¡Hola a todos! 😊 ¿Cómo estáis? ¿Con ganas de continuar la historia? ¡Síiiii! 🙋 ¡Muy bien, pues allá vamos! Ja, ja, ja 😂😂 este es un poco más cortito que los anteriores, pero bastante emocionante, ya veréis je, je, je 😏

Lo primero de todo, ¡MIL MILLONES DE GRACIAS! ¡HEMOS LLEGADO A LOS 100 COMENTARIOS! 😍😍😍 Ayyy no os imagináis lo contenta que estoy, de verdad. Casi ni me lo creo. 😭 Muchísimas gracias a todos por vuestro apoyo, de verdad, no sé qué más decir ¡os quiero! 😍 Gracias también, como siempre, a todo el que ha leído el anterior capítulo, haya dejado o no comentario. ¡Mil gracias! 😘

Vamos allá con la historia. Habíamos dejado a Draco bastante enfadado, yendo en busca de Hermione…

Recomendación musical: "Addicted" de Kelly Clarkson.


CAPÍTULO 23

El cuadro de la campesina

«La mataré. Está decidido. Mataré a esa estúpida egoísta. Parece que es lo único que acabará con todo esto. Está decidida a joderme la vida y no parará hasta conseguirlo, ahora está muy claro… ¿Cómo ha podido ser tan imprudente? Siempre tiene que liarlo todo, y siempre tengo que estar yo en medio. ¿Qué pretendía viniendo a la Enfermería? ¿Meterme en nuevos líos cuando parece que me he librado de que Crabbe y Goyle se lo cuenten a toda la escuela? Si quiere hundirme, no podría estar haciéndolo mejor…»

Draco dobló la esquina del pasillo con un derrape, haciendo que sus brillantes zapatos rechinasen audiblemente. Se detuvo al pie de unas escaleras que se estaban moviendo en ese instante, cambiando de dirección mágicamente, para recuperar el aliento. Estaba exhausto. Y estaba haciendo el tonto. Era media tarde, y ya había registrado la biblioteca hasta el último rincón. No tenía ni idea de qué otros sitios solía frecuentar Granger. Pero lo más seguro era que no estaría deambulando por los pasillos. Por si acaso, había revisado el tercer y cuarto piso, en vano. Quizá estuviera en clase, y ahí sí que no sería capaz de encontrarla. No tenía ni la más remota idea del horario de Granger. Ese año, debido a la diversidad en el número de alumnos y a que todas las asignaturas eran optativas, no siempre cursaban las mismas asignaturas con los mismos compañeros. Quizá, con suerte, estuviese en su Sala Común o en su habitación, estudiando como la empollona que era. Podía intentarlo.

¿Y dónde cojones estaba la Sala Común de Gryffindor?

Miró alrededor, intentado orientarse, como si esperase ver aparecer un cartel con una flecha que le indicase la dirección. Sintió la frustración bullir en su interior. Era inútil. No podía recorrer todo el castillo diciendo contraseñas al azar a todos los muros que encontrase por el camino. Eso suponiendo que la entrada fuese un muro; la de Slytherin lo era, pero a saber cómo era la de Gryffindor.

Pero le daba igual lo que tardase en encontrarla. Iba a hablar con Granger, e iba a hacerlo en ese momento. No pensaba esperar. No podía esperar, y ni siquiera estaba seguro de por qué. Pero estaba demasiado alterado, demasiado furioso. Tenía demasiadas cosas que decirle. Necesitaba hablar con ella de inmediato.

La respuesta a su problema se materializó al final del pasillo que había a su derecha, en forma de diminuto niño de pelo oscuro, vestido con una túnica negra y roja, con el escudo de los leones bordado en la solapa. Era capaz de distinguir desde la distancia el color dorado del león, y su silueta. Draco calibró sus opciones y terminó conteniendo un suspiro. Tenía que arriesgarse. Ya no tenía a Crabbe y a Goyle de su lado; tenía que hacer él el trabajo sucio.

Se enderezó al máximo, intentando adoptar una postura amenazante, y salió al encuentro del solitario niño, mediante poderosas zancadas.

—¡Eh, tú! —le espetó, alzando la voz todo lo que pudo. El joven de primer año se detuvo y contempló con expresión de abierto terror en su diminuto rostro cómo aquel alto alumno del último curso se dirigía hacia él—. Tengo un trabajo para ti, estúpido mocoso…


—Adelante —dijo la calmada voz de Albus Dumbledore, desde dentro del despacho, en cuanto Harry llamó tres veces a la puerta con el puño. Tras inhalar con fuerza para darse ánimos, el muchacho abrió la puerta y se adentró en la amplia estancia circular.

Los retratos que invadían las paredes se encontraban plácidamente dormidos, en apariencia. Un débil sol se colaba parcialmente entre las cortinas de terciopelo; el día había amanecido francamente gris y nuboso, y apenas había mejorado con el paso de las horas. Fawkes, su gran ave fénix, se encontraba en su soporte. Al parecer hacía relativamente poco que había renacido de sus cenizas, pues lucía un aspecto fantástico, de brillante plumaje color carmesí, dorada cola y ojos despiertos y brillantes.

El anciano director se encontraba sentado tras su amplio escritorio, rodeado de documentos y montañas de gruesos libros. Estaba escribiendo en un rollo de pergamino con la pluma más amplia que Harry había visto nunca, y, a su lado, sobre otro pergamino, una pluma vuelapluma rasgaba elegantes palabras sin que él hiciese ningún esfuerzo. Al ver a Harry, Dumbledore sonrió bajo su poblada y larga barba y dejó la pluma en un tintero cercano.

—Harry, muchacho —saludó, bondadoso, haciéndole un gesto para que se acercase más. La pluma vuelapluma no se detuvo—. Adelante, adelante…

—Espero no importunarlo, señor —se disculpó el joven, acercándose hasta situarse en el centro del despacho. Pero el anciano agitó la mano para que se acercase más y terminó sentándose en una de las dos sillas que había frente al escritorio. El chico se sorprendió pensando que no eran unas sillas demasiado altas, ni imponentes. De hecho eran de madera, bastante simples, pero no pudo evitar recordar la primera vez que estuvo en ese despacho, y lo grandes que le parecieron. Lo asustado que estaba en aquel momento, ante la presencia de aquel imponente y sabio mago.

—Para nada, Harry. Estaba escribiendo una carta al Ministerio de Magia. Solicitando, en resumen, algo más de protección para el castillo —reveló, sonriendo de nuevo ante la expresión de alivio del muchacho ante semejante noticia—. Me preguntaba cuándo vendrías a verme...

—¿Sabía que vendría, señor?

—Te conozco bien, muchacho —le recordó, afectuoso, mirándolo sobre sus gafas de media luna—. Y también tengo muy presente todo lo que está ocurriendo fuera de estos muros. Sabía que te preocuparía y que querrías saber mi opinión al respecto.

—Señor, ¿cómo están en realidad las cosas? —quiso saber, en efecto, el chico—. Remus me dijo que…

—Sé lo que te dijo, hablé con él —reveló, luciendo divertido ante la cara de sorpresa de Harry—. Te recuerdo que soy el fundador de la Orden del Fénix. Gestiono esa organización lo mejor que puedo, con los medios de los que disponemos, y estoy en contacto con ellos a todas horas.

Señaló el retrato de un falsamente dormido Phineas Nigellus Black. Harry recordó entonces que su segundo retrato estaba colocado en un dormitorio del número 12 de Grimmauld Place.

—¿Siguen utilizando Grimmauld Place como Cuartel General? —cuestionó Harry, curioso. Dumbledore asintió, mirándolo con cara de circunstancias.

—Una total falta de respeto por mi parte no consultarlo contigo, su actual propietario… Espero sepas disculparme.

Harry sacudió la cabeza, sin darle importancia, indicando que era el proceder más evidente.

—¿Entonces…? —retomó el joven su primera pregunta. Cómo estaban las cosas en el mundo mágico.

Dumbledore suspiró y echó hacia atrás su anciano cuerpo, recostándose en su acolchado asiento.

—No tengo mucho más que aportar ante lo que te contó Remus. Voldemort, por norma general, está intentando que la población mágica, y el Ministerio de Magia en primer lugar, se olviden de que ha regresado. Está fingiendo ser inofensivo, pero, en las sombras, se mueve con rapidez. Aún no cuenta con demasiada ayuda, pero es cuestión de tiempo. Aun así, está cometiendo errores. Y parece que el resultado compensa el meter la pata de vez en cuando. Para alguien tan meticuloso como Voldemort, los errores no son una opción.

—¿La joven francesa desaparecida? —dijo Harry, enderezándose en la silla. Dumbledore asintió, una sombra de dolor oscureciendo las arrugas de su rostro.

—Exacto. Es el ejemplo más claro. Esa muchacha debe aportarle algo muy valioso, para arriesgarse a que todo el mundo esté casi seguro de que ha sido él, y no haga nada al respecto.

—Atacaron la oficina principal de El Profeta, en Hogsmeade —recordó Harry, frunciendo el ceño.

