¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 Lo siento, me he retrasado un poco con este nuevo capítulo, pretendía actualizar el fin de semana pero no he podido 😅. No sé si os lo he comentado, pero lo cierto es que soy bastante perfeccionista, y hasta que no estoy plenamente satisfecha con el capítulo, no lo subo 🙈😂. Siempre lo releo varias veces antes de publicarlo, hasta que ya no le cambio ni una coma ja, ja, ja 😂 (que aún así a veces se me escapa algo, pero en fin 😂) Otra forma de verlo es que soy muy insegura LOL 😂. Total, que si me retraso un poco en publicar es por eso, porque estoy releyendo el capítulo una y otra vez 😇.
¡Muchas gracias, como siempre, a todos los que me dejáis un comentario con vuestra opinión 😍! Cada vez sois más, y no os imagináis lo feliz que me hace. ¡Gracias también, como siempre, a todos los que leéis, aunque no dejéis comentario 😍! Gracias, en general, a todo el que esté leyendo esta historia. Ojalá os esté gustando y siga haciéndolo 😍.
Habíamos dejado a Draco y Hermione teniendo una súper madura (😂) batalla de bolas de nieve, interrumpida por un furioso Hagrid. Una batalla en la cual a Draco se le escapó un detalle bastante llamativo que dejó a Hermione poco menos que perpleja…
CAPÍTULO 15
Soledad
Las botas de piel de dragón, mojadas por la nieve, le pesaban a Draco como si fuesen de plomo, y hacían que cada escalón hasta su dormitorio le costase un esfuerzo extraordinario. Había cruzado la Sala Común sin hacer contacto visual con nadie, y, aunque le parecía haber escuchado algún saludo por parte de algún compañero, lo había ignorado totalmente. Se sentía curiosamente vacío, incapaz de sentir nada que no fuese un incómodo aturdimiento. Le dolían las sienes por la cantidad de pensamientos que trataba de evitar ordenar y que se amontonaban en su subconsciente. No quería pensar. No quería recordar por qué se sentía así. Recordarlo significaría darle vueltas a lo sucedido hacía apenas quince minutos en el Círculo de Piedra, cuando Granger había desmentido sus acusaciones sobre que ella era la causante de sus inexplicables sentimientos. Ella lo había negado todo. No era posible, no tenía sentido, no podía creerle… Mierda, otra vez estaba pensando en ello.
Y encima él había dicho eso. Amortentia.
Joder.
¿Pero por qué demonios…? ¿Por qué había dicho él algo así?
Mierda, mierda, y mierda.
Abrió la puerta de su dormitorio con su mano enguantada y la luz mortecina de un candil le indicó que no estaba solo. Sintió la fuerte tentación de darse la vuelta y marcharse a buscar la soledad que necesitaba a otro sitio; pero un sollozo ahogado, casi desesperado, lo mantuvo en el marco de la puerta.
A pesar de la neblina que inundaba su mente, reconoció al dueño de la voz, y, aunque no asimiló completamente la situación, abandonó sus pensamientos para volver de una bofetada al mundo terrenal.
Recorrió la habitación de un rápido vistazo hasta descubrir a Nott, sentado en la silla del único escritorio que había en la estancia, y frotándose los ojos con ambas manos apresuradamente. No había nadie más allí. Sobre la mesa había un paquete rectangular, cuyo contenido no alcanzaba a distinguir desde la puerta. Aunque la rana de chocolate mordisqueada que Nott sostenía en la mano, le dio la pista que necesitaba. El candil del escritorio era el que estaba encendido.
Nott miró hacia la puerta de reojo, queriendo comprobar quién había entrado. Una capa de lágrimas frescas cubría sus ojos azules, los cuales estaban enrojecidos. Al igual que su nariz, y sus húmedos labios. Su rostro al completo estaba congestionado, propio de un evidente llanto previo.
—¿Draco? —cuestionó nerviosamente, aunque no hiciera falta.
—¿Qué te pasa? —preguntó éste a su vez, al instante, cerrando la puerta casi por inercia tras él. Se sentía demasiado cansado emocionalmente como para recordar que hacía días que no se dirigían la palabra. Además, lo que veía lo había alarmado demasiado. No podía, a pesar de la fuerte discusión que habían mantenido, ignorar aquello.
Nott nunca lloraba. Era un muchacho fuerte, con una mente serena, y difícilmente perturbable. Mantenía la cabeza fría y sabía gestionar sus emociones, muchas veces mejor que el propio Draco. No solían afectarle cosas que sí lo hacían al resto de los jóvenes de su edad. Draco siempre había pensado que la muerte de su madre fue un punto de inflexión para él, para la gestión de sus sentimientos. Después de aquella pérdida, pocas cosas podían alterarlo. Su umbral de dolor estaba sorprendentemente alto. Y por ello, Draco, al ser consciente de que el muchacho había estado llorando desconsoladamente hasta segundos atrás, sintió que el agobio y la incertidumbre le dificultaban la respiración.
Nott se apresuró a sacudir la cabeza, intentando ocultar su rostro de la penetrante mirada gris del joven Malfoy.
—Nada. No… no es nada. De verdad. Nada —logró decir, intentando imprimir un tono sereno a su voz. Hubo un ligero tono más firme en la última palabra que casi convenció a Draco de que realmente no había pasado nada grave. Pero solo casi.
Draco ya estaba posicionado a su lado antes de que terminase la frase, mirándolo fijamente. El chico parecía jadear ligeramente aún, como si hubiera estado sollozando desesperadamente antes de su llegada. Y, el estar intentando controlar su respiración para disimular ante él, hacía que pareciese estar ahogándose aún más. Su rostro se esforzaba por no dejar escapar ninguna emoción que no fuese una serena compostura.
Draco no sabía qué decir. Sus ojos apreciaron un detalle en la blanca mano de su amigo, la que estaba más cerca de él, y con la cual sostenía la rana de chocolate. Un detalle que le paralizó el corazón. Adelantó su mano enguantada, y todavía empapada, y sujetó la muñeca de su amigo, acercándose su mano sin delicadeza para observarla mejor a la luz del candil del escritorio. El chocolate semi-derretido de la rana se escurría ligeramente por las yemas de sus dedos. En el dorso de su piel se adivinaba todavía la humedad de haberse secado las lágrimas con él. Pero lo que atrajo la mirada de Draco fue la sangre que coloreaba sus nudillos y el dorso de sus dedos. Las pequeñas heridas, como rozaduras en forma de costras casi cicatrizadas, que desfiguraban su piel. Como si hubiera golpeado una superficie irregular repetidamente con todas sus fuerzas.
