¡Hola! ¿Cómo estáis? Espero que muy bien 😊 Llevo toda la semana queriendo publicar este capítulo y mi vida real no me lo permitía ja, ja, ja pero, por fin, aquí está 😂 Adivinad cuántas páginas tiene… Exacto, 36 😂 os juro que no lo hago aposta, me río sola cuando termino de repasarlo y lo veo 😂 Es el destino...
Espero de verdad que el nuevo capítulo os guste (si no, lloraré 😂), a mí personalmente me gusta muchísimo 😍 Le tengo un cariño especial porque me ha costado muuuchos quebraderos de cabeza escribirlo… Y se ha convertido en uno de mis favoritos; no sé si es EL favorito, porque hay otros que también me gustan mucho, pero desde luego está en mi TOP 3 je, je, je 😍😍
Como siempre MUCHÍSIMAS GRACIAS por vuestros comentarios y vuestro apoyo, no quiero ser repetitiva pero de verdad que os lo agradezco mucho. Y también como siempre, por supuesto, gracias en general a todo el que esté leyendo y disfrutando la historia 😍😍
Coged palomitas, que tenemos por delante un capítulo intenso…
Recomendación musical: "Clarity" de Zedd (Sam Tsui & Kurt Schneider Cover)
CAPÍTULO 25
Refugio de cristal
La clase de Transformaciones de esa mañana estaba siendo inusualmente animada. Los alumnos se encontraban practicando uno de los hechizos de transfiguración más complicados del libro Transformación, nivel avanzado. En cursos pasados, habían transformado un ser inanimado en otro inanimado, convirtiendo así cerillas en alfileres, por ejemplo, y también seres animados en otros animados, convirtiendo mariposas en avispas. Una clase definitivamente memorable. En su último año escolar, estaban practicando el nivel más avanzado, que consistía en transformar un ser animado en uno inanimado y viceversa. Debían convertir una roca de tamaño medio en un cachorro de perro labrador, y después devolverlo a su forma original. Más de un alumno se estaba desesperando al no lograrlo, o, por el contrario, al lograrlo, pues los perros eran del todo reales y no tardaban en escaparse, ladrando sin descanso, para corretear por todo el aula. Y para jugar con los otros perros. La clase era un hervidero de aullidos, ladridos y gritos de socorro.
Ron, sentado junto a Harry, había logrado transformar su piedra en un bonito cachorro de color pardo, pero ahora se encontraba más ocupado tratando de que el perro no saltase de la mesa que en transformarlo de nuevo. Harry, por su parte, había logrado convertir su roca en perro, y de nuevo en roca, pero ahora no lograba que el hechizo funcionase de nuevo, y se había pasado varios minutos murmurando sin descanso el hechizo contra el inmóvil pedrusco. Hermione, sentada al otro lado de Harry, y como no podía ser de otra manera, había trasformado su roca en perro y viceversa varias veces. Pero ahora llevaba un buen rato sin moverse.
Tenía la varita sujeta en la mano, y apuntaba con ella a su correspondiente roca, pero sus ojos estaban desviados hacia la parte derecha del aula, clavados en el único asiento vacío que había allí. Hermione bajó la mirada, perdida en sus pensamientos. Desde el día del insólito abrazo de Malfoy, y el posterior beso apasionado, y más concretamente desde la conversación que mantuvo con Nott, había tomado el firme propósito de huir de él. Quizá no fuese una decisión muy valiente, pero no veía otra salida. Si no estaban solos en ninguna parte, no había riesgo de verse a merced de aquellos estúpidos sentimientos que los hacían cometer actos indecorosos. Se les pasaría pronto. Todo. Solo era cuestión de tiempo. Y de distancia. A esa lógica conclusión llegó Hermione, con relativa facilidad. Realmente no era tan complicado saber lo que había que hacer. Si quería detener los sentimientos que se habían apoderado de ella, la atracción que sentía por aquel muchacho, solo tenía que alejarse de él lo antes posible. Al menos hasta que todo volviese a la normalidad. Aunque era más fácil planearlo que cumplirlo.
Había hecho hasta lo impensable desde entonces para no encontrarse a solas con él en ninguna parte, aunque tampoco había sido necesario demasiado esfuerzo por su parte. No había llegado a estar siquiera cerca de Malfoy en ninguna de las clases que compartían, ni tampoco en el Gran Comedor, situadas sus respectivas mesas en lugares opuestos de la estancia, o en ningún lugar del castillo en su tiempo libre. En la clase anterior no habían coincidido con los Slytherins, pero sí en esa. Y no estaba. Al darse cuenta de ello, cuando sus ojos traicioneros escrutaron la zona en la que los Slytherins estaban sentados, fue incapaz de evitar encontrar extraña su ausencia. Incluso llegó a preguntarse si habría ocurrido algo malo. Entonces pensó con resignación que seguramente estaría en algún lugar haciendo el gamberro con sus colegas. Metiéndose con algún alumno de primer o segundo año o ensuciando alguna propiedad del colegio. Lo cual la llenó de frustración y rabia. Era incorregible. Se dijo que debería hablar con él después, dejarle claro que no podía seguir comportándose como si fuese un crío de once años, y que debería…
«No. Hermione, no, maldita sea. No tienes que recriminarle nada. No eres su madre, ni tampoco su amiga», se dijo la chica, profundamente furibunda consigo misma. «Estás intentando olvidarte de que existe, ¿recuerdas? Así que no tienes nada que hablar con él, nada en absoluto…»
Pero su terco cerebro retomó sus cavilaciones, mientras sus ojos recorrían el aula a su alrededor con discreción. Zabini se encontraba allí. Y también Nott. Y Parkinson. Y estaba segura de que ya no se hablaba con Crabbe y Goyle, los cuales también se encontraban allí. ¿Estaría con alguno del equipo de Quidditch? Era posible… Contempló la nuca de Nott, y sintió fuertes deseos de preguntarle por el paradero del rubio cuando hubiese sonado la campana. Se preguntó si sus amigos encontrarían sospechoso que hablase con Nott después de clase, a solas…
Y entonces rechazó la idea con un bufido, defraudada de sí misma, haciendo un notable esfuerzo. Una de las partes más importantes de su plan para huir de él, era también dejar de estar atenta a sus pasos. ¿De verdad no podía controlarse?
«Olvídate de él, olvídate de él…»
—¿Hermione? —llamó una voz, a su izquierda.
