo hastío, sin molestarse en disimularlo.
—No, no lo sé, ni me importa. Pero supongo que es justo por mi parte intentar limpiártela —admitió, con un nuevo suspiro cansado, cargado de resignación—. El jersey no tiene arreglo sin magia, creo.
Volvió a coger con brusquedad los trozos de papel higiénico, y se acercó a él. Draco sintió un inmediato vacío en el pecho al verla aproximarse. No fue capaz de separar sus mandíbulas para decir nada. La joven se posicionó frente a él, cogió en un pellizco el cuello de la, antes impoluta, camisa gris, y comenzó a frotarlo con la otra mano.
Y Draco se encontró a sí mismo activando conscientemente los músculos posteriores de su cuerpo. Porque la chica estaba tirando de su camisa, queriendo acercarla a ella y a su trozo de papel. Para limpiarla mejor. Tirando de él.
Y Draco no quería acercarse. Bajo ninguna circunstancia.
Se vio obligado a tragar saliva con urgencia, aunque lo retrasó todo lo que pudo, incómodo teniéndola tan cerca de su garganta. Sus cuerdas vocales se habían ido de vacaciones, por lo visto. ¿Por qué no podía hablar? Nunca le había costado decirle a Granger que se apartase. Al contrario, hacerlo era casi una obligación moral. Bueno, sin el "casi". No quería tenerla cerca. Menos aún que lo tocase. Y, ahora que lo estaba haciendo, no podía decirle nada.
«¿Todo bien ahí dentro, colega?», se llamó a sí mismo, incrédulo. «¿Estás vivo? ¡Pues haz algo!».
Empezó por intentar respirar con calma, pero ni siquiera logró hacer eso. Era superficial, como si pudiese marcar distancia entre ellos si su torso no demostraba unas rápidas inhalaciones. Comenzaba a enfadarse. Pero es que, mierda, estaba muy cerca. A apenas un palmo de distancia. Posiblemente antes también, mientras le secaba los ojos. Pero antes tenía los ojos cerrados. ¿Y si los cerraba otra vez?
«Ni se te ocurra, imbécil. Se va a pensar que estás chalado».
Solo le estaba tocando la camisa. Era por eso que su cerebro no veía necesario pedirle ahora que se apartase. Estaba haciendo lo que tenía que hacer, limpiar el desastre. Eso era. No pasaba nada. No lo estaba tocando a él. No como lo había hecho antes. Sintiéndose ligeramente más dueño de sí mismo, y sin dejar de intentar respirar de forma más calmada, Draco se permitió recorrer su rostro con la mirada. Intrigado. Nunca antes la había visto tan de cerca. Desde esa distancia era capaz de captar cada detalle del rostro de la chica. Las pequeñas gotas de agua que todavía brillaban en su piel, confundiéndose con algún que otro diminuto lunar. Observó cómo su ceño se fruncía levemente, al mismo tiempo que se entrecerraban sus redondos y brillantes ojos marrones, con concentración, frotando su camisa con más fuerza, torpemente. Tenía las pestañas bastante largas. No usaba maquillaje. Apreció entonces cómo su lengua se abría paso entre sus labios prietos, frustrada. Draco suponía que no estaba logrando limpiarlo.
Una gota de agua resbaló desde el empapado flequillo de Draco, por su frente, directa a su ojo derecho. Y él tampoco movió ni un dedo por limpiársela. No podía.
Granger dejó escapar entonces un profundo suspiro que golpeó la garganta del chico en forma de aire caliente. Aire caliente que se las arregló para colarse entre la piel de su espalda y su camisa. Manteniéndose ahí. Y los ojos de Draco captaron cómo su pecho, enfundado en un grueso y ancho jersey de lana de cuello alto, con una enorme H de color azul en el centro, y manchado todavía de aquella sustancia verdosa, subía y bajaba de forma brusca, volviendo visible ese suspiro. Debía ser la mancha más dura del mundo. Las manos de ella frotaron entonces con más ímpetu, atrayendo su distraída mirada. Casi desesperado por una distracción. Eran pequeñas y blancas, y de uñas cortas. Prácticas y ágiles, como ella misma.
