¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 Retomamos la historia con un capítulo laaargo ja, ja, ja ¡coged palomitas, que son 36 páginas en Word! 😂 De verdad espero que os guste…
¡Muchísimas gracias, como siempre, por vuestros comentarios! 😍 Me hace muy, muy feliz que la historia os siga gustando 😍. Soy consciente de que el romance en la historia va y viene, pero me parece coherente que nuestros protagonistas tengan mil dudas y estén en una montaña rusa de "ay, quiero besarte" y "ay, no puedo hacerlo", al menos al comienzo 😅. ¡No los perdáis de vista, que pronto se aclararán ja, ja, ja 😂! Por cierto, siento que echaseis de menos a Hermione en el anterior capítulo, ¡yo también extrañé escribir sobre ella, no os penséis ja, ja, ja 😂! Pero Draco se merecía toda nuestra atención, que el pobrecito lo está pasando mal 😂. En resumen, gracias, de verdad, por vuestras siempre amables palabras, y gracias, en general, a todo el que esté leyendo y disfrutando la historia 😘.
Y ya no me enrollo más y os dejo con la historia… ¿qué sucederá ahora que Crabbe y Goyle les han descubierto? Vamos a descubrirlo…
CAPÍTULO 21
Juego, set y partido de Quidditch
Lo primero que hizo Draco cuando cruzó las puertas dobles que conducían al Gran Comedor, fue echar un rápido pero astuto vistazo a la mesa de la Casa Slytherin. Sus grises ojos recorrieron la larga superficie, sin dejar de caminar, escudriñando los rostros de sus compañeros mientras comían ávidamente. Buscaba a alguien en concreto. Mientras avanzaba ya a lo largo de la enorme mesa, captó a Nott, sentado cerca de la zona central. El muchacho se encontraba comiendo sopa de verduras en soledad, con un libro apoyado sobre la fuente de patatas que tenía delante, a modo de entretenimiento.
Al pasar a su lado, Draco le regaló un sutil pero firme golpe en la espalda con la palma de la mano. Nott se estremeció de sorpresa, arrancado súbitamente de su lectura, y giró el rostro a tiempo de ver alejarse la espalda de su amigo. Draco no se había detenido, y continuaba avanzando por la mesa. Quizá en otra situación se hubiera sentado con Nott, a pesar de que normalmente en público procuraba sentarse con los del equipo de Quidditch u otra gente más influyente. Pero ese día en particular no podía ni planteárselo. Tenía otros planes en mente.
Finalmente, sus agudos ojos visualizaron su objetivo. Zabini se encontraba comiendo costillas en salsa, afortunadamente también en soledad, sentado en el mismo lado de la mesa junto al cual él caminaba. Draco se cuidó de no acelerar el paso, y fingir que había aprovechado encontrarse con su amigo para sentarse allí a comer. Se detuvo a su lado y se sentó con parsimonia en el banco, abriéndose paso con poca delicadeza entre su compañero de habitación y el joven que se encontraba a su lado comiendo. Éste se vio obligado a alejarse levemente, dejándole sitio, pero no se le ocurrió replicar. No a Draco Malfoy.
—¿Qué hay? —saludó Draco con tono despreocupado, cogiendo una jarra con zumo de calabaza y sirviéndose un poco en la copa que había aparecido mágicamente ante él, al igual que un plato y unos cubiertos. Zabini, ocupado en pinchar con el tenedor un trozo de la tierna costilla, y en llevárselo a la boca sin que la salsa gotease, ni lo miró.
—Buenas —devolvió el saludo, justo antes de meterse el trozo de carne en la boca.
—¿Estás solo? ¿Y los demás? —cuestionó Draco con ligereza, para después llevarse la copa a los labios. Tenía la garganta seca.
—Las chicas están ahí —informó Zabini, mientras masticaba, señalando con el pulgar unos puestos más allá, a la zona más cercana a los profesores. Draco descubrió entonces a Pansy y a Daphne, sentadas juntas, comiendo a la vez que charlaban realizando grandes aspavientos. Le pareció escuchar la sonora risa de Pansy por encima de las conversaciones que lo rodeaban—. Y los del equipo no comen hoy, no sé qué andan haciendo.
Draco compuso una mueca de indiferencia, manteniendo la altivez de su rostro.
—Entrenar no, desde luego, me habrían avisado. Habrán traído algo de Hogsmeade, de la última excursión. Algo no demasiado legal —dejó escapar una media sonrisa—. Mientras no se pasen con el Whisky de Fuego como la última vez... Fue penoso. Tuvieron que llevarse a Bletchley a la Enfermería.
Blaise sonrió también con diversión, llevándose otro bocado de carne a la boca.
—Lo recuerdo —admitió, masticando con elegancia, mirando al frente como si evocara el momento—. Vaya panda de imbéciles.
—Lo sé —corroboró Draco con suficiencia. Se humedeció los labios, y añadió, con el tono más despreocupado que pudo reunir—: Hablando de imbéciles, ¿has visto a Crabbe y Goyle?
Los ojos de Draco se clavaron en el perfil de su compañero, atento a cualquier gesto ante la mención de los muchachos. Zabini no se alteró lo más mínimo, aunque Draco apreció que comenzaba a masticar con más lentitud. Eso hizo que la saliva se sintiese más espesa en su boca.
—Tampoco. Andarán con el resto del equipo —supuso Blaise, con tono neutro. Tenía sus ojos oscuros fijos en su plato, sin molestarse en mirar a Draco—. ¿Por qué? —añadió con un deje de brusquedad.
—Por nada —aseguró Draco, resuelto. Alegrándose ante lo natural que sonó. Resopló, teatral, mientras se servía también una ración de costillas—. Al contrario, me alegra oírlo. Últimamente es un suplicio estar con ellos. Me desgastan, en serio… —añadió con pesadez.
—¿Y eso? —cuestionó Blaise, en un tono claramente más brusco. Draco intentó tomar aire con profundidad, con disimulo. Intuía que, tal como temía, iba a tener que recurrir a toda su astucia para salir de aquel atolladero.
—Están de lo más insoportables —masculló Draco, con tono condescendiente—. Ya te habrás dado cuenta de la actitud que tienen últimamente, ¿no? —ante el confuso silencio por parte de su compañero, y su ceño ligeramente fruncido, Draco fingió mirar discretamente alrededor, su gesto atrayendo por fin la mirada de Blaise. Bajó un poco la voz—: ¿No te has dado cuenta de que están más paranoicos que nunca?
—¿Paranoicos? —repitió Zabini, ahora con toda su atención dirigida a su amigo. Su rostro seguía sereno, aunque algo más alerta.
—Sí, ya sabes. Paranoicos con el tema de la pureza de sangre. Joder, ya sabes que yo soy el primero que tengo cuidado con esas cosas, y me aseguro de tener claro el estatus de sangre de la gente antes de entablar una relación de cualquier tipo… Pero lo de ellos ya es una exageración. Ven traidores por todas partes. Es agotador —Draco fingió encontrarse exasperado, y se sirvió unas patatas asadas con parsimonia. Zabini había dejado de comer.
—¿En serio? —cuestionó el muchacho, y su tono fue algo más bajo—. ¿Y por qué crees que es?
Draco suspiró con suficiencia. Como si supiera algo que su oyente ignorase.
—Puedo imaginármelo… y seguro que tú también —dirigió a su compañero una mirada cargada de circunstancias, cuidándose de alabar su inteligencia con sutileza. El altivo rostro de Blaise se demudó sin que pudiera evitarlo. Comprendiendo a lo que se refería su amigo.
—¿Crees que tiene algo que ver con… Él? —no especificó, pero Draco entendió perfectamente la referencia al Señor Oscuro a juzgar por el brillo de temor en sus soberbios ojos—. ¿Ellos van a…?
—Pues sí —confesó Draco, suspirando de nuevo con suficiencia, aparentando que no era un tema que le preocupase mencionar. Fingiéndose seguro de sí mismo—. Tengo bastante claro que lo harán. Sus padres están ahí, son de los suyos. Quieren seguir ese camino, y posiblemente lo hagan pronto. Como bien dices, es posible que sea una de las razones de su paranoia. Querrán… complacerle. ¿A ti todavía no te han venido con alguna acusación? —preguntó con cuidado, mirándolo simulando curiosidad.
—¿Acusación? —repitió Zabini, extrañado.
—Lo de Montague, por ejemplo. Creen que es un traidor —Draco soltó una risotada mordaz. Se llevó una patata a la boca, aunque no tenía ni pizca de hambre y no tuvo claro que fuese capaz de tragarla—. Crabbe y Goyle dicen que le han visto con una sangre sucia por ahí. Por eso últimamente no van tanto a los entrenamientos, no quieren juntarse con él. No tienen remedio. Es que, por favor… ¿Montague? —se escandalizó con sutileza de su propia mentira, indicando lo improbable que le parecía—. Es absurdo pensar que pueda relacionarse con esa chusma. Y la semana pasada dijeron algo parecido de Bulstrode... Personalmente tampoco le doy demasiado crédito. Cada día es uno diferente. Es ridículo —dejó escapar otra resignada risotada, con la boca cerrada, esbozando una media sonrisa. Zabini frunció los labios, correspondiéndole la sonrisa cómplice.
—Joder, vaya dos. Pues sí, ya que lo mencionas… La verdad es que sí que me han comentado algo similar —confesó, mirando a Draco con incómoda fijeza. Como si lo estudiase. El joven rubio puso toda su fuerza de voluntad en fingirse interesado y casi divertido. Por suerte, nadie le ganaba en cuanto a ocultar sus verdaderas emociones.
—¿En serio? Oh, venga, ¿de quién? Quiero reírme un rato…
—No sé si vas a reírte precisamente, pero ayer me dijeron algo sobre ti. Que te habían visto con una sangre sucia. Creo que dijeron esa tal Granger, la lameculos de Potter. No tenía mucho tiempo para escucharles y les dejé con la palabra en la boca, pero la verdad es que me quedé algo extrañado. Pensaba preguntarles más tarde.
Draco arqueó sus rubias cejas todo lo que pudo, con incredulidad. La patata seguía dando vueltas en su boca.
—¿Yo? Oh, joder, venga ya —dejó el tenedor con un gesto teatral sobre la mesa. Simuló sentirse frustrado y resignado, con un ligero toque de molestia, como si le hubieran defraudado—. ¿Hasta ese límite han llegado…? ¿Y encima con quién dicen que me han visto? ¿Granger? ¿La de Gryffindor? —entrecerró sus grises ojos con desprecio—. Oh, por favor, qué asco. ¿No había otra sangre sucia menos repugnante? —sacudió la cabeza con exasperación y se llevó la copa con zumo a los labios, en un vano intento de tragar el tubérculo—. Me preocupan. A menudos límites están llegando… —añadió después, con resignación. Fingió no darle demasiada importancia, obligándose a ni siquiera mirar a su compañero, y cogió el cuchillo y el tenedor para servirse más patatas, aunque su plato estaba lleno.
—La verdad es que es preocupante —admitió Zabini, pensativo. Había vuelto a dirigir su atención a sus propias costillas. Parecía contrariado, pero sereno—. Sabía que no eran dos cerebritos, pero están superando el límite de la estupidez. Como sigan así pueden meter en problemas a mucha gente. No todo el mundo es tan evidentemente reacio a los sangre sucias como tú o yo. La gente puede creerles si acusan a alguna persona más pusilánime, o que no se haya pronunciado claramente en contra de esa chusma.
La patata atravesó la garganta de Draco, por fin.
—Y tanto —suspiró, pesimista. Aunque sus entrañas se habían puesto a bailar la conga—. Efectivamente, si hay alguien a quien no va a afectarle ese rumor es a mí. Creo que he dejado bastante clara mi opinión sobre los sangre sucia —añadió en broma, con la mayor soltura que pudo reunir, casi sarcástico. Zabini esbozó una sonrisa arrogante, dándole la razón—. Además, ellos mismos se pueden meter en un buen lío como sigan así. Pueden cabrear a la gente. No todo el mundo tiene por qué tomarse algo semejante como un chiste, pueden cabrear a alguien seriamente… Pero, en fin, supongo que ya se les pasará. Espero —soltó una risotada—. Pero que tampoco lo cuenten demasiado por ahí, joder, que vaya fama me están dando. Par de imbéciles descerebrados…
Zabini elevó las comisuras de sus gruesos labios, divertido.
—No creo que lo hayan contado por ahí. Si fuera tú estaría tranquilo. A mí me dijeron como que tenían algo muy fuerte que contarme. Por la forma de decirlo, se ve que lo consideraban algo "secreto", y solo me lo iban a contar a mí —rio por la nariz, ahora divertido al encontrar el cotilleo tan absurdo.
Draco consiguió hinchar sus pulmones totalmente. Un problema menos.
—Más les vale. Si no, me veré obligado a ponerlos en su sitio —dijo con despreocupación, llevándose otra patata a la boca, sin mirar a su amigo. Fingiendo no darle más importancia a la conversación, terminando así con ella.
La Torre del Reloj, silenciosa e imponente, se alzaba como una de las construcciones más altas del castillo. En su interior se ocultaban los gigantescos y viejos engranajes que daban vida al gran reloj, el cual se veía desde el Patio Empedrado. Una barandilla de apenas dos metros de largo daba al exterior, otorgando al que subiese allí unas preciosas vistas a los terrenos que rodeaban el castillo. En ese momento, una suave neblina desdibujaba el paisaje, y los rayos de sol color ámbar le daban un toque dorado. El sol se ponía lentamente tras las montañas que cercaban Hogwarts. La luz se colaba por las altas ventanas y la esfera acristalada del reloj, iluminando las oscuras paredes, de madera y piedra, de la torre. El gran péndulo se mecía lentamente de un lado a otro, varios metros por debajo de la barandilla.