Draco se obligó a tomar aire, dándose cuenta de que había contenido la respiración sin darse ni cuenta. Nott no se metía en peleas. Nunca. Era un chico tranquilo, pacífico y reflexivo. Tenía que haberse provocado eso él mismo. Dudaba que hubiera sido un accidente. Lo cual no lo tranquilizó precisamente. Observó su rostro, el cual se encontraba ladeado hacia el lado contrario, no queriendo mirarlo.
Finalmente soltó su mano, sin tener ni puta idea de qué decir.
—¿Estás comiendo chocolate? —logró preguntar Draco, en voz baja. Nott miró el paquete de ranas de chocolate por inercia, y por fin se atrevió a mirar al rubio por el rabillo del ojo.
—Me las ha dado Daphne. Son de Honeydukes —respondió el moreno, también en voz baja. A continuación frunció el ceño levemente, girando ligeramente más el rostro hacia su amigo, y preguntó—: ¿Por qué estás tan mojado?
Casi parecía querer alejar la conversación de él mismo, pero Draco no hizo caso a su pregunta. Se negaba a recordar la estúpida batalla de bolas de nieve que Granger había provocado, y todo lo que había rodeado esa batalla. Ahora mismo, tenía cosas más importantes en las que pensar. Se limitó a mirar a su amigo fijamente, hasta que logró asimilar sus primeras palabras.
—¿Y por qué te las ha dado? —se extrañó con voz serena.
—El otro día me vio… algo decaído. Ella solo quería animarme —murmuró, contemplando el dulce de chocolate con melancolía. Como si agradeciese el gesto, a pesar de que fuese evidente que no era suficiente para aliviar lo que lo carcomía.
—¿Decaído? —cuestionó Draco, en voz muy baja. Nott tragó saliva, sin mirarlo—. ¿Por qué?
Tardó unos segundos en contestar. Como si ordenase sus pensamientos, o se armase de valor para poner palabras a sus sentimientos. Como si necesitase un instante para coger aire y no derrumbarse. Como si estuviera conteniéndose para no hablar, a pesar de necesitarlo visiblemente.
—No estoy seguro. Por todo, supongo. Creo que se me han juntado demasiadas cosas. Me ha venido todo de golpe. Nuestra discusión, el futuro que nos espera cuando acabe el curso… De pronto me he sentido… muy solo. Estoy acostumbrado a estar solo —se apresuró a aclarar, con voz algo más fuerte—, nunca me ha importado, ya sabes que no me gustan las pandillas. Pero de repente me he sentido… tan alejado de todos los demás, tan diferente. Tan raro. Sé que es una tontería —volvió a enfatizar—, pero… creo que me ha superado. He sentido miedo del futuro que me espera, y de quedarme completamente solo. Siento que, uno por uno, estoy perdiendo a todo el que me importa —su voz volvió a sonar ahogada—. No había llegado a plantearme que mi nueva forma de pensar podría hacer que realmente te perdiese.
Draco tragó saliva para intentar aflojar el nudo que de pronto le apretaba la garganta, sin conseguirlo. Sintió un escalofrío de culpabilidad recorrerle entero. Su rostro se descompuso por varios segundos, aunque por suerte Nott no lo vio. Mantenía la vista fija en la mesa.
—Nott, la pelea del otro día no… no significa nada de eso —logró articular con cautela.
«No significa que quiera alejarme de ti».
Nott dejó la rana a medio mordisquear sobre la superficie de la mesa y se giró sobre la silla para mirar a su amigo de frente. Sus ojos estaban vidriosos, pero una nueva luz brillaba en ellos.
—Daphne me ha dicho lo mismo. Se ha fijado en que no he estado bien estos días. En que he estado algo más solo que de costumbre; y ha querido estar conmigo. Se ha dado cuenta de que tú y yo nos habíamos peleado. No me ha preguntado la razón de la pelea, simplemente me ha hecho compañía. Llevo varios días pasando bastante tiempo con ella. Estudiando juntos, pasando el rato, y, y… jugando al ajedrez mágico. Es muy buena —su voz sonaba tenue, perdido en sus recuerdos. Apartó la mirada cuando sus ojos brillaron con más fuerza—. Me… me ha besado. Y me ha dicho que le gusto —confesó, con voz ronca—. Ahora… ahora somos pareja. O eso creo.
Ahora somos pareja.
Draco no fue capaz ni de parpadear. Nott volvió a alzar la mirada hasta sus ojos. Ambos amigos se miraron fijamente, ambos queriendo hablar, no haciéndolo hasta asegurarse de que el otro no iba a hablar primero.
—Joder —consiguió articular Draco, dejando escapar un jadeo impresionado—. ¿Me tomas el pelo? Lo has conseguido. Tío, has estado loco por ella desde los… ¿qué, once años? Y ahora estáis juntos.
El labio inferior de Nott se elevó, y sus comisuras se alzaron ligeramente, tratando de reprimir una sonrisa. No apartaba la mirada de los ojos de su amigo.
—Draco, no voy a dejar de llevarme bien con Granger —pronunció Nott finalmente, dejándose de rodeos. Draco no se inmutó ante el cambio de tema; lo estaba esperando, sabía que era inevitable—. Sé que te cuesta creerlo, sé que no puedes ni concebirlo, pero de verdad que... ya no creo en la causa del Señor Oscuro —el joven rubio se tensó visiblemente sin poder evitarlo—. Ni en la de nuestros padres. Ya no creo que los sangre sucia sean inferiores a nosotros. Nada me demuestra que lo sean. Para mí ya... no tiene ni pies ni cabeza. Granger, por ejemplo, es hija de muggles, sí, pero es inteligente, una bruja extraordinaria, una buena persona y...
