¡Hola a todos! ¡Sorpresa! 😍 El capítulo de hoy es muy especial… el sábado, día 19 de diciembre, se cumplió un año desde que empecé a publicar esta historia 😍. Quería haber publicado este capítulo ese día, modo aniversario, pero mi vida no-dramionera no me lo permitió 😓. Así que, con un día (y unas horas, es la 1 de la mañana aquí en España 😂) de retraso, ¡feliz aniversario! Ja, ja, ja 😍Además, este capítulo considero que es perfecto para celebrar el añito de vida de esta historia, ojalá os guste mucho 😊.

Muchas gracias a todos los que os animáis a dejar comentario, me hace muy muy feliz saber que os sigue gustando la historia 😍. Gracias también, por supuesto, a los que leéis aunque no comentéis, y también a los que la añadís a favoritos o a seguir. Gracias, en resumen, a todo el que la esté leyendo 😍

Permitidme dedicarle este capítulo a Vic Black, por el apoyo que le está brindando a esta historia con sus reviews siempre presentes y su apoyo también fuera de FanFiction ¡muchas gracias, de verdad! 😍

Sin más dilación, veamos qué sucede en la esperada excursión a Hogsmeade…


CAPÍTULO 17

La puerta trasera de Cabeza de Puerco

Las predicciones que Ernie Macmillan había hecho en la clase de Herbología se cumplieron. El intenso frío que había acompañado durante toda la semana a los habitantes de Hogsmeade, y también a los del castillo, se había intensificado todavía más con la llegada del fin de semana, trayendo consigo una nueva nevada que cubrió los alrededores con un brillante y grueso manto blanco.

—¿A dónde vamos? —preguntó Ginny Weasley a voz en grito para que sus amigos lograsen oírla, sin bajarse la bufanda con la cual se cubría la boca.

Apenas habían salido del castillo se había desatado una fuerte tormenta de nieve que obligaba a todo el mundo a caminar inclinado para repeler, en la medida de lo posible, el viento helado. Y, ahora, Hermione, Luna, Neville y ella aguardaban en la entrada del pueblo, sin saber a dónde ir a causa del temporal. A su alrededor, compañeros de diferentes Casas los adelantaban en diversas direcciones, todos igualmente congelados. Algunos valientes se habían aventurado a abrir los paraguas, los cuales se bamboleaban ante el fuerte viento, ofreciendo escasa protección; y la mayoría de los jóvenes se había resignado a quedar igualmente empapados de nieve con o sin él.

—¡No lo sé! —exclamó Neville, tiritando, frotándose las manos enguantadas—. ¿A Las Tres Escobas?

—¡Estará lleno de parejitas enamoradas! —objetó Ginny, a quien se le adivinó una mueca de desdén bajo la bufanda—. San Valentín y esas cosas, ¿recordáis?

—Peor estará el Salón de té de Madame Pudipié —comentó Hermione con disgusto, con los brazos firmemente cruzados, en un vano intento de protegerse del frío—. Hoy no nos libraremos de eso…

—¿Vamos a la oficina de correos? —sugirió Luna, mirando hacia arriba para ver caer la nieve. Parecía inmune al fuerte viento, el cual alborotaba su largo y desaliñado cabello rubio—. Podemos ver las lechuzas durante un rato.

—¿Y si primero vamos a Honeydukes? —propuso Neville, con los dientes castañeando. Una ráfaga de viento amenazó con arrancarle el gorro de lana de la cabeza—. Nos pilla de camino y estaremos calentitos.

—¡Por mí, adjudicado! —exclamó Ginny, muerta de frío. El resto emitió un murmullo de asentimiento. La joven pelirroja fue la primera en echar a andar hacia allí, y los demás la siguieron casi a tientas.

A los pocos minutos lograron llegar a la estrecha tienda, abarrotada de gente que había tenido la misma idea que ellos. El olor a caramelo recién hecho flotaba en el aire, y el calor era verdaderamente agobiante en comparación al gélido temporal del exterior. Incluso costaba respirar. Se abrieron paso entre la multitud, quitándose algunas prendas como los gorros y bufandas, intentando regular su temperatura corporal. Después se dividieron para aproximarse a los estantes y comprar algún dulce o alguna golosina aprovechando que estaban allí. En la alegre y festiva tienda, reinaba un gran bullicio. La gente no dejaba de probar las muestras gratis de decenas de dulces de diferentes aspectos, sabores y efectos, por lo cual había personas que repentinamente tenían el pelo de color morado, otras que comenzaban a flotar casi hasta el techo, otras cuya voz se transformaba en el agudo chillido de una rata… Algunas de las golosinas de la tienda, las más especiales y caras, se encontraban en vitrinas de cristal que giraban, emitían luces o música, y se sumaban al alegre barullo.

Luna pronto se perdió entre el gentío en busca de unas ranas de gominola con sabor a pudin. Ginny y Neville se entretuvieron un rato examinando una bruja de plástico que sonreía con malicia y removía mágicamente un caldero lleno de chocolate que estaba en una urna de cristal. Hermione, por su parte, situada en otra esquina de la tienda, metía diferentes tipos de golosinas sin azúcar en una bolsa de papel. Ingerir alimentos poco dulces era una costumbre que había heredado de sus padres dentistas.

De pronto, Hermione sintió que alguien se pegaba completamente a su espalda. La chica, ligeramente molesta ante semejante invasión a su espacio, hizo ademán de hacerse a un lado, suponiendo que estaba obstaculizando las compras de algún otro alumno. Pero la persona que estaba tras ella no se lo permitió, alargando súbitamente un largo y delgado brazo, envuelto en un oscuro abrigo, y bloqueando así su huida. La blanca mano que asomaba por la gruesa manga, y que se había apoyado en la estantería que había ante ella, provocó que Hermione sintiese un vacío en el estómago. Conocía esa mano, para su propia consternación.

Antes de que lograse asimilar lo que sucedía, una voz más que conocida susurró cerca de su oído:

—Quieta un momento, Granger —dijo un extremadamente cercano Draco Malfoy, con su desdeñosa voz que arrastraba las sílabas. Hermione no pudo contenerse y giró el rostro ligeramente, lo justo para apreciar levemente el pálido y afilado perfil del chico tras ella. Era él, sin ninguna duda. Sintió un súbito aroma envolverla, confundiéndose con el olor a caramelo de la estancia. Parecía colonia, o alguna loción, que ella no sabía identificar. Y supuso que provenía de Malfoy. Su ropa olía increíblemente bien.

—Malfoy —logró susurrar ella con sorpresa, devolviendo la vista al frente inmediatamente—. ¿Qué haces?

—Disimula y escúchame —musitó el rubio, todavía cerca del oído de la chica. Ella tragó saliva, sin ser capaz de hidratar su repentinamente seca garganta. Obedeciéndole, fingió contemplar los diferentes tipos de regalices que había frente a ella. El corazón le latía con frenesí, desconcertado por la inesperada situación. La rebaja en el precio de las Meigas fritas atrajo su aturdida mirada.

—¿Qué pasa? —insistió Hermione, dándose cuenta de que incluso estaba respirando con dificultad. El torso del chico estaba pegado a su espalda, transmitiéndole calor, apretándola ligeramente contra la estantería en el reducido espacio del establecimiento.

—Te espero en una hora en la taberna Cabeza de Puerco —dijo Draco, cogiendo unos Diablillos de Pimienta del bote que había frente a ella, para así justificar su cercanía. Hermione contuvo el aliento un instante, al sentir el brazo del chico casi rodear su cuerpo para poder coger las golosinas—. Tenemos que hablar.

Antes de que pudiese responder, Hermione sintió que la calidez que desprendía el cuerpo del joven rubio desaparecía, junto con su brazo. Se giró para mirarlo, pero él ya se estaba alejando entre el gentío, perdiéndose de vista enseguida. Hermione suspiró lenta y profundamente sin dejar de mirar sin ver la multitud de desconocidos que había a su alrededor.

Una curiosa e inexplicable sensación, de algo parecido al anhelo, la había invadido por dentro tan pronto Malfoy se había acercado y, aunque ya no estaba a su lado, aún seguía sintiéndola. Haciéndola sentir completamente idiota. Se mordió el labio, inmensamente frustrada. Estaba cansándose de las sensaciones que le provocaba. Y, peor aún, estaba cansándose de resistirse a ellas.

