¡Hola a todos! ¡Feliz año! 😍 ¿Cómo estáis? Espero que hayáis pasado unas buenas fiestas, a pesar de la situación actual 😊.

Siento haber tardado más de la cuenta con este capítulo 🙈, se me han juntado un montón de cosas 😂: es un capítulo muy largo (30 páginas en Word 😂) que he tardado en repasar; he estado ocupadísima trabajando (de hecho, me he estado llevando el capítulo en un pendrive para poder repasarlo en los descansos del trabajo, en un ordenador que ni siquiera tiene internet, porque apenas he pasado por casa 😂); la cuenta de OneDrive donde lo he guardado después, para poder sincronizarlo con el móvil, me estaba fallando y no conseguía pasarlo al ordenador para subirlo 😓… EN FIN, que nada de esto os importará lo más mínimo, pero quería compartir mi frustración ja, ja, ja 😂.

Muchas gracias por la recepción del capítulo anterior, de verdad 😍. Qué feliz me hace que os haya gustado. Como siempre, muchísimas gracias a todos los que dejáis comentario, me hacéis muy muy feliz. Siempre leo los comentarios muy nerviosa por vuestra reacción, pero sois todos maravillosos 😍. Gracias, por supuesto, a todo el que esté leyendo y disfrutando de la historia, deje o no comentario, de verdad 😍.

Permitidme dedicarle este capítulo a Lilianne Ethel Nott, por sus siempre preciosas palabras para esta historia. ¡Gracias, de verdad! 😍😘

Y por último, y ya me callo, no suelo dejar recomendaciones de canciones, porque pienso que es algo muy personal, y hay mil géneros y gustos musicales diferentes, pero la letra de esta me parece bastante Dramione 😅, y me he inspirado en una estrofa del estribillo para adaptarla e incluirla en este capítulo, porque me parecía que encajaba muy bien. Premio para el que la encuentre 😂. De modo que os recomiendo "Honestly" de Kelly Clarkson 😊. En capítulos posteriores quizá incluya alguna más, tengo varias que me han servido de inspiración para la historia 😂.

Y sin más dilación, veamos qué sucede después del inesperado beso de Hogsmeade…


CAPÍTULO 18

Brasas

La oscura y fría mazmorra en la cual se impartía la clase de Pociones estaba atestada de vapores aromáticos de diferentes opacidades y colores. El sonido de una docena de calderos burbujeantes, y diversos instrumentos de metal, se confundía con el fuerte ruido de las voces de los alumnos. La gran mayoría trataban de discernir con ayuda de sus compañeros cuál había sido su error y por qué su preciada poción, que tantos sudores les había provocado, no poseía el color violeta que debería, si no un azul marino, morado, granate, o un verde que dañaba a la vista.

—Si habéis seguido mis instrucciones correctamente —decía el profesor Slughorn, sonriente, bamboleando su prominente barriga de una mesa a otra, mientras examinaba los escasos progresos de sus alumnos—, ahora deberíais remover tres veces en el sentido de las agujas del reloj y vuestra poción se volverá de un rosa palo muy agraciado, con su debido brillo nacarado. Venga, probad.

La clase entera hizo lo que les indicó pero, en la mayoría de los casos, la poción no varió en lo más mínimo, hundiendo aún más en la miseria a su correspondiente creador. En otros casos, lo que ocurrió fue que comenzó a burbujear más intensamente, amenazando con chamuscar las cejas del alumno que hubiese más cerca.

—¡Mierda! —exclamó Ron alarmado, dando un paso atrás cuando su poción comenzó a lanzar chispas azules por doquier.

—¿A ti tampoco te ha salido? —inquirió Harry con voz ronca, tratando de no respirar los apestosos vapores que emanaban de su poción de color morado.

—¿Mi flequillo chamuscado no responde por mí? —se quejó Ron con una mueca, tratando de que, efectivamente, dejase de salir humo de su pelo—. ¿Cómo lo has conseguido, Hermione?

—Pues no lo sé, siguiendo las instrucciones, supongo —dijo la chica, con tono de disculpa, removiendo alegremente su caldero, el cual contenía una poción de color rosa claro con brillo nacarado—. Cosa que vosotros no habéis hecho…

—¡Claro que sí! —protestó Ron, desviando la vista a la pizarra y entrecerrando los ojos para releer las instrucciones a través de los vapores de diversas tonalidades. Guardó silencio durante un instante, sus amigos expectantes—. ¿Eran tres ojos de escarabajo? —terminó preguntando, con un hilo de voz.

—Exacto. Y después dos granos de sopófero —recalcó Hermione, con una débil sonrisa—. ¿Los has echado?

Ron no contestó, y se limitó a mirar su poción chisporroteante con desilusión.

—Mierda —repitió por segunda vez en menos de dos minutos.

—Yo no sé qué he hecho mal ni me interesa —farfulló Harry, cubriéndose la boca con una mano para repeler el hedor—. Solo quiero que deje de oler así…

—Te ayudo —se ofreció Ron, dedicándole una última mirada a su incorregible creación, y agitando la varita para apagar el fuego situado bajo el caldero.

Hermione les sonrió para darles ánimos y continuó atendiendo su exigente poción. Ahora que parecía estar consiguiendo realizarla, se permitió relajarse ligeramente. Era muy agradable ver cómo los vapores ascendían del caldero formando lentas espirales de diferentes formas, pero todas igualmente cautivadoras. De pronto se sintió en paz consigo misma, olvidando por un instante que se encontraba en un aula, solo maravillándose de las siluetas que adoptaban los tenues vapores. Pero algo que vio a través de los efluvios atrajo su mirada.

Los grises ojos de Malfoy dejaron de mirar a Zabini, situado de espaldas a Hermione, y se fijaron en la joven Granger inesperadamente, seguramente como un acto reflejo por haber sentido la mirada de la chica fija en él. Pero solo fue un instante. Apenas un rápido vistazo que Hermione tuvo la gran fortuna de apreciar. Pero después apartó su vista bruscamente, como si no desease en absoluto atraer su atención, y se concentró más de lo que hubiera sido razonable en arreglar su poción, que presentaba un vistoso color púrpura.

Hermione bajó la mirada, de nuevo al caldero que tenía ante ella, dejando caer los párpados con pesadez. Gracias a una fugaz mirada de Draco Malfoy, a pesar de su aparente poca relevancia, la calma que había logrado sentir había vuelto a abandonarla. Y se maldijo enormemente por ello.

De nuevo volvía a evitarla. Al igual que durante toda la semana. Había evitado su mirada, estar a solas, y cualquier contacto con ella, por lejano que fuese. La situación comenzaba a sobrepasarla, y Malfoy no estaba poniendo de su parte para hacer las cosas más sencillas. Sentía que iba a estallar por el amasijo de sentimientos que tenía en su interior… Necesitaba, definitivamente, hablar con él. Aunque realmente era lo último que quería hacer.

Sus labios cosquillearon al recordar el inesperado y furtivo beso que había recibido en aquel callejón de Hogsmeade…

Las horas que siguieron a ese inesperado beso fueron un infierno para la chica. La culpabilidad se aferró a sus entrañas casi inmediatamente después de que el chico se perdiese de vista entre la nieve. Ella se mantuvo en aquel frío callejón durante un largo rato, sentada sobre una de las cajas, intentando tranquilizarse. Intentando coger fuerzas para volver a Las Tres Escobas, para regresar junto a sus amigos. Para enfrentar sus rostros. No podía mirar a Ginny a la cara, ni a Neville ni a Luna. La vergüenza estaba impregnada en cada poro de su piel. Draco Malfoy la había besado. Un enemigo, un criminal, un simpatizante del mago tenebroso más grande de la historia, un muchacho que les martirizaba su existencia desde que lo conocían. Y ella lo había permitido. A espaldas de sus amigos, a espaldas de todo el que le importaba…

Finalmente, la culpabilidad dio paso a una intensa rabia que enfocó directamente contra Malfoy. Ella no tenía la culpa. Todo había sido iniciativa de Malfoy, y, aunque no entendía ni por asomo lo ocurrido, ella no había provocado nada de aquello. Simplemente la había citado para decirle algo. Algo que, finalmente, no le había dicho. Ella no había ido a aquel callejón buscando algo semejante. Ni de lejos. No era culpa suya. No había hecho nada malo.

Se había dado cuenta, finalmente, que la inexplicable atracción que había comenzado a sentir por él desde hacía semanas le impedía sentirse completamente asqueada de lo sucedido. Y eso la hacía sentirse todavía más desdichada. Eso era lo que verdaderamente la avergonzaba. Debería sentirse mucho más indignada y furiosa de lo que realmente se sentía.

Después de mucho rato, se obligó a comprender que no podía contarles nada a sus amigos. A pesar de ansiarlo con todas sus fuerzas. No podía mirar a Ginny a la cara y contarle todo lo que estaba sucediendo con Malfoy. Porque no era… lógico. Hermione no podía explicar de forma coherente lo que estaba sucediendo. Era todo… instintivo. Inverosímil. Espontáneo. Descabellado. Que no seguía raciocinio de ningún tipo.

De modo que volvió a Las Tres Escobas, donde sus amigos la esperaban fielmente con las copas vacías desde hacía rato, intentando controlar su expresión para volverla serena y frustrada por no haber encontrado la balanza que necesitaba en Dervish y Banges. Y, más tarde, en el castillo, se obligó a mirar con normalidad a Harry y Ron, a sonreír y a contar alegremente el frío que habían pasado en el pueblo, y los dulces que habían comprado en las diferentes tiendas. A pesar de la vergüenza que sentía al mirarlos a los ojos. A pesar de que, por dentro, se sentía como una absoluta traidora y mentirosa.

Sabía lo que sus amigos le dirían. Casi podía visualizar sus rostros estupefactos, preocupados e indignados. Porque básicamente, todo lo que le dirían, ella ya lo sabía. Y sabía también lo mucho que se preocuparían por ella. Todos los consejos, planes de protección para ella y asesinatos de Malfoy que planificarían. Y Hermione se dijo que no se sentía preparada para sentirse… juzgada, en la forma en que sabía que la juzgarían. Era evidente y coherente que lo harían. Con toda su buena intención, pero lo harían. Y ella no quería eso. No todavía. Todo era demasiado confuso. Sus propias explicaciones, sus razonamientos, serían demasiado vagos e inconexos.

No podía explicar lo que estaba sucediendo.

Necesitaba hablar con Malfoy. Necesitaba aclarar todo aquello. Y, posiblemente, después podría darles una explicación coherente a sus amigos.

—¡Rediez! —exclamó de pronto Slughorn, repentinamente cerca, arrancándola súbitamente de sus pensamientos. Hermione abrió los ojos de golpe, con el corazón a mil por hora, como si despertase de un sueño inquieto. El profesor había sacado un pañuelo de su bolsillo y trataba de evitar el tufo que desprendía la poción de Harry—. Harry, amigo mío, haz el favor de tirar la poción por el lavabo antes de que nos enfermemos… No te suspenderé, te lo aseguro, pero hazlo ya.

El chico, algo ruborizado, se apresuró a obedecer al profesor. Ron y Seamus le echaron una mano llevando el caldero a la pila de piedra, con una gárgola a modo de grifo, que había en un rincón, mientras ignoraban con entereza las burlas silenciosas que llegaban desde la mesa de los Slytherin. Hermione miró hacia allí con el ceño fruncido y vio que las serpientes se reían con grandes aspavientos a espaldas del profesor. Vio a Zabini, que sonreía mientras Malfoy le susurraba algo. Después ambos rieron en silencio con ganas, tapándose la boca con una mano.

¿Cómo había sido Malfoy capaz de besar a una sangre sucia como ella…?

El timbre que daba fin a la clase la hizo salir de sus pensamientos.

—Bueno, muchachos, se acabó por hoy —dijo Slughorn frotándose las manos con satisfacción, mientras sus alumnos apagaban el fuego de los calderos y comenzaban a recoger y limpiar las mesas—. Es muy probable que os pidan hacer esta poción en vuestros exámenes del ÉXTASIS así que me perdonareis que insista bastante con ella. Los que hayáis conseguido hacer algo decente, dejad un poco de vuestra poción en un botecito encima de mi mesa. ¡Ah! Y traedme para mañana dos pergaminos sobre la realización de esta poción y dónde y por qué os habéis equivocado.

—Venga, vamos —apremió Ron con desgana, colgándose la mochila al hombro y esperando a Harry y Hermione.