—No sigas, Nott, por Merlín —logró articular Draco apartando el rostro, cerrando los ojos y frotándose el puente de la nariz con los dedos. Esforzándose por no gritar de frustración. Sus guantes seguían empapados, y sintió el frío inundarle el puente de la nariz.
—Lo siento, pero lo pienso de verdad. ¿Qué hace a Granger inferior a nosotros? Para mí, el Señor Oscuro está librando una guerra sin sentido. Iba a dejar morir a mi padre, su seguidor, sin pestañear siquiera. Y todo por acabar con unas personas que no se lo merecen —argumentó, incrédulo ante semejante forma de actuar—. Confié en ti para contarte mis verdaderos pensamientos, pero quizá fue un error, quizá debería habérmelo guardado para mí… Pero no me arrepiento, eres mi mejor amigo, y quise contártelo. No me importa que no pienses igual que yo —Nott siguió mirando el perfil de su amigo. Draco parecía incapaz de mirarlo, pero por suerte no lo interrumpió—. A veces siento que prefiero arriesgarme a todo lo que me dijiste antes que seguir fingiendo creer en algo que no tiene sentido para mí. Sé que voy a ser un mortífago, y que tengo que disimular lo que pienso porque me matarán sin dudarlo, tienes toda la razón. Pero… a veces no lo hago, porque siento que no tiene sentido disimular. No tengo nada que perder, Draco. Ni padre, ni madre... nada.
—¿Tu vida? —rezongó Malfoy casi con sarcasmo, volviéndose hacia él de nuevo. Mirándolo con incredulidad. Nott tardó en responder; temblaba ligeramente y estaba pálido a la luz de su lámpara.
—¿Mi vida? ¿Mi vida, que pronto estará en manos del Señor Oscuro, pues me obligarán a convertirme en mortífago simplemente porque mi padre lo es? ¡Como si yo estuviese obligado a tener sus propias creencias…! Una vida como mortífago, en la que tendré que hacer cosas horribles contra mi voluntad, y sin poder siquiera fingir que no quiero hacerlas. Esa vida no merece la pena temer perderla. Me aseguraré de que tú no te veas afectado por lo que yo pienso de los hijos de muggles —aseguró, en voz baja pero firme. Sonaba algo ronca, y Draco apreció un deje desesperado—. Lo digo en serio, nadie pensará ni por un momento que tú piensas igual que yo. Me aseguraré de ello, en el peor de los casos. Si es que todavía quieres seguir siendo mi amigo. Si no… no puedo reprocharte nada. De verdad.
Su voz se ahogó ligeramente en la última frase. Malfoy tuvo que apretar los dientes para controlarse. No podía convencerle. Sus nuevas convicciones habían arraigado en su mente con profundidad. Si de verdad le daba igual que lo mataran, y si le aseguraba que la gente no empezaría a sospechar de él, de Draco... El joven Malfoy no sabía qué más objetar. De qué otra forma disuadirlo. No tenía más argumentos que sonasen coherentes. Seguía preocupado, seguía temiendo por la seguridad de su amigo, por la vida de su amigo, pero no era capaz de decirlo con esa claridad. No le gustaba demostrar preocupación por nadie. Ni siquiera por su mejor amigo, si podía evitarlo. Y tenía muy claro que, ni aunque llegase a mostrar lo asustado que estaba por él, nada lo haría cambiar de opinión. Lord Voldemort le había hecho demasiado daño arrebatándole a su padre.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió con un crujido. Tanto Draco como Nott sufrieron un sobresalto, inmersos como estaban en la conversación. Blaise Zabini estaba en el umbral, y Draco solo tuvo que echar un rápido y alarmado vistazo a su rostro de marcadas facciones para tener claro que no había escuchado la conversación. Blaise parecía que, simplemente, había ido a su habitación sin saber si habría alguien o no. Lucía sereno y desganado. Ni siquiera pareció fijarse en el estado en el que todavía se encontraba Nott, con el reciente llanto aún plasmado en su cara.
—¿Qué hay? —saludó el recién llegado de pasada, adentrándose en la habitación en dirección a sus pertenencias.
—Blaise —pidió Draco, al instante. Intentando imprimir a su voz un tono adusto. Se cruzó de brazos—, déjanos solos, por favor. Estamos hablando de algo privado.
El joven de piel negra dejó su mochila sobre la cama y miró a su compañero con la extrañeza y la molestia brillando en sus oscuros ojos. Ni siquiera miró a Nott.
—¿Y tiene que ser aquí? —cuestionó, con desdén. Al ver que Draco seguía mirándolo fríamente, sin intención de repetir la petición, resopló—. Vale, tú mandas. Estaré abajo, avísame cuando terminéis con vuestras gilipolleces. Quiero ducharme.
Draco no contestó. Nott ni siquiera se atrevió a levantar la mirada del suelo. Cuando Zabini salió, cerrando tras él con un golpe algo más fuerte de lo habitual, ambos amigos volvieron a mirarse; agradecido Nott, agotado Draco.
—¿Greengrass lo sabe? —cuestionó el joven rubio en voz baja—. ¿Lo de Granger? ¿Lo del Señor Oscuro? ¿Ella…?
Nott tragó saliva, calibrando la respuesta. Finalmente, sacudió la cabeza.
—Ella, por lo que sé, no tiene nada que ver con Él. Ni tampoco su familia. No ha salido el tema, no hemos hablado del Señor Oscuro, así que no sabe nada de mi situación. No me ha preguntado nada de eso —agachó la cabeza ligeramente—. Tampoco creo que se lo contase. Es más fácil así. No quiero ponerla en peligro de ninguna manera… Y sí que sabe lo de Granger. Pero… no parece importarle. O al menos eso creo.
Draco contempló a Nott, el cual miraba el suelo con sus tristes ojos azules, y emitió un resoplido de frustración. Aun así, sintió que el peso que se encontraba alojado en su estómago disminuía, permitiéndole respirar con más normalidad.
—Bueno, pues tú mismo —espetó de pronto Draco, casi de forma defensiva, haciéndolo alzar la mirada. Tenía la boca seca. Mientras hablaba, comenzó a quitarse los empapados guantes, incapaz de enfrentar la mirada de su amigo—, haz lo que te dé la reverenda gana. Conseguirás que te maten, pero, si a ti no te importa, a mí menos. Mientras no me metas a mí en todo esto, no tengo nada más que objetar. Sólo ándate con ojo. Es lo único que puedo pedirte.
