¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 Mi idea era publicar el fin de semana que viene, que tengo más tiempo, pero no quería dejaros tres semanas sin capítulo, así que he sacado un hueco rápido antes de irme a trabajar para traeros la continuación a la historia 😂. Además, tenía muchas ganas de traeros este capítulo en concreto 😍. Es bastante largo, y pasan cosas interesantes, creo que os gustará 🙈 ja, ja, ja ¡o eso espero! 😂

Sé que me repito, y que además os lo digo individualmente, pero muchísimas gracias a todos los que os animáis a dejar un comentario, los agradezco muchísimo, y me encanta leeros 😍😍. Gracias también a los que leéis en la sombra, y a los que añadís la historia a favoritos o a seguir 😍. ¡O me añadís a mí como autora a vuestros favoritos! 😍 No sabéis la ilusión que me hace.

Y ahora sí que sí, ¡continuemos con la historia! 😎


CAPÍTULO 14

El patio de la Torre del Reloj

Cuando Hermione llegó a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras la mañana del miércoles, vio que varias personas se le habían adelantado, aunque afortunadamente Snape no era una de ellas.

Harry y Ron ya estaban sentados en sus sitios, charlando con Seamus y Dean, los cuales estaban sentados justo enfrente. Hermione sintió cómo la tristeza y la pesadez contra las que llevaba días luchando se reavivaban ligeramente. El hecho de no llegar a clase en compañía de sus amigos, sino en solitario, deprimía su estado de ánimo sin poder remediarlo. Los echaba de menos. Muchísimo. Pero la forma en que la habían tratado con el asunto de Theodore Nott todavía escocía en su interior, y se negaba a ser ella quien diese el primer paso. Se dirigió en silencio al sitio que compartía con ellos, inmediatamente junto a Harry, y descargó su pesada mochila sobre la mesa. Harry giró el rostro para mirarla al oír el ruido de la mochila y le dirigió una casi imperceptible sonrisa a modo de saludo, que ella no fue capaz de corresponder. No levantó la mirada de su mochila, comenzando a sacar sus pertenencias. Aún seguía dolida, a pesar de que ese amable gesto era ciertamente reconfortante. Pero no suficiente. Y el hecho de que Ron la hubiese ignorado completamente no ayudó a que su disgusto disminuyese.

—¡Mirad quién está aquí! —canturreó de pronto una voz aflautada, por encima de las conversaciones en forma de murmullos de los alumnos.

Hermione giró el cuello hacia la izquierda ante la repentina exclamación, y comprobó que las burlonas palabras provenían de Pansy Parkinson, y que indudablemente se dirigían a ella. La Slytherin estaba sentada con las piernas cruzadas encima de la mesa que ocupaba Malfoy, mirando indudablemente en su dirección. Pestañeaba coquetamente, sin duda con algo malicioso a punto de escapar de sus labios. Draco estaba sentado de espaldas a Hermione, con los brazos cruzados sobre el espacio que Pansy dejaba libre sobre su mesa, y no se molestó en girarse para mirarla. Apenas movió el rostro lo suficiente como para verla de refilón por encima de su hombro. Crabbe y Goyle, sentados justo detrás de ellos, contemplaban a la morena con expectación en sus grandes y bastos rostros. Ellos cuatro eran los únicos Slytherins presentes todavía.

—No creía que fueras a venir a clase, Granger —continuó Parkinson, al parecer muy satisfecha de sí misma—. Creía que estarías dándote un baño para quitarte de una vez el olor a libro viejo… Pasarse tantas horas metida en la biblioteca tiene sus consecuencias, ¿sabes?

Crabbe y Goyle rieron roncamente, como si fuese lo más gracioso que hubieran oído jamás. Los ojos de Malfoy lanzaron destellos plateados de satisfacción. Y Hermione se sintió ruborizar, a su pesar. Era cierto que últimamente pasaba más tiempo que nunca en la biblioteca dado que, al no hablarse ni con Harry ni con Ron, la Sala Común había dejado de ser un lugar cómodo para ella. Y no se sentía con ganas de buscar otros lugares divertidos que frecuentar en solitario. La biblioteca siempre había sido un santuario al cual acudir, y estudiar la mantenía agradablemente entretenida. Pero definitivamente no olía a libro viejo.

—Vaya, no tenía ni idea de que tú supieras cómo huele un libro, Parkinson. Es toda una sorpresa —replicó Hermione, elevando la barbilla. Ahora fue el turno de la morena de ruborizarse y de resoplar con su nariz chata. Goyle soltó una risotada que fue recibida por un golpe en la cabeza de Crabbe.

Las comisuras de los labios de Draco temblaron durante un imperceptible instante, ocultando una traicionera sonrisa. Granger era una estúpida sangre sucia que no tenía ningún derecho a responderle así a Pansy, la cual estaba muy por encima de ella dado su estatus de sangre sin una gota de impureza; pero debía reconocer que la sabelotodo sabía defenderse muy bien. Siempre se lo había demostrado, pero nunca terminaba de sorprenderle. Draco desvió sus ojos claros hacia Pansy, queriendo ver si su amiga estaba a la altura y conseguía devolverle a Granger la ofensa.

—Pues imagínate mi sorpresa al descubrir que los sangre sucia sabéis lo que es un libro —masculló efectivamente la morena, volviendo a crecerse—. ¿Los muggles aprendéis a leer en vuestro mundo u os limitáis a mirar los dibujos?

Hermione sonrió con falsa dulzura.

—Sabemos leer y escribir, Parkinson. Te pediría que me dejes tu libro para demostrarlo pero dudo mucho que en él encuentre demasiadas palabras. Lo habrán adaptado a tu nivel, espero.

Pansy inhaló con rabia, abriendo sus fosas nasales, y la miró con absoluto menosprecio.

—No pienso dejar que toques nada mío, Granger. Pero me dejas de piedra; yo creía que las mujeres muggles pintabais las cuevas mientras los hombres salían de caza —se burló Pansy, divertida. Se volvió hacia Dean, también hijo de muggles, maliciosa—. ¿Estoy en lo cierto, Thomas? ¿Has salido de caza muchas veces? ¿Tardaste mucho en aprender a hacer fuego?

A la mención de la palabra "hombre", los ojos de Hermione se desviaron, sin que ella pudiese detenerlos, directamente hacia Malfoy. Él seguía mirándola fijamente por el rabillo del ojo, impertérrito.

«¿Qué estoy haciendo?», se preguntó Hermione, desconcertada y casi alarmada de sí misma.

La joven apartó la mirada de nuevo, al sentir una sacudida de pánico en su pecho, pero afortunadamente nadie pareció percatarse de nada. Únicamente Malfoy.

«Punto para Pansy», pensó Draco, satisfecho; aunque su satisfacción duró poco ante el extraño gesto de la Gryffindor. «¿Y a Granger qué le pasa? ¿Por qué me mira?»

Un par de alumnos más llegaron al aula, y se unieron al resto de sus compañeros para contemplar la discusión con expectación, mientras tomaban asiento. Entre ellos, Parvati, de Gryffindor, y Greengrass y Nott, de Slytherin.

—Púdrete, Parkinson —espetó Dean, herido en su amor propio—. Los cavernícolas te confundirían con un mamut, si todavía existiesen.

—Seguro que sí, hombretón —ironizó Pansy, burlona. Se volvió de nuevo hacia Hermione mostrándose más seria y menos desdeñosa—. Deja de mirarnos a todos por encima del hombro, Granger, como si fueses alguien superior. Alguien tiene que bajarte esos humos. Deberías besarnos los pies a los magos solo por permitirte estar cerca de nosotros. No tienes derecho apenas a mirarnos, menos aún a responder con esos aires grandilocuentes —esbozó una mueca de profundo asco, pero después sonrió con amplia malicia, componiendo un puchero de falsa inocencia—. Haznos un favor a todos y vuelve de una vez al atrasado mundo del que saliste. Si es que te dejan volver. Igual ni allí te soportan.

Hermione abrió la boca y aspiró sonoramente, indignada ante semejante apelativo para el mundo muggle. Escandalizada ante tanto veneno pronunciado por su compañera de clase.

—¿Cómo te atreves a…? —balbuceó, enfurecida, avanzando hacia la Slytherin con el rostro crispado.