—Harry, quédate un momento, por favor —pidió Slughorn con una sonrisa paternal—. Voy a decirte cómo puntuaré tu poción. Y tú también, Thomas.

—Ahora os alcanzo —les dijo Harry a sus amigos con una sonrisa triste. Hermione y Ron le devolvieron la sonrisa, dándole ánimos, y se dispusieron a salir tras sus compañeros, concretamente detrás de Malfoy y Zabini. Hermione miró fijamente a Draco cuando este pasó frente a ella, evitando inconscientemente cualquier disimulo, pero él volvió a esquivar su mirada. Cuando salieron, Ron y Hermione aguardaron junto a la puerta para esperar a Harry mientras el resto de su clase se alejaba en direcciones diferentes pero con un aire general de derrota.

—Merlín, menudo desastre —se quejó Ron, estirando los largos brazos por encima de su cabeza. Su espalda crujió audiblemente—. Espero que le puntúe algo al pobre Harry. He visto cómo la poción de Dean estallaba cuando la ha metido en el frasco, así que Harry merece un "Aceptable", al menos. Yo ya me he resignado a mi "Desastroso".

—Sí, es verdad —dijo Hermione sin tener ni idea de lo que su amigo le estaba hablando. No podía apartar su vista de Draco y Zabini y no pudo evitar fijarse en que ambos se despedían al final del pasillo y tomaban rumbos distintos.

—¿Nos ayudarás con la redacción que ha pedido, Hermione? —pidió Ron con cara de cachorro, ignorando que su amiga no le hacía caso—. Creo que sabes mejor que nosotros en qué nos hemos equivocado, y con…

—Ron —interrumpió Hermione quedando frente a él súbitamente, sobresaltándolo por la seriedad de su voz—, voy un momento a la biblioteca. A por unos libros para los deberes de esta tarde.

—¿Otra vez a la biblioteca? —se alarmó el pelirrojo—. Hermione, a este paso te va a salir más rentable cogerte una almohada y dormir allí…

—¿Puedes esperar a Harry? Os veré en la comida.

—Sí, claro, pero… —no se molestó en acabar la atónita frase pues la chica se había colocado bien su pesada mochila y había salido como alma que lleva el diablo por el pasillo, perdiéndose de vista en un momento entre la multitud de alumnos. Ron suspiró y añadió con pesadez, en voz alta, para sí mismo—: Vamos a tener que llevarla a la Enfermería. Tanta obsesión por el estudio no puede ser sana.

Devolvió su atención al pasillo que lo rodeaba, y a los alumnos que todavía abandonaban la clase, a la espera de Harry, cuando uno de ellos llamó su atención. Theodore Nott salía en ese momento, en solitario, por la puerta del aula, examinando un pergamino que parecía contener las instrucciones de la poción que acababan de intentar reproducir en clase. Al parecer, al muchacho tampoco le había ido muy bien, a juzgar por su mirada agotada y su ceño fruncido, mientras leía sus propios apuntes.

Ron sintió el aguijonazo de la rabia atravesar su pecho. Una idea había estado rondando por su mente desde hacía tiempo, pero no había encontrado el momento de ponerla en práctica. Sinceramente, no se había atrevido a llegar tan lejos. No sin consultarlo con sus amigos, al menos con Harry. Pero ahora, sin que lo esperase, ese momento se había presentado. Y no quiso desaprovechar la oportunidad.

Sin demasiado tiempo para pensarlo detenidamente, pero convencido de lo que iba a hacer, atrajo la atención del muchacho de forma casi impulsiva.

—¡Oye! —llamó, antes de que este se alejase demasiado. Nott detuvo sus pasos y se giró hacia Ron, parpadeando para enfocarlo, bruscamente arrancado de sus pensamientos—. Eres Theodore Nott, ¿verdad? —cuestionó, sin intentar parecer amable. Sabía que lo era, pero no sabía muy bien cómo enfrentar la conversación. Jamás había hablado con aquel chico.

Nott lo miró con cautela, casi calibrándolo. Extrañado ante la mirada de abierto desprecio que el joven pelirrojo le dedicaba. Aunque no demasiado. La animadversión entre los círculos de amistades de ambos era evidente para los dos.

Y, precisamente por eso, pareció lucir desconcertado de que Ron le hablase.

—Sí. Tú eres Weasley, ¿no? —devolvió Nott, girándose para encararlo—. ¿Qué quieres?

—Hablar contigo —espetó Ron con bastante dureza. Nott arqueó una oscura ceja, sin parecer demasiado preocupado.

—Tienes toda mi atención —se limitó a decir con ligera sorna ante su brusco tono, aunque todavía lucía receloso.

Ron frunció los labios, rabioso ante el aire burlón de aquel muchacho. Si ya le caía mal antes, por el hecho de ser un Slytherin, hijo de un mortífago, y amigo de Malfoy, ahora le estaba cayendo peor. Se enderezó, elevando la barbilla. Aumentando todavía más su, ya de por sí, elevada estatura, contraria a su bajo interlocutor. Intentando demostrar una seguridad en sí mismo que no sentía. No estaba acostumbrado a enfrentarse tan abiertamente a nadie, y menos sin la compañía de sus amigos, pero la situación lo requería.

Y él, por Hermione, se enfrentaría a quien hiciese falta.

—Hermione nos ha contado que ahora sois algo así como amigos, ¿es verdad? —espetó sin preliminares, con brusquedad. Enfatizando la palabra "amigos" con todo el desdén que pudo reunir. Nott solo parpadeó. Aunque sus ojos claros brillaron en la penumbra de las mazmorras.

—Si ella ya os lo ha dicho, ¿para qué me lo preguntas a mí? ¿Por qué iba Granger a mentiros? —respondió con simpleza, todavía calibrándolo. Guardó silencio, a la espera de que Weasley continuase. Prefería no hablar demasiado, y menos sin saber a dónde quería llegar su interlocutor. Cuanto menos dijese, menos metería la pata.

—Ya. ¿Y se puede saber por qué de repente os lleváis bien? ¿Qué pretendes con todo esto? —espetó Ron, con brusquedad, sin más preámbulos. Nott estuvo a punto de dejar escapar una sonrisa. Al parecer, a juzgar por su pregunta, Granger no le había contado que todo había comenzado por intentar pararle los pies a Draco con el asunto de Runas Antiguas. Y él no pensaba hacerlo. Cuanta menos gente lo supiese, mejor.

—Bueno, ya sabes. Dos personas se conocen, se dan cuenta de que tienen cosas en común y empiezan a estar a gusto juntas. Por eso nos llevamos bien —recitó, burlón. Pero Ron no parecía divertido en absoluto, y siguió mirándolo, sin intentar disimular su animadversión.

—No te hagas el chulo. No me haces ninguna gracia ¿Qué diablos quieres de ella? —acusó Ron sin vacilar. Antes de que Nott dijese nada, avanzó un paso, apuntándolo con un dedo—: Te lo advierto ahora, no pienso permitir que le hagas daño de ninguna manera. Como te atrevas a…

—Weasley, puedes ahorrarte todo esto —interrumpió Nott, aparentemente inmune a sus palabras. Ya no lucía burlón, sino serio y ligeramente impaciente. Al principio de la conversación, se había inquietado ante el hecho de los Gryffindor estuviesen al corriente de su amistad con Granger. Pero Weasley no era una amenaza. A pesar de que su intención era precisamente amenazarlo—. Granger y yo nos llevamos bien. Eso es todo. No voy a… hacerle nada, ni… yo qué sé —sacudió la cabeza, desganado—. Ella no me interesa de la manera en que tú lo planteas. Puedes quedarte tranquilo.

Las pecas de Ron se volvieron más marcadas cuando su rostro adquirió un ligero tono rosado.

—Yo no he dicho que ella te interese de esa manera. Y, sinceramente, me da igual que lo haga o no. No tienes ninguna posibilidad —añadió, como si estuviese orgulloso de su amiga por ese hecho. Fingiendo nunca haber dudado de ello. Porque, y de eso estaba seguro, Nott no sabía lo contrario. Volvió a señalarlo con el dedo índice—: Aun así, no me fio ni un pelo de ti. Si consigo descubrir que planeas algo contra ella, o que todo esto es cosa de Malfoy, yo…

Nott dio un respingo, frunciendo el ceño con extrañeza.

—¿Qué tiene que ver Malfoy en todo esto? —preguntó, desconcertado y algo molesto.

—Sois amigos —espetó Ron como si eso lo aclarase todo—. Es posible que estés actuando por orden de él… Y si fuese así…

Nott dejó escapar un resoplido, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

—Lo creas o no, he tenido con él una discusión parecida a la que estoy teniendo contigo —admitió secamente, sin mirarlo—. Como tú comprenderás, tampoco le hace especial ilusión esta amistad. Al igual que a ti —se dio la vuelta, dándole la espalda—. Puedes quedarte tranquilo, Weasley; no voy a utilizar a Granger, ni nada parecido que se te haya ocurrido. Te lo garantizo.

Dejándolo con la palabra en la boca, Nott se alejó con rápidas zancadas por el pasillo. Ron se mantuvo quieto, observándolo alejarse, respirando con dificultad y con su pecoso rostro contorsionado de rabia. Sus ojos azules brillaban de rencor. Tragó saliva, sintiéndose ligeramente culpable. A pesar de que no quería ceder en su postura, realmente no le había dado la impresión de que Nott quisiera hacerle nada malo a Hermione. No hubiera sabido decir por qué, solo era la sensación con la cual se había quedado. Y el argumento de que Malfoy también estaba en contra de aquello sonaba coherente. Había parecido sincero. Y eso lo molestó todavía más.

Avergonzado e intranquilo, rezó a Merlín para que Nott no le contase a Hermione lo que acababan de hablar…

—¿Todo bien? —saludó una voz a su espalda. Harry salió en ese momento, y observó a su amigo con extrañeza, pasando su verde mirada de él a la figura que se alejaba por el pasillo, confundiéndose con otros alumnos—. ¿Con quién hablabas? Te escuchaba desde dentro. Parecías enfadado…

—Nadie, no importa. Todo bien —aseguró Ron, intentando recomponerse y no parecer tan alterado. Aunque no fue capaz de sonreír—. Hermione se ha ido a la biblioteca. Dice que vayamos yendo a comer, que ahora nos alcanza.


Hermione corría todo lo rápido que le permitía la pesada mochila llena de libros que cargaba en la espalda, tratando de seguir el mismo camino que había tomado Malfoy y procurando no chocar con la gente que había a su alrededor. Se detuvo con un derrape, casi sin aire, en una encrucijada de pasillos de las mazmorras. Sintió una oleada de pánico al pensar que lo había perdido de vista entre la marea de estudiantes. Por suerte, alcanzó a verlo al final de uno de los pasillos, internándose en el pasadizo oculto que había tras un tapiz. El corazón le latía con mucha fuerza, y no era solo por sus acelerados andares. Retumbaba de anticipación, de preocupación. De emoción.

Hermione corrió hacia allí y apartó el tapiz a toda velocidad, internándose en el pasadizo y bajando rápidamente la empinada y estrecha escalera de caracol, siguiendo el sonido de los amortiguados pasos del rubio. Allí, a diferencia del abarrotado pasillo que había dejado atrás, no había nadie. La mayoría de los alumnos se encontraban en los pisos superiores, en las diferentes clases; allí abajo no había aulas.

—¡Malfoy! —llamó casi sin aliento, cuando vislumbró la espalda del chico unos escalones más abajo. El aludido se detuvo y se giró, sobresaltado. Cuando ella lo alcanzó, y se detuvo en un escalón superior, él la contempló como si fuese una especie de aparición.

—Granger —murmuró mirando alrededor con recelo, como esperando ver un par de orejas pegadas a las paredes del pasadizo, escuchándoles—. ¿Qué crees que haces? ¿Y Potter y Weasley?

—Los he dejado atrás —replicó Hermione apresuradamente, apoyándose en la pared con una mano y tratando de recobrar algo de aire para poder hablar con normalidad. Se llevó la otra mano al costado, el cual le dolía por la breve carrera—. Tenemos que hablar.

Discrepo —se limitó a espetar Draco, con forzada burla, dándose la vuelta y continuando su descenso, como si nada. Hermione contuvo un bufido con todas sus fuerzas ante su perpetua prepotencia y lo siguió, por supuesto.

