¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 Os traigo un nuevo capítulo, es un pelín más largo incluso que el anterior, y pasan unas cuantas cosas. Espero que os guste mucho, después lo comentamos 😏. Antes que nada, aunque ya os lo digo individualmente, muchas gracias por vuestras felicitaciones por haber conseguido el programa de doctorado y el trabajo, sois muy amables 😍 ¡gracias! ¡os adoro! 😍
Y, como siempre, un millón de gracias en primer lugar a todos los que os animáis a dejar comentarios. Me hace muy feliz leer lo que opináis, siempre es un placer 😍. También, por supuesto, agradecer a los que leéis en la sombra, que, si seguís haciéndolo es porque la historia os gusta, y no puedo pedir nada más. ¡Gracias! 😍 Y por último, aunque nunca lo digo, muchas gracias a todos los que agregáis la historia a vuestros favoritos o la empezáis a seguir ¡me hace muy, muy feliz! 😍
Y sin más dilación, coged palomitas que empezamos 😎
CAPÍTULO 12
Whisky de Fuego
—¿Se escribe "Aguamenti" o "Aquamenti"? —preguntó Ron en voz alta, después de contemplar durante varios segundos su pergamino. Se frotaba el cabello con su pluma—. Lo he puesto con "g", pero ahora me suena raro…
—Aguamenti —respondió Hermione inmediatamente, sin dejar de escribir con una rapidez pasmosa, sentada en la butaca de al lado. Su pergamino, colgando del borde del reposabrazos del sillón, ya llegaba al suelo.
—Gracias —Ron se apresuró a escribirlo, aliviado—. Por fin… —levantó la mirada de su redacción, orgulloso del resultado, y observó a su amiga con una sonrisa. La cual flaqueó al instante al ver la diferencia de extensión entre los dos pergaminos. Contempló a la chica escribir sin pausa durante un breve momento y después volvió a mirar su trabajo. Alzó la vista por segunda vez para mirarla a ella—. Hermione… —llamó suavemente.
—¿Hum? —contestó ésta, sin levantar la nariz del libro que tenía sobre las piernas y que estaba consultando.
—¿Me puedes recordar cuál es la tarea de Encantamientos que estamos haciendo?
—Explicar con detalle al menos cinco encantamientos relacionados con los elementos —recitó Hermione con voz monocorde.
—Ya —corroboró Ron, volviendo a mirar su pergamino otra vez y después mirando el de ella—. ¿Entonces me puedes explicar por qué mi pergamino —echó un rápido vistazo a la redacción de Harry que estaba sentado en la butaca de al lado—, y el de Harry, son la mitad de largos que el tuyo? ¿Qué cuernos estás escribiendo?
—Cinco encantamientos relacionados con los elementos —repitió Hermione, sin darle importancia y sin descuidar su tarea.
—¡De eso nada! Yo ahí veo escritos por lo menos ocho —replicó el pelirrojo, tras un rápido vistazo superficial al pergamino de la joven.
—Ahí tienes tu respuesta a por qué mi pergamino es más largo —dijo ella, sarcástica—. El profesor Flitwick dijo por lo menos cinco. No hago daño a nadie si quiero hacer ocho.
—Nos haces daño a nosotros —gruñó Ron, apartando la vista del pergamino de la chica y recostándose en su butaca—. Primero leerá tu redacción y dirá "Anda, mira Granger qué trabajo se ha tomado" y luego leerá la mía y dirá "Weasley debería dedicarse a alimentar al calamar gigante". Nos haces quedar mal. Eres una egoísta.
—¿Yo soy egoísta? —repitió Hermione, con una risotada—. Nadie te impide hacer ocho a ti también.
—Ron, no intentes disuadir a Hermione de que no se esfuerce lo más que pueda—intervino Ginny pesadamente, sentada frente a la chimenea encendida, jugueteando con Crookshanks y Arnold, su Micropuff. Ella ya había terminado todas sus tareas—. No lo conseguirás.
—Ajá —corroboró Harry simplemente, demasiado acostumbrado a las pequeñas discusiones de sus amigos como para darles importancia.
El pelirrojo resopló por la nariz y contempló su pergamino, digno de su orgullo hacía pocos minutos, con abatimiento. Ahora le parecía una porquería.
Un dúo de risitas agudas llegó a oídos de los chicos, los cuales alzaron la mirada instintivamente. Todos menos Hermione, que no se distrajo tan fácilmente de sus deberes. Crookshanks hizo un peligroso intento de cazar a Arnold, el cual huyó despavorido y se metió debajo de uno de los sillones, el que Harry ocupaba. Ginny acudió en su auxilio.
Parvati y Lavender, firmemente cogidas del brazo y susurrándose cosas en voz baja, acababan de bajar las escaleras de los dormitorios y se acercaban indudablemente directas a ellos.
—Aquí llegan las gallináceas —se lamentó Ginny en un susurro, todavía agachada en la parte baja del sillón, buscando a Arnold. Harry se tapó la cara con el pergamino para que no le vieran reírse.
—¡Hola, Hermione! —exclamaron Parvati y Lavender al mismo tiempo, con más jovialidad de la que requería la frase, en cuanto llegaron hasta ellos. Habían ignorado deliberadamente al resto.
La aludida alzó la cabeza de su redacción, luciendo algo desorientada por haber sido arrancada de sus deberes, y las miró con genuino desconcierto.
—Ho… la —repuso lentamente, con recelo.
Las chicas volvieron a reír agudamente, mirándose con complicidad. Hermione se preguntó seriamente si le habrían crecido unas orejas de burro o algo similar durante las horas que llevaba sin mirarse a un espejo, porque no era normal que aquel par de chicas la mirara y se riera tan alegremente.
—¿Qué tal estás? —preguntó Lavender, con dulzura. Parvati soltó otra risita.
—Eh… ¿Bien? —contestó Hermione, con poquísima convicción. Al menos lo estaba hasta que ellas habían aparecido.
—Sí, sí, ya sabemos que estás bien —admitió Parvati, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Qué calladito te lo tenías, ¿eh?! Aunque no me extraña, es comprensible…
—¿Ah, sí? —replicó Hermione, parpadeando—. ¿El qué?
Volvieron a reír con complicidad. Hermione comenzaba a impacientarse. Y los rostros de sus amigos irradiaban su misma sensación.
—¿Cómo no nos has dicho antes que tenías novio, pillina? —protestó Lavender, haciendo un puchero. Ambas volvieron a reír por enésima vez. Hermione frunció el ceño y parpadeó, totalmente descolocada ante esa afirmación. ¿Novio? ¿Ella? ¿Ella? ¿Iba en serio?—. Aunque, sinceramente, podías haber elegido otra cosa, chica. Los hay muy decentes en el castillo, podrías aspirar a algo… al menos un poquito mejor. ¡Y que no fuera Slytherin, mujer!
Su corazón sufrió una sacudida. Se sintió palidecer. Un Slytherin… Inmediatamente, un rostro más que conocido apareció en su mente. Draco Malfoy la miró con desdén desde el interior de su cabeza, sonriendo con cinismo.
Tuvo que contenerse para no cerrar los ojos con frustración y darse golpes en la cabeza. Sintió odio hacia sí misma.
¿Por qué le había venido precisamente su rostro a la mente? No era el único Slytherin que conocía, caray…
Una sonora carcajada la sacó, afortunadamente, de su estupor. Se estremeció y, regresando al mundo terrenal, buscó con la mirada el origen de la risa, para descubrir a Ginny riéndose a mandíbula batiente desde el suelo. Harry, sentado frente a ella, parecía dudar entre unirse a la risa de Ginny o limitarse a mirarlas con confusión. Y Ron, a su lado, tenía las orejas coloradas y no parecía encontrarlo en absoluto divertido.
—¿Pero de qué estáis hablando? —se burló Ginny, en cuanto logró tomar aire y articular palabra, mirando a Parvati y Lavender. Ellas la miraron como si acabasen de reparar en su presencia—. ¿Por qué os inventáis tonterías?
Ambas intercambiaron una mirada cargada de superioridad, como si supiesen algo de suma importancia que sus oyentes ignorasen, y volvieron a mirar la pelirroja, con tierna condescendencia.
—Para tu información, Weasley, nos hemos encontrado hace un rato con Theodore Nott… Sabéis quién es, ¿no? Ese chico delgaducho de Slytherin, con cara de conejo, que se pasa la vida más solo que un Hipogrifo, y suele…
—Por Merlín, ahórrate los datos bibliográficos y ve al grano, Lavender —suplicó Ginny, exasperada ante el alto grado de cotilleo que emanaba de la joven.