La chica giró la cabeza por inercia, aturdida, y se encontró con la verde mirada de Harry, brillando de extrañeza. Ron, al otro lado, estaba resoplando mientras empujaba el lomo del perro, intentando que se sentase en la mesa en vez de saltar al suelo, como parecía pretender hacer.
—¿Me estás escuchando? —quiso saber Harry, mirándola con atención. Hermione compuso una expresión avergonzada. Se sintió sonrojar. Su amigo llevaba varios minutos hablando y ella no había escuchado ni una sola palabra.
—Madre mía… No, lo siento, me he… —la joven vaciló un instante, frustrada consigo misma—. No me salía el hechizo y me he despistado. ¿Qué me decías?
Harry sonrió con diversión.
—Estaba respondiendo a tu pregunta —recordó, bromista y nada molesto. Hermione le devolvió la sonrisa, aún abochornada.
—Cierto, perdona. Entonces, ¿cuándo has oído esa voz?
—Ayer por la tarde —admitió el chico, ensimismado—. Fue solo durante un segundo. Se limitó a decir mi nombre y ya está. Nada más.
—¿Dónde estabas? —cuestionó la chica, anotando la fecha en el margen de uno de sus pergaminos.
—En el entrenamiento de Quidditch —contestó Ron, aún jadeando y forcejeando con el perro—. Siéntate, perro estúpido… —gruñó en voz más baja, empujándolo para hacerlo tumbarse. El animal ladró alegremente.
—Eso amplía el rango de búsqueda a los terrenos del castillo —comentó Hermione, concentrada en escribir—. Después anotaré esta fecha con las anteriores. Tenemos que ver si hay algún patrón en la frecuencia en la que se comunica contigo…
—¿Sabéis? A veces pienso que no es más que una broma —admitió Harry, muy serio. Echó un vistazo a McGonagall, para asegurarse que no les prestaba atención, y añadió aún más bajo—: Que simplemente es algún Slytherin que quiere asustarme. Y no es ningún mago tenebroso ni nada por el estilo.
Hermione se mordisqueó el labio, dudosa. El cachorro de Ron ladró de nuevo con fuerza y por fin se sentó. El chico suspiró con alivio.
—No lo veo tan claro —musitó la chica, con suavidad—. Alguien está consiguiendo acceder a tu mente, Harry. Está hablándote en tu cabeza. No cualquier alumno tiene la capacidad de hacer algo así. Es magia muy avanzada. Tiene que ser un mago experimentado…
—El único mago que se me ocurre es Dumbledore —intervino Ron, todavía sujetando al perro, aunque de forma más floja al ver que parecía haberse tranquilizado. Volvió a tomar su varita para intentar el hechizo de nuevo—. Es un mago poderoso... Pero es una tontería. Podría convocar a Harry a su despacho para decirle lo que sea.
—Quizá es algo que no puede decirle en persona. O que no quiere que nadie más sepa —corroboró Hermione, con un brillo en la mirada. Pero Harry estaba negando con la cabeza, desganado. Un perro de la zona de Slytherin ladró con fuerza.
—Reconocería la voz de Dumbledore en cualquier situación, chicos. Y no sé de quién es esta voz...
—¡Cuidado!
El perro de Ron escapó de sus manos de pronto, tomándolo por sorpresa, y salió disparado para cruzar la mesa corriendo, sin dejar de ladrar. Tirando por los suelos los apuntes, plumas, frascos de tinta, libros y pergaminos tanto de Ron como de Harry y Hermione. El perro de Dean, frente a ellos, aulló asustado por el ruido y se lanzó a su mesa, directo a Hermione. La chica, esperando recibir el cálido y blando cuerpo de un perro, extendió sus brazos en su dirección, para cogerlo en el aire y evitar que se hiciera daño. Pero de pronto todo cambió. El cachorro de Dean se transformó en una roca mientras cruzaba el aire y la joven no fue capaz de reaccionar a tiempo. La roca cayó sobre sus manos, poco preparadas para soportar el inesperado peso, y la izquierda se dobló en exceso. Hermione, con un quejido de dolor, perdió la fuerza necesaria para sujetar la roca y ésta resbaló hasta el suelo, con un sonoro golpe.
—¡Hermione! —exclamó Harry, asustado. Ron inhaló sonoramente, haciendo ademán de ponerse en pie, arrastrando la silla con él.
—¿Qué pasa ahí? —exclamó la voz de McGonagall.
La profesora los contemplaba con severidad tras sus gafas cuadradas, mientras se acercaba a ellos en pocos pasos, escrutando la escena. El resto de compañeros también se había fijado ahora en ellos, preocupados y curiosos, dejando de lado el hechizo. Una docena de perros labradores seguían ladrando, ignorados por sus creadores. Hermione se aferró la muñeca con fuerza con su otra mano. Notaba un profundo y agudo dolor en la articulación. La mano había vuelto a su posición normal, pero sentía el dolor recorrerle la extremidad entera, casi hasta el hombro. Incluso se le habían llenado los ojos de lágrimas.
—¿Estás bien, Hermione? —preguntó Dean, asustado, poniéndose también en pie y acercándose rápidamente a su mesa. Intentando acercarse todo lo posible sin pisar ninguno de los objetos que habían caído al suelo, entre ellos la mancha de tinta que comenzaba a formarse desde uno de los tinteros rotos.
—Lo siento, lo siento… —jadeaba Ron, muy angustiado, pasando tras la silla ocupada por Harry para llegar hasta Hermione. Le puso ambas manos en los hombros, de forma protectora—. Ha sido mi estúpido perro, se ha escapado y ha asustado al tuyo… —miró a Dean con impotencia.
—¿Por qué has convertido el perro en roca? —preguntó Harry, mirando también a Dean, aunque él de forma acusadora. Pero el chico le devolvió una mirada aturdida y sacudió la cabeza.
—¿Yo? ¡Creía que habíais sido vosotros! O ella en un acto reflejo —confesó, contemplando a Hermione con desconcierto—. Yo no he hecho el contrahechizo.
McGonagall, escuchando la conversación, contemplándolos uno a uno mientras hablaban, relajó un poco sus facciones. Escrutó a la chica, el rictus de dolor de su rostro, y se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz.
—Vaya a la Enfermería, señorita Granger. No parece muy grave, pero será mejor que Madame Pomfrey la examine. No, señor Potter, usted quédese —ordenó, severa, al ver que el chico se levantaba, solícito—. La señorita Granger está en condiciones de caminar por sí misma hasta la Enfermería. Está en esta misma planta.
