¡Hola a todos! ¿Qué tal? Ojalá estéis muy bien 😊 Espero que tengáis ganas de saber cómo continúa la historia, porque vuelve a ser un capítulo largo (otras 36 páginas, no me matéis ja, ja, ja) 😂

Como siempre, muchísimas gracias a todos por vuestros comentarios 😍. De verdad que me llena de vida leer vuestras opiniones sobre la historia, os agradezco muchísimo que os toméis el tiempo de dejarme un comentario, no puedo pedir más 😍. ¡Me alegro mucho de que os esté gustando! Ojalá siga haciéndolo. Como ya hemos comentado varias veces, soy consciente de que es una historia de amor leeenta, y por eso os agradezco doblemente vuestra paciencia, y que no me matéis por ir tan despacio con el romance entre nuestros tortolitos 🙈😂. Me gusta pensar que el resultado valdrá la pena. ¡O eso espero, ya me contareis! ja, ja, ja 😂

Gracias a todo el que esté leyendo, de verdad 😘

¿Recordáis dónde lo dejamos? Exacto, digamos que Draco no terminó el partido de Quidditch en muy buena forma…Veamos qué sucede después...


CAPÍTULO 22

Apariencias

Hermione caminaba a tanta velocidad que comenzaba a sentir calambres en las piernas. No estaba en muy buena forma física, de modo que no se creía capaz de llegar corriendo desde el campo de Quidditch hasta la Enfermería; pero sí creyó que podría caminar todo el trayecto a un ritmo rápido. Error. A ese rápido paso, ni andando ni corriendo, las piernas comenzaron a dolerle cuando subía ya la Gran Escalera. Pero no se detuvo. A sus espaldas escuchaba el no tan lejano rumor de las cientos de voces de los alumnos, los cuales estaban regresando poco a poco, igual que ella, desde el campo de Quidditch.

El partido había acabado súbitamente hacía poco más de treinta minutos, con un terrorífico incidente que acabó con un inconsciente Draco Malfoy siendo arrojado de su escoba. Una acertada bludger, que nadie supo decir con exactitud de dónde procedía en medio del caos del partido, había acertado de pleno en la cabeza del joven, estremeciendo al público entero. El joven Slytherin, sin conocimiento, cayó en picado varios metros, sin escoba, hasta ser detenido en el aire por el hechizo de un rápido de reflejos Albus Dumbledore. McGonagall le arrebató a Luna el micrófono para anunciar que se suspendía el partido de inmediato. El marcador terminó con 90 puntos contra 110, a favor de un inevitablemente feliz Ravenclaw.

Hermione, que todavía se encontraba abriéndose camino hasta donde Harry, Ron y Ginny la esperaban, pero sin perder de vista el partido, fue testigo de lo sucedido. No vio quién lanzó la bludger, pero hubiera apostado las notas de sus exámenes a que sabía quiénes habían sido… Apenas pudo asimilar el vacío en el pecho que sintió al ver al joven Malfoy en caída libre. La sensación de impotencia, de parálisis. El absoluto terror. Cuando Dumbledore lo detuvo en el aire, a pocos metros del suelo, el chico se mantuvo flotando cual muñeco de trapo, inerte. Incluso desde la distancia, se apreciaba cómo la oscura sangre goteaba desde su cráneo y caía hasta el verde césped. Hermione no logró inhalar todavía una cantidad normal de oxígeno. Él… estaba vivo… ¿verdad?

Cuando el partido fue suspendido por orden de McGonagall, el caos se apoderó del estadio. Y Hermione no supo qué hacer. Se quedó allí parada, en medio de las gradas, siendo empujada en todas direcciones por alumnos que iban y venían, unos a felicitar a los ganadores del partido, otros a dar el pésame a los perdedores, y otros de vuelta al castillo una vez que el espectáculo hubo terminado. Y otros muchos se quedaron en sus asientos para intentar discernir con morbosa curiosidad el estado de salud del buscador de las serpientes.

Al contemplar cómo los profesores, encabezados por una agitada Poppy Pomfrey, se llevaban al chico de vuelta al castillo, con visible urgencia, seguidos de cerca por el equipo de Slytherin, Hermione tomó una decisión. No podía ir en dirección contraria. No podía volver junto a sus amigos y esperar pacientemente a enterarse al día siguiente, gracias a los cotilleos de sus compañeros, si Malfoy continuaba con vida o no. No era una opción. Necesitaba ir tras los profesores.

Necesitaba hablar con él. Necesitaba hacerlo. Necesitaba verlo.

El corazón le retumbaba en el pecho, y sentía la sangre latir en los oídos al mismo ritmo, mientras llegaba a lo alto de la Gran Escalera. El resonar de sus pasos en el suelo de piedra se le antojaba horriblemente incómodo, como si, a cada paso que daba, fuese más consciente de que se estaba alejando más y más de sus amigos. Acercándose a terreno enemigo por su propia voluntad. Acercándose a Malfoy.

Cuando llegó al pasillo de la Enfermería, aminoró el paso con el que caminaba, para agradecimiento de sus ya temblorosas piernas. Se acercó a la esquina y asomó la cabeza intentando ver la puerta de la Enfermería. Su respiración estaba terriblemente acelerada y no podía controlarla. Se alegró de haberse asomado en primer lugar, pues justo en ese instante salió de ella el equipo de Quidditch de Slytherin casi al completo. Con la obvia excepción de Malfoy. Conversaban en tono airado, aunque la joven no alcanzó a entender nada, pues eran varias las voces que hablaban al mismo tiempo. Parecían estar discutiendo. Hermione sintió una profunda indignación al ver que Crabbe y Goyle parecían estar soportando la bronca de sus compañeros con falsas expresiones avergonzadas, casi tristes. Aunque con escaso éxito, la verdad. Era una escena repugnante. Un muchacho que reconoció como Pucey era quien hacía mayores aspavientos, señalando a los dos enormes golpeadores. Parecía realmente enfadado. Los jugadores sí parecían tener claro quién había lanzado la bludger.

Hermione esperó hasta que los jóvenes se alejaron por la esquina contraria del pasillo, contó hasta diez segundos, y después avanzó en rápidos pasos hasta la puerta de la Enfermería. Oteó el interior para constatar que no había nadie peligroso allí, y después se internó en el lugar. Las puertas dobles estaban abiertas de par en par, de modo que no hizo ningún ruido al entrar.

La amplia estancia se encontraba prácticamente desierta, iluminada por el resplandor de los casi inexistentes rayos de sol que se colaban por las abundantes cristaleras. Una iluminación grisácea que no hacía sino dar un aspecto aún más lóbrego al lugar. Madame Pomfrey cruzaba la estancia en ese instante, sin ver a la recién llegada chica, en dirección a su despacho. Llevaba una bandeja flotando ante ella, con algunos trapos y frascos que la chica no pudo identificar. Los profesores no estaban allí. Solo había una cama ocupada, al fondo de la sala. Hermione, demasiado nerviosa todavía, avanzó con andares agitados, sus pasos resonando en medio del silencio. Se detuvo cuando apenas quedaba un metro para alcanzar la cama.

Malfoy estaba tumbado boca arriba, cubierto con una blanca sábana hasta la mitad del pecho. Lo que Hermione reconoció como la parte superior de su sucio uniforme de Quidditch, manchado de sangre, reposaba a los pies de la cama, sobre las sábanas. Algunas protecciones alargadas, seguramente las de los antebrazos, y otras más redondeadas que serían las de los hombros, estaban sobre la blanca mesilla. Sus ojos estaban cerrados. Parecía sumido en un profundo sueño. Un blanco y grueso vendaje le envolvía la cabeza, dejando escapar algún que otro lacio mechón rubio por entre las tiras de venda. La casi imperceptible luz, que entraba por la alta cristalera situada justo a su lado, hacía visible el polvo que flotaba a su alrededor.

Los ojos de Hermione se clavaron en la zona de su pecho, a pesar de estar cubierta por la sábana. Subía y bajaba con parsimonia.

Estaba vivo. Y parecía estable. No lo habían trasladado a San Mungo.

Casi se avergonzó ante la oleada de alivio que la invadió, haciéndola casi marearse. Se obligó a quedarse quieta, recuperando la estabilidad. O quizá era que las piernas le temblaban por la caminata hasta allí. O quizá era que había pasado los últimos minutos muerta de miedo por él. Por Draco Malfoy.

Una vez que la tranquilidad aplacó al pánico en su cerebro, se obligó a ser más razonable. A proporcionar algo de lógica a sus próximas acciones. A pesar de encontrarse vivo, estaba dormido. O quizá sedado. No iba a poder hablar con él en ese momento. Aunque era algo que necesitaba urgentemente hacer. Necesitaba aclarar qué había sucedido con Crabbe y Goyle. Aclarar muchas cosas.

Hermione contrajo el rostro en una mueca de desesperanza y cerró los ojos un instante. ¿Podían complicarse más las cosas? Se obligó a alejar ese pensamiento, diciéndose casi con ironía que no era conveniente retar al destino. Miró por encima de su hombro, recorriendo la desierta estancia, y enfocando las puertas dobles, abiertas. No se oía nada en la quietud del lugar. Sopesó sus posibilidades. Visto así, debería irse. Harry y Ron la estarían buscando como locos; se había ido del partido sin ellos, y sin decirles a dónde iba.

La finalidad primaria para la cual había acudido a la Enfermería, que era comprobar que estaba vivo, la había cumplido. Y, a pesar de saber que la finalidad secundaria, la cual consistía en hablar con él, no iba a poder cumplirla, lo que sus pies hicieron fue acercarse más. Se aproximó a la cama, escrutándolo. Aunque se le pasó por la cabeza, se negó a sentarse en el borde del colchón, considerando tal gesto estúpido y pueril. Sería como si lo estuviera velando mientras descansaba. Como si lo cuidase. No tenía sentido que hiciera algo así. A pesar de imaginarse a sí misma haciéndolo.

Sintiendo la desesperanza descender sus hombros, como si soportase un gran peso, se detuvo a pocos pasos de él. Lo contempló con fijeza, sintiendo cómo una repentina angustia le oprimía la garganta.

Estaba ahí por ella. Por su culpa. Lo habían atacado por ella.

Les habían visto besándose. Habían estado tan sumergidos en sus problemas, en sus discusiones, en intentar comprender y reprimir aquello que les impulsaba a cometer tales estupideces, que ni siquiera se habían parado a pensar ni por un momento que algo tan terrible pudiese ocurrir. Pero, como suele suceder con cosas así, había sucedido. Les habían visto. Habían saltado las alarmas.

Según le había dicho Nott, Crabbe y Goyle no parecían dispuestos a contarles a los demás Slytherins lo que habían visto. Pero Hermione era incapaz de ser tan optimista. Si habían sido capaces de atacar a Malfoy de forma tan rastrera, el cual había sido su amigo durante tantos años, ¿de qué no serían capaces? Y, si lo hacían, si lo contaban, y si los alumnos llegasen a creer remotamente en sus palabras… sería terrible. Todo cambiaría. Hermione sintió un retortijón interior, su respiración acelerándose. El más perjudicado con diferencia si algo así ocurriese sería Malfoy, sin duda. Su reputación como destacado sangre limpia, fiel a la pureza de sangre, desaparecería para siempre. Hermione se preguntó qué sucedería con las amistades del chico, con su purista familia… Estaría en graves problemas. Quizá con la vida arruinada para siempre.

Y él no había querido decirle nada.

La había dejado al margen de todo aquello cuando ella era la otra mitad del puzle. De hecho, la vida de la chica también podría complicarse gravemente. Su entorno tampoco vería lo sucedido con buenos ojos. Las posibles reacciones de Harry y Ron era algo que no se atrevía a imaginar siquiera. No se atrevía a imaginar hasta qué punto se dañaría su amistad, a pesar de todo lo vivido. ¿Malfoy ni siquiera había pensado en ello? ¿Ni siquiera había considerado que debería saberlo, para estar preparada ante lo que pudiese suceder? ¿Le había dado igual que su vida se fuese al garete, igual que la de él? ¿Quizá no había querido preocuparla? ¿O simplemente había decidido que no quería tener nada más que ver con ella, y había querido resolverlo todo él solo? Eso no era justo, no tenía que pasar solo por todo eso. Los dos tenían parte de culpa… podrían solucionarlo juntos…

Oh, por Merlín. Tragó saliva, conteniendo un jadeo incrédulo. Tenía que controlar sus pensamientos. Esto se le estaba escapando de las manos. Estaba pensando en ellos como si, verdaderamente, tuvieran una especie de relación. Como si fueran personas que se entendían y ayudaban mutuamente. Como si trabajasen en equipo. ¿Qué le pasaba por la cabeza? No había nada entre ellos, no formaba parte de la vida de Malfoy. No había un "ellos". No había un "juntos".

Solo habían ocurrido… besos. Simples besos, choques de bocas. No había sentimientos. No los había. No por parte de él…

Se permitió contemplar el pálido rostro de Draco, a pesar de saber que se arrepentiría. Escrutó con atención sus facciones, ahora que estaba segura de que el chico no la veía. Tenía la cabeza ligeramente ladeada sobre la almohada, y la chica pensó que nunca había visto tanta serenidad en él. Nunca lo había visto dormir. Lucía tan apacible... No había burla en su expresión, no había odio. Solo paz. Como si estuviese verdaderamente libre de preocupaciones. De maldad. Muy lejos del soberbio y siempre desdeñoso muchacho con el que tenía que lidiar día a día. De pronto se dio cuenta de que hacía muchos años que lo conocía, y que su rostro había ido cambiando desde que se conocieron, a los once años. Sus rasgos se habían vuelto más adultos, menos redondeados, menos inocentes. Más masculinos. Sus párpados cerrados ocultaban unos grises y afilados ojos, que con solo entrecerrarse podían mandarla al infierno y de vuelta allí. Su afilada nariz, que había rozado su piel, aspirando su aroma. Sus delgadas mejillas, las cuales ella misma había rozado con sus dedos. Sus finos labios, ahora inmóviles y relajados, aunque Hermione sabía de primera mano hasta qué punto podían volverse salvajes…

Sus labios. Sus besos. Seguía sintiéndolo como algo irreal. ¿De verdad se habían besado? ¿De verdad él la había besado? ¿Qué estaba pasando por la cabeza de Malfoy para hacer algo así? ¿Qué le estaba pasando? No podía ni imaginarlo. No era capaz de imaginar qué estaba pasando en su interior. Se dio cuenta una vez más de que, cuanto más pensaba en ello, más desconcertante le resultaba todo.