Una figura, diminuta en comparación a la estructura, con los brazos apoyados en la barandilla de la torre, era lo único que desfiguraba el tranquilo panorama. Draco necesitaba subir ahí. Su cuerpo le pedía a gritos algo con lo que distraerse, aunque fuera un paisaje, para así poder desconectar durante un rato de sus perennes preocupaciones. Además, quería hacer tiempo hasta que sus compañeros de habitación se acostasen; no quería estar en compañía de Crabbe y Goyle más de lo estrictamente necesario. Llevaba, desde el día de la pelea, evitando estar en su presencia a toda costa, y, para su propio alivio, su relación como compañeros de cuarto estaba siendo casi idílica dada la situación. No habían intercambiado ni una sola palabra en toda la semana. Lo trataban como si no existiera, y no estaba seguro hasta qué punto eso lo aliviaba o inquietaba. No sabía qué esperar de todo aquello, pero no se atrevía a alterar la situación, por miedo a empeorarla. Por suerte, tanto Nott como Zabini estaban al tanto de lo sucedido entre sus otros compañeros de habitación, cada uno conociendo una versión distinta, ninguna cien por cien real, y no encontraron rara la situación.
Durante toda la semana, conciliar el sueño había sido una experiencia complicada para Draco. No era hasta que escuchaba los ronquidos de sus compañeros que se permitía a sí mismo cerrar los ojos. Y por la mañana se despertaba sobresaltado, dándose unos segundos para comprender que estaba sano y salvo, y no habían acabado con su vida mientras dormía. Lo cual era absolutamente frustrante y humillante. Y le hacía odiar a aquellos dos energúmenos con todas sus fuerzas. Y comenzar sus días de un humor de perros.
Observó los lejanos montes, mientras caía en la cuenta sobre lo cansado que se sentía. En todos los aspectos.
No quería que llegase el día siguiente. Quería quedarse en esa torre y en esa quietud eternamente. Su vida sencilla, cómoda, y sin preocupaciones, había dado un giro de ciento ochenta grados. Desde el encarcelamiento de su padre, todo su mundo se había ido poniendo, poco a poco, patas arriba. Y lo peor de todo era que sabía que nunca más lograría llevar una vida tranquila. Todo se empeñaba en complicarse más y más. Y él era el principal culpable de ello. No podía hacer nada con respecto a la presencia del Señor Oscuro en su casa, ni tampoco respecto a la Marca Tenebrosa que pronto reposaría en su antebrazo, le gustase a su madre la idea o no. Ambas cosas alterarían su vida por completo tarde o temprano, pero ya estaba medianamente mentalizado de ello. Pero había cosas que sí podía haber evitado. Que podía haber hecho mejor. Y lo había hecho de la peor manera posible.
Todo el asunto con Granger se había descontrolado de una forma que Draco apenas lograba asimilar. Y no podía evitar preguntarse cómo había dejado que la situación se le fuese tanto de las manos. Cómo podía haberlo hecho todo tan jodidamente mal.
Por qué había hecho todo lo que había hecho.
No entendía cómo esa simple chica podía meterse en su vida y descolocarla de esa manera tan cruel. No era justo.
Como si su relación con ella no fuese lo suficientemente complicada por sí sola, Crabbe y Goyle habían llegado para enredarlo todo aún más. Si ambos, a pesar de haberles convencido de su poca credibilidad, contasen a los demás alumnos lo que habían visto, y éstos realmente les creían, la vida de Draco podía irse perfectamente a la mierda. Y, si sus compañeros se enterasen, no era descabellado pensar que el rumor pudiese llegar a oídos de sus padres, de boca de otros padres. Draco se sentía desfallecer solo de pensar en esa posibilidad. Lucius estaba en Azkaban, con lo cual no era un peligro inminente… Pero su madre sí lo era. No quería ni pensar en cómo reaccionaría si se enterase de algo así. No podía ver el rechazo y la decepción en sus ojos. No podía.
Draco suspiró para sí mismo y hundió el rostro entre sus brazos, apoyados en la barandilla. Había subido allí con la intención de distraerse y lo único que había conseguido era darle más vueltas a todo. Y ahora no podía parar. Maldita sea.
Había arreglado lo de Zabini, o al menos eso creía. Y también lo de Nott, al menos de momento. Ninguno de los dos sabía lo que había ocurrido entre Granger y él. Pero había muchísimas cosas más que podían ir mal en los próximos tiempos. ¿Y si los Gryffindor llegaban a enterarse de lo que había pasado? ¿Cómo reaccionarían Potter y Weasley al enterarse de que su fiel amiguita andaba besándose por ahí con su enemigo? Granger estaría, definitivamente, en serios problemas. No creía que su amistad, por muy fuerte que presumiesen que era, soportase algo así. Aun así, no sintió compasión, sino una oleada de rencor hacia Granger… Ella también era responsable de lo ocurrido, ella era la verdadera responsable, y, sin embargo, ahora mismo estaría tan tranquila, ajena a todo… Y era él quien estaba de mierda hasta el cuello. Y todo porque él mismo no había querido contarle nada. No tenía derecho a quejarse, y aun así era lo único que quería hacer. Lo único que lo hacía sentir mejor. Maldición, era todo tan injusto…
«¿Cómo he podido meterme en este sinsentido?», pensó, cargado de rencor hacia sí mismo. «¿Cómo he podido ser tan estúpido como para permitir que mi vida se vaya a la mierda por culpa de Hermione Granger?»
—¿Molesto?
Draco se enderezó y giró el rostro, sobresaltado; había creído que estaba solo allí arriba. Pansy Parkinson estaba a pocos metros detrás de él, junto al mecanismo del reloj, con las manos tras la espalda y sonriéndole amigablemente. La falda de su uniforme, al igual que su corto cabello negro, se agitaba levemente a causa del viento que había a esa altura, colándose por las ventanas y aberturas de la torre.
El chico sintió que el corazón se le aceleraba, rebotando contra sus costillas. Sus ojos evaluaron la situación rápidamente, valoraron la delicada sonrisa de su amiga, y sintió que el mundo volvía a brillar. Llevaba toda la tarde buscándola, hasta la hora de irse al castigo con McGonagall, queriendo hablar con ella a solas para asegurarse de que Crabbe y Goyle no le habían contado nada. Como había hecho con Zabini. Pero no había habido forma de encontrarla ese día. La había visto durante las clases, pero no se sentaban juntos en ninguna de las que habían tenido esos días, y tampoco había coincidido que estuviesen a solas en ninguna parte, ni siquiera en el Gran Comedor. Draco se había obligado a pensar que, si Crabbe y Goyle le hubiesen contado algo, Pansy habría ido a hablar con él de inmediato para aclararlo. Pero había querido asegurarse, no dejando nada en manos del destino.
Y ahora allí estaban, y el chico, aletargado en la quietud de la torre, no estaba seguro de poder enfrentar esa conversación en condiciones. A pesar de llevar todo el día preparando sus palabras, una estrategia similar a la que había utilizado con Blaise en el caso de que verdaderamente se lo hubieran contado, su amiga lo había pillado con la guardia baja.
Pero se obligó a concentrar cada neurona de su cerebro en la conversación. Se jugaba demasiado.
—No, claro que no —respondió Draco, intentando hablar con un tono normal. Aun así la miraba fijamente, calibrando su actitud—. Antes te estaba buscando. ¿Cómo me has encontrado?
—Lo sé, Nott me acaba de decir que me buscabas. Y también me ha dicho que estabas aquí. Te ha visto subir por la escalera hace un rato.
—Imbécil chivato… —masculló él, con falsa molestia, esbozando una desdeñosa sonrisa.
La chica sonrió más pronunciadamente y se acercó a él, apoyándose en la barandilla a su lado. Draco se permitió respirar más pausadamente. De momento, todo parecía ir bien. Pansy parecía serena, no había acusación en sus ojos. No parecía haber cambiado su actitud hacia él.
Crabbe y Goyle no le habían contado nada.
—He estado con Daphne en la habitación toda la tarde —reveló la chica, al parecer intentando dar conversación—. No hemos hecho gran cosa, lo reconozco. Charlar, y leer una revista. El número de la semana pasada de Corazón de Bruja. Mañana me tendré que poner al día con los deberes —rió de forma lúgubre, simulando estar enfadada consigo misma. Draco le devolvió una sutil sonrisa distraída—. ¿Qué querías de mí, por qué me buscabas? —cuestionó después, mirándolo con amable curiosidad.
—Nada especial, solo estar un rato contigo —mintió el chico, sin mirarla, intentando imprimir su voz con desgana—. Por si querías estudiar juntos. Hace días que apenas nos vemos.
Pansy pareció inflarse de emoción, aunque él no lo vio.
—Es verdad, lo siento. Podemos ir mañana, después del partido. O el domingo —propuso, con un leve temblor en la voz que desveló lo mucho que le agradó su propuesta. Él asintió con la cabeza, sin definirse mucho, y sin darse cuenta de su expresión ilusionada—. ¿Va todo bien? ¿Qué haces aquí arriba, solo? —cuestionó después la joven, borrando ligeramente su sonrisa y mirándolo con algo más de inquietud.
—Nada especial —afirmó él, con desinterés—. Descansar un poco la cabeza.
—¿Estás preocupado por algo? —quiso saber la chica, borrando la sonrisa del todo.
—¿Preocupado, yo? Claro que no, ¿por qué iba a estarlo? —replicó el rubio, toqueteándose el dobladillo de la manga distraídamente, para no tener que mirarla. Pansy sonrió de nuevo, esta vez con tristeza.
—Qué mal mientes.
—Miento de maravilla. ¿Qué te hace pensar que me preocupa algo?
—No te gusta estar solo. Pero, si has subido aquí, es porque no querías compañía. Imagino que querías pensar —explicó Pansy arqueando ambas cejas con disculpa—. Y, si quieres pensar en algo, a solas, es porque te preocupa. Hace muchos años que somos amigos, te conozco muy bien.
Draco contuvo un resoplido.
—Aunque seamos amigos, últimamente te he tenido bastante abandonada; deberías estar enfadada conmigo —repuso Draco, intentando cambiar de tema, mirándola con una ceja arqueada.
—Sé que eres un hombre muy ocupado —lo excusó Pansy, sonriendo con diversión—. No te lo reprocho. Me enteré de que pegaste a Warrington, y McGonagall te ha tenido castigado. ¿Qué te pasó?
Draco apartó la mirada, devolviéndola al frente. Recorrió el paisaje con sus ojos claros, sin prisa, antes de responder en un seco murmullo:
—Escuché cosas que no me gustaron. Y me cabreé. Eso fue todo.
—Lo de ignorarlo o pasar de largo no va contigo, ¿eh? —bromeó la joven, tratando de aligerar la seriedad del rostro de su amigo—. Mejor una batalla campal estilo muggle. Tampoco puedo culparte, Warrington no me cae demasiado bien. Es un cretino.
Draco esbozó una imperceptible sonrisa, mirándola con complicidad. Ella correspondió a la sonrisa. Él alzó la mano y acomodó distraídamente un mechón del corto y negro cabello de su amiga que se había despeinado por el viento, provocando que ella sonriese aún más ante ese contacto. El chico sintió que lo invadía una oleada de amargura. ¿Cómo reaccionaría Pansy si llegara a enterarse de que él había besado a Granger? Lo odiaría, sin ninguna duda. Lo repudiaría por completo… No se sentía preparado para ver asco y decepción en los oscuros ojos de su amiga, que lo habían mirado con adoración durante tantos años. No estaba preparado para renunciar a ella. Pansy no podía enterarse, de ninguna manera.
—¿Te has hecho algo en el pelo? —murmuró el rubio frunciendo el ceño, luchando por salir de sus deprimentes pensamientos. Algo en el conjunto que formaban su rostro y cabello, ahora que se fijaba, no le encajaba.
—Me lo corté bastante en navidades —reveló la chica, toqueteándose las puntas. Dejó escapar una risotada ante la cara de asombro de su amigo—. Y ahora llevo el flequillo más largo.
—Joder. Creo que te tengo más abandonada de lo que creía —miró al frente, incrédulo de sí mismo. Desconcertado ante lo mucho que sus problemas con Granger lo habían evadido de la realidad. De su vida cotidiana.
—No importa. Ya no se nota demasiado, ha crecido —aseguró la morena, divertida, sin dejar de mirar su serio perfil—. Sé que tienes muchas cosas en la cabeza… —borró su sonrisa y pareció vacilar antes de añadir, esta vez con seriedad—: Él sigue… ¿Él sigue en tu casa?
Draco inhaló aire y lo expulsó lentamente, tomándose tiempo para pensar qué decir. Pansy era de las pocas personas, cuya familia no tenía nada que ver con Voldemort, que sabía que el mago oscuro estaba escondido en su casa. Tanto Nott, como Crabbe y Goyle, lo sabían porque sus padres eran mortífagos. En el caso de Nott, además de ser también su mejor amigo, lo sabía porque el muchacho vivía en la Mansión Malfoy desde hacía dos años. Zabini, a pesar de saber que sus compañeros apoyaban las ideas del Señor Tenebroso, no tenía ni idea de su localización. Mucho menos los del equipo de Quidditch. A Pansy se lo había contado él mismo, en un alarde de chulería, hacía más de un año. Siempre había confiado en ella, más que en muchas otras personas.
Se sorprendió recordando la vanidad con la que se lo había contado, lo ufano que se había sentido ante la noticia de que el Señor Oscuro hubiera elegido precisamente su hogar como refugio. La satisfacción que había sentido ante la mirada cargada de miedo y admiración que Pansy le había dirigido entonces. Habían cambiado tantas cosas en dos años…
—Ajá —terminó diciendo, sin mirarla, intentando sonar sereno—. Ahora mismo está allí. No sé por cuánto tiempo. No sé si tiene pensado buscar otro refugio. Siguen teniéndolo habilitado como una especie de Cuartel General. Entran y salen de allí a su antojo. Con discreción, por supuesto.
—¿Cómo está tu madre? —quiso saber Pansy, con cautela.
—Creo que bien —murmuró él, controlando su voz lo mejor que pudo para demostrar entereza—. Me escribe a menudo, y me dice que todo está bien. Evidentemente no me da detalles, por si revisan el correo. Pero creo que está bien.
Pansy sonrió, con visible alivio en su pequeño rostro, cubierto parcialmente por su recto flequillo negro.
—Me alegra oírlo —vaciló un instante, como si no supiese bien qué palabras utilizar, pero terminó cuestionando con torpeza—: Ibas a… ¿Eres ya un…?