—Exacto, sus mortífagos lo hicieron. Pero no Voldemort en persona. Él no se ha dejado ver en público desde lo sucedido en el Departamento de Misterios. Así, se sigue manteniendo la duda de si únicamente son los mortífagos los que actúan por su cuenta, o si actúan bajo sus órdenes. Igual que sucedió en la Copa Mundial de Quidditch, hace cuatro años. Organizaron todo por su cuenta, para infundir el miedo.

—Pero es… ridículo —lo interrumpió el chico, sin poder contenerse más, cargado de indignación—. Profesor, está claro que están sucediendo cosas. Aunque la población en general no se haga a la idea, nosotros sí tenemos claro que ha regresado. Y quiero ayudar. Lo siento, pero no me importan mis estudios. Quiero formar parte de la Orden, quiero ayudar de verdad… Por favor, profesor.

Dumbledore sonrió bondadosamente, y Harry supo que su petición no lo había impresionado. Que ya se la esperaba.

—Harry, ahora mismo, en poco o nada podrías ayudar. Te lo digo de verdad —insistió, al ver que el muchacho lo miraba con mal disimulada incredulidad—. No es una guerra declarada, Remus te lo explicó. No sabemos qué planea Voldemort. Solo podemos esperar a que cometa un error para así quizás adivinar cuál será su próximo objetivo. Y tu presencia no haría sino mantener a la Orden alerta sobre ti, protegiéndote…

—No necesito que… —farfulló el chico, ofendido.

—Eres valioso para Voldemort, y el hecho de que dejes el colegio no pasará desapercibido. Remus te lo explicó. Se correrá el rumor, él lo sabrá, e intentará buscarte. Sigues siendo su objetivo —explicó Dumbledore, sin parpadear, observándolo con sus penetrantes ojos azules. Harry pareció deshincharse en su asiento—. Una vez que el curso escolar acabe, podrás ir a donde te plazca. No podré impedírtelo. Y no le será tan fácil rastrearte. Sé que es difícil, pero te pido paciencia, Harry.

El muchacho asintió, melancólico, mirándose los zapatos. Resopló con cansancio. Ni siquiera les había dicho a sus amigos que iría a ver a Dumbledore y, al no haber obtenido ningún cambio en su vida, no les hablaría al respecto. Fingiría que la conversación con Remus había sido suficiente. No quería que pensasen que estaba paranoico.

—Lo intentaré, señor —admitió, sin alzar la mirada.

—Si me entero de algo inusual que no se comente en El Profeta, ni en ese diamante en bruto que es El Quisquilloso, te lo haré saber —ofreció el anciano. Harry alzó la cabeza, mirándolo con profundo agradecimiento—. ¿Hay algo más que desees de mí, Harry? ¿Algo que te preocupe?

El chico tragó saliva con disimulo. Pero luchó para que su rostro no se viese alterado.

La voz.

Aquella perturbadora voz que le arrebataba la tranquilidad desde comienzo de curso seguía siendo un misterio. Pero se sintió abochornado solo de imaginarse contándoselo al director. Viéndolo trabajar arduamente, dirigiendo una organización secreta a espaldas del ministerio, y administrando un colegio al mismo tiempo, el hablarle de una esporádica voz que únicamente decía su nombre le pareció vergonzoso. Algo sin importancia suficiente. Aun no tenía nada sólido que contar al respecto. De hecho, ni siquiera había descartado el que fuese una simple broma.

—No, señor —se escuchó diciendo—. Nada.

Recordó que había pronunciado esas mismas palabras en su segundo año, cuando tampoco le contó que escuchaba la voz del basilisco tras las paredes. Sintió un turbio calor en la nuca.

Dumbledore, ajeno a su interna preocupación, lo miró con calidez por encima de sus gafas de media luna, mientras él se levantaba.

—No dudes en contarme cualquier cosa que te preocupe en un futuro. Hasta entonces, estudia mucho y sé bueno —le guiñó uno de sus espléndidos ojos azules. Harry forzó una sonrisa.

—Siempre lo soy, señor.


El sol por fin había asomado entre las nubes, y se adentraba por las estrechas ventanas que decoraban las paredes de la Sala Común de Gryffindor, inundando la estancia de una apacible luz cobriza. Incluso los alumnos que estaban allí hablaban en voz más baja de lo habitual, como si nadie quisiese alterar el cálido ambiente.

Cuando Harry entró por el hueco del retrato, atrajo la mirada de un atareado Ron, sentado en una butaca junto a la chimenea, casi de cara a él. El joven pelirrojo dejó de escribir su redacción y trató de llamar la atención de su amigo, agitando la mano con la cual sujetaba su pluma. Harry apreció su gesto y se acercó sin vacilar. Hermione, sentada en otra butaca cercana, al ver el gesto de Ron miró por encima de su hombro y sonrió al ver también a Harry. Se apresuró a apartar su pesada mochila de la butaca libre que había entre Ron y ella, dejándole sentarse ahí.

—Hola, ¿dónde has estado? —saludó Hermione, apartando también uno de los libros que había dejado en el reposabrazos—. Ron dice que no te ha visto desde la comida…

—Ah, sí, nada especial. Quería acercarme un momento al campo de Quidditch, a revisar una cosa. No pensaba tardar mucho, por eso no he avisado —mintió, recostándose en el mullido sillón. Se sentía algo apagado tras su infructuosa conversación con Dumbledore, y sintió que podría fácilmente quedarse dormido allí. Entonces descubrió a Ginny, tumbada bocabajo en la alfombra, frente a ellos—. ¡Oh, hola! Creía que no te veríamos hasta la noche, Ginny...

La joven, que había hecho una pausa escribiendo su redacción, y lo estaba mirando con diversión mientras esperaba a que reparase en su presencia, sonrió.

—Resulta que solo hemos tenido una hora de Cuidado de Criaturas Mágicas —se tumbó de costado, para poder mirar mejor al muchacho, apoyando su mejilla en una mano—. Digamos que Hagrid ha… tenido un problemilla con algunas de las criaturas. Ha conseguido unos huevos de Occamy para un proyecto y… se han abierto en medio de la clase. Antes de tiempo, al parecer —dejó escapar una maliciosa risotada—. Así que nos ha mandado a todos al castillo mientras él se encargaba de media docena de diminutas serpientes emplumadas… Como no sabía qué hacer, he venido a la Sala Común esperando encontraros.

Harry sonrió sin poder evitarlo, conteniendo la risa con dificultad ante su relato. A pesar de encontrarse francamente estresado por todo lo relacionado con Voldermort, y aquella preocupante y misteriosa voz, Ginny siempre conseguía arrancarle una sonrisa sincera. Aunque no tuviese ganas de sonreír. La sola presencia de la chica, el aura de entusiasmo que siempre brillaba en su pecoso rostro, y en el resplandeciente color rojo de su larga melena, bastaban para inundarlo de una extraña y serena felicidad.

—Caray… —concedió, con asombro, ante semejante historia.

—Sí, sí, muy interesante… Pero venga, toma —intervino Ron, entusiasmado, poniéndole delante un rollo de pergamino y una pluma, y colocando el libro que él mismo estaba usando en el reposabrazos de su amigo, para que ambos lo viesen—. Vamos a hacer juntos la redacción sobre el hechizo Geminio para Flitwick. Aún falta un rato para ir a Defensa Contra las Artes Oscuras…

Harry dejó escapar una carcajada, tomando la pluma que le tendía.

—¿Te has quedado sin ideas, o qué?

—Es muy posible. Venga, venga… —lo animó a escribir, sonriendo divertido.

—Antes de que convirtáis en grupal un trabajo individual… —ironizó Hermione, con desaprobación, estirándose para coger del suelo, a su lado, un ejemplar de El Quisquilloso—. Lo he guardado para ti, Harry. Hablan de la chica francesa…

—¿De veras? —se interesó el muchacho, cogiéndolo al instante—. ¿La han encontrado?

—No —desmintió Ron, intentando leer del revés la redacción terminada de Hermione sobre el hechizo Geminio—. La sacan como recordatorio, para que la gente avise si la ve. Pero es la primera vez que El Quisquilloso publica algo sobre el tema. Y en El Profeta de hoy no decían nada sobre ella.

—Una de dos, o estaban demasiado ocupados hoy hablando del ataque al Callejón Diagon, o a partir de ahora dejarán de publicar nada sobre ella —comentó Ginny, pensativa—. Me parecería lógico que tuviesen miedo, después de lo que ha pasado…

Harry resopló con frustración, de nuevo estresado, pero aun así abrió la revista y buscó la noticia.

Mientras leía por encima el pequeño artículo en una de las páginas centrales, el hueco del retrato se abrió y un diminuto niño moreno lo atravesó trastabillando, con extraña expresión de pánico. Recorrió la Sala Común a toda velocidad y subió a la carrera la escalera que conducía a los dormitorios, como si alguien lo persiguiese.