—Podrías tratar de llevar el jersey a la lavandería —sugirió Granger, sin apartar los ojos de su tarea. Sus cejas se movieron mientras gesticulaba, y Draco recorrió ese movimiento con la mirada—. Seguro que los elfos domésticos pueden quitar la mancha. No es que apoye que les des más trabajo a los pobres elfos, pero en fin…
Draco no contestó nada. Porque sabía que seguía sin poder hablar, y ni siquiera lo intentó. Solo veía sus labios húmedos moviéndose, contrayéndose, curvándose, articulando palabras que él no asimilaba. El corazón le latía como un tambor. Y quería pararlo. Porque no estaba justificado. Se sentía incómodo, alterado y casi asustado, y no sabía por qué. Ella sólo estaba tratando de arreglar el desastre que había causado, como era su deber. Lo cual no era razón suficiente para que él estuviese contemplando anonadado los labios de Granger. De Granger. ¡De Granger, por Merlín! No solo no podía apartarla, ni ordenarle que lo hiciera, sino que ahora se estaba molestando en mirarla. Sin poder evitarlo. ¿Era justificable que no pudiese? La conocía desde que eran niños, pero nunca habían estado tan cerca. ¿Era razonable que tuviese curiosidad por observarla? Por observar aquel rostro que tantas veces había insultado. Observarlo con detenimiento, analizando sus facciones, viéndola por primera vez. O al menos eso sintió.
No. Era una sangre sucia. ¿Para qué demonios querría verla? No debería ni siquiera estar en la misma habitación que ella. No se merecía que le prestase ni la más mínima atención. No se merecía nada.
Pero no podía apartar sus ojos de ella.
—No se quita, tendrás que… —Hermione alzó la mirada y se interrumpió al instante. Sus ojos clavándose en los suyos. Draco la sintió jadear otra vez contra su mandíbula. Y vio cómo abría mucho los ojos. Al ver la expresión descompuesta que esbozó, a Draco no le quedó ninguna duda de que la chica había visto algo en sus ojos. Algo que ni él sabía que estaba mostrando. Que no estaba controlando. Y eso lo paralizó más todavía. Aguardó, inmóvil, a que ella se apartase, a que lo golpease; casi lo deseaba. Para poder salir de aquel horrible trance, de aquel horrible estado de aturdimiento en el que se encontraba. Pero ella no hizo nada. Tampoco se movió. Simplemente se limitó a mirarlo con sus redondos ojos muy abiertos. Turbada, desconcertada, asustada.
Y en ese preciso momento, la puerta del baño se abrió sin ninguna delicadeza.
Tanto Draco como Hermione dieron un paso atrás, de forma sincronizada, rompiendo violentamente la cercanía de sus cuerpos. La corriente eléctrica se extinguió. El hechizo que los mantenía anclados a los ojos del otro se rompió de forma totalmente súbita y se vieron obligados a volver a la cruda y bochornosa realidad. Temblaban de puro sobresalto.
En el marco de la puerta, estaban los chicos gemelos de Hufflepuff, que miraron con débil sorpresa a las dos personas que había frente a los lavabos. Seguramente desconcertados ante las idénticas expresiones de susto con que los miraron. Los gemelos llevaban ropa de abrigo, y parecía que venían de los jardines, pues tenían nieve en sus gorros. Parecieron extrañados al ver la desconocida sustancia verdosa que cubría parcialmente a ambos, pero aparentemente decidieron no hacer comentarios.
—Este es el baño de chicos —dijo uno de ellos, mirando a Hermione y ladeando la cabeza. No sonó como una acusación, sino como un simple hecho.
—Lo siento —articuló Hermione con dificultad, entre resuellos. Draco la miró por el rabillo del ojo; estaba sofocada, y muy colorada, y su estómago subía y bajaba con sus rápidas inhalaciones—. Estaba… estábamos limpiándonos. Ahora mismo me iba —añadió, conteniéndose para no mirar a Malfoy bajo ningún concepto. No se atrevía a volver a mirarlo a los ojos.
—No importa, es igual. Tranquila —se apresuró a decir el otro chico cordialmente, quitándole importancia al asunto con un gesto. Los gemelos se acercaron a un par de urinarios, ignorando la presencia de la chica.
Hermione no aguardó por más tiempo. Con el papel higiénico aún húmedo aferrado compulsivamente entre sus manos, se acercó en un par de zancadas al pringoso montón que eran sus objetos personales y los recogió a la velocidad el rayo. A continuación salió por la puerta como un vendaval, sin mirar atrás y con la sensación de que su rostro podría haber iluminado cualquier oscuro túnel.
Malfoy se quedó quieto, aún frente a los lavabos, tieso como una estaca y con los ojos fijos en un punto lejano de la estancia. Sentía como si un agujero negro lo estuviese absorbiendo poco a poco. Su cerebro se negaba a obedecer cualquier orden por simple que fuese; como, por ejemplo, comenzar a mover sus piernas hacia la puerta y salir de allí. Simplemente no podía. Se sentía como si se hubiera tragado una bludger, a juzgar por el peso que tenía alojado en el estómago. No quería pensar, pues eso significaba encontrarle respuestas a lo sucedido; pero eso era lo único que podía hacer ahí quieto, en medio del silencio: pensar.