Había acudido allí buscando respuestas, y no había obtenido más que la inesperada tranquilidad de que no lo había perdido para siempre.

—¡TÚ! —chilló de pronto una aguda voz a su espalda.

Hermione sintió que sus pulmones colapsaban. Su vista se desenfocó cuando sus ojos se abrieron como platos, todavía de cara a Malfoy. Giró sobre sí misma como accionada por un resorte, casi tropezando por las prisas. Pansy Parkinson, de entre todas las personas, la contemplaba con pasmo y consternación desde la entrada a la Enfermería. Llevaba una bufanda de Slytherin arrugada en una mano. Y los ojos ardiendo en llamas.

No la había escuchado entrar. No había oído sus pasos. No se había enterado de lo que la rodeaba mientras contemplaba embelesada al joven Malfoy.

«Oh, cielo santo…»

—¡¿Qué se supone que estás haciendo aquí, Granger?! —escupió la morena, mirándola con abierto asco. Mientras hablaba echó a andar, acercándose a ella a amplias zancadas.

Hermione no podía pensar. No podía hablar. Esto no estaba ocurriendo. No estaba ocurriendo

—Yo… yo no… —logró articular, sin saber cómo finalizar la frase. Miró a Draco fugazmente, y después de nuevo a Pansy, comprendiendo que su cercanía con la cama del rubio era más que evidente. Se separó unos pasos, aunque sabía que ya era tarde.

Ahora que estaba en problemas graves. Muy graves.

—¿Qué pretendías? —espetó Pansy cuando se detuvo en el centro de la Enfermería, a pocos metros de ella. Abrió mucho los ojos, mientras resoplaba bruscamente por la nariz—. ¿Espiarlo, desgraciada? ¿Querías saber cómo estaba para contárselo a tus asquerosos Gryffindors? ¿No sois capaces de respetarlo ni en una situación así, malditos bastardos?

—Yo no… —repitió Hermione, con más énfasis, intentando tranquilizar a la joven que tenía ante sí. Era lo único que se le ocurría hacer, aunque no estaba segura de lograrlo. Pansy no estaba para torpes excusas, y volvió a interrumpirla.

—Eres una cerda rastrera… ¿O es que acaso…? —enmudeció, casi atragantándose con sus propios pensamientos. Hermione sintió un vacío en el pecho. «Por favor, no…»—. ¿Ibas a atacarle mientras dormía, maldita sangre sucia? —le gritó a continuación, ciega de ira—. ¿Le has dado algo? ¿Qué le has hecho? —se acercó un poco más a Draco, como si quisiera asegurarse, aunque fuera desde la distancia, que estaba bien.

—No digas estupideces —exclamó Hermione, después de lograr tragar saliva con dificultad—. No le he hecho nada. Yo simplemente...

Pero la morena prosiguió sin hacerle caso. Ni siquiera parecía escucharla.

—¿Cómo puedes ser tan miserable para intentar atacarlo en la Enfermería, Granger? ¡No te creía capaz de algo tan bajo! ¡Eres una cobarde! ¡Espera a que Snape se entere de esto! ¡Espera a que Dumbledore se entere! ¡Te expulsarán de aquí, te enviarán de vuelta a tu despreciable mundo muggle…! ¡Te voy a…! —la morena sacó su varita del bolsillo de la túnica, alzándola hacia el rostro de Hermione. Estaba fuera de sí.

El estómago de Hermione se encogió, sobresaltada.

—¿Qué estás haciendo? —estalló Hermione a voz en grito, sacando la suya, en un acto reflejo—. ¡No te atrevas, Parkinson!

—¡Flipendo! —gritó súbitamente, de nuevo sin escucharla. La brillante luz que abandonó la punta de su varita no logró nada al ser bloqueada rápidamente por un rápido movimiento de varita de Hermione.

—¡Parkinson, no! —exclamó Hermione, alucinada, intentando hacerla entrar en razón—. ¡Basta! ¡Estamos en la Enfermería…!

—¡Atabraquium! —vociferó la joven Slytherin, con más fuerza, pero su contrincante lo bloqueó de igual forma. La onda expansiva que se creó tiró al suelo uno de los biombos que separaba dos camas cercanas.

—¡PARKINSON! —chilló Hermione, desesperada.

—¡REDUCTO!

Hermione movió su varita como si fuera una raqueta de tenis, desviando el hechizo a un lado. Éste, al ser desviado, golpeó con contundencia un jarrón, vacío de cualquier tipo de flor en ese momento, que reposaba en la mesilla de Draco. Ambas jóvenes se paralizaron al ver saltar por los aires los trozos de cerámica, regando el suelo a su alrededor. Varios cayeron sobre la cama de Draco. Éste no se inmutó, y tampoco, como comprobó Hermione de un preocupado vistazo, resultó herido.

Pansy se detuvo entonces, paralizada de terror ante la perspectiva de casi haber alcanzado a Draco. Bajó su varita, aprensiva, y casi aturdida.

—Parkinson, basta —farfulló Hermione, alterada. Agitó su varita, reparando el jarrón con un floreado movimiento. Después la mantuvo entre sus dedos, firmemente sujeta. No sabía qué hacer. No podía pensar con claridad. Todo estaba siendo demasiado repentino.

El encantamiento Obliviate, el hechizo que servía para borrar los recuerdos, flotaba en su mente. Una solución relativamente radical y sencilla. ¿Sería capaz de realizarlo? Nunca antes lo había intentado. Y no era un hechizo sencillo, al alcance de cualquiera. Si salía mal… Si verdaderamente causaba un daño irreparable a su compañera de curso… Recordó a Gilderoy Lockhart, hospitalizado quizá de por vida en San Mungo, completamente ajeno a quién era en realidad. Decidió no arriesgarse, en un arrebato de culpabilidad. No podría vivir con algo así en su conciencia.

Aun no sabía qué esperar de la situación. Parkinson no había visto… nada. No sabía lo que ocurría en realidad. Ni siquiera se lo imaginaba. Solo creía que había ido ahí con la intención de atacarlo. Y eso, sorprendentemente, era menos peligroso que la realidad.

Hermione se sentía en medio de una pesadilla, pero se aferraba a la idea de que podría salir de allí airosa. Tenía que hacerlo. Era más lista que Parkinson, y pensaba demostrárselo. Solo tenía que inventar una excusa plausible. ¿Cómo podía justificar que se encontrase allí? Si pudiese encontrar una razón con la que no fuese sospechosa de querer hacer daño al chico... Ni de todo lo contrario... ¿Qué tenía ella que no tuviese otro alumno? ¿Por qué estaría allí ella y no otra persona?

Su rango de Prefecta.

Pansy no volvió a atacar. Parecía haberse quedado fuera de lugar, casi avergonzada. Seguía luciendo furiosa, pero ahora se mostraba vacilante. Cuando volvió a hablar, lo hizo en voz débil, casi temblorosa.

—¿Qué pretendías hacerle, Granger? ¿Qué le has hecho…?

Hermione logró generar un airado bufido.

—No estoy haciendo nada malo, pedazo de idiota —espetó Hermione, armándose de un valor que no sabía que poseía. Guardó su varita en el bolsillo de su pantalón, demostrándole que no deseaba pelear—. McGonagall me ha pedido que hable con Madame Pomfrey, en calidad de Prefecta, para saber del estado de Malfoy. Quiere saber si es necesario trasladarlo a San Mungo —improvisó de forma apresurada, agradeciendo a Merlín el tono firme que logró generar. Parkinson la calibró con sus negros ojos. Todavía respiraba aceleradamente.

—¿Y por qué te lo ha pedido a ti? —cuestionó con aspereza, ahora menos segura de sí misma—. Yo también soy Pref…

—Porque yo soy la Prefecta de su Casa, genio —espetó Hermione con seguridad. Fingió sentirse escandalizada ante las acusaciones de su interlocutora, y señaló la puerta del despacho de la enfermera—. Simplemente estoy aquí esperándola. Esto no…

—No me lo creo —farfulló Pansy, volviendo a sonrojarse de pura rabia—. Haré que te expulsen, Granger. ¡Te voy a…!

—¿Qué ocurre aquí? —saltó una severa voz. Era Madame Pomfrey, que salía en ese momento de su despacho. Llevaba una poción recién elaborada, humeante, en las manos. Hermione no fue capaz de discernir si su corazón se había acelerado por el alivio o por una nueva preocupación. Ahora debía llevar su mentira hasta el final.

—Madame Pomfrey —articuló con educación, enderezándose ligeramente para mirarla con respeto.

—¿Qué son esos gritos? Esto es una Enfermería, señoritas, y aquí hay gente que necesita descansar —espetó la mujer, acercándose a la cama de Malfoy para depositar la poción en la mesilla de noche. Draco se movió muy ligeramente, apenas reacomodando su cuello unos centímetros. Seguía profundamente sedado. Hermione se permitió contemplarlo un segundo, para después mirar a la enfermera con vacilación.

—Lo lamento, nos hemos alterado conversando —tragó saliva y se lanzó a la que, esperaba, fuera una mentira creíble—. Soy la Prefecta de la Casa Gryffindor. La subdirectora quiere saber del estado del señor Malfoy. Si considera usted necesario trasladarlo finalmente a San Mungo. Para comenzar con el papeleo burocrático, imagino —aventuró, no sintiéndose muy convencida. Era un detalle arriesgado. Ni siquiera sabía si había que hacer papeleo o no para trasladar a un alumno al hospital.

La enfermera bufó con frustración, helando la sangre de la chica de pura expectación.

—Ya le he dicho a Minerva que el joven está fuera de peligro. Si hay algún cambio no dudaré en informarla. Veamos cómo pasa la noche, y, si el golpe tiene algún efecto inesperado, la avisaré inmediatamente. En principio, mis cuidados serán suficientes… —informó a regañadientes, visiblemente molesta por ser alejada de sus tareas para algo tan nimio. Hermione asintió con la cabeza respetuosamente. «Menos mal…»

—Se lo comunicaré, se sentirá más tranquila. Muchas gracias, señora Pomfrey. Con su permiso, me retiro.

Pansy temblaba tan violentamente que parecía incapaz de dar un solo paso o de respirar siquiera. Estaba colérica. Pero no pareció atreverse a volver a enfrentarla delante de la enfermera. Hermione decidió no tentar más a la suerte, y salir de allí lo antes posible. Dirigió una última mirada cargada de suficiencia a la joven morena, y salió de allí rápidamente, con firmes zancadas.

No detuvo sus pasos al salir de la Enfermería, y continuó con un rápido andar por el pasillo. Intentando descargar así la adrenalina. Sentía que el corazón se le iba acelerando por momentos. Tardó varios segundos en empezar a ser consciente de lo que acababa de ocurrir, y de la gravedad de los hechos. Por su imprudencia, lo había complicado todo aún más. Habían vuelto a sorprenderles juntos. Parkinson la había visto en una situación que no estaba segura de haber justificado creíblemente. Había intentado salir airosa del paso con una improvisada mentira, pero era probable que Parkinson no se conformase con eso. Tenía que haber pensado otra mentira, lo de la profesora McGonagall había sido una estupidez… Pero era lo único que se le había ocurrido.

El miedo se estaba colando en su interior como una neblina opaca. Que Pansy pudiese contárselo a los profesores, acusarla de intentar atacar a un compañero, curiosamente, era lo que menos preocupaba en ese momento a la joven Hermione.

¿Y si terminaba llegando a una conclusión demasiado acertada? ¿Y si se lo contaba a Draco? ¿Y si se lo contaba a todos?

Pero Parkinson no había visto nada. No era como lo de Crabbe y Goyle, no los había visto en ninguna actitud… romántica. Malfoy ni siquiera estaba consciente. No había visto nada, no había visto nada…

De pronto se encontró frente al retrato de la Señora Gorda, casi sorprendiéndose cuando lo vio ante ella, pues no estaba prestando atención al camino. Pero se dijo que era apropiado. Necesitaba resguardarse en su habitación. Necesitaba pensar. Ahora mismo, en mitad de los pasillos, cargada de mil emociones, no era capaz de analizar con claridad las implicaciones de lo que acababa de pasar. No sabía discernir cómo de grave era la situación. ¿Cómo podía haber sido tan imprudente? ¿Por qué había ido a la Enfermería? ¿Por qué no se había ido inmediatamente cuando comprobó que el muchacho no se encontraba en condiciones de tener una conversación? ¿Cómo se había arriesgado tanto?

Parkinson la había pillado a solas con Malfoy, la había pillado a solas con Malfoy…

Todavía perdida en sus preocupaciones, dijo la contraseña con voz tan estrangulada que no parecía la suya. Debía de lucir una expresión preocupante, pues la rolliza Señora Gorda se quedó mirándola con inquietud mientras se abría para ella. Se adentró en la Sala Común, encontrándosela bastante abarrotada. Continuó andando sin detenerse ante nada ni ante nadie. Solo visualizando las escaleras que conducían a los dormitorios.

Pero la voz de Ron, a su izquierda, la hizo estremecer.

—¡Ah, Hermione, ahí estás! —exclamó el joven, sentado en la silla correspondiente a una de las mesas, junto a Harry. Todavía llevaban en las manos las banderas de la Casa Ravenclaw—. ¡Hermione, oye! ¡Her…! —el chico enmudeció de golpe al ver que la chica pasaba como un vendaval por su lado, sin pararse a mirarlo y con el rostro oculto por el espeso cabello castaño.