—Yo también creo que El Profeta se abstendrá de publicar más cosas de esa chica, por si los mortífagos vuelven a tomar represalias —opinó Hermione, con cautela—. De hecho, me ha sorprendido que El Quisquilloso lo haga…

—Me preocupa Luna —confesó Ron, en un murmullo, mientras añadía una frase a su redacción—. Su padre, más bien. Espero que ande con cuidado. Los mortífagos irán a por él.

—Mañana hablaré con ella, pero estoy segura de que estará a salvo. Seguro que la Orden lo está protegiendo —corroboró Ginny, pensativa, dándose golpes con la pluma en la barbilla.

—¿Tiene sentido que El Quisquilloso publique recordatorios? —insistió Ron, frunciendo el ceño—. Quiero decir… ¿dan por hecho que sigue viva?

—Si la hubieran matado… habrían encontrado el cuerpo, ¿no? —protestó su hermana con vacilación—. Hasta que no haya cadáver, cualquier cosa puede ser. Yo si fuera la familia querría que publicasen avisos a diario. Lo que sea por encontrarla.

—La tiene viva, estoy seguro —insistió Harry a su vez, frunciendo los labios—. La necesita para algo. Quizá la esté utilizando en este mismo momento…

—¿Y si —propuso de pronto Ron, alzando la mirada cuando Hermione apartó su redacción de su campo de visión para que no la copiase— nos equivocamos al pensar en ella como una víctima? ¿Y si es uno de ellos?

—¿Cómo? —repitió Hermione, incrédula, clavando la mirada en su amigo con fiereza.

—Piénsalo —se defendió Ron, encogiéndose de hombros—. Quizá simplemente se haya unido a ellos. Quizá sea una mortífaga y sus amigos no lo sabían. Ni su familia. Y está tan campante a las órdenes de Quien-Ya-Sabéis, mientras todo el mundo la busca pensando que está en peligro.

—Pues, oye, tampoco es algo descabellado —admitió Ginny a regañadientes. Harry había abierto mucho los ojos, contemplando el fuego sin verlo, asimilando semejante opción. Hermione, en cambio, resopló con fuerza.

—Oh, por favor, no podéis pensar eso. ¿Por qué desaparecer sin más, sabiendo que llamaría la atención de todo el mundo? Lo más inteligente sería estar a su servicio mientras finge llevar una vida normal, y, además…

—Ehh… ¿Hermione Granger? —dijo de pronto una vocecita aguda, interrumpiendo la conversación. La aludida suspendió de golpe su airado discurso y parpadeó con confusión. Miró extrañada a sus amigos, los cuales la miraron de igual forma, demostrando que ninguno de ellos era quien había hablado. Después miró alrededor, pero ningún otro alumno parecía prestarle atención. Ninguna de las personas que había a su alrededor parecía haberse dirigido a ella.

—Sí, soy yo… ¿Quién ha dicho eso? —repuso Hermione, a la nada, confusa.

—Aquí arriba —indicó la voz, y Hermione se apresuró a mirar en varias direcciones, sin encontrarla. Harry, Ron y Ginny hicieron lo mismo. Ron incluso se subió al respaldo del sillón, para mirar detrás—. No, no, aquí… Merlín, dame paciencia… ¡En el cuadro! ¡En la chimenea!

Hermione giró la cabeza en dicha dirección y sus ojos descubrieron que, sobre la ornamentada chimenea, había un pequeño y anticuado cuadro con un marco muy elaborado. Una pequeña campesina la observaba con impaciencia tras el cristal, con un pañuelo en la cabeza cubriendo su cabello y un cántaro de leche en el hombro, acompañada de una vaca de color azul celeste. Parecía ser quien la estaba llamando.

—Me envía la Señora Gorda, ¿sabe? —dijo la campesina, con su aguda vocecilla—. Hay un muchacho que la busca, la está esperando en la entrada de la Sala Común, ¿sabe? Frente al retrato.

—¿A mí? —repuso Hermione, aturdida—. ¿Quién?

—Pues no me ha dicho su nombre, ¿sabe? —espetó la campesina con ironía, recolocándose el cántaro sobre el otro hombro.

—¿Es un chico? —repuso Harry con inocente curiosidad—. ¿De otra Casa?

—Sí, no es de Gryffindor, ¿sabe? Por eso no puede entrar, claro. Creo que es de la Casa Slytherin…

El aire salió de los pulmones de Hermione y amenazó con no volver a entrar. Apenas pudo procesar esa última información. Los engranajes de su cerebro se pusieron en marcha a toda velocidad, pero sintió como si no estuvieran correctamente engrasados.

Era imposible que… Él no podía haber cometido una imprudencia así… ¿Verdad?

¿O sí? ¿Habría pasado algo?

Intentando lucir desconcertada, giró el rostro para mirar a sus amigos. Harry y Ron exhibían similares expresiones de estupefacción e incredulidad. Ginny había arqueado ambas cejas, con evidente asombro.

—¿Por qué te está buscando un Slytherin? —exclamó Ron sin poder disimular su enfado. Pero quedó claro que el enfado no era contra ella. Hizo ademán de comenzar a apartar sus cosas para ponerse en pie—. Ni se te ocurra salir, vamos nosotros y le daremos su merecido. A saber qué… ¿Dónde está mi varita…?

—No, no, tranquilo, seguramente será Theodore Nott —improvisó Hermione, quizá demasiado apresuradamente. Apartó torpemente el pergamino y los libros que tenía en las piernas, para ponerse en pie—. Antes me ha dicho que… quería… pedirme ayuda con el tema de hoy de clase de Aritmancia. Ha sido complicado... Pero no le he visto al terminar la clase. Imagino que vendrá a pedirme ayuda ahora… Vuelvo enseguida, no os preocupéis.

—¿Otra vez ese Nott? —farfulló Ron sin poder contenerse, casi atragantándose.

—Sí, Nott —dijo Hermione, lacónica y ligeramente molesta—. Acude a esa clase siempre conmigo. ¿Hay algún problema?

—Por supuesto que no —se apresuró a decir Harry, antes de que a Ron se le ocurriese algo en contra para decir—. Solo… dinos si necesitas algo —añadió, vacilante pero amable—. Y no tardes mucho, hay que ir a clase pronto…

—Tranquilo, no tardaré —aseguró, mientras se dirigía resuelta hacia la salida. Pero con el corazón golpeando contra su garganta.

Cuando empujó con la mano el retrato, para abrir la entrada, ya de espaldas a sus amigos, la seguridad de su rostro se había esfumado. De hecho, no podía evitar que el miedo de su interior se reflejase en sus ojos, ahora que nadie la veía. No tenía en absoluto claro qué era lo que la esperaba ahí fuera. Y no estaba segura de querer descubrirlo. La presencia de Theodore Nott ni siquiera le pareció una posibilidad real.

Apenas traspasó el umbral, se plantó en el rellano, rodeado de escaleras que iban en todas direcciones, que había frente al retrato. Miró a ambos lados casi con pánico, alerta, pero no había nadie fuera. ¿Sería una broma? ¿Se había arrepentido y se había ido? ¿Verdaderamente era…? Cerró la entrada del retrato tras ella, todavía extrañada.

—Señora Gorda —comenzó, girándose hacia la mujer, estrafalariamente ataviada con un vestido lleno de volantes—. ¿Quién…?

Sus pulsaciones habían comenzado a relajarse, con cautela, pero su tranquilidad no duró mucho. Ni siquiera tuvo tiempo de terminar la pregunta. Tal y como debía haber esperado, de pronto alguien la agarró por el brazo, girándola a la fuerza. Se encontró cara a cara con Draco Malfoy, estirado hacia ella, y situado en los peldaños superiores de las escaleras que descendían a la izquierda del retrato. Parecía haberse alejado un poco de la entrada, bajando las escaleras, seguramente por si aparecía otra persona que no fuese ella.

La chica apenas tuvo tiempo de sentirse desconcertada. Enrojeció de rabia al instante, frunciendo los labios con firmeza. Era el colmo.

—¿Qué diantres estás haciendo aquí…? ¡Eh!

Sin siquiera dejarle terminar de protestar, la mano de Malfoy se apretó como una tenaza alrededor del brazo que estaba sujetando y la arrastró, definitivamente con poca delicadeza, escaleras abajo. Tiró de ella por el pasillo, a lo largo de varios metros, y terminó metiéndola en la primera aula desocupada que encontró. La de la asignatura de Aritmancia. La soltó bruscamente tan pronto ambos traspasaron el umbral, y Hermione se apresuró a retroceder varios pasos, ofendida, internándose en el aula.

Echó un fugaz vistazo alrededor, solo para confirmar que, efectivamente, estaban solos. El cálido sol de la tarde se asomaba todavía por entre las nubes grises, creando sombras cada vez más largas.

—¿Qué mosca te ha picado? —se quejó después, frotándose el brazo dolorido, mientras contemplaba cómo Malfoy cerraba la puerta tras él. La mirada del rubio estaba ensombrecida, y parecía realmente molesto por algo que escapaba al conocimiento de la chica—. ¿Es que te has vuelto loco? ¿Cómo se te ha ocurrido venir a buscarme a mi Sala Común? ¿Es que quieres que nos atrapen otra vez? ¿Qué diantres ha pasado?