Hermione asintió, agradeciendo a la profesora su gesto, y admitiendo que tenía razón sobre que podía ir sola. Se puso en pie, y parecía dispuesta a recoger primero sus cosas del suelo con una sola mano, mientras mantenía el antebrazo izquierdo apretado contra el pecho. Pero Harry, que había vuelto a sentarse a regañadientes ante las palabras de la profesora, la retuvo al decir:
—No te preocupes, déjalo todo aquí. Ahora limpiamos nosotros. Te esperamos hasta que vuelvas, y, si tardas, vamos a buscarte a la Enfermería —le dijo con tono suave. Ron la observaba en silencio, abochornado, todavía incapaz de sentarse.
—De acuerdo, gracias —concedió la chica, agradecida, esbozando una sonrisa. Intentando demostrarles que se encontraba bien—. Nos vemos enseguida…
Apartó la silla y, tras acariciar el brazo de un afectado Ron con su mano sana, se dirigió a la puerta. Su recorrido por el pasillo atrajo las curiosas miradas de sus compañeros, que fueron perdiendo interés en ella progresivamente al ver que no estaba lo suficientemente herida como para no caminar por su cuenta. Ya cerca de la salida, un pequeño trozo de papel apareció flotando mágicamente ante sus ojos, doblado en cuatro pliegues hasta hacerlo muy pequeño. La joven, desconcertada, lo cogió a toda prisa, disimuladamente, y lo guardó dentro de su mano.
Una vez fuera, y tras cerrar la puerta tras ella, tomó aire con profundidad. Abrió la mano y peleó con su propia torpeza para abrir el papel plegado, usando solo los dedos de su mano sana, y un poco sus dientes. En su superficie había dos frases escritas con una letra que no conocía. No iba firmada.
Esto es por Malfoy, por intentar atacarlo en la Enfermería. No vuelvas a hacer algo así o te arrepentirás.
La chica sintió que el corazón se le aceleraba. He ahí la explicación a la misteriosa transformación del cachorro de labrador en roca. Uno de los Slytherins lo había hechizado, aprovechando la situación para herirla. A modo de venganza. ¿Habría sido la propia Parkinson u otro alumno? Emitió un suspiro. Al parecer seguían pensando que había intentado atacarlo en la Enfermería. Bueno, quizá era lo mejor. Irónicamente, otro tipo de conclusión podría ser más peligrosa todavía.
Miró por encima del hombro, inquieta, hacia la puerta cerrada. Suspiró una última vez y echó a andar en dirección a la Enfermería, ligeramente desmoralizada. Todo lo sucedido con Malfoy seguía persiguiéndola, y se preguntaba si terminaría en algún momento. Si lograría recuperar su vida y su tranquilidad. Por suerte, no tardó más que unos pocos minutos en llegar a la Enfermería, y pudo dejar de pensar en sus sempiternos problemas. Abrió la puerta con lentitud y se adentró en la amplia estancia. Estaba tenuemente iluminada por los brillantes rayos de sol que se colaban por las pequeñas ventanas acristaladas. Era casi mediodía, y el día había resultado despejado. Apreció a simple vista que la mayoría de las camas estaban desocupadas, excepto una a su derecha, oculta por un biombo. Y otras dos en la parte izquierda, ocultas con cortinas. Madame Pomfrey salió de su despacho, llevando una poción humeante en las manos.
—¿Qué te ocurre? —cuestionó al instante, con eficiencia, al verla acercarse.
—He tenido un accidente en clase de Transformaciones —explicó la chica, elevando con cuidado el antebrazo, para indicarle que era la zona lesionada—. Me ha golpeado una roca.
La mujer chasqueó la lengua con impaciencia.
—Todos los años le digo a Minerva que debería tener cuidado con las transfiguraciones que os enseña… Aguarda un momento —avanzó hasta una de las camas, una oculta por blancas cortinas, y la chica apreció a contraluz que dejaba la poción en la mesilla de noche. Susurró algo al ocupante de la cama y después salió, acomodándose el delantal de trabajo—. Siéntate aquí.
Le indicó la cama más cercana a ella, situada cerca de la puerta de su despacho. La chica obedeció y se sentó en el borde, todavía sujetándose el antebrazo izquierdo con la mano sana. Pomfrey, con la ayuda de su varita, acercó a la cama un carrito lleno de pociones, vendas y cuencos de barro que estaba en un rincón, y sacó manualmente un frasco con un contenido translúcido de un armario de madera que había pegado a la pared. Después se sentó frente a ella en una silla baja.
—¿Qué movimientos te molestan? —cuestionó la enfermera, mientras soltaba el botón del puño de la camisa de la chica y se la levantaba hasta el codo, junto con la ancha manga de la túnica. Dejando al descubierto su antebrazo.
—La verdad es que me duele tanto simplemente manteniéndola quieta que no he intentado moverla —admitió la chica, vacilante. Pomfrey agitó la varita por encima de su piel, murmurando un hechizo que parecía una canción de cuna. Realizó movimientos circulares con su varita, y después en forma de ocho, logrando que varias runas se dibujasen en el aire, rodeadas de un humo dorado. Hermione la observó trabajar, extasiada.
—No te has roto nada —dijo finalmente la mujer, inflexible—. Solo ha sido un esguince. Y un pequeño desgarro muscular. Lo curaremos en un santiamén.
Hermione sonrió llena de alivio. Madame Pomfrey se giró para coger el frasco de líquido translúcido y el tapón se abrió mágicamente, yendo a reposar obedientemente al carrito que había junto a ellas. Dejó caer una única gota sobre la muñeca de la chica. Hermione vio cómo el líquido desaparecía en su piel, internándose en su carne. Sintió frío en el interior de la articulación, lo cual fue bastante agradable. La mujer agitó la varita en un movimiento que Hermione no conocía y la joven sintió un cosquilleo recorrerle el antebrazo. Como si sus músculos vibrasen bajo su piel. Por último, la enfermera cogió uno de los morteros que reposaban en el carrito y echó en su interior el contenido de un par de frascos de cristal. Parecían ser hierbas secas, como si fuesen especias de cocina, y una cucharadita de una pasta de color verde oscuro. Hizo que el mortero lo machacase todo por sí solo con magia, mientras ella creaba unas vendas que dejó en su regazo. Una vez el contenido estuvo bien molido, la mujer depositó la pastosa mezcla en la muñeca de Hermione, rodeándola, y, con un movimiento de varita, las vendas cubrieron la zona a la perfección.