—Bueno, pues eso —retomó el hilo la chica, molesta por la interrupción—, que nos hemos encontrado al tal Nott en la escalera principal, y nos ha pedido que le digamos a Hermione, si la vemos, a ver si puede devolverle el libro Nueva Teoría de la Numerología que le prestó, porque lo necesita para hacer él un trabajo.
—Ajá. ¿Y? —inquirió Hermione, apuntándose en su lista mental de tareas devolverle el libro, sin dejar de mirar a las chicas con confusión.
—Pues eso, ya está —resolvió Parvati, sonriendo—. ¿Desde cuándo estáis juntos?
Hermione parpadeó dos veces. Solo dos.
—¿Intentáis decirme que sólo porque un chico me prestó un libro somos pareja? —repitió Hermione, tratando de asegurarse de que había captado bien la idea.
—No, mujer, no —respondió Lavender, y de nuevo volvieron a reírse—. No es sólo por eso —añadió, fingiendo emocionarse—. Te han visto salir de clase de Aritmancia muchas veces con él, hablando muy animadamente… Da que sospechar, ¿no crees?
No, pues claro que no lo creía. Hermione resopló por la nariz, escéptica. ¿Cómo podían ser tan soberanamente infantiles? Hablando animadamente… debían referirse a las conversaciones que mantuvieron para intentar parar los pies a Malfoy, semanas atrás. La vez que Nott se ofreció a recuperar su varita, y la vez que ella le preguntó el punto débil de Malfoy… Además de esas contadas ocasiones, no había hablado demasiado con Nott. Quizá habían intercambiado algunas amables palabras al final de alguna clase, pero poco más. Y, a pesar de eso, la gente ya empezaba a cotillear. Era ridículo.
—Nos ofende que nos lo hayas ocultado, Hermione, creíamos que éramos amigas —continuó Lavender, fingiendo sentirse insultada—. Dormimos en la misma habitación, ya te vale… Pero en realidad te entendemos, cielo. Está mal visto que un Gryffindor ande con un Slytherin. La gente habla, ¿sabes? Y no cosas demasiado buenas. Así que, yo que tú, me replantearía salir con alguien como ese Nott… Además de que el chaval es de lo más vulgar, no merece la pena que la gente hable mal de ti por andar con alguien como él, ¿no crees? Es nuestro consejo como amigas, claro.
Hermione sintió que le ardía el pecho. Se sentía tan furiosa que no sabía qué responder. ¿Cómo podían ser tan superficiales? ¿Y desde cuándo eran amigas? Compartían habitación y se llevaban bien. Eso era todo. Eso no era amistad.
—¿Sales con ese? —preguntó de pronto una voz furibunda a su izquierda.
Hermione giró el rostro con brusquedad y se encontró con los ojos azules de Ron, entrecerrados y emitiendo brillos desconfiados.
—¡Claro que no! —exclamó la chica, ofendida, recuperando la voz—. ¿Cómo puedes pensar que salgo con alguien a vuestras espaldas?
—¿Y entonces por qué nos has ocultado que te hablas con él? ¿Desde cuándo habláis? —insistió él, sin eliminar su mueca de recelo.
—¡Oh, por Dios! No me había parecido nada relevante —protestó Hermione, con las mejillas encendidas de indignación—. Nott acude conmigo a clase de Aritmancia, nos hemos dado cuenta de que podemos tener una relación cordial —«a raíz de intentar detener juntos a Malfoy»—, y me dejó un libro que yo necesitaba. Punto. ¡No creo que sea nada extraño!
—¿Pero cómo puedes siquiera hablar con él? —insistió Ron, con las orejas coloradas—. ¡Es un Slytherin! Y es amigo de Malfoy, ¿en qué estás pensando?
—¿Y eso qué importa? —espetó ella, furibunda—. Es un buen chico, y…
—Seguro que es alguna estratagema de Malfoy —siguió Ron en sus trece, como si acabase de ver la luz—. Seguro que utiliza a ese Nott para acercarse a ti y hacerte algo después. Y tú has caído de pleno.
Hermione resopló, profundamente indignada. Comenzaba a sentir mucho calor, y le temblaban las manos. No podía creer lo que escuchaba.
—¿Cómo puedes tener esa mentalidad? ¿No puede simplemente apreciar mi compañía? Si quiere estar cerca de mí, ¿es para planear algo a mis espaldas y poder después traicionarme cruelmente? ¿No puede simplemente apreciarme?
—Oh, venga ya, claro que no —espetó Ron, alterado—. Es un maldito Slytherin. Y tú eres hija de muggles. Si ahora de repente quiere tu "amistad" es con alguna intención oculta. Y eso contando con que no quiera algo más…
—¿Pero de verdad me crees capaz de acabar siendo pareja de la primera persona que se acerque a hablarme aparte de vosotros? ¿De verdad crees que tengo tan poco criterio? —saltó Hermione, ofendida—. Es simplemente un chico agradable. Y ya está. No me importa que sea Slytherin...
—¡Pues a mí sí me importa! ¡Y a Harry también! —vociferó Ron.
—Oye, a mí no me pases la pelota —protestó Harry, interviniendo después de haber estado escuchando la conversación con el ceño fruncido.
—¿Tú también piensas que Nott solo es amable por orden de Malfoy? —quiso saber Hermione inmediatamente, mirándolo con fiereza—. ¿O que estoy saliendo con él a escondidas?
Harry se removió en su asiento, incómodo ante la mirada de su amiga.
—No sería lo primero en lo que hubiese pensado, Hermione. Pero reconozco que se me hace extraño que un Slytherin quiera entablar amistad contigo, así por las buenas. Y, no sé, me sorprende que te hayas fiado de él a la primera y que nunca nos hayas hablado de tu amistad con él…
—No creo que Hermione tenga que decirnos a todas horas con quién se junta —intervino una airada Ginny. Ya no reía, y lucía aparentemente molesta por lo que escuchaba—. No somos sus dueños. Puede hacer lo que le venga en gana con quien le venga en gana.
—Yo no he dicho lo contrario —repuso Harry, ruborizándose—. Solamente digo que, si nos hubiera hablado alguna vez de él, pues quizá hubiéramos investigado un poco para saber sus intenciones —Ginny resopló, incrédula, poniendo los ojos en blanco—. Solo para quedarnos tranquilos… Porque reconozco que es extraño, siendo un Slytherin…
—¡Y dale! —saltó Hermione, poniéndose en pie de un salto. El libro que tenía sobre las piernas cayó sobre la alfombra con un ruido seco—. ¡Otra vez lo mismo! ¡Seréis hipócritas! ¡Os quejáis de la intolerancia de Ma-Malfoy, pero vosotros sois iguales! —la voz de la joven se entrecortó al pronunciar su nombre, aunque sólo ella fue consciente. El resto pensaron que tartamudeaba por culpa del enfado— ¡Juzgáis a las personas por la Casa en la que están! ¡No sois capaces de asimilar que, simplemente, alguien a quien no conocéis quiera tener una amistad conmigo! ¡Sois unos… inmaduros!
Enmudeció, mirándolos con fiereza, con la respiración acelerada y los puños apretados. Sus ojos comenzaron a humedecerse rápidamente. Se dio la vuelta, dándoles la espalda y se cubrió la boca con una mano, tratando de contener el temblor de su mandíbula. Elevó la cabeza y parpadeó con rapidez para contener las lágrimas.
—Hermione… —la llamó con suavidad la voz de Ginny a sus espaldas, aunque ella la ignoró.
Respirando pesada y profundamente, Hermione volvió a quedar de cara a ellos y se agachó a coger su mochila, para empezar a meter todos sus libros en ella.
—¿Qué haces? —preguntó Ginny rápidamente, incorporándose hasta quedar de rodillas sobre el suelo. Escrutaba el rostro de su amiga atentamente, con preocupación—. Escucha, no te vayas así, hablemos de esto…
—Me voy a la biblioteca —respondió Hermione, con voz ronca pero decidida—. No quiero escucharos más. Allí al menos nadie me tratará de traidora. Ni me acusará de "confraternizar con el enemigo", como pasó con Viktor Krum. ¿O me negaréis que eso es lo que estáis pensando?
—Yo… —comenzó Harry, vacilante. Ron se limitaba a mirarla con los labios crispados, cabreado, y no dijo nada.
—Déjalo, Harry, es igual —cortó la joven.