—¿Ahora va a ser culpa mía que nos atrapen juntos? ¿Cómo puedes ser tan jodidamente hipócrita? —preguntó Malfoy a su vez, con la voz cargada de furia contenida, sin responder a ninguna de sus preguntas. Dio un par de pasos para acercarse a ella, y la chica tuvo que contener el impulso de retroceder, tal era la fiereza de su mirada—. No tienes vergüenza. ¿Por qué me lo has ocultado, Granger? ¡Después de echarme en cara que yo no te dijese lo de esos dos energúmenos! Maldita egoísta... ¡Te juro que… eres…! ¡Merlín, ¿cómo puedes sacarme tanto de quicio?! ¡No te soporto, te juro que no te soporto…! —exclamó del tirón, alterado, caminando ante ella de un lado a otro.

La chica se quedó de una pieza, siguiéndolo con la mirada mientras despotricaba contra ella. Completamente muda. No comprendía su cólera, ni sus palabras. Pero sintió que estaba metida en serios problemas. Nunca lo había visto tan alterado. Tan enfadado con ella. Porque no era asco, ni odio, era… enfado.

—¿Ocultado? —logró articular ella, confusa—. ¿Qué te he…?

—¿Qué me has ocultado? Oh, ¿tienes problemas de memoria? ¿Qué tal el hecho de que Pansy te pillase husmeando en la Enfermería, plantada al lado de mi cama, después del partido? ¿Te parece, a lo mejor, mínimamente relevante? Porque a ella sí se lo ha parecido —espetó, con sádica ironía, indignado e irritado. Tomó aire, intentando mantener a raya la rabia que lo carcomía, para no gritar más de la cuenta, pero apenas lo consiguió—. ¿En qué cojones estabas pensando? ¿No se te ocurrió pensar en lo que pasaría si alguien te viese? ¿Tan empeñada estás en joderme la vida? No te creía tan rastrera… Te lo advierto, si caigo, caerás conmigo.

Hermione fue palideciendo ante cada acusación. Ahora entendía su furia. Sus peores temores se estaban haciendo realidad ante sus narices. Pansy Parkinson había resultado ser tan bocazas como aparentaba. Tragó saliva. Tenía que haber supuesto que pasaría. Una vez más, había confiado en el buen juicio de un Slytherin y le había salido el tiro por la culata.

—Parkinson te lo ha contado… —murmuró la joven, tan débilmente que apenas se entendió en medio del denso silencio.

—Oh, sí —gruñó él entre dientes, acercándose más a ella, casi amenazante—. A mí y a mis colegas. ¿Tienes idea de la que has liado? —volvió a alzar el tono de voz, cada vez más alterado—. ¿Tienes idea de lo que puede llegar a pensar la gente, en lo que significa que tú y yo estemos a solas en cualquier parte? ¡Ahora todos pueden empezar a sospechar de mí! ¡Pensarán que tengo contacto con una sangre sucia! ¿Ahora que Crabbe y Goyle no habían contado nada vienes tú y tienes que volver a liarlo todo? ¿Ahora que estaba consiguiendo que Nott dejase de husmear? —su voz se había convertido a esas alturas en un grito—. ¡Si lo que quieres es hundirme la vida, lo estás haciendo de miedo, Granger!

—¡Yo no quiero hacer eso! —se defendió Hermione, también gritando, y su voz sonó tan estrangulada, tan dolida, y tan sincera, que Draco enmudeció de pura sorpresa. ¿No?—. ¡Demonios, Malfoy, deja de gritarme! ¡Fue un accidente, ¿de acuerdo?!

Por fin él dejó de gritar. Jadeaba ligeramente. Se hizo el silencio entre ellos. Hermione cerró los ojos y dejó escapar un suspiro, desolada. Junto las palmas de ambas manos, como si rezara, y las pegó sobre su boca, aprensiva. Él tenía toda la razón del mundo enfadándose, no podía culparlo.

—Por Dios, Malfoy, lo… lo siento —murmuró, descorazonada, y volvió a mirarle, apartando las manos de su boca—. Lo siento, de verdad. Lo último que yo quería era meterte en más problemas. No pretendía nada de eso cuando fui a verte allí.

—¿Y qué pretendías entonces? —exclamó él, recuperando la voz—. ¿Y por qué no me has dicho que Pansy te vio?

—¡Por la misma razón por la que tú me ocultaste a mí que Crabbe y Goyle nos vieron! —espetó ella con decisión. Pero, cuanto más firme sonaba su voz, más difícil se le hacía contener las lágrimas. Y el nudo de su garganta iba en aumento—. Tenía la esperanza de que Parkinson no se lo dijese a nadie. Que todo quedase en una anécdota sin importancia. No vio nada, no nos vio… —no terminó la frase, y se limitó a coger aire y sacudir la cabeza—. No creyó nada extraño, solo pensó que había ido allí a atacarte y creí que no sería peligroso. ¡Malfoy, metí la pata, fui una imprudente, lo sé, pero no sabía qué hacer para remediarlo! ¡Sabía que no me perdonarías que me hubieran visto! ¡Lo siento! —exclamó con más ahínco.

—¿Por qué? —masculló Draco, frunciendo el ceño. Esa pregunta no la gritó, y el brusco cambio de tono hizo que su voz pareciese un susurro—. ¿Por qué fuiste a la Enfermería? ¿Qué demonios querías?

—Porque… —Hermione vaciló. Tragó saliva y cerró los ojos un instante, pero al final enfrentó su mirada—. Porque Nott acababa de contarme lo de Crabbe y Goyle, y necesitaba hablarlo contigo. Saber qué te habían dicho, qué era lo que sabían. Eso es todo.

—¿Y no podías haber esperado a hablarlo en otro lugar menos público? —protestó él, entre dientes.

Hermione resopló suavemente, todavía enfrentando sus ojos. Se sentía inexplicablemente exasperada. Sentía de pronto que el chico ante ella no entendía nada, y estaba comenzando a sentirse molesta con él. Sin ningún motivo específico. Estuvo a punto de morderse la lengua con tal de no expresar en voz alta la realidad que atravesaba su mente. Pero no lo hizo.

Diantres, Malfoy, yo… Necesitaba verte, ¿de acuerdo? —explicó entonces, sin poder contenerse—. Te tiraron de la escoba, fue un golpe escalofriante, y yo… me sentí culpable. Y todavía me siento. Tenías razón, fui yo la que quiso en un primer momento que hablásemos después de lo de Warrington, y por eso nos pillaron. Al margen del… —de nuevo no logró articular la palabra "beso", sintiéndose casi sin voz. Tuvo que apartar la mirada—. Además de hablar contigo, necesitaba saber que estabas bien. Por eso fui a la Enfermería. Necesitaba… verte.

Su voz se quebró y guardó silencio, dejando caer la mirada hasta el suelo de piedra del aula. Ahora sí se mordió la lengua, aunque ya era tarde. Quizá había hablado demasiado… Bueno, sin el "quizá". No había pretendido decir todo aquello. Admitir que quería verle. Acababa de confesar a Draco Malfoy que había necesitado saber que estaba bien. ¿Se suponía que eso le estaba permitido? ¿Podía sentirse así? Ya no lo sabía…

Draco la contemplaba en silencio, todavía luchando para que su rabia no decayese, para que lo mantuviese mordaz y a la defensiva. Pero cada vez le costaba más. Y, ahora, después de haber estado todo el discurso de la chica con ganas de interrumpirla a gritos, sintió que no podía hablar. Las palabras que ella había pronunciado flotaban entre ellos, uniéndolos y separándolos al mismo tiempo.

"Necesitaba… verte"

¿Se suponía que eso tenía sentido? ¿Que eso justificaba su presencia en la Enfermería?

«¿Necesitabas saber que estaba bien, Granger?», repitió Draco en su mente, sintiéndose confuso e incrédulo a partes iguales. El corazón le latía a toda velocidad, como si acabase de llegar corriendo allí. «¿Por qué?».

Se negó a preguntárselo en voz alta. Necesitaba alejarse de semejante confesión. No la entendía, y no podía permitirse darle vueltas. Sentía que se volvería loco si intentaba encontrarle sentido. Si odias a alguien, no te interesa saber si está bien o mal. Es tan simple como eso. Pero, para variar, Granger no podía hacerlo simple.

—¿Qué fue exactamente lo que te dijo Pansy al encontrarte allí? —preguntó en cambio, con brusquedad, en voz más baja—. ¿Qué es lo que pensó? ¿Qué le dijiste tú?

—¿No te lo ha dicho ella? —cuestionó la chica, en voz baja, algo confusa. Casi pareció agradecida de cambiar de tema.

—Sí, pero quiero saber tu versión. Para saber si sigues mintiéndome o no —espetó él sin asomo de empatía, apenas moviendo los labios. Hermione compuso una sutil mueca de pesadez, pero consideró que era justo. Tenía motivos para dudar de ella.