Nott siguió mirándolo con fijeza; fue a decir algo, como si quisiera asegurarse de que volvían a ser amigos, pero Draco no le dejó.
—Ni se te ocurra, no hables más. Que siempre que abres la boca metes la pata —dijo el joven rubio, arrojando los guantes a su cama, y quitándose también el empapado abrigo. Después se acercó al escritorio y le robó una de las ranas de chocolate de la caja. Se puso a sacarla de su envoltorio con forma pentagonal, de color dorado y azul, para evitar mirarlo a la cara mientras hablaba—: O, mejor, ábrela y cuéntame cómo de grave ha sido el golpe que se ha dado Greengrass en la cabeza.
Theodore parpadeó, confundido, pero no pudo contener una discreta expresión de ironía.
—¿Golpe?
—Se ha tenido que dar un buen golpe para decidir que quiere empezar a salir contigo —especificó Draco con desdén, como si fuese obvio, logrando hacer esbozar a su amigo una mueca de fingida molestia—. Dime, ¿qué se siente al tener tu primera novia? Ya era hora de que te estrenases, tío. Y con Greengrass, quién te lo iba a decir… Merlín, esto está de muerte, hacía años que no las probaba —masculló de pronto, al darle un mordisco a la rana, para después observarla con admiración.
Una sonrisa sincera asomó a las tristes facciones de Nott, el cual se apresuró a volcar la caja de ranas sobre el escritorio, dispuesto a compartirlas con su amigo.
Eran las siete de la tarde del jueves, y Hermione, que ya había terminado todos sus deberes, había subido a su desierta habitación para revisar algunos libros, dejando a Harry y Ron en la Sala Común peleándose con unas redacciones de Transformaciones especialmente difíciles.
Los libros que quería examinar los había sacado de la biblioteca, y trataban sobre la mente. Seguía muy preocupada por el problema de Harry, por la voz que escuchaba en su cabeza en momentos aleatorios. El día anterior, el muchacho había vuelto a oír la voz cuando estaban cenando en el Gran Comedor, componiendo tal expresión de pasmo que casi hizo atragantarse a sus amigos. Por lo cual, Hermione había decidido hacer lo que siempre hacía cuando no encontraba respuestas: acudir a los libros. Había aprovechado ese momento, ya que había visto a Lavender y Parvati entretenidas en la Sala Común, y podría tener la habitación para ella sola. Prefería que nadie le viese leer nada sobre esa temática, para no levantar sospechas.
Tenía dos volúmenes ante sí: Una guía práctica para contrarrestar la Legeremancia, de Franciscus Fieldwake y Vivir con un Legeremante: elija su mente sabiamente, de la sociedad inglesa de Legeremantes. De momento no estaban siendo de mucha ayuda, al menos las primeras páginas. No había sacado nada en claro todavía, ni veía el problema de su amigo reflejado en los textos que tenía delante.
Pero quizá la culpa no era de los libros.
Llevaba casi media hora sentada sobre su cama, pero apenas había leído dos páginas, lo cual era algo alarmante, pues era capaz de devorarse libros extensos en pocos días. La razón de esa anomalía era que tenía la mente muy lejos, concretamente en cierto muchacho rubio de ojos grises.
Después de verse obligada a leer una misma línea tres veces, Hermione dejó el libro a un lado, derrotada y frustrada consigo misma y con su despiste. Se abrazó las rodillas, dejando la vista perdida en la pared opuesta. Se permitió dar rienda suelta a sus pensamientos y recuerdos, acumulados en su subconsciente. De lo contrario, no iba a poder concentrarse en la lectura.
"Sabes perfectamente de lo que hablo. No juegues conmigo, Granger. Te haré confesar por las buenas o por las malas."
Hermione cerró los ojos. No entendía nada. Nada. Las acusaciones de Malfoy no tenían sentido alguno. ¿Un filtro amoroso? ¿Cómo iba a darle ella un filtro amoroso? ¿Por qué iba a dárselo? Esa reclamación solo podía significar que él comenzaba a tener algún tipo de… interés sentimental hacia ella. En contra de su voluntad, según él. Era la única explicación lógica que encajaba con sus acusaciones, pero el caso es que, en la práctica, no era posible. Era Malfoy. Malfoy. Draco Malfoy. La persona que le gritó en su segundo año "Seréis los siguientes, sangre sucia", la persona gracias a la cual estuvieron a punto de asesinar a Buckbeak, la persona que le quitó puntos durante el periodo de la Brigada Inquisitorial por el simple hecho de ser una sangre sucia, la persona que le ofreció una chapa que decía "Potter Apesta" pero le dijo que no le tocase la mano…
Pero ya había perdido la cuenta de las veces que Malfoy le había aferrado del brazo, o de la mano, o se había acercado a ella más de lo normal últimamente.
Pero seguía sin ser posible. ¡Él no podía estar teniendo ningún tipo de pensamiento romántico hacia ella! Era… descabellado. Contra natura. Absurdo.
Malfoy tenía sus propias creencias, su forma de ver la vida, muy distinta a la de ella. Para él, Hermione no era más que cualquier insecto, él mismo se lo había dicho. Enamorarse de ella sería peor que una herejía. Era evidente que algo así no entraba en sus planes, ni de lejos. ¿A qué venían entonces todas esas acusaciones?
Hermione se cubrió el rostro con ambas manos y emitió un gemido de frustración. La cabeza iba a estallarle en cualquier momento.
«Has perdido la cabeza, Malfoy. Es la única explicación», pensó con resignación, como si él pudiese oírla. «Siempre me has detestado, es lo que me has demostrado a lo largo de los años. No me hagas dudar de lo que sientes, Malfoy. No me hagas pensar cosas absurdas...»
¿Por qué era tan complicado todo lo relacionado con Malfoy, últimamente? ¿Por qué ocupaba tanto tiempo en sus pensamientos? ¿Desde cuándo era alguien tan importante para su subconsciente?
En ese momento, unos discretos golpes la sacaron de su ensimismamiento. La puerta de la habitación se abrió lentamente y una cabellera pelirroja se asomó.