Hermione se colgó la mochila al hombro y cogió en brazos el resto de libros, el tintero, la pluma y la redacción que aún tenía sobre la butaca. Una vez hecho esto, se dio la vuelta y recorrió a grandes zancadas la afortunadamente casi desierta Sala Común, para salir como un vendaval por la puerta del retrato. Los pocos alumnos que había allí, la observaron pasar con una curiosidad y una fijeza verdaderamente incómodas.
Cuando se hubo ido, las personas que todavía estaban alrededor de la chimenea se miraron entre ellas.
—Bravo, Ron —masculló Ginny, furibunda, cogiendo con las manos a un alterado Arnold, que había aprovechado el silencio para salir de su escondite—. Cuando parece que no puedes ser más capullo, tú vas y te superas.
—Ah, ¿ahora la culpa es mía? —se defendió el chico, rabioso.
—No, ahí te doy la razón —admitió Ginny, volviendo la cabeza para fulminar con la mirada a Parvati y Lavender, que habían contemplado toda la pelea con la boca entreabierta—. ¿Estáis satisfechas de lo que habéis hecho?
Parvati negó con la cabeza imperceptiblemente, mirando fijamente la alfombra, incómoda. Lavender, por su parte, se encogió de hombros y frunció los labios en un falso puchero avergonzado.
Maldita Lavender, maldita Parvati, maldito Ron… ¡Malditos todos!
Hermione ni siquiera era consciente de por qué parte del castillo caminaba. Les había dicho a sus amigos que iba a la biblioteca, pero sólo había sido una vulgar excusa. No tenía un destino fijo. Había subido y bajado tantos escalones que había perdido la cuenta. Lo único que quería era caminar y caminar hasta olvidar todo lo sucedido. O hasta que el dolor en el costado opacase la opresión de su pecho.
El espeso cabello le ocultaba parcialmente el rostro, cayendo a ambos lados, impidiéndole ver con claridad por dónde caminaba. Pero también la ocultaba de las miradas curiosas de todas las personas con las que se cruzaba. Un par de lágrimas traicioneras habían superado su autocontrol y resbalaban lentamente por sus mejillas, pero se encontraba incapacitada para limpiárselas debido a la gran cantidad de utensilios que llevaba en las manos.
¿Cómo podían haber dudado de ella? ¿De verdad había tan poca confianza en su amistad que llegaban a cuestionarse incluso que estuviese saliendo con una persona a sus espaldas? Claro que ella no les había explicado nada, ¿pero qué tenía que explicar? Theodore Nott y ella eran compañeros de clase, y se podía decir que habían comenzado a tener una relación cordial a raíz de tener el objetivo común de pararle los pies a Malfoy… Y ahora sentía que habían manchado esa amistad con su acusación, que la habían mancillado. ¿Por qué diantres no podía Nott simplemente querer una amistad, y tenía que tener una intención oculta detrás?
Subió unas estrechas escaleras y llegó al cuarto piso, abarrotado de alumnos. Lo reconoció porque divisó claramente las puertas dobles que conducían a la biblioteca. Parecía una broma del destino. Lo recorrió a pasos rápidos. Podía encerrarse en la biblioteca, tal como había dicho. Allí al menos encontraría la paz y tranquilidad que necesitaba. Siempre la encontraba allí.
Mientras caminaba, un color más claro, un color rubio pálido, atrajo su atención entre la multitud de estudiantes vestidos con túnicas negras. Su corazón sufrió un sobresalto. Casi estuvo a punto de detenerse. No podía ser…
Pero no. Merlín.
Era una joven rubia, de cabello largo recogido en una coleta alta. Por un instante había pensado que… Pero no, su mente le había jugado una mala pasada. Malfoy estaba presente en su subconsciente a raíz de la pelea con sus amigos, por ser amigo de Nott, por ser también un Slytherin, por ser la primera persona que le vino a la mente cuando le acusaron de salir con un Slytherin…
Pero no podía tener tanta mala suerte de encontrarse con Malfoy en ese estado, casi al borde de las lágrimas. Ya se estaba volviendo paranoica. Vale, sí, últimamente se estaba encontrando con Malfoy en todas partes… Pero eso no significaba que su mala suerte se aplicase a todas las situaciones. Claro que era jueves por la tarde, y muchos alumnos aprovechaban para ir dicho día a la biblioteca a adelantar trabajos y estar más libres el fin de semana. ¿Sería Malfoy uno de los que habría decidido hacerlo? Sabía que, para su propia sorpresa, el chico frecuentaba la bilbioteca, pues, desde que apreciaba más fácilmente su presencia, lo había visto en contadas ocasiones desde la lejanía, normalmente en compañía de Nott o Zabini. Al parecer, aunque muchas veces faltase a clase, sí que se molestaba en hacer los deberes que mandaban.
Bueno, otras veces lo había visto allí pero no habían intercambiado ni una mirada. Y eso no tenía por qué cambiar. Entraría en la biblioteca y se iría a un rincón, a tranquilizarse. Ella sola.
Cuando le faltaban varios metros para alcanzar las puertas, un nuevo reflejo amarillo ceniza atrajo su mirada.
Un momento…
Esta vez detuvo sus pasos de golpe.
No podía ser verdad. Era él.
El llamativo cabello rubio platino de Draco Malfoy, junto con el resto de su alta y delgada figura, salía en ese momento por las puertas dobles de la biblioteca, mochila al hombro, y aire ensimismado.
No. Eso sí que no.
La joven se dio la vuelta como por acto reflejo, sin vacilar. Sintió que se le aceleraba la respiración. No pensaba permitir que Malfoy la viese en ese estado, cubierta de lágrimas, despeinada y con las manos llenas de utensilios de estudio. No pensaba ponérselo tan fácil a su cruel humor. No pensaba aguantar sus insultos.
Tenía que buscar otro lugar a modo de refugio, al menos por un rato. No pensaba cruzarse con Malfoy para entrar en la biblioteca, era demasiado arriesgado. Echó a andar, desandando sus pasos. Podía dar un rodeo al pasillo y…
Apenas dio tres zancadas, una figura borrosa se precipitó sobre ella desde el pasillo que había a su derecha, produciendo un extraño y anormal tintineo cuando chocó de golpe con ella.
La figura provocó que Hermione perdiese el equilibrio, se enredase con sus pies y cayese al suelo de bruces. Todas las cosas que llevaba en brazos se desperdigaron por el suelo a su alrededor, incluyendo el frasco de tinta, el cual se rompió, derramando su contenido sobre sus libros y redacciones, y también una… ¿botella rota?
—¡Oh, ¡hip!, perdone jovencito! —exclamó al instante una voz etérea y ligeramente ronca. Hermione alzó la vista, aturdida, y se encontró cara a cara con la profesora Trelawney, que había caído sobre ella y ahora luchaba por ponerse en pie y por quitarse los chales que le cubrían la cabeza.
—¿Profesora? —se asombró Hermione, con voz algo inestable. Le dolían los codos y el pecho, las partes del cuerpo con las que había amortiguado la caída. Un par de alumnos que Hermione no conocía, un chico de Hufflepuff y una muchacha de Ravenclaw, se acercaron y tiraron de la profesora para ponerla en pie. Parecieron considerar que Hermione estaba en condiciones de levantarse sola, a diferencia de la ebria profesora. Otras personas que se encontraban alrededor detuvieron sus andares pero no se acercaron, se limitaron a contemplar la situación.
—Es que iba con prisa, y… ¡Hip!... no miraba por dónde iba… —argumentó Trelawney, tambaleándose y mirando fijamente, con sus grandes ojos aumentados tras las gruesas gafas, un punto situado a treinta centímetros de la cara de Hermione—. Voy a ver a Doble… ¡Hip!... dore… Digo a Dable… ¡Al director! ¡Hip! Y tengo prisa… ¡Eh, tú, jovencita! —gritó de pronto a algo que había tras Hermione—. ¡Ayuda a este joven… ¡Hip!... cito a recoger sus cosas! Yo me tengo que… ir…
La mujer se dio la vuelta con garbo, casi resbalándose al pisar uno de sus largos collares, y se alejó por el pasillo con inestables andares. Los alumnos que la habían ayudado a ponerse en pie la contemplaron irse sin saber muy bien qué hacer con ella en su estado. El resto pronto continuó su camino, comentando lo sucedido. Era raro ver a la profesora merodeando por los pasillos, pues pocas veces abandonaba su torre. Todos los alumnos sabían que su profesora de Adivinación tenía problemas sin resolver con el alcohol desde que la profesora Umbridge intentase despedirla hacía un par de años. Y, aunque había mantenido el puesto cuando Umbridge se fue, todavía parecía refugiarse en la bebida en contadas ocasiones. Hermione se preguntó vagamente qué le había ocurrido a su profesora para haber sucumbido al alcohol, y qué iría a contarle a Dumbledore.