—Aún no —se apresuró a decir él, comprendiendo su duda. Se sintió en la necesidad de asegurar con rotundidad que aún no era uno de ellos. Que aún no era, irremediablemente, y para siempre, uno de los mortífagos de Lord Voldemort—. Iba a hacerlo en navidades, pero la cosa se complicó. Aunque no falta mucho, me quieren pronto en sus filas. Tengo que… hacerlo —se justificó, aunque ella no le había dicho nada—. Quiero hacerlo. Quiero hacer del mundo mágico un lugar mejor. Recuperar la pureza de la raza mágica. Y esta es la única forma.
Pansy lo observó mientras hablaba, con una mezcla de devoción y aprensión en sus oscuros y anhelantes ojos. Contemplando su afilado perfil como si fuese lo más impresionante que hubiese visto jamás.
—Eres muy valiente —aseguró Pansy, su voz volviéndose emocionada—. Yo no sería capaz de hacer algo así. Creo en la causa, lo sabes, pero… no me atrevo a ir a la guerra. No podría… ser un soldado. Me falta valor para algo así.
Draco la miró entonces, encontrándose con sus ojos alzados hacia él, cargados de fascinación. Mirándolo como si fuese un héroe.
El chico sintió que su pecho se apretaba. Suplicó con todas sus fuerzas que el rostro de Granger no apareciese en su mente, pero su cerebro no estaba dispuesto a satisfacerlo. A pesar de que Pansy era de las pocas personas que conseguía hacerlo sentir como un héroe, en ese momento no creía merecerlo. No después de lo que estaba ocurriendo con Granger. No después de sentirse como un fraude.
No después de haber sucumbido a una sangre sucia.
"—Eres un asqueroso cobarde hipócrita, un débil fanático de muggles —masculló Crabbe, con abierto desprecio—. Un mentiroso y un traidor. Traidor a tu sangre, a tu familia, y la vergüenza de la Casa Slytherin. Es penoso que hayas caído tan bajo como para relacionarte con una sangre sucia… Reconozco que no te creía capaz. Me tenías muy bien engañado… Me das asco."
Sintió la mano de Pansy apoyarse con suavidad en su barbilla, arrancándolo de sus pensamientos, del recuerdo de su discusión con Crabbe y Goyle. Sobresaltándolo ligeramente. Por un momento, la promesa de un beso por parte de su amiga se coló en su subconsciente, solo durante un segundo; pero ese súbito pensamiento logró encoger su estómago. Y no de forma agradable. Pero nada más lejos de la realidad, comprendió un instante después. De pronto, los ojos de la chica lucían inquietos. Le giró el rostro con los dedos, intentando ver el perfil que quedaba oculto a sus ojos. Dejó escapar un jadeo afectado.
Draco volvió a desviar la cara para que Pansy no contemplase por más tiempo las pequeñas heridas que todavía se distinguían en su rostro después de los golpes de Crabbe y Goyle. Había conseguido curar la mayoría con la Esencia de Murtlap, pero, incluso varios días después, algunas marcas aún eran visibles. Se había negado a ir a la Enfermería, y las pociones del botiquín de su habitación no habían sido suficientes.
—No es nada… —aseguró el chico, en el tono más sereno y petulante que pudo encontrar en su interior. Buscando rápidamente una excusa en su mente, incapaz de concentrarse en encontrar alguna coherente.
—¿Warrington te hizo eso? —farfulló la chica, mirándolo con miedo. Draco tardó un par de segundos en asimilarlo. Se sorprendió al darse cuenta de que la pelea con su compañero era una coartada más que apropiada.
—Sí —admitió Draco, socarrón—. Pero yo lo dejé aun peor. No te preocupes.
—Cuando me dices que no me preocupe es cuando más lo hago —repuso ella, en voz baja—. Te metes en demasiados problemas últimamente. No hablo solo de lo de Warrington… Siempre estás castigado. Me tienes preocupada —añadió, poniéndole una mano en el antebrazo y apretándolo.
Draco emitió un largo suspiro. Una ráfaga de viento traicionero les alborotó los cabellos.
—Estoy bien —dijo Draco en un murmullo, mirando sin ver la mano de la chica que permanecía apoyada en su brazo—. No tiene mucho sentido que me mate a estudiar este curso. No necesito buenas notas para el futuro que me espera, con graduarme me es suficiente. Simplemente hago el tonto por ahí con los del equipo. Nada grave.
—¿Por qué has subido aquí? —cuestionó de nuevo la joven, en voz más baja y cautelosa.
—Estoy nervioso por el partido de mañana, sólo eso —improvisó con seriedad. La amenaza de Crabbe y Goyle respecto al partido envió un escalofrío a sus piernas, pero continuó como si nada—. En el partido contra Gryffindor la fastidié, y los del equipo se pusieron como fieras. No quiero volver a ser la causa de que perdamos.
—Lo vas a hacer muy bien, ya lo verás —lo alentó Pansy acercándose más a él. Lo cogió del brazo, apoyados ambos en esa fría barandilla—. Eres un gran buscador. El mejor.
—No mejor que el maldito San Potter —replicó Draco en un áspero susurro, mirando el paisaje sin verlo. El rostro de Pansy se contrajo en una mueca de dolor al escuchar la amargura en la voz de su amigo. Sacudió la cabeza, demostrando que no estaba de acuerdo con sus palabras, haciendo agitarse su corto cabello, y apoyó la cabeza sobre el hombro del rubio.
Draco dejó caer sus párpados, y tuvo que contener el impulso de inclinar la cabeza a un lado, para dejarla apoyada sobre la de su amiga. Pero la sensación de deslealtad hacia ella que todavía flotaba en su interior se lo impidió. No podía permitir que nadie se enterase de lo que había hecho. No quería renunciar a Pansy. No quería renunciar a la vida que siempre había llevado. No quería que su vida cambiase. Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo…
Ojalá pudiese evitar cometer los mismos errores respecto a Hermione Granger.
Tras permitirse disfrutar del contacto físico con su amiga durante varios segundos, Draco rompió la cercanía. Se alejó de la chica, deshaciendo su pequeño abrazo. Pansy lo miró con expectación.
—Estoy cansado —se justificó Draco con voz áspera—. Me voy a mi habitación. Voy a intentar dormir.
Era mentira. Aún era temprano, y Crabbe y Goyle estarían todavía despiertos. No pensaba ir hasta que durmiesen.
—Yo me quedo aquí un rato, no tengo sueño —repuso la morena, con voz ronca, desviando la mirada al frente—. Buenas noches. Te veo mañana, en el partido.
Él no contestó. Pansy oyó los pasos de Draco alejarse, mientras ella trataba de contener el temblor de sus labios. Se giró a tiempo de ver cómo el chico bajaba las escaleras de la torre, dejándola sola. El cabello de Draco parecía moverse al viento más que el del resto de las personas, y sus andares parecían más elegantes que los del duque más aristocrático. Al menos así lo sintió Pansy.
—Sí eres mejor que Potter —susurró Pansy al viento, con voz inestable—. Para mí sí lo eres.
—Pues yo estoy convencido de que Ravenclaw ganará —decía Ron, sin dar su brazo a torcer—. Davies hizo una muy buena elección con Chambers y Burrow. Los cazadores de Slytherin no tienen nada que hacer…
—No sé qué decirte —replicó Harry, dando rítmicos golpecitos al cojín que tenía apretado contra su estómago—. Montague también ha mejorado mucho su equipo… Entrenan duro. Ganó a Hufflepuff por 340 a 160. Si no tienen un golpe de suerte, éstos quedarán los últimos en la clasificación.
—Bah, el equipo de Hufflepuff está muy flojo este año. Eso no quiere decir que los de Slytherin vayan a ganar —gruñó el joven pelirrojo, recolocándose de lado en la butaca de la Sala Común, de modo que sus piernas quedaron colgando del reposabrazos. Harry, Hermione, Ginny y él se encontraban sentados en butacas junto al fuego de la chimenea, y Neville se encontraba atareado estudiando sobre una mesa cercana. Crookshanks se había enrollado en forma de bola de color canela sobre la alfombra, al calor del fuego. Eran los únicos miembros de Gryffindor que quedaban en la Sala Común ese viernes, todos los demás habían ido ya a acostarse. O a continuar las conversaciones en los dormitorios. Eran casi las doce de la noche.
—¿Alguien sabe quién será al final el nuevo comentarista? —preguntó Harry, curioso.
—¿Va a haber nuevo comentarista? —repitió Hermione, confundida. Estaba acomodada en otra de las butacas, con una manta con estampado de cuadros escoceses sobre las piernas encogidas. Ligeramente adormilada a esas horas, después del cansancio de toda la semana—. ¿Por qué? ¿Qué le pasa a Justin?
—¿No te enteraste? —inquirió Ginny, ladeando el rostro para mirarla con sorpresa. Se encontraba sentada en la misma butaca que Hermione, acurrucada a su lado. Afortunadamente, la joven Weasley siempre había sido una muchacha de proporciones pequeñas, y ambas amigas cabían con relativa comodidad en el sillón de una sola plaza—. Justin estuvo un par de días ingresado en la Enfermería porque, en el último partido, al terminar, Bletchley se estampó contra el estrado del comentarista y le hizo alguna que otra herida.
—¡Qué me dices! —se asombró Hermione, abriendo mucho los ojos—. No me enteré de nada…
—Yo tampoco me enteré —admitió Harry. Crookshanks se subió a su regazo de improvisto, pillándolo por sorpresa y haciéndolo enmudecer por el inesperado gesto. Sin embargo, cuando la mascota de su amiga se acurrucó sobre él, comenzó a acariciarlo distraído y retomó la conversación—. Summerby, el buscador de Hufflepuff, me lo contó al día siguiente…
—Sí, también me lo contó a mí, en clase de Herbología. Pasó justo a su lado —corroboró la joven pelirroja, encogiéndose de hombros—. Y, ahora, Justin, aunque ya se ha recuperado, tiene miedo de volver a comentar porque teme que le hagan lo mismo. Sospecha que fue a propósito. Así que ha renunciado.
—Normal —admitió Ron, que había alzado su varita perezosamente y estaba elevando por los aires el cojín que Harry había tenido en su regazo—. ¿Y sabéis entonces quién le sustituye?
—No puedo prometer nada, pero es posible que sea Luna —confesó Ginny con una risita, siguiendo el aleatorio recorrido del cojín por encima de sus cabezas—. Al menos sé que se presentó a las pruebas. Pero no sé si la han elegido o no, no me lo ha dicho.
—¿Te vas a dormir, Neville? —preguntó de pronto Hermione, al ver que su compañero se levantaba de la mesa con cara de abatimiento, tras recoger todos sus utensilios. Sus amigos también miraron al muchacho.
—Pues sí —admitió el chico, deprimido, colgándose la mochila al hombro—. Me doy por vencido por hoy, la redacción para el profesor Snape sobre la Nigromancia me va a llevar todo el fin de semana… No quería pasármelo estudiando, pero en fin… mañana seguiré.
—¡Mañana te ayudaré yo, no te preocupes! ¡Te dejaré unos libros muy útiles! —le aseguró Hermione alzando la voz, solícita, cuando él ya subía los escalones que conducían a los dormitorios con aspecto derrotado. Neville giró el rostro por encima del hombro y le dirigió una mirada agradecida, además de un gesto de conformidad con el pulgar.
—A mí nunca me ofreces ayuda con tanto entusiasmo… —protestó Ron entre dientes, haciendo girar el cojín en el aire con más rapidez.
—Porque tú, a diferencia de Neville, no te esfuerzas en hacer los trabajos —le recriminó Hermione, entrecerrando sus redondos ojos. Ron le dirigió una mirada cargada de rencor, pero no pudo defenderse más, admitiendo así que estaba en lo cierto.
—Neville se ha ido justo a tiempo para que llegue Lupin. Empezaba a creer que coincidirían —intervino Ginny, mirando su reloj de pulsera, interrumpiendo la discusión de sus dos amigos. Después miró a Harry, con expresión curiosa—: ¿Por qué has preferido ocultarle esto a Neville? ¿No crees que él también querría hablar con Remus? Es… de los nuestros. Es de fiar.
Harry pareció dudar sobre qué decir, pero no lució arrepentido. De hecho, se veía algo apesadumbrado.
—Por supuesto que confío en Neville. Le confiaría mi vida. No es por eso por lo que no he querido decirle que íbamos a hablar con Remus. Lo que pasa… —vaciló, sin saber muy bien cómo plantear lo que pasaba por su mente—, es que no quiero meterlo en esta guerra si puedo evitarlo. No quiero ponerlo en peligro.
—Nunca creí que diría esto —respondió Ron, arqueando ambas cejas—, pero Neville sabe cuidarse solo. Y creo que entrará por su cuenta en esta guerra en cuanto tenga oportunidad.
—No quiero que lo relacionen conmigo —aclaró Harry, tragando saliva con dificultad—. No quiero que Voldemort y los suyos lo relacionen conmigo. Si lucha, que sea por él mismo, no por mí.
—Harry, saben que fue contigo al Departamento de Misterios —apuntó Hermione con suavidad—. Es muy probable que ya lo relacionen contigo…
—Lo sé, y por eso no quiero que vuelva a ocurrir algo semejante —espetó Harry con más firmeza—. Bellatrix… Bellatrix sabe dónde están sus padres. Sabe que están en San Mungo, sabe de su estado mental… Puede hacerles daño. Puede intentar hacerme daño a través de Neville. No quiero poner en peligro a sus padres de ninguna manera.
Sus amigos lo contemplaron con atención, ahora en silencio, todos reflexionando sobre lo mismo. Lamentando la situación, sorprendidos ante el gran corazón que Harry, una vez más, demostraba. Agradecidos ante lo mucho que pensaba siempre en todos.
—¡Remus! —exclamó Hermione de pronto, enderezándose de golpe. El cojín que Ron mantenía elevado en el aire cayó en la alfombra con un ruido apenas audible.