En ese instante sucedieron varias cosas al mismo tiempo. Malfoy se puso en pie de un salto, y se colocó frente a Parkinson, interponiéndose entre la morena y Hermione. Ésta se detuvo al instante, bloqueada por el cuerpo del rubio. Debido a la considerable altura de él, tuvo que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos, ofendida. ¿Cómo podía Malfoy, a pesar de todo, ponerse de parte de Parkinson después de lo que ésta acababa de decirle? Pansy, detrás de Draco, soltó una sonora carcajada.

—Quédate en tu sitio, Granger —masculló Malfoy en voz baja, con ojos relucientes. Su rostro estaba serio, y sus facciones, tensas.

Hermione resopló por la nariz y apretó las mandíbulas, ofuscada, sin dejar de mirar sus grises ojos que comenzaban a parecerle tan familiares. Era de esperar que Malfoy reaccionase así; lo que no era en absoluto normal era la estúpida sensación de frustración y despecho contra el chico que Hermione tenía en su interior. ¿Cómo podía sorprenderle que Malfoy se comportase tal y como lo hacía siempre? ¿Qué había esperado de él para sentirse así?

Las palabras del rubio pasaron inadvertidas para los demás cuando dos personas más se pusieron en pie al mismo tiempo que él, y llamaron la atención de toda la clase. Harry y Ron volcaron sus sillas al levantarse, empuñando sus varitas en las manos, y apuntando a Parkinson con ellas.

Hermione se giró, olvidándose de Malfoy, y contempló a sus amigos, desconcertada.

—¡Muérdete la lengua y envenénate, víbora! —rugió Ron, fuera de sí, con las orejas coloradas. Su varita apuntaba directamente al rostro de la morena—. ¡Vuelve tú al estercolero del que saliste!

—¡Cuidado con faltarle al respeto a Hermione! —gritó Harry a su vez— ¡Ni pienses que te lo permitiremos! ¡Una palabra más y te enseñaremos modales a la fuerza, Parkinson!

Su varita, al contrario que la de su amigo, apuntaba ahora al pecho de Malfoy, a todas luces dispuesto a defender a Parkinson, en su postura defensiva frente a la joven morena.

—Chicos… —susurró Hermione, sobrecogida, mirándolos con profundo agradecimiento.

En ese momento, la campana sonó por encima de sus cabezas y se escucharon los pasos de los pocos alumnos que faltaban, a buen paso por el pasillo para llegar a tiempo. Se apresuraron a entrar jadeando en el aula, ocupando sus asientos a la velocidad del rayo, aparentemente agradecidos de que el profesor aún no estuviese allí. Entonces, con una puntualidad impecable, Snape hizo acto de presencia en el aula y todos parecieron recordar dónde se encontraban. Harry y Ron guardaron sus varitas lentamente, con discreción, sin dejar de asesinar con la mirada a Malfoy y a Parkinson. Se apresuraron a colocar bien sus sillas y a tomar asiento, en medio del revuelo de los últimos alumnos que llegaban. Hermione se olvidó totalmente de los Slytherins y también corrió a sentarse, mirando a sus amigos con profundo afecto, esta vez correspondido. Parkinson bajó de la mesa de Draco y se dirigió a la suya, junto a Daphne, con expresión divertida. Malfoy también se sentó de nuevo, al lado de un recién llegado Zabini, sintiendo la sangre latir en los oídos. Sentía el pecho pesado, como si fuese de plomo; la misma sensación de pesadez, pensó, mientras se activaba una alarma en su pecho, que se tiene después de haber discutido o haber herido a alguien importante.

¿Cómo podía sentirse así después de haber defendido a Pansy, discutiendo para ello con la estúpida de Granger? ¿Por qué últimamente discutir con Granger era tan… difícil?

Maldita sea… Estaba comenzando a hartarse de ella.

Con la firme determinación de no pensar en lo que significaba nada de eso, Draco se inclinó hacia su mochila para sacar sus utensilios. Sin embargo, sus manos y mente estaban tan inestables por las diversas emociones que lo atravesaban que éstos no tardaron en caer al suelo. Al agacharse y girarse más sobre la silla para recogerlos, sus ojos se elevaron por decisión propia. Granger en ese momento sonreía emocionada a Potter y Weasley, mientras ellos le susurraban algo. La chica parecía contenta, relajada y conmovida. Y Draco pensó que nunca la había visto en ese estado de ánimo cuando él estaba cerca. Con él siempre estaba tensa, desdeñosa y alerta. Pero con esos dos…

Potter también le estaba sonriendo amigablemente, y Weasley parecía algo contrariado aunque igualmente afable. La mano de Draco se apretó involuntariamente contra el tintero que acababa de recoger, haciendo crujir el cristal. Par de idiotas. Sintió que le costaba respirar con normalidad, y no estaba seguro de que fuese por la posición inclinada de su tronco, que le cerraba el pecho. Era lo que estaba viendo. Lo que veía lo estaba alterando. Tanto, que no podía apartar la mirada. Granger estaba radiante, contenta, emocionada de hablar con ellos, y por lo que habían hecho por ella. Lo que él no había hecho. Ese estúpido pensamiento atravesó su mente sin previo aviso, desconcertándolo. Claro que Draco no la había defendido, por Merlín. Era lo lógico. Él había hecho lo que debía, que había sido defender a los suyos. Y eso le había costado esa mirada brillante de agradecimiento de la chica. Cuando lo miraba a él, solo había desprecio. Y resentimiento. Lo cual era lógico y natural, dada su relación.

Y aun así…

Ante unas desconocidas palabras de Potter, Granger amplió aún más su sonrisa agradecida, y su pequeña y blanca mano voló hasta el antebrazo del moreno, apretándolo afectuosamente…

… y Draco vio todo rojo.

El tintero que sujetaba en la mano, incapaz de soportar tanta presión, se rompió con un sonoro crujido, y los pedazos cayeron en medio de tintineos hasta el suelo, rápidamente empapado de tinta negra. La gente más próxima a él ahogó diversos jadeos. El sonido tardó casi dos segundos en llegar hasta Draco, pero no lo hizo volver a la realidad. Se limitó a bajar la vista y a contemplar su mano, sangrante y llena de destellos de pequeños cristalitos. Sintió una mano sobre su hombro, pero la ignoró. No hizo nada por limpiar el desastre. No se movió. El sonido de la sangre corriendo por sus venas continuaba taponando sus oídos, impidiéndole pensar. Impidiéndole respirar.

—¿Va todo bien, señor Malfoy?

La voz profunda de su profesor logró hacer que por fin ascendiera a la superficie. Alzó la mirada y se encontró con los fríos ojos negros de Snape mirándolo severamente. Draco tomó aire profundamente. Sentía que le ardían los pulmones, como si llevase un largo rato sin respirar. El silencio era sobrecogedor, a pesar de haber recuperado la audición. Recorrió el aula de un discreto y rápido vistazo. Las miradas de sus compañeros estaban puestas en él, asustadas y desconcertadas. No se atrevió a mirar a su derecha, pero sabía que las miradas de los Gryffindor también estaban sobre él. Cuando tomó plena consciencia de dónde se encontraba, parte de su sangre ascendió a su rostro, coloreándolo, mientras otra parte seguía fluyendo por los cortes de su mano. La mano de Blaise seguía apoyada en su hombro. Quizá le hubiera dicho algo, pero Draco no lo oyó.

—¿Necesita usted ayuda? —inquirió Snape, con una seriedad aplastante—. ¿O quizá otro tintero?

Draco tragó una inexistente saliva, tratando de hidratar una garganta imposiblemente seca. Fue incapaz de responderle. En lugar de eso, se enderezó hasta quedar nuevamente sentado erguido en la silla. Extendió su inestable mano izquierda y cogió la varita que estaba sobre la mesa, utilizándola para arreglar el estropicio de cristales con dos sencillos y automáticos hechizos pronunciados a media voz. No podía recordar ningún encantamiento para curarse la mano, de modo que se limitó a envolverla en un pañuelo de tela que sacó de la mochila; más tarde iría a la Enfermería. Cuando la adrenalina empezó a descender, descubrió que le dolía muchísimo. Tras unos segundos más de estupor, Snape, al igual que muchos otros, dejó de contemplarle y se concentró en la lección que tenían entre manos. Draco también lo intentó, aunque seguía notando la mirada de Blaise pegada a su sien izquierda; pero él se negaba a correspondérsela. Y solo le hizo falta un rápido vistazo al frente para descubrir los azules ojos de Nott fijos en él, sentado solo en primera fila. Cuando se vio descubierto, el moreno parpadeó un par de veces y después se giró lentamente hacia delante, cortando el contacto visual. Draco sintió un leve aguijonazo en el estómago, pero se obligó a apartarlo de su mente. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse.