Se sentía extraño psíquicamente, como si estuviese ocupando un cuerpo ajeno. Estaba sorprendido y asqueado de sí mismo, de su reacción cuando Granger provocó inocentemente la cercanía de sus cuerpos. Él tenía que haberse apartado de ella sin disimulo, darle la espalda, o incluso insultarla; pero no lo había hecho. Había hecho exactamente lo contrario. Y eso le hacía sentirse decepcionado de sí mismo. Desconcertado. Sucio. Incrédulo.
—Oye, tío —lo llamó uno de los gemelos. Draco utilizó toda su fuerza de voluntad para girar el cuello y fijar su mirada en él. Éste lo miraba por encima del hombro, mientras orinaba en uno de los retretes—, ¿qué es esa porquería verde que tenéis tú y tu amiga encima?
La ira contra sí mismo que borboteaba en el pecho de Draco pareció alcanzar el punto de ebullición. Sintió que la sangre se le agolpaba en el rostro en menos de un segundo. Sus dedos se crisparon y consideró firmemente la idea de arrancar el grifo y arrojárselo a aquel Hufflepuff chismoso.
Lo único provechoso de su repentino e inexplicable arrebato de furia, fue que gracias a él tuvo la voluntad suficiente como para darles la espalda a los dos gemelos, alcanzar la puerta en dos zancadas y cerrarla de un portazo tan impetuoso que logró apagar un par de las antorchas que iluminaban el baño.
—… Y mi madre me ha regalado el jersey y los calcetines de todos los años —finalizó Ron, con resignación, volviendo a guardar los susodichos calcetines granates en su baúl, junto al resto de regalos de Navidad.
—Nunca se tienen suficientes calcetines —bromeó Harry sentado sobre su cama, examinando la cartera nueva de piel de dragón que le había regalado Hermione, y guardando en ella algunos Galeones que tenía a mano—. Y más después de haber utilizado varios para atrapar a los gnomos del jardín.
—Tiene razón. Es lo más útil que te podía haber regalado —admitió Hermione riendo, mientras leía la contraportada de un libro sobre monumentos mágicos antiguos que le había regalado Ron. Se encontraba sentada en el suelo, en pijama, a los pies de la cama de éste—. Me encanta mi jersey, por cierto. Le escribí a tu madre agradeciéndoselo, pero díselo de mi parte —añadió, alzando el rostro para mirar a Ron con afecto—. Tuve un pequeño accidente y se me ensució —admitió, apartando la mirada sin poder evitarlo—. Pero estoy en proceso de limpiarlo.
—Claro, se lo diré —aseguró su amigo, cogiendo unos regalices que tenía en la mesilla y metiéndose uno en la boca—. Le gustó mucho la chaqueta que le compraste. Lloró y todo de la emoción.
—A mí me gusta el collar que te ha regalado tu madre —comentó Harry, mirando con una sonrisa la delicada cadenita plateada que brillaba por encima del pijama de su amiga—. Bueno, me gusta para ti, evidentemente. Yo no me lo pondría, no me pega llevar joyas —bromeó.
—No disimules. Puedo prestártela cuando quieras —dijo Hermione, divertida, soltando una risita. Su amigo la imitó. La sonrisa de la chica flaqueó levemente cuando añadió—: ¿Entonces han sido unas vacaciones tranquilas?
—Mucho. Muy relajantes. Hasta hemos hecho los deberes que han mandado —contó Ron, hinchando el pecho con orgullo.
Harry rió, pero Hermione apenas forzó una sonrisa antes de añadir, todavía luciendo inquieta:
—Entonces, Harry —dijo, vacilante—, dime, ¿no has vuelto a escuchar esa voz misteriosa que te llama, estando en La Madriguera? Te lo hubiera preguntado por carta, pero no me parecía seguro.
El moreno emitió un suspiro, poniéndose serio también. Ron cogió otro regaliz, y se lo metió en la boca, contemplando a su amigo mientras respondía.
—No, no he escuchado la voz en toda la semana. Ha sido extrañamente tranquilizador —se rascó la cabeza, y se colocó las gafas redondas correctamente sobre el puente de la nariz.
—Es cierto, no te has quejado de ello en toda la semana —corroboró Ron, animado, una vez hubo tragado la gominola.
—Eso es extraño —admitió Hermione, meditabunda—. O quizá no tanto. Si solo lo escuchas en Hogwarts… es posible que tenga algún tipo de relación con el castillo. Es una pista interesante.
—Pero una pista muy floja —replicó Harry, encogiéndose de hombros con pesadez—. Si no se comunica conmigo, y menos aún si no dice nada más que mi nombre, poco podemos averiguar. No hay ninguna pista que seguir.
—Ya —admitió Hermione, luciendo frustrada y todavía pensativa—. Pero tenemos que estar atentos. Infórmanos si vuelve a comunicarse. Dinos dónde lo hace, en qué parte del castillo, durante cuánto tiempo, y con qué frecuencia. Quizá sea importante.