En efecto, la cabeza de Remus Lupin estaba, de un momento a otro, en el interior de la chimenea, rodeada por llamas que le lamían la cabeza. El hombre, que parecía encontrarse cansado, e incluso con más canas y arrugas que la última vez que lo vieron, sonrió a pesar de todo mientras los contemplaba. Los jóvenes abandonaron sus lugares en las butacas y se arrodillaron en el suelo, para estar más cerca de él. Harry logró que Crookshanks se quedase sobre la butaca, y no se acercase a tocar el rostro de Remus, como parecía pretender ansiosamente.
—Hola, chicos —saludó el hombre, mientras todos se acomodaban—. Me he adelantado un poco, espero que no os haya causado problemas… No sabía si advertiros o no de mi presencia por si todavía quedaba alguien en la Sala Común. No veo gran cosa desde aquí abajo.
—Has llegado justo a tiempo, estamos solos —aseguró Harry, sonriendo con dificultad. El corazón había empezado a latirle con mucha fuerza. Llevaba semanas deseando tener esa conversación, y ahora no estaba seguro ni por dónde empezar.
—Remus, cuéntanos —pidió Ron, con seriedad, por suerte tomando las riendas de la tertulia—, ¿qué está pasando? Solo tenemos la información que El Profeta se atreve a publicar. No sabemos si es real, o si evitan hablar de cosas. Aunque sospechamos que es así —miró a sus amigos, buscando apoyo. Todos asintieron con la cabeza—. Notifican algunos percances, pero son muy pocos. Lo único relevante últimamente es el secuestro de la chica esa de Beauxbatons…
—Y lo de la Ministra de Magia que publicó El Quisquilloso —apuntó Hermione en voz más baja.
—Sí, eso es. Pero, aparte de eso, apenas hay novedades de Quien-Tú-Ya-Sabes. ¿En verdad está todo tan calmado? —finalizó Ron, vacilante.
—Bueno… —suspiró el hombre lobo, dándose a continuación unos segundos para ordenar sus pensamientos—. Para seros sinceros, nosotros también estamos algo perdidos. Voldemort se está comportando de forma extraña, actuando todavía desde las sombras, lo cual nos hace pensar que no dispone todavía de la fuerza suficiente para enfrentarse abiertamente al mundo mágico. Que confirmasen su regreso en el Departamento de Misterios fue un error que no había previsto. Y ahora, sospechamos, intenta que todo el mundo se "olvide" de él. Que la comunidad mágica crea que no es una amenaza, para después, cuando esté listo, atacar con todo su potencial.
—Y sin embargo ha cometido más errores —apuntó Hermione—. Lo de la joven francesa…
—¿Voldemort está detrás? —preguntó Harry al instante—. ¿Lo sabéis con certeza?
Remus volvió a suspirar.
—No, no lo sabemos, no voy a mentiros. Un secuestro siempre es algo extraño y difícil de explicar en el mundo mágico…
—Os lo dije —apuntó Ron en voz muy baja, casi deprimido.
—¿Y quién va a ser entonces si no ha sido Voldemort? —saltó Harry, desconcertado—. Ya demostró que está planeando algo al atacar a la antigua Ministra de Magia. Eso ha quedado claro que fue él —añadió, como si retase al hombre a contradecirlo.
—¿La señora Bagnold está bien? —intervino Hermione con cautela. Remus asintió.
—Hemos colocado vigilancia en su casa veinticuatro horas al día, y todo tipo de hechizos protectores. Y sí, como bien dices, Harry, los mortífagos estaban detrás. Por lo tanto, sospechamos que el secuestro de esa joven también es cosa de ellos.
—¿Pero por qué? —repuso Ginny, entrecerrando los ojos con confusión—. ¿Qué pretende hacer El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado con esa chica? ¿Por qué secuestrarla a ella y no a algún mago más influyente? ¿Qué tiene de especial?
—¿Se sabe si han chantajeado a su familia? —cuestionó Ron, encogiéndose de hombros. Estaba algo pálido ante las constantes menciones del nombre de Voldemort, que lo hacían estremecer sin remedio, al igual que a su hermana pequeña.
—No, no lo han hecho —aseguró Remus, mirando la alfombra, pensativo—. Al haberse producido el secuestro aquí, en Inglaterra, el Ministerio de Magia está en contacto con la familia de la chica, en Francia. Tonks nos informa a menudo de las novedades, ella es una de las encargadas del caso, por suerte. Así que la Orden tiene información de primera mano. Y de momento no se sabe nada. La versión de El Profeta es la correcta, y es todo lo que sabemos.
—Esa familia debe ser importante para Quien-Vosotros-Sabéis por algún motivo —opinó Ginny, meditabunda—. Es la única explicación.
—¿Estará relacionado de alguna forma con el ataque a la ministra? —añadió también Ron, como si acabara de pensarlo.
—No lo están —negó Hermione con firmeza—. He investigado todo lo que he podido sobre esa chica. No es más que una estudiante, bruja, y con padres magos. Eso es todo, es una chica corriente. Apenas hay información sobre ella, no es famosa. Y no he encontrado la más mínima conexión entre su desaparición y el ataque a la antigua ministra de magia. Tanto el ataque como el secuestro fueron realizados en lugares muy dispares. No había nada común entre ellos, ni nada significativo. Ningún patrón. Y son personas muy diferentes como para tener un vínculo de algún tipo.
Lupin sonrió con cariño a la joven. Sus cansados ojos brillando llenos de orgullo.
—Nosotros también hemos buscado algún posible vínculo, Hermione, pero, efectivamente, no hay ninguno que hayamos visto. Voldemort está siendo muy cuidadoso. No hay forma de adelantarse a sus actos. No sabemos qué pretenden con ellos, si hay algún objetivo o simplemente quieren demostrarnos que pueden hacerlo.
—¿Qué está haciendo la Orden, entonces? —quiso saber Hermione con suavidad.
—Solo podemos intentar reclutar a nuestro bando y ofrecer protección a todas las personas que, creemos, podrían serle a Voldemort de utilidad. Como a la antigua ministra. Además de vigilar emplazamientos susceptibles de cualquier tipo de ataque por parte de Voldemort o sus mortífagos…
—Remus, ¿con cuántos miembros cuenta ahora la Orden? —preguntó Harry bruscamente, interviniendo por primera vez en mucho rato.
—Eso es asunto confidencial —replicó el hombre, sorprendido—. No me parece seguro decirlo por aquí. Pero te aseguro que somos los suficientes para, aunque no derrotemos a Voldemort, lograr mantenerlo a raya. ¿Por qué lo preguntas, Harry?
—Quiero entrar en la Orden del Fénix, y quiero hacerlo ahora —sentenció Harry con firmeza—. Quiero salir de aquí y ayudar en lo que pueda. Lo digo en serio —añadió, al oír las exclamaciones de sorpresa de sus amigos. Era la primera noticia que tenían al respecto—. No quiero seguir en Hogwarts sabiendo que hay una guerra que puede estallar en cualquier momento. No quiero quedarme aquí esperando a que sea Voldemort el que dé el primer paso para matarnos a todos. Estoy harto de permanecer a un lado; quiero ser útil. Quiero luchar y hacer todo lo que esté en mi mano para enfrentarme a él.
—Harry, no puedes hacer eso… —susurró Hermione, preocupada.
—¿El qué? ¿Dejar los estudios? Hay cosas más importantes que eso, Hermione —añadió acaloradamente—. Soy mayor de edad, quiero luchar contra Voldemort y la única forma que conozco es ingresando en la Orden.
Miró a Remus con determinación. Éste contemplaba a Harry en silencio, casi con lástima. Sin mostrarse impresionado en absoluto.
—¿Crees que estoy loco por querer dejar los estudios y unirme a la Orden? —preguntó Harry, desafiante, ante su silencio y su mirada.
—No, creo que eres igual que James —reconoció Remus, esbozando de pronto una sonrisa, con visible dificultad—. Él tampoco se hubiese quedado de brazos cruzados… Por supuesto que podrás entrar en la Orden, pero sólo cuando acabe el curso. Hasta entonces debes permanecer en Hogwarts, con Dumbledore. Es lo mejor, y lo más seguro para ti. Eres famoso, Harry, aunque no te guste admitirlo. ¿Cómo reaccionará la gente si el famoso Harry Potter, El Niño Que Sobrevivió, abandona sus estudios en mitad de curso? Los estudiantes hablarán, puede que incluso los periódicos hagan eco, y la información llegará a oídos de Voldemort. Ahora sabe que no puede tocarte, que estás bajo la protección de Dumbledore. Pero, si sales de ahí, te buscará…
—Pero eso es…
—¿Injusto? Harry, está muriendo gente, gente inocente que no tiene nada que ver con Voldemort —replicó Remus, mirándolo con severidad—. Tú eres alguien clave para Él, no creo que haga falta que te lo diga. Por eso debes permanecer bajo la vigilancia de Dumbledore, él puede mantenerte seguro. No puedo obligarte, pero te lo suplico y recomiendo encarecidamente. Y también Dumbledore, te lo aseguro.
—¡Eh! —exclamó Ron, enfadado—. ¡Harry no es el único que quiere ayudar, yo también quiero alistarme en la Orden! ¡Yo no soy alguien importante para Quien-Vosotros-Sabéis, puedo alistarme ahora mismo!
—Ron, te digo lo mismo que a Harry, debes permanecer en Hogwarts por tu propia seguridad —replicó Lupin, sacudiendo la cabeza con paciencia—. Eres su amigo; y, aunque no nos guste admitirlo, estás en peligro también por ello.
—¡Quien-Vosotros-Sabéis no tiene por qué saber que Harry y yo…!
—Sí lo sabe, Ron. Y, si no lo sabe, lo averiguará pronto, de eso que no te quepa la menor duda —afirmó Remus con convicción. Ron enmudeció, con visible dificultad—. He escuchado lo que decíais de Neville justo cuando he llegado. Se aplica a todos vosotros. Tenéis que ser conscientes de que os relacionan a todos con Harry desde aquel momento. Desde la Batalla del Departamento de Misterios. Y eso ya no se puede cambiar.
—Bueno, pero, cuando acabe el curso, eso será irrelevante, ¿no? ¡Podremos unirnos a la Orden! ¡Ocultarnos si hace falta, pero ayudar! —saltó Ginny, elevando la voz. Miró a Hermione, que no se había pronunciado todavía, la cual asintió con la cabeza, corroborando que ella también deseaba hacerlo.
—Temo decirte que tú serías demasiado joven para unirte, Ginny, incluso una vez finalizado el curso —dijo Remus con suavidad, al parecer a sabiendas de la reacción que provocaría—. Ni siquiera eres mayor de edad. No podemos permitirte un riesgo semejante.
—¡No es justo! —protestó la joven pelirroja, encendiéndose—. ¡Yo también quiero luchar! ¡Y soy una gran bruja, soy muy capaz! ¡Es mi decisión arriesgarme!
—No dudo que seas capaz. Pero no basta con el entusiasmo, estamos en guerra. Incluso magos más capacitados y con la experiencia de una guerra pasada, la Primera Guerra Mágica, están muriendo ante nosotros —añadió con suavidad. Suspiró, resignado ante las ardientes, aunque ahora algo avergonzadas, miradas de los chicos—. Os pido paciencia… Cuando salgáis de Hogwarts, cuando terminéis los estudios, podréis hacer lo que consideréis oportuno. Nadie podrá impedíroslo. Además, en tu caso, Ginny, al igual que Ron, aunque no os permitiésemos tomar parte en las misiones, estaríais en contacto con la Orden. Vuestra familia nos está ayudando mucho, están muy involucrados.
—¿Mis padres? ¿Dónde están? —repitió Ron, abriendo mucho los ojos—. ¿Están participando en misiones para la Orden?
—De momento están en vuestra casa, a salvo. Pero sí, en la práctica nos están ayudando con algunos asuntos —corroboró Remus.
—Pero, ¿qué clase de misiones? ¿Son peligrosas? —insistió Ron, abiertamente inquieto de pronto.
—No os preocupéis, están bien —masculló el hombre, con evasivas. Los miró a todos con gravedad—. La situación en general es peligrosa, chicos, porque no podemos adelantarnos al próximo paso del enemigo. Están jugando muy bien sus cartas. Y no sé cuánto tiempo durará esta situación. Por eso os insisto en que no os metáis en problemas y os quedéis bajo la protección de Dumbledore lo que queda de curso. ¿Me lo prometéis?
—De acuerdo —cedió Hermione finalmente, en nombre de todos. Sus amigos parecían estar librando cada uno su propia batalla interna.
—Voy a tener que irme ya, me están esperando y ya voy con retraso —se disculpó Remus, sonriéndoles con cautela—. ¿Hay algo más que queráis de mí?
Los muchachos miraron al unísono a Harry, que se limitaba a contemplar la alfombra con rabia. Alzó finalmente su verde mirada, con las llamas reluciendo en los cristales de sus gafas, para mirar a Lupin con más calma.
—No, Remus, gracias por sacar tiempo para nosotros. Cuídate mucho, cuídalos a todos —añadió, casi con tristeza. Remus sonrió de forma más real, al parecer aliviado de que el muchacho no lo odiase definitivamente.
—Seguiremos en contacto. Escribidme siempre que necesitéis. Cuidaos mucho y no hagáis tonterías —sonrió comprensivo, guiñándoles un cansado ojo.
—Adiós, Remus —susurró Hermione, al mismo tiempo que la cabeza del hombre desaparecía, dejando el fuego balanceándose inocentemente.
—La situación es grave, ¿verdad? —comentó Ron en voz baja. Todos guardaron silencio. No habían obtenido una gran información de su viejo profesor, pero todos sentían un gran peso sobre sus corazones. Más conscientes que nunca de que una guerra silenciosa se estaba librando ahí fuera. Que había gente fuera de esos muros preparándose para una guerra abierta contra la oscuridad. Preparándose para morir. Preparándose para ver morir.
Los rostros de Ginny y Ron se apreciaban más atormentados desde que habían escuchado el hecho de que sus padres y hermanos estaban poniendo en riesgo sus vidas. Ginny no se molestaba en ocultarlo, y sus ojos marrones brillaban de preocupación a la luz de las llamas. Se podía apreciar cómo su pecho subía y bajaba con rapidez, cargada de nerviosismo. Ron lucía una tensión en la mandíbula muy poco propia de él, pero parecía decidido a no pensar demasiado en ello. No parecía capaz de ponerse en lo peor. Incapaz de pensar que algo malo le sucediese irremediablemente a su familia.