—Creyó que iba a atacarte mientras dormías —resumió Hermione, apoyando la parte baja de su espalda en el pupitre que había tras ella. Necesitaba apoyarse contra algo. Estar plantada de pie frente a Malfoy, con él contemplándola con fiera fijeza, estaba logrando que no supiese qué hacer con sus extremidades—. Y yo me inventé la apresurada mentira de que McGonagall me enviaba allí para conocer tu estado. Para saber si había que trasladarte a San Mungo. No pareció creérselo del todo, pero al menos no insistió. No pensó ninguna otra cosa, te lo aseguro. Al menos no me lo dijo —enmudeció, sin saber muy bien qué decir a continuación. Carraspeó, y añadió—: Me fui en cuanto pude. ¿Qué te ha dicho ella? ¿A quién más se lo ha contado?

Draco la había escuchado con atención, con los brazos firmemente cruzados ante el pecho. La calibró un instante más, y después cedió a hablar con serenidad.

—Me ha dicho lo mismo. Creyó que ibas a atacarme. Le gustaría denunciarte, y los demás le han animado a contárselo a Dumbledore para que te expulse. Pero, como no te vio hacerme nada con claridad, y no hay más testigos, no parece que vaya a hacerlo —contó a regañadientes, mirándola con fijeza. Para su propia incredulidad, ver lo arrepentida que se sentía la chica hizo que fuese incapaz de seguir gritándole. Aunque seguía muy, muy enfadado—. Lo ha contado delante de algunos del equipo. Al principio ni siquiera se lo han creído. Y, cuando lo han hecho, se lo han tomado de igual forma. Nadie piensa nada diferente. Lógico, yo tampoco pensaría otra cosa si fuera ellos… —articuló al final con desdén, casi conteniendo una amarga risa.

Draco recordó entonces la inesperada broma de Bletchley, la de que Granger estaba enamorada de él y por eso había ido a verlo allí. Su cerebro no le había dado demasiada importancia en aquel momento, considerando que era una estupidez. Solo había sido una broma, enfatizando lo ridículo que era algo semejante. Bletchley había rectificado al instante. No lo creía de verdad. Y, pensándolo bien, no lo había acusado a él, a Draco, de nada. Aunque pensasen algo semejante, mientras solo lo pensasen de Granger, a él le traía sin cuidado.

Además, eso no era verdad. Y él lo sabía. Los demás no tenían ni idea de lo que pasaba en realidad entre ellos. Pero ellos sí lo sabían. Y no estaba sucediendo nada parecido…

Había entrado casi en pánico al hablar con Pansy, pero, si lo pensaba fríamente, no había ocurrido nada que lamentar. Su amiga no sospechaba las verdaderas intenciones de Granger. Y tampoco los del equipo. Habían llegado a la conclusión más normal del mundo, dada la relación entre ambos. Al menos, la relación que mostraban al mundo. Creían que iba a hacerle daño.

Cerró los ojos ante sus propios pensamientos. Esa era la relación que debían tener y no la que… tenían. ¿Y qué relación tenían, exactamente? Maldita sea… A esas alturas, ya no tenía ni idea.

Hermione, por su parte, esbozó una sonrisa resignada ante sus palabras, con un amago cómplice. Pero sus ojos seguían luciendo preocupados. Tomó aire y lo expulsó de forma temblorosa.

—Dios —musitó, hundiendo los hombros con pesadez—. Menos mal. Qué desastre —alzó la brillante mirada, y contempló a Draco casi con angustia. Casi buscando consuelo—. ¿Crees que Pansy llegará a contar algo a los profesores? Si se lo cuenta a McGonagall estaré en problemas. Ella sabe perfectamente que no me envió a la Enfermería. Me pillará en una mentira, y podría llegar a creer la versión de Parkinson… No sé cómo lo justificaré.

Malfoy vaciló, calibrando sus próximas palabras. Contempló a la chica con atención. La preocupación de sus húmedos ojos, el rictus de angustia que fruncía sus labios. Sintió que algo incómodo le obstruía la garganta. Se sintió contagiado de su angustia. Se encontró a sí mismo buscando desesperadamente algo para decir que la tranquilizase.

Lo cual no lo tranquilizó a sí mismo precisamente.

Se pasó la lengua por los labios, para humedecerlos, y se obligó a que su tono de voz fuese más grave de lo habitual, y lo más desdeñoso que pudo, al sentenciar:

—No digas tonterías. Eres el ojito derecho de McGonagall, su alumna predilecta. Jamás pensaría de ti que has intentado atacar a un compañero. Estás a salvo —intentó imprimir su voz de rencor, pero apenas se apreció. Se cruzó de brazos de nuevo, como si intentase protegerse de algo que no podía ver, y manifestó sin mirarla, con tono seco—: Pero me aseguraré de que Pansy no diga nada a los profesores. No tendrás que justificar nada.

Hermione lo miró de refilón, algo confusa. Sin saber muy bien qué decir. Sin comprender las intenciones reales del chico. ¿Él estaba siendo… amable? ¿Sin motivo alguno? ¿Por qué?

—¿Lo harías? —fue lo único que logró decir la joven, en voz muy baja.

—No por ti —se apresuró a aclarar él, con rápido desdén—. Me importa una mierda que te metas o no en líos. Te lo mereces, por ser una puñetera imprudente. Pero quiero olvidar este estúpido asunto lo antes posible. No quiero estar involucrado contigo de ninguna manera.

Ella asintió con la cabeza, sintiéndose más tranquila. Eso estaba mejor. A eso sí estaba acostumbrada.

—¿Crees que accederá a no denunciarme? —quiso saber la chica, serena, sin mostrar rencor ante sus palabras. No parecían haberla sorprendido, cosa que incomodó ligeramente a Draco—. Estaba muy enfadada conmigo. La… enloqueció la idea de que pudiera intentar atacarte.

Draco sintió una punzada de cariño hacia su amiga. Lo entendía. Y se imaginaba perfectamente esa reacción. Pansy siempre había sido muy protectora con él. A veces incluso demasiado.

—Déjalo de mi cuenta, me hará caso. Siempre me hace caso —masculló, distraído.

Hermione dejó escapar una triste sonrisa. Lo contempló durante unos segundos en silencio, evaluando la situación en conjunto en su mente.

—¿Entonces está… todo bien? ¿Nadie sospecha nada? —insistió ella con cautela.

—No —admitió él a regañadientes, comprendiendo que no tenía motivos concretos para seguir enfadado con su interlocutora. Al menos, no más de los habituales—. Aunque seas una maldita imprudente. Pero la verdad es que esto no ha sido como lo de Crabbe y Goyle. Pansy no nos ha visto… —enmudeció a mitad de la frase, incapaz, al igual que ella, de pronunciar la palabra "besándonos". Pero Hermione, una vez más, le entendió de todas maneras. Tras recapacitar un instante, prosiguió con más brusquedad, casi para sí mismo—: Han hecho alguna broma absurda, pero les he parado los pies enseguida. Les he dicho que ni se les ocurra volver a mencionarlo. Que debería darles vergüenza, como sangre limpias que son, imaginar cualquier cosa… inusual entre una sangre sucia y yo. No creo que vuelvan a sacar el tema. Saben que no deben provocarme —añadió, bravucón.

Ella concentró todas sus fuerzas en esbozar una sonrisa sarcástica.

—Veo que has sabido solucionarlo —comentó, con leve ironía, intentando parecer indiferente y satisfecha con la situación.

Pero sus palabras no la habían dejado indiferente. "Que debería darles vergüenza, como sangre limpias que son, imaginar cualquier cosa… inusual entre una sangre sucia y yo". Esas palabras le dolieron en lo más profundo de su pecho, en una zona que ni siquiera pensó que pudiese llegar a doler. Para Malfoy, la idea de que un sangre limpia y un sangre sucia tuviesen algo, era asquerosa. Vergonzosa. Humillante. La peor traición que un mago podía cometer.

Y, sin embargo, a pesar de semejantes afirmaciones… la había besado. A ella. A una sangre sucia.

Sintió un fuerte nudo en la garganta, pero se obligó a apartarlo todo de su mente de inmediato. No tenía que afectarle. Malfoy y sus radicales creencias no tenían que afectarle en absoluto. El pecho no debería estar doliéndole así. Malfoy y ella no eran nada. Solo habían cometido estupideces y vivido situaciones que no llevaban a ninguna parte. No significaban nada.

—No tenías que haber ido a verme —musitó Draco, en voz muy baja, arrancándola de sus pensamientos. Hermione alzó la mirada, de nuevo arrepentida. Él volvía a lucir molesto—. He tenido suerte, pero podrías perfectamente haberme jodido la vida. Si Pansy hubiera sacado conclusiones diferentes… ¿Te das cuenta de que nos han pillado dos veces juntos por tu culpa? ¿Por empeñarte en hablar conmigo cuando no tenías que hacerlo?

Ella tragó saliva, mirándolo afectada pero luciendo ligeramente defensiva.

—Tienes razón —confesó Hermione, sin inmutarse—. En parte es culpa mía...

—¿En parte? —espetó él, volviendo a acercarse un paso. El hecho de discutir era mucho más tranquilizador. Más común. Más fácil.