Pero no tuvo mucho tiempo para pensar en ello.
—¡Oiga, que no soy una tía! —exclamó una voz efectivamente masculina, y también indignada, tras Hermione, arrancándola de sus pensamientos.
Hermione, todavía tirada en el suelo, rodeada de sus utensilios, sufrió un sobresalto.
«Esa voz…», dijo una vocecita en la mente de la chica.
Hizo ademán de girar la cabeza, pero no hizo ninguna falta, pues el propietario de la voz se había posicionado frente a ella, en pie, cuan largo era. Hermione deslizó la mirada desde unos costosos y brillantes zapatos negros, pasando por un pantalón del mismo color y coste, una camisa blanca con un jersey gris sin mangas que la cubría, una corbata verde y plateada, perfectamente desanudada, y una túnica negra abierta que cubría el conjunto. Y, finalizando el recorrido por el uniforme de la casa Slytherin, el rostro de Draco Malfoy la mirada con desdén desde su poderosa altura.
«Merlín, ¿por qué yo?», pensó la joven, conteniendo un gemido desesperado a duras penas.
—Joder, qué peste a alcohol —masculló Malfoy, arrugando la nariz y mirando los objetos personales de la chica, sobre los cuales se había derramado la botella de Whisky medio vacía que llevaba la profesora—. Lo que les faltaba a tus cosas, Granger. Olor a muggle, y a alcohol.
Hermione cerró los ojos un instante.
«Quizá cuando cuente tres haya desaparecido…Uno, dos… Vaya, pues no.», se lamentó en su mente, deprimida.
El joven de Hufflepuff y la chica de Ravenclaw miraron a Malfoy con ligero recelo. No parecían saber quién era, ellos eran de algún curso inferior. A pesar de oír las palabras que le dedicó a la chica, parecieron considerar que, al ver que se acercaba a hablar con ella tras la orden de Trelawney de que la ayudase a recoger, debía conocerla, y estaba en buenas manos, así que se limitaron a alejarse discretamente.
—Cállate, Malfoy —replicó la chica, con un tono de voz firme, aunque no era ni la mitad de fuerte del que había pretendido utilizar. Se sentó de rodillas, en una posición que consideró menos humillante—. Y, si no vas a ayudarme, te agradecería que te largases de aquí. No necesito espectadores.
Hermione miró sus cosas desperdigadas a su alrededor y sintió que el pecho le apretaba. Todo estaba empapado y manchado de tinta y Whisky. A su mente vino la discusión vivida hacía minutos con Harry y Ron… y sintió que se hundía. ¿Podían salirle peor las cosas? Se obligó a no tener pensamientos tan negativos, se dijo que no era tan grave, que todo tenía solución… pero el nudo en su garganta crecía. De pronto, bajo la fría y burlona mirada de Malfoy, sentada de mala manera en medio del pasillo, se sintió muy sola. La gente, a su alrededor, pasaba a su lado sin ayudarla, y Malfoy lo único que haría, sin duda, sería insultarla.
Apretó los labios y los dientes para contener un sollozo ahogado. Sufrió una pequeña convulsión, no logrando omitir del todo el sollozo, pero respiró hondo y se frotó la nariz con el dorso de la mano, manchado de tinta. Lo último que quería en el mundo en ese momento era llorar frente a Malfoy… pero el nudo de su garganta parecía indicarle que tampoco tendría suerte en eso. Trató de comenzar la ardua tarea de recoger todos sus utensilios, a pesar del brusco temblor de sus manos.
Draco no había apartado sus ojos de ella, y su sonrisita de satisfacción se convirtió en casi una mueca. Sus ojos estaban clavados en la cara de Granger, semi-oculta por el alborotado cabello castaño. Su nariz estaba sonrojada, y sus ojos anegados en lágrimas. Temblaba.
«Está llorando...».
Draco sintió que la piel se le ponía de gallina en los brazos. Y un súbito e incómodo calor se apoderó de su nuca. No recordaba haber visto a Granger en un estado semejante jamás. Tan... desconsolada. Tan inesperadamente frágil. Lo dejó fuera de lugar el hecho de que no fuese la misma chica gruñona y altanera de siempre, el hecho de que no pareciese estar en condiciones de tener una pelea verbal con él. A lo único a lo que ambos estaban acostumbrados. Pero ese cambio de paradigmas lo descolocó. Dejándolo paralizado y mudo durante un largo instante. Demasiado largo.
Tenía que decir algo. Tenía que reaccionar.
Y sabía el qué. No había nada que pensar. ¿Qué otra cosa iba a decir?
—¡Venga ya! ¿Estás llorando? —se burló, dejando escapar después una carcajada. Pero él mismo se asombró al notar lo forzada que sonó—. Por Merlín, Granger, solo una empollona como tú podría ponerse a llorar por haber ensuciado sus libros con…
Hermione lo interrumpió emitiendo un fuerte sonido que casi sonó como un grito de frustración. O un sollozo. No. No pensaba aguantar ni una sola burla más de un imbécil malintencionado como Malfoy. Ya tenía suficiente con todo lo que le habían dicho Harry y Ron. No quería aguantar ni un solo comentario hiriente más. Ya era suficiente.
Se puso en pie, trastabillando, y cogió con las manos precariamente todos sus objetos personales manchados. Los cristales de la botella rota fueron lo único que se mantuvo en el suelo.
Elevó el rostro sin vergüenza alguna y enfrentó la ahora descolocada mirada de Malfoy. Enfurecida.
—¡Vete a la mierda! —le gritó, con tanta rabia, y en un tono de voz tan alto, que logró sobresaltar al chico.
Un par de personas que pasaban a su lado en ese momento, se espantaron igualmente y se giraron hacia ella, alarmadas. Hermione se dio la vuelta y se metió a toda prisa en la biblioteca, a amplias y decididas zancadas, con la cabeza bien alta.
Draco, con los ojos ligeramente más abiertos de lo normal, solo pudo parpadear con desconcierto ante el arrebato de la chica. ¿Qué mosca le había picado a esa loca? ¿A qué venía eso? De pronto comprendió, sintiéndose algo estúpido al darse cuenta tarde, que evidentemente no estaba llorando por lo sucedido a sus libros. Tenía que ser por otra razón. Granger, a pesar de ser una insufrible rata de biblioteca, no era pueril. No le afectaría algo que podía solucionar con una sacudida de varita. No, le había ocurrido algo más…
Se dio cuenta de que su sonrisa de satisfacción había desaparecido, y tuvo que contraer conscientemente los músculos de sus mejillas para que volviera a aparecer. Se la veía muy afectada… ¿Qué podía haberle pasado? Draco se sorprendió estrujándose el cerebro pensando opciones. La última vez que la vio en un estado algo semejante fue el día de Halloween, y ni siquiera ese día…
Aquel día lució furiosa. Ahora lucía desconsolada. Al menos hasta que él había abierto la boca...
Los músculos de sus mejillas le dolían por el esfuerzo que estaba haciendo por sonreír con malicia. Dejó de hacerlo, rodeado de desconocidos que recorrían el pasillo, resentido consigo mismo. Era imposible, no estaba contento. Se sentía curioso. Intrigado. Y no terminaba de gustarle esa sensación. Tenía que estar disfrutando del sufrimiento de esa sangre sucia. Al margen de sentir curiosidad por lo que le sucedía, tenía que sentirse satisfecho al respecto.
Él mismo la provocaba a menudo para hacerle daño. ¿Por qué, ahora que él no era el directo responsable, no podía simplemente alegrarse, darse media vuelta y alejarse por el pasillo? ¿Por qué seguía mirando la puerta de la biblioteca por la cual ella había entrado, como un rematado imbécil?
Sintió que la respiración se le aceleraba. De pronto, sintió pavor. Un pavor que comenzaba a ser más y más familiar. El mismo pavor que sintió en el baño del primer piso, tras lo sucedido con aquella estúpida y horrorosa planta. El mismo pavor que sintió después de la primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras tras las Navidades, cuando, ya en la soledad de su habitación, pudo analizar fríamente lo sucedido en la pelea contra Weasley. Comprendiendo que no lo había atacado, que no se había defendido, simple y llanamente porque ella lo había mirado de aquella manera.