—Es evidente que tenemos una conversación pendiente —reclamó ella, bajando los escalones tras él, siempre dejando uno o dos de margen. No pensaba tentar el ya de por sí mal humor del chico acercándose más de lo estrictamente necesario—. Haz el favor de no negármelo…

—No pienso hablar de nada contigo en medio de un pasillo, Granger —masculló él con abierto desprecio—. No estoy dispuesto a que me vean contigo.

—¡Me da igual que nos vean! ¡Quiero hablar contigo, y a este paso no voy a conseguirlo jamás! —acusó Hermione, elevando la voz—. No haces más que huir de mí.

—No tengo ningún motivo para huir de ti —negó Malfoy de espaldas a ella, con una imperturbabilidad tal que la desconcertó ligeramente. Él continuó descendiendo, sin darse la vuelta—. Simplemente no tengo nada de que hablar con alguien como tú.

Hermione frunció el ceño, sin dejar de seguirlo. Sus palabras no la habían impresionado lo más mínimo.

Discrepo. Y yo sí quiero hablar contigo. Llevo toda la semana queriendo hablar contigo pero me has estado evitando —reafirmó Hermione, sin poder disimular el malhumor de su voz. Él no dijo nada—. No hemos vuelto a hablar desde… desde que nos vimos en Hogsmeade. Y creo que ahora más que nunca tenemos que aclarar varias cosas.

—Yo no tengo nada que decirte —repitió Draco, articulando mucho las palabras—. Y me importa un bledo lo que tengas que decirme tú.

Habían llegado al final de la escalera y ahora caminaban a través de un estrecho y breve pasillo que, al igual que la escalera, hacía de atajo entre dos pisos para desembocar en un pasillo más amplio. Estaba vacío, iluminado también por un par de antorchas y lámparas de pie que ofrecían una luz anaranjada y mortecina. Hechizados mágicamente, se encendían cuando alguien entraba al pasillo, y eso fue lo que sucedió cuando ambos adolescentes echaron a andar por él.

—Malfoy… —suplicó Hermione, frustrada, acelerando ligeramente el paso y estirándose para alcanzarlo. Alzó una mano, colocándola en el hombro del chico. Él se revolvió al instante, como si le hubiera clavado un puñal. Sacudió el hombro, haciéndola apartar la mano, y se giró, para mirarla con abierta enajenación.

—¡No te atrevas a tocarme, sangre sucia! —exclamó con voz crispada. Ella se paralizó, con la mano aún levantada, ante su súbito arranque de ira. Ese Malfoy se parecía bastante más al que siempre había conocido que al que había interactuado con ella las últimas semanas. Volvía a tratarla como si la odiase. Como si no hubiera pasado nada entre ellos.

Como si no la hubiera besado.

Hermione no bajó la mirada. Lo miró atentamente, estudiándolo con ligera sorpresa. Malfoy parecía dispuesto a darse media vuelta y a seguir caminando, pero algo parecía impedírselo. Parecía estar en un fuerte conflicto consigo mismo. La chica advirtió cómo sus puños se apretaron con fuerza antes de abrir la boca.

—Dime lo que quieras de una puta vez y deja de seguirme —exigió con rudeza.

Hermione siguió evaluándolo con la mirada, sin amedrentarse. ¿Era coherente ese cambio de actitud? ¿Era normal que volviese a tratarla con semejante desprecio, después de haberla besado? ¿Sería una especie de protección ante… algo? ¿Ante qué?

Quizá quería asegurarle con su actitud que nada había cambiado entre ellos, a pesar de lo ocurrido. Cosa que Hermione no necesitaba realmente. Sabía que no había cambiado nada.

Pero necesitaba entenderlo todo.

—¿Qué querías decirme en Hogsmeade? —preguntó la chica, con voz clara, que pareció retumbar excesivamente gracias a la acústica del pasadizo—. Se podría decir que no llegaste a hacerlo.

Draco la contempló unos segundos, mirándola directamente a los ojos. Hermione vio un relampagueo de rabia en ellos. El chico respiró lento durante unos segundos, tomándose su tiempo para contestar, sin apartar sus ojos de los de ella. Parecía estar debatiendo consigo mismo si merecía la pena responder o no.

Se podría decir que no era nada importante. No vi necesario decírtelo, finalmente. Siento haberte hecho perder el tiempo —después de tan mordaces palabras, cargadas de sarcasmo, se dio media vuelta para intentar echar a andar de nuevo. Pero la voz de Hermione volvió a romper el silencio del pasillo. Y a detenerlo.

—¿Y por qué me besaste?

Draco sintió que la saliva se le atascaba en la garganta. No se dio la vuelta. Hubiera dado cualquier cosa por no tener que volver a mirar a Granger a la cara. Se mordió el labio inferior con fuerza. Oh, joder. Sintió odio hacia sí mismo. Especialmente, al notar que el calor se estaba apoderando de su cara. Maldita sea, formaba parte de una de las más antiguas y ricas familias de sangre limpia. Era muy superior a ella. No podía tener miedo de esa sangre sucia…

Ni tampoco podía huir eternamente de ella, a pesar de lo que había hecho. A pesar de lo humillante que resultaba simplemente mirarla a la cara. Mirarla y comprender con pánico que había sucumbido a algo que ella tenía, de forma irremediable. Algo que todavía no alcanzaba a comprender. Pero su obligación moral era enfrentarla, terminar cuanto antes la conversación y largarse. Y no volver a acercarse a ella, jamás. Recuperar su vida, sus pensamientos, sus acciones. El control de su cuerpo y de su mente. Sí, eso debía hacer. Esos eran los pasos a seguir.

Se giró para mirarla, dedicándole su mejor mirada de desprecio. Hermione lo contemplaba de la misma forma que segundos atrás. Atenta y perspicaz. Curiosa. Él volvió a tratar de tragar saliva, de nuevo sin éxito, acumulando más líquido en la atenazada garganta.

—¿Qué razón se te ocurre para que hiciese eso, Granger? —cuestionó él, en voz baja y seria. Demostrándole abiertamente lo poco que le apetecía tener esa conversación. Fingiendo no darle la más mínima importancia—. ¿Qué te estás imaginando que significó? ¿En qué está pensando tu cerebro subdesarrollado?

—Doy por hecho que lo que pretendías era burlarte de mí. Es lo más coherente viniendo de ti —pronunció con seca sinceridad, entrecerrando sus redondos ojos con pesadez. Sin alterarse lo más mínimo ante sus palabras—. Pero no lo has hecho, únicamente te largaste, y después me has estado evitando. Ninguna burla, ni por tu parte ni por parte de otros Slytherins. Nada. Deduzco, por lo tanto, que no se lo has contado. Sigo… sin entender a qué vino aquel beso. Me cuesta creer que te hayas rebajado a tanto por tan poco, sin haber sacado ni una burla a costa mía. ¿Serías tan amable de explicarme qué pretendías exactamente?

Los labios de Draco se fruncieron levemente, y las aletas de su nariz vibraron, cuando inspiró bruscamente, casi con rabia. Hermione esperaba que desviase la mirada con superioridad, o le diese la espalda de nuevo y simplemente se fuese, pero eso no ocurrió. Siguió mirándola fijamente, sin parpadear, con algo en su mirada parecido al… ¿miedo? Como si apenas pudiese soportar mirarla. Sin asimilar del todo ver semejante emoción en sus ojos, ella no se acobardó. Tampoco apartó su mirada. Necesitaba oír de sus labios una razón lógica para haberla besado. Necesitaba aclararlo. Salir de dudas. Que la hiciese despertar y volver a la realidad, pero que terminase de una vez esa incertidumbre…

—¿Qué crees que podía pretender? —cuestionó de nuevo él, esbozando de pronto una media sonrisa burlona. Altiva. Casi divertida.

—Deja de contestarme con otra pregunta —espetó ella tratando de no perder la calma—. Las opciones más evidentes son las más incoherentes, creo que los dos podemos estar de acuerdo en eso. Por eso quiero tu explicación. Quiero la verdad.

Malfoy dejó escapar una carcajada sardónica, mirándola con repentina suficiencia.

—¿Qué verdad te gustaría oír, Granger? Puedo darte la que más te guste con tal de que me dejes en paz de una maldita vez…

Los Slytherins se caracterizaban por la astucia, por ser inteligentes y por utilizar cualquier medio para lograr sus fines. Draco era la viva representación de su Casa en ese momento. No pensaba responder a su pregunta. Principalmente, porque no sabía qué responder. Ninguna respuesta podía ser considerada correcta. Así que iba a salir del paso como fuese, esquivando sus acusaciones. Y reconocía que le estaba gustando cómo la joven iba respirando más profundamente ante cada respuesta de él, frustrada e impotente. Si no hubiera estado tan irritado e intranquilo con la situación, casi la hubiera disfrutado. Granger enfadada era todo un espectáculo pirotécnico.

—Todo refuerza la idea de que no eres capaz de hacer algo así. Es más que evidente —razonó ella, tratando de hablar con la sensatez que su interlocutor no mostraba. Tratando de crear la base para que él terminase de aclarárselo—. Pero lo hiciste. ¿Qué te… pasó exactamente, Malfoy? ¿Por qué harías algo así? No eres estúpido, no das puntada sin hilo, pretendías algo, sacar provecho de alguna manera, y me gustaría saber el qué. No… no sacarías provecho simplemente por besarme, sé que jamás buscarías eso en alguien como yo. Cada vez entiendo mejor cómo funciona tu mundo. Entiendo tu mundo, pero no te entiendo a ti —finalizó apasionadamente. Una parte de su pecho, tembló ante la improbable posibilidad de que él desmintiese esas palabras. Que le dijese que podía sacar algún provecho simplemente por besarla. Y se sintió ligeramente aturdida y avergonzada de tal pensamiento.

Draco se acercó un paso a ella, bajando levemente el rostro para mirarla desde su poderosa altura. Sus ojos seguían brillando con abierta burla, pero algo en su expresión le indicó que no iba a responderle con sarcasmo. Aunque tampoco parecía con la intención de hablar con franqueza.

—Fue un error. Un simple error. No vuelvas a mencionarlo. Te aseguro que no volverá a ocurrir.

Sus palabras apenas rompieron el silencio, pero su voz sonó más seria esa vez. Demostrando que eso sería lo más sincero que sacaría de él. Hermione lo contempló, sin alterar su defensivo y reflexivo rostro. Calibrando semejantes palabras.

—Eso no contesta mi pregunta —terminó diciendo Hermione, viéndose obligada a responder—. E intuyo que no vas a contestar. Ahora mismo no tengo claro si no lo haces porque ni tú mismo sabes por qué lo hiciste, o si lo tienes tan claro que te niegas a decírmelo. Y no sé cuál de las dos opciones me preocupa más.

—Cometí un puto error —repitió Draco, con voz ligeramente más firme y seca. Como si le molestase que esa justificación no fuese suficiente—. Eso es todo. No sacarás nada más de mí, Granger, porque no hay nada más.

Hermione apenas pudo hacer otra cosa que parpadear. Lo miró fijamente, buscando en sus ojos algo que él no estaba dispuesto a darle.

La chica bajó la mirada, al parecer midiendo sus próximas palabras. Como si asimilase con calma lo pronunciado por el chico y valorase qué responder. Como si estuviese tragándose las demás cosas que había querido decirle y que, ahora, ya no tenían sentido. Draco se mantuvo en silencio, expectante, ya sin prisa por dar media vuelta e irse. La contemplaba con fijeza, analizando cada una de sus reacciones. Ella parecía confusa, y molesta, pero no afectada. Se mostraba tan tenaz y fuerte como siempre. Inmune a él. A su abierto rechazo. A su negativa de que ese beso hubiese significado… algo.

—No te creo.

Draco, perdido en su análisis de las expresiones de la chica, creyó que no la había entendido bien. Continuó mirándola, a la espera de que lo repitiese. Ella volvía a mirarlo, y sus ojos mostraban una súbita determinación.

—¿Qué? —la voz de él apenas fue un susurro seco.

—Que no te creo. Malfoy, me has besado. No puedes quitar importancia a algo así. ¿Qué clase de error podría provocar que tú hicieras algo semejante? Hay algo que no me estás diciendo —Hermione sacudió la cabeza, incrédula ante sus propias palabras—. Un error no es una causa, es una consecuencia. Todo esto es… demasiado absurdo. Es irracional. ¿Primero me acusas de darte Amortentia y ahora haces esto? No entiendo a qué estás jugando. Si no querías reírte de mí, ¿por qué me besaste?