—Si me hubieras contado desde un principio lo de Crabbe y Goyle no te hubiera ido a ver a la Enfermería —espetó Hermione, separándose del pupitre y acercándose también, mirándolo con fiereza—. Sabes perfectamente que tenías que habérmelo dicho. Los dos podríamos…

—¿Los dos? —escupió Draco, sin apartar la mirada. Ella se mordió el labio inferior, que había comenzado a temblarle. Era consciente de lo ilógico de semejante designación para ellos, dada su relación de odio y desprecio mutuo. Pero había cosas que habían cambiado y tenían que ser consecuentes con ello. Aunque él pretendiese seguir como si no pasara nada.

Podríamos haber buscando una solución, por si las cosas se complicaban. También para mí. Tenía derecho a saberlo, no tenías que habérmelo ocultado —insistió Hermione. Tragó saliva de nuevo, sintiendo la garganta seca—. Era algo que nos afectaba a los dos.

—Ya te he dicho antes en el Vestíbulo que no iban a contar nada…

—¡Pero yo no lo sabía entonces! —se justificó ella alzando la voz, comenzando a cansarse de sus excusas.

—Me da igual, t-tú… —Draco balbuceó, tratando de mantener encendida su ira para seguir acusándola. Pero comenzaba a no tener claro qué decirle—. Tú no tenías que haber ido a la Enfermería. Podíamos haber hablado de lo de Crabbe y Goyle en otro momento. ¿Por qué hiciste algo tan estúpido? —preguntó de nuevo, incapaz de contenerse, en voz más baja de lo que pretendía, pero cargada de desprecio.

Se aproximó más a ella, hasta posicionarse justo delante. Deseaba escuchar de nuevo de sus labios que había necesitado verlo. Que había necesitado saber que estaba bien. No sabía por qué, pero quería escucharlo. Aunque no estaba seguro de poder soportarlo. Lo cual era ligeramente irónico. Se encontraba dividido entre el deseo de taparse los oídos y el de zarandearla para que volviese a decir semejantes palabras.

"¿Qué pasaría si yo fuera sangre limpia?"

La pregunta volvió a surcar su mente en el momento más inoportuno, aturdiéndolo. A pesar de sus esfuerzos, de su desesperada negativa, su mente voló lejos. Decidió que era buen momento para imaginarse algo semejante. Para cuestionarse qué pensaría de ella si su estatus de sangre fuese el correcto. Si la sangre no fuese un obstáculo infranqueable. Se permitió apreciar su evidente inteligencia. Apreciarla de verdad, de forma objetiva. No era inteligente solo para los estudios, para memorizar hechizos y sacar Extraordinarios en los exámenes, sino para todo. Para expresarse, para razonar. Era descaradamente perspicaz. Pocas veces… se había sentido tan cómodo hablando con alguien. Tan cómodo sabiendo que, aunque fuesen completamente diferentes, y la mayor parte de sus conversaciones se hubieran basado en discusiones, en opiniones opuestas, no tenía que medir sus palabras. Eso era un cambio agradable en comparación con los palurdos sin pensamientos profundos de Crabbe y Goyle, con los cuales sentía que tenía medir su vocabulario para ser comprendido. Zabini era inteligente, pero siempre tenía una alarma puesta en el cerebro que le recordaba que tenía que hacer honor a su apellido y ser un orgulloso sangre limpia; una persona mordaz y elocuente. Con Pansy se sentía bastante más cómodo, pero también se obligaba a sí mismo a ser siempre el mejor, a no caerse del pedestal en el que la joven lo tenía colocado. Con Nott, su amigo más íntimo, era una sensación mucho más similar de confianza y comprensión. De ser él mismo. Pero con Granger era… otro nivel. Otro nivel de compenetración, de compresión mutua. A veces, solo con mirarla a los ojos, sabía lo que pasaba por la mente de la joven. Sabía si estaba arrepentida, si estaba enfadada, si iba a burlarse de lo que él había dicho… Era un libro abierto. Ya se había dado cuenta de ello en varias ocasiones. Y era jodidamente perturbador. Granger era diferente. Era objetiva, y racional. Culta, ávida lectora, trabajadora y perfeccionista. Sabelotodo, mandona, y entrometida. Compasiva y empática. Severa. Orgullosa. Cálida. Prepotente, pero humilde al mismo tiempo. Fuerte. Obstinada. Sincera.

Era, en conjunto, una persona llena de matices. Algunos atractivos, otros desquiciantes. Y eso que, sintió, no conocía ni una décima parte de lo que, intuía, Granger ocultaba en su interior. A pesar de que se trataban desde niños.

¿Cómo seguir pensando que los sangre sucia eran, por definición, inferiores a los sangre limpia cuando tenía delante a la persona con la que mejor se había entendido en toda su vida, a nivel intelectual, e incluso emocional? ¿Y, posiblemente, la bruja de su edad con mayor talento que había conocido nunca?

Hermione, por su parte, tardó en responder a su pregunta. ¿Por qué había hecho algo tan estúpido? Apenas logró respirar ante su proximidad. Apretó los dientes. De pronto estaba conteniendo las lágrimas, y tenía miedo de no poder retenerlas por más tiempo si hablaba. Negó con la cabeza y se encogió de hombros, desviando la mirada a un lado. No tenía palabras para responderle. No podía responderle sin derrumbarse. Y no pensaba derrumbarse frente a él. Las posibles respuestas que pasaban por su mente no la ayudaron, y desde luego no pensaba compartirlas con él.

—Fue una imprudencia, y lo siento, pero necesitaba hablar contigo —protestó ella, logrando forzar un tono seco—. Necesitaba que me lo explicases todo, y saber que no te habían matado por mi culpa. Yo solo quería…

—Maldita seas; si hay alguien aquí que va a matarme, esa serás tú —masculló él, con repentina ferocidad, interrumpiéndola. Hermione lo miró a los ojos, casi como un acto reflejo ante sus palabras. Los felinos ojos grises de Draco brillaban en la penumbra del aula, entrecerrados, como dos estrellas plateadas. Brillaban de cólera, de emoción contenida. De frustración. Y Hermione, de pronto, no tuvo claro que esa frustración fuese contra ella. Draco alzó sus manos a ambos lados del cuerpo de la chica, y las dejó quietas en el aire, como si tuviese intención de sujetarla de los brazos instintivamente. Como si quisiese aplastarla, aferrarla o zarandearla con sus manos. Pero no lo hizo.

En su lugar, se lanzó hacia delante, sobresaltándola. Malfoy se aproximó a la menuda joven llevado por un impulso indescriptible y la rodeó con un solo brazo, acercándola a él y apretándola fuertemente contra su pecho, sin dejarle posibilidad de huir. Hermione se paralizó por completo al sentir que la distancia entre ellos desaparecía. Al sentirse dentro de sus brazos, dentro de su abrazo. Sintió un vacío abrumador en su interior, como si se hubiera saltado un escalón bajando las escaleras. Sus ojos se abrieron como platos y las lágrimas que tenía acumuladas en el párpado inferior resbalaron por sus mejillas. No movió sus manos, muertas a ambos lados de sus caderas.

Olía el aroma propio de su cuerpo, de su ropa. Tenía la mejilla pegada al pecho del chico, cuya calidez traspasaba la tela del uniforme y llegaba hasta su propia piel. De hecho, no estaba segura si el ardor que de pronto invadía sus mejillas provenía de su interior o era un reflejo del calor del chico. Notaba cómo su pecho subía y bajaba con rapidez bajo su rostro, luchando por respirar. Igual que ella. Hermione trató inútilmente de controlar su propia respiración, para que no se oyese tan claramente en medio del silencio. Oía los latidos de su corazón, acelerados y desacompasados. ¿O eran los suyos propios?

—¿Qué… qué haces? —susurró la chica, confusa, sacando a flote su habitual costumbre de querer saberlo todo, aunque hubiera cosas que no precisaran de explicación. Cualquier acción, como gritarle o apartarlo, estaba muy lejos de su capacidad en ese momento. Sentía cómo el antebrazo de él presionaba su espalda, colocado horizontalmente. No percibía su mano, ni la presión de sus dedos. Posiblemente la tendría cerrada en un firme puño, sin llegar a tocarla.

—No lo sé —repuso Malfoy, también en un susurro áspero, sin aflojar su abrazo ni un ápice. Hermione notaba su mandíbula contra la parte superior de su cabeza, y la sintió moverse cuando él habló—. Hace tiempo que no entiendo nada de lo que hago.

Draco, con los ojos fuertemente cerrados, ni siquiera se maldijo por lo que estaba haciendo. Ya tendría tiempo para arrepentirse y odiarse a sí mismo más tarde. Sabía que lo haría. Posiblemente, esa misma noche planearía su propio asesinato, quizá ahogándose en la ducha. Pero ahora no. Ahora, simplemente, no tenía fuerzas. Estaba muy, muy cansado de pelear consigo mismo. De reprimirse. De pelear contra sus instintos, contra la cercanía con ella. Era como si tuviese sueño, y llevase semanas sin permitirse dormir, manteniéndose despierto a base de bofetadas. Simplemente, era demasiado. Solo necesitaba tenerla cerca, solo una vez, para saber qué se sentía. Tenerla fuertemente apretada contra sí era como estar golpeando una pared con todas sus fuerzas; un desahogo total.