Sintió pavor por no ser dueño de sí mismo, por no sentir que tenía el control de sus pensamientos ni sus reacciones.
Y eso no podía quedar así. De ninguna manera. No había podido arreglar las anteriores situaciones, pero iba a arreglar esa. Iba a sentirse normal.
Sin pensárselo dos veces, avanzó con amplias zancadas y empujó la puerta doble con una mano, adentrándose en la silenciosa estancia de la cual acababa de salir.
Estaba considerablemente llena de alumnos, haciendo los deberes del fin de semana, estudiando para un examen, o devolviendo algún libro antes de que se acabase el plazo y la Señora Pince les prohibiese la entrada a la biblioteca de por vida. En una mesa situada al fondo de la estancia, lejos de su vista, sabía que se encontraba Zabini, con el cual Draco había estado estudiando hasta la hora de irse a su entrenamiento de Quidditch, precisamente a donde se dirigía cuando se había topado con Granger. Tenía algo de prisa, pero supuso que volver a hablar con Granger no lo retrasaría mucho. Solo serían dos minutos. Tenía que salir de dudas.
Draco avanzó entre las altas estanterías mientras el eco de sus pasos se escuchaba por todo el lugar del tamaño de una catedral. Se adentró en varios pasillos sin tenerlas todas consigo. ¿Dónde podría haberse metido? Estaba llorando, así que la lógica dictaba que se habría alejado lo más posible de la entrada, para intentar que nadie la viese. Un olor inusual impregnó de pronto sus fosas nasales haciéndolo arrugar la nariz. Después sonrió. Ya estaba. Granger iba a llevarlo hasta ella sin proponérselo siquiera. O, mejor dicho, el Whisky de Fuego de la profesora Trelawney sería quien lo guiase.
Siguió el penetrante olor a alcohol que las pertenencias de Granger habían dejado a lo largo de la biblioteca, hasta que finalmente dobló una esquina y la encontró. Se encontraba frente a una estantería, varita en mano, limpiando una por una todas sus pertenencias. Su mochila y sus libros empapados de tinta y alcohol estaban en una mesa, al lado de la chica. Estaba de espaldas a él, y no alcanzaba a verle el rostro.
De nuevo se obligó a estirar con esfuerzo los músculos de sus mejillas para volver a esbozar una sonrisa perversa. Se acercó a la chica, casi deslizándose, silenciosamente. Al estar tras ella, acercó su rostro al espeso cabello de la entretenida joven, con la intención de susurrarle algo hiriente al oído y darle el susto de su vida; pero no llegó a decir nada. El esponjoso cabello de la chica de pronto desprendió un olor agradable y aromático que no fue capaz de identificar, pero que logró embotarle las fosas nasales, mandándole un escalofrío que le puso la piel de gallina. Olor a champú. A limpio.
«¿Granger huele bien? ¿Por qué?», se preguntó tontamente, en su aturdida mente.
Parpadeando de sorpresa ante esa revelación, y con la respiración dificultosa por su propio sobresalto, sacudió ligeramente la cabeza y retomó su plan sin vacilar.
—¿Más tranquila, sangre sucia? —susurró en su oído con malicia, tan cerca, que el fragante y encrespado cabello de la joven le hizo cosquillas en la nariz. Quizá podría haber esperado un poco más antes de decirle nada que la alertase de su presencia…
Hermione dio tal respingo que el libro que tenía en las manos se le resbaló de entre los dedos. Afortunadamente, logró atraparlo antes de que golpease contra la estantería o contra el suelo. Madame Pince podía oír y reconocer el sonido de un libro cayendo a kilómetros de distancia. Hermione giró sobre sí misma, aterrada, aferrando el libro y la varita contra el pecho, y se encontró cara a cara con Malfoy, que la observaba con una pérfida sonrisa satisfecha en el rostro. ¿Cuándo había llegado allí? ¿Por qué la había seguido? ¿Por qué estaba tan cerca?
Tomó aire, recuperándose del sobresalto, y, alzó la barbilla con presunción.
—¿Qué diantres quieres ahora, Malfoy? —espetó, con toda la rabia que pudo reunir. Aún tenía un nudo en la garganta por el disgusto, pero se había calmado un poco. Aunque, como Malfoy pudo apreciar desde esa distancia, sus mejillas aún presentaban un par de finos regueros de lágrimas casi secas. Y su nariz estaba manchada de tinta.
Draco tuvo que redoblar sus esfuerzos por mantener la sonrisa socarrona en su rostro antes de responder:
—Me has dicho que me vaya a la mierda, así que he venido a ella —amplió con esfuerzo su sonrisa y se cruzó de brazos, mirando a la chica con satisfacción. Hermione lo miró un segundo más, con profundo hastío, y después le dio la espalda, para seguir limpiando sus pertenencias.
—Muy ingenioso. Me parto de risa. Hale, ya has conseguido el chiste del año. Ahora lárgate —le espetó con hosquedad, mientras pasaba la varita por el lomo de uno de los libros, limpiándolo. Pero, por supuesto, él no iba a hacerle caso, y ella lo sabía. Había venido a fustigarla con sus insultos, y no se iría hasta conseguirlo.
Sin borrar aquella sonrisita que amenazaba con acabar con la paciencia de la chica, Malfoy se apoyó con el codo en la estantería, a su lado, para poder verle el perfil.
—Enseguida me voy, no te preocupes —aseguró, burlón—. No tengo intención de pillar nada de lo que puedas contagiarme. Solo una humilde pregunta…
—¿Humilde? Tú no sabes lo que es eso —interrumpió Hermione, con antipatía, dejando un libro limpio en el montón correspondiente y cogiendo uno de los pergaminos manchados.
—¿Me podrías decir quién te ha hecho algo tan —alargó exageradamente la "a"— horrible como para hacerte derramar asquerosas lágrimas muggles? He creado un club de fans anti Hermione "la entrometida" Granger, y me gustaría invitarle a quien sea a unirse a él.
Hermione, a pesar de sus palabras, no pudo sino soltar una carcajada mordaz.
—Créeme, no te gustaría tenerlos en tu club… —replicó sin pensar, amargamente, volviendo a sentir un retortijón de dolor al recordar lo sucedido en la Sala Común. ¿Cómo habían podido Harry y Ron tratarla así?
Malfoy rió entre dientes, satisfecho.
—Vaya, esclarecedora respuesta. Así que han sido Pipi-Potter y Weasley-pis, ¿eh?
Hermione parpadeó, sorprendida por su rapidez mental, y giró el rostro para mirarle. Él seguía sin borrar esa sonrisa astuta de su anguloso rostro, y sus ojos revelaban diversión ante la perplejidad de la chica.
—No saques conclusiones precipitadas. No han sido ellos —mintió Hermione con firmeza, mortificada ante la seguridad que Malfoy demostraba en ese momento. Él volvió a reír.
—Por favor, Granger, no insultes a mi inteligencia. Te peleas con esos dos necios cada dos por tres. Todo Hogwarts lo sabe —respondió con calma, arqueando una rubia ceja. Hermione apartó la mirada, humillada, y eso fue mejor que una confesión—. Ilumíname, ¿qué ha sido esta vez? ¿La Comadreja ha hablado con la boca llena? ¿El Cara Rajada ha hablado de sí mismo más de las quinientas veces al día reglamentarias?
Hermione apretó las mandíbulas, furiosa, y conteniéndose para no gritarle nada ofensivo. No podía montar un escándalo en la biblioteca, y eso Malfoy lo sabía. Seguramente por eso había decidido seguirla a un lugar tan idóneo para mortificarla.
—No pienso decirte nada, así que haz el favor de largarte —farfulló Hermione atropelladamente, apretando los dientes. Malfoy estaba consiguiendo lo que quería: obligándola a sacar el tema de Harry y Ron, estaba logrando que se le humedeciesen los ojos de nuevo.
—Oh, vamos, Granger, no te hagas de rogar —se mofó el rubio, sin darse cuenta del estado anímico de la joven—. La Sala Común de Slytherin está muy aburrida estos días, necesitamos temas nuevos…
—¡Que me dejes en paz! —exclamó Hermione, luchando por no alzar la voz. Nuevos sollozos se amontonaban en su garganta, y apenas podía hablar de forma comprensible. El llanto la había invadido de pronto, cogiéndola por sorpresa. A ella y a Malfoy—. ¡Por una maldita vez en tu vida déjame en paz, déjame sola…!