—Chicos, ahora… ahora bajo —articuló como pudo, continuando su camino en dirección a los dormitorios de las chicas. Esquivó a todos los alumnos con los que se encontró y comenzó a subir los escalones a la carrera, perdiéndose de vista al instante. Necesitaba estar sola un momento. Necesitaba pensar. No podía enfrentarlos en ese estado. No se sentía capaz de simular que no le ocurría nada, ni tener con ellos una conversación normal. Primero necesitaba tranquilizarse.

Ron se quedó con la boca abierta, atónito, todavía mirando la escalera que conducía a los dormitorios femeninos.

—¿Q-qué le pasa? —farfulló, girándose a mirar a Harry. Éste lucía igual de estupefacto.

—No lo sé, pero… parecía afectada por algo —murmuró su amigo, preocupado, poniéndose en pie—. No parecía estar bien...

Ambos se acercaron al pie de las escaleras, aunque era en vano. Comprendieron, frustrados, que no podían ir tras ella. No tenían permitido subir a los dormitorios de las chicas; si lo hacían, las escaleras se convertirían en un tobogán, arrojándolos de vuelta a la Sala Común, tal y como ya habían descubierto en el pasado.

—¿Hermione? —dijo Ron en voz alta, estirando el cuello para que su voz llegase lo más arriba posible de la escalera de caracol. Pero ya ni escuchaban los pasos de su amiga.

Harry oteó a su alrededor con urgencia, abarcando toda la estancia hasta que sus ojos verdes alcanzaron el objetivo que buscaba, al otro lado de la torre.

—¡Ginny! —llamó, intentando que su voz se escuchase por encima del murmullo de los alumnos que allí se encontraban. La algarabía que reinaba en las Salas Comunes después de un partido de Quidditch siempre era considerable.

La joven pelirroja se encontraba charlando animadamente con un par de amigas de su curso, sentada con las piernas cruzadas sobre una de las butacas. Aun así, giró el rostro al instante al oírse mencionada. Al comprobar que era un abiertamente preocupado Harry quien la llamaba, la chica se levantó del sofá con agilidad y se alejó de sus amigas sin despedirse siquiera, luciendo inquieta.

—¿Qué pasa? —cuestionó al instante, al llegar al lado de su hermano y de su amigo.

—Hermione acaba de pasar como un vendaval —resumió Harry, agobiado.

—Creemos que estaba llorando. Sube a ver qué le pasa, nosotros no podemos —añadió Ron, luciendo igualmente impotente y ansioso, señalando a lo alto de las escaleras.

—Voy por ella —dijo la joven instantáneamente, echando a correr con sus delgadas y veloces piernas escaleras arriba, subiendo los escalones de dos en dos.

Hermione, por su parte, ascendía también a grandes zancadas, con bastante rapidez. Pero no sacó la suficiente ventaja a una ágil Ginny, que la alcanzó cuando apenas faltaba un tramo de escaleras para llegar a su habitación.

—¡Hermione! —exclamó la joven, sin aliento, sujetándola del brazo para detenerla. Hermione se giró hacia ella por instinto, sobresaltada.

—Ginny… —susurró con voz ahogada. Estaba tan acelerada que su primer impulso fue seguir corriendo escaleras arriba y escapar de ella, pero se dio cuenta de que no era capaz de hacerle eso—. ¿Qué pasa?

—¿Tú me lo preguntas? Ven, hablemos —se apresuró a decir la pelirroja. Tiró de su mano escaleras abajo, en dirección a su habitación, situada más cerca que la de su amiga.

—¿Hermione? —llamó de nuevo una voz al pie de las escaleras. Esta vez la voz de Harry—. Hermione, ¿estás bien?

—¡La tengo! —aseguró Ginny, sin soltar la mano de Hermione—. Dadnos un segundo, ahora bajamos…

Hermione, algo confusa, la siguió dócilmente al interior de la habitación, y Ginny cerró la puerta tras ambas. Por suerte, el dormitorio de las chicas de sexto curso estaba vacío en ese momento.

—¿Qué ha pasado? —preguntó la pelirroja, llevándola hasta su cama y sentándola allí. Ginny se arrodilló ante ella, en el suelo—. ¿Dónde has ido después del partido? ¿Y por qué tienes esa cara? ¿Has llorado?

Hermione negó con la cabeza firmemente, pero con un nudo en la garganta que le impedía articular palabra. Tragó saliva con dificultad y respiró hondo antes de intentar pronunciar alguna palabra. Todavía jadeaba de forma desesperada por la carrera.

—No… no es nada… —logró decir con un hilo de voz—. Perdón… Perdón por preocuparos, de verdad que no ha pasado nada…

—Hermione, estás temblando, ¿qué te ha pasado? —insistió Ginny, articulando mucho las palabras. Tomó ambas manos de la chica entre las suyas, mirándola con sus vivos ojos brillando de inquietud. La joven Granger volvió a tragar saliva antes de confesar, con voz estrangulada:

—He… he tenido un percance… con Parkinson…, ella…

—¿Parkinson? —exclamó Ginny, enfureciéndose. Sus manos apretaron las de Hermione inconscientemente.

—Me la he encontrado por el camino —mintió Hermione con la cabeza gacha. No podía mirarla a los ojos mientras le mentía—. Mientras venía hacia aquí… Simplemente ha… empezado a insultarme. Nada grave, de verdad. Pero hemos discutido y… he acabado algo alterada. Eso es todo. Perdona por ponerme así —se apartó el espeso cabello de la cara—. Debes pensar que soy una idiota. Solo es Parkinson… Soy estúpida.

Ginny le acarició el rostro con una mano, sin sonreír. Lucía una expresión cargada de empatía, pero empañada de una inquietud imposible de ocultar.

—En absoluto eres estúpida. Eres humana. Por mucho que no haya que tomarse a Parkinson en serio, sigue siendo molesta. Es normal que te haya afectado, nunca es agradable que nos insulten —intentó tranquilizarla Ginny, frunciendo los labios—. Maldita víbora. Como la pille a solas le voy a… Espero que le hayas puesto la cabeza de un bulldog. Aunque nadie notaría la diferencia —bromeó después, intentando animar a su deprimida amiga. Al ver que Hermione forzaba a regañadientes una sonrisa cómplice, añadió con más suavidad, acariciándole la pierna—: ¿A dónde has ido después del partido? Fuiste a ver a Nott, y ya te perdimos de vista…

—Sí, lo siento, me entretuve hablando con él… —murmuró Hermione, sin entusiasmo—. Cuando volví donde vosotros ya no estabais. El partido ya había acabado. Por lo de Malfoy.

—¿Sabes algo de él? —inquirió Ginny, y su tono de voz de pronto inquietó a Hermione. Su amiga lucía seria, casi recelosa—. ¿Nott te aclaró algo?

Hermione, tras vacilar un instante, terminó sacudiendo la cabeza.

—Nott dice que lo de Crabbe ha tenido que ser un accidente. Se ha extrañado ante lo que le dije. Dice que no hay ningún motivo para que sea a posta, que él sepa —logró mentir, pero tuvo que desviar la mirada—. No ha pasado nada inusual entre ellos como para que lo ataquen así.

—Pues volvieron a atacarlo por segunda vez —protestó Ginny con algo más de brusquedad. Hermione la miró con sorpresa.

—¿La última bludger también…?

—Fue Goyle —corroboró Ginny, con seriedad—. No les quité el ojo de encima ni a Crabbe ni a él después del primer ataque. Lo hizo a propósito, lo vi muy claro. Cuando Malfoy estaba parado, después de perder de vista a la snitch, junto a MacDougal. Le dio en la cabeza.

—Quizá de nuevo haya sido un error —protestó Hermione, sin mucha convicción—. Esos dos son realmente torpes. Y, según escuchasteis, han faltado a muchos entrenamientos. Quizá están en baja forma y han fallado el…

—¿Fallado? —interrumpió Ginny, abiertamente incrédula—. Hermione, por muy inútiles que sean no pueden atacar a Malfoy dos veces sin querer. Es evidente. Algo ha pasado entre ellos.

Hermione tragó saliva, sin saber cómo rebatir a su amiga. El corazón le latía en la garganta.

—Ya… Sí, es lo más lógico —admitió a regañadientes, apartando el rostro—. Sí que parece que haya sido a propósito… Pero Nott, al menos, me ha dicho que no sabe de ningún motivo para ello. Parecía igual de sorprendido que nosotros —intentó excusarlo la chica, en voz baja. Ginny guardó silencio un instante, pero después su tono de voz cambió. Ya no había tanta suavidad en su mirada.

—¿Eso te ha dicho? Hermione, ¿de verdad… fuiste a ver a Nott? —preguntó a continuación, mirándola con fijeza. Una fina arruga se dibujaba entre sus cejas claras. Hermione le devolvió la mirada, descolocada. ¿A qué venía eso?

—¿Qué? —farfulló la joven, sintiendo una incómoda sacudida en su interior. Sintiendo casi miedo, una sensación que nunca había tenido con respecto a su amiga—. ¿Crees que te estoy mintiendo?

Ginny no dijo nada, ligeramente avergonzada, mientras escrutaba con atención su rostro. Finalmente, emitiendo un resoplido frustrado, se puso en pie, apoyando sus manos en las rodillas de su amiga para darse impulso. Dio una vuelta nerviosa ante Hermione, frotándose el pecoso rostro, como si ordenase sus pensamientos. La joven Granger sintió que el corazón se le aceleraba de nuevo. No se había esperado una actitud semejante en su amiga. No entendía por qué de pronto lucía nerviosa y alterada. Casi preocupada, como si necesitase decirle algo y no supiese cómo hacerlo. Hermione no interrumpió sus cavilaciones, ni su paseo, manteniéndose expectante. Pero, de pronto, sintió que estaba en problemas otra vez. No estaba del todo segura de querer saber lo que pasaba por su mente.

—Hermione, yo… estoy preocupada —confesó Ginny finamente, girándose con decisión para mirarla. Su larga melena pelirroja ondeó a su alrededor por el movimiento—. Hace tiempo que tengo la sensación de que está ocurriendo algo, y, sinceramente, cada vez me preocupa más. No estaba segura, era todo demasiado extraño, pero, ahora…

—Ginny, ¿de qué estás hablando? —articuló Hermione, casi sin aliento. Sentía algo helado deslizarse por su espina dorsal. No podía ser

—Están pasando cosas extrañas respecto a Malfoy y a ti —espetó Ginny con seguridad, cruzándose de brazos—. Luna me dijo algo, y yo no quise darle importancia porque me pareció inverosímil, pero ahora mismo ya no sé qué pensar…

Un jadeo desconcertado escapó de la boca de Hermione.

—Ginny, pero, ¿qué dices? ¿Luna? ¿Qué te ha dicho Luna? ¿Malfoy y yo… qué? —cuestionó de forma inconexa, intentando no empañar su voz de terror. Estaba comenzando a sentir mucho calor en el rosto.

—Luna está convencida de que te viste con él en Hogsmeade, cuando te fuiste durante un rato de Las Tres Escobas. Sospecha que hay algo entre vosotros —reveló finalmente. Sus ojos relucían con firmeza—. Bueno, de hecho para ella está bastante claro. Incluso lo ve como algo normal, ya sabes cómo es Luna —esbozó una mueca de resignación—. No lo he comentado con Harry, ni con mi hermano. Porque sé que es algo ridículo, y no le di veracidad. Quiero decir, ¡es Malfoy! Es… imposible —espetó, casi con una risotada histérica—. Pero… después de ver la cara que has puesto hoy cuando lo han lesionado, e incluso si añado a todo esto aquella vez en que Hagrid te encontró en el Círculo de Piedra discutiendo con él… No sé, Hermione, estoy hecha un lío y no puedo evitar pensar que algo está sucediendo. Algo que, en condiciones normales, ni se me pasaría por la cabeza. Pero, ahora… —enmudeció, mirando a su amiga con expresión de disculpa, pero firme al mismo tiempo. Aunque el miedo brillaba en el fondo de sus expresivos ojos marrones.

Hermione se preguntó durante cuánto tiempo podría soportar un corazón una taquicardia antes de romperse. Porque el suyo no redujo sus veloces latidos ni lo más mínimo. No estaba preparada para esa conversación. Ni siquiera se había dado cuenta de que debería prepararse para esa conversación. ¿De verdad había disimulado tan terriblemente mal?

Creía que por su parte todo estaba bien, que nadie de su entorno intuía siquiera nada. Que ella lo tenía todo controlado. Que el problema estaba en el campo de juego de Malfoy. Pero el suyo también comenzaba a alterarse, cosa que la pilló desprevenida. Y no estaba segura de cómo reaccionar.

—Ginny, ¿pero de qué hablas? —logró articular, casi sin voz. Solo para ganar tiempo. Para saber exactamente a qué enfrentarse—. Me estás… ¿Malfoy y yo? ¿Tú…. tú te escuchas? ¿Qué estáis imaginando que está sucediendo con Malfoy?

Articuló el nombre del chico con toda la incredulidad que pudo. Ginny suspiró con énfasis, y sacudió su pecoso rostro, como si estuviese de acuerdo con ella.

—Lo sé, lo sé, sé que no tiene ningún sentido, pero… ¿Por qué te ha afectado tanto que lo ataquen? ¿Y por qué Luna tendría tan claro que hay algo entre vosotros? ¿Por qué se le pasaría por la cabeza siquiera? —le recriminó con más brusquedad, gesticulando con las manos, visiblemente alterada.

—Eso mismo me pregunto yo, ¿por qué Luna piensa que hay algo entre Malfoy y yo? —quiso saber Hermione, incrédula, casi sin poder respirar. Nunca se imaginó pronunciando una pregunta semejante en voz alta, y menos delante de su amiga. Ginny introdujo sus dedos por la parte superior de su pelirrojo cabello, despeinándoselo de forma desenfadada.

—Dice que os vio hablando en Honeydukes —confesó, en voz más baja y serena—. Hablando, no discutiendo. Y dice que ahora le da la sensación de que estás incómoda en su presencia.