—Voy dentro a buscar una poción para calmar el dolor. Puede que te moleste algo durante las próximas horas, pero eso es porque la pasta de cuerno de bicornio está haciendo efecto. Por la tarde estarás como nueva.
—Muchas gracias —se apresuró a contestar Hermione, observándose el prieto vendaje, mientras la enfermera se alejaba al interior de su despacho con agitados pasos. Hermione suspiró sin poder contenerse, mientras volvía a colocar en su lugar la manga de su camisa. La verdad era que agradecía el silencio y la tranquilidad de la estancia, aunque eso no ayudaba en su intento de no pensar sobre ciertos temas. Al menos, por lo general, cuando estaba en clase, estaba concentrada en sus estudios. Menos cuando compartían clase con los Slytherins. O, si estaba con sus amigos, estaban entretenidos en la tarea de averiguar el origen de la voz que Harry escuchaba, o haciendo deberes, o jugando al ajedrez mágico... Pero, cuando se encontraba sola, y especialmente en medio de silencios tan aplastantes como aquel, su mente decidía que era más interesante recordar a cierto joven Slytherin. Lo cual era condenadamente frustrante.
Al cabo de pocos segundos, agradeció escuchar la voz amortiguada de la mujer, todavía en el despacho, haciéndola abandonar sus pensamientos.
—¿Ya has terminado? —la escuchó decir, con tono severo.
—¿Acaso no ve que sí? —contestó secamente una voz masculina. Una voz que arrastraba las sílabas con altivez.
Una voz demasiado conocida.
Hermione sintió un vacío en el pecho. Y un escalofrío recorrerla entera. Dejó de contemplar su brazo, y alzó la mirada en dirección al despacho. Aguzó el oído.
No podía ser verdad.
—Entonces vete a clase —decía Pomfrey con desinterés. Salió entonces del despacho, con un frasco de cristal y un vaso de cerámica en la mano, pero siguió hablando por encima del hombro—. Yo le diré a Minerva que has tardado más de la cuenta con la limpieza y que por eso llegas tarde a su clase.
Nadie respondió ante eso. Hermione escuchó el resonar de unos pasos, provocado por unos zapatos de dura suela, y de pronto un abstraído Draco Malfoy estaba saliendo del despacho de Madame Pomfrey, caminando directo hacia ella, pero sin verla.
Hermione se quedó tan asombrada ante su mala suerte que apenas supo cómo reaccionar. Alcanzó a abrir ligeramente la boca, despegando los labios. No fue capaz de apartar la mirada del chico, como hubiera sido lo más socialmente apropiado, tal era su sorpresa.
«Alguien ahí arriba definitivamente me odia…»
Malfoy, visiblemente de mal humor, pareció sentir entonces unos ojos clavados en él por el rabillo del ojo. Escudriñó alrededor con la mirada, con aire desganado, sin dejar de caminar. Y entonces la vio. Y su mirada se enfocó en ella. Por culpa de los metros de distancia que los separaban Hermione no podría asegurarlo, pero le pareció que abría ligeramente sus ojos claros. Ese fue el único gesto que indicó que la había reconocido.
—Señor Malfoy, mañana a la misma hora —comentó Pomfrey, volviendo a sentarse ante Hermione—. Todavía le queda un día de castigo. Y después informaré a la profesora Sprout.
El joven no contestó. Devolvió la mirada al frente, al parecer molesto ante la poca discreción de la enfermera, y continuó su camino hasta la puerta de salida sin volver a girar la cabeza, ni volver a mirar a Hermione. Quedando fuera de su campo de visión.
—Aquí tienes, querida —dijo Pomfrey, volcando en el vaso el contenido del frasco que llevaba, y aderezándolo con un fino polvo plateado de uno de los cuencos de cerámica que había en el carrito. Se lo acercó a la chica y ésta descubrió que la humeante poción que contenía se había vuelto de color azul cielo. Hermione lo tomó con las manos, alcanzando a esbozar una sonrisa agradecida. Escuchó la puerta de la Enfermería cerrarse tras ella con un golpe seco.
Hermione se bebió con dificultad la poción. Quemaba, y tenía un sabor agrio. Y sentía la garganta atenazada debido a la breve pero inesperada presencia de Malfoy. Intentando no pensar, intentando no sentir, se la bebió en pocos tragos. En el último, con los posos de cierto ingrediente herbal pasando por su garganta, sintió que, efectivamente, el dolor del brazo remitía con diferencia.
—Muy bien, eso es todo. Puedes volver a clase, aún tienes tiempo hasta que suene la campana —dijo la enfermera, retirando de sus manos el vaso y ordenando de nuevo las cosas desperdigadas sobre el carrito. Hermione tragó saliva, sintiendo su garganta algo sensible, y sonrió a la mujer con amabilidad.
—Gracias por todo, Madame Pomfrey —musitó, poniéndose en pie. Incluso su voz sonaba algo rasposa. Todavía sentía el sabor de la poción en su boca.
—Anda con cuidado, querida.
Hermione rodeó la cama en la que había estado sentada y se dirigió a la puerta, con el corazón golpeando contra su pecho. Sentía un incontenible e irracional nerviosismo apoderarse de su cuerpo mientras se acercaba a las puertas dobles, e intentó convencerse de que era absurdo. Sí, se había cruzado con Draco Malfoy aparentemente saliendo de un castigo, ¿y qué? Ya se había ido. Y apenas la había mirado. No tenía interés en acercarse a ella, y eso le venía de perlas para seguir con su plan de alejarse de él. Solo se había cruzado con un compañero… Eso no quería decir que estuviese fuera esperándola…
La chica empujó la puerta hacia fuera con su brazo sano y salió un paso al exterior, oteando frente a ella y a ambos lados, con el corazón resonando en sus oídos. El pasillo parecía estar vacío. No escuchó nada fuera, ni tampoco vio a nadie. No había ventanas, siendo un pasillo interior, y las paredes estaban recubiertas con muy pocos tapices de pequeño tamaño. La única iluminación provenía de algunas antorchas, y de la luz que llegaba desde pasillos contiguos. Salió del todo de la Enfermería e hizo ademán de cerrar la puerta tras ella, sintiendo un abrumador alivio. Menos mal. No estaba ahí. Su plan de estar lejos de él seguía en pie, y estaba siendo un éxito a pesar de su mala suerte.