—¿Hermione? —llamó una acalorada Ginny, acercándose a ella junto a Neville. Ambos llevaban sendas bolsas repletas de dulces, y, el chico, una piruleta recién hecha en la mano—. ¿Has terminado? ¿Pagamos ya?

—Sí, vamos —corroboró la chica esquivando sus miradas, aún algo aturdida. El corazón le seguía latiendo como un tambor.

—¿Estás bien? —preguntó la joven pelirroja, ladeando la cabeza para mirarla con detenimiento.

—Claro —repuso Hermione, forzando una sonrisa y tratando de ser natural—. Se les han acabado los Calderos de Chocolate que quería tu hermano…

Tras juntarse con Luna, y pagar todas las cosas que habían comprado, salieron a regañadientes al frío y nevado exterior, todavía azotado por una fuerte tormenta de nieve. Sin otro lugar al que ir, y bajo amenaza de contraer hipotermia, se sumergieron en el abarrotado local Las Tres Escobas buscando elevar la temperatura de sus cuerpos. Lograron adueñarse de una mesa en un rincón, y allí se despojaron de sus gruesas ropas de invierno, para después pedir bebidas para los cuatro a la atractiva y curvilínea Madame Rosmerta.

—Tenías razón, Ginny —dijo Luna sin preocuparse de bajar la voz, cuando Rosmerta se hubo alejado con el pedido de dos cervezas de mantequilla, un hidromiel caliente con especias, y una tacita de alhelí—. Esto está lleno de parejas enamoradas. Es incómodo.

Un chico y una chica, que se besaban con entusiasmo en la mesa contigua, se separaron al escucharla y la miraron con rencor.

—Baja un poco la voz, Luna —pidió Neville, avergonzado. Ginny, en cambio, rio entre dientes, divertida ante la sinceridad de su amiga.

—Y Harry y mi hermano están entrenando con este tiempo… —se lamentó la joven Weasley, mirando por una ventana lejana con aire distraído—. Los compadezco.

—Has tenido suerte de librarte del entrenamiento —comentó Hermione, mientras tiraba un poco de la manga de su jersey para dejar al descubierto su reloj de pulsera, y poder tenerlo a la vista con disimulo.

—Pues sí. Aunque os confieso que, si no fuese Harry el capitán, y me hubieran mandado ir, me hubiese intentado librar sin dudarlo —admitió, soltando después una risotada malvada propia de Fred y George.

—Hablando de librarse —intervino Neville, justo cuando Rosmerta les traía las bebidas—, gracias, Luna, por conseguirme la edición de El Quisquilloso de este mes. Estaba deseando leer el artículo sobre cómo han atacado a Millicent Bagnold. Me parece importante. ¿Lo habéis leído? —preguntó, mirando al resto de la mesa.

—No, ¿quién es esa mujer? ¿Y qué le hicieron? —cuestionó Ginny, interesada.

—Es una anciana bruja muy conocida. Al parecer intentaron secuestrarla, pero consiguió librarse...

—¡La conozco! —intervino Hermione, separando bruscamente el vaso con hidromiel de sus labios, sin llegar a beber, y posándolo en la mesa—. Fue la predecesora de Cornelius Fudge como Ministra de Magia durante diez años, de 1980 a 1990…

—Pues El Profeta no ha sacado la noticia, solo lo ha hecho El Quisquilloso. Porque, al parecer, está bastante claro que ha sido cosa de mortífagos —opinó Neville, muy serio, en voz algo más baja. Se hicieron unos segundos de silencio en la mesa, todos intercambiando miradas inquietas. Pensando en las repercusiones de aquella noticia.

—Si El Profeta no ha querido publicarlo, es lo más seguro —comentó Ginny, con gravedad, jugueteando con la jarra que contenía su bebida—. Están intentando a toda costa no alarmar a la gente, y, por lo visto, para ello se están ahorrando contar la verdad. Qué vergüenza. ¿Dejaron la Marca Tenebrosa en casa de esa señora?

—No —respondió Luna, con tono soñador—. No querían despertar las alarmas del Ministerio. Pero sí que fueron mortífagos, mi padre se entrevistó personalmente con la señora Bagnold y ella se lo contó. Es una ancianita encantadora, y está muy bien para su edad…

—Verás cuando Harry se entere de esto —murmuró Hermione, inquieta—. Insistía en que era raro que Voldemort no hiciese ningún movimiento. Al parecer ya ha empezado. Aunque sigue sin ser una guerra declarada…

—¿Lo sabrán los profesores? —cuestionó Neville, como si se le acabase de ocurrir—. ¿Aumentarán la protección del castillo ante posibles ataques?

—No sé si ellos leerán El Quisquilloso —admitió Ginny, con una débil sonrisa—. Pero seguramente tendrán otras formas de averiguarlo. Seguro que Dumbledore está en contacto con la Orden, y la Orden lo sabrá.

—También lo sabe la profesora Trelawney —intervino Luna, con suavidad—. Es una gran amiga de la señora Bagnold. Ambas estudiaron en Hogwarts, en la Casa Ravenclaw, y también me confirmó que, efectivamente, dos mortífagos la atacaron. La señora Bagnold los reconoció, pero El Profeta no ha querido publicar su versión. De hecho, esto pasó hace ya unas semanas; han intentado silenciarla pero no lo han conseguido. Mi padre consiguió la entrevista la semana pasada. El día que la atacaron, la profesora Trelawney estaba muy preocupada por su amiga. Me dijo que tiene miedo de que sea un blanco para Quien-Ya-Sabéis, y que vuelva a intentar atacarla.

Hermione recordó de pronto el día que se cruzó con la profesora Trelawney, ebria, frente a la biblioteca. Sintió una oleada de lástima hacia ella. Debió haber sido aquel día cuando intentaron atacar a su amiga. Quizá incluso iba a ver a Dumbledore para pedirle que protegiese a Millicent Bagnold.

—Pues esa antigua ministra ya debe estar muy mayor, y en teoría debe ser fácil atacarla, pero al parecer no lo fue. Se defendió estupendamente y logró librarse de ellos, aunque no capturarlos —contó Neville, halagado al ver el interés que causaba su noticia.

—Caray, qué habilidad —admitió Ginny—. Quien tuvo, retuvo.

—Quizá consiguió convertirse en fantasma para que no pudiesen atraparla —propuso Luna, entusiasmada. Sus amigos intercambiaron una mirada de desconcierto—. Ojalá mi padre se lo hubiese preguntado…

—¿Cómo va a convertirse en fantasma —se extrañó Hermione, frunciendo el ceño— sin… morirse?

—A lo mejor ha aprendido a hacerlo —saltó Luna, sonriente—. Es una capacidad que es posible. Había una especie de Conejo tibetano que era capaz de convertirse en fantasma para que no le atrapasen sus depredadores… Mi padre estuvo investigándolos hace años pero no ha logrado descubrir cómo lo hacen.

—Algún día tienes que presentarme a tu padre, Luna, sus investigaciones con animales mágicos me fascinan —dijo de pronto una ronca pero amable voz, al tiempo que una gran sombra oscura se extendía sobre ellos, quitándoles la poca luz del establecimiento.

—Hola, Hagrid —saludó Neville, sonriente, mientras Hermione contenía un suspiro de resignación ante los excéntricos pensamientos de Luna, tan contrarios a su racional mentalidad.

—Os presentaré cuando quieras —aseguró Luna, mojando la cebollita de su copa en el alhelí y llevándosela a la boca—. Mi padre y yo adoramos a los animales y las plantas. Se pueden aprender tantas cosas de ellos…

La abundante barba del guardabosques estaba salpicada de nieve, pero ocultaba una sonrisa.

—Estoy completamente de acuerdo… ¿Y Harry y Ron? ¿No han venido? —cuestionó Hagrid, buscando a los muchachos con la mirada.

—Entrenamiento de Quidditch —respondió Ginny, con tono cómplice. Hagrid elevó sus pobladas cejas.

—Caray, pobres chicos…

—¿Qué llevas ahí, Hagrid? —inquirió Hermione, señalando una bolsa de papel que asomaba del bolsillo de su grueso abrigo peludo.