—¿Incómoda? —repitió, descolocada. «Oh, Dios santo…»—. ¿Cómo… no voy a estar incómoda? Es Malfoy, claro que me incomoda. Me molesta, y me incomoda. Siempre lo ha hecho. Y lo de Honeydukes, eso es… absurdo. No… no tengo ningún recuerdo semejante. Ni siquiera recuerdo si él estaba en la tienda. Quizá estaba por ahí, no lo sé, había muchísima gente. Quizá me lo crucé y ni me fijé. Luna… está malinterpretando todo —mintió abiertamente, y lo hizo con tanta facilidad que se sintió todavía peor consigo misma. Se estaba acostumbrando a mentir a sus amigos, sin ninguna vacilación, cosa que no le gustaba ni un pelo. Y la hizo sentir absolutamente ruin. No había nada que odiase más que mentir a sus amigos.

Ginny se encogió de hombros con pesadez, indicando que no tenía más información.

—Lo sé, sé que suena... Tampoco le di mucha credibilidad en ese momento. En fin, es Luna —dijo con más énfasis, indicando que las palabras de su amiga no podían ser consideradas cien por ciento fiables—. Es experta en creer en cosas extrañas. Pero… no sé, Hermione, se me ha juntado todo, y... Sé que todo esto suena absurdo. De hecho, me estoy muriendo de vergüenza al decirte algo semejante, de verdad. En realidad, sé que es imposible que Malfoy y tú… Pero, entiéndeme, me ha parecido todo demasiado raro. Y ya no sabía qué creer.

Hermione no dijo nada durante varios segundos. De pronto, la tentación de contarle la verdad y desahogarse de una buena vez la invadió, envolviéndola, aplastándola contra el colchón, escapando a duras penas de su boca. Pero no. No podía. Confiaba plenamente en Ginny, pero la situación era extremadamente complicada y delicada, y estaba segura de que la pelirroja no juzgaría la situación con objetividad dado su odio visceral hacia el rubio. Y no podía culparla. No podía contarle que había espiado a Malfoy a sus espaldas, que no había impedido que la besara contra un muro en medio de un pasillo de las mazmorras, que le había devuelto el beso con pasión en la biblioteca, que había ido a la Enfermería a sus espaldas solo para saber que estaba bien… Era más fácil que no supiera nada. Ni ella, ni Harry, ni Ron. Lo solucionaría todo. Solo tenía que hablar con Malfoy, asegurarse de que Crabbe y Goyle no contarían nada… Ni tampoco Parkinson. Y todo se solucionaría. Todo volvería a la normalidad.

Tenía que mentir a Ginny, solo una vez más. Una vez más.

—Ginny, te entiendo, de verdad, todo lo que dices suena muy extraño visto de esa forma —susurró finalmente, con firmeza. Intentó que su mirada fuese seria, como si se tomase en serio las dudas de su amiga, pero, al mismo tiempo, lucir incrédula por tener que aclararlo—. Y no intento dejar a Luna de mentirosa, simplemente creo que lo ha malinterpretado todo. Ha creído ver cosas que no son. Y… quizá ella no tiene tan claro la relación que tenemos Malfoy y yo —dejó escapar una carcajada casi escéptica—. Si no, dudo mucho que se lo plantease siquiera. Ginny, tú nos conoces, ¿cómo voy a…? ¿Con Malfoy? Es ridículo —insistió, ignorando el temblor que estaba sacudiendo sus manos, y el furioso rubor de su rostro, que no podía controlar de ninguna manera. Esa era la relación que debían tener, y diría una y mil veces que todo eso era ridículo hasta que ella misma se lo creyese.

Ginny la miró con más suavidad, o al menos eso interpretó. Hermione sintió que comenzaba a controlar la situación, y que su corazón por fin reducía sus latidos. Pero las manos le seguían temblando.

—Lo sé… y lo siento. Soy consciente de que todo esto es de locos, pero de verdad que necesitaba hablarlo contigo —intentó excusarse Ginny, aunque ahora con mucha menos firmeza. Volvió a arrodillarse frente a su amiga, y Hermione casi suspiró de alivio ante ese gesto reconciliador—. Luna parecía tan convencida que logró hacerme dudar… Ya la conoces. Es muy convincente cuando quiere. Perdóname.

—No te disculpes —suplicó Hermione rápidamente, con voz temblorosa. Era ella quien debería disculparse, y no soportó que su amiga sintiese que debía hacerlo.

—No ha vuelto a decirme nada del tema, posiblemente ya se le haya olvidado todo, pero creo que me sorprendió tanto que yo no he podido olvidarlo —intentó justificarse, apoyando los brazos en los muslos de su amiga—. Supongo que estaba condicionada por lo que Luna me dijo, y he malinterpretado tu reacción de hoy.

—Sobre eso… —se apresuró a corroborar Hermione, queriendo aclarar todas las dudas. Elevó los hombros como si fuera evidente—. Sí, el ataque a Malfoy me ha… afectado, se podría decir. Pero creo que es lógico que lo hiciese, sigue siendo nuestro compañero de clase. Caray, sus mejores amigos le han atacado abiertamente. En fin, es Malfoy, vale que no sea santo de mi devoción, de hecho lo detesto, lo sabes, pero, en fin… Tampoco le deseo un ataque así —dijo con suavidad, intentando lucir razonable.

Ginny la contempló unos segundos y después frunció los labios ligeramente, en una mueca de conformidad. Al parecer comprendiendo que, tal como temía, su amiga tenía simplemente un gran corazón. Incluso con los que no se lo merecían.

—Sí, tienes toda la razón —admitió Ginny, con delicadeza. Dejó escapar una suave risita que pretendía sonar amigable y quitarle hierro al asunto—. Yo soy incapaz de preocuparme así por un desgraciado como Malfoy, pero te entiendo —sacudió la cabeza, y añadió, casi para sí misma—: Creo que me he vuelto loca. Tú y Malfoy… Sí, claro, y qué más. Por Merlín, ¿te lo imaginas? Estoy chiflada —rió por lo bajo, mirando a su amiga con cariño, disculpándose con la mirada. Hermione forzó una risa con su nariz, que le salió temblorosa.

—Me cuesta imaginarlo —reconoció, teniendo que tragar saliva después.

—La verdad es que no me he preocupado por Malfoy ni lo más mínimo —confesó Ginny, relajando sus hombros y mirando a su amiga con renovada suavidad. Como si quisiera que olvidasen la anterior conversación—. Pero tienes razón, el ataque ha sido desproporcionado. Independientemente de lo que haya pasado entre Crabbe, Goyle y él. Casi lo matan. No soporto a ese tío, pero, en fin… ¿Sabes si está bien? ¿Han tenido que llevarlo a San Mungo?

—No lo sé —mintió Hermione casi por inercia. Se mordió el labio inferior y añadió—: Al cruzarme con Pansy me ha parecido que iba en dirección a la Enfermería. Posiblemente Malfoy esté allí.

—Entonces solo ha sido un golpe feo en la cabeza con una bola de hierro de cinco kilos, no se ha perdido nada —bromeó Ginny, intentando relajar la tensión del ambiente. Hermione forzó una sonrisa amigable—. Aunque a mi hermano le va a dar pena que no haya sido nada más grave… Creo que ya estaba comprando flores para el entierro.

—Me lo creo —bromeó también Hermione, aun sonriendo de forma forzada. No tenía ganas de sonreír. Solo quería que todo terminase. El lío en el que se había convertido su vida, la sensación constante de traición hacia sus amigos, el miedo de que descubriesen cómo era ella en realidad…

—¿Estás mejor, entonces? —susurró Ginny, acariciando su mano de nuevo, y Hermione comprendió un segundo más tarde que se refería al incidente con Parkinson. Sintió la amargura volver a invadirla, pero se esforzó en que no se notase.

—Sí, sí, ha sido una estupidez… —respiró hondo, deseando de pronto irse de allí cuanto antes—. Voy a bajar a tranquilizar a Harry y Ron. He sido muy brusca, deben estar preocupados y no se lo merecen —repuso, con voz suave, poniéndose en pie con decisión. Su amiga, para su sorpresa, negó con la cabeza, mientras se ponía en pie también.

—Déjalo, ya bajo yo a decirles lo que ha pasado. No te apetecerá volver a contarlo. Sube a tu habitación y descansa. Yo me encargo de todo —repuso Ginny con una sonrisa, quitándole importancia. Giró a su amiga para que le diese la espalda, y la empujó con ambas manos de camino a la puerta, para que ambas saliesen por ella.

Hermione sonrió con sinceridad, profundamente agradecida, mientras Ginny la obligaba a salir de la habitación y cerraba tras ellas. Le apretó la mano con fuerza a modo de despedida, sin saber cómo darle las gracias, y subió las escaleras en dirección a su propia habitación, mientras Ginny volvía al trote a su Sala Común.

En menos de media hora se había librado dos veces, por los pelos, de que su vida se arruinase por completo. Y lo había hecho jugando la carta más poderosa que tenía. Aquella carta que recordaba a todo el mundo que la probabilidad de que ocurriese algo entre Malfoy y ella era, a todas luces, nula.


—"… la tienda de Chatarra Mágica de Cranville Quincey, la heladería de Florean Fortescue, el Emporio de la Lechuza, y la tienda de Madame Malkin se encuentran actualmente pendientes de reparaciones" —leía Ginny en voz alta, con el rostro oculto por El Profeta de esa mañana, observada atentamente por sus amigos—. Vale, y después, bla, bla… Tiendas que no han sufrido daños… —enmudeció un instante, leyendo nerviosamente para sí misma—. Sortilegios Weasley —finalizó con un aliviado suspiro, expulsando el aire mientras pronunciaba el nombre de la tienda de sus hermanos. Ron, sentado frente a ella, emitió también un discreto suspiro por la nariz.

—Menos mal —murmuró, aliviado, cerrando los ojos. Hermione, sentada a su lado en la mesa del Gran Comedor, le puso una mano en el antebrazo, apretándoselo afectuosamente.

—Entonces solo han atacado una calle, ¿no? —comentó Harry, intentando con sutileza hablar del asunto, ahora que sabían que los gemelos estaban a salvo. Su voz sonaba algo impaciente, como siempre que hablaban de las fechorías de Lord Voldemort. La noticia del día, y de la que todo el mundo estaba hablando durante la comida, era que los mortífagos habían atacado el Callejón Diagon el día anterior. El Profeta había publicado la noticia esa mañana, en primera plana.

—Exacto —corroboró Ginny, bajando el periódico y dejándolo sobre la mesa. Harry, sentado a su lado, se inclinó para ojear la página correspondiente—. Al parecer lo que pretendían era atacar la Oficina Principal del Diario El Profeta. Ha sido el edificio que peor parado ha salido.

—Por eso ayer no hubo nuevo ejemplar —confirmó Hermione—. Os lo dije por la mañana, ¿recordáis? Que era la primera vez que no me llegaba una lechuza con el periódico.

—Y parece que en todos los rumores hay algo de verdad… —añadió también Ron, mirándola, dándole la razón—. Dijiste que ayer, en clase de Aritmancia, tus compañeros estaban comentando que habían oído algo de un ataque en el Callejón Diagon…

—Sí, exacto. Aunque ayer solo eran rumores, no se sabía nada con detalle. El boca a boca, ya sabéis; alguien del exterior le escribiría a alguien del castillo para contárselo… Me parece bastante valiente por parte de El Profeta que se atrevan a publicar lo sucedido a pesar de la abierta amenaza —opinó Hermione, encogiéndose de hombros con vacilación.

—¿Por qué lo habrán atacado? —cuestionó Harry, pensativo, todavía leyendo el periódico—. ¿Qué querían demostrar? ¿Por qué castigar a El Profeta? Precisamente censuran muchas cosas que tienen que ver con Voldemort…

—No todo. Recuerda la noticia que publicaron de la chica francesa desaparecida —recordó Ginny, súbitamente inspirada. Hermione la miró con los ojos más abiertos, luciendo de acuerdo—. Aunque no lo dijeran en la noticia abiertamente, todo el mundo, al igual que nosotros, dio por hecho que los responsables habían sido los mortífagos… Puede que a estos no les haya hecho gracia.

—Pues es muy posible —corroboró Harry, también emocionado ante la idea de la joven pelirroja. Ginny devolvió la vista al periódico.

—Al parecer también pretendían secuestrar a Florean Fortescue. Y a su hijo… —bajó la voz, luciendo más afectada—. Han asesinado a ambos. Quizá se resistieron.

—Qué horror… —musitó Hermione, sufriendo un estremecimiento visible. Ron frunció los labios, y arrugó la barbilla, igualmente afligido.

—También se han llevado a Borgin —añadió Harry, frunciendo el ceño con extrañeza, acercándose ligeramente el periódico para leer mejor.

—¿Qué? —saltó Ron, confuso—. ¿El de Borgin y Burkes? Pero si ese es de los suyos. Todo el mundo sabe que su tienda es un hervidero de artes oscuras… ¿Por qué lo secuestrarían?

—Quién sabe —respondió Harry, todavía leyendo el periódico—. Quizá los traicionó de alguna manera y quieran castigarlo, aunque lo dudo...

—A lo mejor necesitan a alguien que les ayude con sus objetos oscuros —opinó Hermione, práctica—. Y necesitan tenerlo cerca. O en exclusiva para ellos.

—Suena coherente —coincidió Ron, partiendo un trozo de pavo relleno con el cuchillo y el tenedor, y pinchándolo al mismo tiempo que un trozo de zanahoria asada—. ¿Creéis que esto irá a más? ¿Qué se atreverán a atacar el Ministerio de Magia?

—Yo diría que no —opinó Harry muy lentamente, tras varios segundos de silencio—. No es que entienda mucho de ataques, pero diría que el Ministerio debe estar increíblemente bien protegido, no solo por aurores. Para hacerse con él necesitaría mucho más poder. Y quizá incluso más personas a su lado. No creo que cuente con tantos mortífagos como para ser capaces de hacer algo así…

—Yo tampoco lo creo. Aunque no subestimemos la vanidad de Voldemort —intervino Hermione, arrancando un estremecimiento en Ginny y Ron ante la mención del nombre del mago oscuro—. Quiere el poder. Quiere el mundo mágico. Y hará lo que sea para conseguirlo.