Trató de seguir despotricando contra él, pero el llanto había alcanzado un punto en el que no podía articular nada coherente. Las lágrimas habían comenzado a resbalar sin control por su rostro. Dejó caer sobre la parte baja de la estantería el libro que tenía en las manos y se secó apresuradamente el rostro con ellas, tosiendo, sorbiéndose la nariz y tratando inútilmente de dejar de llorar tan penosamente. ¡Por favor! Ella era una persona madura emocionalmente y reflexiva. ¿Cómo había podido perder las formas de esa manera?
Ahora, además de la frustración que sentía contra sus amigos, había que añadir la vergüenza que la invadía. Acababa de dar material de humillación a Malfoy como para medio siglo. Genial.
Draco, por su parte, estaba estático. Se limitaba a mirarla, fijamente, con lo que él sabía que debía ser la mayor cara de imbécil que había puesto en mucho tiempo. No recordaba haber visto a Granger tan desconsolada jamás. Era nuevo para él. Y desconcertante. Siempre parecía tan orgullosa, con la cabeza bien alta, tan decidida… tan Granger. Parecía que nada podía hundirla, ni derrotarla. Nadie podía hacer descender esa cabezota orgullosa. Verla de repente tan vulnerable, tan distinta a como solía ser, le había roto los esquemas; no sabía cómo comportarse. Una vocecita en su cabeza le decía que debería seguir martirizándola, machacarla, sin remordimientos. Pero no era capaz. De hecho, no era capaz de hacer nada.
La chica, últimamente, estaba siempre tan pendiente de los problemas que causaba el propio Malfoy, que el joven no había pensado hasta entonces que ella también tenía dificultades. Que tenía sentimientos. Sentimientos complejos, como una… persona.
Y esa conclusión le llegó de forma totalmente inesperada y abrumadora, casi dolorosa, pues sintió un poderoso retortijón en el estómago. Y eso lo enfureció sobremanera.
Apretó los puños. Se equivocaba. Un muggle no tenía sentimientos. Las personas tenían sentimientos, y un muggle no era una persona; era algo inferior. No podía considerarla como una igual. Porque no lo eran.
Hermione tragó saliva con dificultad. Respiró lo más hondo que pudo para recuperar el resuello, antes de coger el libro que había dejado sobre la estantería y dar media vuelta para pasar por el lado de Malfoy, con la intención de coger sus cosas y alejarse de allí. No quería mirarlo. No quería ver la sonrisa que, estaba segura, le iluminaba el pálido rostro al haberla visto hundirse. No quería volver a ver a Malfoy durante lo que le quedaba de vida.
Sin embargo, aún no había alcanzado sus cosas cuando Malfoy se giró en su dirección y le aferró el brazo con fuerza la altura del codo, sujetándola. Hermione se vio obligada a girar su cuerpo hacia Malfoy por la violencia con la cual la hizo detenerse. Se quedó sin aliento, tanto por su inesperado gesto como por su expresión. No había ni rastro de sonrisa en el anguloso rostro del rubio. Solo aplomo, y algo que la chica fue incapaz de descifrar, pero que la dejó sin respiración. De pronto, el chico le pareció mucho más grande de lo que en realidad era, y la hizo sentir minúscula a su lado.
Hermione miró la mano de Malfoy aferrando su brazo y de nuevo lo miró a los ojos. Él, a diferencia de la escena vivida en los vestuarios de Quidditch, no hizo ademán de soltarla.
—¿Qué es lo que haces? —balbuceó Hermione, jadeando, con un hilo de voz. Aún tenía lágrimas en los ojos, y la nariz moqueante, pero intentó hablar con toda la firmeza que pudo reunir—. Su-suéltame inmediatamente…
Pero Malfoy no la soltó. Ni siquiera la escuchó. No podía hacer otra cosa que sujetarla del brazo con fuerza, manteniéndola quieta, mientras él la miraba casi sin respirar. No sabía lo que hacía, lo único que sabía era que no podía soltar el brazo de Granger. No podía dejarla irse así. No había logrado lo que se había propuesto al entrar allí, que era disfrutar del sufrimiento de la chica, y temió por un momento que no llegase a conseguirlo. Pero tenía que intentarlo. Un último intento.
—¿Podrías —comenzó Malfoy, con voz totalmente inexpresiva, provocando que la chica lo mirase con una casi aterrada expectación— dejar de dar tanto asco? ¿En serio montas todo este espectáculo porque te has peleado con esos dos inútiles? ¿Me tomas el pelo?
Ah, la burla, esa poderosa amiga, gran ayuda para las personas frustradas y desesperadas. Como estaba Draco en ese momento. Necesitaba ganar tiempo para pensar qué más decir. Para justificar el hecho de estar reteniéndola allí.
Hermione tomó aire con lentitud, para poder terminar de calmarse completamente, y se pasó la manga de la túnica del brazo que tenía libre por el labio superior, cubierto de mucosidad. La mano de Malfoy seguía rodeando firmemente su otro brazo por encima de la túnica escolar, y la chica no pudo sino preguntarse por qué no la soltaba. Pero no volvió a preguntárselo en voz alta. Para su desconcierto, no parecía que fuese a hacerle nada malo. A excepción de burlarse de ella, claro.
—¿Acaso no debería afectarme discutir con mis mejores amigos? —espetó Hermione gélidamente, defensiva, secándose con la palma de la mano las lágrimas que todavía resbalaban por sus mejillas, cubiertas de pequeñas manchas rojas. Al menos ya había recuperado su plena capacidad pulmonar—. Oh, Merlín, ¿y a ti qué puede importarte todo esto? —se desesperó, frustrada—. Haz el favor de dejarme…
—Me importa una cagarruta de murciélago. Pero me estás dando vergüenza ajena —espetó, casi sin pensar en lo que estaba diciendo. Solo esforzándose en dedicarle todos los insultos que su mente logró formular—. ¿Cómo puedes ponerte así por haberte peleado con esos dos? Son idiotas, Granger, asúmelo. Y, tú, estás siendo estúpida. ¿Y tú eres la mejor alumna de nuestra promoción? No me jodas, Granger. No creía que pudieses dar más pena, pero me equivocaba. Siempre logras superar mis expectativas…
Hermione abrió la boca, dispuesta a enfrentarse a él, pero su mandíbula se quedó caída, sin posibilidad de hablar. Acababa de reparar en algo que la hizo sentir sorprendida y confusa. Malfoy no se estaba burlando de ella, aunque era evidente que esa era su intención. A su extraña y peculiar manera maliciosa, estaba dándole consejo. Muy probablemente, sin siquiera darse cuenta.
—¿Y… y se puede saber a ti qué te importa? —repitió Hermione, dándose cuenta de que era lo único que se sentía capaz de decir. La fuerza con la cual estaba aferrando su brazo estaba consiguiendo que se le cortase la circulación de la mano—. Si vas a reírte de mí, como sé que vas a hacer, hazlo cuanto antes y déjame irme —añadió, con voz algo entrecortada.
«Eso es precisamente lo que quiero, genio, pero no soy capaz», pensó Draco con impaciencia.
—Te repito que me importa una mierda de murciélago —espetó el chico, hastiado, hablando lentamente como si la chica fuese corta de entendederas—. Pero me parece increíble que montes este espectáculo. Sea lo que sea que hayan hecho, sabes de sobra que sois jodidamente inseparables. No os separáis ni para ir al baño. ¿Y por una estúpida discusión crees que es el fin del mundo? ¿Puedes ser más ridícula?
Hermione enmudeció, dándose cuenta de que tenía toda la razón. Eran inseparables. Su amistad no iba a cambiar lo más mínimo después de lo que acababa de pasar. ¿Por qué entonces se había llevado tal disgusto? Era, en verdad, una tontería después de todo lo que habían vivido…
—No soy ridícula —protestó, recuperando su aplomo súbitamente—. Han desconfiado de mí y me ha dolido, tengo derecho a que lo haga… No pienso permitir que me traten así. Ya sé que en realidad lo único que querían era cuidar de mí, a su manera, pero no por eso tienen derecho a juzgarme como lo han hecho.
¿Qué por qué acababa de sincerarse con Draco Malfoy? Ni puñetera idea, pero ya se martirizaría después. Ahora tenía que callarle la boca. Pero su corazón tembló al darse cuenta de sus propias palabras. Harry y Ron solo querían cuidarla. Era la verdad.
Draco chasqueó la lengua. Trayéndola a la realidad de nuevo.