Se sentía mareado, atontado, casi claustrofóbico. Como si no hubiese suficiente oxígeno en el aula. Las manos le seguían temblando. No quería pensar. No quería intentar comprender lo sucedido. No podía analizar sus propias reacciones. Granger se había peleado con los botarates de Potter y Weasley infinidad de veces en los años que hacía que los conocía, y se habían perdonado otras tantas. Él mismo se lo había dicho a Granger: no había nada distinto en esa vez. Solo su propia reacción. La sensación que le había provocado esa reconciliación que no tenía absolutamente nada que ver con él. Se sentía asqueado de sí mismo. No debía haber sentido esa rabia ciega y abrumadora. Ese rencor, pensando que ella no debería perdonarlos. Una gilipollez. El corazón no debía estar latiéndole como un tambor. No debía estar temblando. No debía haber sentido nada. Pero lo había hecho. No era estúpido, no podía engañarse. La cuestión era por qué.

Enterró la mano sana en su cabello, fingiendo estar muy concentrado leyendo el libro que tenía abierto sobre la mesa; aunque no recordaba haberlo abierto. Se sentía enfermo. Mancillado. Como si un virus se hubiera adueñado de su cuerpo, apoderándose poco a poco, gradualmente, de todo su ser. Casi podía sentirlo cosquillear en sus brazos y piernas. Giró el rostro unos discretos centímetros hacia la derecha, lo suficiente como para poder ver las mesas de los Gryffindor. ¿Granger sería una de las que lo había mirado cuando rompió el tintero? Sintió que el calor ascendía a su rostro sin control posible ante esa perspectiva. Abochornado. ¿Seguiría mirándolo? ¿Se encontraría de pleno con su oscura mirada, como había sucedido durante la discusión con Parkinson? No. Granger escribía en su pergamino a una velocidad pasmosa, con su abundante cabello castaño ocultando parte de su rostro. En ese momento, con una impaciente mano, la chica se apartó el cabello de los ojos de un manotazo, colocándoselo tras la oreja de cualquier manera. Y Draco acompañó el movimiento de su mano con la mirada. A pesar de haberlo apartado, las puntas de los mechones más cortos de su cabello llegaban todavía a rozar sus mejillas. Sus redondos y brillantes ojos marrones se movían en sus cuencas, leyendo velozmente. Parpadeando, concentrada en la lección. Sus labios se fruncían levemente, articulando de vez en cuando palabras desconocidas. Draco respiró profundamente por la nariz. No supo por qué. Sus ojos claros se entrecerraron. Y cayeron unos cuantos centímetros. La chica estaba sentada en la mesa más cercana al pasillo, de modo que podía ver su cuerpo. Su uniforme. Podía ver sus piernas, bajo la mesa. Los tobillos cruzados cerca de las patas de la silla. Sus rodillas desnudas, su piel entre el borde de la falda y los altos calcetines grises reglamentarios.

Draco se dio cuenta entonces de que podía sentir su propio pulso en las yemas de los dedos. Y cómo su muslo derecho sufría un espasmo.

Suficiente.

Comenzaba a sentirse mareado de verdad. Se obligó a apartar la vista girando el rostro, pero le costó un esfuerzo indecible; como si su cuello estuviese de pronto agarrotado. No, definitivamente no era normal. Lo que le estaba sucediendo no era normal. Él jamás hubiera perdido los estribos de esa manera por las estupideces de esa sangre sucia. Algo estaba mal con él, y se negaba a creer que fuese culpa suya. Él no había hecho nada. No, aquí había gato encerrado. ¿Pero qué estaba pasando? ¿Y por qué Granger?

Granger, la alumna más brillante de su promoción. De entre todas las personas. Una muchacha mandona y controladora; especialmente, ese curso, con él. ¿No era demasiada casualidad? ¿Era posible que…? Sí, tenía que ser eso. Había sido ella. Ella estaba detrás de todo. Esa sangre sucia estaba provocando aquello en él a propósito; quería que sintiese todo eso. ¿Pero, por qué? No se le ocurría ningún motivo coherente, pero sintió tal oleada de odio y rencor hacia la chica que se dijo que no tenía por qué buscar una justificación para su retorcida mente muggle. Simplemente, pensó, alargando su mano herida y cogiendo la pluma que reposaba junto a su libro de texto, lo averiguaría.

Hermione, por su parte, apenas podía evitar que una sonrisa bobalicona acudiese a sus labios de vez en cuando mientras escribía. Ni siquiera aquel incidente que parecía haber tenido Malfoy con su tintero logró inquietarla lo más mínimo. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Al fin habían hecho las paces. Harry y Ron volvían a estar a su lado. No había hecho falta hablar de lo que ocurrió debido al rumor sobre Theodore Nott; con lo sucedido había sido suficiente. Seguían queriéndose y apoyándose cuando más lo necesitaban. Todo se había solucionado. Se sentía plenamente feliz, como hacía días que no se sentía. Habían pasado demasiadas cosas los tres juntos como para que un enfado de ese calibre durase más de unos días. No podían evitarlo: no eran perfectos, y a veces metían la pata; podían llegar a enfadarse, incluso a dejar de hablarse… Pero el amor que sentían era más fuerte que el orgullo y cuando uno de ellos se sentía amenazado los otros corrían en su ayuda. Esa parte de ellos era quizá lo que más le gustaba de su amistad.

De pronto, interrumpiendo sus cavilaciones, sintió que algo le rozaba los pies y sufrió un fuerte sobresalto. Harry, a su derecha, dejó de escribir y la miró con curiosidad, pero ella se limitó a sonreírle indicando que estaba bien. Hizo ademán de agacharse, pero en ese instante Snape comenzó a hablar y se vio obligada a prestar atención:

—Si son algo más rápidos que un Gusarajo, ya habrán terminado de copiar —agitó la varita y las palabras de la pizarra desaparecieron. Se escuchó el gemido lastimero de Neville—. Así que ahora copien el primer punto, y luego lo comentaremos —volvió a convocar un hechizo y la pizarra se llenó otra vez de indicaciones—. Les doy dos minutos.

Cuando todos se concentraron en escribir, y se aseguró de que Snape estaba lejos de allí, criticando la manera de escribir de Neville en la otra punta de la clase, Hermione se agachó discretamente para ver qué era lo que la estaba molestando. Se sorprendió al ver que era un pequeño trozo de pergamino amarillento, encantado con la forma de un perro que, al parecer, había recorrido la clase en su busca. La chica estiró un brazo y lo cogió. Lo desdobló sobre su regazo, con cuidado de que sus amigos no lo vieran, encontrando varias palabras escritas en él:

A las cinco en el patio de la Torre del Reloj.

Ven sola.

D. M.

Sintió que el corazón se le subía a la garganta y las orejas comenzaron a arderle. Alzó la mirada y la fijó en el perfil de Malfoy, muy concentrado en escribir en su pergamino. Se mostraba sereno e indiferente, como si no acabara de mandarle una nota a una sangre sucia ordenándole que se citase con él después de clase. El estómago de Hermione se encogió dolorosamente. Tragó saliva y luchó por serenarse, intentando restarle importancia. Tratando de mantener la mente fría para pensar qué hacer a continuación. Pero su respiración se había vuelto superficial sin poder remedirlo. Su cabeza se había transformado en un torbellino de reflexiones y dudas de forma tan brusca que casi se mareó.

¿A qué venía esto? ¿Por qué quería verla? ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ir? ¿Ignorarlo?

Cerró los ojos y se maldijo, sintiéndose estúpida y frustrada consigo misma por un instante… ¿Es que acaso ahora tenía miedo de Malfoy?

Además, no quería ignorarlo. Él le había pedido que se citasen. Por una vez, no era ella la que lo buscaba para hablar. Y eso la llenó de una extraña adrenalina mezclada con satisfacción. Aquello había sido iniciativa de él.

Finalmente, contemplando su afilado perfil en la distancia, tomó una poco meditada, casi impulsiva, decisión. Respiró hondo, le dio la vuelta al trozo de pergamino, y escribió en él, intentando hacer una letra algo más elegante que los trazos que solía escribir:

Allí estaré.

Volvió a crear la forma de un perro con un sencillo y discreto hechizo y, después de enviarlo a su destinatario, cogió su pluma para seguir copiando el primer punto de la pizarra. Pero ahora con una permanente sensación de inquietud que no le permitió prestar la suficiente atención a lo que estaba escribiendo.

¿Qué podía querer Malfoy de ella?