—¿Y otros lugares? ¿San Mungo, por ejemplo? ¿Creéis que…? —insistió Ron, intercambiando una rápida mirada con Harry. Éste supo a qué se refería. Giró sus verdes ojos y los fijó en Neville, sentado varios lugares más lejos, charlando con Dean y Seamus, quizá también de la noticia de El Profeta.

—No creo que le interese especialmente. Solo es un hospital. Imagino que tendrá otras prioridades… —murmuró Harry, sin poder evitar lucir inquieto—. Además, estoy convencido de que es uno de los emplazamientos que más está protegiendo la Orden.

Harry Potterven

El muchacho sintió un brusco vacío en el estómago, pero logró no emitir ningún sonido. Tampoco alteró su rostro, más allá de abrir los ojos ligeramente. El corazón se le aceleró, y agradeció no tener los cubiertos en la mano, o los hubiera dejado caer sin remedio. Ahí estaba la voz de nuevo. La había oído con claridad en su cabeza, como si su propietario le hubiese susurrado al oído. Era ronca, rasgada. Una voz terrorífica. Echó un rápido vistazo a sus amigos. No se habían dado cuenta de nada. Había logrado disimular su sorpresa. Pero casi no pudo disimular su frustración.

¿Qué fuera… a dónde? ¿Quién era? ¿Qué quería?

Ron, sin enterarse del estado de su amigo, estaba asintiendo con la cabeza, demostrando su conformidad ante sus últimas palabras. Masticaba un trozo de pavo con los carillos bien hinchados, mientras miraba al vacío. Pero el vacío debió de inspirarle para decir algo, pues instantes después el joven estaba luchando por tragar a toda prisa para poder hablar.

—¿Gringotts no lo han atacado, verdad? —cuestionó, tras varios segundos de expectación, mientras hacía pasar el pavo a través de su garganta.

—Qué va —Ginny dejó escapar una lúgubre risa, comiendo un trozo de su casi olvidado pastel de queso—. No necesitan dinero. Estoy convencida de que los mortífagos están compuestos por familias mágicas muy ricas…

Ron esbozó una sonrisa divertida y se llevó un puño a los labios, fingiendo toser.

—Los Malfoy —pronunció claramente entre falsas toses. Su hermana, divertida, asintió con la cabeza, indicando que le parecía buen ejemplo—. Y hablando de esa gentuza… Parece que mala hierba nunca muere. Ahí está…

Hermione, que estaba revolviendo sin entusiasmo sus coles de Bruselas, sin probar bocado, únicamente atenta a la discusión sobre la noticia de El Profeta, alzó la vista. Había pasado casi una semana desde el partido de Quidditch, y Hermione no había tenido noticias ni de Crabbe, ni de Goyle, ni de Malfoy. Sabía que Draco seguía internado en la Enfermería por el incidente del partido, a juzgar por el hecho de que no había acudido a ninguna de las clases de esa semana, y a la chica ni se le había pasado por la cabeza ir allí de nuevo. Tampoco había considerado oportuno hablar con Nott para que la informase sobre el estado del rubio. No tenía muchas ganas de hablar con él. Temía que volviese a interrogarla como pasó durante el partido, y no estaba segura de ser capaz de fingir de nuevo. De fingir que no había ocurrido nada entre Malfoy y ella.

—¿Qué? —se extrañó Hermione, en voz baja, ante semejante frase.

Harry, que había seguido la mirada de su amigo y estaba contemplando la mesa de Slytherin por encima de su hombro, tomó la palabra.

—Es verdad, ahí lo tenemos otra vez. ¿No ha venido a clase en toda la semana, verdad? No lo he visto, al menos. Ha debido de estar en la Enfermería.

El tenedor de Hermione cayó en su plato produciendo un fuerte tintineo. Fijó también su mirada en el otro lado del Gran Comedor.

—¿Malfoy ha salido de la Enfermería? —articuló, con fingida serenidad, escrutando la mesa de Slytherin con atención.

—Eso parece, está ahí sentado. Si decís que no lo habéis visto estos días, debe de haber salido hoy, o ayer —corroboró Ginny, mirando también la mesa de Slytherin por encima del hombro, con expresión abstraída.

En efecto, Hermione lo vio entonces. Y su pecho se sacudió con la misma frustrante emoción de siempre. Malfoy estaba sentado en el centro de la mesa, junto a Daphne Greengrass, y frente a un muchacho cuya nuca reconoció como la de Theodore Nott. El rubio estaba masticando algo, mientras contemplaba con educado interés a su compañera de curso, la cual contaba algo con bastante entusiasmo, enumerando con la ayuda de sus dedos.

—Ya parece recuperado —comentó Harry, con desinterés y ligera decepción.

—Por desgracia —repuso Ron con un gruñido, visiblemente fastidiado, pinchando otro trozo de pavo con más rabia de la cuenta—. Ya no hacen las bludger como antes…

—Y no está sentado con Crabbe y Goye, está con ese tal Nott y una chica que no sé cómo se llama. Crabbe y Goyle están con otra gente… —añadió Harry, entrecerrando sus verdes ojos, tras buscar a los dos gorilas con la mirada y encontrarlos en la otra punta de la mesa—. Qué extraño…

—Después de lo que le hicieron, yo tampoco me sentaría con ellos si fuera Malfoy —admitió Ginny, arqueando una ceja—. De hecho, intentaría ahogarlos con la almohada mientras duermen. No descarto que los del equipo lo hagan. Bletchley estaba muy cabreado al respecto de haber perdido, lo escuché quejarse de ellos hace unos días, en clase…

—¿Por qué lo habrán atacado en el partido? —cuestionó Harry, casi para sí mismo, en voz baja—. Fue demasiado evidente que iban a por él…

—Quizá simplemente se han cansado de hacerle de guardaespaldas. O igual Malfoy les ha hecho alguna jugarreta primero… —propuso Ron, esbozando una sonrisa triunfante, como si se le acabase de ocurrir—. Conociendo a Malfoy, no me creo que sea una víctima. No descarto que él haya empezado haciéndoles algo. Y ellos se hayan vengado.

Hermione escuchaba a medias la conversación, con sus ojos fijos todavía en Draco. Incapaz de apartar la mirada. Casi sin poder creerse que estuviese ahí de nuevo. Que estuviese recuperado. Gracias a estar mirándolo, captó el momento en el que el chico se levantaba del banco. Parecía estar diciéndoles algunas palabras de despedida a Nott y Greengrass. Hermione sintió el frenesí aletear en su pecho, llenándole las extremidades de adrenalina. Miró a sus amigos. ¿Llamaría la atención si…?

—¿No me dijisteis que se había peleado con Warrington? —estaba diciendo Ginny, recordándolo de pronto—. Se pegaron en un pasillo, ¿no?

—Sí —corroboró Harry con entusiasmo—. Es verdad. ¿Quizá lo hayan hecho a modo de venganza? ¿Para defender a Warrington?

—Pues tiene sentido —admitió Ron, acercándose algo de fruta de una fuente cercana para comer de postre—. Ahora que ha vuelto Malfoy, podemos intentar escucharlo hablar con sus colegas mañana, en clase. Hoy no tenemos con los de Slytherin, qué lástima. Igual captamos algo interesante… Ah, Hermione, ¿después de Aritmancia vienes a la Sala Común con nosotros o vas después directa a Defensa Contra las Artes Oscuras? Nosotros tenemos libre hasta entonces…

—Voy a la Sala Común —se apresuró a decir la joven. Y contuvo un estremecimiento al comprender que era la excusa perfecta—. De hecho, voy a ir yendo ya a Aritmancia. Ya he terminado de comer. Os veo después, chicos. Y a ti en la cena, Ginny.

—Claro, adiós. Que sea leve —deseó Harry, con una sonrisa, mientras Ginny la despedía con un gesto de la mano. Ron la despidió con una palmadita en la espalda, incapaz de hablar con la boca llena de pera.

Hermione echó a andar hacia la salida, a tiempo de ver que Malfoy atravesaba las puertas dobles, a varios metros de distancia. Redujo sus pasos hasta volverlos un caminar sosegado. A pesar de que el tiempo apremiaba para lo que se proponía hacer, de pronto no las tenía todas consigo. Las noticias que acababan de leer invadían su mente, volviéndola brumosa. Haciéndola dudar. Ataques, asesinatos, secuestros… perpetrados por los mortífagos. Por gente a la cual Draco apoyaba.

Sintió la vergüenza invadirla. Malfoy, bajo su criterio, no era una buena persona. Eso lo sabía. Estaba a favor de todo aquello, a favor de la erradicación de los muggles en el mundo mágico. Lo más probable era que hubiese celebrado lo sucedido en el Callejón Diagon. Quizá incluso hubiera estado al corriente de que iba a suceder. No sabía hasta qué punto estaba él en contacto con los mortífagos… Pero, si su padre había sido uno de ellos…

¿De verdad, a pesar de todo ello, iba a ir a buscarlo? ¿E iba a hacerlo invadida de emoción?

Cerró los ojos un instante, intentando controlarse. Necesitaba darle otra perspectiva al asunto. Necesitaba preguntarle acerca de que Crabbe y Goyle les hubiesen pillado. Porque eso, se auto convenció, la afectaba indudablemente. Si llegase a oídos de Harry y Ron… O de Ginny, después de lo que hablaron en su habitación después del partido… Toda su tapadera caería indudablemente. Ya no habría excusa posible. No podía permitir que sucediese.

Necesitaba quedarse tranquila. Dejar todos los cabos atados, para después alejarse de él. Tenía que alejarse de él. Olvidar todo lo que había sucedido, como si fuera un mal sueño. Lo haría. Lo haría…

Atravesó las puertas dobles y distinguió al rubio a lo lejos al instante, llegando a la Gran Escalera de mármol. Examinó lo que la rodeaba, con atención. El día se había presentado muy nublado, como toda la semana, y la luz que se colaba por la puerta de entrada no era muy intensa. Apenas había un par de personas por allí, caminando en diversas direcciones, y ninguna eran conocidas. Casi todo el mundo estaba todavía terminando de comer. Tomando la decisión antes de que el arrepentimiento se hiciese presente, echó a andar tras Malfoy. Él ya estaba casi a mitad de la Gran Escalera.

—¡Malfoy! —lo llamó, con la voz más potente que logró emitir, cuando estuvo al pie de las escaleras. El corazón le latía tan rápido que casi opacó su propia voz.

El aludido giró sobre sí mismo, deteniéndose a medio camino de subir un escalón, y buscó con la mirada a la persona que lo había llamado. No tardó en encontrarla. Era la única persona al pie de las escaleras, mirándolo fijamente. Contempló a la chica con expectación al principio, y absoluto estupor en cuanto la reconoció, apenas medio segundo después. Incluso pareció palidecer un par de tonos bajo la tenue luz del Vestíbulo.

—Granger —articuló entre dientes, casi en forma de jadeo. Ella no lo escuchó desde la distancia, pero leyó sus labios. Sus ojos se apartaron de ella y recorrieron el Vestíbulo en apenas un rápido vistazo, asegurándose de que no había nadie peligroso cerca.

—¿Podemos hablar? —pidió la chica, alzando la voz lo suficiente para que la escuchase, todavía mirándolo con atención. Estaba muy tiesa, y sus puños estaban firmemente apretados a los lados de sus caderas.

Él devolvió su mirada a ella. Por un momento, sus atormentados ojos le hicieron sospechar a la chica que lo más probable era que se diese media vuelta y corriese escaleras arriba, huyendo de ella. Pero pareció replanteárselo. Lo vio tomar aire con brusquedad, apenas una profunda inhalación, y después bajó los escalones en un abrir y cerrar de ojos con sus largas piernas. Hermione no se movió, paralizada de pronto al verlo acercarse a ella con tanta rapidez. Apenas llegó frente a ella, la cogió de la manga de la túnica del uniforme y tiró sin ninguna delicadeza para llevarla a un lado de las escaleras. La condujo a la parte trasera de una columna del Vestíbulo, envuelta en sombras por estar en la parte opuesta a las grandes puertas dobles de la entrada. Ni siquiera las personas que subiesen de las mazmorras los verían allí. Estarían lejos de miradas indiscretas.

Tiró de la chica hasta colocarla contra la columna, haciendo que su espalda chocase contra la piedra. Él se colocó enfrente, a apenas dos palmos de ella, para ocupar el menor espacio posible tras la columna. Para evitar ser visibles. Hermione, con el corazón desbocado, no pudo evitar evocar fugazmente el recuerdo del beso de las mazmorras. La sensación de su espalda contra el frío muro, y el pecho del chico delante de ella, mientras sus labios la devoraban… Aunque, esta vez, Malfoy no estaba tan cerca. Por suerte.

Draco, como si no supiera qué hacer con su cuerpo, plantado ante la chica, alargó una mano y se apoyó con ella en la columna. Casi pareció que quería asegurarse de poner distancias, como si la medida de su brazo estirado fuese la distancia correcta entre ellos. Sus ojos grises refulgían bajo su rubio flequillo, en la penumbra del lugar.

—¿En qué estás pensando? —espetó Malfoy, con tono airado, entre dientes—. ¿Qué demonios quieres? ¿Hablar de qué? ¿Qué pretendes acorralándome en medio del Vestíbulo…?

—No había nadie conocido —se justificó Hermione, interrumpiéndole con brusquedad. Su espalda estaba muy recta. Sus puños seguían apretados—. Y necesitaba hablar contigo a solas.

—¿Hablar de qué? —repitió, atravesándola con sus felinos ojos. Hermione tragó saliva con dificultad. Apenas lograba controlar su propio cuerpo. Hacía tanto tiempo que no se dirigían la palabra siquiera, que no tenía la atención del chico totalmente puesta en ella... Sus ojos fijos en los suyos. Tanto tiempo que no lo tenía ante ella… Que no estaban a tan reducida distancia. Recordó la sensación de su torso pegado al suyo, sintiendo su respiración, ambos ocultos tras la armadura que había junto al despacho de McGonagall. Su rostro ante el suyo. Sus miradas, preocupadas ante el hecho de poder ser vistos juntos, entrelazadas…

«Basta», suplicó en su mente. ¿Por qué tenía que recordar en ese momento cosas semejantes?