—¿Estás ocupada? —quiso saber Ginny, mirando alrededor fugazmente para comprobar si estaba sola.
—No, tranquila, entra —ofreció Hermione, con una sonrisa forzada, regresando al mundo terrenal. La joven Weasley entró y cerró la puerta tras ella.
—Vengo a pedirte que, por favor, bajes cuanto antes a ayudar a Harry y Ron con sus redacciones antes de que mi hermano meta la cabeza en la chimenea —bromeó la joven pelirroja—. Ya tenemos el pelo bastante rojo…
Hermione rió entre dientes. Colocó el marcapáginas en el libro que mantenía abierto a su lado, y lo cerró. Más tarde lo retomaría.
—Sí, ahora bajo. Me han insistido en que ellos podían, pero no me cuesta nada echarles una mano, darles un par de ideas…
—Yo no he tenido nada que ver, ¿eh? —se rió Ginny, sentándose en la cama de al lado, la de Parvati. Contempló el libro de su amiga—. ¿Has encontrado algo útil?
—Nada aún —Hermione suspiró—. Tampoco he leído mucho. Hoy estoy algo despistada.
—¿Y eso? —quiso saber su amiga, aunque su tono de voz ligeramente más serio inquietó a Hermione.
—Nada importante —desechó, restándole importancia—. Tonterías, no te preocupes…
Ginny no apartó la mirada de sus ojos. A Hermione, de pronto, la asaltó la idea de que algo iba mal. Su amiga se había puesto, repentinamente, muy seria.
—¿Tonterías relacionadas con Malfoy? —quiso saber Ginny, arqueando una ceja indolentemente. El corazón de Hermione no escapó por su boca de puro milagro. ¿Qué?
—¿Malfoy? —farfulló, aturullada, forzando una risotada. Intentó contener el nerviosismo que la invadió de pronto—. ¿P-por qué dices algo así? ¿Por qué él?
Ginny se removió un poco, incómoda, todavía observándola con atención.
—Que conste que esto es alto secreto —dijo la pelirroja, cogiendo una almohada y estrujándola contra su estómago. Intentó adornar su voz de un ligero toque de fingida solemnidad, para relajar el ambiente. Hermione solo asintió con la cabeza, queriendo que continuase—. Hoy he tenido clase de Cuidado de Criaturas Mágicas con Hagrid, y me ha comentado que ayer por la tarde os encontró a Malfoy y a ti enzarzados en una pelea, en los jardines. Aunque esto es confidencial. No le digas que te lo he dicho —Hermione volvió a asentir, sin pensarlo—. Y también me ha dicho que parecías bastante afectada. Y, como al venir a la Sala Común no te he visto ni con Harry ni mi hermano, he pensado que igual aún estarías decaída… y en realidad he subido porque quería saber si estabas bien.
—No —replicó Hermione casi con brusquedad, sin saber muy bien a qué—. O sea, sí estoy bien —dijo con más suavidad—. Te agradezco tu preocupación. No… no acabé afectada. Es solo que… Malfoy me saca de mis casillas. Ya lo conoces. Comenzó a meterse conmigo, y, pues… tampoco soy de piedra.
—Es un cabrón —masculló Ginny, entrecerrando los ojos y apretando los puños sobre la almohada—. ¿Qué te dijo?
—Nada especial —dijo Hermione con voz suave, alisando mecánicamente su falda—. Lo de siempre. Debería inventar insultos nuevos, se está volviendo aburrido —soltó una falsa risita, fingiendo divertirse—. Pero tengo la cabeza en otras cosas. No tiene nada que ver con él. En serio. Sería absurdo darle vueltas a nada que tenga que ver con él —afirmó, con tal vehemencia que estuvo a punto de creérselo. Ginny, sin embargo, siguió mirándola fijamente.
—Hermione, ¿por qué estabas con Malfoy en los jardines cuando nos dijiste que irías a la biblioteca? —cuestionó con aplastante sinceridad, sin rodeos. Hermione sintió que el corazón se le paraba. Maldita sea.
—Quise… dar un rodeo para ir a la biblioteca. Quería tomar el aire, y despejarme, nada más —fingió una risotada divertida—. ¿Qué insinúas, acaso? ¿Que quedé con Malfoy para vernos en los jardines? Por favor, Ginny…
La joven pelirroja forzó una sonrisa, dejando claro que era justo lo que pensaba, aunque parecía encontrarlo tan incoherente como lo mostraba su amiga.
—Lo sé, lo siento, pero no pude evitar mosquearme un poco con lo que me dijo Hagrid. Pero tienes razón, es absurdo —Ginny amplió su sonrisa, como disculpándose. Hermione le devolvió la sonrisa con timidez.
—Entiendo tu preocupación, reconozco que suena raro. Últimamente me encuentro a Malfoy en todas partes, estoy teniendo mucha mala suerte —confesó Hermione, dejando caer su mirada. «También lo he buscado en varias ocasiones, pero eso Ginny no necesita saberlo…»
—¿Qué te preocupa, entonces? ¿Puedo ayudarte? —preguntó la pelirroja impulsivamente. Aunque al instante se arrepintió—. Quiero decir, no quiero que te sientas obligada a contarme nada. Pero si te puedo ayudar en algo…
Hermione sintió la punzada de la culpabilidad atravesarla. Ojalá pudiera contárselo.
—Ya sabes que confío en ti —musitó, mirándola con intenso cariño—. Somos amigas. Pero no quiero preocuparte. Me… estoy comiendo la cabeza por tonterías, nada más. No es nada importante.
—No hace falta que lo sea. Se puede intentar solucionar, sea lo que sea. Guardártelo es lo peor que puedes hacer. Busca alguien a quien contárselo. Desahógate —la animó Ginny, comprensiva. Después enmudeció, mirando a su alrededor buscando inspiración, hasta que, de pronto, sus ojos se iluminaron—. ¿Por qué no se lo cuentas a Crookshanks? —propuso, ilusionada.
El esponjoso y peludo gato ni siquiera alzó la cabeza al oírse mencionado. Hermione se echó a reír sin poder remediarlo.
—Por Dios, Ginny.