Esa misma tarde, Harry, Ginny, Hermione y Ron se hallaban sentados en butacas junto al fuego, enfrascados en medio de una emocionante partida de ajedrez mágico. La Sala Común, a su alrededor, estaba atestada de charlatanes alumnos de tercer y cuarto año, que habían decidido, igual que ellos, resguardarse del frío invernal del exterior en la Torre de Gryffindor.

En ese momento, Harry y Ginny se enfrentaban en un duelo a muerte, cuyo ganador sería quien se enfrentase a Ron, vencedor de la anterior partida contra Hermione y ganador de dicho juego contra sus amigos la gran mayoría de las veces.

Harry llevaba varios minutos mirando fijamente las piezas del tablero, absolutamente concentrado. La joven pelirroja, con la pecosa mejilla apoyada sobre su mano, lo contemplaba sin que él la viese, con una diminuta sonrisa en los labios, divertida ante la seriedad de su rostro.

Ron, repantingado sobre el sofá, rompió el silencio.

—Venga, Harry, por Merlín… Que me está saliendo barba.

El moreno alzó una mano rápidamente, y la sacudió frente a sus narices, pidiéndole silencio. Ron resopló, exasperado. Ginny miró a Hermione con diversión, de forma cómplice, pero su amiga no le devolvió la mirada. Había girado el rostro para mirar el dorado y ornamentado reloj que colgaba de una pared de la Sala Común, a su derecha, ajena a sus amigos. Ginny ya la había pillado en ese mismo gesto varias veces. Parecía encontrarse algo ausente. Incluso, cuando creía que sus amigos no la estaban mirando, lucía preocupada.

—Torre a E6 —exclamó entonces Harry, con expresión satisfecha. La mágica torre le obedeció, y se colocó en posición, junto al alfil. Ron gimió con orgásmica satisfacción. Ginny devolvió la mirada al tablero, contemplando la jugada. Después dejó escapar una risita.

—¿Estás seguro, Potter? —inquirió, en una fiel imitación de la grave voz de Snape. El chico contuvo la risa a duras penas, y la miró con desconfianza. Miró el tablero, y después la miró de nuevo, sus ojos verdes brillantes de recelo.

—Nunca he estado más seguro antes… ¿por qué?

—Solo diré dos palabras —comentó Ginny, con la profunda voz de Snape, estirando un brazo lánguidamente y señalando una de sus piezas—. Caballo… E6.

Y, efectivamente, la mágica figura relinchó y se lanzó en picado hacia la indefensa torre de Harry. Ron abrió los ojos como platos.

—¿Has estado tres días pensando esta jugada para esto? —protestó Ron, incrédulo—. ¡Eres un inútil! ¿Cómo diantres has podido acabar varias veces con Quien-Tú-Ya-Sabes?

Harry fue a replicar, ofendido, pero no pudo evitar reírse. Suspiró con pesadez y miró a Ginny con fingida rabia. Ella le devolvió una mirada resplandeciente.

—Bien jugado, Ginny —alabó Hermione, divertida. Mientras hablaba, su cabeza volvió a girarse en dirección al reloj de pared. Eran las cinco menos veinticinco.

—Hermione, al final vas a tener una tortícolis de esas, ¿por qué miras tanto el reloj? —la reprendió Ginny sin poder contenerse más, con algo de extrañeza—. ¿Acaso estás esperando algo?

—¿Eh? —Hermione se sintió ruborizar. Lo cierto es que miraba el reloj, sin poder contenerse, con una preocupante media de tres minutos, esperando a que dieran las cinco para reunirse con Malfoy—. No, no, nada especial.

Sentía un molesto cosquilleo en el estómago por culpa de los nervios. Apenas podía concentrarse en la partida. Ansiaba con todas sus fuerzas que diese ya la hora para poder enterarse de lo que Malfoy quería, pero al mismo tiempo, evidentemente, no quería encontrarse con él. Las contadas ocasiones en las que se habían encontrado a solas no habían terminado muy bien. Pero esa vez era distinto. El rubio personalmente le había pedido, u ordenado, más bien, que se reuniese con él. Ahora no podría tildarla de entrometida.

Se molestó consigo misma. No tenía que estar nerviosa. No tenía que estarlo. Ni siquiera tenía la obligación de ir si no quería…

—¿Tienes prisa? —insistió Ginny, curiosa, arrancándola de sus pensamientos.

—No… Es decir, —repuso, con su cerebro trabajando a toda máquina—. Bueno, no es prisa exactamente, pero tengo que… ir a la biblioteca. Y no quiero despistarme y que me la cierren —saltó, tartamudeando, pero profundamente aliviada por haber conseguido una excusa creíble. Poco elaborada, pero creíble.

—¿A la biblioteca? —se asombró Ron, mirándola con perplejidad—. Pero si es la primera semana después de Navidades, y no nos han mandado tantos deberes…

—Ya, pero… tengo que hacer los deberes de Aritmancia y… y necesito consultar unas tablas —se justificó Hermione, y se puso en pie. No se sentía capaz de retrasar más el momento. Cogió la mochila que reposaba en el suelo, a su lado, y se la colgó al hombro—. Voy a ir ya, para hacerlo cuanto antes. De todas formas ya he perdido, y esta partida va para largo —intentó bromear, señalándoles el tablero con un gesto divertido—. Nos vemos enseguida, chicos. No tardaré. ¡Ah, se me olvidaba la bufanda! —exclamó, retrocediendo y cogiendo la prenda, que reposaba sobre el respaldo de la butaca.

—¿Para qué te llevas la bufanda? —se extrañó Harry.

—Pues porque está nevando, claro —contestó Hermione, sorprendida por la pregunta.

—Ya, afuera está nevando, pero ¿tú no ibas a la biblioteca? —le recordó Ginny, con ironía y casi diversión.

—¿Eh? ¡Ah! —«Ay, Dios»—. Ya, ya, claro, pero es que… es que… Es que en la biblioteca hace mucho frío, ¿no lo sabías? Claro, como casi nunca venís conmigo —rio nerviosamente pero con leve histeria mientras se encaminaba hacia la entrada del retrato—. Bueno, os dejo. Hasta ahora.

—Adiós —correspondió Ginny, despidiéndola con una mano. Tan pronto la melena de la chica se perdió tras el hueco del retrato, la pelirroja se volvió a sus amigos—. Oíd, ¿le ha pasado algo a Hermione? La noto rara.

—Hoy la noto nerviosa —admitió Harry, vacilante, mirando el retrato por el cual su amiga había salido—. Pero pensaba que era porque acabamos de reconciliarnos o algo así…

—Yo he pensado lo mismo —opinó Ron, en un murmullo, frunciendo el ceño—. Quizá aún sigue enfadada con nosotros por lo del tipo ese. El Slytherin.

—¿Theodore Nott? —concretó Ginny. Esbozando una mueca de vacilación—. Quizá... Pero no lo creo. Hermione es orgullosa, si de verdad estuviese molesta todavía nos lo hubiera dicho directamente.

—Quizá ya no confíe en nosotros en ese aspecto —opinó Harry, en voz más baja, luciendo preocupado de pronto—. Por cómo reaccionamos…

—Es posible —admitió la pelirroja, con un suspiro, elevando un hombro—. Es que, sinceramente, me mosquea que tenga que mirar la hora para ir a la biblioteca. Casi vive allí, ya sabe que no la cierran hasta las ocho de la noche, ¿o no? ¿A qué venía esa prisa?

Harry frunció el ceño más pronunciadamente, cavilando. Ginny lo miró, curiosa, aguardando a que comentase lo que pasaba por su cabeza.

—¿Quizá —comenzó Harry, al ver la mirada inquisitiva de la joven— va a verle ahora? ¿Y no ha querido decírnoslo?

Ron alzó la cabeza. De pronto, parecía entre ofendido y dolido.

—¿Ver a quién? ¿A Nott?

—No lo sé, es una posibilidad —se justificó Harry con rapidez. Ruborizándose ligeramente—. Se me acaba de pasar por la cabeza…

Ginny bajó sus ojos marrones a la alfombra, también reflexionando. Se hizo un silencio algo tenso. Definitivamente triste.

—Esperemos a ver si se comporta de forma normal en los próximos días, no saquemos conclusiones —terminó diciendo la joven. Con forzada firmeza—. Si no confiamos en ella, no le daremos motivos para que confíe en nosotros.