—No… no sabía que ya te habían dado el alta. ¿Cómo… estás? —murmuró, aturdida, atropelladamente.

No había tenido intención de alargar tanto la conversación, pero su cerebro no lo sabía. Todo lo que se decía sobre Malfoy cuando estaba sola, se borraba de su mente cuando lo tenía delante. Se olvidaba de tratarlo con desprecio, de no involucrarse con él más allá de lo que necesitaba saber. Se justificó pensando que no sabía muy bien cómo plantear lo que le quería decir, y por eso estaba sentando las bases de una conversación civilizada. Después de haber estado una semana ingresado en la Enfermería, pensó que sería de una educación pésima no preguntarle, al menos, cómo se encontraba. Aunque su relación no fuese civilizada en absoluto, Hermione no pensaba renunciar a sus buenos modales. No iba a colocarse a su nivel.

Malfoy entrecerró ligeramente sus ojos claros. Como si no comprendiese del todo sus palabras. Pareció necesitar unos segundos para saber qué decir. Después echó un rápido vistazo alrededor, quizá asegurándose de que no había nadie cerca, quizá intentando ganar tiempo antes de hablar.

—Me han dado el alta esta mañana, si tanto interés tienes en saberlo —terminó respondiendo, con un tono de voz seco. Sus ojos seguían fijos en la lejanía, al parecer incapaz de mirar a la joven al no estar siendo tan grosero con ella como estaba acostumbrado.

—El golpe fue duro, ¿qué es lo que tenías? —cuestionó de nuevo la chica, en voz más baja. Vio la nuez de Malfoy moviéndose, mientras tramitaba saliva. Ella le imitó sin darse ni cuenta.

—Me luxaron el hombro —masculló él con lentitud, como si estuviera costándole un gran esfuerzo hablar. O no hablar con manifestado desprecio. Parecía comprender que la situación tampoco lo requería, pero no se sentía cómodo al respecto—. Y me golpearon la cabeza. No sé muy bien qué me hicieron. Quizá me fisuraron el cráneo. Casi no lo cuento, estuvieron a punto de mandarme a San Mungo para tratarme de urgencia… —añadió, como si no pudiera contenerse, con tono presuntuoso. Hermione elevó casi imperceptiblemente las comisuras de su boca. Sabía de primera mano que eso no era cierto, pero no lo corrigió. Que Malfoy intentase hacerse la víctima era más coherente con su personalidad, lo cual quería decir que estaba recuperado.

Sin embargo, Hermione recordó entonces por qué había acabado Malfoy en ese estado, y un furioso ardor ascendió por su garganta.

—El Quidditch de por sí es una barbaridad… ¡Y encima tú, pedazo de estúpido, después de que te rompan el brazo vas y sigues jugando! —le espetó entonces, con rabia. Alzó las manos, gesticulando, alterada—. ¿Cómo se te ocurrió?

—Hablas como Madame Pomfrey… —se quejó él, incrédulo, con desprecio—. ¿Y qué otra cosa iba a hacer? ¡Si no jugaba íbamos a perder! —se defendió, ofendido.

—¡Dichoso Quidditch! —saltó Hermione, después de emitir un gemido de desesperación. Lo fulminó con la mirada—. ¡Podían haberte matado, so idiota! ¿De verdad merecía la pena?

—No digas estupideces… —masculló él, con desgana, volviendo a mirar la lejanía. Un par de personas entraban en ese momento por las puertas dobles pero, a no ser que se fijasen con detenimiento, no verían parte del perfil de Draco tras la columna, contemplándolos.

—Fueron Crabbe y Goyle. Te atacaron —acusó Hermione, y su tono de voz fue firme esta vez. Draco devolvió su mirada a ella, calibrándola.

—No me atacaron, maldita chiflada alarmista. Solamente metieron la pata —aseguró Draco, con tono neutro, sin alterarse—. Son dos imbéciles con una puntería nefasta. No pretendían…

Pero el jadeo afectado de Hermione lo hizo enmudecer. La chica de pronto lo contemplaba con abierta incredulidad, como si no pudiese creer lo que escuchaba. Repentinamente, sus ojos oscuros estaban en llamas.

—¿De verdad vas a mentirme con esto? —protestó Hermione, mirándolo con pasmo—. Ni se te ocurra, Malfoy. Ya estás contándome todo lo que pasó, o si no…

—¿De qué demonios estás hablando? —espetó Draco, elevando ligeramente el tono de voz. Su rostro se había demudado, pero sus ojos grises lucían frenéticos. Pasaban rápidamente de un ojo a otro de la chica. No entendía su actitud, pero estaba comenzando a sudar frío.

—¡No finjas que no sabes de lo que hablo! ¡No me mientras… ni te atrevas…! ¡No te lo permitiré! ¡Sé perfectamente que te atacaron en el partido porque nos vieron juntos! —exclamó Hermione, separándose ligeramente de la columna sin darse ni cuenta, para encararlo. Esta vez no hubo duda: la tez de Malfoy adquirió el color del pergamino. Separó su mano de la pared.

—¡Baja la voz! —siseó Draco mirando alrededor, sin poder disimular su alarma. Pero después la miró con consternación, acercándose también más a ella, para poder hablar más bajo—. ¿Cómo demonios te has enterado de que nos vieron?

—Da igual cómo lo sé, ¿cuándo pensabas decírmelo si puede saberse? —soltó Hermione, de nuevo demasiado alterada como para darse cuenta de lo alto que estaba hablando. Volvió a gesticular con las manos—. ¡Discúlpame, pero creo que yo también tengo algo que ver en esto!

—¡Que no chilles, histérica! —volvió a regañarla él, al parecer aterrado ante la posibilidad de que los descubriesen allí—. Efectivamente, tienes bastante que ver en esto —replicó, profundamente molesto, y visiblemente alterado—. Pero no iba a decírtelo porque no tiene importancia… O al menos eso creía. ¿Quién cojones te lo ha dicho? ¿Nott? ¿O acaso ya lo sabe más gente?

—¿Qué? —dejó escapar ella, irritada. Tardó unos segundos en comprender—. Oh, sí, sí, por Dios, ha sido Nott. Nadie más lo sabe de momento, que yo sepa… No me ha llegado por boca de nadie más.

El joven Malfoy pareció recuperar años de vida ante esa afirmación. Tomó aire y dejó caer la cabeza, visiblemente aliviado.

Cuando Draco despertó en la Enfermería ya estaba casi anocheciendo. Habían pasado horas desde que finalizase el partido. Cuando fue consciente de su situación, sintió que el mundo se le caía encima, aplastándolo. Literalmente, aplastándolo, pues el cráneo le dolía como si le hubiese pasado el Autobús Noctámbulo por encima. El partido había terminado. Y estaba seguro de que habían perdido. Crabbe y Goyle le habían amenazado con hacerle algo en él, y lo habían cumplido. Aquellos dos imbéciles sebosos sin cerebro lo habían mandado a la Enfermería. No habían vacilado. Ya no le tenían miedo, ya no les imponía ningún respeto. Con lo cual, quizá se atreviesen finalmente a contar lo que habían visto. Quizá, a pesar del razonamiento de Draco de que no tenían credibilidad en su Casa, se lo contasen a todo el mundo. Quizá lo estuvieran haciendo en ese instante, para justificar el ataque. Todo el colegio se enteraría de que había besado a Hermione Granger.

Estuvo toda la noche con el alma en vilo, sin lograr dormir. En mitad de la noche, Madame Pomfrey, creyendo que su insomnio se debía al dolor de sus lesiones, le obligó a tomar una poción para dormir sin sueños, por culpa de la cual cayó rendido hasta bien entrada la mañana. Al despertarse, su nerviosismo se multiplicó. No sabía qué esperar. Si alguien lo visitaría. Temía que en cualquier momento sus compañeros apareciesen por la puerta, cargados de insultos y antorchas, dispuestos a quemarlo por traidor. Pero no había pasado nada así.

Hasta que de pronto apareció Pansy. Fue a visitarlo, y lo trató con todo el cariño y la preocupación de siempre, lo que fue suficiente para comprender que sus ex-amigos todavía no habían hablado. Horas más tarde, cuando Nott fue a verlo, lo tranquilizó completamente diciendo que no habían contado nada a nadie, que él supiera. Todos sus compañeros creían que había sido un accidente, un error por parte de Crabbe y Goyle, simplemente porque no eran buenos jugadores. Se sintió tan aliviado que estuvo a punto de abrazarlo.

Nada le garantizaba que ya estuviese a salvo, pero todo apuntaba a ello. Crabbe y Goyle no habían hablado. Y, si no lo habían hecho ya, quizá no lo hiciesen. Nadie se había enterado de la estúpida equivocación que había cometido, y no podía sentirse más agradecido por ello.

—Vale, pues entonces ya está, da igual… —farfulló Draco, abandonando sus pensamientos y regresando a la conversación con Granger. Emitió un resoplido y se pasó una mano por el lacio cabello, despeinándolo ligeramente. A pesar de su alivio, se hizo el firme propósito de estrangular a Nott en cuanto lo tuviese delante. Por supuesto, se lo había tenido que contar a Granger. Cómo no. Maldito fuese... Maldito imbécil chivato, no podía mantener cerrada su estúpida bocaza…

—¿Igual? —repitió Hermione, entre dientes, con un tono de voz que le prometía a Draco que se arrepentiría de sus palabras—. ¿Cómo que "igual"? ¿Cómo va a dar igual? ¡Me lo has ocultado! ¡Me has ocultado que nos vieron, grandísimo idiota! ¿Cómo has podido? ¿Cómo se te ha ocurrido no contármelo? —se enfureció Hermione, indignada, alzando más la voz. Encarándolo con abierto resentimiento.

—¡Que no chilles, joder! —volvió a increparle él, abriendo más los ojos, en una muda advertencia de que la convertiría en un Gusarajo si volvía a poner en riesgo su escondite—. No te lo conté porque no tenía mayor repercusión… Les convencí de que no dijesen nada. No son más que dos cobardes… No tienen pruebas de nada, y saben que todo Slytherin les considera un par de descerebrados con músculo. Que es lo que son. No tienen veracidad en nuestra Casa. Si lo cuentan, solo quedarán en ridículo.

—¿Y si lo hubieran hecho? —protestó Hermione, bajando por fin la voz—. ¿Y si lo hubieran contado? ¿Qué hubiera pensado la gente?

Apreció cómo las mejillas de Malfoy se tensaban. Parecía estar apretando las mandíbulas con fuerza.

—No lo han hecho, así que no puedo saberlo —replicó él, y la firmeza de su voz casi logró tranquilizar por completo a la chica. Se cruzó de brazos, luciendo más serena, aunque igualmente ofendida. Seguía luciendo rencorosa por no haberse enterado por él.

—¿Qué ocurrió? —preguntó, con más suavidad. Él la miró sin comprender—. Con Crabbe y Goyle. Cuando nos vieron. ¿Qué te dijeron? ¿Qué… te hicieron?

Draco calibró sus palabras. La tentación de decirle que le habían dado la paliza de su vida, que casi lo habían dejado sin mandíbula y sin estómago, era muy fuerte. Ahora que ya sabía lo sucedido, podría contarle todos los detalles. Quería que supiera todo lo que él había aguantado esos días. Quería que se sintiese mal por lo sucedido.

Pero, en cambio, apretó los dientes, conteniéndose para no hacerlo. No tenía por qué saberlo. La voz de la chica había sonado casi temerosa. Realmente, tenía miedo de que le hubieran hecho algo. Lo veía en sus ojos. No era capaz de ocultar su preocupación con recelo, como estaba intentando. Sabía que la chica se sentiría culpable si se enterase de todos los detalles de lo sucedido, y, aunque era culpa suya, no merecía la pena hacerla sentir así. No ganaría nada. Hacía tiempo que no disfrutaba, ni sacaba ningún beneficio, haciendo sufrir a Hermione Granger.

—Nos desearon una vida larga y próspera —se burló Draco, arqueando una ceja, mirándola con fiera sorna. Después resopló, sacudiendo la cabeza—. Maldita sea, ¿qué te imaginas que me dijeron? Pues interpretaron lo más evidente. Creen que hay algo entre nosotros y me tachan de traidor a la sangre, eso es todo.

Hermione lo contempló un par de segundos, reflexionando. Se cruzó de brazos con más fuerza.

—¿Y por qué te han atacado en el partido? ¿Qué pretendían? —cuestionó Hermione, en voz más baja. Draco dejó escapar una resignada risotada.

—Practicar su puntería —ironizó de nuevo, con desgana. Se rascó la nuca, sin mirarla, volviendo a adoptar un tono más serio—. Demostrar que podían hacerlo, supongo, qué sé yo. Demostrarme que ya no me tenían miedo. Ahora me consideran inferior.

—¿Nos vieron…? —comenzó a preguntar ella, aunque no fue capaz de finalizar la frase. Decirlo en voz alta era demasiado difícil. Plantar la realidad ante él, era demasiado difícil.

—Besándonos, sí —corroboró él con brusquedad, casi atropelladamente. Sus ojos grises no la miraban—. Así que es normal que hayan sacado esa conclusión. La de que hay algo entre nosotros —aclaró con rudeza, como si hiciese falta. Se metió las manos en los bolsillos de la túnica, sin saber qué hacer con ellas—. Supongo que cualquiera lo haría. Es difícil justificar algo así… —dijo casi para sí mismo, en un murmullo.

Hermione tragó saliva. Entendía perfectamente a qué se refería. No había nada entre ellos, y aun así se habían besado. Era todo muy extraño, imposible de justificar. Nadie entendería lo que estaba sucediendo. Ellos apenas lo entendían. Pero sí sabían que no había nada entre ellos.