—Que sí, que sí, confía en mí —la joven Weasley se levantó de la cama, animada por su propia idea—. Es más fácil, ya verás. Consejos no podrá darte, pero te quedarás como nueva desahogándote. Yo a Arnold le cuento un montón de cosas. ¿Verdad, Crookshanks?
Ginny se sentó en la cama de Hermione y se colocó a un letárgico y poco colaborativo Crookshanks en el regazo. Lo cogió con suavidad por las patas delanteras y tiró de ellas con cuidado para ponerlo en pie sobre sus patas traseras. El malhumorado rostro de la mascota de Hermione se clavó en su dueña, con aburrimiento.
—Por supuesto, pelirroja cotilla, me encantaría escuchar lo que mi querida dueña tenga que contarme —comenzó Ginny su pantomima, poniendo voz grave y moviendo las patas de Crookshanks como si fuese él quien hablaba—. Sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad, jovencita que me alimenta? Yo no voy a decírselo a nadie… Nadie sabe hablar gatuno por aquí cerca…
—Oh, Ginny —protestó Hermione, sin poder contener la risa. Sabía que su amiga no hablaba en serio, que solo quería hacerla reír, y la verdad es que se lo agradecía—, déjalo, no le hagas eso, pobrecillo…
—¡No hagas caso a esa pelirroja que está detrás mío! —protestó Ginny con la voz de Crookshanks—. Esa solo es una chismosa…
Hermione no pudo evitar reír por lo bajo ante la imaginación de su amiga. Pero después su sonrisa se atenuó. Suspiró sin poder evitarlo, inquieta, contemplándola juguetear con Crookshanks. Quizá pudiese contarle algo… Lo justo para que le diese algún consejo. Ella sola no estaba sacando nada en claro. Y, en verdad, se estaba volviendo loca.
—Ginny… si alguien te acusase de darle un filtro amoroso, ¿qué pensarías? —cuestionó, con la vista clavada en el edredón, midiendo cuidadosamente las palabras. Ginny dejó de mover a Crookshanks, sorprendida al ver que su amiga se animaba a hablar, y la miró con renovada atención y seriedad. Dejó al gato tranquilo sobre su regazo.
—Una acusación… ¿infundada? —quiso saber Ginny, con delicadeza, para entender bien la situación. Hermione asintió, sin molestarse—. Bueno, pues, si yo no hubiera dado a nadie un filtro amoroso, pero ese alguien pensase que sí, creo que está bastante claro. Pensaría que siente algo por mí, pero no quiere aceptarlo. Y me quiere echar a mí la culpa.
Hermione frunció los labios. Se esperaba esa respuesta, aunque hubiera dado cualquier cosa por no oírla. Podía notar cómo enrojecían sus mejillas; se sentía terriblemente incómoda al hablar de cosas así, no estaba acostumbrada. Era capaz de dar infinidad de consejos amorosos a sus amigos; como había hecho con Ginny sobre Harry muchas veces, o con Harry sobre Cho Chang. Pero hablar de los suyos propios era demasiado para ella. Demasiado violento, demasiado complejo. Y más en esa situación. Más con Malfoy de por medio.
—Eso es lo que me da a entender también a mí. Pero el problema es que no es posible, esa no es una opción —repuso Hermione, como si sobre eso no hubiese duda alguna, sacudiendo la cabeza—. Tiene que haber otra explicación. Pero no se me ocurre cuál.
—¿A qué viene esa seguridad de que no le gustas? ¿Qué tienes tú para no gustarle, a ver? —replicó Ginny, frunciendo el ceño con molestia, dispuesta a elevar el autoestima de la chica.
—No es eso —aseguró Hermione, con calma. Casi desganada—. La cuestión es que… es una persona muy intolerante con los hijos de muggles. En eso se parece a Malfoy, por ejemplo —añadió cuidadosamente, con disimulo—. Por eso es absurdo pensar que pueda sentir nada por mí. No tiene sentido. No entiendo por qué me ha dicho algo semejante. Y… no puedo dejar de darle vueltas.
Guardó silencio, sintiéndose algo cohibida. Aunque agradeció que su amiga tuviera la discreción de no presionarla para que le revelase el nombre de esa persona. Aun así, al verla reflexionar, y vacilar, como si no se atreviese a hablar, se apresuró a añadir:
—No se trata de Theodore Nott, si es eso lo que estás pensando —aclaró, con una pequeña sonrisa. Ginny se la correspondió, avergonzada, y no dijo nada al respecto.
—Bueno, sea quien sea, si se parece remotamente a Malfoy no parece posible que le gustes, te doy la razón… Caray, qué complicado. Lo que me cuentas es muy extraño... Aunque nada es imposible —añadió en voz algo más firme, como si pensase en voz alta—. Deduzco que es sangre limpia, y no sería el primero que se acaba enamorando de un hijo de muggles, ni será el último. Lo que te ha desvelado habla por sí solo —se cruzó de brazos mientras contemplaba el vacío, pensativa—. ¿Y a ti esa persona te interesa? —preguntó de pronto, mirándola con atención.
Bum, bum. Eso resonó en la cabeza de Hermione. Su corazón estrellándose contra sus tímpanos.
—¿Qué? —replicó al instante, incrédula. Por inercia. No se esperaba esa pregunta. No sobre Draco Malfoy.
—Bueno, ya me entiendes... No te ofendas, solo lo pregunto, porque, bueno, si no le correspondes no hace falta que le des vueltas. Podrías dejarlo estar y ya está, que él se rompa la cabeza si quiere —propuso Ginny, encogiéndose de hombros con disculpa. Intuyendo que había incomodado a su amiga.
Hermione la miró a los ojos, dándose cuenta de que estaba tardando en responder a esa repentina pero sencilla pregunta. Pero Ginny acababa de decir algo con toda la lógica del mundo. ¿Por qué no lo dejaba estar? ¿Qué más daba? Si Malfoy se había vuelto loco y creía sentir cosas extrañas, era su problema. Responsabilidad de él solucionarlo. A ella no le afectaba. No era problema suyo. Porque Malfoy no le gustaba. No lo hacía. No lo… ¿hacía?