Hermione caminaba todo lo rápido que podía por los pasillos, bajando escaleras sin parar y tomando todos los atajos que encontraba. Contempló un reloj de pared que había en un pasillo; a pesar de haber salido pronto, iba justa de tiempo. Giró bruscamente a la izquierda y echó a andar rápidamente por un amplio pero desierto pasillo, lleno de tapices, cuadros especialmente elaborados, y armaduras.

—¡Vaya pelos llevas, monina! —espetó de pronto una voz aguda y burlona.

La chica se detuvo bruscamente a pesar de la prisa que tenía y miró alrededor con el ceño fruncido. La experiencia le había enseñado que si alguien próximo a ella comentaba algo acerca de "pelos" de forma desdeñosa lo más probable era que se refiriese a ella. Una carcajada estridente resonó encima de su cabeza y la hizo alzar la mirada.

—¡Peeves! —exclamó la joven, ofuscada—. ¡Déjame en paz, maleducado! —resopló, continuando su camino por el pasillo.

—¡Encima de que te hago un favor! —se burló el poltergeist, siguiéndola mientras volaba tranquilamente, tumbado sobre el aire—. Seguro que no te habías dado cuenta de que un dragón te ha escupido encima, ¿a qué no? ¡Porque vaya pelos…!

—¡Que me dejes en paz! —ordenó la chica, furiosa, acelerando aún más el paso—. ¡O te echaré un maleficio!

—¡Muy bien, muy bien, como quieras! ¡Cuando una pareja quiera esconderse en tu pelo para hacer sus marranadas, pensando que es un arbusto, no digas que no te lo avisé! —el fantasma se echó a reír sonoramente, hizo aparecer de la nada un puñado de tizas y las dejó caer sobre la chica.

—¡Peeves! —vociferó ella, deteniéndose de golpe, dispuesta a sacar la varita y maldecirlo. El poltergeist volvió a reír y se perdió de vista en un parpadeo. Hermione resopló y continuó andando, más lentamente. Las estupideces de Peeves habían logrado agobiarla. No pudo evitar sentir una pizca de desasosiego, a su pesar. Se mordió el labio inferior y se llevó una mano a su cabello, sin dejar de caminar. ¿De verdad se veía tan terriblemente mal?

A pesar de que no iba con tiempo de sobra precisamente, se detuvo frente a una brillante armadura, casi al final del largo pasillo. Contempló su distorsionado reflejo en ella, y observó con ojo crítico la espesa mata de cabello castaño que enmarcaba su rostro. Alzó ambas manos con impaciencia y retiró una tiza que asomaba cerca de su oreja. Trató de peinar un mechón con los dedos, sin éxito. Nunca conseguiría que dejase de verse enmarañado y encrespado. Una poción alisadora era útil, pero, ¿quién querría embadurnarse el cabello con un líquido apestoso todas las mañanas? ¡Qué ridiculez! Se miró desde distintos ángulos. Se quitó la bufanda y se la colocó de forma quizá más favorecedora. Volvió a mirarse. Cuando sus ojos se encontraron con los de su reflejo, su ceño se frunció. No pudo contener un bufido de indignación.

¿Qué se suponía que estaba haciendo?

—Estoy procurando que Malfoy tenga una razón menos para burlarse de mí, como seguramente hará —se dijo en voz alta, mirándose con censura—. Eso es todo. Pero es una tontería. Se meterá conmigo de todos modos.

Respiró profundamente y se quitó la bufanda, volviendo a colocársela igual que al principio; quizá de forma menos atractiva, pero desde luego más apropiada para resguardarse del frío.

—Yo creo que te ves hermosa, señorita —apuntó un anciano mago desde un cuadro cercano a la armadura, sonriendo bondadosamente.

Hermione le dirigió una cálida sonrisa agradecida, e hizo ademán de proseguir su camino. Pero apenas dio dos pasos cuando escuchó una voz llamarla a su espalda.

—¡Hermione! —exclamó una voz familiar. La chica se giró, algo sorprendida de ver a Parvati Patil acercarse a ella al trote. Su hermana Padma, de Ravenclaw, estaba unos metros más lejos, esperándola.

—Hola —saludó Hermione con tono neutro. La última vez que había hablado con la chica había sido días atrás, cuando sucedió la discusión con Harry y Ron por las acusaciones de Lavender y de ella. No les había dirigido la palabra por las noches a ninguna de las dos más de lo estrictamente necesario.

Parvati la miró con una mezcla de vacilación y vergüenza, pero parecía venir con la intención de tener una conversación amigable. Aunque no parecía tener claro cómo reaccionaría Hermione.

—Oye, espero que no te haya afectado lo que ha dicho a la mañana la cerda esa de Parkinson —comenzó, de forma cauta y amable—. Está loca. No le hagas ni caso.

Hermione suavizó ligeramente sus rasgos.

—No lo hago —aseguró, con simpleza.

—¿Sabes? También quería hacer las paces —admitió entonces con brusquedad la joven de cabello negro azabache, hablando atropelladamente—. Y pedirte disculpas. No sabía cómo hacerlo pero no quiero alargarlo más. No pretendíamos ser crueles ni burlarnos de que estuvieses con ese tal Nott.

—No estoy con Nott —replicó Hermione con sequedad. Su interlocutora tragó saliva.

—Lo sé —se apresuró a confirmar, con expresión algo angustiada—. Te creo. Es solo que… Mi hermana os vio hablando en Aritmancia algunas veces y nos comentó a Lavender y a mí que quizá estabais juntos. Y como después, casualmente, vino a pedirnos que te diésemos el libro… Sacamos conclusiones precipitadas —la voz temblorosa de la joven sonaba a disculpa sincera. Hermione relajó del todo sus facciones.

—Entiendo —se obligó a decir, al ver el arrepentimiento que brillaba en el rostro de su compañera. Ésta se atrevió a esbozar una cauta sonrisa.

—No lo hemos comentado con nadie más, te lo prometo. Eso que dijo Lavender de que la gente habla… no era verdad —aseguró, mirando a la chica con gravedad. Avergonzada—. Ya sabes cómo es Lavender con estos temas. No volveremos a comentar algo así de Nott y de ti. Lo siento mucho.

Hermione esbozó entonces una pequeña sonrisa. Animando a su interlocutora, la cual sonrió también con alivio.

—Lo sé. Gracias —aceptó, y alzó una mano para acariciar el brazo de la chica—. No te preocupes. Te lo agradezco, Parvati.

—¿Arreglado, entonces? —quiso asegurarse la preocupada joven, aunque lucía más calmada. Hermione asintió con la cabeza, agrandando su amable sonrisa.

Parvati le sonrió más ampliamente, agradecida, y, tras comentar que ya se verían más tarde a modo de despedida, se dio la vuelta para volver con su hermana.

Hermione se volvió al frente y continuó caminando lentamente. Sintiéndose algo más relajada. Nadie comentaba nada acerca de Nott y ella. Solo había sido un cotilleo infundado de Lavender. La "reputación" de Nott estaba intacta. Realmente no había nada de qué preocuparse, ni nada que lamentar. Podían seguir teniendo una relación cordial.

Dejando escapar un suspiro, trató de relajarse y no pensar en nada durante un rato, mientras caminaba en dirección al patio. Intentando dejar descansar a su saturada mente. Pero, como siempre sucede cuando quieres dejar la mente en blanco, al recordar a dónde se dirigía volvió a sentir que la preocupación la invadía sin poder evitarlo. Retorciéndole las tripas. Se sorprendió pensando que era muy posible que a Malfoy le interesase la conversación que acababa de tener con Parvati…

Giró una esquina, y bajó unas últimas escaleras, para terminar saliendo por una amplia puerta al patio de la Torre del Reloj. Una oleada de aire invernal la hizo tiritar al instante. En ese momento, se arrepintió de no haber cogido también el abrigo a pesar de las sospechas que acarrearía para con sus amigos; solo llevaba su túnica del uniforme y la bufanda. Se detuvo en seco, temblando, y observó, confusa, que había varias personas merodeando por el nevado patio. ¿Y si la veían con Malfoy? ¿Acaso el Slytherin no había pensado en ese detalle al sugerirle que se reunieran allí? ¿Acaso no le importaba que les viesen juntos?

Sí, claro, y los Escregutos de Cola Explosiva eran mascotas ideales para niños…

—¡Eh! ¡Chist! ¡Granger!