—Llevará un diario siempre con él para ir apuntándolo, me encargaré personalmente de ello —intervino Ron, con fingido tono apaciguador y severo, hablando en nombre de Harry como si fuese su padre. Éste no pudo evitar echarse a reír. Ron recuperó su tono divertido para añadir—: Bueno, nosotros ya te hemos contado todas las novedades. Ahora sabes que las voces de la cabeza de Harry están dormidas, y sabes a pies juntillas cómo acabar con una plaga de gnomos de jardín —comentó, tumbándose boca abajo en su cama. Ella lo miró con divertido reproche—, ahora cuéntanos tú, ¿qué tal os fue a Neville y a ti con Draco Mecreoquesoydelarealeza Malfoy?
—¿Con quién? —inquirió la chica automáticamente, a pesar de haberle entendido—. ¡Ah! Pues razonablemente bien, la verdad —aseguró volviendo a bajar la mirada hasta el libro que tenía en las manos.
—¿Habéis tenido mucho problemas con él? —quiso saber Harry, frunciendo el ceño—. En las cartas nos decías que iba todo bien, pero bueno… Si me lo dices en persona me quedo más tranquilo.
—No, no ha habido problema… Lo normal, supongo…
Se hizo el silencio en la habitación. Harry y Ron miraban fijamente a su amiga, esperando a que continuase hablando, pero ésta contemplaba fijamente el libro sin decir nada más, notando como el rubor ascendía a su rostro sin control posible. No se oía ni una mosca.
—¿Y? —preguntó de pronto Ron, como si fuera lo más obvio del mundo.
—¿Y, qué? —preguntó a su vez Hermione, inocentemente, fingiendo no comprender.
—¿Cómo que "y, qué"? Neville y tú habéis pasado las Navidades casi a solas con el tío más imbécil y arrogante del mundo, Hermione —se sorprendió Ron—. ¿Pretendes que nos creamos que no os ha hecho nada?
—En realidad no ha habido mucha diferencia a cómo es normalmente —repuso Hermione, dándose cuenta de que estaba hablando con voz algo más alta y aguda de lo normal pero sin poder remediarlo—. Ya os lo dije en mis cartas. Ni siquiera nos hemos visto demasiado. Solo en el Gran Comedor, a la hora de las comidas. ¿Qué más queréis que os cuente? ¿Acaso creéis que hemos hablado de algo? ¡Por favor! —llegado a ese punto, la chica se vio obligada a desviar la mirada, temiendo delatarse con ella—. Tenemos tantas cosas y aficiones en común para comentar… —ironizó la chica, riendo estridentemente—. Como, por ejemplo, nuestro hobby de perseguir y torturar sangre sucias los fines de semana.
—No digas esa palabra —gruñó Ron, molesto.
—Ya, te entiendo, pero no sé, supongo que nos costaba creerlo… —insistió Harry, vacilante.
—Harry, no te voy a aburrir ahora con todos los detalles de nuestras peleíllas sin importancia —repuso Hermione, midiendo las palabras cuidadosamente—. Es Malfoy, ya sabéis cómo es. No hay que hacerle caso. Os lo dije en mis cartas: no ha pasado nada digno de mencionar, en serio.
—Vale, vale, tú sabrás —se resignó Ron encogiéndose de hombros y comiéndose una grajea Bertie Bott de la caja que había sobre su mesilla de noche, al lado de los regalices—. Me alegro de que haya sido así… Menuda sorpresa. Harry y yo estábamos convencidos de que se comportaría como un total y completo cabrón aprovechando que no había mucha gente... —se acomodó en la cama y añadió—: Nos alegró lo que nos contaste de que vuelve tu profesora de Runas Antiguas. Así pondrá en su sitio a Malfoy y te librarás del todo de sus estupideces —miró a su amiga con aspecto animado—: Estarás contenta, ¿eh?
Hermione esbozó una sonrisa algo forzada, indicando que así era, y se levantó para acercarse a la ventana a ver el tiempo, aunque sólo fue una excusa para no seguir mirando a sus amigos. Ellos continuaron charlando de otros temas, algo sobre Quidditch que la joven no entendió ni a lo que prestó demasiada atención. El cielo estaba de un triste gris plomizo, amenazando lluvia, o quizá nieve. Todavía hacía mucho frío. Hermione cerró los ojos y se cruzó de brazos. Se sentía frustrada sin tener muy claro el motivo. E intranquila. No había vuelto a mirar a Malfoy ni una sola vez desde hacía días, desde lo sucedido en el baño del primer piso. Sentía que la situación comenzaba a escapársele de las manos.