—¡Ah, bueno, todavía nada! Hablando de plantas mágicas… —Hagrid sonrió a Luna con dulzura para después adquirir una expresión ligeramente violenta—. Rosmerta acaba de recibir unas plantas muy exóticas de China para hacer no sé qué bebida. Me ha llamado para que las vea y… —carraspeó con brusquedad y todos comprendieron con diversión que pretendía llevarse alguna—. Hay confianza, puedo pedirle que os las enseñe, ¿no os gustaría verlas? —añadió, desviando el tema ligeramente, y señalando la barra con el pulgar.

—¡A mí sí! —exclamó Neville poniéndose en pie de un salto y siguiendo los pesados pasos de Hagrid hasta la barra. La pasión del joven Longbottom por la Herbología era más que conocida por sus amigos. El resto rechazaron la invitación con una sonrisa y un gesto de la mano.

—Yo… también tengo que irme —dijo de pronto Hermione, poniéndose en pie y dejando unos galeones sobre la mesa para pagar su consumición.

—¿A dónde? —se extrañó Ginny, viendo que la copa de la joven aún estaba por la mitad—. ¿Tienes que hacer algún recado?

—Sí, eso es —masculló la joven, evasiva, colocándose el abrigo y el gorro en tiempo récord—. No tardaré mucho. Quiero ir a Dervish y Banges a ver si tienen recambios para mi balanza de pociones, se me rompió el otro día.

—¿Tiene que ser ahora? Podemos ir cuando acabemos —ofreció la pelirroja, amable. Miró a Luna, buscando su apoyo, y ésta asintió con la cabeza sin dudar—. No hay problema…

—No, no, no hace falta que vayamos todos por mí. No tardaré, de verdad… Vuelvo enseguida.

Y, sin darle oportunidad a su amiga de decir nada más, se alejó sorteando las abarrotadas mesas y salió por la puerta al frío exterior.

—¿Por qué no querrá que la acompañemos? —le preguntó Ginny a Luna, extrañada, aunque fue casi un pensamiento en voz alta, para después beber un trago de cerveza.

—Posiblemente porque se verá allí con Draco Malfoy —dijo Luna con bastante convicción, y tono despreocupado, sin dejar de chupar con vehemencia la cebollita de su bebida.

Ginny sintió al instante que la bebida que intentaba tragar se le iba por el conducto equivocado, y se vio obligada a expulsar todo el líquido que tenía en la boca sobre su propia ropa, la mesa y Luna. Varias mesas contiguas la miraron sobresaltados, pero, tras observar lo sucedido, y comprobar que no era un atragantamiento potencialmente mortal, volvieron a sus quehaceres.

—¿Qué… cof… qué has dicho? —logró decir Ginny entre sonoras toses, cogiendo una servilleta y limpiándose la cerveza que le resbalaba por la barbilla.

—He dicho que posiblemente se vea allí con Draco Malfoy —repitió Luna sin alterarse, mirándola con curiosidad por su reacción, con sus grandes ojos muy abiertos.

—Ya, Merlín, ya te he oído, pero ¿por qué dices que se verá con ese energúmeno? —se alarmó Ginny, hablando entre dientes y mirando alrededor con pavor, rezando para que nadie la hubiese oído.

—Porque les he visto hablando en Honeydukes —confesó Luna, sonriendo con total tranquilidad—. Y he pensado que a lo mejor tenían que hablar de algo. Es raro que Hermione se vaya tan de repente, sin querer que la acompañemos. Lógicamente, no nos diría que se iba a encontrar con él. Sabe que no nos llevamos bien con él. Es lógico, ¿no?

Ginny parpadeó y sacudió la cabeza, incrédula. Le parecía de todo, menos lógico.

—¿Pero qué estás diciendo? ¿Hablar de qué? ¿Por qué tendría Hermione que hablar con ese tío? ¿Es que acaso Malfoy le ha hecho algo? ¿La ha amenazado de alguna manera? —saltó, alzando un poco más la voz, enervándose ante esa posibilidad.

—Oh, no, para nada —desechó la idea Luna, con tranquilidad, reflexiva—. No lo parece. Quiero decir, han tenido sus peleas, pero parece que la cosa se ha calmado mucho desde que Malfoy no revoluciona la clase de Runas Antiguas. Hermione me contó lo que pasaba allí. Y también Terry Boot. Me cae bien, es buen chico… De hecho, creo que ahora hasta empiezan a llevarse bien.

—¿Quiénes empiezan a llevarse bien? —balbuceó la joven Weasley, aferrada a una vaga posibilidad—. ¿Boot y Hermione?

—No, mujer. Hermione y Malfoy, claro.

Luna soltó una risita soñadora, como si su amiga hubiera hecho una broma a propósito. Pero nada más lejos de la realidad; Ginny apenas daba crédito a lo que oía.

—¿Perdón? ¡Venga ya! ¿Pero qué…? Luna me empiezas a asustar. ¿Por qué dices eso? —preguntó la pelirroja, ahora con un hilo de voz, excepcionalmente alucinada.

—Oh, bueno, por nada en particular. Sé que han tenido algunas peleas fuertes, pero ahora, más que odio, me ha parecido que era incomodidad, así que me atrevo a pensar que ha debido de pasar algo más. Ya te lo he dicho, estaban hablando en Honeydukes.

La pelirroja, que había estado a punto de dar otro cauteloso sorbo a su bebida, alejó su vaso al instante, mirándola con renovada sorpresa. Luna dio un pequeño sorbo a su tacita de alhelí, emitiendo un leve ruido de succión. Ginny estaba tan atónita como si Luna se hubiese transformado en una calabaza en sus propias narices.

—¿Cómo has llegado a semejante conclusión? —consiguió decir, en un susurro desesperado.

—Fijándome en sus reacciones. No disimulan nada bien, la verdad. Aunque yo soy bastante observadora. Me encanta observar a la gente —sonrió, tanto con sus finos labios como con sus grandes ojos plateados, ligeramente saltones, que le daban un aire de sorpresa permanente—. Y lo de las peleas me lo ha contado Neville —añadió jovialmente, como si ese detalle se le hubiese olvidado—. Discutieron en Navidades. Durante las comidas.

Ginny se pinzó la nariz con dos dedos, sintiendo el agotamiento invadirla. Luna iba a matarla si seguía diciendo cosas semejantes. Esa conversación la estaba pillando totalmente por sorpresa.

—Vale, a ver, tranquilidad —se dijo la pelirroja en voz alta, resignada, más para ella que para Luna—. No sé de dónde sacas todo eso, Luna, pero estoy convencida de que estás equivocada. Nada de lo que dices tiene sentido. Hermione odia a Malfoy. Lo detesta totalmente. Y es normal, porque no es más que un perro rastrero. De modo que es imposible que quede con él para verse en ningún sitio. Si estaban hablando en Honeydukes seguramente sería de algo malo, la estaría insultando de alguna forma u otra… El muy bastardo…

—Ah, vaya, entonces sí. Esa puede ser otra opción —repuso Luna, alegremente, inmune a la preocupación de Ginny. No parecía alterada por ninguna de las dos opciones.

Ginny enmudeció, con el ceño fruncido. Tratando de asimilar las sorprendentes conclusiones de Luna, planteándose sin querer si podía haber algo de verdad en ellas. La forma de pensar de su amiga era verdaderamente digna de analizar, siempre directa, siempre viendo más allá de lo que el resto veían, y, por ello, su mente no pudo evitar no desecharlo de inmediato.

La conversación que había mantenido con Hermione, en su habitación, estaba regresando a su mente, embotándole los sentidos. Aturdiéndola más todavía. Recordó el detalle de que Hagrid la había visto en los jardines junto a Malfoy, aunque ella les dijo que iba a la biblioteca, su apresurada excusa… ¿Le habría mentido? ¿Estaría, realmente, pasando algo entre ellos?

No. Por Merlín, no, Hermione no era así. No sería capaz de ocultarles algo semejante. Lógicamente, odiaba a Malfoy. Lo había dejado claro muchas veces, a lo largo de los años. No iba a dudar de ella solo porque Luna creyese haberla visto hablando con Malfoy en medio de una abarrotada tienda, o porque le pareciese que ahora ya no se miraban con odio. Era absurdo. Se avergonzó de sí misma por estar dudando siquiera de su amiga. Se obligó a tomar aire y a alejar semejantes pensamientos de su mente.