Draco se mantuvo quieto, percibiendo cómo un incómodo calor se instalaba en su nuca. Sintió el pecho pesarle como si su esternón fuese de plomo. ¿Cómo podía ser tan jodidamente… lista? Era una sangre sucia, por amor a Merlín. ¿Por qué no se correspondía con lo que siempre le habían dicho de los que eran como ella? ¿Por qué era tan diferente, tan… tan jodidamente atrayente?

—Ya te he dicho lo que hay —logró articular él, retrocediendo un paso. Necesitaba salir de allí. No podía soportar seguir mirando esos ardientes y oscuros ojos durante mucho tiempo más. No tenía claro qué ocurriría si seguía haciéndolo, pero necesitaba dejar de hacerlo—. Le estás dando importancia a algo evidentemente irrisorio. Si quieres creer otra cosa es tu puto problema. Pero a mí déjame al margen. No me inmiscuyas en tus retorcidos asuntos.

—No te atrevas a huir —replicó Hermione, al verlo retroceder. Sus ojos volvían a estar brillantes da rabia y su voz crispada, pero firme. Se aproximó a él hasta quedar frente a frente, alzando la barbilla para encararlo—. Tengo derecho a saberlo. ¿Qué es lo que pretendes con todo esto? ¿Por qué me besaste?

Draco no fue capaz de encontrar ni una idea coherente para decir, de modo que se limitó a mirarla con fijeza.

Odiándola con cada poro de su ser.

¿Tan difícil le resultaba dejarlo así? ¿Olvidar el asunto, olvidar la estúpida equivocación que había cometido? No, para variar, tenía que estar ahí, acorralándolo en un oscuro y desierto pasillo, mirándolo con esos ojos que alumbraban como dos brasas, a dos escasos palmos de distancia…

Ojalá él mismo creyese ciegamente en su propia respuesta. Ojalá él mismo no sintiese que era un puto mentiroso, con todo lo que eso conllevaba. No había mentido al decirle que había sido un error, aunque tampoco tenía la sensación de haber sido sincero. Pero no pensaba contarle nada de lo que pasaba por su cabeza, ni en broma. Ni sobre las súbitas preguntas que de pronto se estaba haciendo, ni sus sospechas ante lo que ocurría, ni sus inmorales pensamientos hacia ella... Ni de las cientos de desconcertantes ideas que habían acudido a su mente en los últimos días. Porque era antinatural, y porque ella no se merecía que se lo contase. Porque no era más que una miserable y vulgar sangre sucia. Porque seguía sin entender lo que estaba sintiendo.

¿Por qué la había besado? ¿Por qué?

Estaban solos, completamente solos en medio de aquel pasillo subterráneo. La luz de las llamas oscilaba en las caras de ambos, creando luces y sombras en sus facciones. Draco la miró fijamente, escrutando su rostro, rodeado por el espeso y encrespado cabello castaño, y su expresión encendida de rabia, de rencor, hacia él. Sus ojos orgullosos clavados en los suyos, la luz de las antorchas titilando en ellos. Demasiada cercanía. Demasiado tentadora. Y a Draco le ardía el cuello.

No podía pensar con claridad. No tenía tiempo de analizar la situación. No tenía tiempo de resistirse.

«No puedo estar pensando en volver a besarla, tiene que ser una broma… No puedo hacer algo semejante, no quiero hacer algo semejante… No hay ningún motivo para que la bese, no puede ser que tenga semejante poder en mí y que no pueda controlarlo…»

Los ojos de Granger seguían clavados en los suyos, fieros, ardientes… Ningún asomo de temor, de vergüenza, o de vacilación.

«¿Estás seguro?», cuestionó de pronto aquella impertinente voz dentro de su mente que lo había enloquecido también en el callejón junto a Cabeza de Puerco.

Los labios de la chica estaban fruncidos, arrugando su barbilla, acompañando su postura indignada y defensiva, esperando todavía una respuesta por parte de él. Tenían más color que el día de Hogsmeade, debido seguramente a la tibia temperatura del ambiente. Solía ser gélida en las mazmorras, pero las antorchas la templaban considerablemente.

«… No», se lamentó para sí mismo, incapaz de mantener la compostura. Cargado de adrenalina, de la seguridad de que iba a meter la pata hasta el fondo, pero fuertemente tentado a hacerlo. No podía seguir esforzándose. Sentía como si estuviera intentando retroceder y encontrara un robusto y alto muro tras él, imposibilitándolo a alejarse lo suficiente.

«¿Que por qué te besé, Granger? Porque no pude contenerme.»

Y ya no pudo pensar más. Demostrando que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, repitió de nuevo la mayor estupidez que había cometido nunca. Cargado de cólera, de angustia, de frustración, todo hacia sí mismo, se inclinó sobre la chica, y pagó con ella todos esos sentimientos. Cerró los ojos con fuerza, y plantó sus labios sobre los suyos, tan rudo que dolió, tan salvaje que la dejó sin aliento. Hermione, esta vez, cerró los ojos por instinto, mientras los calientes labios del chico se deslizaban sobre los suyos, mareándola, devorándola.

Hermione retrocedió con torpes pasos, y, al recordarlo más tarde, no estaba segura si él la había empujado al acercarse tan bruscamente y retrocedió por inercia, o si fue ella la que inconscientemente trató de huir de él. La cuestión fue que la espalda de la chica acabó chocando contra una de las paredes. Quedando aprisionada entre dos muros, el de piedra a su espalda y el pecho de Malfoy ante ella.

En medio del apasionado y surrealista momento, no se le pasó por la cabeza apartarse, o apartarle, más de la milésima de segundo estrictamente necesaria. Tenía que reconocerlo. Tampoco estuvo segura de haberle correspondido, o al menos no fue consciente de ello; apenas pudo hacer otra cosa que intentar respirar. Sentía mucho calor en la cara. Su estómago se retorcía en un doloroso vacío, intentando asimilar lo que estaba sucediendo. Intentando asimilar lo placentero que estaba siendo. Los labios de Draco atrapaban los suyos, en húmedos y enérgicos movimientos, deleitándose en su boca. Y solo ese duro contacto bastaba para tenerla aplastada contra la pared. Había dejado de sentir el suelo bajo sus pies. No sabía dónde estaban las manos del chico. Posiblemente pegadas al muro, a ambos lados de ella. Acorralándola más, si es que eso era posible. Las de ellas estaban muertas, colgando a ambos lados de su cuerpo.

Cuando él la besó en Hogsmeade, no fue tan abrumadoramente consciente de ello. Aquella vez ambos tenían los labios helados, secos e insensibles. Incluso algo entorpecidos. También fue bastante más breve, más inesperado, más desconcertante. Pero ahora, durante largos segundos, fue plenamente consciente de su pesada y caliente respiración contra su rostro, contra su boca, de la humedad de su saliva, de la textura y el sabor de esos finos labios que tantas veces le habían dicho dolorosas palabras…

Y, tan repentino como comenzó, el beso terminó. Malfoy se separó de ella de golpe, dejando los labios de ambos, húmedos, brillando en la semi oscuridad del pasillo. Hermione abrió los ojos como acto reflejo, y se encontró a un agitado Malfoy en la penumbra, con ambas manos a los lados de su cuerpo, apoyando las palmas en la pared a su espalda, tal y como había imaginado. Una ornamentada lámpara de pie se encontraba justo detrás del chico, dejando la parte delantera de su cuerpo en sombras, iluminando su contorno con un halo anaranjado.

Cuando Draco volvió a ver los ojos de Granger, muy abiertos y brillantes, y, al reconocerlos, sintió que el peso de lo que había hecho lo aplastaba contra el suelo.

Mierda.

¿Qué cojones acababa de hacer?

Otra vez…

"Fue un error. Un simple error. No vuelvas a mencionarlo. Te aseguro que no volverá a ocurrir".

Sus propias palabras resonando cruelmente en su embotada mente lo inundaron de pánico. Sintió un repentino vacío en el estómago, como si de pronto abriese los ojos y estuviese al borde de un precipicio, a punto de caerse. Draco sufrió un visible sobresalto de terror y retrocedió de un salto, separando las manos de la pared. Su espalda chocó bruscamente contra la lámpara de hierro, la cual cayó al suelo con un reverberante ruido metálico que resonó por todo el pasillo. Él consiguió mantener el equilibrio y no caer al suelo, a pesar de que notó arder su hombro, allí donde había golpeado el ardiente platillo. Las ardientes y rojas brasas regaron el suelo, apagándose lentamente ante el contacto con la fría piedra, dejando la zona todavía más en penumbra. Malfoy, sin pensarlo, dio media vuelta al instante, sin volver a mirarla, y casi corrió a través del pasillo, perdiéndose de vista en la oscuridad, saliendo por el tapiz al otro lado.

Hermione no se movió de donde estaba. No podía dar ni un paso. Le ardían los labios, le temblaban las piernas, le pesaba el estómago. Su mirada estaba fija en las brasas que regaban el suelo. El fuego se había consumido, pero en su pecho seguía encendida una llama incandescente.

Una llama que Draco Malfoy había prendido.


—Lo sabía, lo sabía, lo sabía… —se quejaba Harry, en voz alta, sin descanso, bajo las abatidas miradas de sus amigos. Ron, Ginny, Hermione y él estaban sentados alrededor de una de las mesas de estudio de su Sala Común. Un ejemplar de El Profeta estaba abierto por una de sus páginas centrales sobre la encerada superficie de color caoba. Su Sala Común estaba casi vacía, siendo rota la soledad de los jóvenes cuando pequeños grupos de alumnos descendían las escaleras que llevaban a los dormitorios y recorrían el lugar en dirección a la entrada del retrato, posiblemente en dirección al Gran Comedor para desayunar.

Harry y Ron habían sido despertados por una alterada y bien despierta Ginny, ya vestida, que había irrumpido en su habitación como un vendaval a una hora muy poco educada para ser sábado. La joven ansiaba mostrarles una interesante noticia que había leído en el periódico El Profeta del día anterior, y que había encontrado abandonado minutos atrás en una mesa de la Sala Común. Mientras les ponía en situación, una somnolienta y despeinada, aunque nerviosa Hermione, apareció en la habitación, vestida también con ropa de calle al no haber clases ese día. Ginny había ido a despertarla a ella antes que a los chicos.

Intentando molestar lo menos posible a Dean, Seamus, y un profundamente dormido Neville, los jóvenes se vistieron también, y bajaron con las chicas a la Sala Común, a debatir dicha noticia.

Al poco, comprendieron y compartieron la importancia que el miembro más joven de la familia Weasley le había dado a la noticia de El Profeta.

—Sabía que Voldemort estaba tramando algo, y ahí está la prueba —continuaba Harry, visiblemente desquiciado, golpeando el periódico rítmicamente con el dedo índice.

—No hay ninguna prueba de que sea Voldemort el que está detrás de esto —replicó Hermione con serenidad, mirando fijamente, sin ver, la página abierta del periódico—. No lo han confirmado todavía. Ni había Marca Tenebrosa en el lugar.

—No lo han confirmado, ni tampoco lo harán —masculló Ginny, meneando la cabeza mientras miraba a su amiga con ambas cejas pelirrojas arqueadas—. Te recuerdo la postura de El Profeta con todo lo que tenga que ver con Quien-Vosotros-Sabéis… A pesar de lo sucedido en el Ministerio, a pesar de que es de dominio público que ha vuelto, prefieren no alarmar de más a la población… Como si pensaran que así nos olvidaremos del tema. Yo estoy con Harry —añadió, con énfasis—. La chica ha desaparecido sin dejar rastro. Y era una alumna de Beauxbatons. Estaba de vacaciones en Inglaterra, y ¡bum! ¡Desaparecida! ¿Cuántas desapariciones como esas hay habitualmente?

—No es extraño que la gente desaparezca —razonó Hermione—. Es horrible, pero no es nada inusual…

—Quizá en el mundo muggle sea habitual, pero no en el mundo mágico —replicó Ron, quien lucía ligeramente amedrentado ante la noticia de El Profeta. Tenía frente a sí la sección de Quidditch y jugueteaba a enrollar la esquina de la página con su dedo, casi sin darse cuenta, manchándoselo de tinta—. Hay muchas opciones mágicas diferentes para encontrar a un mago o a una bruja. Las desapariciones siempre son algo preocupante. Suelen causar mucho revuelo.

—¿Lo veis? Está claro —corroboró Harry con el rostro contraído, recostándose en el asiento con brusquedad.