Pero lo trataban de traidor a la sangre. ¿Lo era realmente? Eso parecía, contra todo pronóstico. ¿Pensaría Malfoy de sí mismo que lo era? No daba esa impresión…

Un "lo siento" murió en la garganta de la chica. Sintiéndose responsable de ser parte de un problema semejante en su vida. Pero no dijo nada. Porque no había sido culpa suya.

—¿Crees de verdad que no hay peligro? ¿Qué no contarán nada? —cuestionó Hermione, queriendo alejar ligeramente la conversación del tema del beso. Malfoy pareció aliviado al respecto.

—No lo harán. No lo han hecho hasta ahora —masculló, desganado.

—¿Lo sabe alguien más? —quiso saber Hermione. Y su corazón volvió a acelerarse.

Él sacudió la cabeza levemente. Recordó la conversación mantenida con Zabini en el Gran Comedor, pero decidió que no era relevante. Su compañero había desechado rápidamente la acusación de los muchachos, y no había vuelto a decirle nada al respecto.

—No, nadie más —aseguró, volviendo a mirarla—. Ni siquiera Nott lo sabe. Sabe que nos vieron, pero le he convencido de que todo son imaginaciones de Crabbe y Goyle. No sabe lo que pasó en realidad. Espero —añadió, elevando ligeramente el tono de voz, y entrecerrando sus grises ojos con repentina fiereza— que siga siendo así…

Hermione se apresuró a asentir con la cabeza, asegurándole en silencio que le había seguido el juego. Pero estuvo a punto de decirle que no había funcionado. Que, aunque Nott no supiese la verdad, se la imaginaba muy fielmente. Draco no había logrado engañarlo, ni tampoco ella. Pero no se lo dijo.

Notaba el corazón más relajado, pero seguía preocupada. No se sentía capaz de contarle lo sucedido con Parkinson. Al parecer, Pansy no le había contado que la vio en la Enfermería. Ni a él ni a nadie. De lo contrario, el muchacho ya se hubiera enterado. No merecía la pena preocuparlo. No había sucedido nada. Parecía que, por una vez, la suerte les sonreía.

—Que sepas que tu estúpida imprudencia podía haberme costado cara —dijo entonces él, elevando la cabeza y endureciendo el tono—. Espero que estés satisfecha, porque has estado a punto de joderme la vida, Granger.

—¿Mi imprudencia? —espetó ella, incrédula, descruzando los brazos—. Perdona, pero no fue mi culpa. Yo no provoqué nada de lo que pasó.

—¿Que no qué? ¡Tú te plantaste delante del despacho de McGonagall a increparme gilipolleces! —escupió Draco, con rencor, elevando el tono sin darse cuenta. Volvió a colocar la mano en la columna, en un impaciente gesto.

—¡Tú golpeaste a Warrington primero, por eso tuve que increparte! —contraatacó ella, enfureciéndose, señalándolo con el índice.

—¡Ya, pero tú me echaste la bronca en ese estúpido pasillo y por eso nos pillaron! —exclamó él, decidido a quedar como la víctima.

—¡Tú me besaste y por eso nos pillaron! —vociferó Hermione, furiosa, con la voz una octava más alta de lo normal. Malfoy abrió la boca con decisión, pero la cerró medio segundo después, mudo. Incapaz de decir nada contra eso. Su rostro se tensó en una mueca perturbada. De pronto parecía indignado, pero incapaz de decir nada en su defensa. Hermione cerró también la boca, respirando fuertemente por la nariz, con la espalda hormigueando de adrenalina. Ese beso. Había sido real. Y ambos sabían que los dos estaban pensando en él.

Odiaba quedarse en silencio cuando estaba con Malfoy. Porque se volvía más consciente de su cuerpo, de sus pulsaciones. Y lo que notaba no le gustaba. Odiaba notar lo realmente nerviosa que se ponía. Se volvía difícil incluso sostenerle la mirada. Estaban tan… cerca. Ocultos tras la columna. Fuera de la vista de todo el mundo. ¿Qué pasaría si repitiesen ese error? Ahí no había peligro. Podrían hacerlo. Nadie se enteraría. Solo sería un segundo. Solo duraría un segundo, solo sería un beso…

Hermione comenzó a oír un gran número de voces y pasos que salían del Gran Comedor. Despertó a la realidad. Se sentía como si hubiera estado dentro de una burbuja. Estaba tras una columna del Vestíbulo, oculta con Draco Malfoy. Con un Draco Malfoy plantado a un palmo de ella, mirándola con dos ojos que relucían en color plata en la penumbra. Y solo podía pensar que se moría por besarlo.

Retrocedió ligeramente, volviendo a pegar la espalda contra la columna, poniendo distancia entre ellos. Las manos le temblaban.

—Deberíamos irnos ya —comenzó, en voz baja, intentando llenar su voz de sensatez. Le salió algo entrecortada—. Antes de que alguien nos vea. Si sucede algo nuevo, infórmame. Por favor —añadió con suavidad. Demostrándole que no deseaba discutir. Que solo pretendía hablar con coherencia.

Él la escrutó con sus ojos claros. Parecía cavilar. Se pasó la lengua fugazmente por sus labios, humedeciéndolos, y después se limitó a asentir con la cabeza muy levemente.

—Gracias —articuló ella formalmente, con un hilo de voz—. Entonces ya… no hay nada más que hablar.

—Ya… —masculló él, sin poder contenerse. Pero sin saber qué más decir. Se había quedado ligeramente aturdido, comprendiendo a lo que se refería. Tenía razón, y no había caído en eso antes. No tenían ninguna excusa para volver a hablar. Nunca más.

—Adiós, entonces —murmuró ella, enfrentándose a esos dos orbes grises que la estaban atravesando—. Nos… veremos en clase.

Draco no dijo nada. Tampoco se movió, esperando a que fuese ella la que se marchase de allí. Porque él no podía moverse. Todavía se encontraba asimilando que verdaderamente no tenían nada más que decirse. Pero ella tampoco se movió. Miró fugazmente a su izquierda, al brazo alzado de él, apoyado en el muro junto a su rostro, y después a sus ojos de nuevo.

—¿Puedes…? —articuló con torpeza, señalando el brazo del chico que obstaculizaba su camino. Él dio un visible respingo. No se había dado cuenta. Lo retiró rápidamente, manteniéndose después erguido. Elevando ligeramente su barbilla en una actitud adusta.

Hermione todavía tardó unos segundos en irse. Tenía la incómoda sensación de que quería decirle algo a Malfoy, pero sin tener ni idea de qué podía ser. Se conformó con dedicarle una rápida mirada a modo de despedida, y finalmente se alejó de la columna, yendo a juntarse con la marea de alumnos que salían del Gran Comedor.

Draco intentó tragar saliva mientras la contemplaba irse, dándose cuenta de pronto de que tenía la boca seca. Algo le estaba obstruyendo la garganta, y no era capaz de reunir saliva suficiente para tragar. Se sentía extraño. Ya no había razones para que Granger y él volviesen a hablar, ninguna razón para volver a estar a solas. Y eso lo incomodaba. Todas las razones que los habían motivado a relacionarse durante los últimos meses se habían solucionado. Sus fechorías en Runas Antiguas, su pelea con Nott, lo sucedido con Warrington, lo de Crabbe y Goyle… Ya no había nada que los… uniese. Se preguntó si esa sería la última vez que se dirigieran la palabra.

Casi resopló ante semejante pensamiento tan dramático. Oh, por favor. La vería en clase al día siguiente. No era como si no fuera a verla nunca más. Podría insultarla a placer cuando quisiera, como había hecho siempre…

Espera… ¿Estaba utilizando los insultos como excusa para volver a hablar con Granger? ¿Por qué cojones le perturbaba la idea de no hablar con ella nunca más?

Piadoso Merlín, ya era suficiente. Por fin se había solucionado todo. Por fin se había librado de ella. Ahora sí podría vivir tranquilo. ¿No era eso lo que llevaba meses queriendo?

Negándose a responderse algo que no le agradase, se dio la vuelta y caminó en dirección a las mazmorras, sin volver la vista atrás. No estaba de humor para ir a clase.


—No sé qué decirte, me parece una tontería… —decía Montague, con desgana. En ese momento, sus ojos verdes captaron a Malfoy, el cual se estaba adentrando en la Sala Común por el hueco en la pared—. Ah, Draco… ¡Draco! ¡Siéntate con nosotros, hombre!

El joven Malfoy, que había echado a andar en un primer momento en dirección a su dormitorio, cambió de rumbo y se acercó a él. Aceptó la invitación de su capitán de equipo y accedió a sentarse en el hueco que quedaba libre en uno de los sofás, junto a una emocionada por verle Pansy Parkinson. Una simpática Tracey Davis lo saludó con la mano desde el otro lado de Pansy, y tanto Pucey como Bletchley esbozaron sonrisas cómplices, sentados enfrente.

—¿Cómo estás, Draco? —preguntó Pansy cálidamente, girándose hacia él al instante, cuando el chico se sentó a su lado—. ¿Ya estás recuperado completamente?

—Por supuesto, en realidad no fue nada —aseguró Malfoy con chulería, acomodándose y colocando los pies sobre la mesa auxiliar que había enfrente. Agradeció el hecho de que sus colegas estuviesen allí. No se sentía capaz de encerrarse en su habitación y reflexionar sobre la conversación que acababa de tener con Granger, como era innegable que su cerebro pretendía. Así, al menos podría olvidarla por un rato. Comenzar con su propósito de regresar a su vida cotidiana.

—No sería nada, pero te has tirado casi una semana en la Enfermería —dijo Pucey con una media sonrisa—. Y te aseguro que, visto desde fuera, no pareció que fuese "nada". Hasta a mí me dolió ese golpe…

—Y, además, te has quedado sin escoba, ¿no? —comentó Montague, arqueando una ceja, tamborileando con los dedos en el reposabrazos de la negra butaca que ocupaba. Parecía algo estresado.

—Eso es verdad —admitió Draco, con un pesado suspiro, echando hacia atrás la cabeza como si solo recordarlo lo agotase.

—¿En serio? —repuso Pansy, sorprendida—. Yo no me había enterado.

—Estabas demasiado ocupada dejándonos a todos sordos con tus gritos —se mofó Tracey, esbozando una sonrisa divertida—. "¡Draco! ¡Draco! ¡Ay, mi Draco! ¡Llamad a San Mungo, que me lo han matado!" —la imitó, poniendo voz aguda. Bletchley se desternilló de risa.

—Cuando Draco cayó, la escoba se fue volando por su cuenta y aterrizó en las gradas, dándose muchos golpes —explicó Pucey, con una sonrisa, viendo cómo Pansy daba un manotazo en el hombro de Tracey, enfadada. Añadió con malicia—: Creo que hirió a un par de chavales de Hufflepuff…

—¿Quién la tiene, por cierto? Nott me lo contó, pero me dijo que no sabía dónde estaba ahora —cuestionó Draco, mirándolos uno a uno. Bletchley levantó la mano, con una mueca de resignación.

—MacDougal, la de Ravenclaw, fue quien la recogió, las cosas como son. Es una tía legal. Me la dio, y la he guardado en la habitación, luego te la bajo. Pero está destrozada, no vas a poder salvarla.

Draco resopló con pesadez, bajando sus ojos claros hasta la alfombra. Su Nimbus 2001… La tenía desde los doce años. Su padre se la había regalado. Había regalado una a cada uno de sus compañeros, cuando Draco entró al equipo... Su padre siempre había sido así. Rico, poderoso e influyente. Siempre le había conseguido a Draco todo lo que había querido. Siempre había sido su héroe.

—Tendré que conseguir otra, entonces —se escuchó diciendo en voz alta, con brusquedad, intentando alejar sus pensamientos de su padre. No podía permitirse ponerse sentimental por un maldito trozo de madera—. Y le daré las gracias a MacDougal… —dijo también de pasada, rascándose la barbilla. La última visión que tenía de la joven era su expresión de espanto, antes de que todo se volviese negro a su alrededor.

—Estaba volando cerca, es lo menos que podía hacer —replicó Pansy con molestia, cruzándose de brazos—. No es para tanto…

—Roger Davies me preguntó por ti el otro día —reveló Montague, mirando a Draco con cara de circunstancias—. Quería saber cómo estabas. Dijo que habíamos jugado muy bien, que estuvo muy reñido, y que en realidad lamentaba haber ganado así. Que no había sido legal —compuso una mueca de desdén—. Mestizo de mierda…

—Siento que perdiéramos por mi culpa —confesó Draco entre dientes, apretando el puño sobre el reposabrazos del sofá. Fue incapaz de afrontar la mirada de sus compañeros.

—Bah, olvidémoslo. Después de todo, no fue culpa tuya —aseguró Bletchley, negando con la cabeza y encogiéndose de hombros—. ¿Sabes? Precisamente estábamos hablando de Crabbe y Goyle antes de que llegases… Todos opinamos que Montague debería expulsarles del equipo, llevamos días discutiéndolo. Pero él no lo tiene claro.

—Sí, algo he oído al respecto —admitió Draco sin entusiasmo. Nott se lo había contado esa mañana.

—Todo Slytherin está hablando de ello —comentó Pansy, cruzando las piernas—. Mucha gente está de acuerdo en que los eches, Graham.

—Lo sé, lo sé… —aseguró Montague, impaciente, frotándose los párpados cerrados con índice y pulgar.

—Nadie entiende cómo han podido ser tan botarates como para golpear a un compañero de equipo —corroboró Pucey, con abierta incredulidad—. En fin, vale que no sean dos genios, pero en el partido superaron el límite de la estupidez…

—Ya no saben ni distinguir entre un Slytherin y un Ravenclaw —comentó Bletchley sin poder contener una risita—. Qué penoso…

—Si tuvieran un mínimo de vergüenza dimitirían después de lo que han hecho —protestó Pansy, comenzando a exaltarse—. Podían haber herido a Draco muy gravemente…

—Tampoco pareció importarles mucho —replicó Tracey frunciendo el ceño. Se inclinó hacia delante, para poder dirigirse a Draco sin Pansy de por medio—. ¿Han ido siquiera a verte a la Enfermería?