Ya estaba delirando. No podía darle veracidad a algo así. Y menos sin una prueba más sólida que la simple intuición de Luna Lovegood.

Antes de que Ginny lograse regresar completamente al presente, Neville volvió junto a ellas, atrayendo su atención con dificultad. El chico se sentó, mirando alrededor, observando que algo había cambiado en la mesa.

—¿Y Hermione? ¿Dónde está?

—Ha ido a un recado —contestó Luna, masticando finalmente la cebollita.

—¿A dónde? —preguntó el chico con inocente curiosidad, volviendo a acercarse su bebida. Miró a Ginny, la cual todavía tenía la mirada perdida.

—A Dervish y Banges —respondió la pelirroja con voz de ultratumba, con las palabras de Luna todavía resonando en sus oídos—. No tardará.


Hermione caminaba por las nevadas calles de Hogsmeade dejando un rastro de pisadas en la gruesa capa de nieve, a su espalda. Se cruzó con algunos alumnos de Hogwarts, pero muy pocos eran conocidos. Afortunadamente, la ventisca de nieve que azotaba el pueblo minutos atrás había desaparecido, y ahora todo el mundo aprovechaba para dar un paseo y continuar con sus compras antes de que el tiempo volviese a complicarse.

Esquivó a unos niños, que debían vivir en el pueblo, y que se entretenían lanzándose bolas de nieve, para dirigirse directamente a la taberna que había casi al final del pueblo, y la cual prácticamente pasaba desapercibida frente a las interesantes tiendas que había a su alrededor. El estropeado cartel de madera de Cabeza de Puerco, una cabeza de jabalí cortada que goteaba sangre sobre la tela blanca en la que estaba colocada, se balanceó levemente cuando Hermione abrió la helada puerta de un tirón y se adentró en el establecimiento.

Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la oscuridad del interior, en comparación al brillo de la nieve que cubría las calles. Las ventanas de aquel lugar siempre tenían una gruesa capa de suciedad que impedía el paso de la mayoría de la luz del exterior. El intenso olor a cabra que flotaba en el aire, y la capa de polvo de varios centímetros de alto que cubría el suelo y las mesas, eran algunas de las razones por las cuales los alumnos de Hogwarts no se aventuraban en ese local. Pero sí atraía una clientela poco menos que pintoresca. Los pocos segundos que la chica dedicó a observar a su alrededor, comprobó que prácticamente todos los clientes llevaban el rostro cubierto, y que trataban de situarse en los rincones más oscuros, como si temiesen a la luz solar. El anciano camarero secaba un sucio vaso con un trapo aún más negro, y una mirada de profundo aburrimiento.

Hermione comenzó a caminar entre las mesas, oteando a su alrededor hasta que lo vio. Estaba sentado en una esquina de la barra, con una polvorienta botella de cristal llena de cerveza de mantequilla en la mano, mirando al vacío con su habitual máscara de altivez. No se había dado cuenta de que ella había entrado, o quizás sólo lo fingía.

La chica respiró profundamente, se quitó el gorro para peinarse levemente el cabello, más esponjoso de lo normal por la humedad, y se dirigió hacia él lentamente. Cuando estuvo a apenas un metro de distancia, fue cuando el chico reparó en su presencia. Desvió sus brillantes ojos grises, como dos faroles, en dirección a la chica, pero su rostro no varió lo más mínimo.

—Malfoy —saludó Hermione, con formalidad y cautela, manteniéndose en pie a su lado. Él no le devolvió el saludo, pero a ella tampoco le sorprendió. Se limitó a mirarla en silencio, casi receloso. Calibrándola con la mirada. Ella, incómoda al ver que él no se levantaba, y sin saber muy bien qué hacer, tomó asiento en el taburete que había a su lado, alejándolo ligeramente de él para guardar distancias.

—Me has sorprendido citándome aquí. Creía que este sitio sería demasiada poca cosa para tu estatus —añadió Hermione en voz algo más baja, con leve burla.

—Prefiero esto a arriesgarme a que me vean contigo —replicó él sin inmutarse, dando un sorbo a la botella. Su voz sonaba igual que siempre, seca y petulante— ¿Has conseguido librarte de tus amigos fácilmente? —inquirió mirándola con aburrimiento.

A Hermione de pronto le pareció la que la mirada de Draco estaba algo distinta, pero no hubiera sabido decir en qué. Era como si a la fría mirada de siempre le hubieran añadido varias decenas de cubitos de hielo. Porque eso era lo que expresaban sus ojos: frialdad. Más incluso de la habitual. Había una extraña tensión en sus ojos, como si fueran dos tormentas de nieve.

—El término "librarse" es un poco fuerte, ¿no crees? —dijo Hermione, secamente. Al ver que él se limitaba a mirarla con indiferencia, respondió a su pregunta con pesadez—: Sí, les he puesto una excusa. Pero tengo que volver enseguida.

Draco desvió la apática mirada, sin darle ninguna importancia a la información de la chica de que tenía algo de prisa, y se limitó a darle otro pequeño sorbo a su bebida. Hermione de pronto se encontró fijándose en la manera en la cual se adherían los labios del rubio al cuello de cristal de la botella, y cómo su garganta se movía para dejar pasar el dulce líquido. La chica no pudo evitar observarlo con curiosidad. Pocas veces lo había visto vestido con ropa que no fuese el uniforme reglamentario del colegio. Llevaba unos pantalones de pinza, oscuros, y unas brillantes e impolutas botas negras. También, un abrigo de botones, igualmente oscuro, que acentuaba el rubio de su cabello, ofreciendo un agradable contraste. El color oscuro le sentaba bien. Vestía de forma distinguida, algo bastante acorde a su soberbia personalidad, y Hermione intuía que toda su ropa era cara.

Inesperadamente, los ojos de él se movieron y la observaron, como preguntándole en silencio la razón de su insistente mirada. Ella se estremeció, viéndose descubierta.

—Tienes nieve en el pelo —indicó la joven, apurada, fingiendo ser esa la razón de haberlo estado mirando—. ¿Te ha pillado la tormenta viniendo aquí?

—Sí —confesó el chico a regañadientes, sacudiéndose la mano por la coronilla—, pero me ha venido bien. No había nadie en las calles en ese momento y nadie me ha visto entrar aquí.

—Qué suerte —concedió Hermione, apartando por fin su vista de él, obligándose a contemplar el resto del local—. Espero que nadie me haya visto entrar a mí. Aunque nadie debería considerarlo sospechoso.

Draco compuso una mueca poco concreta, dándole la razón, aunque ella no lo vio. Se quedaron en silencio. A ninguno se le ocurría cómo seguir por más tiempo una conversación tan pacífica e insustancial. Tan poco de su estilo.

Hermione estaba impaciente porque él le dijese lo que tuviese que decirle, pero Malfoy no parecía tener ninguna prisa, y ella no se atrevía a empezar la conversación. No le pareció que le correspondiese a ella hacerlo. Por el contrario, se obligó a dejar de mirarlo y se dedicó a mirar al resto de clientes del establecimiento con discreción. Un par de ancianas brujas, vestidas con oscuras túnicas, parloteaban alegremente en un idioma desconocido, bebiendo unas copas muy humeantes. En otro rincón, un hombre alto, de piel casi translúcida y marcadas ojeras, leía un ajado libro mientras bebía de un vaso cuyo contenido no parecía ser otra cosa si no sangre fresca. No había manera de definir al resto de clientes, pues sus rostros y cuerpos estaban cubiertos totalmente con capas largas y oscuras. Por el tamaño de alguno de ellos, Hermione pensó que serían duendes, o gnomos.

Mientras tanto, Draco se sorprendió a sí mismo observando por el rabillo del ojo a su joven acompañante, aprovechando que ella no lo miraba. Contempló cómo sus redondos e inteligentes ojos marrones se movían en sus cuencas, mientras examinaba con atención a las distintas personas que había allí. Cómo con sus pequeñas manos retorcía sin darse cuenta un gorro de lana de color granate, apoyadas en su regazo. Cómo su espeso cabello, más encrespado de lo habitual, enmarcaba su rostro y ocultaba sus hombros. Cómo la punta de su lengua rosada asomaba entre sus labios, pálidos por el frío, y los humedecía, dejándolos brillantes y con algo más de color.