Lo sucedido en el baño…
No lograba entenderlo. No terminaba de entender el comportamiento de Malfoy, por mucho que intentaba analizarlo en su mente. No había sido racional. No había sido coherente. No se había comportado como se había comportado hasta ahora, desde que lo conocía. La forma en que la había mirado cuando le estaba limpiando la camisa… Había visto algo en sus ojos. Algo que no era odio, ni asco. Y, al comprender que no lo era, no fue capaz de identificarlo. Se parecía a la... confusión. Y, por algún motivo, a Hermione le daba miedo. Más miedo que cuando la miraba con desprecio.
Al darse cuenta de que la chica también lo miraba, él no se había inmutado siquiera. No había dicho nada. Se habían quedado mirándose a los ojos, sin moverse y sin hablar. ¿Por qué? ¿Por qué de pronto se habían comportado tan diferente a como solían hacerlo? ¿Cómo habían podido permanecer así durante segundos enteros? En silencio, mirándose a los ojos, como si pudieran hacerlo, como si no tuvieran que tener ningún miedo en la compañía del otro, como si no se odiasen, como si…
¿Qué hubiese sucedido si los gemelos de Hufflepuff nunca hubiesen entrado?
Se abrazó a sí misma con más fuerza. No terminaba de entender qué había pasado, no entendía sus reacciones ni las de Malfoy, pero no se sentía capaz de seguir dándole vueltas. Empezaron a darle miedo las posibles respuestas que se abrían paso a empujones en su mente. No había pasado nada. Tenía que olvidar el tema. Mientras miraba sin ver las pequeñas gotas que comenzaban a salpicar el cristal de la ventana, no pudo evitar sentir aprensión ante el día de mañana, cuando las clases comenzaran de nuevo, y Slytherin y Gryffindor asistieran a la primera clase después de vacaciones.
Defensa Contra Las Artes Oscuras.
—¿En serio Montague quiere entrenar con este tiempo? —se sorprendió Blaise Zabini mientras Crabbe, Goyle y él subían por unas amplias escaleras. Iban rumbo a la tercera planta, a su primera clase de la mañana, Defensa Contras Las Artes Oscuras—. ¡Pero si está nevando! Más que en escobas vais a tener que jugar en trineos…
—Y luego decís que el pesimista soy yo —ironizó de pronto la voz de Draco al pie de las escaleras. Estaba subiendo los escalones de dos en dos con sus, afortunadamente, largas piernas, tratando de darles alcance—. El primer entrenamiento es este viernes, es posible que el tiempo mejore para entonces.
—No lo creo —opinó Zabini, aguardando con los demás en lo alto de los escalones para esperarle—. ¿Y tú de dónde sales? No has venido a desayunar —le preguntó cuando llegó a su lado, al verlo algo acalorado y sin aliento.
—Me he quedado dormido —contestó con poco entusiasmo, mientras seguían caminando—. Gracias por no despertarme, por cierto.
—Siempre eres el último en levantarte, por eso te hemos dejado ahí. Creímos que lo harías más tarde —respondió Crabbe, encogiéndose de hombros.
Draco sacudió la cabeza con pesadez, resignado a la poca atención de esos dos gorilas. Había dormido francamente mal esa noche, le había costado muchísimo pegar ojo. No había podido dejar de pensar en Granger durante horas, y en cómo se comportaría ante ella cuando la viese. Llevaba varios días sin verla en ninguna parte, desde el incómodo momento del baño del primer piso, pero estaba seguro de que en clase coincidirían. Jamás, que él recordase, había faltado Granger a ninguna clase. No estaba seguro qué hacer. Si debería mirarla con desdén, si ignorarla, si comenzar alguna pelea con algún insulto para asegurarle a la chica que todo seguía como hasta ahora y no había cambiado nada entre ellos… Si es que eso necesitaba ser asegurado. ¿Había alguna duda sobre ello? A Draco le entraba el mal humor solo de pensarlo. Por supuesto que no lo había. No había pasado nada.
Al final, a pesar de mucho darle vueltas, no llegó a ninguna conclusión que le convenciese al cien por cien, y terminó quedándose dormido. Esa mañana, mientras se vestía a toda prisa, decidió que el asunto no era tan grave, y que estaba siendo estúpido al darle una importancia que no tenía. Se iba a limitar a observar cuidadosamente la situación, pero sin hacer nada. Que Granger diese el primer paso.
Crabbe, Goyle, Zabini y Malfoy fueron los primeros alumnos de su Casa en llegar a la puerta de la clase de Defensa Contra Las Artes Oscuras. Allí se encontraban ya la mayoría de los alumnos de Gryffindor, esperando en el pasillo hasta que sonase la campana.