—¿Pero con qué fin? —protestó Hermione, impasible, pero comenzando a morderse las uñas mientras hablaba—. Incluso puede que haya sido un ataque suelto, sin ninguna intención concreta, por parte de algunos mortífagos. Puede que Voldemort en persona no esté detrás. Ni que sea parte de ningún plan.

—No actuarán a espaldas de Voldemort, y menos con el poder que tiene ahora —replicó Harry, componiendo una mueca, cansado de la incredulidad de su amiga—. Si lo que decís es verdad, y las desapariciones en el mundo mágico son inusuales, no se arriesgarían a algo así, sabiendo que lo sacarían en los periódicos. Podrían provocar que toda la comunidad mágica empiece a sospechar que Él está detrás, a pesar de los esfuerzos de El Profeta por taparlo. Los mortífagos no cometerían un error así, saben que les costaría la vida. Voldemort tiene que estar detrás. Estoy seguro de que han secuestrado a esta chica por algún motivo, y debe ser un motivo tan importante que no le importa incluso que la gente empiece a sospechar de él. Está jugando con nosotros. Juega con la incredulidad de algunas personas y con la cobardía del Ministerio.

—No me parece una prueba concluyente de que esté planeando algo, pero yo también creo que es obvio que es el responsable de esto —coincidió Ginny, asintiendo levemente con la cabeza. Suspiró profundamente, componiendo una expresión apesadumbrada—. Han secuestrado a una chica, una estudiante… ¿Para qué podría quererla?

—¿Y si simplemente ha desaparecido en medio de un desastre natural, o algo así? —insistió Hermione, con énfasis. Harry le dirigió una mirada cargada de pesadez.

—Estaba con sus amigos en un albergue. Y de pronto desapareció durante la noche.

Ron compuso una mueca de conformidad.

—Es raro. Y además no es la primera vez que los mortífagos se dejan ver últimamente. Todo empezó con la noticia de que intentaron atacar a esa vieja ministra de magia. Lo que salió en El Quisquilloso...

—Pero esta chica no parece ser nadie relevante —apuntó Ginny, acercándose el periódico, arrastrándolo por la pulida superficie—, ni tiene familiares influyentes ni nada por el estilo… Simplemente era una joven bruja francesa que estaba aquí de vacaciones con sus amigos.

—Exacto, ¡y por eso no tiene ningún sentido que la secuestren! ¿Cuál es su intención? ¿Qué se proponen? —saltó Harry, revolviéndose el, ya de por sí, despeinado cabello azabache.

Chasqueó la lengua, frustrado. Se puso en pie y se alejó ligeramente de sus amigos, con las manos en la espalda, reflexionando. Hacía tiempo que no lo veían tan alterado. Los demás intercambiaron una mirada cómplice, cargada de amargura y comprensión. Podían entender la frustración de Harry, y la compartían. Su frustración por estar en medio de una guerra fría. Harry era una persona impulsiva, que no duda en lanzarse de cabeza a una jaula de lobos si sabía que así solucionaría el problema. Pero no sabía a qué jaula lanzarse, y eso lo enloquecía. Lord Voldemort estaba dando pequeñas puntadas, puntadas que sólo él entendía, quizá parte de un elaborado plan, quizá solo para despistar, y ellos no podían anticiparse a él. Y menos desde el castillo, lejos del mundo exterior.

—Quizá haya alguna conexión —suspiró Hermione, cediendo con tristeza ante la frustración de Harry, y decidida a tomárselo enserio. Estiró una mano y alcanzó el periódico que estaba ahora delante de Ginny—. La desaparición ha sido cerca de Warminster, y el ataque a la ministra… ¿Os acordáis dónde fue?

—No —admitió Ron, echando un vago vistazo alrededor, a las otras mesas de la Sala Común—. Me imagino que aquí, en Londres, pero no me acuerdo. Y no creo que encuentres ejemplares de El Quisquilloso por aquí…

—Entonces iré a buscar a Luna —sentenció Hermione, cogiendo el periódico y poniéndoselo bajo la axila izquierda—. Seguro que podrá prestármelo.

—A estas horas suele estar en la Lechucería —informó Ginny—. Le gusta madrugar para darles de comer.

—Genial, pues la buscaré allí. Y después iré a la biblioteca, allí se guardan todos los ejemplares antiguos de El Profeta. Quizá haya habido más desapariciones como esta, que no ocupan las primeras planas, y las hemos pasado por alto. Voy a buscarlos y a investigar un poco. Voy a por la mochila.

—De acuerdo… —repuso Ron con algo de vacilación, al verla ponerse en pie—. ¿Pero no quieres que te ayudem…?

Sin siquiera escuchar su ofrecimiento, Hermione salió como un vendaval en dirección a las escaleras que conducían a su dormitorio. Ginny sacudió la cabeza.

—Seguramente la molestaríamos más que ayudarla —opinó con una media sonrisa—. Es más organizada que nosotros, si hay algo que descubrir al respecto, lo hará.

Pero de pronto Ron miró a su hermana con un repentino rictus de asombro que la descolocó.

—¿A dicho que luego va a ir a la biblioteca? ¿Es que no va a venir a desayunar? —exclamó, como si semejante idea fuese alarmante. Ginny, tras asimilar sus palabras con confusión, dejó escapar una sonora carcajada.

—Por cierto, chicos —comentó Harry de pronto, volviendo a ellos, y sacando un pergamino arrugado del bolsillo de su sudadera—, casi lo olvido. He escrito a Remus y… —bajó la voz y miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba—, me he citado con él para vernos en la chimenea de la Sala Común. Me avisará cuando tenga tiempo y sea seguro. Ahora cuando baje se lo diré a Hermione...

—Es una buena idea —alabó Ginny con admiración—. Así nos enteraremos de primera mano de lo que está pasando ahí fuera. La Orden del Fénix tiene que saberlo con seguridad.

—¿No será peligroso? —murmuró Ron.

—No lo creo. Solo Umbridge detectó a Sirius en su día, pero ella ya no está… Podemos volver a hacerlo. Necesito hablar con él. No me fío de la versión de El Profeta —dijo Harry, con la vista fija en la mesa y los puños apretados—. Quizá están pasando cosas graves ahí fuera y nosotros estamos sin saber nada.


Hermione recorría los pasillos del castillo a buen paso, con El Profeta que Ginny había encontrado firmemente sujeto bajo el brazo, y la mochila colgada de un hombro, en dirección a la Lechucería. No se cruzó con demasiada gente, pues la mayoría de las personas aún estaban dormidas o desayunando. Los alumnos de Hogwarts, por lo general, no solían levantarse a las nueve y media de la mañana los sábados.

Por primera vez en días, se sentía ligeramente más liviana. Era gratificante tener por fin algo que hacer, algo en lo que centrarse, algo que requiriese toda su concentración. La investigación que iba a comenzar para averiguar los planes de los mortífagos era justo lo que necesitaba. Así podría alejar sus pensamientos de Malfoy, para variar; cosa que no había logrado en los últimos días. Cualquier cosa que la hiciera olvidarse de él, por un rato al menos, era bienvenida.

No podía quitarse a Malfoy de la cabeza. Constantemente se sorprendía a sí misma con la mirada perdida, contemplando el vacío, pensando en él. A veces, simplemente, dibujando su apariencia física en su mente. Durante las clases, luchaba contra sí misma para no mirarlo, para no darle importancia a su presencia, para olvidarse de que estaba allí. Pero constantemente, cuando bajaba la guardia, se sorprendía dirigiendo los ojos hacia él, como un imán que no pudiese controlar. Pero él nunca la miraba.

Aún le costaba creer lo que había pasado. Parecía un sueño, una alucinación. Pero no lo era. Era terriblemente real. Lo sabía, porque las piernas se le volvían inestables al recordarlo.

Malfoy la había besado.

Dos veces.

Y, por si el primer beso no había sido suficientemente desconcertante, el segundo había terminado con cualquier rastro de raciocinio y lógica que pudiera haberle encontrado a la situación. No se lo quitaba de la mente, se sentía mareada cada vez que lo recordaba. Y lo más frustrante era lo que la hacían sentir esos recuerdos: una miseria total. Aunque sabía que no se merecía sentirse así, no podía evitar sentirse utilizada. Humillada. Había dejado que Malfoy la besara, sin hacer nada para remediarlo. Había permitido a Malfoy apropiarse de su primer beso. Y también del segundo. A él, de entre todas las personas. La persona que menos podía quererla en el mundo, la persona que menos lo merecía, era el propietario de algo tan puro para ella como lo era un beso.

El primero la había tomado por sorpresa. Es decir, había intuido que algo iba a suceder, pero, ¿cómo imaginarse realmente algo así? En parte era comprensible que no se hubiese defendido; nadie podía juzgarla, no se lo había esperado. ¿Cómo reaccionar a tiempo ante algo así? Pero el segundo había sido distinto. Ella, aunque desease negarlo con todas sus fuerzas, había adivinado qué era lo que iba a ocurrir. Los ojos de Malfoy se lo habían dicho. Pero no se había alejado. No había hecho nada para impedir su beso.

«Podría haberlo apartado si hubiese querido, pero no lo hice», había pensado una y otra vez, descorazonada y avergonzada.

Pero había algo incluso peor. Lo que verdaderamente hacía que sintiese asco de sí misma, y la hacía querer enterrar la cabeza en la maceta de una Mandrágora, era cuando se sorprendía a sí misma dejando volar la imaginación, creando escenas en las cuales Malfoy y ella se encontraban a solas en alguna parte, normalmente en pasillos parecidos al del segundo beso, y él la besaba en la oscuridad durante horas, de la misma manera apasionada que en el pasillo de las mazmorras, con la diferencia de que, en su imaginación, las manos de él estaban recorriendo su cuerpo, y…

Y entonces se daba cuenta de lo ridículo que era lo estaba imaginando y se sentía tan frustrada y tan furiosa con su propio subconsciente que quería gritar hasta explotar.

Y así iba pasando la semana, afortunadamente disimulando lo suficientemente bien como para que sus amigos no sospechasen nada. Si, tras el primer beso, había dudado en contarles algo o no, tras el segundo lo descartó totalmente. Ahora que no podía razonarlo de ninguna manera, ni plantear la situación con una mínima lógica. Ahora no sentía que Malfoy la había besado.

Ahora sentía que se había besado con Malfoy. Lo cual era totalmente diferente.

Y no era capaz de enfrentarse a sus amigos y contarles algo semejante. Tenía que hacerlo, pero no podía. De ninguna manera.

Sintiéndose tan apática por sus pensamientos que podría llorar, bajó los escalones de la amplia escalera principal con agilidad, intentando así dejar de pensar, adelantando a algunos alumnos que se dirigían al Gran Comedor. Torció a la derecha, y cruzó una puerta que la llevaría por un pasillo que conducía a la zona Oeste de los terrenos, y a la Torre de la Lechucería. Para llegar a su destino, tenía que cruzar el Patio de Transformaciones, lugar al que llegó tras cruzar el pasillo. El lugar le pareció poco concurrido a simple vista, pero sí alcanzó a escuchar alguna voz en medio de la quietud del lugar. El viento era frío a esas horas de la mañana, y la joven se ajustó el cuello alto del jersey antes de echar a andar por el claustro, en dirección a la puerta que salía hacia los terrenos que rodeaban la Lechucería. Ni se le había ocurrido coger algo de abrigo. Pero no se demoraría demasiado. Hablaría con Luna, le pediría el periódico que necesitaba para cuando pudiese dárselo, y volvería a la calidez del castillo.

Sin embargo, el sonido de unas voces aumentando de volumen gradualmente le confirmó que no estaba sola en el lugar.

Y, al doblar la esquina, lamentó profundamente ese hecho.

—¡Eh, tíos, mirad quién está aquí! —exclamó Blaise Zabini, desde el banco de piedra en el cual estaba sentado, rodeado por otros compañeros de Slytherin—. ¡Qué madrugadora, sangre sucia!

El resto del grupo lo constaban Crabbe y Goyle, como no podía ser de otra manera, y dos muchachos del equipo de Quidditch llamados Bletchley y Warrington. Malfoy, como comprobó Hermione tras un preocupado vistazo, no se encontraba con ellos. Pero, gracias a esa rápida ojeada, creyó descubrir la razón de la presencia de los muchachos allí: algunas protecciones de Quidditch y una Quaffle se encontraban cerca de ellos, apoyados contra el muro, desvelando que probablemente habían madrugado para ir a entrenar al campo. Y Zabini posiblemente sería un espectador, dado que era el único que no pertenecía al equipo.