Al cerrar la puerta del todo, empujándola hacia atrás con su cuerpo, dejó al descubierto el trozo de muro que quedaba oculto tras ella. Y a un adusto Draco Malfoy apoyado contra él.
Hermione se sobresaltó visiblemente, como si el chico la hubiera estado esperando varita en mano en lugar de con los brazos cruzados. Ni siquiera se atrevió a sostenerle la acerada mirada que él le dedicaba. Sin detenerse a pensar ni siquiera por un segundo, el instinto de supervivencia de la chica se puso en marcha y la obligó a echar a andar a rápidas zancadas por el pasillo, alejándose de él a toda velocidad. Sin embargo, ni siquiera llegó a dar tres pasos cuando la mano de Malfoy aferró su codo derecho, sujetándola.
—¡No! —exclamó por inercia, desesperada. Tiró con fuerza de su codo, intentando desembarazarse de su mano, sin éxito. No se giró. No quería tener que mirarlo—. ¿Qué haces? ¡Suéltame!
Al no conseguir que aflojase lo más mínimo su firme agarre, la chica se revolvió con más fuerza, enajenada, tratando de librarse de él. Pero Malfoy no cedió, y no la soltó.
—Granger… —escuchó que gruñía, pero no quiso mirarlo a la cara. No quería ver sus ojos, ni su expresión. No quería verlo. Solo quería irse de allí.
—¡Que me sueltes! ¡Déjame!
Trató de moverse a un lado, desesperada, y después se giró sobre sí misma, tratando de alejar su mano de ella. Pero a los pocos pasos su espalda chocó en seco contra la pared, cortándole la respiración y también la retirada. Malfoy se las arregló para no soltarla y acabó plantado ante ella. La chica alzó el antebrazo que tenía libre, e intentó empujar su pecho para alejarlo, mientras él seguía sujetando su codo derecho. Entonces Malfoy alzó también su otra mano y le sujetó el brazo con el que trataba de empujarlo. Al sentir los largos dedos del chico rodear sin ningún cuidado su muñeca recién curada, un incontrolable grito de dolor escapó de boca de la chica, y se encogió sobre sí misma como acto reflejo.
Al escuchar su repentino grito, y observar su expresión descompuesta, Malfoy separó sus dedos de ella al instante, como si le hubiera quemado. Mantuvo la mano en el aire, sin saber qué hacer con ella. La contempló con súbito pasmo, analizando su reacción. Parecía sorprendido de haberle hecho daño, consciente de que no haber sido brusco hasta ese punto. Pero entonces recorrió su antebrazo alzado con sus agudos ojos, para descubrir el vendaje que asomaba bajo la manga de la túnica. No intentó volver a tocarla. Tampoco soltó su otro brazo.
Ambos dejaron de forcejear por fin. Jadeaban.
—¿Qué te ha pasado? —cuestionó Draco, en un brusco murmullo. Elevó sus ojos desde su muñeca vendada hasta los orbes de la chica. Pero ella no lo miraba. Contemplaba con fiereza, con el ceño firmemente fruncido, un punto situado en el centro de su corbata, verde y plateada.
Hermione no contestó a su pregunta. No podía hablar. No quería hablar. La mano del chico, rodeando su codo, ardía contra la piel de ella incluso por encima de la ropa.
—¿Qué… qué es lo que quieres? —logró articular ella finalmente, casi escupiendo las palabras, después de tragar saliva un par de veces. Se obligó a sí misma a erguirse y a hablar con severidad—. Porque te pediría que… me…
Pero cometió el error de elevar la mirada por acto reflejo. De encontrarse con sus ojos. Y no pudo continuar hablando. Los ojos claros de Draco la observaban con determinación bajo su rubio flequillo, atravesándola hasta la nuca. La calibraba con los ojos, parpadeando a un ritmo más bajo de lo normal. Parecía estar leyendo hasta su código genético. Cosa que no la agradó lo más mínimo, y que la hizo sentir, cuanto menos, vulnerable. Y no había nada que soportase menos que sentirse vulnerable delante de Malfoy. Ninguno de los dos dijo nada durante lo que parecieron minutos enteros. Pero solo fueron cinco segundos.
Malfoy la soltó por fin, muy lentamente. Pero ella no pensó ni por un instante en intentar escapar de nuevo. Comprendió, una vez la adrenalina descendió, que era evidente que Malfoy quería hablar con ella. Y pensó que debía tener un buen motivo para ello, después de lo sucedido en el aula de Aritmancia. Después de dejarse llevar hasta tal punto por sus impulsos que los dos tuvieron claro que no podían volver a dejar que sucediese. Quizá había ocurrido algo. Algo importante. Quizá respecto a Crabbe y Goyle. Y, si era así, definitivamente le interesaba saberlo. Pero no pensaba demostrarlo.
—No tengo tiempo para esto. Tengo que… —espetó ella aun así, soberbia, elevando aún más la barbilla.
—¿Qué le has contado a Nott? —preguntó Draco por su parte, con una voz tan baja como peligrosa, sin ningún tipo de preámbulo.
Hermione se atragantó en medio de su protesta, enmudeciendo de golpe. Se le secó la boca. Eso sí que no se lo esperaba. No era verdad. No podía ser verdad. Nott no podía haberle hecho eso. No podía habérselo contado. Malfoy la miraba de una manera tan vehemente que la tenía petrificada. Aunque no la estaba tocando, aunque estaba a casi dos palmos de distancia, la chica se sentía como si la estuviera aprisionando contra el muro. La diferencia de altura le pareció en ese momento mayor de lo que era en realidad.
Intentó leer sus ojos, aterrada. Intentó leer en ellos qué era lo que sabía. Pero no descifró nada en aquellos dos lagos plateados.
—¿De qué hablas…? —logró articular ella, sin aliento. Pero él no le permitió tantear el terreno.
—Ni te atrevas a negármelo, Granger. No te lo permitiré. Estoy harto de ti. Le has contado lo que ha pasado entre nosotros y le has dicho que sientes algo por mí —espetó, tajante. Sin miramientos, sin eufemismos. Plantando las cartas sobre la mesa con una seguridad tal que Hermione comprendió con frío terror que no iba a poder escapar de esa conversación—. No sé a qué estás jugando. No entiendo por qué le has dicho algo así. Y estoy harto de enterarme de todo tipo de locuras sin sentido por otras personas. Quiero que tú me digas la verdad, Granger. Estoy harto de secretos, de gilipolleces… ¡Así que habla! ¿Qué está pasando? —exigió rudamente, con un destello en la mirada. No apartó sus ojos de los de ella en ningún momento—. Es como que… como que nada tiene ya sentido. Y estoy harto. Dime la verdad.