—No le has dicho nada de esa misteriosa voz —dijo Ginny de pronto, rompiendo el silencio y mirando a Harry con atención. Éste se limitó a negar con la cabeza, sin mirarla.
—No he querido preocuparlo. Ya tiene bastante con los asuntos de la Orden —suspiró por la nariz con fuerza—. Cuando sepa algo más claro, quizá se lo cuente. Todavía ni siquiera soy capaz de discernir si es algo a lo que dar importancia o no. Ahora mismo, me preocupa más la guerra. Y nosotros aquí encerrados... —masculló de pronto, poniéndose en pie y comenzando a dar vueltas por la Sala Común con las manos tras la espalda—. Me desquicia esta situación.
—Sólo será por unos meses —intentó tranquilizarlo Hermione—. Cuando acabe el curso comenzará nuestra verdadera guerra. Con un poco de suerte, Voldemort no tendrá la suficiente fuerza para hacer nada más hasta entonces.
—Tiene razón. Solo nos queda tener paciencia, amigo. No nos tomarán en serio hasta entonces —dijo Ron levantándose también del suelo y estirando la espalda, la cual crujió sospechosamente—. Bueno, vamos ya a acostarnos, ¿os parece? No ha habido ninguna noticia inesperada del exterior, podemos dormir tranquilos. Tenemos que estar despejados para ver cómo mañana Ravenclaw machaca a Slytherin.
—¿Se me oye? ¿Está funcionando? ¿Sí? ¡Bienvenidos, queridos compañeros, al cuarto partido de Quidditch de la temporada, que es… ehh…! ¿Cuál era, profesora? ¡Ah, sí, claro, Ravenclaw contra Slytherin! —decía la suave voz de Luna Lovegood a través del megáfono, desde la grada del comentarista—. Al parecer hoy vamos a tener un día bastante nublado. Esperemos que no llueva, porque, si no, podrían sentirse atraídos los Plimpies. Son unos peces redondos, con dos patas palmeadas, que habitan en lagos profundos. No son peligrosos, únicamente pican, y…
—El equipo de Ravenclaw está entrando en el campo de juego —la interrumpió la profesora McGonagall, exasperada, quitándole el megáfono.
—¡Anda, es verdad! Vamos a ver si me acuerdo de todos: Burrow, Chambers, Davies, Inglebee, Page… No me acuerdo cómo se llama ese al que parece que se le ha metido un Torposoplo en el oído…
—¡Samuels! —exclamó la profesora, ganándose una avalancha de carcajadas por parte de las gradas.
—Eso, Samuels. Ánimo, Samuels, ya saldrá... Vale, y, por último, la buscadora MacDougal, todos en Cometas 270 —dijo Luna jovialmente, inmune a que la profesora de Transformaciones, a su lado, luchaba por mentalizarse de que iba a ser el partido más desquiciante en el que hubiera estado—. Ahora el equipo de Slytherin, todos en Nimbus 2001: Pucey, Bletchley, Montague… Ese tan feo tenía nombre raro… ¡Ah sí, Urquhart! Luego los enormes Crabbe, Goyle y, por último, el buscador Malfoy… Caray, tiene el pelo muy, muy rubio, me pregunto si usará veneno de Lobalug para…
—¡Lovegood, haga el favor!
—¿Qué ocurre, profesora? Espere, ahora me lo cuenta, que la señora Hooch está sacando las pelotas… —informó Luna, con tono alegre y condescendiente hacia la estresada mujer—. ¡Ya ha soltado la snitch dorada! Qué bonita es… Los capitanes se dan las manos… Madre mía, menudo apretón, a mí se me hubieran roto todos los dedos. Aunque, de hecho, me los rompí una vez. Es una historia divertida…
—¡Comienza el partido! —interrumpió McGonagall, pues, aunque Luna no se había enterado, el silbato ya había sonado.
—¡Ah, pues sí…! ¡Qué bien! Veamos, la quaffle está en posesión de Ravenclaw…
—¡Por las barbas de Merlín, espero que Luna comente todos los partidos…! —suplicó Ginny, desde la grada correspondiente a la Casa Gryffindor, mientras se secaba las lágrimas de risa—. ¡Desde luego está a la altura de Lee Jordan!
—Yo espero que no lo haga, porque, si no, McGonagall se va a tirar de cabeza grada abajo —comentó Harry, también riendo, enarbolando una bandera de Ravenclaw. El colegio al completo se encontraba en su misma situación, las risas llenando constantemente el campo, escuchándose incluso por encima de los comentarios de la joven rubia. Hasta habían aplaudido de forma espontánea algunas veces. Prometía ser un partido memorable, y Harry sospechaba que Luna iba a ganarse la simpatía de muchas personas. Parecían ser risas genuinas, todos divertidos ante sus ocurrencias y la abierta frustración de McGonagall, pero no a su costa.
—Ay, por favor, escúchala, ni siquiera comenta el partido, ¡se ha puesto a hablar de la mejor forma de mantener el césped! —exclamó Ron con otro ataque de risa.
—¿Cuántos puntos dijisteis ayer que necesita cada equipo para clasificarse? —preguntó Hermione de pronto, sin hacer caso a la conversación, escudriñando el cielo atentamente. Ron la contempló con desconcierto, dejando de reír de golpe.
—Pues… Ravenclaw nos ganó por 340 a 210, pero perdió contra Hufflepuff por 210 a 220, muy justo, así necesitaría ganar por más de 200 puntos para poder mantenerse el primero en la clasificación —contó, aunque miraba a la joven con extrañeza, como si fuese un animalillo peligroso.
—Ya, ¿y Slytherin? —inquirió Hermione, con ligera impaciencia. Ahora Harry y Ginny también la miraban con curiosidad. No solía mostrar interés en el Quidditch. Nunca.
—Pues… Slytherin perdió contra nosotros por 130 a 350, pero después ganó a Hufflepuff por 340 a 160, así que necesitaría ganar por unos… 250 puntos como mínimo.
Hermione frunció los labios, mirando de nuevo a la lejanía. Sus ojos se movían con rapidez en las cuencas. Ni siquiera se había dado cuenta de las miradas extrañadas que le dirigían sus amigos.
—¿Y tienen posibilidades? —cuestionó, pensativa. Ignorando cómo su corazón latía de forma desacompasada, se obligó a añadir, contra su voluntad—: Malfoy tendría que atrapar la snitch sí o sí para ganar, ¿verdad?
Sintió el cansancio apoderarse de ella ante tal simple frase. El simple hecho de pronunciar su nombre provocó un desconcertante agotamiento en la chica, como si acabase de realizar una tarea hercúlea. Y lo único que había hecho era pronunciar el nombre de un compañero de colegio. Uno al que, se suponía, odiaba. Uno que, realmente, estaba esforzándose en odiar. Y cuya vida no debería afectarle lo más mínimo. Pero lo estaba haciendo. Se sintió profunda e irremediablemente frustrada consigo misma.
Ni siquiera era capaz de pronunciar su nombre con normalidad después de todo lo que había pasado...
—Pues, por desgracia, es posible que ganen. Si Malfoy atrapa la snitch… Pero, ¿desde cuándo te gusta a ti el Quidditch? —preguntó finalmente Ron, incapaz de contenerse, poniéndole una mano en la frente—. ¿Tienes fiebre? ¿Estás delirando?
—¡Claro que no! Solo… era curiosidad —mintió Hermione, apartándose para alejar su mano de su frente. Lo miró ligeramente ofendida—. Ya que estoy viendo el partido me gustaría saber si alegrarme o no cuando marquen.
—Eso es fácil —opinó Ginny, divertida—. Si marca Slytherin, lloramos. Si marca Ravenclaw, trago de cerveza.
Harry se echó a reír, y Hermione se vio obligada a forzar una sonrisa. Pero poco después devolvió una mirada cargada de ansiedad al partido, concretamente a cierto puntito verde.
Recordó lo sucedido cuando Slytherin perdió contra Gryffindor, en el primer partido de la temporada. Cómo Malfoy se desahogó contra un candil en los vestuarios, destrozándolo por completo. Si perdían… ¿volvería a hundirse así? No quería que ocurriese algo semejante. No soportaría verlo hundirse de nuevo. No después de sentirse tan cerca de él, de sentir que… lo conocía.
Se había obligado a sí misma a no pensar en él durante la semana. A ocupar su mente en otras cuestiones, en sus amigos, y en sus estudios. A olvidar ese último beso frente al despacho de McGonagall. A olvidar cómo había vuelto a no hacer nada por evitarlo. A olvidar cómo le había devuelto el beso. A olvidar el tacto de la fría piel de su rostro en la yema de sus dedos. A olvidar que Malfoy se había peleado con un amigo suyo por ella. No sabía con exactitud cuál había sido la causa, qué podría haber dicho o hecho Warrington en contra de ella, pero, fuera lo que fuese, a Malfoy no le había gustado. Nott se lo dijo, y Draco se lo confirmó contra su voluntad. Y después la había besado. Y menudo beso…
Pero Hermione no había soportado el aleteo de felicidad en su pecho al unirse a sus labios. El que la sensación de sus labios sobre los suyos fuese ya tan conocida. El que, al verlo acercarse sobre el banco, solo hubiera podido pensar que ojalá, efectivamente, la besase. No soportó desearlo. Se concedió unos segundos de debilidad, solo unos segundos para perderse en su boca, tal y como se moría de ganas por hacer, pero después se obligó a sí misma a alejarlo. A alejarse. A marcharse de allí. Si Malfoy no podía poner coherencia en lo que estaba sucediendo, tendría que hacerlo ella. Aunque fuese contra su voluntad. Las cosas no podían continuar así, bajo ningún concepto. Porque todo era una locura. Y ella no soportaba las cosas que no podía comprender o controlar.
Pero su corazón no entendía nada de eso. Y no podía evitar que la figura de Malfoy sobre su escoba, en lo alto, fuese la única que atrapaba su atención. No podía evitar sentir preocupación por él. No podía evitar rezar en secreto por su bienestar. Rezar porque ganasen ese partido. Porque no quería verlo sufrir. Y sabía que sentirse así era lo último que debería hacer.
Pero lo hacía, y no sabía cómo remediarlo. Se sentía desconectada de sus emociones, privándolas de cualquier raciocinio. Quizá no era tan fácil como, simplemente, alejarse. No sentía que fuese suficiente con obligarse a no pensar en él. Pero no sabía cómo remediar lo que sentía por Draco Malfoy. Y menos cuando él, para frustración de la joven, no estaba facilitando las cosas. Esos besos habían sido iniciativa suya. Él estaba provocando todo lo que estaba ocurriendo. Lo cual era lo que menos sentido tenía de todo.
Hermione se obligó a armarse de la fuerza de voluntad suficiente para no caer de nuevo en esa locura en la que se estaba convirtiendo su relación. Solo suplicaba a su mente que no permitiese que volviera a suceder. Que su raciocinio se impusiese sobre… todo lo demás. Habían cruzado una línea infranqueable, y Hermione luchaba contra sí misma por retroceder tras ella de nuevo.
Podía vivir con la vergüenza de sentirse atraída por Draco Malfoy, pero no con la vergüenza de permitirse dar rienda suelta a esos sentimientos con una persona que la odiaba por encima de muchas cosas. Aunque a veces pareciera olvidarlo.
Draco describía círculos alrededor del campo de Quidditch, intentando visualizar la diminuta pelotita alada. A su alrededor zumbaban borrosas figuras de color azul o verde, alborotando de vez en cuando su rubio cabello cuando pasaban demasiado cerca. Se fijó en que MacDougal, la buscadora del otro equipo, también volaba en círculos al otro lado del campo, con su castaño cabello, recogido en una coleta, ondeando al viento. Dirigió su escoba hacia la derecha, y voló más cerca de las gradas. Cerca de él estaba la grada de los Gryffindor, como una compacta masa roja y dorada. Se sorprendió a sí mismo intentando distinguir algo en la marea de rostros borrosos. Buscando a alguien. Buscándola. Se preguntó, sin poder contener el inesperado torrente de pensamientos, si Granger, de entre todas las personas en las que podría haber pensado, lo estaría viendo. Si estaría fijándose en él. Qué estaría pensando de él…
Un gran objeto negro pasó frente a él a toda velocidad, justo por delante de su pecho, casi haciéndolo caer de la escoba cuando su cuerpo se echó hacia atrás por acto reflejo, sobresaltado. Cuando logró distinguirlo, vio que era una bludger que ahora había cambiado de dirección y se dirigía hacia Samuels, el golpeador de Ravenclaw.
Giró la cabeza bruscamente y vio que Goyle estaba a pocos metros por encima de él, dándose golpecitos con el bate en la mano izquierda, sonriendo malévolamente. Draco sintió un escalofrío atravesar su columna vertebral como una corriente eléctrica.
"Ándate con ojo el sábado, en el partido de Quidditch, traidor."
Draco le dio la espalda a su compañero de equipo y aceleró un poco con su escoba, intentando dejarlo atrás. El corazón le latía en los oídos. ¿De verdad iban a…? Siguió buscando la snitch, con una incómoda sensación en la nuca que le advertía de que alguien lo observaba. Alejó su escoba todavía más de la zona, llegando a las gradas de la Casa Slytherin, sin dejar de mirar en derredor buscando la pelotita alada, con una creciente sensación de estrés en su estómago.
Una nueva bludger apareció de pronto ante él, arrancándole una exclamación, y se vio obligado a virar bruscamente para esquivarla. Lo logró por los pelos, volviendo a estabilizar su escoba a duras penas. Al ser buscador, no estaba especialmente entrenado en esquivar bludgers; no era ese su cometido, ni solían atacar a los buscadores con ellas. Miró hacia abajo. Crabbe volaba a pocos metros por debajo de él. Aunque no podía escucharlo con el alboroto del lugar, por el movimiento de sus hombros sabía que se estaba riendo por lo bajo. Draco miró a su alrededor. El partido seguía como si nada, todos los jugadores atentos a sus respectivas ocupaciones, volando de un lado para otro. Goyle dirigía ahora su bludger hacia Chambers, el cazador de Ravenclaw. Nadie parecía haberse dado cuenta de nada.