Basta.

El joven rubio regresó de golpe a la realidad, y se dio cuenta entonces de que su boca estaba ligeramente entreabierta, y sus ojos resecos de no haber parpadeado en un buen rato. Pestañeó con fuerza y frunció los labios con fastidio, apartando la mirada. Casi no pudo evitar resoplar por su afilada nariz.

La situación era cada vez más insoportable. No podía alargarlo más. Ya era suficiente.

Se llevó la botella a los labios y se bebió el resto del contenido de un sonoro trago, hidratando su garganta repentinamente seca. Hermione devolvió su mirada a él, al apreciar de reojo el súbito movimiento de su brazo.

—¿Qué era lo que querías decirme? —preguntó finalmente la joven, sin poder contenerse más, mirándolo con atención.

—Aquí no —replicó Draco, con inesperada brusquedad, secándose los labios con el dorso de la mano. A Hermione le pareció que de pronto lucía molesto por algo que escapaba a su conocimiento—. Vamos fuera.

—¿Fuera? —se sorprendió ella—. ¿A dónde?

—Aquí al lado —masculló el rubio, y añadió, sin preocuparse de bajar la voz—: ¿No pretenderás que nos quedemos todo el día en este antro, no?

—No —musitó Hermione, fijándose de reojo en la asesina mirada del viejo y barbudo tabernero, que lo había oído perfectamente—. Pero… Caray, acabas de decir que no quieres que nos vean juntos. Si salimos fuera es más que probable que ocurra… —trató de razonar ella, confusa.

—No pensaba pasearme contigo por el pueblo, Granger —espetó Draco con desdén, poniéndose en pie. Llamó la atención del camarero con un altanero gesto y, cuando éste se acercó, dejó algunas monedas de oro sobre el mostrador, y le dijo, con decisión—: Saldremos por la puerta trasera, esto será suficiente.

El hombre no dijo nada, y se limitó a recoger los galeones con un amplio y único movimiento de mano. Draco, por su parte, se dirigió en silencio a la susodicha puerta trasera, apenas a pocos metros de ellos. Hermione vaciló, molesta ante su tono autoritario, pero la intriga por lo que él tenía que decirle ganó la batalla y terminó siguiéndolo hacia la salida.

Draco fue el primero en salir del local y, tras mirar alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca, le hizo una seña a Hermione con la cabeza para que saliese tras él. La puerta conducía hasta el callejón contiguo a la taberna, situado entre ésta y el edificio de al lado. Allí sólo había unas grandes cajas de madera, vacías, junto a la puerta trasera del local. En ellas, los dueños habían recibido sus productos y después, al parecer, las habían dejado ahí por no necesitarlas. Nevaba levemente, pero no era demasiado molesto.

—¿Vas a decirme ya para qué querías que nos viésemos? —preguntó la joven, con brusquedad. Se sentó sobre una de las cajas vacías, tras apartar la nieve que había sobre ella, y se cruzó de brazos y piernas—. Me estoy empezando a cansar de tanto misterio, sinceramente. Tengo mejores cosas que hacer que andar reuniéndome contigo en todas partes, cuando a ti se te antoje, para hablar de tonterías.

Malfoy arqueó una ceja, incrédulo ante su tono tan desagradable. Hermione sintió un ligero cosquilleo de arrepentimiento. No había sido su intención ser tan brusca, pero no podía evitar comportarse así. Estaban los dos solos, en un estrecho y sucio callejón, y de nuevo su cuerpo volvía a traicionarla y a provocarle incontenibles sensaciones al estar tan cerca de aquel chico. Se le secaba la boca. Se le aceleraba la respiración. Le vibraba el corazón. Y lo odiaba. Odiaba sentirse así. Odiaba lo que él era capaz de provocarle sin pretenderlo. Sin merecerlo.

—Lo dices como si yo fuese el único empeñado en que hablemos —replicó Malfoy, endureciendo su tono ante el malhumor de la chica—. Porque, que yo sepa, no te acorralé yo a ti en los baños del cuarto piso, ni en el despacho de Runas Antiguas, ni en el campo de Quidditch, ni en los vestuarios…

—Pero sí te empeñaste en recalcarme lo mucho que odiabas que lo hiciera, y ahora tú te dedicas a hacer lo mismo —contraatacó la chica, cruzando con más fuerza sus brazos. ¿Cómo podía estar acelerando su pulso de esa manera, y al mismo tiempo provocarle tal enfado que podría golpearle?—. Te lo pregunto por última vez, Malfoy. ¿Para qué querías que nos viésemos?

Draco apretó los dientes y desvió la mirada. Era consciente de que ella tenía razón, y que tenía que ser directo para acabar con todo de inmediato; no merecía la pena retrasarlo más. Pero, ahora que había llegado el momento, por alguna inexplicable razón, de pronto comenzaba a verlo menos claro. De pronto lo asaltaron las dudas. Deseó haber preparado las palabras exactas, porque ahora su cerebro se encontraba ligeramente embotado y no parecía por la labor de convertirlo en un gran orador que la convenciese de lo que iba a decirle.

Tenía muy claro que ella había utilizado la magia contra él. Era la única explicación para todo lo que estaba sucediendo. Pero el tenerla delante, el sentir su mirada clavada en él, hizo que, de pronto, todo le pareciese sospechosamente muy difícil.

Pero era ahora o nunca. No era el momento de vacilar, ni de replantearse las cosas. Había que acabar con eso. Para volver a ser él mismo.

—Granger… —comenzó con decisión, girándose para encararla. Los redondos ojos de la chica, atentos, perspicaces, e impacientes, se clavaron en los suyos. Granger no era consciente de la fuerza que emanaba su postura defensiva, ni del aura de inteligencia que siempre la rodeaba. Pero Draco sí lo era.

Y la culpa de que pudiese percibirlo sin duda se debía al maldito hechizo que ella le había lanzado; no había otra explicación. Tenía que acabar con esto, ahora.

—¿Sí? —instó la chica, con el rostro brillando de expectación e impaciencia, al ver que él no proseguía.

—Tú… —masculló él, sin lograr decir nada más. Sin poder contenerse, aunque no quería ceder terreno, se obligó a mirar el suelo nevado. Abrió y cerró la boca, inspiró y expiró por ella, pero no fue capaz de continuar. No sabía cómo continuar. El silencio le presionaba los tímpanos.

Tenía las palabras claras en su mente. Pero se sentía estúpido de solo imaginarse pronunciándolas de nuevo.

«Hazlo», le dijo una seca voz en su cabeza. «Oblígale a que confiese que te ha hechizado. Te lo negó la otra vez, pero está claro que mentía. Dile que te quite el hechizo. Lánzale una maldición y vete. Acúsala ante el director. Húndela…»

«Debería hacerlo», le respondió él a la voz, dentro de su mente. «Pero, no sé por qué, no soy capaz».

«¿Y por qué no? ¿Desde cuándo tienes escrúpulos con los sangre sucias?»

«No se trata de eso…»

—Dime —insistió Hermione, sin dejar de mirarlo con atención.

—Tú… —volvió a articular Draco, pero de nuevo se quedó mudo. Emitió acto seguido un jadeo de impotencia. Maldición, no podía. No era capaz. Se sentía demasiado imbécil. Demasiado ridículo. ¿Qué le pasaba?

"Deja de mentirme, Granger. Me has hechizado, me has lanzado un Imperius o dado una poción. Confiesa de una vez o iré directamente al director a acusarte. Te doy la oportunidad… No, te obligo a que retires lo que has hecho. Aquí y ahora".

Eso era todo. Eso tenía que decirle. Pero no podía. Era todo demasiado… increíble.

Cerró los ojos, desesperado, y agachó la cabeza, alzando una mano para apoyarla en la frente, cubriéndose los ojos con ella. No era capaz de echarle en cara que lo hubiera hechizado. No podía volver a acusarla de nada sin sentirse estúpido ante su perspicaz mirada. No sabía qué cojones decir. Ni tampoco podía pensar, sintiendo la sangre latir contra sus oídos.