Hermione estaba en blanco. No estaba preparada para esa situación, para esa conversación. Lo que había planeado era dejar todo aquello atrás, alejarse de él. No confesarle de sopetón, sin preparación previa, lo mucho que le atraía. Eso no era una opción. No se había preparado, en absoluto, para algo así. No había preparado nada coherente que decir, ninguna explicación lógica a lo que estaba pasando. No podía afrontarlo.
«¿Tú, gustarme? Qué estupidez. No lo haces. Pues claro que no lo haces. ¿Quién te has creído que eres? Eso es ridículo. Tú jamás podrías gustarme, solo eres un puerco malvado, un imbécil arrogante, un niño malcriado… Yo nunca le he dicho nada semejante. Lo que te ha dicho Nott no es verdad, te ha mentido…»
No. Era absurdo. No podía dejar de mentiroso a Theodore. No sería justo. Ni honesto. Aunque se lo mereciese por ser un maldito traidor. Pero quizá le provocase serios problemas. A juzgar por pasadas experiencias, Malfoy no parecía soportar especialmente bien que la gente le mintiese…
No tenía ni la más remota idea de cómo salir de aquella situación.
—¿La verdad? —repitió, sobrecogida. Se permitió apartar la vista de sus ojos unos segundos y la fijó en el pecho del chico. Tratando de advertir sus pulsaciones. Se preguntó si estarían tan aceleradas como las suyas. Volvió a alzar la mirada hasta sus ojos—. Entonces, Malfoy, ¿tú también me dirás la verdad?
El chico frunció ligeramente el ceño. Ahora era él quien lucía confuso.
—¿A qué te refieres? —quiso saber, con frialdad, aunque Hermione intuyó que solo era para ganar tiempo.
—¿Crabbe y Goyle te dieron una paliza por pillarnos besándonos? —lo acusó la joven, resuelta. Lo vio tragar saliva, pero no cambió su cautelosa expresión—. No me has dicho nada al respecto. Solo me dijiste que te tachaban de traidor a la sangre. Me lo has ocultado, y no entiendo por qué. Ni tampoco entiendo por qué me acusaste de darte un filtro amoroso y de hechizarte. Me has besado… Besado, Malfoy —enfatizó, sin aliento—. Aunque dijiste que fue un error, has repetido ese error en varias ocasiones. Odias a los que son como yo, te consideras superior y me consideras escoria, me lo has dejado claro desde que nos conocemos. Me humillas siempre que tienes oportunidad, pero, después… golpeas a Warrington por escucharlo meterse conmigo —enmudeció, alterada, incapaz de seguir. Incapaz de asimilar ella misma todo aquello. Draco se limitaba a mirarla, impasible—. ¿A qué juegas tú, Malfoy? —acusó, con voz ronca. Aguardó, pero él siguió sin decir nada, de modo que prosiguió—: ¿Qué sacas de todo esto? Necesito saberlo. Yo necesito saber la verdad. ¿Te estás riendo de mí? ¿Es posible que…? —vaciló, incapaz de poner palabras a sus pensamientos. Demasiado avergonzada como para expresarse con claridad—. ¿Qué piensas tú de todo lo que está pasando? ¿Qué… sientes por mí?
No había pretendido hacer la última pregunta, considerándola casi cómica, pero no pudo contener su voz. Salió de su interior casi en un suspiro, abandonando por fin su subconsciente. Necesitaba saberlo, aunque no estaba segura de querer saberlo. Porque, de hecho, ya lo sabía. La respuesta era evidente. Había estado delante de ella durante siete años. Y no quería escucharlo.
Pero Malfoy siguió sin decir nada. Estaba inmóvil, con las manos colgando a ambos lados de su cuerpo, los hombros rígidos, y la mirada fija en la de la chica. Ella incluso se preguntó si respiraba o no. No estaba segura de ver movimiento en su pecho.
—¿Crees acaso que puedo sentir algo por ti, Granger? —replicó de pronto, con voz tenue y fría. La altivez de su mirada no logró intimidarla—. ¿Tienes claro…?
—Lo tengo todo muy claro —escupió ella, interrumpiéndolo con brusquedad, furiosa—. ¿Y tú?
Draco dejó escapar el aire por la nariz en un bufido. Chasqueó la lengua con cansancio y giró el rostro, contemplando sin ver el fondo del pasillo. Sus grises ojos se movían nerviosamente en sus cuencas, delatando la velocidad de sus pensamientos.
—¿Por qué le dijiste a Nott que yo te… te…? —volvió a preguntar ahora él, sin ser capaz de finalizar la frase y pronunciar la palabra "gustaba". Dejó escapar un jadeo frustrado, dejándolo por imposible, y continuó con más énfasis, volviendo a mirarla—: ¿Por qué le dirías algo semejante?
Hermione dejó escapar un sonido mitad resoplido mitad risa. Lo miró a los ojos, sintiendo su pecho cerrarse, no admitiendo nuevo oxígeno. Tuvo la tentación de cerrar los ojos, pero se obligó a mantenerlos abiertos. A enfrentar su mirada. Agotada, frustrada, y, aunque quisiese negarlo, asustada. Porque todo se había descontrolado demasiado como para lograr enderezarlo. Sintió el nudo en su garganta ascender hasta humedecerle los ojos. Pero se irguió con osadía.
Quizá esa era la solución para poner fin a aquello. Ser sincera. Ser rechazada.
—¿Por qué le mentiría en algo así? —preguntó a su vez en un murmullo claro, con pesadez. Su voz sonó más audible en medio del silencio del pasillo de lo que hubiese querido. Aunque ella apenas la escuchó, ensordecida como estaba con los latidos de su corazón en los oídos.