Mientras caminaban entre los leones, Draco divisó una espesa melena castaña que no tardó en identificar y que estaba de cara a él. También vio junto a ella a Potter y Weasley, ambos de espaldas a él, frente a la chica. Como si hubiera sentido su mirada clavada en ella, Hermione giró los ojos y los fijó en los de él. A pesar de la distancia, el chico fue capaz de advertir que inhalaba bruscamente, para después desviar la vista con el ceño altivamente fruncido. Una mueca desdeñosa desdibujó los labios de Draco. Qué tipa tan arrogante. Era de esperar una reacción así viniendo de ella. En ese momento, todas sus preocupaciones le parecieron ridículas. Todo seguía igual que siempre. Como era lógico.
Cuando Draco y los suyos pasaron inmediatamente frente al grupo de Potter, oyeron claramente la voz de Ron, que decía:
—Estos calcetines que me ha hecho mi madre pican como un demonio —se quejaba el chico, sacudiendo los pies dentro de los zapatos—. No sé por qué…
—Quizá porque no tenéis suficiente dinero como para comprar lana —sentenció Draco en voz excesivamente alta, con una sonrisa maliciosa. Ron se dio la vuelta al instante, y asesinó al rubio con la mirada. Harry también lo miró a la defensiva, pero le puso una mano en el hombro a su amigo para contenerlo. Hermione posó sus ojos de nuevo en él—. Se aceptan apuestas, gente. Yo digo que están hechos con hormigas rojas… —añadió, mirando al resto de personas del pasillo, que ahora les dedicaban toda su atención.
Sus colegas se echaron a reír a carcajadas. Los Gryffindor se mostraron enfadados, aunque nadie intervino. Ron estaba de un rojo brillante, y temblaba de ira mirando a Draco como si lo que más desease en el mundo fuese cortarlo en diminutos trocitos.
—¿Tus padres no te enseñaron modales? No escuches conversaciones ajenas, Malfoy. Métete en tus asuntos —le espetó Harry, cortante, sujetando a un iracundo Ron por la túnica para que no se lanzase a por el rubio.
—Ahí llega la caballería de Gryffindor —se burló Malfoy, rodando los ojos—. ¿Qué pasa? ¿Weasley no sabe defenderse él solo? Que yo sepa, aunque sus padres no le dieron ni para comer, sí que le dieron boca, ¿no?
—¡NO TE METAS CON MI FAMILIA! —vociferó Ron, llevándose una mano a la túnica, y sacando la varita.
Todos los del pasillo ahogaron un grito, menos los amigotes de Malfoy, los cuales se echaron a reír de nuevo sonoramente. Draco arqueó las cejas como si le divirtiese y también sacó la suya, con un perezoso movimiento.
—Ron, Harry, dejadlo —se apresuró a susurrar Hermione, avanzando un paso hacia ellos. El corazón le martilleaba con fuerza contra las costillas—. No le hagáis caso… Solo quiere provocaros.
—Al menos él tiene amigos que lo defiendan —contraatacó Harry, ignorando a Hermione y sujetando la muñeca de Ron para que no atacase—. Tú no tienes de eso. Tú sólo tienes guardaespaldas que te lamen el culo.
—Algunas personas sabemos defendernos solitas —replicó Draco con voz falsamente dulce, extendiendo ambos brazos como si lo retase a atacarlo—. Vamos, Weasley, demuestra que tienes lo que hay que tener…
Ron, con una mueca de furia contorsionando sus facciones, alzó la varita y apuntó con ella a Draco directamente al rostro. Éste también alzó la suya, luciendo una sonrisa de maliciosa satisfacción. Ambos se miraban con fijeza. Se oyó el lejano sonido de la campana que anunciaba el comienzo de las clases.
—¡Parad los dos! ¡Ya es suficiente! —exclamó Hermione, tirando de la túnica de Ron sin éxito. Giró el rostro hacia Draco, roja de indignación—. ¡Malfoy, detente, no se te ocurra hechizarlo!
Sucedió en el espacio de un latido de corazón. Los ojos de Malfoy giraron levemente hacia la derecha, como por inercia al oír su nombre, y se encontraron con los orbes marrones, angustiados y rabiosos de Hermione. Brillando como dos hogueras. La escena se paralizó a ojos de Draco. La sonrisa maliciosa del chico flaqueó imperceptiblemente, al igual que la mano con la que sujetaba la varita.
—¡DEPULSO!
El hechizo gritado por Ron alcanzó al rubio en medio del pecho, y éste salió despedido hacia atrás, en medio del griterío de los demás alumnos. La espalda de Draco chocó contra Crabbe, que actuó a modo de muro y logró detenerlo y sujetarlo.
Hermione inhaló, sobresaltada, y casi sintió que el pasillo se ponía bocabajo. Sus ojos se abrieron desmesuradamente. Estuvo tentada de retroceder.