—¿Desconfiar de ti? Menuda estupidez. Y menuda amistad de mierda... Potter y Weasley valen menos la pena de lo que me imaginaba. ¿Para qué los quieres? —espetó Draco a su vez, con burlón desdén—. Aunque reconozco que tus estupideces me intrigan, ¿qué cojones han hecho para que los odies de esa manera?
Hermione soltó un bufido y se secó con la palma de la mano el rastro de lágrimas secas que tenía todavía en las mejillas. De pronto se dio cuenta de que Malfoy le había soltado el brazo, pero no lograba recordar cuándo lo había hecho. A pesar de encontrarse libre ya, no hizo ademán de irse.
—Les han ido con un chisme falso sobre mí y se lo han creído —admitió la chica sin pensarlo demasiado, apartando la mirada. Sintió ganas de darse patadas, avergonzada, al comprender lo estúpido que sonaba al decirlo en voz alta. Tragó saliva, vacilante, comprendiendo de súbito lo que estaba haciendo. ¿De verdad estaba contándoselo a Malfoy? ¿A Malfoy?
Draco, por su parte, dejó escapar una risotada descreída.
—¿Un chisme? ¿Sobre ti? Oh, venga, ni que fueras tan interesante, Granger —se burló, despreocupado, apoyando el hombro en la estantería y cruzándose de brazos, como si se aburriese.
Ella miró a Draco a los ojos, y la renovada sonrisa de él flaqueó ligeramente. Hubo algo en su oscura mirada que no le gustó ni un pelo. Como si Granger, en su mente, tuviese claro que lo que iba a decir a continuación no le gustaría a Draco ni un pelo. Como si supiera cosas que Draco ignoraba.
—Unas compañeras les han ido con el chisme de que hay algo entre Theodore Nott y yo.
El chico tardó dos segundos en asimilar semejante afirmación. Su sonrisa se borró por completo.
—¿Perdón? —espetó finalmente, en tono serio, entrecerrando sus ojos claros. Al parecer el nombre de su amigo renovó el interés del chico por el problema de ella. Y le dio otra perspectiva.
—Por supuesto, es falso —se apresuró a aclarar Hermione, casi sintiéndose en la necesidad de hacerlo, por algún incomprensible motivo—. Ya les he aclarado que no hay nada. Es absurdo que hayan llegado a esa conclusión... Como la gente nos ha visto hablar juntos en Aritmancia, pues se han pensado que… en fin, una tontería —se apresuró a finalizar, volviendo a apartar la mirada, sintiendo que había metido la pata hasta el fondo. Draco se limitaba a mirarla, con la plateada mirada ligeramente desenfocada pero fiera a la vez—. Solo ha sido… una tontería. Por Merlín, no le digas nada a Nott —suplicó de pronto, dándose cuenta de las consecuencias de lo que había revelado—. Por favor, no quiero preocuparlo. Ha sido una tontería, ya está aclarado. No es importante.
Hermione se maldijo internamente. Sintió calor en la cara, producto del bochorno. ¿Por qué había abierto la boca? ¿Qué le importaban a Malfoy sus problemas? Nada, diantres, nada. Maldita sea, se había sincerado con él como si fuese un amigo, como si pudiera darle consejo…
No. Había decidido hacerlo porque el rumor afectaba a su amigo, eso era todo. Su mente, sin dejarle asimilarlo, había considerado que tenía derecho a saberlo... O algo así se obligó a creer. Porque sonaba razonable. Y así justificó lo que, en el fondo sabía, había sido una terrible equivocación.
—No tengo muy claro que esté aclarado —replico el chico, todavía mirándola como si la viese por primera vez, aparentemente molesto. Se sentía ligeramente atontado. Y muy furioso.
¿Nott era amigo de Granger? ¿Amigo de Granger? ¿Hasta el punto de que ya corrían rumores por el castillo de que andaban por ahí juntos? ¿Los Gryffindor se habían dado cuenta?
Draco sintió que el corazón le latía pesada y fuertemente. Sintió que la situación se le escapaba de las manos. Sintió miedo.
¿Cómo había podido Nott ser tan imprudente? ¿Cómo podía estar dejando tan claro que renegaba del Señor Oscuro? Dejando claro cuáles eran verdaderamente sus ideales, que ya no despreciaba a esa gentuza de los sangre sucia…
—Si te digo que está aclarado, es que está aclarado —insistió Hermione, molesta, con énfasis, arrancándolo de sus pensamientos—. Caray, nunca estás de acuerdo con nada de lo que digo —comentó frustrada, sacudiendo la cabeza—. Casi parece que lo haces aposta.
—Diez puntos para Gryffindor por esa observación —repuso él, indiferente, luchando por regresar a la conversación con ella—. Menudo descubrimiento que tú y yo no estemos de acuerdo en nada…
—Podría considerarse digno de estudio —comentó Hermione con pesada resignación—. Me parece incluso interesante lo tangencialmente diferentes que pueden llegar a ser dos puntos de vista...
—Es molesto. Y punto —replicó Draco, entrecerrando sus grises ojos—. Ni interesante, ni leches...
—Oh, lo estás haciendo aposta —se quejó Hermione, mirándolo de forma acusadora.
—No lo hago.
—¡Eres imposible! —exclamó ella, frustrada. Se dio la vuelta, alterada, y se acercó a sus pertenencias, algo más secas aunque igualmente apestosas, para empezar a recogerlas. Por un momento pensó que Malfoy iba a volver a sujetarla del brazo, y no estuvo segura de haber sentido alivio o desilusión cuando no lo hizo.
—¿Soy imposible porque no pienso como tú, pedazo de engreída? —se quejó Malfoy, con voz airada, a sus espaldas—. Oh, por las barbas de…. Mira, que te den, no sé por qué te estoy aguantando. Creía que tendrías un motivo más interesante para haberte puesto así, pero me has decepcionado, Granger. Me aburres —espetó él, dándose la vuelta y echando a andar por el pasillo a grandes zancadas. En realidad, necesitaba largarse de allí para intentar calmarse. Las palabras de la chica lo habían preocupado seriamente.
Hermione, a pesar del enfado que sentía, notó un vacío interior al escucharlo alejarse. Giró el rostro para observarlo por encima del hombro. Se dio cuenta de que, en su interior, le hubiera gustado que no se fuese aún. No quería quedarse sola con sus pensamientos. Lo cual era bastante preocupante. La compañía de Malfoy no podía ser mejor que sus pensamientos, por muy deprimentes que fuesen.
De pronto recordó algo que hizo que su corazón diese un vuelco.
—¡Malfoy! ¡Espera! —lo llamó Hermione apresuradamente, sin moverse de donde estaba. Éste se detuvo y giró únicamente la cabeza, con cara de malas pulgas—. ¿Podrías hacerme un favor?
Malfoy la contempló un instante en silencio, incrédulo.
—Claro que no —espetó, volviendo a echar a andar.
—¡Espera! Sólo dale esto a Nott, ¿vale? —pidió Hermione, cogiendo el ejemplar Nueva Teoría de la Numerología que había quedado afortunadamente limpio—. Es suyo. Me lo dejó hace unos días. Ya que hablábamos de él…
Un centelleo extraño que ocultaba una desagradable sorpresa brilló en los ojos del chico.
—¿Nott te lo ha dejado? —inquirió, sin moverse, con voz extrañamente impersonal.
—Sí —murmuró Hermione, algo desconcertada por su grave expresión—. Su versión es diferente de la mía, y me dejó que anotase algunas cosas…
Malfoy la contempló unos segundos más y después pareció recuperar la compostura. Chasqueó la lengua con impaciencia, y retrocedió sobre sus pasos para arrebatar el grueso ejemplar de las manos de la chica cuando estuvo frente a ella. No la miró a la cara, a diferencia de ella, que contemplaba sus ojos fijamente. Farfullando palabrotas por lo bajo, Malfoy volvió a girarse y a continuar su camino, cuando la voz de la joven volvió a romper el silencio de la biblioteca:
—Malfoy…
—Y ahora, ¿qué? —masculló él, impaciente, volviendo a detenerse y a mirar por encima del hombro.
Hermione lo contemplaba fijamente, de pie en medio del pasillo entre las estanterías, aún con sus cosas tiradas encima de la mesa. Tenía las manos entrelazadas tras la espalda, y sus ojos marrones, más brillantes de lo usual por el reciente llanto, estaban clavados en los suyos. Su nariz seguía manchada de tinta. De pronto, la chica le pareció la misma persona fuerte y enérgica de siempre, a pesar del aura de fragilidad que la envolvía por estar sola en aquel amplio pasillo.