Draco ni siquiera se inmutó. Ni siquiera parpadeó. Seguía mirándola a los ojos fijamente, sin moverse. Las palabras tardando varios segundos en llegar al área encargada de la comprensión de su cerebro. Pasó su mirada de un ojo a otro de la chica. Parecía estar buscando la mentira en ellos, parecía estar esperando verla vacilar. Verla rectificar. Como si, en cualquier momento, ella fuese a gritar "inocente" y a reírse en su cara. Pero nada de eso ocurrió. Hermione le devolvía la mirada, con fijeza, con el rápido subir y bajar de su pecho otorgándole veracidad a lo que había dicho.
«¿Entonces, era… verdad? ¿Le… gusto?»
Y él comprendió que tenía que reaccionar. Que lo que ella le había dicho se merecía una reacción. Se merecía una sonrisa cruel. Una burla. Una abierta carcajada. Se merecía que corriese inmediatamente a su Sala Común, a contárselo a todos sus colegas para que se rieran con él. Se merecía que todo el colegio se enterase de lo que acababa de decirle. Se merecía ser el blanco de sus burlas durante lo que quedaba de curso. Eso era lo que debía hacer. Porque era algo ridículo. Y el deber de Draco era humillarla. Tratarla como lo que era; alguien inferior. Alguien que no merecía ni que se tomase en serio algo así. Era simplemente divertido que alguien inferior sintiese algo así por él. Casi tierno. Era casi como si un elfo doméstico se sintiese así por su amo. Algo patético.
¿Por qué entonces no sentía nada de todo aquello? ¿Por qué sentía que todo eso no iba con él? ¿Por qué tenía ganas de todo menos de reír, mucho menos burlarse, ni de contárselo a nadie? ¿Por qué lo único que sentía era su corazón golpear sus costillas con tanta fuerza como si estuviera montado en una escoba, volando a doscientos kilómetros por hora, en lugar de plantado en medio de un pasillo?
Se lo contaría a sus amigos. Les encantaría saberlo. No era realmente humillante, no era algo que a él lo dejase en mal lugar. No tenía nada que ver con él. Solo sería una anécdota divertida. Porque, que Hermione Granger, la odiosa sabelotodo, la sangre sucia amiga de San Potter, sintiese eso por él era algo que nadie se esperaría. Podrían reírse juntos de ello. No tenía mayor relevancia. Solo sería un escándalo, algo que guardar en secreto, algo definitivamente problemático, si a él ella también le…
Hermione vio entonces que Draco bajaba la mirada, hasta situarla en un punto cercano a su rodilla derecha, y parpadeaba con rapidez. Estaba respirando con profundidad. Parecía capaz de ponerse a dar vueltas como un león enjaulado, y eso era bastante irónico viniendo de un Slytherin. Hermione lo observaba fijamente. Intentando descubrir lo que pensaba solo observando su impávido rostro. Maldijo su habilidad para contener sus emociones. Sus amigos eran mucho más abiertos, más fáciles de entender. Harry era puro fuego, impulsivo y comunicativo. Ron también, en general, mostraba abiertamente sus sentimientos, tanto si estaba enfadado, comportándose malhumorado e irritado, como si estaba jovial, demostrándolo sin reservas, con amplias sonrisas y divertidas bromas. Pero Malfoy no. Malfoy era un maldito rompecabezas que no le permitía estar lo suficientemente cerca como para siquiera intentar resolverlo.
La chica apenas era plenamente consciente de lo que estaba viviendo. No asimilaba el giro tan repentino que habían dado las cosas, de un momento a otro. Ni siquiera tenía fuerzas para arrepentirse de lo que había confesado. Comprendiendo que, muy posiblemente, había sido un error. Pero no podía hacer nada. Solo podía mirarlo, escrutar sus gestos. Esperaba, con el corazón en un puño, la previsible sonrisa de suficiencia que estaba claro que aparecería en su anguloso rostro. Las burlas. La carcajada despectiva que tardaba en llegar, pero que, indudablemente, llegaría. Casi la anhelaba. Casi la necesitaba. Para volver a la realidad, a una realidad que era a lo que estaban acostumbrados. A odiarse. A insultarse. Pero no a eso. A ese silencio.
Pero él no parecía dispuesto a nada de lo que la chica pensaba que haría.
—¿Cómo vas a…? —logró articular Draco finalmente, con voz gélida. Le temblaba, y la chica pensó, indignada, que sería de furia—. ¿A qué viene esto? ¿Qué pretendes…?
Hermione dejó escapar un jadeo estrangulado. Cargado de incredulidad. El pensar que a Malfoy pudiera enfurecerle el que alguien que consideraba inferior sintiese algo por él la llenó de cólera. De rencor hacia él. De odio hacia todas sus creencias racistas.
—¿Pretender? —farfulló, enfurecida, casi sin aliento—. ¿Me tomas el pelo? ¿Crees acaso que es un maldito orgullo para mí sentirme así? ¿Crees que gano algo con esto? Yo no quería que te enterases, tú no tenías que saber nada de esto. Nott no debía contarte nada. Tú no tenías por qué tener esta arma contra mí —su voz se resintió, pero siguió hablando con firmeza. Sin nada que perder—. Esta arma para martirizarme, como estás a punto de hacer. ¿Querías la verdad? Pues aquí la tienes. ¡Adelante, cuéntaselo a toda la escuela! ¡Búrlate de mí, haz lo que te dé la gana! ¡Me da igual! —gritó, orgullosa, señalando al pasillo vacío con un amplio gesto—. Puedo afrontarlo todo. Porque nada de lo que puedas hacerme es peor que sentir esto por alguien como tú. Sentir esto por alguien que no va a corresponderme, porque me considera inferior a él en todos los aspectos. ¿Puedes hacerte una idea siquiera de cómo es algo así, Malfoy? Soy consciente de que nada de esto tiene ningún sentido, ni lleva a ninguna parte. Sé que jamás me corresponderías. Ni quiero que lo hagas. No quiero estar contigo. Y sé que tú tampoco. Sé perfectamente que tú no sientes nada semejante… No lo sientes… —su voz fue volviéndose más débil, más jadeante. Enmudeció, creyendo que él tendría algo que decir, pero no fue así. Malfoy no dijo nada—. No lo haces. No lo sientes, Malfoy, sé perfectamente que n-no lo sientes —repitió, con más firmeza, incitándolo a corroborarlo, sin lograrlo. Él siguió sin hablar. Sin darle la razón—. Tú no… No lo haces, está claro… —lo intentó de nuevo, y enmudeció otro instante, dándole pie a hablar. Pero solo obtuvo silencio—. No lo… No lo haces, Malfoy… ¿Verdad?