«¿Por qué no puedes ordenarle que retire el hechizo?», le cuestionó de nuevo aquella molesta vocecita.

«Joder, porque… porque cuanto más lo pienso, más ridículo parece. ¿Para qué iba a lanzarme un hechizo semejante? ¿Por qué querría que sintiese… lo que estoy sintiendo?», le respondió a la voz con brusquedad, en su mente.

«Quizá simplemente por diversión, para utilizarte, para burlarse de ti…» le dijo la vocecita de forma maliciosa. Draco sintió el ardor de la rabia en la nuca. Si fuese así…

«Granger… no actúa así. Será muchas cosas; una sabelotodo repelente, una niñata engreída… pero va de frente. Hasta ahora siempre me ha enfrentado. Es ridículamente decidida y temeraria. La creo capaz de muchas cosas…. pero no de algo así», respondió a la vocecita, en su mente, sintiendo que el estómago se le encogía. «Todo esto es una estupidez…»

«¿Entonces…? ¿Qué se supone que significa eso?», cuestionó la voz, furiosa. Curiosamente, de pronto le recordó a la voz de su padre, cosa que no lo ayudó en absoluto.

«No lo sé…»

—¿Estás bien? —preguntó Hermione, comenzando a inquietarse por su extraña actitud y su largo silencio. Draco la oyó ponerse en pie, y unos pasos sobre la crujiente nieve le indicaron que se había acercado a él. Cosa que tampoco lo ayudó.

Él no pudo contestar. Los pensamientos daban vueltas en su cabeza, casi mareándolo. Necesitaba sentarse. Sentía que sus piernas amenazaban con fallarle en cualquier instante. Le costaba respirar. Había sido todo tan fácil... Había llegado tan rápidamente a la conclusión de que todo era culpa de ella, que había utilizado su magia para arruinarle la vida y hacerlo perder el juicio, por el simple placer de hacerlo, sin cuestionarse nada más… Pero ahora que, en el peor momento, reflexionaba sobre ello, era capaz de ver los agujeros del plan. Había ido a hablar con ella, seguro de sí mismo, con la clara idea de decirle que retirase el hechizo, pero no había hechizo que retirar. Granger no le había hecho nada, ella había dicho la verdad, acababa de comprenderlo. Pero no podía aceptarlo.

Frases sueltas de la conversación que tuvo con Nott resonaron en su saturada mente, mareándolo aún más:

"Granger, sea sangre sucia o no, te está empezando a atraer, Draco. Por mucho que te empeñes en gritar que no es así."

"Desde luego que no puedes sentirte atraído por Granger. No debería atraerte. No puedes tener nada con ella por tu situación, porque te estarías metiendo de mierda hasta el cuello."

—¿Qué te pasa? —seguía preguntándole Hermione, aunque él la oía como si estuviese a mucha distancia.

Granger le provocaba… algo. Algo que no era desagradable. Bueno, sí lo era. Pero lo era porque se trataba de ella. Si hubiera sido otra persona… si ella hubiese sido otra persona… Draco tendría muy claro lo que estaba sucediendo. Y ese súbito pensamiento casi lo hizo hiperventilar. Se forzó a buscar otra explicación, incapaz de aceptar tal cambio en él, en su piel, en su interior. Su mente, sus convicciones, no habían cambiado; su cuerpo, sus instintos, sí lo habían hecho. ¿Cómo controlar los sentidos? ¿Los latidos de corazón, el calor en la nuca, la garganta seca…?

Nott siguió hablando en los recovecos de su mente, sin tregua:

"¿De veras estás completamente seguro de que, el hecho de que Granger te atraiga, aparte de ser un problemón, no es una opción remotamente válida?"

«No, no lo es, Nott», reflexionó en su mente, desesperado. «Estoy seguro de que no lo es. No puedo caer tan bajo…»

—¡Malfoy! —insistió Hermione, mirándolo con inquietud.

"Mira, Draco, no sé qué demonios ha pasado entre vosotros para que hayas llegado a sentirte como dices, pero solo te diré una cosa. Para esto. De la forma que te dé la gana, pero páralo. ¿Me oyes?"

Sintió una súbita presión en el pecho, sobre su acelerado corazón, y tardó unos segundos en comprender que Granger había colocado ahí su mano, por encima de su abrigo, queriendo llamar su atención. Ese gesto volvió a precipitarlo de golpe a la realidad. Draco apartó por fin la mano que ocultaba sus ojos. La chica había avanzado hasta colocarse frente a él, y lo miraba con genuina preocupación en su todavía defensiva expresión. Al ver que el chico volvía a mirarla, ella retiró su mano con cautela, queriendo demostrarle que entendía lo desagradable que era para él su gesto.

"No te jodas la vida de una manera tan estúpida. Sé que ahora mismo ni te lo planteas, y quizá nunca lo hagas, pero… involucrarte con Granger, de la forma que sea, te traería muchísimos problemas. Te arruinarías la vida por completo."

Conectó su mirada con la de Granger, permitiéndose perderse en sus redondos y benévolos ojos, permitiéndose contemplarlos sin obligarse a apartar la mirada enseguida. Sin esbozar una mueca de desdén, ni de arrogancia. No había desprecio en los ojos de la chica. Solo duda. Solo preocupación. Solo desconfianza.

Al unir su mirada con la de ella, en medio de ese frío y solitario callejón, sintió que era incapaz de seguir escuchando la voz de Nott dentro de su cabeza.

Hermione lo miraba casi con miedo ante la repentina intensidad de sus ojos, pero, para su propia sorpresa, no era capaz de desviar su mirada. La tenía hechizada.

El joven Malfoy, sin apartar los ojos de los de Hermione, adelantó ambas manos y rodeó con sus dedos los antebrazos de la chica, con inusual suavidad, como si simplemente intentase impedir que huyese. Ella, a pesar de la delicadeza del gesto, inhaló con brusquedad. Estaba completamente paralizada. Había algo en la situación, en la mirada de Malfoy, que le estaba dejando muy claro lo que estaba a punto de pasar. Y, a pesar de todo, incapaz de creerlo, incapaz de quedarse con la duda, no pudo huir.

Draco, plantado ante ella, no se sentía capaz de soportar por más tiempo la sensación llameante que le recorría las venas y que lo impulsaba a cometer la que seguramente iba a ser la equivocación más grande que había cometido jamás. Ni siquiera fue plenamente consciente de sus actos. Actuó, seguramente por primera vez en su vida, por puro instinto. La adrenalina aleteaba en su pecho como un pajarillo.

Necesitaba saber qué se sentía. Necesitaba quitarse la duda de cómo se sentiría. Con ella.

Atrajo a una estática Granger hacia sí levemente, ladeando su rostro al mismo tiempo. Cuando los fríos labios de Malfoy cubrieron los suyos, Hermione fue incapaz de cerrar los ojos. Se sentía curiosamente liviana, incapaz de pensar. El estrecho y sucio callejón estaba borroso en los bordes de su campo de visión. Lo único que permanecía inmóvil eran los párpados cerrados de Malfoy, frente a los suyos abiertos. Entonces se dio cuenta de que había dejado de respirar. Había notado su cálido aliento contra su boca. Notaba la blanda carne de sus finos labios contra los suyos. Su helada nariz, pegada a su pálida mejilla, percibió el aroma de su piel.

La gente paseaba por las calles junto al callejón, charlando animadamente, ajena a lo que estaba ocurriendo allí. La nieve seguía cayendo a su alrededor, pero Draco y Hermione ni siquiera se dieron cuenta. El cielo podría haberse caído en ese instante y no se hubieran enterado.

Draco abrió sus grises y brillantes ojos al cabo de tres segundos y alejó sus labios, rompiendo el suave contacto por completo, sin dejar de mirar a la chica a los ojos. Estaba mortalmente serio, y ella pensó que jamás había visto un rostro tan eficazmente inexpresivo. Ella, incapaz de esconder sus emociones como él, solo fue capaz de devolverle una mirada de aturdimiento y aprensión. No podía hablar. Y seguía sin poder respirar. Él apretó las mandíbulas, y ella vio cómo su garganta se movía, tramitando saliva. Sus manos resbalaron por sus brazos para terminar soltándola, dejándolas inertes a ambos lados de su propio cuerpo. Draco la miraba con fijeza, consciente de que tenía que decir algo, pero sin saber el qué. Se encontraba completamente fuera de lugar, como si acabara de ascender a la superficie; como si, poco a poco, comenzara a ser consciente de dónde se encontraba.