—Oh, déjame en paz —masculló la chica, irritada, intentando pasar de largo. Sin embargo, dos de los Slytherins, concretamente Bletchley y Crabbe, se levantaron del banco y le cerraron el paso.

—Vamos, Granger, solo queremos hacer negocios contigo —aseguró Zabini, sin poder contener la risa, todavía sentado, extendiendo ambos brazos con sorna—. A ver qué te parece: tú nos haces los deberes del fin de semana y nosotros a cambio no te insultamos durante… ¿Qué decís, chicos? ¿Diez minutos? —el resto corroboraron con guasa—. Pues eso, diez minutos ¿Qué te parece el trato? Es justo, ¿no?

—¡Déjate de tonterías! ¡Dejadme pasar! —exclamó Hermione, tratando de apartar a Bletchley sin éxito. Él se apartó con exagerada cara de asco, como si el contacto con ella lo repugnase, mirando a sus compañeros con burla. El resto rieron sonoramente.

—No dejes que te toque tío, o te volverás sucio como ella… —se burló Warrington, también riendo—. A saber qué enfermedades tienen esos muggles… Siempre he dicho que Pomfrey debería hacerles un examen cuando llegan al castillo…

—¡Cállate! —le espetó Hermione, girándose hacia él, con el rostro de un rojo brillante y mirada igual de encendida—. ¡O te juro que te pondré orejas de elfo con un hechizo!

—¡Eso habrá que verlo! —exclamó Bletchley, triunfante, volviendo a acercarse sin que ella se diera cuenta, por su espalda, y tirando de su mochila para arrebatársela. Hermione jadeó por la impresión y se llevó automáticamente las manos a los hombros, pero fue tarde. El chico le arrebató la mochila y la alzó con orgullo, mostrándosela a los demás como si fuera un trofeo. Todos rieron con ganas.

La chica sintió una oleada de rabia heladora. Dentro estaba su varita.

—¡Devuélvemela! —articuló Hermione, furibunda, estirándose hacia él— ¡Devuélvemela ahora mismo, pedazo de imbécil inmaduro!

—¡Píllala, Crabbe, imbécil inmaduro! —gritó Bletchley, con abierta burla, lanzándole a su compañero la mochila por los aires mientras todos reían. El grueso joven la cogió al vuelo con una sonrisa llena de maldad—. ¡Joder, cómo pesa! ¿Has matado a alguien e ibas a enterrarlo, Granger? ¡Ahora entiendo por qué tenías tanta prisa!

—¡He dicho que me la devolváis! —aulló Hermione, acercándose a Crabbe lo más amenazante que pudo, aunque sabía que no tendría sentido: el moreno casi había alcanzado el tamaño y la corpulencia de un oso adulto—. ¡Soy Prefecta! ¡Os ordeno que me la devolváis! ¡10 puntos menos para Slytherin! —exclamó, en un arranque de ira.

Crabbe dejó de reír al instante, y la fulminó con sus pequeños ojos oscuros. El resto rieron de forma peligrosa, mirándose de forma cómplice.

—No te atrevas a quitarnos puntos, Granger —espetó Goyle, arrebatándole la mochila a Crabbe de un tirón—. O haremos que te arrepientas…

—No os atreváis a amenazarme o volveré a quitaros otros diez —replicó ella, sin vacilar.

—¡Eh! Mirad quién viene por ahí al fin —exclamó de pronto Warrington, recuperando la sonrisa—. Ahora sí que esto se pone divertido… ¡Te ha salido competencia, Prefecta Granger! ¡Eh, Draco! ¡Ven aquí, corre! ¡Draco!

Hermione sintió que se quedaba sin aire. Casi por inercia, se dio la vuelta girando sobre sus talones, junto con el resto de Slytherins. Tenía el corazón en un puño. En efecto, Malfoy acababa de doblar la esquina y ahora recorría el claustro en dirección a ellos. Sus grises ojos vagaban por la escena rápidamente, pero sin dejar que ninguna emoción que no fuese una levísima sorpresa cruzase su rostro. Tal y como Hermione apreció, no la miró directamente, aunque era indudable que la había visto. Pero no se encontró con sus ojos. Draco redujo la velocidad de sus pasos imperceptiblemente mientras se acercaba, como si no desease llegar allí nunca. Llevaba unas protecciones de Quidditch para los antebrazos en las manos.

—La sangre sucia nos acaba de quitar diez puntos, Draco —lo puso al día Zabini, burlón, cruzándose de brazos con ironía. Era el único que seguía sentado en el banco. Malfoy, quedándose en pie a pocos pasos del grupo, se limitó a elevar una rubia ceja.

—¿Por qué? —cuestionó con tono desapasionado. Goyle sonrió grotescamente y agitó en el aire la mochila de la chica. El sol del amanecer hizo centellear las hebillas metálicas.

Tonterías —replicó Warrington, mordaz.

—¿Por qué no le quitas algunos puntos a ella también? —propuso Crabbe, rencoroso, mirándola con malicia.

—Un Prefecto no puede quitarle puntos a otro Prefecto —replicó Draco al instante, clavando de pronto su gris mirada en ella. Hermione sintió un vacío en el pecho, como si se hubiera saltado un escalón bajando las escaleras. Asustada casi al percibir lo familiar que se le hacía su gélida mirada. Aun así, se la sostuvo con vehemencia, decidida a que no la viese flaquear. Hacía días que no se miraban a los ojos. No lo habían hecho desde aquel segundo beso en el desierto pasadizo de las mazmorras…

—Pues vaya mierda… ¿Qué hacemos con sus cosas? ¿Las tiramos al lago? —insistió Warrington, al parecer muy animado con la idea.

—¡Devolvédmela! —gritó Hermione de nuevo, apartando su atención de Malfoy y fulminando a Goyle con una peligrosa mirada—. U os quitaré cincuenta puntos, os lo advierto. No me temblará el pulso para hacerlo.

Sin poder evitarlo, sus ojos se movieron para clavarse en los de Malfoy de nuevo. Obligándose a mirarlo a la defensiva, retándolo a decir algo en contra. Éste seguía mirándola, y no parecía que hubiera dejado de hacerlo. Estaba inmóvil a unos pocos pasos de ella, y parecía incapaz de articular palabra. No parecía estar pensando en intervenir de ninguna manera.

—No te atreverás, Granger —masculló Zabini, satisfecho—. Hagas lo que hagas te quedarás sin mochila.

—No seáis tan infantiles —farfulló la chica, tragando saliva con dificultad, pero cuidándose de no mostrar ni un ápice de vacilación. Quizá se quedase sin mochila, pero ellos se quedarían sin puntos, eso lo tenía muy claro.

—Venga, Draco, tú tienes imaginación. ¿Qué hacemos con esta porquería de la sangre sucia? —replicó Goyle, volviendo a agitarla en el aire bruscamente. Hermione rezó estúpidamente para que el frasco de tinta que había en el interior aguantase los envites.

—¿La quieres, Draco? —propuso Zabini, riendo—. Puedes regalársela a Pansy, ¿qué me dices? Pero las redacciones que hay dentro las repartimos, ¿eh? Todos merecemos algún Extraordinario…

De nuevo todos volvieron a carcajearse. Hermione apretaba los puños con fuerza, frustrada al sentirse tan indefensa sin su varita. Ser Prefecta no imponía ninguna autoridad con esos imbéciles. De nuevo volvió a mirar a Malfoy, intentando disimular su expectación. A pesar de la rabia que la invadía, a pesar de su acelerado pulso, no pudo evitar sentir una ligera punzada de curiosidad.

¿Malfoy sería capaz de hacer… algo? ¿De verdad no iba a parar aquello después de… haberla besado de esa manera?

Ponerse de parte de ella en ese momento era, simplemente, impensable. Un estupidez que seguramente ni se estaría planteando. Y ella lo sabía. Pero aun así, a pesar de todo eso, en el pecho de Hermione temblaba una ligera, y posiblemente estúpida e infantil esperanza…

Malfoy no iba a ser capaz de unirse a ellos en su contra. No después de haberla besado, no después de darle un beso semejante…

"Fue un error. Un simple error. No vuelvas a mencionarlo. Te aseguro que no volverá a ocurrir."

¿Habría alguna posibilidad de que la defendiese? ¿Se lo estaría planteando siquiera?

—Pansy jamás aceptaría una baratija semejante —sentenció Draco de pronto, arrastrando las sílabas, esbozando una cruel sonrisa. Echó a andar mientras hablaba, para sentarse en el banco con Zabini, en un elegante gesto—. Y el resto me echarían de la Sala Común si meto algo tan apestoso dentro. Quitar el olor a sangre sucia es imposible. Aunque quizá me dé tiempo de alcanzar la chimenea y darle buen uso allí… Hace fresco estos días.

"Quitar el olor a sangre sucia es imposible".

Miró a Hermione a los ojos al decirlo. Con unos ojos que refulgieron malas intenciones. Y ella, sin poder evitarlo, comprendió con doloroso desaliento que hacía alusión a su beso. No tuvo ninguna duda de ello, a pesar de lo ambiguo de la frase. El resto no lo captarían, pero ella sí lo hizo. Sus ojos se lo dijeron. Entendía al muchacho con solo mirarlo. Malfoy no se había podido quitar el "olor" a sangre sucia después de besarla. Pasara lo que pasara, a pesar de haberla besado, seguía siendo una sangre sucia.

Los Slytherins berrearon de risa, pero Hermione escuchó esas risas como si vinieran de muy lejos. Como si ella estuviera en el fondo de un agujero. Sintió un zumbido en sus oídos, y sus mandíbulas se apretaron sin quererlo.

Sintió el aguijón de la decepción en su pecho, un sentimiento que nunca había experimentado hacia Draco Malfoy. Lo cual la hizo sentir, si es que cabe, peor. Completamente humillada.

Draco la miraba con manifestado asco y abierta superioridad, de la misma manera que lo había hecho todos aquellos años. Inmune a lo que acababa de decirle, a la tremenda crueldad de sus palabras. Como si nunca le hubiera dado un beso que le hiciera flaquear las piernas. Como si nunca hubiera sucedido nada entre ellos.

«Soy una idiota…», se lamentó, desalentada.

—¡Mírala! ¡Pero si se ha quedado blanca y todo! —rio Warrington, echando la cabeza hacia atrás para carcajearse—. ¿Ahora qué, Granger? ¿Vas a seguir quitándonos puntos?

«Una completa y absoluta idiota…».

Hermione no quería oír nada más. Se negaba a permanecer allí. Negó con la cabeza mirando a Malfoy, luchando con toda su fuerza de voluntad por devolverle la misma mirada que él acababa de dirigirle. Una mirada de desprecio absoluto.

—Estáis castigados —pronunció la chica con serenidad, su voz haciéndose oír por encima de las risas residuales del grupo de jóvenes—. Todos. Hablaré con el jefe de vuestra Casa y él os impondrá el castigo.

Las risas se interrumpieron casi instantáneamente. Todos la contemplaron con similares expresiones de desconcierto, quizá preguntándose si estaba en posición de hacer algo así. Y vaya que lo estaba. Sin esperar ninguna reacción por parte de ellos, Hermione se acercó a Goyle en dos zancadas y le arrebató su mochila; él estaba demasiado ocupado asimilando que estaba castigado como para resistirse.

Después, Hermione echó a andar enérgicamente, apartando de un dificultoso empujón a Crabbe y Bletchley, y recogiendo por el camino el ejemplar de El Profeta que había dejado caer al suelo en medio de la discusión. Las risas de los Slytherin y las duras palabras de Malfoy resonaban en sus oídos mientras se alejaba de allí todo lo rápido que podía, aunque había dejado un denso silencio tras ella. Se dirigió a la puerta por la cual había llegado allí, de vuelta al interior del castillo.

Malfoy giró la cabeza para ver cómo se alejaba por el claustro, siguiéndola con la mirada. Instantes atrás, había sentido un júbilo absoluto; júbilo por haber sido capaz de insultarla y despreciarla como siempre, y haber disfrutado con ello gracias a las estimulantes risas de sus compañeros. Hacía mucho tiempo que no lo lograba, y el haberlo conseguido lo enorgullecía sobremanera. Se sintió enérgico, poderoso, dueño de la situación. Se sintió él mismo de nuevo, por primera vez en mucho tiempo.