—¿Qué pretendéis, gilipollas? ¿Tirarme de la escoba? —le gritó Draco a Crabbe, con toda la rabia que pudo, intentando no mostrarse intimidado. Aunque, en su interior, el corazón le latía como un tambor por el sobresalto generado por la última bludger. Y por la situación en general.
—Con hacerte pasar un mal rato es suficiente —le contestó Crabbe entre risas. Su tosco rostro se iluminó, y levantó de nuevo el bate, dirigiendo contra él una nueva bludger que pasaba en ese momento por su lado—. ¡Esquiva eso si puedes, traidor a la sangre!
Efectivamente, Draco, aunque intentó virar con desesperación, fue incapaz de evitar el choque, pues el golpeador se encontraba demasiado próximo a él. Por lo cual, el impacto también fue más violento. La dura bludger golpeó con fuerza, de forma espeluznante, su brazo izquierdo, provocando que la escoba girase en el aire por la inercia. Roger Davies, capitán y cazador del equipo de Ravenclaw, cruzaba en ese momento el campo tras Draco, pero se detuvo al instante en el aire. Sorprendido al ver que golpeaban a su contrincante tan violentamente. La fuerza del golpe podría haber tirado a Draco de la escoba, pero logró sujetarse por puro instinto. Mientras giraba en el aire, sintió que el brazo le ardía como si estuviera en llamas. Con un grito de dolor, soltó la mano derecha de la escoba y se aferró con ella el brazo, encogiéndose sobre sí mismo, dejando caer la cabeza hacia el mango.
—¡NO! —gritó Hermione, cubriéndose la boca con ambas manos, al mismo tiempo que se oía el silbato de Hooch.
Harry y Ron la miraron con sorpresa, sin saber por qué gritaba, creyendo que le ocurría algo a ella; pero después siguieron su mirada y comprendieron que algo había sucedido en el partido. Aunque no por ello disminuyó su extrañeza. No habían visto lo sucedido, pues estaban siguiendo la trayectoria de la quaffle, al otro extremo del campo.
—¿Por qué han parado el partido? Espera… ¿a quién…? ¿Malfoy? ¿Le han dado a Malfoy? —se asombró Harry, mirando la escena boquiabierto. La figura que correspondía al rubio estaba inmóvil en lo alto, todavía sujeto a la escoba, pero indiscutiblemente herido. Se encogía sobre sí mismo, inmóvil. Hooch se acercaba a él en su escoba a toda velocidad. Davies estaba parado cerca de él, y también Crabbe.
—¡Ja! ¡Es genial! —se alegró Ron, golpeando la barandilla con el puño—. ¿Qué le han hecho? ¿Lo has visto? —cuestionó, mirando a Hermione. Ésta negó con la cabeza, observando todavía el puntito verde que era Draco, con las manos aún frente a la boca—. Venga, Hermione, no te alteres —añadió con condescendencia—. Eres demasiado empática. Solo le han dado a Malfoy, no es para tanto.
—Caray, Ron, parece que le han hecho daño —se justificó la joven como pudo, obligándose a dejar de mirar al buscador de Slytherin, para poder dedicar a su amigo una mirada casi defensiva. Bajó las manos, intentando que Ron no viese que le temblaban—. Me ha sorprendido…
A pesar de que su mente la había forzado a buscarlo con la mirada continuamente, había perdido de vista al joven rubio en varias ocasiones a lo largo del partido, siendo difícilmente reconocible a tanta distancia. Pero lo había localizado a tiempo de ver cómo de pronto giraba sobre sí mismo, agachado en su escoba, intentando soportar algún tipo de herida. Visión que la había perturbado por completo, haciéndola gritar sin poder evitarlo. Sin alcanzar a contenerse. A fingir.
—¿Tú lo has visto? —preguntó Harry a su vez, mirando a Ginny, la cual se sujetaba todavía los Omniculares contra los ojos fuertemente.
—Le ha dado Crabbe —dijo Ginny en un seco murmullo, sin dejar de mirar por los mágicos binoculares, recuerdo de la Copa Mundial de Quidditch a la que habían acudido juntos, años atrás.
—¿Crabbe? —repitió Harry, confuso. Ron abrió mucho los ojos y la boca, y dejó escapar una incontenible carcajada—. ¿En serio? ¿Su propio compañero? Bueno, su colega… —se corrigió, más incrédulo todavía.
—Con lo torpes que son Goyle y él no me sorprende en absoluto —comentó Ron, con una alegre risotada—. Menudo inútil, darle a alguien de tu propio equipo... Aunque recordadme que le felicite al acabar el partido.
—No me ha parecido… —murmuró Ginny, casi para sí misma. Sus amigos fijaron su mirada en ella, confusos por sus palabras, a la espera de que continuase. La chica se apartó por fin los Omniculares y les devolvió una mirada ofuscada—. Justo estaba mirando en su dirección, y… es verdad que Davies estaba volando detrás de Malfoy, lo más probable es que quisiera darle a él. Ha pasado todo muy rápido, pero… me ha dado la impresión de que ha atacado a Malfoy deliberadamente. Que apuntaba hacia él.
Harry abrió la boca con decisión, dispuesto a decir algo, pero la cerró al darse cuenta de que no sabía qué decir. Confuso, se limitó a mirar a la joven pelirroja con fijeza. Ron, tras él, había dejado de sonreír. Sus ojos azules estaban cargados de perplejidad. Hermione tuvo dificultades para contener una mirada de abierto espanto. Se había quedado lívida.
¿Crabbe había atacado a Malfoy?
—¿Insinúas que lo ha atacado aposta? —quiso asegurarse Harry, profundamente extrañado. Volvió a mirar a Malfoy, en lo alto—. Pero si es… Crabbe. Son Crabbe y Goyle. Son sus amigos… Bueno, vale, más bien sus guardaespaldas. Pero lo idolatran, ¿por qué harían algo así?
—Quizá se ha peleado con Crabbe por algún motivo —opinó Ron, frunciendo el ceño—. Es… la única explicación. Pero creo que te confundes, Ginny, seguro que ha sido lo que dices, y quería atacar a Davies… —miró, al igual que Harry, a los jugadores, en lo alto. Seguían hablando con Hooch—. Y ha fallado. Seguro que ha sido un accidente.
—Es posible, pero… por lo que he visto, os juro que mi sensación ha sido que lo estaba atacando a él. He intentado repetir la jugada con los Omniculares, pero estaban demasiado lejos y la imagen no es muy nítida. No lo puedo ver bien, pero ha sido muy… raro —se defendió Ginny en un murmullo, pensativa, girando las ruedecitas de los binoculares mágicos que sujetaba en las manos.
—¿Ha podido pasar algo tan grave entre ellos como para que lo ataquen en un partido de Quidditch, delante de toda la escuela? —se preguntó Harry en voz alta, al parecer comenzando a creer la versión de la joven Weasley. Sus ojos verdes brillaban con turbación tras sus gafas.
Hermione casi no podía respirar. Su mente estaba en blanco, luchando por encontrarle algo de sentido. Un repentino terror, como una oleada de aire frío, la invadió hasta los huesos. Si se habían peleado, si verdaderamente se habían peleado… ¿Era posible que la razón fuese…?
Que ella supiese, Malfoy había cometido una traición imperdonable contra los suyos. Traición suficiente como para provocar eso. Pero Crabbe y Goyle no podían haber…
¿Verdad?
—Voy a buscar a Theodore Nott. Ha ocurrido cerca de la zona de los Slytherin, quizá haya visto algo diferente —sentenció de pronto Hermione, hablando apresuradamente pero de forma clara—. O sepa qué ha ocurrido entre ellos, si es que verdaderamente se han peleado.
—¿Nott? —repitió Ron, como siempre hacía, casi por costumbre, cada vez que la joven mencionaba al muchacho.
—Sí, Nott —corroboró la chica, lacónica, demasiado nerviosa como para contenerse y no hablarle con brusquedad—. Creo que ha quedado claro que somos amigos, ¿verdad? Voy a hablar con él. Ahora vuelvo.
Y, dicho esto, se dio la vuelta y se alejó rápidamente, abriéndose paso entre la multitud que los rodeaba.
Harry abrió la boca para detenerla, pero no logró decir nada a tiempo. Ron y él intercambiaron una mirada de abierta inquietud, ambos preguntándose si su amiga estaba segura de lo que hacía. Si ir a hablar con el amigo de Malfoy era la mejor opción, a pesar de la supuesta cordialidad que ambos mantenían.
—¿Vamos tras ella? —cuestionó Ron, con impaciencia. Parecía lucir súbitamente nervioso. Harry vaciló, pero terminó sacudiendo la cabeza.
—Ha dicho que ahora vuelve. Nos matará si cree que la espiamos, creerá que no confiamos en ella… Hagámosle caso. Hermione sabe lo que se hace, es mil veces más inteligente que nosotros. Y más cauta. Si cree que hablar con ese tal Nott es buena idea… Cuando vuelva nos contará lo que averigüe.
Ron frunció los labios, pero no pudo decir nada en contra. Devolvió su mirada al partido detenido, observando las diferentes reacciones de los jugadores ante lo ocurrido. Casi sin verlo, con su mente claramente lejos de allí.
Ginny, por su parte, seguía mirando la dirección por la cual había desaparecido su amiga. Estupefacta. La preocupación brillando en sus ojos marrones. La reacción de Hermione ante lo sucedido a Malfoy había sido algo… extraña. Parecía haberle afectado más de lo que era razonable, al margen del buen corazón de su amiga. Hubiera jurado que había visto genuina preocupación en sus ojos...
«Maldición», pensó la pelirroja, cruzándose de brazos. Sintió un escalofrío de inquietud recorrerla. Las palabras que Luna había pronunciado en Las Tres Escobas, y que ella había tratado de olvidar por ser inverosímiles, volvieron a su mente, confundiéndola por completo. Cuadraba con lo que acababa de ver, cosa que no había esperado que sucediese.
¿Era remotamente posible que Luna estuviese en lo cierto?
Draco, con los ojos fuertemente cerrados, apenas alcanzó a escuchar el agudo pitido del silbato de Hooch, por encima del alto murmullo colectivo de la sorprendida multitud. Cuando logró elevar sus párpados, distinguió a un borroso Davies, parado en el aire ante él, observándolo con amable inquietud. Pero sin atreverse a tocarlo. Distinguió también a Crabbe por el rabillo del ojo, a su izquierda. Desvió sus ojos hacia él, pero no tuvo tiempo de ver su expresión.
—¡Tiempo muerto! —oyó que gritaba Hooch, volando rápidamente hacia ellos sobre su escoba—. ¿Qué ha pasado? —rugió, enfadada, contemplándolos a los tres. Un rápido vistazo al joven Malfoy le hizo comprender que la herida que había sufrido no era potencialmente mortal.
—He apuntado mal —se justificó Crabbe, con una falsa expresión de tristeza que a Draco le revolvió el estómago—. Quería darle a Davies, pero Draco se ha puesto en medio… Le he dado en el brazo.
—Es… posible —admitió Davies a su vez, rascándose el castaño cabello, algo confuso—. Yo estaba pasando al lado de Malfoy…
Hooch los contempló uno a uno, deteniendo su mirada un segundo de más en Draco. Éste, con los dientes apretados, conteniendo un gemido de dolor, se limitó a asentir con la cabeza secamente. La mujer se relajó visiblemente, quizá creyendo que la expresión indignada de Draco simplemente se debía a haber sido lesionado. Pareció considerar que, al haber sido una bludger lanzada por alguien de su propio equipo, el error era evidente.
—Está bien. Malfoy, vaya abajo y que le echen un vistazo a ese brazo —ordenó Hooch, con más suavidad.
Draco dirigió una homicida mirada a su compañero de equipo, que se aseguró de que Hooch no viese. Soltó la mano con la que se sujetaba el brazo izquierdo, manteniéndolo apretado contra su cuerpo, para poder sujetarse al mango de la escoba con ella. Comenzó a descender lentamente. Por suerte, al haber jugado siempre como buscador, estaba acostumbrado a volar con una sola mano, estirando la otra para alcanzar la snitch. Aun así, temblaba de pies a cabeza. De pura cólera e impotencia. Montague lo alcanzó volando, a medio camino del suelo, con aspecto preocupado. Draco tuvo que hacer un esfuerzo considerable para no mandarlo a la mierda automáticamente.
—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —le preguntó su capitán, con brusquedad, descendiendo junto a él
—Crabbe me ha dado… sin querer —mintió Draco, apretando los dientes. Sintió que le rechinaban—. Él apuntaba a Davies.
Montague resopló suavemente, frustrado.
—Estas cosas pasan —murmuró cuando llegaron al suelo, mientras el rubio desmontaba de su escoba. Él se mantuvo en el aire—. Avísame cuando te encuentres mejor —vaciló, y Draco lo vio tragar saliva—. Porque puedes seguir, ¿no?
—Pues claro —corroboró Draco con brusquedad, dándole la espalda al aliviado rostro de su capitán.
Montague remontó el vuelo para ir a hablar con el resto del equipo, que aguardaban formando un desigual círculo en el aire, sobre sus escobas. Draco se dirigió hacia Madame Pomfrey, que lo aguardaba unos metros más lejos, en la pequeña tienda de campaña, apenas una gruesa tela sujeta por cuatro postes, que siempre preparaban en uno de los extremos, para posibles curas provisionales o de urgencia. Veía que la mujer se encontraba hablando con rápidos aspavientos con algunos profesores, Flitwick y McGonagall entre ellos. El estar caminando en soledad por el desierto campo, a la vista de toda la escuela, siendo el indiscutible centro de atención y la razón de sus conversaciones, hizo que el rostro de Draco se colorease. Le encantaba llamar la atención, pero no por algo así. A pesar de todo, cuadró sus hombros y caminó con toda la elegancia que poseía, que no era poca. Imprimiendo cada zancada de todo el poderío que podía, aunque el brazo le ardiese con cada impacto contra el suelo.