—Tienes razón —murmuró Hermione, obligándose a hablar. Parpadeando rápidamente, alejando ciertos pensamientos de su cabeza. Pensamientos absurdos. No podía estar dudando de algo así, por Merlín. Ni siquiera por un instante—. Creo que… una acusación así me ha impactado mucho, y por eso no puedo evitar darle vueltas. No comprendo del todo la situación, y odio no saber a qué atenerme… Pero por supuesto que no quiero tener nada con esa persona. ¿Cómo voy a sentir algo por alguien que odia a los que son como yo, y nos considera más bajos que la escoria? —articuló, con vehemencia. Casi escandalizada. Ginny asintió con una cabezada, dándole la razón.
—Te entiendo, y eso sería lo lógico. Y te conozco, cariño, y sé que siempre eres madura y coherente. Y responsable. Pero… el amor no siempre funciona así. La atracción pura y dura no es algo controlable, ni atiende a la lógica. Por eso te lo preguntaba —explicó con una sonrisa de disculpa. Hermione tragó saliva pero cuadró aún más los hombros.
—Te entiendo, y lo sé, o eso creo, pero… —trató de discutir Hermione, con algo de torpeza. Intentando rebatir con coherencia a su amiga—. Tiene que haber una cierta lógica de base. Tienes que ser consciente de que en esa persona hay algo que consideras atractivo. Y yo no le encuentro ni el más mínimo atractivo a unas creencias radicales y supremacistas como esas —espetó, comenzando a acalorarse—. Algo así dice mucho de cómo es una persona. Y... para empezar, no puedes sentirte atraído por alguien completamente opuesto a ti. Por alguien con creencias opuestas, alguien con quien no tienes absolutamente nada en común —añadió, con más seguridad.
—No sé qué decirte —protestó Ginny ante sus últimas palabras, con expresión de divertida disculpa—. Creo que confundes enamoramiento con atracción. Quiero decir, puede atraerte alguien que apenas conozcas. Solo por... lo que proyecta. Por su físico, o por algunas cualidades que aprecies en él a simple vista. O con un mínimo de interacción. Harry me gusta desde los once años. ¿Lo conocía lo suficiente cuando empezó a gustarme? No. ¿Es correspondido? Tampoco. ¿Me gusta? Muchísimo —soltó una risita divertida. Hermione tardó unos segundos en devolverle la sonrisa, perdida en sus palabras y en lo que significaban.
—Pero eso es diferente. Harry es una buena persona, y comprendiste enseguida que teníais valores semejantes cuando empezó a gustarte. ¿Cómo podría yo… sentir nada por alguien que me rechaza abiertamente sin siquiera conocerme, solo por lo que cree que soy? Por lo que le han dicho que soy. No puedo sentirme atraída por alguien que odia a los que son como yo. Por alguien que me considera inferior a él —se obligó a no parpadear. El corazón la estaba matando, retumbando tan fuerte que apenas se escuchaba. Maldición, ¿por qué sentía que se estaba engañando a sí misma? Estaba empezando a notar mucho calor en la nuca.
Ginny asintió con la cabeza, dándole por fin la razón. Sin reservas. Le sonrió, intentando animarla.
—En ese sentido tienes toda la razón, te entiendo perfectamente. ¿Cuál es el problema entonces? Olvídate de lo que te ha dicho esa persona. No dejes que alguien así te afecte, ni fastidie tu paz mental.
—Eso es —corroboró Hermione, sonriendo, aunque de forma todavía vacilante. Sacudió la cabeza, ampliando la sonrisa—. Tienes toda la razón. No sé por qué le doy tantas vueltas. No tiene ninguna importancia. No va a… cambiar mi vida de ninguna manera. Voy a olvidarlo todo —suspiró con más énfasis—. Olvida esta conversación. No sé por qué le he dado tanta importancia. Creo que estoy cansada, y ya he cogido por costumbre preocuparme hasta la extenuación por cualquier cosa.
—Has estado haciendo muchos deberes estos días, además de investigar lo de Harry; necesitas dormir —corroboró su amiga, feliz de verla más tranquila—. Perfecto, todo olvidado. Descansa esa cabeza —Ginny dejó a Crookshanks sobre el colchón—. Voy abajo, con los chicos. A terminar de hacer los deberes de Herbología antes de que los Narcisos Pitadores se extingan.
—Gracias, Ginny, y perdona por esta tontería —aseguró Hermione, fingiendo sentirse más calmada. Aunque la opresión de su pecho había, incluso, aumentado. Estaba deseando quedarse sola. Aun así, tomó la mano de su amiga para acariciarla a modo de despedida.
—No te preocupes. Nos pasa a todos. Si necesitas cualquier consejo romántico de alguien que lleva seis años enamorada de un chico sin conseguir nada, me dices. Tengo muchos, a cada cual más inútil —aseguró la joven pelirroja, guiñándole un ojo y acariciándole una pierna con cariño. Hermione le rio la broma, aunque la miró con una expresión cargada de lástima.
—¿Tú cómo estás? —cuestionó Hermione con suavidad—. De lo de Harry.
Ginny se encogió de hombros, componiendo una expresión más serena, luciendo menos bromista. Sus ojos esquivaron los de su amiga.
—Bien. Supongo que estoy bien. Me gusta pasar tiempo con él, aunque solo sea como amigos. Poco a poco estoy aprendiendo a no pedir más. Lo tengo cerca, y es suficiente —suspiró por la nariz, esbozando una sonrisa—. Sé que cualquier otra situación sería… complicada. Sé que no se lo plantea. Y lo último que quiero es perderlo. Así está bien. Lo llevo mejor.
—Me alegro mucho —aseguró Hermione con sinceridad, volviendo a acariciar su mano—. Ya sabes que si necesitas algo…
—Lo sé, gracias —agradeció Ginny con suavidad, para después ponerse en pie—. Tú también, ya lo sabes. Pero ahora descansa esa cabeza. Y baja cuando puedas a ayudar a esos dos…
—Voy ahora mismo —Hermione la despidió con una sonrisa y un gesto de la mano.
Cuando la joven Weasley abandonó el cuarto, el peso en el pecho de Hermione pareció aplastarla contra el colchón. A pesar de las buenas intenciones de Ginny, las preocupaciones de Hermione habían aumentado. Y ahora ya no era solo por el extraño comportamiento y la acusación de Malfoy.