Hermione giró la cabeza en dirección a la voz, y vio que un adecuadamente abrigado Malfoy la llamaba disimuladamente desde la entrada del Puente Cubierto, unos metros más lejos. La muchacha respiró profundamente una última vez y se dirigió allí sin vacilar, con pisada firme. Aunque no pudo evitar mirar alrededor con disimulo. Nadie cogía nunca el Puente Cubierto en invierno, pues era muy antiguo, frío y destartalado. Definitivamente los ocultaría de miradas indiscretas, y seguramente por eso habría elegido Malfoy ese lugar. Pero seguía sin sentirse tranquila. Aunque, en realidad, no había nada malo en lo que estaban haciendo...

—Veo que recibiste mi nota, Granger —fue el seco saludo del rubio, cuando ella estuvo a su lado, ocultos por el techo y la estrechez del puente. Parecía muy tenso, y hablaba muy despacio, como si estuviese alerta—. No tuviste la decencia de devolvérmela firmada, así que no estaba seguro si aparecerías...

Nuevo récord. Siete segundos en su compañía, menos de veinte palabras, y ya quería estrangularlo. No podía existir persona más inaguantable que ese chico.

—No deberías mandar notitas en clase —le recriminó Hermione, gélidamente—. Perfectamente podría haber sido Snape quien la interceptase, y hubiera aparecido él en mi lugar.

La ceja de Draco se arqueó con falsa preocupación.

—Ajá, claro. Pero mi total —enfatizó Malfoy con falsa culpabilidad, desdeñoso— falta de decencia en clase no te ha impedido venir, por lo que veo —replicó, parpadeando con afilada ironía. Hermione lo miró ceñuda, bajando sus párpados—. Aunque llegues tarde.

—Lo lamento tanto —se disculpó Hermione, también con evidente sorna. Acababa de llegar y ya estaba deseando largarse de allí. Se cruzó de brazos, mirando a un lado. Pero accedió a añadir, con seca sinceridad—: Me he entretenido por el camino. Me han entretenido, mejor dicho.

—¿Peeves? —adivinó Malfoy, arqueando ambas cejas.

Hermione volvió el rostro hacia él, súbitamente indignada.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó, acusadora. Entrecerró los ojos con desconfianza—. ¿Tú le has sobornado para que me moleste?

Draco resopló con desgana, como si le hubiera hecho gracia.

—Te aseguro que tengo mejores cosas en las que invertir mi tiempo, sabelotodo —sentenció con burla, rodando los ojos y metiendo las manos enguantadas en los bolsillos del elegante abrigo negro—. Lo he adivinado porque tienes una tiza pegada a la túnica, lista. Peeves lleva toda la semana tirándole tizas a la gente…

Hermione parpadeó, y bajó la vista, buscando la nombrada tiza. La final la descubrió, enganchada al dobladillo de la manga. Se la quitó con un gesto, y resopló.

—Odio a ese poltergeist —masculló, sacudiéndose la ropa para ver si tenía alguna tiza más oculta por allí. Unas cuantas cayeron al helado suelo.

—No entiendo el motivo —ironizó Draco, arqueando una ceja, sin cambiar su expresión de total aburrimiento. Hermione resopló otra vez pero no dijo nada, aún sacudiéndose la túnica. Parecía cavilar. Vaciló un instante, antes de mirar al chico con renovada seriedad. Draco parpadeó, conteniendo el súbito impulso de apartar su propia mirada.

—En realidad, Peeves no ha sido el único. He estado hablando con… bueno, no importa. La cuestión es que me han asegurado que nadie habla de Nott y de mí —confesó, mirando al chico con fijeza a los ojos. Éste parpadeó otra vez, frunciendo ligeramente sus rubias cejas, asimilando sus palabras. Borrando la ironía de su rostro—. Hablo de lo que te conté en la biblioteca… Creí que te interesaría saberlo. Solo fue un cotilleo malintencionado. Nadie, que yo sepa, tacha a Nott de traidor. Podéis estar tranquilos en ese aspecto.

Draco tragó saliva con discreción. Se sintió de pronto con la necesidad de tomar aire profundamente, y lo hizo. Era, aunque no pensaba decirlo abiertamente, un jodido alivio. Y se dio cuenta, al sentir sus hombros relajarse sin remedio, de que ni siquiera había dudado de las palabras de la chica. No le preguntó cómo lo sabía, ni con quién había hablado. Simplemente, su primer impulso fue creer en su veracidad.

Y, al darse cuenta de ello, tuvo que contenerse para no alejarse un paso, casi asustado.

¿De verdad estaba confiando en Hermione Granger?

Se frotó la nariz con el dorso de la mano, solo ganando tiempo antes de responder. Necesitaba controlar sus pulsaciones antes de hablar. O vomitaría.

—Bien —fue lo único que logró decir finalmente, con sequedad, elevando un poco la barbilla. Hermione no dijo nada, se limitó a mirarlo fijamente. Y así pasaron varios segundos, en medio de un gélido silencio.

—¿Y? —dijo ella finalmente, en voz algo baja. Él entrecerró los ojos.

—¿Y, qué? —se vio obligado a preguntar, confuso y defensivo. La chica arqueó una ceja, luciendo una expresión desdeñosa más propia de él que de ella.

—Me has citado para vernos aquí, ¿no? —recordó, casi con ironía—. ¿De qué se trata? Les he dicho a Harry y Ron que volvería enseguida. Así que más te vale darte prisa.

—Vaya, qué conmovedor —se burló Draco echando a andar por el puente sin ninguna prisa. Hermione, tras vacilar un instante, accedió a seguirlo a regañadientes. Con los brazos cruzados, protegiéndose así tanto del frío como de la presencia del chico—. Casi olvidaba que ya te habías perdonado con Pipi-Potter y Weasley-pis, después de su heroica actuación de esta mañana… ¿Y no les has dicho que ibas a reunirte conmigo? ¿Has conseguido mentir a tus íntimos amigos? ¡Qué valor!

—Lo he hecho por ti, Malfoy —replicó, sonriendo con falsa dulzura—. Si mis amigos se enterasen de que me has obligado a reunirme a solas contigo, a estas horas ya estarías en la Enfermería con una sandía por cabeza.

—No te haces una idea de las pesadillas que acabas de provocarme —aseguró Malfoy, mortalmente serio, pero con un clarísimo tono de sarcasmo en su voz.

—Estoy segura, Malfoy —espetó Hermione, iracunda, comenzando a perder la paciencia—. Pero, antes de que me repliques otra idiotez, te diré que tengo una vida que vivir, así que, o me dices ya para qué tanto secretismo, o me largo ahora mismo.

Malfoy se detuvo entonces medio del puente y Hermione lo imitó. Él seguía con las manos en los bolsillos, y los ojos estaban ahora clavados en los de ella. Con el rostro serio e inexpresivo. Ya sin burla alguna. La chica tragó saliva discretamente, intentando no demostrar que el corazón se le había disparado. Le ponía los pelos de punta que Malfoy la mirase de forma tan seria, pues así no tenía forma de adivinar qué era lo próximo que el chico iba a decir o hacer. En realidad, casi prefería cuando se mostraba burlón. Era menos peligroso. Pero, por supuesto, no evitó su mirada, y se la sostuvo con determinación.

—¿Qué me estás haciendo? —fue lo único que salió de los labios del chico, en un tono muy leve, sin alterar su expresión y sin apartar la mirada.

Hermione parpadeó. Dos veces. Y entonces miró a ambos lados, confusa.

—¿Qué dices? —preguntó a su vez, totalmente desconcertada—. No te hago nada…

—No disimules. Quiero saber qué es lo que me estás haciendo —repitió Draco, cuyo rostro adquirió repentinamente una tez adusta. De pronto parecía amenazador—. ¿Qué es? ¿Un hechizo? ¿Una poción? ¿Un Imperius? Como consiga demostrar que me has hechizado pienso contárselo al director y hacer que te expulsen, sangre sucia… Así que ya estás retirándolo.

Hermione tuvo que parpadear de nuevo.

—¿Has perdido la cabeza? —espetó ella, atónita—. ¿De qué diantres estás hablando?

—No mientas, sé que me has hecho algo. ¿Creías que no me daría cuenta? Sé que lo has hecho, si no, no tiene sentido que yo…

—¿Que tú qué? —interrumpió Hermione con rapidez, desconcertada, al sentir que el estómago le daba un molesto vuelco.

Malfoy enmudeció de golpe, respirando profunda y lentamente. De forma inestable. Sin dejar de mirar a la chica a los ojos. Su cálido aliento se convertía en vaho tan pronto como abandonaba su boca, y Hermione fue consciente en ese momento de que ella estaba conteniendo el suyo sin darse cuenta.