Al mismo tiempo que una puta tortura, cargándolo de remordimientos.

Hermione estaba temblando en bruscas sacudidas. Sus ojos volvían a llenarse rápidamente de lágrimas. Y eran lágrimas de miedo. Miedo por la manera en que él la estaba haciendo sentir. Malfoy se sentía tan cálido, tan grande, y su abrazo era tan fuerte que la estaba haciendo sentir protegida en sus brazos. Y no podía sentirse así. Porque no era real.

"Que debería darles vergüenza, como sangre limpias que son, imaginar cualquier cosa… inusual entre una sangre sucia y yo".

Ese era el verdadero Malfoy, el que había pronunciado esas duras palabras. Y no el que la estaba abrazando con tanta fuerza, transmitiéndole esa falsa y embriagadora sensación de seguridad. Eso no era más que otro error. No podía permitirse pensar otra cosa.

—Suéltame —pidió de pronto Hermione, con voz tomada. Estaba haciendo tanto esfuerzo por controlar las lágrimas que su voz comenzaba a resentirse. No podía soportar su proximidad. No podía soportar que él, y solo él, la hiciese sentir así—. Suéltame…

Antes de que él lograse reaccionar, y abandonar sus turbulentos pensamientos, Hermione había alzado ambos brazos y había introducido sus manos, cerradas en firmes puños, entre los cuerpos de ambos. Hizo palanca con ellos, empujándolo lentamente del pecho, obligándolo así a romper el abrazo. Malfoy dejó caer de golpe el brazo con el que la había sujetado contra sí.

Sin embargo, no llegaron a alejarse demasiado. Sus perfiles casi se rozaron cuando ella alzó la cabeza para contemplar sus ojos, y él bajó también la suya. Hermione tenía los ojos llenos de lágrimas. Sentía cómo sus torpes jadeos, casi leves sollozos, escapaban por sus labios y chocaban contra los de él, tal era la proximidad. Draco apretó las mandíbulas con fuerza, pero ni siquiera eso le concedió el suficiente dominio sobre sí mismo. Y se rindió. Rompió la cercanía, y unió sus labios a los de ella en un duro beso. Hermione sollozó contra ellos al instante, pero no se apartó. Draco extendió ambas manos y las colocó en su espalda, acercándola más a él. Ella no podía moverse. Sus manos quedaron alzadas y cerradas en firmes puños, pegadas al pecho del chico. Deseaba sujetarse a él, pero no podía. Los labios de él, presionados contra los suyos, la estaban dejando sin aliento. Y no podía importarle menos. Quizá respirar acabaría con el momento. No lo sabía. Pero no pensaba arriesgarse.

Draco separó los labios entonces y los envolvió alrededor de los suyos. Y Hermione sintió su blanda carne. La fuerza de su mandíbula. Dos rápidos movimientos, demasiado breves, y él soltó sus calientes labios. Y ella lo sintió descender. Sin separarse apenas. Lo vio inclinar el rostro, buscando la línea de su mandíbula, recorriéndola a base de fugaces besos. Y Hermione se olvidó de que ya podía respirar.

Ella no era la única que estaba temblando. Los labios de Draco temblaban contra su piel.

—Párame —suplicó de pronto él, rompiendo el silencio. Sus labios habían llegado al ángulo de su mandíbula, y los mantuvo ahí mientras hablaba—. Para esto. Aléjate. Como hiciste el día que pegué a Warrington. Dime que pare.

Su aliento chocó contra el oído de la chica, la cual jadeó ante la sensación. Su piel se erizó por completo. No recordaba que nadie jamás la hubiera besado en la mandíbula, nunca había sentido el aliento de nadie en su oído… Nunca había sentido ese vacío en el estómago, esa sensación de anhelo, de deseo…

Al no obtener respuesta, Draco descendió todavía más, más rápidamente, y sus labios alcanzaron su garganta, comenzando a recorrerla. Hermione se estremeció e inclinó la cabeza al lado contrario al instante, por acto reflejo, dándole más espacio. Los mechones de espeso cabello que estaban sobre su hombro se apartaron hacia atrás gracias al movimiento. Notó las manos del chico clavarse en su espalda, sintiéndose más grandes de lo que eran en realidad. Sentía como si estuviese en todas partes, rodeándola, envolviéndola…

—Dime que pare —insistió Draco, con más urgencia. Pero después abrió la boca y atrapó la carne de su cuello entre sus dientes. Y Hermione dejó escapar un incontrolable y ahogado gemido que se escuchó con claridad en el silencio del aula. Se retorció en sus brazos, tensando sus hombros, conteniéndose. Podía notar la dureza de sus dientes, la calidez de su aliento, la humedad de su boca… Se preguntó si semejante gesto le dejaría marca—. Joder, Granger...

Soltó su piel para poder hablar. Escuchándose sin aliento. Y Hermione no supo cómo interpretar tal alegato. ¿Estaba maldiciéndola por lo que sucedía? ¿Era una expresión de desahogo por la... excitación? Pero entonces él acarició con su lengua y besó el lugar que había mordido, con inesperada consideración. Y Hermione dejó de pensar al instante. Y casi se sintió desfallecer. Tuvo que recordar a sus piernas que debían seguir sosteniéndola. Pero la sensación era tan indescriptible, tan embriagadora... Tan real. Se obligó a tomar aire con urgencia y no pudo evitar morderse el labio inferior, intentando soportarlo todo. Intentando mantener la compostura. Porque se estaba dejando llevar, y ni siquiera estaba haciendo nada.

—Granger —siseó él de nuevo, con apremio, en un ronco gruñido contra su garganta—. Aléjame. Párame. Joder, párame… —su voz sonaba ahogada, casi sollozaba. Casi suplicaba. Pero ella siguió sin contestar. Así que sus labios volvieron a su mandíbula, mientras su mano izquierda dejaba su espalda y recorría el brazo derecho de ella, de arriba a abajo, en una lenta caricia por encima de la túnica. Parecía necesitar recorrerla con sus manos ahora que se había permitido tocarla, ahora que había sobrepasado esa barrera. Para asimilar que estaba ahí. Que era real—. Granger...

—No puedo.

Las palabras de Hermione fueron como cristales tintineantes en medio del silencio. Y Draco se quedó quieto. Sin respirar. Sin poder alzar el rostro, sin poder mirarla a la cara. Era más fácil estar contra su cuello. Y entonces sintió algo revolotear en su pecho, sobre su ropa. Eran las manos de ella, cuyos puños de pronto se habían abierto, apoyando las palmas sobre su cuerpo. Prendiéndolo en llamas. Y se movieron. Lo recorrieron en rápidas caricias ascendentes, atravesando los lados de su cuello, alcanzando sus mejillas. Ella misma le giró el rostro, alejándolo de su cuello, y buscó sus labios con apremio. Al sentir de nuevo su boca contra la suya, caliente, frenética, a Draco se le olvidó pensar. Y se limitó a corresponder. A recuperar la movilidad. Porque no era suficiente. Ya no era suficiente.

Elevó la mano con la que le estaba acariciando el brazo y la colocó en su rostro, a tientas. Para tirar de ella. Para acercarla más a su boca. Sin saber si era posible. Su mano era tan grande que abarcaba más allá de su mejilla. Notó su encrespado cabello bajo los dedos, y la humedad de las lágrimas en su palma. Llorando. Ella estaba llorando. Pero también estaba arrasando su boca.

Sintió un calor inesperado adueñarse de su cuerpo. Un calor envolvente, que nació en el centro de su pecho y se extendió hacia sus extremidades. Sentía la sangre latir en sus oídos. En sus dedos. En sus piernas. Y, de nuevo, necesitó moverse.

Empujó a la joven. Con cuidado. Apenas unos pasos, sin saber siquiera a dónde pretendía llevarla. Y no tardó en sentir que la espalda de ella chocaba contra el pupitre donde antes había estado apoyada, obligándola a detenerse. Draco estaba demasiado perdido en su boca como para pensar cómo proceder a continuación, pero Granger lo hizo por él. Una de las manos de la chica soltó su rostro y la utilizó para apoyar la palma contra la superficie de la mesa, darse impulso, y así sentarse en el borde del pupitre, tras alcanzarlo poniéndose de puntillas. Sus piernas quedaron colgando. Y él quedó entre sus piernas.

Draco sintió su propia exhalación chocar contra la boca de ella. Había tenido una visión fugaz, desenfocada, borrosa, del rostro de la chica cuando rompió el beso unos instantes hasta subirse en el pupitre. Le brillaban los ojos. Le brillaba el rostro. Estaba sonrojada. Sofocada. Y su pequeña mano volvió a su rostro en cuanto estuvo acomodada. Atrayéndolo de nuevo.