De pronto, por el rabillo del ojo, distinguió una figura bajando las escaleras que conducían a las gradas, a su izquierda. Nott salió a su encuentro, y se unió a él en su caminar hasta la enfermera. Sus facciones estaban tensas, y sus ojos lucían atormentados. Draco se sintió incapaz de mirarlo, y observó al frente con fijeza.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Theodore nada más llegar a su lado, jadeando ligeramente. Debía de haber bajado corriendo para alcanzarlo.
—Perfectamente —dijo Draco, cortante, sin dejar de caminar a grandes zancadas hacia la enfermera del colegio.
—Lo he visto todo. No ha sido un accidente, ha sido a propósito —acusó Nott, furioso, siguiéndolo al trote.
—No me digas, genio.
—¿Se lo has dicho a Hooch? —insistió Nott, ignorando su mal humor.
—No seas imbécil —espetó Draco, visiblemente furioso—. Sabes perfectamente por qué lo han hecho. No puedo decir que ha sido a propósito, porque tendré que explicar el motivo. Así que ni se te ocurra abrir la boca…
—¡Y otro más! —le gritó Madame Pomfrey tan pronto Draco llegó a su lado, agarrándolo de la túnica y obligándolo a sentarse en un pequeño banco de madera. Le quitó la escoba de las manos, dejándola a un lado con poca delicadeza. Nott permaneció de pie, a su lado—. ¡Llevo años diciéndole a Dumbledore que esto del Quidditch es una barbaridad! ¡En todos los partidos tenemos algún herido! ¡Deberían dejar el Quidditch a los profesionales! —le estiró el codo, arrancando un grito de dolor al muchacho, provocándole un agudo tirón en la zona del hombro—. ¿Cómo te han dado?
—De frente, con la bludger. A menos de tres metros —relató el joven, entre dientes, con desgana.
La enfermera le examinó el brazo eficazmente con la varita como si fuese un lector de rayos X, sin volver a tocarlo. Una profunda línea se dibujaba entre sus canosas cejas. Realizó diversos movimientos, primero circulares, después en forma de ochos, tanto en su muñeca como en su codo y hombro. Un humo dorado seguía los movimientos de la varita. Algunas runas aparecían mágicamente dibujadas en el aire de vez en cuando, al parecer dándole información con respecto al estado del tejido. Y también palabras que Draco, desde su vista, no apreciaba a leer del revés.
—Pues que sepas que has sufrido una subluxación —espetó finalmente, guardando su varita en su túnica. El humo dorado se disipó a los pocos segundos—. No vas a poder seguir jugando. Avisa a Dumbledore —le dijo al profesor Flitwick, por encima de su hombro, el cual se encontraba unos metros más lejos, contemplándolos—. El equipo de Slytherin se queda sin buscador. Que suspenda el partido.
—¡No diga estupideces! —soltó Draco sin ninguna educación, sobresaltando a la enfermera—. Por supuesto que puedo seguir. Sólo tengo que coger la snitch, y eso puedo hacerlo con el otro brazo.
—¡No puedo permitírtelo! —exclamó Pomfrey, indignada—. ¿Te has vuelto loco?
—Oiga, soy yo el que tiene el brazo hecho mierda, y soy yo el que dice que puedo jugar —le espetó Draco, acalorado—. Así que haga el favor de limitarse a hacer su trabajo: véndemelo, o algo por el estilo, para que pueda volver al partido.
Madame Pomfrey lo fulminó con la mirada, respirando furiosa por la nariz como si fuese un Colacuerno húngaro. Nott estuvo tentado de retroceder un paso, abrumado ante las miradas asesinas que se dirigían alumno y enfermera, casi como si hubieran lanzado dos Impedimentas a la vez por los ojos. Luchando por hacer flaquear al otro.
—Muy bien, tú lo has querido —soltó la bruja, entre dientes, con voz crispada. Después se alejó en busca de lo necesario para hacer una cura de urgencia al brazo, murmurando algo en lo cual se pudieron entender las palabras "niñatos" e "insolentes". Flitwick, con su arrugado rostro contorsionado con inquietud, la siguió para hablar con ella.
Nott se volvió a Draco, mirándolo con la pesadez reflejada en sus ojos azules.
—No puedes volver ahí —le espetó el moreno con un hilo de voz, intentando que solo él le escuchase—. Van a matarte.
—Que se atrevan... —gruñó Draco, bravucón, quitándose las protecciones del brazo que tenía herido, usando la otra mano. Al ver que le costaba hacerlo por intentar mantener el brazo lo más inmóvil posible, evitando el dolor, acercó la boca al brazo y usó también los dientes.
—Draco, esto es muy serio —suplicó Nott, con énfasis, sentándose a su lado, y ayudándole, sin que él se lo pidiese, con los cordones de las protecciones. Su amigo no lo miró a los ojos, se limitó a seguir el movimiento de sus manos—. Tienes que contárselo a alguien.
Draco tuvo el valor de soltar una carcajada despectiva.
—Maravillosa idea. ¿Te importaría llamar a mi madre y a Snape, y traerlos para que se lo cuente? Oh, y si localizas al Señor Oscuro lo traes también —ironizó Draco con abierta mordacidad. Quitándose finalmente la protección que su amigo había logrado desabrochar.
—¡Maldita sea, pues cuéntaselo a Dumbledore! —propuso Nott, cargado de frustración—. Quizá él pueda hacer algo.
—Lo que me faltaba por oír…
—Draco —insistió Nott, con voz cargada de súplica—, te lo ruego, no vuelvas al partido, por favor. Pueden hacerte mucho daño. No merece la pena, ¿qué pretendes demostrar?
—Si no juego, perderemos —repuso el rubio, con firmeza. Dejó escapar un resoplido, y añadió con más serenidad, en voz más baja—: Además, esto me viene de perlas. Esos dos descerebrados no se están dando cuenta de las consecuencias. Esto me beneficia. Me están atacando abiertamente; todo el mundo me verá como una víctima. Esos dos rumiantes están atacando a un compañero de equipo. Están quedando como idiotas. Si todavía tienen intención de contar algo sobre Granger y yo, no se dan cuenta de que habrán perdido toda la credibilidad con lo que están haciendo ahora… Pero no se enteran, porque no saben utilizar ni un diez por ciento del cerebro —Nott se limitaba a mirarlo fijamente, con la boca entreabierta. No estando seguro si admiraba la capacidad de su amigo para sacar partido a cualquier situación en su beneficio, o si lo consideraba demente—. Vete, el partido empezará enseguida —añadió Draco, justo cuando una airada Pomfrey volvía a acercarse con una poción en las manos.
Nott le dirigió una mirada cargada de reproche. Era incorregible. Se puso en pie de un salto, frustrado, y se alejó de vuelta a las gradas a paso ligero, sin despedirse. Se cruzó, sobresaltándose por la sorpresa, con una completamente afligida Pansy Parkinson, que pasó por su lado sin mirarlo, corriendo en dirección a Draco y gritando el nombre del muchacho. Nott, conteniendo el escalofrío de incomodidad que lo recorrió ante el escándalo que estaba armando la joven, comenzó a subir las escaleras de las gradas de dos en dos, solo para relajar la rabia que sentía por dentro. Iban a matarlo y, para variar, no le escuchaba. Estaba harto.
Al llegar al tercer tramo de escaleras, en busca del lugar en el que había estado sentado, prácticamente chocó de bruces con Hermione Granger, que bajaba en ese momento.
—¡Nott! —saludó la chica, esbozando una sonrisa nerviosa—. Te buscaba…
—Granger… —murmuró él, todavía algo aturdido—. ¿A mí?
—He visto que has bajado junto a Malfoy —Hermione miró por encima del hombro del chico, en dirección al toldo bajo el cual estaba Draco. Aunque, desde donde se encontraban, el ángulo no permitía tener una visión directa del joven.
—Sí, lo… he dejado con Pansy —reveló Nott, jadeando ligeramente, todavía sin aliento por su rápido ascenso por las escaleras. El rostro de la chica se demudó, pero de forma tan sutil que Theodore, si no hubiera estado esperando precisamente esa reacción, no se hubiera fijado.
Todo estaba encajando cada vez más…
—Claro, lógico… Estaría preocupada —murmuró Hermione, recomponiéndose y asintiendo levemente con la cabeza, como si fuese evidente. Volvió a enfocar su mirada en Nott—. ¿Po… podemos hablar? ¿Dónde no nos vean? —miró alrededor, algo nerviosa.
Nott frunció el ceño, confuso. También miró alrededor. Las gradas de su izquierda estaban compuestas por alumnos de Slytherin de diferentes cursos. No consiguió ver a ninguna persona conocida entre la marea verde y plata que cubría los asientos de madera. A su derecha se encontraban las gradas de Hufflepuff, como un brillante manto amarillo y negro, casi dañino a la vista.
—Supongo… Ven —la cogió de la flexura del codo y tiró de ella escaleras arriba. Ambos se perdieron entre una multitud de alumnos de Hufflepuff y se ocultaron bajo el techo de madera que sujetaba los asientos de la grada superior. Se internaron en la estructura de la grada, en el esqueleto del campo de Quidditch, hasta acabar rodeados de vigas verticales y horizontales de diferentes tamaños. El espacio era lo suficientemente alto para albergar a ambos jóvenes, de una estatura similar, ligeramente agachados.
—¿Cómo está Malfoy? —fue lo primero que cuestionó la chica, mirando a Nott con una evidente intensidad brillando en sus expresivos ojos marrones. Aunque intentaba sonar lo más inocente posible. Como si solo lo preguntara por cortesía. Aun así, Nott la miró de hito en hito durante unos segundos. La pregunta "¿Qué diablos te importa a ti?" murió en sus labios.
—Tiene una… subluxación de hombro —confesó finalmente, con precaución—. Pero está bien. Solo ha sido un desafortunado accidente.
—¿De veras? —preguntó la chica con nueva brusquedad. Nott ladeó el rostro, fingiendo no comprender—. Ginny, la hermana de Ron, ha visto todo con los Omniculares. Y está bastante convencida de que ha sido a propósito. Venía a preguntarte al respecto.
Nott fingió una sonrisa incrédula y la miró con confusión.
—¿Cómo va Crabbe a atacarle a propósito? Son colegas… Es evidente que…
—Todo eso ya lo sé. Por eso te lo pregunto, porque nos ha parecido muy extraño —protestó Hermione, mirándolo sin parpadear—. ¿Ha ocurrido algo entre ellos para que lleguen a atacarlo así?
Fingió que su pregunta era una simple deducción lógica, aunque no estuvo segura de haberlo conseguido. Nott la contemplaba con atención.
—Crabbe le ha dado por accidente —insistió, con voz serena e impersonal. Pero no pudo evitar observar minuciosamente la expresión del rostro de la joven. Ella tragó saliva, y lo contempló, dudando ligeramente de su hipótesis.
—¿De verdad ha sido un accidente? —murmuró, menos segura de sí misma.
—¿Cómo no iba a serlo? —se sorprendió él, aunque con tono todavía calmado. Ahora la fija mirada de Nott la empezó a hacer sentir incómoda—. ¿Se te ocurre acaso algún motivo para que lo atacasen?
Hermione se obligó a dejar escapar una suave carcajada.
—Como comprenderás, yo no puedo saber algo así —dijo, intentando imprimir su voz de diversión. Pero Nott no se reía. La contempló, sopesando sus posibilidades. ¿Podría descubrir, por boca de Granger, lo que estaba ocurriendo en realidad? ¿O se metería en un lío irreparable?
—¿Ah, no? —masculló Nott, al final, sin poder contenerse—. Pues yo creo que sí sabes algo.
La joven lo contempló unos segundos, en un confuso silencio. La repentina acusación de Nott le aceleró el corazón, llegando a sentir el latido en sus oídos. Su cerebro trabajaba a toda velocidad, intentando encontrar sentido a la firme mirada de su interlocutor, aunque lo sentía curiosamente embotado. Pero aun era demasiado pronto para que el pánico la invadiese. Necesitaba más información.
—¿Yo? —dijo finalmente, tratando de sonar lo más desconcertada posible. Lo cual no era mentir, en realidad. Tenía el corazón del tamaño de un Gobstone—. ¿Qué voy a saber yo? Lo único que se me ocurre es… lo de Warrington. Que Crabbe y Goyle quieran vengar a Warrington por la paliza que Malfoy le dio, ¿es eso posible? —hipotetizó de pronto, observando a Nott con renovada ansiedad.
El moreno dejó escapar un resoplido poco impresionado por la nariz. Sus ojos se movían con rapidez, recalculando su estrategia.
—No ha sido por Warrington exactamente…
—Pero, entonces, ¿es verdad que no ha sido un accidente? —lo interrumpió ella, queriendo confirmarlo, envalentonada al ver que parecía dispuesto a hablar. El corazón le retumbaba con fuerza. Había una alarma sonando estridentemente en su interior, advirtiéndole de que los derroteros de la conversación no le gustarían.
—No, no ha sido un accidente. Crabbe le ha atacado a propósito —confesó él finalmente, desoyendo la voz en su cerebro que le gritaba que cerrase la boca inmediatamente. Una voz que se parecía a la de Draco. Los ojos de Hermione se convirtieron en dos heridas abiertas.
—¿Por qué? —fue lo único que escapó de sus labios, casi en un jadeo—. ¿Por qué harían una cosa así? Si no ha sido por lo de Warrintgon, ¿qué…?
—¿No se te ocurre nada? —insistió Nott, lacónico. Hermione sintió la impotencia y la rabia apoderándose de su estado anímico.
—¡Oh, por Dios! ¿Qué dices? ¿A qué viene tanto misterio? —exclamó la chica, exasperada y nerviosa—. ¿Cómo voy yo a…?
No logró terminar la frase, pues de pronto comprendió el sentido de su pregunta. Comprendió lo que Nott quería obtener. Pero no era posible. La forma en que el chico la miraba de pronto la asustó. La analizaba, como si la viese por primera vez. La miraba como si… lo supiese todo.
¿Nott lo sabía?
¿Y Crabbe, y Goyle…?