—Sabes perfectamente de lo que hablo. No juegues conmigo, Granger —siseó, arrastrando las sílabas—. Te haré confesar por las buenas o por las malas.

—¿De qué estás hablando? —repitió Hermione una vez más, con más énfasis. Inmune a su velada amenaza.

Y ella seguía mirándole, con total desconcierto. O era una fantástica actriz, o en verdad no parecía saber de qué hablaba… Y la mera idea de que ella no tuviese nada que ver con lo que sentía hizo que una repentina rabia lo invadiese. No, eso no era posible. Ella tenía que estar detrás.

—¡No disimules! ¡Dime inmediatamente qué me has hecho, sangre sucia! ¡Habla! —exigió él, con los ojos muy abiertos. Ella dejó escapar una exclamación por la impresión ante su brusco cambio de tono, y retrocedió casi sin darse cuenta, elevando una mano ante ella, como si fuese un escudo.

—¿Pero de qué…? —trató de decir la chica.

—¡Sé que estás detrás de esto, Granger! —acusó, acercándose de nuevo a ella y apuntándola con un índice acusador. Parecía encolerizado. Abrió su blanca mano y aferró por instinto el antebrazo que la chica mantenía elevado, como si quisiera apartarlo a un lado—. ¡Tienes que estarlo!

—¡Aléjate de mí!

De un fuerte empujón en su pecho con la mano que tenía libre, Hermione lo apartó, alejándolo varios pasos y obligándolo a soltar su brazo. Ambos permanecieron separados por apenas medio metro, jadeando, y mirándose a los ojos fijamente. Afectados los de ella, vacíos los de él.

—No entiendo una palabra de lo que estás diciendo —musitó Hermione, con determinación. Frotándose con una mano, inconscientemente, allí donde los dedos de Draco se habían clavado—. Y no tengo por qué aguantar esto. Yo no te he hecho nada, Malfoy. ¿Sabes?, hablaremos cuando seas lo suficientemente maduro como para responsabilizarte de ti mismo y de lo que sea que te esté pasando.

Tragó la escasa saliva que le quedaba y echó a andar a través del puente, sin esperar respuesta por parte de él. En realidad, se dirigía a la otra entrada del puente, la que daba a los jardines, pero ni siquiera sabía a dónde la llevaban los pies. Lo único que quería era alejarse lo más posible de Malfoy, y de sus desconcertantes acusaciones.

Pero la suerte no estaba de su parte.

—¿Sabes cuál es el maldito problema, Granger? —escupió Malfoy a su espalda. Los crujidos de la frágil madera del suelo le indicaron que la estaba siguiendo—. Que lo que me está pasando no es normal. No estoy comportándome de forma normal, nada de lo que siento es normal, y todos mis problemas comenzaron desde que cogiste la manía de meterte en mi vida. Así que comprenderás que, dado que eras la alumna más jodidamente inteligente de toda la escuela, sospeche… no, esté seguro, de que me has hechizado de alguna manera.

—Malfoy, estoy cansada de repetirte que no tengo la más remota idea de qué narices estás rumiando —exclamó, hastiada, acelerando el paso—. ¡Y deja de seguirme, por todos los cielos!

De pronto sus pies dejaron la pulida superficie de madera para hundirse varios centímetros en la nieve que cubría el exterior. Habían recorrido todo el Puente Cubierto y salido al otro lado, a uno de los jardines que había junto a los invernaderos, en el cual estaba el Círculo de Piedra. Era una extraña construcción formada por tres grandes piedras colocadas en un semicírculo, y desde el cual se veía la cabaña de Hagrid. Todo estaba nevado, vacío, silencioso y brillante.

—¡No pienso hacerlo! —bramó Malfoy a su vez, estirándose y aferrando la muñeca de la chica, obligándola a detenerse. Tiró de ella para que lo encarase—. No hasta que me digas lo que me has hecho. ¿Qué ha sido? ¿Amortentia? ¿De esa que repartían tus asquerosos Weasleys?

Hermione se paralizó por completo. De pronto, sintió como si alguien hubiese apagado la luz a su alrededor, dejándola a oscuras. Solo veía a Malfoy frente a ella.

Amortentia.

—¿Un… filtro amoroso? —repitió Hermione, descolocada—. ¿De qué hablas? ¿Qué insinúas?

Draco abrió mucho los ojos, horrorizado ante lo que él mismo había desvelado. Soltó su muñeca al instante, como si le hubiese quemado, y dio un paso atrás sobre la crujiente nieve, sin cortar el contacto visual. Hermione no intentó huir, y le sostuvo la mirada con genuina expectación.

—No insinúo nada, Granger. Nada —dijo, luchando por recuperar su aplomo. Se limpió la mano en la parte delantera de su abrigo mecánicamente, sin darse ni cuenta—. Solo era un puto ejemplo. Ya te he dicho que no sé lo que has hecho, por eso quiero que me lo expliques.

—¿Cómo he hecho el qué? —exclamó Hermione con más fuerza, sin dejar de respirar agitadamente—. ¿Qué es lo que según tú te he hecho, Malfoy? ¡Explícate tú!

Las aletas de la nariz de Draco vibraron.

—No pienso caer en tu juego. No me cambies de tema. ¡Quiero que tú me lo expliques a mí! —gritó Draco a su vez. Estaba inusualmente pálido.

Hermione sacudió la cabeza, estresada.

—Así no llegamos a ninguna parte. ¡Te repito que no sé de qué me hablas! Creo que el único que puede explicárselo eres tú, Malfoy —articuló, tratando de controlar su voz—. Yo jamás, escúchame bien, jamás, me degradaría a tal extremo por nadie. Y menos por ti. ¿Por qué demonios crees que he hecho algo semejante?

Su voz sonó casi ahogada. Totalmente desconcertada. Malfoy se sacudió como si ella le hubiese dado una bofetada. Su fuerte y agitada respiración se oía en medio de la quietud de los jardines. Sus ojos parecían dos brasas.

—Eres una… —balbuceó, tratando de controlar demasiada ira como para articular algo coherente. Parecía capaz de golpearse a sí mismo contra algo en cualquier instante.

—¿Una qué? —espetó Hermione, con renovada furia, avanzando un valiente paso hacia él—. Vamos, di, ¿qué soy? ¿Una sangre sucia? Eso ya lo sé gracias a ti; muchas gracias —Malfoy apretó los labios. Ella sintió deseos de golpearlo, sin saber muy bien por qué razón exactamente—. ¿Por qué crees que te he dado un filtro amoroso?

—No tengo por qué soportar esto —bufó Draco, con altivez. Pero con voz algo entrecortada—. Hablaremos en otro momento cuando no te comportes como una lunática.

En efecto, dio media vuelta y echó a andar de regreso al Puente Cubierto para volver al castillo. Hermione inspiró bruscamente, indignada.

—¡No te atrevas a largarte ahora, Draco Malfoy! —le gritó enfurecida—. ¡Vuelve aquí inmediatamente!

Él la ignoró absolutamente como única respuesta. Fuera de sí, Hermione se agachó y cogió un puñado de nieve del suelo con las manos desnudas. Al volver a enderezarse, lo arrojó contra la espalda del chico. El helado proyectil dio en el blanco y salpicó de humedad la parte trasera de su rubio cabello, empapando también su abrigo. Draco se detuvo pausadamente y se dio la vuelta con lentitud, lívido.

—¿Acabas de lanzarme nieve, Granger? —inquirió, con un tono que amenazaba peligro.

—¡Puedes estar seguro de que sí! —chilló ella, furiosa.

Malfoy, casi echando humo por la nariz, se agachó y atrapó un puñado de nieve con sus manos enguantadas, para después lanzárselo a Hermione en respuesta. Le dio de lleno en el pecho, y parte le salpicó el rostro. La mandíbula de la chica cayó por su propio peso. Solo le había lanzado nieve para detenerlo; ni se le pasó por la cabeza que le fuera a lanzar nada de regreso.

—Ya estamos en paz —siseó él, sacudiéndose las manos para liberarse de los restos de nieve. Los dedos de la chica se crisparon.

—¡Eres un…! ¡Eres inaguantable! —chilló Hermione, volviendo a agacharse para coger otro puñado de nieve y arrojárselo. Pasó rozando el rostro del chico, pero no le dio. Malfoy se agachó a su vez para coger más nieve, mientras Hermione se lanzaba a un lado para esquivar sus proyectiles.