«Malfoy no ha atacado. Podría haber hechizado a Ron. Pero se ha detenido… ¿porque yo se lo he pedido?», se preguntó en su mente, desconcertada.
—¡Draco! —exclamó una voz al comienzo del pasillo. Nott acababa de llegar, en solitario, pero seguido a varios metros de distancia por el resto de alumnos de Slytherin, y se acercaba casi corriendo al ver la espeluznante escena.
Malfoy se enderezó jadeando, con el rubio pelo revuelto, y alzó la varita apuntando directamente a Ron, dispuesto a devolverle el ataque. Parecía realmente furioso y abochornado. Harry también alzó la suya, decidido a defender a su amigo a como diese lugar, en medio de gritos y abucheos a partes iguales por parte de sus compañeros, leones y serpientes respectivamente.
—¡BASTA! —bramó una potente voz, silenciando inmediatamente a todo el mundo.
Todos volvieron el rostro al ver que la puerta del aula se había abierto y el cetrino rostro de Severus Snape estaba en el umbral. El profesor avanzó un par de pasos, haciendo ondear su larga túnica, y se detuvo frente a los causantes del revuelo.
—Bajen las varitas inmediatamente y explíquenme qué está pasando aquí… —exigió, en un tono que no admitía réplica.
Harry y Ron abrieron las bocas al instante dispuestos a explicarse, pero Snape señaló a Draco con un largo dedo amarillento.
—Explíquese.
—Weasley me atacó, señor —masculló Draco, apartándose por fin el rubio flequillo de los ojos.
—¡Tú le insultaste primero! —vociferó Seamus Finnigan, noblemente.
—Cinco puntos menos por hablar cuando no se le pregunta, señor Finnigan —espetó Snape, haciendo enmudecer al joven—. Y otros diez menos al señor Weasley por atacar a un compañero.
Ron abrió la boca de par en par.
—Pero, yo…
—¿Prefiere que sean veinte? Todos adentro —sentenció Snape, con su grave voz, señalando la puerta del aula con un gesto de cabeza.
Los alumnos comenzaron a caminar lentamente hacia la clase, una vez que la pelea hubo terminado. Ron esbozó una mueca rabiosa y después miró a Harry y Hermione, compungido. Hermione le devolvió la mirada, impotente. Harry suspiró y se encogió de hombros con resignación ante la evidente predilección de Snape, para después preceder a sus amigos hacia la puerta. Malfoy entró inmediatamente delante de ellos, y giró el rostro para dedicarles una media sonrisa burlona. Aunque a Hermione no se le pasó por alto el detalle de que sus ojos grises se centraron en Harry y Ron y esquivó la mirada de ella.
No supo cómo interpretar ese gesto. Todo estaba pasando demasiado rápido. No era capaz de pensar con claridad.
Cuando los alumnos al completo estuvieron dentro, Snape cerró la puerta de un golpe seco. Todos se sentaron en sus sitios habituales y acomodaron sus cosas, en medio de un silencio total. La pelea en la puerta del aula aun flotaba en el ambiente.
—Abran los libros por la página doscientos seis —ordenó Snape, mientras caminaba al frente de la clase con silenciosos pasos—. Ya.
Los alumnos se apresuraron a obedecer, mientras eran atravesados por la mirada negra como el azabache de su profesor. Cuando volvió a reinar el silencio y el sonido de la última página pasándose dejó de oírse, Snape continuó hablando:
—Saquen todo lo necesario para escribir y copien esta introducción para la psicología del duelo —exigió Snape, sacudiendo apenas su varita y haciendo que las palabras apareciesen escritas en la pizarra—. Después copiarán el planteamiento teórico. Tienen un minuto.
Hermione fue la primera de toda la clase en comenzar a copiar la introducción, y también la primera en terminar. Al hacerlo, alzó la vista y miró con disimulo hacia la fila de mesas de la derecha, con cuidado de que Ron, que escribía a su lado con aspecto alicaído, no se diese cuenta. Su mirada se centró en Malfoy, sentado junto a Zabini, escribiendo sin ningún ánimo, con aspecto serio y tranquilo. La chica permaneció así varios segundos, simplemente mirándolo, sin pensar en nada. Al comprender que no había ningún motivo para estar observándolo, bajó los ojos de nuevo a su pergamino, sintiéndose ligeramente culpable por estar prestando la más mínima atención al estúpido que minutos atrás había insultado a sus amigos. Pero sentía que tenía una buena razón para estar pendiente de él.
¿Por qué Malfoy había vacilado cuando ella se lo había pedido? ¿Por qué no había atacado a Ron? ¿Qué estaba pasando?