—Nada —dijo ella simplemente, con voz clara, sin dejar de mirarlo—. Gracias. Supongo. Por… devolverle el libro.
Malfoy la miró un instante más, como si le costase apartar la mirada. Pero finalmente se dio la vuelta y salió de aquel pasillo, con zancadas largas y decididas.
Hermione lo contempló alejarse, inmóvil. Sentía cómo una especie de ráfaga cálida proveniente de su interior le reconfortaba los miembros. Curiosamente, ya no sentía ganas de llorar. Quizá hubiese agotado todas las lágrimas que le quedaban por culpa de Malfoy. O gracias a él.
«Malfoy es muy complicado. Cada día le entiendo menos», pensó, aferrándose el brazo a la altura del codo, intentado simular cómo el chico la había sujetado minutos antes.
—¡Aparta de mi camino, mocoso!
El muchacho de segundo curso de la casa Ravenclaw, se apresuró a pegarse a la pared, aterrado, dejando espacio más que suficiente para que Malfoy pasase. Cuando el rubio estaba furioso de verdad el tono de su voz se volvía realmente intimidante. Y sus ojos lo eran aún más.
Malfoy bajaba los escalones que conducían a las mazmorras con una rapidez pasmosa. Parecía tener muchísima prisa, aunque en realidad no tenía ningún destino. Pero necesitaba ir a esa velocidad. Necesitaba despejarse. Deshacerse de la sensación ardorosa que lo invadía.
No pensaba ir al entrenamiento. Estaba demasiado enfadado, demasiado rabioso. Si tuviese una escoba en las manos, la golpearía contra una pared hasta hacerla astillas. Sus pasos iban casi a la misma velocidad que sus pensamientos.
«¡Eres gilipollas!», clamaba una voz en su mente, con toda la razón del mundo. «¿A santo de qué te pones a escuchar a la sangre sucia? ¡No eres su maldito consejero escolar!»
Emitió un gruñido de frustración y atropelló sin piedad a un par de niñas que cruzaban la esquina. Apenas tuvieron tiempo de abrir la boca para quejarse por su brusquedad cuando él ya se había perdido de vista. Sentía que las mandíbulas iban a rompérsele por la presión que ejercía una contra la otra. Las manos, cerradas en firmes puños, le temblaban.
¿Por qué se había interesado por sus malditos problemas? Él ya tenía los suyos, e infinitamente más graves, gracias. ¿Por qué le había preguntado nada? ¿Por qué no había sido capaz de reírse de ella, como había hecho desde que la conocía? ¿Porque estaba llorando? ¿Y qué más daba? Ahora que estaba lejos de la lacrimosa sangre sucia, todo lo que había sentido, todos sus quebraderos de cabeza y sus esfuerzos por comportarse con normalidad, le parecían ridículos y desconcertantes. No había sido razonable. Nada de lo que había hecho o sentido tenía justificación.
Apenas podía tomar aire. Se sentía agobiadísimo tras la discusión con Grang… No, basta, no debía pensar más en ella. Últimamente pensaba más en la sangre sucia de lo que era saludablemente recomendable. Debía apartarla de su mente como fuese. Lo necesitaba.
Sintiendo su rostro tan caliente que le pareció que en cualquier momento iba a echar humo por la nariz, giró la última curva para enfilar por fin el pasillo hasta su Sala Común. Al instante, chocó de bruces contra algo más pequeño y más blando que él, pero igual de rubio. Tanto su repentino obstáculo, como él mismo, se tambalearon, pero consiguieron mantener el equilibrio, sujetándose mutuamente por inercia. Apenas tardó dos segundos en reconocer a quien tenía delante.
—¿Greengrass? —balbuceó, aún sintiéndose algo atontado por el choque. Se separó un paso de ella, torpemente. Su rubia compañera de curso alzó su verde mirada, luciendo también confusa.
—Draco —saludó, esbozando una sonrisa al reconocerle, y colocándose detrás de la oreja un rebelde y liso mechón de cabello que había quedado bailando ante sus ojos—. Hola… ¿Tienes prisa?
—No —articuló él con franqueza, alisándose mecánicamente la túnica sin que hiciese falta. Le hubiera gustado mentirle y largarse, pero su corazón aún llevaba el mismo ritmo que un tambor y no reaccionó a tiempo. A falta de nada mejor, se esforzó en concentrarse en la conversación con su compañera—. ¿Por qué?
—No, por nada… Simplemente porque parecías estar intentando volar sin escoba —bromeó la joven, con una amigable sonrisa. Draco, a su vez, se obligó a esbozar una mueca, que, en realidad, le hacía ver cómo si tuviese dolor de estómago. Pero la chica prosiguió sin comentar nada al respecto—: Pansy te estaba buscando hace un rato. Creo que ha hablado con Snape y quiere decirte algo sobre tareas de Prefectos… No me ha especificado el qué.
—Vale, ahora la buscaré, gracias —murmuró, distraído, sin prestarle mucha atención. Tenía cosas más importantes que Pansy en la cabeza en ese momento. Oh, mierda. ¿Desde cuándo discutir con Granger era más importante que Pansy?
«Por favor, basta ya…», le suplicó a su mente, desesperado.
—Por cierto, ¿no habrás visto a Theodore, por casualidad? —preguntó la joven, cuya sonrisa se volvió algo tímida—. Me dijo que me ayudaría con la redacción de Herbología de la semana que viene, y quería preguntarle si tenía tiempo ahora… O cuando pueda, en realidad. Cuando tenga… tiempo —dijo torpemente, de pronto luciendo apurada.
Draco, sin llegar a darse cuenta del tono avergonzado de la chica, hizo un profundo esfuerzo por hacer trabajar en algo a su cerebro y recordar si lo había visto, pero, tras varios segundos de total falta de un recuerdo similar, sacudió la cabeza.
—No, hoy no lo he visto —admitió. En ese momento, no recordaba ni lo que había desayunado. Discutir con Granger tenía el efecto secundario de provocarle una ligera amnesia.
Cuando la imagen de la sangre sucia, en pie en medio de la solitaria biblioteca, rodeada de un puñado de libros manchados de tinta y alcohol, apareció en su mente, se dio cuenta de que él también estaba buscando a Nott. Se miró la mano izquierda, con la cual sostenía el libro Nueva Teoría de la Numerología que debía devolverle. Sintió la furia invadirlo de pies a cabeza...
¿Cómo había sido Nott tan gilipollas como para dejarle un libro a esa sangre sucia? ¿Cómo había permitido que les viesen juntos? ¿Es que no tenía el más mínimo escrúpulo? ¿Cómo podía llevarse bien con ella?
Era el colmo, la gota que colmaba el vaso. Tenía que hablar con él muy seriamente, y dejarle claras un par de cosas sobre lo que significaba ser un sangre limpia.
…¿Y tú tienes claro lo que significa, Draco? ¿Seguro? ja, ja, ja 😜
Uf, veamos, veamos... Para empezar, sobre Harry y Ron, ¿Qué opináis? ¿Creéis que se han pasado con ella o que han sido razonables al dudar de las intenciones de Nott? 😲
Pobre Hermione, para redondear su día después de escuchar la reprimenda de sus amigos, se ha encontrado con Draco... Y han… discutido, se podría decir, aunque la conversación ha sido más eso, una conversación, a pesar de que ni se hayan dado cuenta 😏. ¿No os parece que cada vez pasan más tiempo hablando que insultándose? Aunque haya insultos de por medio, claro, pero ya me entendéis 😂 Draco ha intentado ser borde con ella, pero le ha sido muy difícil. Sin darse ni cuenta, ha empezado a darle consejos sobre que no haga caso a sus amigos 😂.
Después, Hermione le ha confesado el cotilleo de Lavender y Parvati… y tiene pinta de que a Draco no le ha hecho mucha gracia que comenten eso por ahí de su amigo. ¿Qué creéis que hará Draco ahora? 😳
Espero que tengáis en mente el incidente ocurrido con Trelawney porque volverá a ser mencionado más adelante, y se explicará el por qué la profesora se encontraba en ese estado. Todo tiene un por qué en esta historia *risa maligna* ja, ja, ja os dejo con la intriga 😜.
Muchas gracias, como siempre, por leer. Ojalá os haya gustado mucho 😍.
Estaré encantada de leer vuestros comentarios si os apetece dejármelos 😍.
¡Un abrazo muy fuerte y hasta el próximo!