Y lo que había hecho.

Pero no hizo falta que dijese nada. Un súbito tono rojo estaba apoderándose del rostro de Hermione. Había comenzado a temblar de furia. La aprensión desapareció de su rostro, dando paso a un abierto rencor.

—¿Pero qué…? —susurró ella a trompicones, rompiendo el denso silencio que había entre ellos. Su voz sonó extrañamente débil, y algo gangosa, como si estuviese resfriada—. ¿Qué demonios…? ¿Cómo… cómo te atreves a…? —abrió y cerró la boca varias veces intentando encontrar las palabras adecuadas a lo que él había hecho. Alzó un puño cerrado y lo pegó contra sus labios, para después retroceder un paso, alejándose de él—. Sinvergüenza... Eres… Eres un… Malfoy, te juro que te…

Él sufrió un estremecimiento que incluso fue visible para ella. Sintió una oleada de rabia hacia la chica como no había sentido nunca. ¿Por qué le llamaba por su apellido? ¿Por qué tenía que recordarle que era un Malfoy? ¿Por qué tenía que recordarle así el imperdonable error, la traición, que acababa de cometer? ¿Por qué tenía que indignarse de esa manera, confirmándole que ella no lo había hechizado buscando precisamente eso?

Draco bajó la mirada por primera vez, sintiendo cómo una profunda desazón lo invadía como gas tóxico. Sintió cómo una vergüenza absoluta y humillante se adueñaba de él. Casi sintió deseos de sacar la varita y hechizar a Granger, para que dejase de balbucear furiosamente cosas que él ya sabía. Se ahogaba. No podía creer lo que había hecho. No podía ser verdad.

—Tú... Tú… —seguía articulando ella, desconcertada y casi enajenada. Al ver que Draco no decía nada, avanzó un decidido paso hacia él, encarándolo—. ¿Cómo te has atrevido a…?

—¡Aléjate de mí! —exclamó Draco de pronto, con voz extrañamente rasgada.

Incapaz de soportar ni un segundo más la situación que él mismo había provocado, tras pronunciar esas palabras, emitió un sonoro jadeo de impotencia y rabia, y se dio la vuelta sin volver a mirarla. Se alejó casi corriendo, con largas y decididas zancadas, y salió del callejón en dirección a la calle. Hermione, aturdida, sorprendida e indignada, no pudo mover ni un músculo, ni mucho menos correr tras él o gritar algo que lo detuviese. Ni siquiera podía cerrar del todo la boca.

«Me ha besado», pensó la chica, cuando él se perdió de vista entre la fina nieve que caía a su alrededor. Su cerebro volvía poco a poco a la normalidad. Pero no por ello entendía mejor lo ocurrido. Se sentía como si hubiese estado sumergida debajo del agua. Era la última situación en la que se hubiera imaginado encontrarse. Jamás en su vida se había sentido tan asustada e indignada a partes iguales.

Los ojos se le estaban llenando de lágrimas de pura rabia. De impotencia. De desconcierto.

«Malfoy me ha besado…»

¿Por qué había hecho algo semejante?

Indudablemente, pensó ella, la respuesta no podía ser nada bueno. Alzó una torpe mano y se cubrió la boca con ella. Sintió los labios resecos a causa del frío.

«Y yo no he hecho nada para evitarlo... No he hecho nada.»


—¡Señora! ¿Nos pone dos cervezas de mantequilla, por favor? —pidió Nott por tercera vez, elevando la voz. Se encontraba apoyado en la barra, estirado para parecer lo más alto posible. Agitó una mano tratando de llamar la atención de la mesonera, pero la barra del Salón de té de Madame Pudipié estaba tan a rebosar de gente que nadie reparaba en la pequeña mano del chico agitándose.

Tras un par de intentos más en los cuales fue ignorado olímpicamente, Nott suspiró con desaliento y se sentó en un taburete que había en una esquina, junto a la barra, de forma que quedó de cara a las mesas. Sentía que estaba comenzando a sudar; se había vestido con un grueso jersey azul marino, y comenzaba a arrepentirse del grosor del tejido. Pero el frío de la calle era abrumador, a pesar de que dentro del local la temperatura fuese bastante elevada. Admitió, resignado, que, en la práctica, no había acertado con su ropa, a pesar de elegirla porque era la más elegante que tenía y su intención principal había sido lucir lo más atractivo posible. Esperaba haber conseguido eso, al menos…

Aun así, a pesar de la deprimente situación, no pudo evitar esbozar una sonrisa para sí mismo, mientras contemplaba el pequeño y abarrotado local. Ni siquiera el ser desatendido por su pequeña estatura podría deprimirle aquel día. Miró, con un brillo ilusionado en sus tristes ojos, a su acompañante, sentada en una mesa junto a una de las ventanas, guardando sitio para ambos. En ese momento, rebuscaba en su bolso con el fin de entretenerse hasta que él volviese a su lado. Estaba tan guapa, vestida con un jersey verde que intensificaba el mismo color de sus ojos. Y estaban pasando una mañana tan agradable… Se sentía tan afortunado, tan feliz con cómo se desarrollaba su vida, por primera vez en muchos años. Quizá por primera vez desde que su madre murió, años atrás. Había olvidado lo que era sentirse tan dichoso. Sentir que encajaba en algo. Daphne era tan buena, tan inteligente… Siempre tenía algo de qué hablar, algún tema de conversación interesante o absurdamente divertido que debatir. Nunca se aburría en su compañía. Y le encantaba que, a diferencia de él mismo, no le costaba nada ser cariñosa. A Theodore siempre le había resultado vergonzoso serlo, pero para ella era muy fácil. Y nunca le había exigido que fuese diferente; parecía, para sorpresa del propio Nott, que le gustaba tal como era. Nunca le pedía más de lo que él podía darle. Y no parecía que se estuviera conformando, parecía ser realmente feliz con él. Maldita sea, lo hacía sentirse tan… querido. Como nadie lo había hecho antes. Lo hacía sentirse suficiente.

—Aquí tienes —saltó de pronto la voz de la mesonera, plantándole delante, en la barra, dos cervezas de mantequilla—. Son cuatro sickles.

Nott la miró con sorpresa, y, una vez superado el pasmo de haber sido escuchado por la atareada mesonera, se apresuró a pagarle torpemente. Todavía algo aturdido, cogió ambas jarras de cerveza y fue a sentarse junto a Daphne, la cual sonrió al verlo aproximarse por fin.

—Gracias —dijo la joven, acercándose la que él le tendía—. Oye, creía que Draco no iba a venir a Hogsmeade… —comentó con tono amable, mientras él se sentaba.

Nott la miró con sorpresa, tardando en asimilar sus palabras.

—Es que no ha venido a Hogsmeade —corrigió él—. Me ha dicho que iba a quedarse en el castillo…

Daphne lo miró con abierto desconcierto, y eso provocó que las pulsaciones de Nott se aceleraran ligeramente, extrañado.

—Pues acabo de verlo pasar corriendo, de hecho parecía tener prisa —dijo, señalando la ventana que había a su lado—. Estoy segura de que era él. Quizá se lo haya pensado mejor y al final ha venido… —se encogió de hombros, casi con tono de disculpa.

Nott la contempló con sorpresa, sin saber muy bien qué decir ante semejante revelación.

—Supongo... —terminó diciendo, aunque su voz sonó algo tenue. La noticia lo había pillado totalmente por sorpresa. Era muy extraño que Draco cambiase de opinión en algo así, cuando se había mostrado tan firme en la idea de no ir a la excursión. Definitivamente, si era verdad, hablaría con él más tarde, en el castillo.

¿A dónde iba Draco corriendo? ¿O de qué estaba huyendo?