—Estate quieto, Fang —dijo Hagrid severamente, mientras pelaba patatas, sentado a la mesa de su cabaña. El perro seguía ladrando sin descanso, con las patas delanteras colocadas en el alfeizar de la ventana—. ¿Qué pasa? ¿Tienes hambre? Aún no está la comida. Espera, te daré algo para picar…

El guardabosques se puso en pie pesadamente y se acercó a la alacena que había junto a la ventana. Observó despreocupado los nevados jardines mientras rebuscaba algo que sirviera para alimentar a su perro, cuando de pronto todo su cuerpo se puso en tensión. Detuvo sus movimientos al instante. Se alejó de la alacena y se abalanzó sobre la ventana, pegando el rostro en el empañado cristal, apartando para ello ligeramente a Fang.

—Esa es Hermione —dijo en un susurro, para sí mismo, observando con preocupación a su joven amiga correr mientras alguien la perseguía. Alzó una enorme mano y limpió el vaho del cristal para ver mejor—. Pero ese no parece ni Harry ni Ron… Ése es… ¡MALFOY!

Emitió un rugido rabioso y, arrojando su delantal de flores sobre la mesa, salió como un vendaval de la cabaña. Fang salió ladrando tras él.


—¡Eres la persona más egocéntrica e inmadura que he tenido la desgracia de conocer! —gritaba Hermione, mientras arrojaba una bola que alcanzó al rubio en la rodilla.

—¿Yo? ¿Yo soy egocéntrico e inmaduro? —bramó él a su vez, arrojando una bola a la chica que le golpeó en el hombro—. ¡Eres tú la que se ha empeñado en acosarme para recriminarme mil y un tonterías a lo largo de los últimos meses!

—¿A-acosarte? —repitió ella, demasiado indignada como para recordar que había estado a punto de lanzarle otra bola. Lo hubiera matado allí mismo. Dio un paso hacia él—. ¡¿Llamas acosarte a intentar que dejes de amargarle la vida a toda la clase de Runas Antiguas, maldito anormal?!

—¡Exacto! No has hecho más que acosarme durante meses, y ahora me has hechizado para que… —enmudeció él, sintiendo que se quedaba sin aire. ¿Para qué? Tuvo la suficiente cordura para no terminar la frase, para no expresar en voz alta lo que exactamente estaba sintiendo. No podía ponerle voz a sus pensamientos. Sintió arderle el rostro y el pecho. Sacudió la cabeza, frustrado, y la miró con profundo menosprecio—. ¿Qué diablos quieres de mí, Granger? Dilo ahora, y para esto inmediatamente.

El rostro de Hermione estaba pasando por una sucesión de colores preocupante: primero rojo, luego blanco, y ahora púrpura. Sin darse ni cuenta, ambos habían cesado la lluvia de bolas de nieve y se habían acercado hasta quedar frente a frente, olvidándose de la helada batalla.

—¿Pero qué… demonios podría yo querer de ti? —masculló ella, sintiendo tanta ira en su interior que le fue imposible seguir gritando. Sus ojos estaban clavados en los de Malfoy, y hubiera jurado que podía verse reflejada en esos dos espejos plateados—. Malfoy, no comprendo qué es lo que te está pasando, pero te puedo asegurar que yo no tengo nada que ver. Sea lo que sea, tendrás que arreglarlo tú solo.

Él se limitó a apretar las mandíbulas sin cortar el contacto visual. Se estaba clavando las uñas en las palmas a través de los guantes. Estaba comenzando a sudar frío.

—Eso no es posible —murmuró, entre dientes. Ella no dijo nada más, ni tampoco apartó la vista. Aturdida ante el casi estado de pánico mezclado con furia en el que parecía encontrarse el chico. ¿Por qué, aunque intentase disimularlo, parecía asustado? No entendía lo que estaba pasando por la mente del rubio… y lo poco que creía entender era una completa locura sin sentido. Aquello no le gustaba ni un pelo.

Unas repentinas pisadas, pesadas sobre la nieve, y una sarta de ladridos, los hicieron parpadear bruscamente y girarse para buscar el origen del sonido.

—Hagrid… —jadeó Hermione observando cómo el guardabosques corría ladera arriba hacia ellos, seguido de cerca por Fang.

Draco y ella se miraron una última vez, ligeramente aturdidos. Como si acabasen de recordar de pronto dónde se encontraban y quiénes eran.

—¡TÚ! —rugió Hagrid con su poderosa voz, nada más llegar hasta donde estaban ellos—. ¡ALÉJATE DE ELLA INMEDIATAMENTE, MALFOY!

Fang, ladrando furiosamente, hizo ademán de lanzarse contra el joven rubio, pero Hagrid lo sujetó del collar para detenerlo, aunque se notaba que no vacilaría en soltarlo de ser necesario. Hermione nunca había visto tan furioso a la pacífica y dormilona mascota de su amigo. El animal salpicaba babas mientras ladraba.

—Hagrid… —comenzó Hermione en un susurro, intentando calmarlo, pero él no la oyó. Estaba demasiado ocupado en fulminar a Draco con la mirada y gritarle a voz en cuello.

—¿NO ME HAS OÍDO? ¡LÁRGATE! ¡VAMOS! ¡O NO DUDARÉ EN SOLTAR A FANG!

Draco no se movió de su sitio. Observó con odio y asco al guardabosques y a su perro, para después mirar a Hermione. La chica alcanzó a ver resentimiento y desprecio en su mirada, acompañado de algo que no supo identificar, pero que la hizo estremecer. La piel se le erizó bajo la ropa.

—¡O TE VAS O LLAMO AL DIRECTOR! ¡ESTÁS ADVERTIDO, MALFOY!

El rubio se dio la vuelta y se alejó de allí con decididas zancadas. Hermione, aturdida por todo lo sucedido, se limitó a contemplarlo irse hasta que desapareció por el Puente Cubierto.

—Maldito niñato —masculló Hagrid, soltando por fin a Fang, que había dejado de ladrar tras la marcha del Slytherin. Jadeando, miró a Hermione paternalmente—. ¿Estás bien, Hermione? ¿Te ha hecho daño? Fang os ha visto desde la ventana y se ha puesto como loco…

La joven negó con la cabeza, bajando la mirada hasta el suelo, dejándola perdida en la nieve. Sentía una horrible presión en su pecho, y comenzaba a sentirse muy cansada, como si acabara de correr una maratón y la adrenalina comenzase a descender. No sentía las manos; se le habían quedado heladas por culpa de la inesperada batalla de nieve. Trató de cerrar los puños para calentárselas, pero las articulaciones le dolían demasiado.

Hagrid se dio cuenta del estado de ánimo de Hermione y se acercó a ella, abrazándola con delicadeza. O con toda la delicadeza que podía tratándose de alguien tan enorme. Fang se revolcaba por la nieve, ajeno a todo.

—Oh, Hermione —murmuró Hagrid, comprensivo—, no dejes que te afecte. Es Malfoy. Ya lo conoces, no merece la pena…

Hermione asintió sin saber a qué, hundiendo el rostro en el grueso abrigo de su amigo. Tenía la cabeza tan llena de dudas que su cerebro no se ponía de acuerdo sobre en cuál reflexionar primero. Aunque una de ellas estaba en la superficie, intermitente, inolvidable.

Malfoy la había acusado de darle un filtro amoroso. Un filtro amoroso. Las implicaciones de algo así estaban claras, pero era demasiado descabellado. Tenía que haber otra explicación. Malfoy estaba demasiado confundido, tanto que asustaba. Él no podía estar teniendo ningún tipo de… pensamiento romántico sobre ella. Era irremediablemente imposible. Malfoy no podía verla como una mujer. Era una sangre sucia. Un animal.

Y sin embargo…, sus palabras, sus acusaciones... No tenía sentido. Nada tenía sentido. Se aferró con más fuerza al enorme cuerpo de Hagrid, tratando de liberar la tensión que la agarrotaba. Las manos le dolieron al hacer presión.

Ni siquiera entendió por qué de pronto estaba luchando por contener las lágrimas de sus ojos.


*grititos de emoción * 🙈 ja, ja, ja ¿qué os ha parecido? Ay, Draco, DRACO, ¿qué te pasa, por Merlín? ¿Cómo se te ocurre dejar escapar algo así? 😂

No me da tiempo de comentar mucho más, pero espero que el capítulo completo os haya gustado mucho 😊. Y, si no lo ha hecho, contádmelo también 😂. Si os apetece, estaré encantada de leeros.

¡Gracias por leer! Un abrazo muy fuerte y hasta el próximo 😘

¡Cuidaos mucho, mucho! 😘😘