Incapaz de razonar nada en ese momento, simplemente la siguió. Se aproximó más a su cuerpo, dejando las piernas abiertas de la chica a ambos lados de sus caderas. Pegándose lo más que pudo a su cuerpo en el hueco entre ellas. Sintiendo la tela de su falda rozando su pantalón. Sus muslos a cada lado. Su espalda en sus manos.

Maldición, eso se sentía… genial.

Frenético, gruñó contra su boca. Apenas registrando su propio sonido, a pesar de haberlo escuchado con claridad en medio del silencio. Pero decidió concentrarse en sus manos, recorriendo la espalda de la chica, recorriendo su cintura, casi enredándose en su amplia túnica del uniforme. La mano de Granger volvió a acariciar su mejilla de forma torpe y temblorosa, enviándole un escalofrío por toda la espalda. Ahora fue ella quien dejó escapar un gemido, amortiguado por sus labios. Enviando otro escalofrío que hizo temblar las caderas del chico. Draco bajó la mano, posándola en su espalda baja. Deseando atraerla más. Pero tuvo la cordura suficiente como para simplemente arrugar la túnica entre sus dedos. Controlándose. Pero entonces ella soltó su rostro y pasó el brazo sobre sus hombros, tras su cuello, para rodear su nuca. Para abarcar todavía más de él, atrayéndolo hacia sí. Y Draco no supo quién de los dos gimió esa vez.

Se devoraron. Esa podría ser la expresión más acorde. Durante largos segundos. Casi con furia, casi como una desgarbada forma de desahogo. Y entonces ambos separaron sus rostros. Para poder respirar, realmente. Pero también se miraron. Y también volvieron a la realidad.

El rostro de Draco no podía lucir más atormentado. Jadeaba. Apretó las mandíbulas y dejó escapar aire sibilante entre sus dientes. Se mordió el labio inferior, tan fuerte que Hermione pensó que debía estar haciéndose mucho daño. Abrió de nuevo su boca, tentativamente cerca de la de ella, pero esta vez consiguiendo no rozarla.

—Maldita seas —articuló, casi sin voz, golpeando cálido aliento contra sus labios—. Aléjate de mí. No me dejes que haga esto.

Hermione se tragó un sollozo y se separó un poco de él, echándose hacia atrás. No podía parar de temblar; de anhelo, de rabia, de excitación, de vergüenza. Les había dicho a Harry y Ron que volvería en pocos minutos. No debería estar besándose de esa manera con Draco Malfoy en un aula vacía. No podía.

Porque todo era una gran equivocación. Una equivocación que no dejaban de cometer. Una atracción física sin sentido, un riesgo que no valía la pena. Porque no significa nada más que un deseo estúpido y hormonal de dos adolescentes. No era lógico, ni racional, solo puros impulsos humanos.

De lo contrario, Malfoy jamás le hubiera puesto ni un solo dedo encima. Y ella lo sabía.

Sus ojos se lo estaban dejando claro. Se sentía atormentado. Arrepentido. Y ella no soportaba que se sintiese así. Dolía demasiado comprender que él se arrepentía de lo que estaba sucediendo. Ella no quería que nadie se avergonzase de quererla, de desearla. A pesar de la situación, de la evidencia de que la persona que tenía delante se sentiría así… No lo soportaba. No soportaba el tormento que veía en sus ojos.

—Basta —susurró Hermione, sintiendo que el peso de la culpa la aplastaba. Sintiendo que el dolor de la decepción la envolvía, lo cual la humilló más todavía—. Malfoy, basta… Aléjate.

La estrangulada voz de Granger atravesó el pecho del chico, como la afilada hoja de una daga. Sin previo aviso, ante la mención de su apellido, como por arte de la magia más oscura, los rostros de sus padres se materializaron en la mente de Draco. Al igual que imágenes de todas las charlas de su padre sobre la pureza de sangre. Las opiniones de sus amistades, de sus conocidos, sobre la pureza de sangre y el exterminio de la raza muggle. Sus enseñanzas, promovidas por sus padres, sus ideales. Defender la causa del Señor Oscuro. La primera vez que oyó hablar de la palabra "sangre sucia" siendo tan pequeño. Todo ello volvió a su mente con una nitidez escalofriante. Le recorrió una descarga eléctrica que le hizo reaccionar de golpe, como si despertase de una pesadilla.

Estaba tocando a Hermione Granger. Abrazando a una sangre sucia. Besando a una impura, un ser inferior, amiga de los traidores Potter y Weasley, una Gryffindor…

Alguien que no debería conocer siquiera su mundo. Alguien que no era merecedor de la magia. A pesar de su evidente talento.

Alguien de una raza que había jurado exterminar en cuanto tuviese oportunidad.

Alguien que le atraía como nunca le había atraído nadie.

No era lo correcto. No podía hacerlo. No podía.

Pero lo estaba haciendo.

Draco consiguió soltarla, lentamente. Primero su espalda, después su rostro. Retrocedió un paso, dándole espacio. Tenía el pulso acelerado y la respiración superficial. Temblaba como si tuviese fiebre. Su frente estaba cubierta de sudor frío.

Hermione tenía los ojos llenos de lágrimas, pero ya no temblaba. Se bajó de la mesa con toda la dignidad que pudo reunir, casi deslizándose por el borde hasta tocar el suelo con los pies.

—Hemos tenido suerte de que ni Crabbe, ni Goyle, ni Parkinson hayan difundido los errores que hemos cometido estas últimas semanas —pronunció ella, con la voz tomada pero firme—. Así que no tentemos más a la suerte. Vete. Por favor.

Pronunciar esas palabras le costó lo indecible. Y lo que más le costó fue que las lágrimas no las acompañaran. Malfoy la miraba con fijeza, con las mandíbulas firmemente apretadas. Y Hermione no hubiera sabido decir en qué estaba pensando. No sabía si estaba ofendido, furioso o arrepentido. Su rostro se había convertido en una máscara de impasividad.

—Por una vez estamos de acuerdo —consiguió decir sin vacilar, pero con un más que evidente temblor en su voz.

Le dio la espalda al instante, echando a andar hacia la salida, a grandes zancadas. Se detuvo al llegar a la puerta, ya con la mano en el picaporte, y volteó ligeramente el rostro. Ella no había movido ni un músculo.

—¿Te he metido en problemas presentándome en tu Sala Común? —preguntó Malfoy, con voz tan fría como una corriente de aire.

—No —aseguró Hermione con firmeza, haciendo un esfuerzo para hablar por encima del nudo que tenía a la altura de las cuerdas vocales—. Nadie se ha enterado.

Malfoy no respondió nada, y, antes de que la chica pudiese pensar en si tenía algo más para decir, ya había salido por la puerta sin mirar atrás. Hermione se quedó contemplando la puerta sin verla. Literalmente, sin verla, pues las lágrimas impedían cualquier visión posible.

¿Qué acababa de pasar?

Todavía sentía el borde del pupitre pegado a su espalda. Pupitre contra el cual Malfoy la había besado con una pasión que jamás hubiera imaginado en él. Ni en ella misma. ¿Qué les había pasado? Era de locos. Estaban completamente locos…

Ante la soledad del aula, y ante la impotencia que sentía en el pecho, rompió a llorar sin poder contenerse. Se cubrió el rostro con las manos y sollozó contra ellas. Resoplando, casi ahogándose. Dejando salir todo. Palpó, casi a tientas, la silla que había junto al pupitre y se dejó caer en ella, volviendo a hundir el rostro en las manos.

La sensación de los dientes de Draco, en su cuello, seguía ardiendo.


Pero vamos a ver, Draco, hijo de mi vida, ¿cómo le pides a Hermione que se aleje de ti cuando le estás dando el beso de su vida y mordiendo el cuello como si no hubiera un mañana? ¡Que la muchacha no es de piedra, hombre! 😂😂

Ay ay ay momentazo de pasión entre nuestros protagonistas 😱. Nunca antes habían llegado tan lejos ju, ju. Hemos tenido discusión entre ellos, y… se han besado apasionadamente 😏. Después de un abrazo por parte de Draco, a modo de desahogo por todo lo que está sintiendo, que, personalmente, me da mucha ternura. Me gusta mucho este capítulo por las reflexiones de Draco sobre ella. Que piense contra su voluntad que tiene cosas buenas y malas, y que es obstinada, empática, inteligente… ains, muero 😍. Y también amo la escena en el pupitre, claro JAJAJA me encanta que él le pida con desesperación que se aleje *se abanica con un periódico* 😂😂

Cuando se han dado cuenta de lo que estaban haciendo casi les da un patatús. Ay, las hormonas 😂 Siguen conteniendo lo incontenible, pero estaréis de acuerdo conmigo en que esto se les va de las manos, y va a explotar en cualquier momento 😉.

¿Y ahora qué?

Lo veremos en el próximo capítulo, espero que este os haya gustado mucho. Estaré encantada de leer vuestra opinión si os apetece dejarme un comentario 😊.

¡Muchas gracias por leer! ¡Un abrazo muy, muy fuerte! ¡Hasta pronto! 😊