Pero todo eso se había esfumado gracias a la mirada que ella le había dirigido. Una mirada de… asco. Y de decepción oculta. Ahora que ella se había ido, lo único que le quedaba era la sensación de que una Bludger había impactado contra su pecho.

El castigo le importaba una mierda. Apenas había escuchado la sentencia. La expresión decepcionada de Granger había eclipsado todo lo demás.


Hermione abrió de golpe la puerta del desierto baño de las chicas del segundo piso y se adentró casi corriendo en la estancia. Abrió rápidamente uno de los cubículos y se metió en él, cerrando la puerta tras de sí. Se sentó en la taza del váter y dejó la mochila en el suelo de baldosas. También, en el regazo, el periódico que había llevado todo el rato bajo el brazo. Jadeaba de forma temblorosa. Necesitaba tranquilizarse, no podía ir a ver a Luna en ese estado.

Temblando, se agachó y examinó el contenido de su mochila. No se había roto nada; todo seguía en su sitio, quizá algo más desordenado. Un par de ardientes lágrimas escaparon entre sus pestañas y cayeron sobre la superficie de tela de la mochila, oscureciendo la zona que mojaron. Se secó las pestañas y las mejillas con la palma de la mano y apartó el periódico a un lado para evitar que se mojase. Decidió meterlo dentro de la mochila.

«¿Por qué estoy llorando?»

Malfoy la había insultado infinidad de veces durante los años que hacía que lo conocía, y nunca había llorado por ello. Nunca nada de lo que le había dicho le había afectado tanto como lo hacía ahora. Ahora todo lo que tenía que ver con él le afectaba muchísimo más. ¿Se estaba volviendo débil? ¿Por qué últimamente Malfoy siempre conseguía hacerla llorar?

«¿Por qué siempre acabo llorando por él? ¿Por qué tiene ese poder sobre mí, por qué se lo permito?»

Nuevas lágrimas la traicionaron y resbalaron por su rostro, mojando sus labios y su falda. Su rostro se contrajo intentando controlarlas, mientras los sollozos silenciosos hacían convulsionar su pecho. Los labios se le fruncían por los gemidos contenidos. Sentía que le iba a estallar la garganta.

"Quitar el olor a sangre sucia es imposible".

«Soy una idiota, he sido una idiota por ver en ti cosas que no había, por llegar a pensar que eras algo que no eras…».

Trató de tomar aliento, pero salió un gemido desesperado al exhalar el aire. En la soledad del baño, se dejó llevar unos segundos. Lo necesitaba. Sus hipidos le cortaban la respiración. Se sorbió la nariz con fuerza y dejó escapar un sollozo ahogado, tosiendo ligeramente y boqueando por aire.

«He permitido que me beses, he permitido a alguien tan rastrero como tú besarme, no me lo perdonaré jamás…»

Tras un par de segundos de desahogo, se secó las lágrimas con firmeza, respirando con profundidad para calmarse cuanto antes.

—¡Estás llorando! —saludó una deprimente voz sobre ella.

Casi sufrió un infarto. La joven Gryffindor alzó de golpe la vista anegada de lágrimas, parpadeando para eliminarlas, y distinguió al fantasma de Myrtle la Llorona flotando sobre su cabeza, con el labio inferior alzado en una mueca angustiada en su rostro transparente. Aún así, parecía encantada al ver llorar a alguien más en aquel baño.

—¿Por qué lloras? ¿Es que también te han tirado champú a la cara? —preguntó la fantasma en un hilo de voz, emitiendo después un agudo sollozo y haciendo un puchero—. A mí sí. Hace un rato, en el baño de Prefectos. Son unos bestias —sus ojos se llenaron de lágrimas tras las fantasmales gafas—. Aunque también lloro a menudo por mi muerte ¿Por qué estás llorando tú?

Hermione bajó de nuevo el rostro, más tranquila al ver que solo se trataba de Myrtle. Se limitó a negar con la cabeza, incapaz de hablar. Aún no podía controlar sus temblores y tampoco, del todo, sus lágrimas. Aunque el susto que Myrtle le había dado al aparecer había logrado hacerlas más manejables, menos desesperadas. La había tranquilizado de puro sobresalto. Ya no sollozaba. Pero seguía sintiéndose apesadumbrada, dolida. Decepcionada.

"Ya te he dicho lo que hay. Si quieres creer otra cosa es tu puto problema. Pero a mí déjame al margen. No me inmiscuyas en tus retorcidos asuntos."

"Quitar el olor a sangre sucia es imposible".

—I… idiota —farfulló Hermione, con los dientes apretados de rabia, mientras Myrtle la contemplaba con igual desesperanza, sufriendo por sus fantasmales problemas—. E…estúpido…, des… desgraciado…

«Te odio, te odio, te odio, Draco Malfoy», pensó Hermione amargamente, como si él pudiese oírla. «Y tú también me odias. Maldito seas, si me odias, que lo haces, al menos hazlo honestamente.»


El domingo por la tarde, la amplia biblioteca de Hogwarts estaba atestada de alumnos de todos los cursos y Casas que intentaban hacer a toda prisa, y a última hora, los deberes que les habían mandado para el fin de semana. Hermione también se encontraba allí, pero su caso era muy distinto. Ella había acudido a la biblioteca, al igual que el día anterior, para investigar números antiguos de El Profeta, intentado encontrar alguna relación entre los pueblos y las personas que habían sido atacados de forma misteriosa en los últimos meses. Aunque aún no había logrado establecer ningún patrón.

El ataque a la antigua ministra de magia y la desaparición de la joven de Beauxbatons activaron una alerta en su cerebro. No se lo había planteado, pero quizá hubiese pasado por alto más noticias que no ocupasen la primera plana, y que en realidad hablasen indirectamente de Voldemort. A pesar de leer El Profeta todos los días minuciosamente, no perdía nada por volver a repasarlos, ahora con la mente más abierta ante lo que tenía que buscar. Luna, eficiente y amable, le había prestado también los números de los últimos meses de El Quisquilloso; y había tenido la discreción de no preguntarle para qué. Solo le había dicho que tuviera cuidado con los Blibbers maravillosos, que podían sentirse atraídos con el llamativo color turquesa de la edición de enero de El Quisquilloso. Hermione no sabía qué diantres era un Blibber maravilloso, y tampoco se molestó en preguntar.

Se encontraba de pie ante una estantería, en la solitaria sección de viejos periódicos, dejando en la repisa varios de los ejemplares que había cogido, separándolos del resto, cuando oyó pasos cerca de ella. Sin embargo, no volvió la cabeza. Para su propia consternación, se dio cuenta de que era capaz de adivinar quién poseía esos andares.

Lo cual la preocupó considerablemente.

—Sangre sucia —saludó con burla una voz masculina que arrastraba las sílabas, de sobra conocida.

Hermione tomó aire lentamente, invadida de frustración. Sintiéndose de pronto muy cansada. Tras resistirse unos segundos, terminó girando el rostro ligeramente para mirarlo. Malfoy llevaba un gran número de volúmenes y periódicos en los brazos, los cuales posó en la repisa inferior de la estantería, a medio metro de ella. A la chica le picó la curiosidad al verlo en posesión de tantos libros, muchos de los cuales, apreció de un rápido vistazo, no tenían nada que ver con el temario que estaban dando. De hecho, muchos eran de Pociones de primer año.

Sangre pura —le devolvió ella el saludo con frialdad, sin el más ligero entusiasmo. Lo miró de reojo sin poder contener su extrañeza—. ¿Qué es lo que haces?

Él dejó escapar una aburrida risotada por la nariz.

—Olvidaba que tienes la costumbre de sumergir tus narices en problemas ajenos —masculló con desgana, separando los periódicos de los libros sin mirarla—. Hago el castigo que me impusiste ayer. A mí y a mis colegas.

Ella parpadeó y lo contempló con sorpresa, ahora girándose totalmente hacia él. Draco no la miró, y siguió separando ejemplares de El Profeta.

—El castigo no te afectaba a ti —protestó ella, confusa—. Un Prefecto no puede castigar a otro Prefecto.

Draco alzó su plateados ojos y le dedicó una mirada de profundo desdén, como si acabase de sentenciar que Gilderoy Lockhart era el mejor escritor del mundo.

—Los Prefectos no pueden quitar puntos a otros Prefectos —sentenció, lacónico, como si hablase con alguien corto de entendederas—. Pero sí pueden castigarlos. Lo sabes perfectamente.

Hermione parpadeó, sorprendida. Tenía razón. Desvió la mirada, intentando evitar que la vergüenza la invadiese. Se mordió el labio para evitar que una disculpa escapase de su interior.

—Pues perfecto —sentenció, volviendo a los periódicos. Él volvió a resoplar, socarrón.

—¿Qué ganas siendo tan jodidamente engreída? —quiso saber, mirándola con desdén—. ¿Te cuesta mucho levantar esa insufrible cabezota todas las mañanas?

Ella lo miró de nuevo, estupefacta de que se atreviese a acusarla de algo semejante.

—¡Oh, perdóname! —articuló con sarcasmo, desconcertada y escandalizada—. Había olvidado que tenía que besar el suelo por el que pisas. Perdona que no te haya besado la mano, ha sido un despiste…

—No me tomes por idiota —advirtió él, irritado.

—Quizá lo hayas olvidado, pero ayer te portarse como un soberano cerdo conmigo, días después de besarme —respondió ella, ahora con sequedad. Malfoy no alteró su seria expresión. Ni siquiera parpadeó—. No esperarás en serio que ahora me arrodille ante ti, ¿no?

Draco apretó los dientes imperceptiblemente y tragó saliva. Bajó la mirada, apartando un par de libros, quizá con más brusquedad de la necesaria.

—Que haya pasado algo semejante no significa que haya cambiado nada entre nosotros —escupió de pronto Draco, con voz tenue—. O que hayas dejado de asquearme.

—Qué curioso, yo no suelo besar a la gente que me da asco. Dos veces —replicó ella, inusualmente mordaz. Él dejó escapar el aire por sus fosas nasales, sobresaltado ante lo directo de su acusación. Entrecerró los ojos, calibrándola, descolocado.

—Ese beso fue un error —susurró, volviendo a apartar la mirada. Hermione entrecerró los ojos—. Los dos fueron un error —corrigió, a toda prisa, apartando un par de libros más—. Y no volverá a ocurrir. Precisamente me interesaba hablarte de eso.

Ella forzó un airado resoplido, simulando no darle importancia a sus palabras, y alzó un poco más la barbilla. Aunque el corazón le latía contra la garganta.

—Gracias por la aclaración. ¿Eso es todo? ¿Quieres dejar claro alguna obviedad más? Sea lo que sea, escúpelo de una vez y espero que sea lo último que me digas. No sé qué diablos quieres de mí, no sé a qué estás jugando, pero te pido que lo dejes estar de una vez. Estoy cansada de este jueguecito.

Malfoy volvió a alzar la mirada para buscar la de ella, al parecer asombrado de que se atreviese a hablarle así. Al encontrar sus ojos, y al ver la firme decisión que brillaba en ellos, se recompuso con rapidez, convirtiendo su desconcertada mirada en otra cargada de altivez, más propia de él.

—Simplemente me gustaría advertirte de que no le digas a nadie lo que ha pasado entre nosotros —sentenció, con voz firme y gélida—. Quiero que te hagas a la idea de que nunca ha sucedido. Esto no ha pasado nunca, ¿está claro?

Hermione sintió un doloroso apretón en el pecho que le dificultó la respiración. Tragó saliva para contener el súbito nudo de su garganta, pero después sacudió la cabeza casi imperceptiblemente, atreviéndose a mirarlo con lástima.

—No puedo creer que seas tan retorcido como para creer que yo vaya a ir proclamándolo por ahí —espetó la chica, sintiéndose humillada de que la considerase capaz de algo así—. Pero quédate tranquilo, por mí está todo olvidado. En lo que a mí respecta, nunca has besado a una sangre sucia. Si eso era lo que te preocupaba, puedes dormir tranquilo. Tu renombre está intacto.

—Joder, deja de tratarme como si te debiese algo —espetó Mafloy de pronto, dejando caer un libro con brusquedad en uno de los montones y girándose hacia ella—. No sé qué pensabas que ocurriría después de toda esta estupidez, pero bienvenida al mundo real. Te aseguro que nada va a cambiar lo más mínimo —aseguró atropelladamente, respirando con agitación—. Nada puede cambiar.