Sino por sus propias reacciones. Sus más profundos pensamientos. Sus verdaderos pensamientos.
Hermione se levantó y comenzó a caminar por la habitación con los brazos cruzados, incapaz de estar sentada por más tiempo. Sentía tal amasijo de sensaciones distintas en su interior que le parecía que terminaría sufriendo una taquicardia. Descruzó los brazos y se retorció las manos con nerviosismo, intentando relajarse. Suspiró con profundidad un par de veces y cerró los ojos.
Todo era ridículo. Le estaba dando demasiadas vueltas. Estaba dando demasiada importancia a Malfoy. Estaba preocupándose por algo estúpido.
Últimamente pasaba más tiempo pensando en Malfoy, y hablando con él, del que había pasado desde que lo conocía, y posiblemente eso había confundido de alguna manera sus sentimientos hacia él. Sí, eso era, solo estaba confusa. Si se alejaba de Malfoy, si volvían a ser los simples conocidos que eran antes, todo se solucionaría. Todo volvería a la normalidad. Aunque… aún quedaban en el aire las acusaciones de Malfoy del día anterior. Un filtro amoroso. Daba la impresión de que él estaba en la misma situación que ella. Igual de confuso que ella. Y eso era lo que Hermione no terminaba de entender. Que él, con sus inflexibles e inquebrantables creencias racistas, estuviera tan confundido... como ella.
Se acercó a su cama de nuevo y se arrodilló frente a ella, apoyando los brazos sobre el borde del colchón, y la barbilla, a su vez, sobre ellos. Crookshanks la contemplaba con aspecto enfurruñado en su rostro aplastado.
—¿Qué se siente cuando alguien te gusta? —le susurró a su gato, con voz débil—. Porque tengo la sensación de que no puede sentirse muy distinto a esto —enmudeció, asustada de sí misma—. Se siente… parecido a lo que sentía antes por Ron. Pero, al mismo tiempo es... diferente. Es más… brusco. Más intenso, más perturbador. Y comienzo a tener miedo.
Cerró los ojos. A su mente regresó el rostro de Malfoy, con esa mueca irónica que siempre esbozaba. Siempre se comportaba como un niñato, bravucón y fanfarrón. Petulante y presuntuoso. Siempre metiéndose en problemas, siempre llamando la atención. Pero, al mismo tiempo, Hermione llevaba tiempo pensando que eso solo era una fachada. Había visto y presenciado a un Malfoy más serio, más maduro. En el fondo, no era ningún niñato. Y, cuando demostraba cómo realmente era, emitía una especie de fuerza masculina que la chica no sabía muy bien de dónde provenía. Era inteligente; cuando no se insultaban, eran capaces de mantener una conversación madura y coherente. Bueno, incluso cuando se insultaban se lo demostraba. Era ácido. Rápido de mente. Ingenioso. Lo cierto era que, aunque no le gustaba el contenido de sus palabras, le gustaba cómo se expresaba, oírlo hablar. Le pareció escuchar su voz, varonil, maliciosa, con su vieja costumbre de arrastrar las sílabas. La sensación de su mano sujetándola del brazo con fuerza; las corrientes eléctricas que la recorrían ante la cercanía con su cuerpo; la emoción que la inundaba, aunque ella fingiese no darse cuenta, cada vez que se lo encontraba en los pasillos, en las clases...
—Me atrae —articuló en voz alta, a la soledad de su habitación. Sintió que la piel de los brazos se le ponía de gallina—. Malfoy me atrae. Creo que no puedo negar eso. Pero —se apresuró a decir, con voz ahogada, intentando solucionar lo que, sin duda, era la conclusión más complicada a la que se había enfrentado consigo misma— no significa nada. No va a pasar nada. Nadie tiene por qué enterarse, esto no es nada relevante. No es importante…
Era capaz de recordar muchos de sus diversos insultos. Sus burlas sin motivo, solo por cruel entretenimiento para sí mismo. Su desprecio hacia todo lo que la rodeaba; sus amigos, sus costumbres, su familia... Su desprecio hacia ella por ser algo que siempre le habían enseñado a odiar, y que él nunca se había cuestionado.
Recordó que estaba de parte del enemigo, de Lord Voldemort. No sabía hasta qué punto, pero sabía que compartía sus creencias, él mismo se lo había dicho. Apoyaba la idea de un genocidio contra los hijos de muggles. Había dicho que la mataría por ser quien era nada más poner un pie fuera de la escuela.
Como si hubieran soltado Gas Agarrotador en la habitación, comenzó a sentir el pánico invadirla. Y la vergüenza.
—No puedo sentirme así por Malfoy, Crookshanks —susurró Hermione, conteniendo un suspiro angustiado y enterrando el rostro entre sus brazos—. No puedo. No por Malfoy. Cualquiera menos Malfoy.
Hermione está teniendo una crisis existencial importante, pobrecita, ¡normal! 🙈 ja, ja, ja Ginny ha intentado echarle una mano para quitarle preocupaciones, pero le ha hecho comprender ciertas cosas que han acabado preocupándola el doble. Al parecer nuestra Hermione ha aceptado por fin que tiene sentimientos hacia Malfoy, aunque no soporte la idea. Al menos acepta que hay atracción 😏.
Por otro lado, Draco estaba teniendo su propia crisis cuando se ha dado un golpe contra la realidad. Se ha encontrado a Nott muy afectado por muchas cosas, cosas relacionadas con su vida dentro y fuera de Hogwarts, y parece que eso ha logrado apartar por un rato a Hermione de su cabeza. ¿He dicho ya que me encanta la amistad entre Draco y Theodore? 😍 Porque me encanta, y me encanta escribir sobre ellos.
Sé que no ha habido demasiado Dramione en este capítulo 🙊, pero la reconciliación de Draco y Nott era necesaria para los siguientes capítulos; y las reflexiones y conclusiones de Hermione creo que también son importantes.
Agarraos, porque en los siguientes capítulos vienen curvas 😎.
¡Espero de corazón que os haya gustado el capítulo! Si ha sido así, me encantaría que me lo comentaseis en un review, me encanta leer vuestra opinión 😊
¡Gracias por leer!
¡Un abrazo muy fuerte y nos vemos en el próximo! 😊