No esperaba, que, verdaderamente, sus sospechas de por qué podían haber atacado a Malfoy se confirmasen. No estaba preparada para la irremediable realidad. Miró al chico de hito en hito, el cual la miraba con total atención. ¿Cuánto podía revelar? ¿Cuánto le habría contado Malfoy? ¿Le habría contado algo?
—Por la cara que has puesto, parece que sabes de lo que hablo —comentó de pronto Nott con afilada ironía. Hermione tragó saliva y se obligó a mantener la compostura. Pasara lo que pasase, tenía que controlarse.
—No, no sé de qué hablas. No sé qué decir, no sé nada…
Nott resopló por su larga nariz, haciéndola enmudecer, y se limitó a pasar su mirada de un ojo a otro. Esta vez Hermione vio una firme determinación en los azules orbes del chico. Un sentimiento que no le gustó ni un pelo. Sintió que estaba, inevitablemente, en problemas.
—Crabbe y Goyle os vieron juntos a Draco y a ti —reveló el joven moreno, con voz serena y algo ronca—. El día que Draco pegó a Warrington. Os vieron frente al despacho de McGonagall. No sé lo que os vieron hacer, pero creen que hay algo entre vosotros, y ahora tachan a Draco de traidor a la sangre.
Hermione tardó un largo instante en reaccionar. Durante varios segundos, no fue capaz ni de esbozar una mueca. Estaba petrificada. A juzgar por la atenta mirada de Nott supo que tenía que decir algo, expresar algo, pero no fue capaz. No podía pensar, su cerebro de pronto decidiendo que no había nada suficientemente coherente en su interior que pronunciar en voz alta. Tuvo que apoyarse con el hombro en un poste de madera que afortunadamente tenía al lado, con disimulo, sintiendo flaquear sus piernas.
Delante del despacho de McGonagall… se habían besado. Malfoy la había besado. Ella le había correspondido. Se había ido a los pocos segundos, pero le había correspondido.
¿Cómo no iba a pensar, cualquiera que les viese, que había algo entre ellos?
Oh, Dios mío…
—Malfoy y yo, no… —fue lo único que logró articular, en medio del paciente silencio de Nott.
—¿Ah, no? —masculló Nott, con desdén, interrumpiéndola. Se maldijo a sí mismo por no haber sabido mantener su palabra de no contarlo. Draco iba a matarlo, literalmente—. Sé que os visteis ese día, porque yo mismo te dejé frente al despacho de McGonagall. Pero no sé lo que pasó cuando me fui, y, sinceramente, hasta hace poco no se me habría ocurrido pensar en las posibilidades que estoy pensando ahora. Crabbe y Goyle parecen tener claro lo que vieron —ironizó, casi con sorna—, pero no tienen pruebas de nada, así que no creemos que vayan a contárselo a nadie más. Nadie les creerá. Lógicamente —volvió a utilizar un tono mordaz.
—¿Qué se supone que nos vieron haciendo? —articuló la chica, intentando imprimir su voz de desconcierto. Casi de un tono defensivo. Necesitaba saberlo todo. Asegurarse de qué sabía Nott.
—Draco no me lo ha querido decir, ni tampoco he hablado directamente con ellos —admitió Theodore, en un molesto murmullo, tras vacilar. Dio la impresión de que había estado a punto de fingir que sabía lo que había ocurrido, para así hacerla confesar a la fuerza con un engaño, pero finalmente decidió ser sincero. Enfrentarla con la verdad.
Hermione soltó un resoplido incrédulo, alterada. Necesitaba calmarse. Nott no sabía nada con seguridad, y, si Malfoy no le había contado nada, tampoco lo haría ella. Nadie tenía que enterarse de lo que estaba sucediendo entre ellos.
—Esto es surrealista. ¿Qué diantres creen que hemos hecho? Piensan que… que… Y ahora intentan matarlo en un partido de Quidditch escolar —logró articular Hermione, agitada. Se llevó una mano a la frente, despeinándose el flequillo con torpeza—. Es de locos.
—Pocas cosas relacionadas con Draco están siendo coherentes últimamente —se quejó Nott, apoyando la espalda en una viga que había tras él y cruzando los brazos.
—Quizá es todo más coherente de lo que te estás imaginando —lo defendió Hermione inesperadamente. Simulando que no corroboraba la acusación de Crabbe y Goyle. Pero ni ella misma creía en sus palabras. Los inesperados besos de Malfoy, la pasión que manifestaba hacia ella, su repentina defensa golpeando a Warrington para defenderla de algo que el muchacho hubiese dicho en su contra… Verdaderamente, todo estaba siendo insólito. Hermione compartía la opinión de su interlocutor: pocas cosas que involucrasen a Malfoy en los últimos meses estaban siendo coherentes.
Nott la miró, sin inmutarse.
—¿Qué hicisteis Draco y tú, Granger? —preguntó sin más rodeos, con serenidad—. Confiaste en mí con todo el asunto de Runas Antiguas. Vuelve a confiar en mí, por favor. ¿Debería preocuparme? ¿Draco está metido en algún lío?
Ella tragó saliva y lo miró, comprendiendo perfectamente a qué se refería con "lío". Sintió su corazón convertirse en plomo. Así estaban las cosas. Esa era la pura realidad. No era nada que no supiese, pero aun así tuvo que darse unos segundos para asimilar la situación. El hecho de que sucediese algo entre ellos solo traía problemas. No era, en absoluto, nada bueno. Incluso alguien tan abierto de mente, y tan tolerante con las relaciones entre hijos de muggles y sangre limpias, como Nott, sabía que era un problema. La situación de Malfoy, y la de ella, no facilitaban nada. No debía estar ocurriendo nada entre ellos. Ya solo que ciertas cosas estuviesen ocurriendo era inadmisible, con lo cual, definitivamente, debían pararlo todo de inmediato. No podía suceder nada más. Era peligroso, aterrador, arriesgado.
La vida acababa de arrojarle la realidad a la cara. Una realidad que había opacado con sus sentimientos, excusándose en ellos para permitirse imaginar ciertas cosas. Pero la realidad no había cambiado a pesar de lo que pudiese sentir. De pronto lo vio todo dolorosamente claro.
—No —pronunció Hermione con seguridad, sin que la voz le temblase—. No lo está. Al menos no conmigo. No sé qué han creído ver, pero no pasó nada inusual. Me resulta hasta ridículo tener que aclararlo. Es evidente.
Nott ahogó una risotada con la nariz. Demostrando la poca credibilidad que le daba a su defensa.
—Parece que os habéis puesto de acuerdo para decir eso.
Hermione lo miró a los ojos, escrutándolos. A juzgar por su expresión, Hermione supo que Nott sabía la verdad. Ni Draco ni ella habían logrado engañarlo. Y no estaba segura hasta qué punto eso era un problema.
La joven comprendió de súbito que tenía que hablar con él. Tenía que hablar urgentemente con Malfoy. Lo buscaría al terminar el partido. Necesitaba aclarar qué había sucedido con Crabbe y Goyle. Cómo podían haberlos visto. Qué le habían dicho. Qué le habían hecho.
Nott hizo ademán de decir algo más, pero un fuerte pitido ahogó sus palabras. Ambos alzaron la cabeza hacia el suelo de la grada superior, por inercia. El partido había vuelto a comenzar.
—¡No me digas que va a volver a jugar! —se escandalizó Hermione, dando un pisotón al desgastado suelo de madera.
Nott resopló y asintió con la cabeza, mirándola con mutua contrariedad. Se revolvió el oscuro cabello, frustrado.
—Tengo que irme —murmuró el moreno, mirándola por el rabillo del ojo. Parecía molesto, y defraudado—. Quiero ver si sucede algo más en el partido. Ya… hablaremos.
Hermione, aunque no deseaba, ni de lejos, retomar esa conversación, logró asentir con la cabeza. Pero sentía el cuello rígido. Era tan consciente del miedo en su interior que le temblaban las manos. De pura incertidumbre. ¿Qué más podía suceder?
Draco volaba de nuevo en busca de la snitch, a muchos metros por encima del suelo. Sentía intermitentes y agudos pinchazos de dolor en el hombro izquierdo, fuertemente vendado y sujeto a su cuello con un cabestrillo. Además de un continuo dolor sordo. El partido se retomó, y la afición volvió a jalear con normalidad.
Intentando relajar sus alteradas pulsaciones, giró la cabeza con disimulo, fingiendo buscar la snitch, y logró visualizar a Crabbe y Goyle. Se encontraban a bastantes metros de distancia de él. Separados entre ellos por pocos metros. Hablándose en murmullos lo suficientemente altos como para que ellos se escuchasen.
Draco maldijo entre dientes, comprendiendo que debían estar planeando una nueva jugarreta. Maldita sea, si tuviera su varita consigo se iban a enterar esos dos… Buscó a la señora Hooch, y la localizó bastante lejos, vigilando un nuevo tanto para Ravenclaw marcado por Burrow. No estaba muy seguro de cómo proceder. Por una parte, quería que volvieran a hacerle algo. Quería que la gente se pusiera en contra de ellos, cosa que harían al verlo atacar a su propio compañero de equipo. Ayudaría definitivamente a la imagen desprestigiada que estaba creando de ellos.
Pero, por otro lado, no tenía ni pizca de ganas de que le luxaran el otro brazo.
Decidió volar más cerca de sus compañeros de lo que lo haría en situaciones normales como buscador, intentando sentirse algo más protegido. No iba a jugarse la puta vida por algo así. Ya tenía el asunto más o menos solucionado. Con un hombro luxado era suficiente. Ahora solo tenía que coger la snitch y ganar el partido.
Mientras se acercaba a la zona de los tres aros, de pronto, y contra todo pronóstico, pues no la estaba buscando conscientemente, la vio.
La diminuta pelotita alada describía círculos junto a uno de los postes de Slytherin. Con un vacío en el pecho, dirigió allí la escoba a toda velocidad. Vio de refilón que MacDougal, al otro lado del campo, y mucho más lejos de la snitch que él, hacía lo mismo. Mientras volaba a toda velocidad, equilibró su cuerpo para poder elevar su única mano útil cuando fuera necesario coger la pelota, sujetándose a la escoba solo con las piernas. Escuchó, por debajo del viento silbando en sus oídos, cómo la comentarista, aquella chica chiflada de Ravenclaw, comentaba su actuación. Aunque no entendió lo que dijo, le pareció que escuchaba su nombre.
Con la vista fija en la snitch, describió un arco por el campo, y se introdujo por el medio de los jugadores, siguiéndola sin pausa. Cuando apenas le quedaban unos metros para alcanzarla, el grupo de cazadores de Slytherin pasó a toda velocidad frente a él, con la quaffle en sus manos, obligándolo a detenerse en seco. Con el corazón palpitante, sus nerviosos ojos otearon lo que le rodeaba. Chasqueó la lengua con disgusto al ver que la snitch había vuelto a desaparecer.
MacDougal llegó en ese momento a su lado, deteniéndose también, y buscó su mirada. Draco se la correspondió, todavía jadeando, y vio que la joven le sonreía con tristeza, igualmente desilusionada. Al parecer intentando ser una rival amistosa. Antes de que Draco, cargado de diversas emociones, pudiera siquiera parpadear, el rostro de la morena se desencajó y elevó un brazo, señalando al cielo, a espaldas del buscador de Slytherin.
Draco ni siquiera intentó mirar lo que le señalaba. Por acto reflejo, giró sobre su escoba a toda velocidad intentando apartarse, pero no fue lo suficientemente rápido. Sintió, de pronto, que alguien presionaba un interruptor y apagaba la luz que lo rodeaba. No sabía si había cerrado los ojos, o si había dejado de ver. Lo invadió un súbito dolor dentro de su cabeza, un dolor atroz, como si su cráneo hubiera estallado en mil pedazos… Tuvo que dejar de pensar, en medio de la agonía. Creyó ver un brillante destello tras sus párpados cerrados, y de pronto ya no estaba sujeto a su escoba. No estaba sujeto a nada. Estaba ingrávido, cayendo por un largo y oscuro túnel…
Sí, efectivamente, le han dado con una bludger en toda la cabeza 🙈. Prometo que, a partir de ahora, Draco no terminará herido al final de todos los capítulos, que vaya racha lleva el pobre... No sé por qué lo hago sufrir tanto, con lo que yo le quiero 😂😂
Ay, ay, ay, cuántas cosas… Veamos, el capítulo es largo, como me ponga a comentarlo esto va a quedar eterno (😂), así que simplemente os comento un par de cosillas que me han venido a la cabeza mientras lo escribía...
Por un lado, sobre Pansy, personalmente he preferido alejarme del "bashing" a este personaje. En el pasado he leído algunos fics en los que Draco no la trata muy bien, y no me apetecía representar así su relación. Que la chica no es ninguna santa (ya se ha visto en capítulos anteriores lo mal que trata a nuestra Hermione), pero en los libros, lo poco que se ve de su relación con Draco, parece que son buenos amigos, y él la trata siempre de forma amable… De modo que así lo he representado ju, ju, ju 🙈. Tendremos más Pansy en los próximos capítulos 😉
También ha habido una interesante conversación con Remus sobre la realidad del mundo mágico fuera de la escuela. Como ya comenté al principio, no todo va a tratar sobre el amor en esta historia (😂), la guerra también estará muy presente, sobre todo más adelante…
Y, por último, tenemos el ataque a Draco con las bludgers. Pobrecito mío… y encima dice que le viene bien, que sus compañeros le verán como una víctima, este niño es tonto 😑 (sabemos bien que a Draco le gusta hacerse la víctima para conseguir lo que quiere cof cof Buckbeak cof cof 😂). Y, relacionado con esto, la conversación entre Hermione y Theodore 😨. Madre mía… ahora la chica ya sabe que Crabbe y Goyle los vieron, y Nott parece que cada vez tiene más claro que ha ocurrido algo entre ellos. Y también Ginny parece sospechar a raíz de lo que comentó Luna en las Tres Escobas… ¿Qué pasará? Chan chan ja, ja, ja.
Ojalá os haya gustado mucho, de verdad 😊. Contadme qué os ha parecido, si os apetece, en un review, siempre os leo con mucha ilusión a todos 😍
¡Gracias por leer! ¡Un abrazo muy, muy fuerte! ¡Hasta el próximo! 😍