Ella resopló de nuevo, agitada, y sacudió la cabeza, casi con incredulidad. El corazón le bombeaba con firmeza, sin tegua desde hacía minutos, pero se obligó a que su voz sonase estable antes de sentenciar:

—No sé qué te has creído, pero no tengo ningún interés en que nada cambie entre nosotros.

Malfoy la miró un instante, con las aletas de la nariz vibrando, y después apartó la mirada, conteniéndose para no chillarle algo verdaderamente ofensivo. En medio del denso silencio que se había formado, se obligó a dejar de prestar atención a la chica y a tomar uno de los periódicos que había separado de los libros para poder colocarlo en la estantería, cumpliendo así el castigo que le habían impuesto. Ordenar y colocar en su sitio un centenar de libros y periódicos antiguos que la gente había utilizado y devuelto a la biblioteca. A Crabbe lo habían mandado a la Lechucería, a Goyle y a Bletchley a limpiar retretes a la Enfermería. Zabini estaría ayudando a Snape a ordenar sus pociones, y Warrington había estado esa mañana en la biblioteca, igual que él.

En ese momento, casi agradeció el castigo. Tener algo que hacer. Tener las manos ocupadas. Necesitaba alejar su mente de la conversación que estaban teniendo.

El Profeta, edición del 21 de Marzo de 1985…

Uno a uno, fue clasificando los pergaminos enrollados, colocándolos junto a los que tenían años similares. Sentía la mirada de Granger clavada en su sien y en sus manos, atravesándolo como si fuese una flecha en llamas.

—No va ahí —espetó de pronto la chica con voz gélida.

Draco detuvo sus movimientos, conteniéndose con todas sus fuerzas para no mirarla. Conteniendo el impulso de estamparle el periódico en la cara. Armándose de valor, ignorándola, volvió a intentarlo con otro ejemplar más antiguo.

El Profeta, edición del 3 de Agosto de 1994…

—Tampoco va ahí... —insistió ella, en voz ligeramente más alta—. Estás ordenando por años, pero te faltan los meses. Has colocado uno de Agosto junto a uno de Enero…

Draco, sintiéndose cada vez más cabreado, se limitó a fruncir los labios y colocar otro periódico más, con más brusquedad. Sintiéndose a punto de estallar, aunque no sabía muy bien de qué forma.

El Profeta, edición del 22 de Abril de 1973…

—Tampoco… ¡Es-estate quieto! —exclamó al final, desesperada—. ¡No haces más que liarlo todo…!

Draco azotó con el periódico que sostenía en las manos la repisa que había frente a él, en un golpe cargado de frustración. Hermione enmudeció, arrepintiéndose ligeramente. Draco alzó la mirada hacia ella, sus ojos grises brillando como dos tormentas. Retrocedió un paso, como si quisiera observarla detenidamente. O alejarse de ella.

—Desde luego, parece la historia de mi vida: no hago más que liarlo todo —estalló Draco casi jadeando—. Dime, ¿qué quieres de mí exactamente, Granger? ¿Qué es exactamente lo que te molesta de mí? ¿Qué te insulte, que me burle de ti? ¿Todavía no te ha quedado claro que es mi puto deber?

A pesar de la agresividad de su tono, y de que apenas podía contenerse para no chillar, su cerebro alcanzó a recordar que estaban en una biblioteca y logró no elevar la voz en exceso. Hermione lo contempló con sus redondos ojos entrecerrados.

—Entre otras muchas cosas —admitió, mordaz, con la misma agresividad—. Sé perfectamente cuáles son tus deberes como el sangre limpia radical que eres. Sé que no vas a darle la espalda a tu familia, a tus creencias, ni a nada de eso. Solo te pido que, por favor, me dejes fuera de esto. Estoy harta de este tira y afloja que no lleva a ninguna parte. Si quieres insultarme, hazlo, pero hazlo siempre; luego no te comportes como, como…

—¿Como qué? —replicó Draco con fiereza al ver que ella enmudecía. Entrecerró sus ojos grises, amenazante.

Hermione tragó saliva, y apartó la mirada, negándose a completar la frase. Como alguien que merece la pena cuando en realidad no es así.

—No me hagas dudar de lo que sientes, Malfoy —respondió ella con firmeza, con la mirada fija en la estantería—. Solo te pido eso.

—Tú empezaste todo esto metiéndote donde no te llaman —espetó él, defensivo—. Ahora no hagas ver como que todo es culpa mía. Yo no he provocado esto.

—Yo nunca te he obligado a besarme —escupió ella, articulando mucho las palabras, deseando herirlo con ellas. Se giró hacia él, encontrándoselo justo delante—.Y nunca te he besado.

Malfoy se limitó a mirarla sin una expresión definida, pasando su mirada de un ojo a otro de la chica. La joven de pronto sintió que se le aceleraba el corazón de nuevo. La piel le hormigueó. Estaban frente a frente… ¿cuándo se habían acercado tanto? Cayó en la cuenta de algo que la hizo estremecer: estaban solos en la semi-oscuridad de ese pasillo. Completamente solos. Igual que habían estado solos en el callejón junto a Cabeza de Puerco, igual que habían estado solos en aquel pasadizo de las mazmorras… Había quedado sobradamente demostrado que estar a solas con Malfoy últimamente no era una buena idea. Ocurrían cosas. Cosas al margen de todo sentido común. No debían estar a solas. No debían estar tan cerca. Se odiaban. No podía estar quedándose sin aire solo por estar a menos de medio metro de su cuerpo. Pero, si la cercanía la incomodaba… ¿Por qué no lo apartaba? ¿Por qué no se apartaba?

Sintió aprensión ante lo que presintió que se avecinaba. Emoción. Un vacío en el estómago. Un aleteo en el pecho. Él no iba a ser capaz de…

—Estás a punto de hacerlo.

El sedoso susurro de Draco puso de punta absolutamente todo el vello del cuerpo de la chica. Y no dijo nada más, pero tampoco cerró su boca. Se inclinó hacia la paralizada joven y rodeó su boca con la suya en un profundo beso que le robó el aliento. Hermione tomó aire por la nariz mientras la recorría un escalofrío que nació en sus piernas y terminó en los labios que él estaba devorando. Erizó su piel por completo, haciéndola más receptiva, subiéndole la temperatura. Se sintió tan vergonzosamente familiar, tan placentero. Tan cálido, tan erótico. Tan prohibido. Malfoy la besaba con ganas, apretándose contra ella, hundiéndose en ella. Era un beso imperioso, decidido. Ella jadeó suavemente contra su boca, pero él no se detuvo. No hizo ningún comentario, ninguna burla. No era el momento, y ambos supieron comprenderlo. La chica, mareada, movió sus labios temblorosos contra los de él. Casi por pura intuición. Queriendo… más. Atrapó los labios de él entre los suyos, torpemente, sin demasiado tino, acomodándose a su ritmo. Pero fue igualmente placentero. Se hundió en su boca, devolviéndole el beso. Cumpliendo sus palabras. Rindiéndose a él.

Rindiéndose.

No. Eso jamás.

"Quitar el olor a sangre sucia es imposible".

Hermione sintió una oleada de rabia que sustituyó al escalofrío que había sentido antes. Que aumentó todavía más el calor que ya sentía. Abrió los ojos. Ahora tenía la mente lúcida. Y no pensaba permitir que él se saliese con la suya. En un rapto de coraje y fuerza de voluntad, apoyó sus manos sobre el pecho del chico y lo empujó con todas sus fuerzas, casi mordiendo sus labios sin querer al separarlo de ella. Malfoy trastabilló hacia atrás y luchó por recuperar el equilibrio, pero ella no le dio tiempo a lograrlo cuando le propinó una fuerte bofetada que le volteó el rostro. El sonido piel con piel reverberó en el solitario pasillo.

—No te atrevas a jugar conmigo, Malfoy —espetó ella, temblorosa por la sobrecarga de sensaciones a la que estaba siendo sometida, aún sin bajar la mano abierta—. No te atrevas. No te lo permitiré.

Hermione sentía tal nudo en la garganta que no entendía cómo había podido pronunciar esas palabras. Malfoy devolvió la mirada al frente y la contempló con su pálido y anguloso rostro en tensión, sus ojos brillando de algo que la chica reconoció como humillación. Y también rabia. Su mejilla comenzaba a enrojecerse por el golpe de la chica. Pero no dijo nada. Permanecieron unos segundos en silencio, jadeando todavía por la intensidad del beso, mirándose mutuamente. Tratando de comprender cómo habían llegado a semejante situación.

La estricta Madame Pince apareció de pronto por el pasillo contiguo, con el ceño fruncido.

—¿Qué es este escándalo? —los regañó severamente—. Haced el favor de bajar la voz o tendré que echaros.

—Descuide, no volverá a pasar —prometió Hermione, con voz inestable, sin pensar.

Madame Pince los fulminó con la mirada durante unos segundos, y, al ver que ahora parecían estar callados, terminó alejándose a pasos rápidos, murmurando por lo bajo. Hermione respiró hondo dos veces y, utilizando toda su fuerza de voluntad, dio media vuelta y continuó rebuscando entre los periódicos con más brusquedad de la necesaria, bajo la atenta mirada de un inmóvil Draco.

—Dime una cosa, Malfoy —pidió la chica en voz baja, sin mirarlo. Sonaba más calmada, pero había una ligera emoción contenida en su voz—. ¿Qué pasaría si yo fuese sangre limpia? ¿Pensarías lo mismo de esta situación, y me dirías lo que me acabas de decir?

Draco abrió la boca para contestar por pura inercia. Adelantándose a su pregunta, creyendo en vano que podría responderle algo mordaz. Pero no fue capaz de articular palabra. Por suerte, ella estaba de espaldas y no lo vio boquear torpemente. De pronto, Draco sintió que habían apagado la luz a su alrededor. Había dejado de ver con nitidez. Aunque se resistió, no pudo evitar que semejante pregunta se atascase en su pecho.

¿Y si no fuese una sangre sucia?

Sintió que le faltaba el aire, allí donde la pregunta estaba apretándolo. Luchó contra su mente a duras penas, incapaz de soportar sus propias conclusiones. Todas las opciones que se agolpaban en su subconsciente. Era más de lo que podía soportar.

No soportaba, bajo ningún concepto, darle la razón. No tenía razón. Ella no tenía ni idea de nada. Pero él sí la tenía, él sí entendía cómo funcionaba el mundo. Él sí sabía lo que estaba bien y lo que no. Y nada de lo que estaban haciendo estaba bien. Y por eso apenas pudo soportar las cuestiones que de pronto sobrevolaban su mente.

¿Y si no fuese una sangre sucia?

Era demasiado. Tenía que salir de allí. Necesitaba reflexionar en soledad sobre todo aquello. O dejar de pensar definitivamente.

—Ni una palabra de esto, Granger —dijo Malfoy al final. Su voz sonaba rota y terriblemente seria. Hermione no lo miraba y seguía colocando periódicos, pero era obvio que lo escuchaba—. A nadie. O te juro que te arrepentirás.

Un sonoro golpe sobresaltó a la chica. Malfoy había pasado la mano por la repisa, arrojando al suelo con un brusco movimiento los libros y los viejos ejemplares de El Profeta que estaba ordenando. Todo cayó al suelo de piedra con un ruido sordo, que por suerte no atrajo de nuevo a la bibliotecaria. Hermione hizo un esfuerzo por no girarse, ni volver a mirarlo. Escuchó cómo los brillantes zapatos de Draco giraban sobre el viejo suelo, dándole la espalda.

Sin que ninguno de los dos dijese nada más, el joven Slytherin se dio la vuelta y se alejó por el pasillo, furioso, avergonzado por el ridículo que había hecho, odiándola con todas sus fuerzas, y dejando a la chica con las mandíbulas fuertemente apretadas.


Yo también quiero que Draco me diga que no va a volver a besarme… para que lo haga segundos después 😂😂😂. De verdad, este chico… ¿puede ser más terco? 😜

Ay, ¿qué os ha parecido? 🙈 Hemos tenido no un beso, sino DOS, en este capítulo 😍. Espero de verdad que os hayan gustado tanto como a mí escribirlos. El detalle de la chica de Beauxbatons desaparecida tendrá mucha relevancia más adelante en la historia, tenedlo presente 😎.

Sin mucho más que añadir para no alargarme, espero que os haya gustado mucho el capítulo. Si os apetece comentarlo conmigo en los reviews, estaré encantada de leeros 😊.

¡Muchas gracias por leer! ¡Nos vemos en el siguiente! 😊