Draco, casi sin aliento por sus agitados andares, decidió dejar de recorrer sin destino las abarrotadas calles nevadas, y se dijo que su mejor opción era entrar a algún sitio. No soportaba la idea de cruzarse con algún conocido en ese momento. Acabó metiéndose a toda velocidad en el primer establecimiento que vio tras tomar esa decisión: el abarrotado local de Las Tres Escobas. Lo atravesó a la carrera hasta llegar a la puerta de los baños masculinos, entró dentro y cerró la puerta tras él. Antes de conectar el viejo pestillo metálico, recorrió el pequeño baño sin relajar su rápido paso, mirando dentro de cada cubículo para asegurarse de que no había nadie allí, y finalmente se dejó caer sentado en la tapa de uno de los retretes. Se mantuvo así varios segundos, sentado anormalmente tieso, jadeando como un desgraciado, y los ojos abiertos como platos.

«¿Qué he hecho?»

La había cagado. Todo se había ido a la mierda. No podría volver a mirarla a la cara… Y todo por culpa de Nott. No había podido dejar de darle vueltas a sus palabras. Algo estalló en su cerebro, y fue incapaz de evitar el desastre.

«No ha ocurrido, no ha ocurrido, no ha podido ocurrir…»

Se miró los zapatos manchados de nieve, mientras notaba cómo un molesto sonrojo se iba extendiendo por su rostro, aumentando de temperatura gradualmente. Sentía tantísima vergüenza que deseó que la tierra se partiese bajo el váter sobre el que estaba sentado y se lo tragase.

—La he... besado —farfulló en voz alta, a la quietud del baño, mirando el lavabo que tenía enfrente con incredulidad—. He besado a Granger.

El corazón se le iba a salir del pecho. Le ardían hasta las orejas. Oírlo en voz alta era aún peor que pensarlo. Lo convertía en algo irremediablemente cierto. Pero había necesitado oírlo de sus propios labios, para asegurarse de que era verdad, que no había sido una terrible pesadilla. Necesitaba asimilar que había sucedido de verdad.

—Joder —masculló, poniéndose en pie, incapaz de seguir estando quieto—. Joder, joder, mierda

Dio varios pasos por el baño, en círculos, sin dejar de jadear. Necesitaba frotarse la piel con algo. Se sentía sucio. Mancillado. Como si acabase de cometer un crimen terrible, a la altura de un asesinato. Y, técnicamente, así había sido. En su mundo, lo que acababa de hacer equivalía a la traición más grande. Había asesinado su honor, y el de su familia. Había traicionado su sangre.

Había tocado a una sangre sucia, lo más bajo del escalafón de los seres humanos. Quizá solo situado ligeramente por encima de un muggle propiamente dicho. La había besado. En resumidas cuentas, había mostrado deseo por ella.

Deseo.

Sentía ganas de vomitar, y no descartó hacerlo. Se sentía sumido en una pesadilla.

«No ha sido culpa mía», se dijo, tratando de calmarse. Sospechaba que estaba cerca de sufrir un ataque al corazón. «Si le he dado ese maldito beso ha sido por las tonterías que Nott me ha metido en la cabeza… Yo jamás lo hubiera hecho por mi propia voluntad. Nunca antes se me había pasado por la cabeza, ni por un instante, besar a esa sangre sucia», se mintió, tratando de alejar de su mente el recuerdo de lo ocurrido en Navidades, en el cuarto de baño del primer piso. Recuerdo que, se juró, no revelaría a ningún ser vivo.

Pero lo había hecho. La había besado. Y eso ya no tenía remedio.

No podía respirar.

—Granger no me atrae —murmuró en voz muy baja y ronca—. Claro que no. Es ridículo. No me atrae. No lo hace. No puede… He besado a una sangre sucia y ha sido repugnante. Sí, eso es —se auto-convenció, decidido a creérselo—. Claro que lo ha sido. Ha tenido que serlo. Ya está. Confirmado. Ella no me interesa de esa forma. Ni de ninguna otra. No lo hace…

Draco respiró hondo por la boca y se desplomó de nuevo sobre la taza del váter. Estaba temblando. Se cubrió el rostro con ambas manos, apoyando los codos en sus muslos. Se sentía tan apático que solo mantener la cabeza alzada le costaba un gran esfuerzo..

Repugnante o no, la había besado.

«¿Y ahora qué hago?»

Había metido la pata hasta el fondo, y no era capaz de pensar en una salida digna. Granger, en ese momento, debía estar odiándolo con todas sus fuerzas. Al menos en esa tesitura la había dejado en aquél callejón. Creyendo que había querido burlarse de ella, que había querido faltarle al respeto, o cualquier otra cosa. Opciones bastante más coherentes que la realidad, la cual Draco no era capaz de comprender todavía.

Apretó los dientes, sintiendo su cerebro zumbar. Granger no lo había hechizado, tenía que olvidarse de esa estupidez. Tenía que dejar de engañarse. La había besado por culpa de las estupideces de Nott, eso lo tenía claro a pesar de que no arreglaba el desastre. Pero, ¿y todos los... sentimientos sin nombre que llevaban semanas martirizándolo? ¿De dónde venían?

Y eso no era lo peor…

¿Y si Granger le contaba a alguien lo que había pasado? ¿Y si se enteraban Potter y Weasley? ¿Y si llegaba a oídos de algún Slytherin? ¿Se enteraría toda la escuela de que Draco Malfoy había besado a una sangre sucia? Draco no estaba seguro de poder soportar una humillación así. No podría soportar las implicaciones de algo así… ¿Cómo había podido ser tan gilipollas, tan imprudente?

¿Y si se enterasen sus padres?

Ahora se sintió palidecer de forma brusca. Enterró las manos en la raíz del cabello y tiró con fuerza, cargado de frustración. Sentía la garganta atenazada, las ganas de llorar amontonándose en ella. Un sollozo escapó de su garganta. Sus hombros temblaron, y se sacudieron. Otro sollozo escapó entre sus dientes fuertemente apretados.

Mierda.

Trató de tomar aire, intentando controlar el irremediable llanto. Se mordió el labio inferior, y luchó por relajarse. Se frotó los ojos con ambos puños, dejando los párpados enrojecidos, haciendo desaparecer cualquier rastro de lágrimas. Necesitaba tranquilizarse.

Se puso en pie, y volvió a tomar aire profundamente. Decidió volver al castillo. Necesitaba estar en su habitación, a solas. Necesitaba silencio para ordenar sus pensamientos, y no podía pasarse el día entero encerrado en aquel baño. Más tarde buscaría a Nott y trataría de asesinarlo silenciosamente sin, por supuesto, contarle ni una palabra de lo que había sucedido.

Notaba un dolor punzante en las sienes que amenazaba con durarle hasta el anochecer. Se acercó a uno de los lavabos, y trató de abrir el grifo para mojarse la cara con él, intentando calmarse, pero este no funcionaba. Por mucho que giró la oxidada manilla de hierro, a ambos lados, no salió ni una gota de agua. Apoyó ambas manos en la pila y se miró en el resquebrajado y rayado espejo. Un chico pálido y con algo de escarcha casi derretida en el rubio cabello le devolvió una gélida mirada, tras la cual se adivinaba una profunda desesperanza.

«Por Merlín, Granger, ¿no te cansas de complicarme la vida?»


Draco, llámame loca, pero creo que te complicas la vida tú solito ja, ja, ja 😜

¡HABEMUS BESO! 😍 Ayyyy, ¿qué os ha parecido? Estoy muy nerviosa, espero que os haya gustado, y que la espera hasta este momento haya valido la pena 🙈. El dilema interno de Draco antes de besarla ha sido de locos, pobrecillo, tenía demasiadas voces en su cabeza ja, ja, ja empieza a parecerse a Harry JAJAJA 😂

Tras el beso, Hermione se ha puesto como una fiera… 🙈 Draco le atrae, ella sí que lo tiene claro a diferencia del chico, pero el hecho de que él haya demostrado atracción por ella no le entra en la cabeza, le parece más coherente pensar que tiene alguna mala intención detrás. No entiende lo que ha pasado, y se ha enfadado por ello, lo cual yo diría que es comprensible. ¿Qué pasará ahora? 🙈

Espero de corazón que os haya gustado. Estaré encantada de leeros en comentarios si os apetece 😊.

¡Muchas gracias por leer! ¡Hasta el próximo! 😍