—El profesor Binns me ha dicho que vuestro comportamiento ha sido ejemplar, de modo que no tengo nada que reprocharos salvo disculparme por haberme ausentado durante estas semanas —decía la anciana profesora Bathsheba Babbling, con su pausada voz, en pie detrás de su mesa, de cara a sus alumnos—. Si habéis continuado con el temario que os dejé, no tardaremos en recuperar el ritmo de la clase. Haré un breve repaso del último punto del tema que dimos: el Futhark Antiguo. ¿Alguien recuerda cuál era el significado de la runa Dagaz?
Varias manos se alzaron, pero, por una vez, la de Hermione no fue una de ellas. Sabía la respuesta, pero, por una vez, no le apetecía responder. Se sentía tan contenta que no podía dejar de sonreír. Todos los alumnos estaban debidamente sentados, con los libros abiertos, las manos alzadas… y en ese momento le pareció la imagen más bella del planeta. Aun así, aunque la profesora de Runas Antiguas no se hubiese dado cuenta, para ella fue perfectamente visible cómo la mitad de los alumnos tenían expresiones de tristeza y decepción en sus rostros, claramente defraudados al ver que volvían a utilizar esas clases para estudiar en vez de para pasarlo bien.
«Ahora que la profesora ha vuelto, todo se ha solucionado. Hemos vuelto a la normalidad», pensó Hermione, satisfecha y feliz. «Todo ha terminado, al fin.»
Algo le dio un notable golpecito en la pantorrilla, colándose entre su túnica. Sobresaltada, miró hacia abajo con discreción y alargó una mano en esa dirección. Palpó la zona, y sintió algo delgado y delicado que jugueteaba con su mano, provocándole cosquillas. Volvió a elevar su mano hasta colocarla sobre la mesa. Un pequeño papel, doblado como un ave fénix que volaba mágicamente, revoloteó un poco más en su palma antes de extenderse automáticamente, recuperando la forma lisa de un trozo de pergamino, y dejando ver algunas palabras en su superficie. La letra era pequeña y apretada, y algo difícil de leer.
Al final parece que los problemas de esta clase se han solucionado. Gracias por intentar pararle los pies a Draco y por enfrentarte a él. Te pido perdón por no haberte podido ayudar demasiado, mi situación no me lo permitía. Me has demostrado que puedo confiar en ti, y me gustaría que confiases en mí si llegases a necesitarlo. Gracias de nuevo.
Hermione tuvo que leerlo varias veces. Aunque no iba firmado, no le quedaban dudas sobre quién lo había escrito. Una leve sonrisa agradecida acudió a sus labios. Theodore Nott parecía, contra todo pronóstico, una buena persona. Al menos, una persona con más escrúpulos y sentido común que Malfoy, a pesar de ser su amigo.
La joven giró el rostro por encima de su hombro y posó su mirada en Draco. Éste estaba sentado junto a Nott en la última fila y, mientras su compañero moreno anotaba la respuesta que había dado una de las alumnas a la pregunta de la profesora, Draco se limitaba a mirar por la ventana, distraído, sin demostrar el menor interés por la clase. Hermione sintió un ligero malestar en su interior, como un inexplicable nerviosismo que le retorció las tripas.
A pesar de que las cosas en Runas Antiguas se habían solucionado en apariencia, seguía sintiéndose inquieta.
¡Uff, cuántas cosas! Por un lado, Draco y Hermione han tenido un momento, en el baño, después de mancharse enteros con la Mimbulus Mimbletonia… 😉 ¿Cliché? ¿Cuál cliché? No sé de qué me habláis ja, ja, ja 😂😂 lo siento, quizá parezca poco creíble que se hayan encontrado en el castillo casi vacío, precisamente ellos dos, pero me apetecía mucho escribir una escena así, y creo que no ha quedado tan mal, ¿me perdonáis el evidente cliché y la casualidad poco creíble? He intentado hacerlo lo más verosímil posible 😂🙏.
Draco se ha quedado embobado mirando a Hermione, no ha sido capaz de decirle que se aparte, y encima después los dos se han quedado mirándose como atontados 😉. Solo diré una cosa… ¡malditos gemelos de Hufflepuff! 😂😂
Y después Draco y Ron se han peleado como es su costumbre peeeero… algo le ha pasado a Draco. No ha atacado. ¿Casualidad que Hermione se lo haya pedido? Parece que Draco empieza a perder el control sobre sí mismo… No creo que esté muy contento 😏
Harry, por su parte, estando en La Madriguera no ha escuchado esa voz misteriosa que le habla dentro de su mente. ¿Tenéis alguna teoría al respecto? 😎
Mil millones de gracias por leer, ojalá os haya gustado mucho 😍
Dejadme un comentario si os apetece, estaré encantada de leeros 😍
¡Un abrazo muy fuerte y hasta el próximo! 😊