Draco compuso una mueca de desinterés, fingiendo no estar seguro. «Claro que no han ido… »

—Fueron el primer día, con nosotros —contó Pucey, atrayendo la mirada de Tracey—. Pero estabas inconsciente, Draco. Aunque es verdad que ni siquiera ahora que has salido te dirigen la palabra… Parece que se han cansado de hacerte de guardaespaldas —se burló, con una risotada—. ¿O es que os habéis peleado?

—Qué va. Son idiotas, no querrán dar la cara por lo que me hicieron… O estarán ocupados andando y respirando a la vez, añadir el acto de hablar puede ser peligroso —bromeó Draco, sin darle importancia, esbozando una perezosa sonrisa. Los demás le rieron la gracia—. Como si los necesitase para algo… Por mí, que ni se me acerquen.

—¡Expúlsales, Montague! —insistió Pansy, con voz aguda, inquieta—. ¡No puedes permitir que esto vuelva a pasar!

El corpulento joven resopló, dándole la razón en silencio.

—Hablaré con Snape, veré qué puedo hacer. Revisaré el reglamento para ver si lo que han hecho es motivo suficiente para expulsarlos —se rascó la mandíbula, oscurecida con una corta barba—. Han faltado a muchos entrenamientos, quizá pueda escudarme también en eso. Y tendré que convocar elecciones para encontrar nuevos golpeadores…

—No te costará encontrar mejores —se burló Pucey, con una risita—. Por cierto, ¿cuándo se incorpora Warrington? ¿Me voy al banquillo ya?

—Sí, la semana que viene parece que estará en condiciones de volver —corroboró Montague, mirando al muchacho con ligera disculpa. Éste asintió con la cabeza, resignado, pero elevó el pulgar en un gesto de conformidad. Montague no pudo evitar dirigirle a Draco una rápida mirada, siendo éste el culpable de que uno de sus cazadores se encontrase en baja forma para jugar el partido, teniendo que recurrir al cazador de reserva, Pucey. Pero Draco no se mostró arrepentido en absoluto.

—La gente habla mucho de Pritchard —comentó Pansy, retomando el tema de los golpeadores. Estaba enterada, como siempre, de los últimos cotilleos—. Deberías tenerlo en cuenta.

—¿Pritchard? —se sorprendió Bletchley—. ¡Pero si ese es solo un mestizo!

—Bah, pero es fuerte, Pansy tiene razón… —opinó Montague, pensativo. Al ver la mirada de censura de Bletchley, argumentó—: ¿De qué te quejas? Podría ser peor… ¿Prefieres que proponga a Malcolm Baddock? ¡Ese está todo el día rodeado de sangre sucias!

La ofendida protesta de Bletchley quedó amortiguada por una fuerte inhalación por parte de Pansy. Como si de pronto hubiera recordado o comprendido algo. Algo que, desde luego, sus compañeros no alcanzaban a entender.

—¿Y a ti qué te pasa? —saltó Tracey, mirándola con sobresalto.

—Por las barbas de Merlín, acabo de acordarme de algo… —comenzó ella a trompicones, con los ojos muy abiertos—. Hablando de sangre sucias… No os lo he contado, es muy fuerte…

Para extrañeza de todos los presentes, miró a Draco con gran intensidad, como si lo que estaba recordando la emocionase profundamente. El joven rubio sintió que se le aceleraba el corazón. Pansy había recordado algo relacionado con sangre sucias… ¿y lo miraba a él?

No podía haber pasado. ¿Crabbe y Goyle se lo habían contado? No, no tenía sentido…

—¿De qué hablas? ¿Tengo yo algo que ver? —preguntó, molesto y, aunque luchase por no demostrarlo, casi taquicárdico.

Pansy tomó aire intensamente, sin dejar de mirarlo, y formuló la pregunta de un tirón, dirigiéndose a sus compañeros:

—¿A que no sabéis a quién me encontré en la Enfermería, junto a la cama de Draco, cuando fui a visitarlo el día del partido?

—A Quien-Vosotros-Sabéis —bromeó Bletchley, irónico—. Como no nos des más pistas….

—No lo adivinaríais jamás… Os vais a caer de vuestros asientos —prometió Pansy, conteniendo la risa con dificultad. Todos parecieron tensarse en los sofás, con plena atención puesta en la joven—. ¡Hermione Granger!

Draco sintió un fuerte zumbido en los oídos que lo ensordeció. De pronto no oía nada. O quizá era que nadie decía nada. Se había formado un denso silencio sobre los sofás, que duró tres eternos segundos. Todos parecían aguardar todavía a que la joven continuase hablando, no asimilando en absoluto el nombre que acababa de pronunciar. Ninguno movió ni un músculo.

Mientras tanto, la vista de Draco se desenfocó. La sangre se congeló en sus venas, no llegando hasta el corazón. No pudo evitar que su rostro se demudase, pero por suerte nadie se estaba fijando en él. Todos miraban a Pansy con fijeza.

«Definitivamente he oído mal…»

—¿Qué? —exclamaron de pronto sus compañeros a la vez, ridículamente sincronizados.

—¿Granger? ¿La sangre sucia? ¿La Gryffindor? ¡Venga, mujer, no nos tomes por tontos! —se burló Montague, volviendo a recostarse en el sillón. El resto hicieron lo mismo, riendo entre dientes, con idénticas expresiones de diversión—. Creíamos que ibas en serio… Vaya susto…

—¡Y voy en serio! —protestó Pansy, orgullosa del efecto logrado. Y tal fue el entusiasmo con el que lo dijo, que todos se miraron entre ellos, confundidos al pensar que pudiese ser remotamente verdad.

«Pues no, he oído bienMier-da»

—Pansy, ¿qué estás diciendo? —protestó Tracey, mirando a su amiga como si se hubiera vuelto loca—. ¿A dónde quieres llegar? Granger puede estar en la Enfermería por muchos motivos, ¿por qué dices…?

—Exacto, eso es lo ridículo —corrigió Pansy, orgullosa—. Había ido ahí por Draco, estoy convencida. Estaba ahí, plantada al lado de su cama.

Draco concentró toda su energía en contraer los músculos de su rostro, para poder fruncir su entrecejo. Ahora, las miradas de sus compañeros comenzaban, poco a poco, a fijarse en él. No podía verse nervioso. Tenía que verse asqueado. No podía verse aterrorizado, aunque se sintiese así. Comenzaba a marearse. Pero, para su propia consternación, se dio cuenta de que esperaban que dijese algo.

—Eso es imposible. Vaya sarta de bobadas —replicó Draco, con una brusquedad y una seguridad apabullantes. Por suerte, la voz no le tembló.

No podía ser cierto. Granger no podía haber sido tan imprudente. No era posible.

—Te digo que no lo es —protestó Pansy, ofendida—. Si lo cuento es porque estoy segura de lo que vi. Estaba junto a tu cama, mirándote.

—¿Y qué se supone que hacía ahí, según tú? —cuestionó Bletchley, desconcertado. Señaló a Draco con el pulgar—. ¿Para qué iría a verlo? Es absurdo…

—Te habrás confundido. La habrás confundido con otra persona —propuso Pucey, encogiéndose de hombros sin darle mucha importancia.

—Oh, ¿crees acaso que no reconocería ese espanto de pelo en cualquier parte? ¡Hablé con ella, por Merlín, claro que era ella! —repuso Pansy, mirándolo con decepción ante su reacción—. ¿Me crees capaz de inventarme algo así? Si supieras el asco que me entró al verla…

—¿Y qué estaba haciendo ahí? —repitió entonces Draco. Su voz sonó fría como el hielo. Sus ojos lucían de igual manera. Todos guardaron silencio, aturdidos. Comenzaron a pasar sus miradas de Draco a Pansy, una y otra vez.

—Pues me dio una excusa ridícula. Me dijo que McGonagall la había mandado ahí para ver si Pomfrey pretendía trasladarte a San Mungo. Pero yo creo que estaba ahí por otra razón. Yo creo que iba a atacarte aprovechando tu estado —sentenció Pansy, con la seguridad de quien tiene la verdad absoluta, elevando ligeramente su barbilla con orgullo—. Pero llegué a tiempo de evitarlo.

—¿Atacarlo? —repitió Bletchley—. ¿En la Enfermería? Eso es rastrero hasta para una sangre sucia como ella…

—¿Qué otra explicación hay? —retó Pansy, mirándolo con satisfacción. Se recostó en el sofá, cruzándose de brazos de nuevo—. ¿La creéis mejor que eso? También es posible que solo quisiese cotillear cómo estabas, para contárselo a Potter. No tiene vergüenza alguna. Pero me inclino más a pensar que iba a atacarte.

—Deja de decir gilipolleces —la interrumpió Draco de pronto. Pansy lo miró con los ojos muy abiertos, sobresaltada ante la dureza de su tono—. Nada de eso tiene ningún sentido.

—Bueno, pues estaba ahí plantada, algo pretendía… —se justificó la joven, mirándolo luciendo dolida.

Los ojos de Draco ardían como metal fundido. Era imposible. Acababa de hablar con ella hacía diez minutos, maldita sea, ¿cómo no le había dicho nada? ¿Le había echado en cara que no le había contado lo de Crabbe y Goyle y ahora ella le ocultaba eso? Era una puta broma.

—¡No jodas, Draco! ¿Qué más da que tenga sentido o no? ¡Cuéntaselo a Snape, Pansy, para que la expulsen de aquí! —protestó Montague, entusiasmado—. Cualquier excusa es buena para librarnos de esa calaña. Sea verdad o no, nunca lo sabremos. Ya no puede uno ni estar seguro en la Enfermería, esos sangre sucias están por todas partes…

—El problema es que no tengo pruebas de que fuese a atacarle, ni siquiera estaba con la varita en la mano —objetó Pansy, suspirando de forma teatral—. Quiero decir, es evidente que era eso, pero no puedo probarlo, y Dumbledore no me hará caso. No soy una de sus alumnas predilectas como ese idiota de Potter…

—¡Por Merlín, va en serio entonces! —se asombró Pucey, riéndose con incredulidad—. Me cuesta creerlo… Maldita cobarde, atacar a Draco a traición… Sería genial si la hubieras pillado con las manos en la masa, ¿os imagináis librarnos de esa insoportable presuntuosa? —suspiró exageradamente ante su propia idea. El resto lo secundaron con burlonas carcajadas.

—Pero, a ver, que yo me entere, ¿entonces simplemente estaba al lado de su cama, mirándolo? ¿No hacía nada más? —se burló Bletchley, inclinándose hacia adelante—. Tío, igual es que está enamorada de ti —propuso entonces, interrumpiéndose con una sonora carcajada—. Joder, ¿os imagináis? Qué asco, por favor, olvidadlo, olvidadlo… —sacudió las manos y fingió un escalofrío que arrancó nuevas carcajadas.

—Joder, el ojito derecho de Potter loquita por Draco, sería divertidísimo si fuese verdad —se burló también Tracey, arrancando escandalosas carcajadas a los demás.

Eso era más de lo que la circulación sanguínea de Draco pudo soportar.

Ya era suficiente.

—Cerrad todos la boca —espetó entonces el rubio, con determinación. Se puso en pie de un salto, en toda su poderosa estatura, y sus compañeros callaron al instante, borrando sus sonrisas. Los ojos de Draco echaban chispas que amenazaban con abrasar al siguiente que soltase una mínima risa—. ¿Os estáis oyendo? Una sangre sucia se cuela en la Enfermería a atacarme, y vosotros os mofáis pensando que quiere tener algo romántico conmigo. ¿Estáis todos mal de la cabeza? ¿De verdad habláis de esa sangre sucia, de esa calaña infecta que son los hijos de muggles, como si fuera una chica cualquiera? No pienso soportar semejantes blasfemias. Debería daros vergüenza como sangre limpias que sois. No pienso participar en esto. Como me entere de que cualquiera de vosotros vuelve a mencionar algo semejante, os arrepentiréis.

Rodeó la mesa auxiliar y pasó por encima de las piernas de sus compañeros. Éstos se apresuraron a apartarlas, aprensivos. Nadie decía nada ahora. Todos parecían sobrecogidos.

—Vamos, tío, solo era una broma… Es evidente que no… —intentó apaciguarlo Bletchley. Lucía realmente amedrentado, y su voz apenas se hubiera oído de no ser por el silencio que lo rodeaba.

—Pues métete ese tipo de bromas por donde te quepan —lo interrumpió Draco sin piedad—. Ahora que sé a quién he tenido cerca necesito una ducha. O… aire. Necesito aire.

Sin decir nada más, en apenas un abrir y cerrar de ojos ya estaba saliendo por el hueco de la pared a toda velocidad, dejando plantados a sus compañeros.

Tenía que hablar con Granger de inmediato.


Creo que Draco está enfadaaadooo ja, ja, ja Hermione, corre, ¡huye! 😂😂

Hermione ha sabido librarse de un buen problemón dos veces en este capítulo, tanto con Pansy como con Ginny, menos mal... Qué lista es nuestra chica 😎.

Yyy... hemos tenido reencuentro entre nuestros protagonistas 😎. Uf, ha sido intensito… Sí, lo sé, yo también estaba esperando tremendo beso detrás de la columna (y ellos también 😜) pero han sabido contenerse. Si les llegan a pillar otra vez… Ahora Draco pretende ir a hablar con ella, muy cabreado, después de enterarse de que Pansy los ha pillado juntos por su culpa. Ya veremos qué sucede 😏.

El próximo capítulo me gusta especialmente, tengo muchas ganas de traerlo 😍. Lo haré lo antes posible. Y los siguientes también son de mis favoritos, la cosa se va a poner interesante, os lo aseguro 😉

¡Muchísimas gracias por leer! Espero de verdad que os haya gustado. Contadme lo que os ha parecido, si os apetece, en un comentario. Siempre estoy encantada de leeros 😍

¡Un abrazo y un beso enormes! ¡Hasta el próximo! 😊