Más silencio. Él no abría la boca. Se limitaba a mirarla, ahora sin parpadear. Su rostro casi lívido. Escuchando su discurso, sus sentimientos, la fuerza con la cual lo estaba enfrentado. Sus palabras, el contenido de estas. Escuchándola decir que nada de lo que pudiera hacerle era peor que sentir algo por él. Asimilando, con dificultad, con un doloroso pinchazo en la boca del estómago, que alguien pudiera tener semejante concepción de él. Pero todo lo demás opacó dicho sentimiento. Después tendría tiempo de sentirse culpable por provocar eso en alguien.
Granger sentía algo por él. Lo sentía de verdad.
Y él no podía decir ni media palabra.
—Malfoy —articuló ella como pudo. Intentando hacerlo reaccionar, demasiado nerviosa para guardar silencio. No soportaba seguir mirándolo. No soportaba su silencio. Su falta de negativa—. ¿Por qué no…? Di algo. Di que no sientes lo mismo, por todos los cielos… No hagas que lo dé por hecho. Sé que no lo haces, pero… Dilo.
Su voz terminó sonando suplicante. Malfoy siguió mirándola. Empezó a parpadear lentamente, pero fue el único gesto que demostraba que estaba vivo. No podía articular palabra. Por primera vez en su vida, no podía hablar. Su cerebro se esforzaba en hacer funcionar sus cuerdas vocales, pero no pudo lograrlo. Casi se asustó de perder el control en sí mismo de esa manera. Su cerebro y su boca se habían desconectado. Movió su lengua dentro de su boca, y tragó saliva. Pero nada.
Porque no sabía qué cojones decirle.
No podía mentirle. No podía darle la razón. Era incapaz de decirle que no sentía lo mismo. Ni que lo sentía.
Sentir… lo mismo.
Se miraron durante largos segundos. Draco se preguntaba si ella estaría leyendo algo en su mirada. Porque la única información que podía darle de sí mismo en ese momento eran sus ojos. Y ni siquiera estuvo seguro de querer reflejar la verdad. Comprendió que algo debía estar viendo en ellos, a su pesar. Algo que no le gustaba, porque la vio sacudir la cabeza lentamente, sin dejar de pasar su mirada de un ojo de Draco a otro.
El miedo brillaba en las pupilas de la chica.
Hermione sentía un doloroso vacío en el estómago. Las mil y una cosas que todavía deseaba gritarle murieron en su garganta. El mutismo del chico se le contagió. No fue capaz de reaccionar ante lo que sus ojos le estaban diciendo. Ante lo que otorgaba su silencio. Retrocedió por instinto lo más que pudo, a pesar de estar contra la pared. Comenzó a temblar de pura angustia, empezando por sus piernas, hasta terminar en sus manos. ¿Cómo era posible? ¿Cómo habían llegado a semejante situación…?
"…No hasta que me digas lo que me has hecho. ¿Qué ha sido? ¿Amortentia? ¿De esa que repartían tus asquerosos Weasleys?"
"¿Y por qué me besaste?"… "¿Qué razón se te ocurre para que hiciese eso, Granger?"... "Fue un error. Un simple error. No vuelvas a mencionarlo. Te aseguro que no volverá a ocurrir"… "Cometí un puto error. Eso es todo. No sacarás nada más de mí, Granger, porque no hay nada más".
"Quitar el olor a sangre sucia es imposible".
"Ese beso fue un error… Los dos fueron un error".
"¿Qué pasaría si yo fuese sangre limpia?".
"¿Y a ti qué diablos te importa lo que me hagan?... "Me importa cuando es por mí"… "Ya, bueno, no te acostumbres".
"Maldita seas; si hay alguien aquí que va a matarme, esa serás tú".
"¿Qué… qué haces?"... "No lo sé. Hace tiempo que no entiendo nada de lo que hago"… "Aléjame. Párame. Joder, párame…"
Sentían lo mismo.
—Eso no puede ser —replicó ella, con la voz curiosamente tomada. Aunque él no había dicho nada. Más que a sus palabras, respondió a su mirada. De pronto, una rabia inexplicable la estaba invadiendo. Era más fácil sentir rabia contra él que todo lo demás—. Eso es imposible, tú no… Tú no puedes… ¿Cómo vas a…?
De pronto Malfoy pareció volver en sí. Hermione lo supo porque vio sus labios fruncirse en una mueca de resentimiento. Sus ojos relucir coléricos en la penumbra. Los orificios de su nariz ensancharse cuando inspiró con ímpetu.
—¿Pretendes explicarme tú a mí que no puedo? —escupió él, recuperando la voz gracias a la indignación—. ¿Te parece tan fácil? ¿Te parece que estoy en mi sano juicio? ¿No te das cuenta de lo mucho que me está costando contener… todo esto? ¿Crees que entiendo algo de lo que está pasando? —logró decir, entre inestables jadeos—. Ahora sólo… cállate un segundo, ¿de acuerdo? —espetó, con voz más grave. Alzó ambas manos, crispadas, como si así pudiera silenciarla sin tocarla.
Respiraba de forma entrecortada, y sus grises ojos parecían brillar con frenesí en la penumbra de aquel desierto pasillo. Pero también con vergüenza, y Hermione no recordaba haber visto ese sentimiento en él nunca con anterioridad. Por primera vez, Draco se sentía fuera de su terreno ante ella, dificultándosele mantener su habitual actitud fría, impasible y desdeñosa. Aunque lograba mostrarse brusco, se sentía aturdido y desubicado.
Pero Hermione no estaba dispuesta a ser comprensiva.
—Esto es absurdo… —repitió la chica con firmeza, como si fuera evidente. Como si así pudiera desmentirlo todo—. Todo esto es simplemente absurdo. Soy hija de muggles, tú jamás…
—Ya lo sé, joder, lo sé… ¿Crees que soy imbécil? —espetó él, exaltado. Volvió a alzar las manos, como si la idea de estrujarla para silenciarla fuese plausible.
—¿Pero entonces cómo es posible que…? —se escandalizó Hermione, igualmente rabiosa.
—¡Y yo qué sé! Joder, ¿tengo pinta de entender algo? —se desesperó él, elevando aun más la voz, con los grises ojos refulgiendo—. Sólo… sólo cállate ya, maldita sea...
—¿Cómo pretendes que me calle después de lo que has dicho? ¿Y por qué debería callarme? —gritó Hermione, fuera de sí.
—¡Primero, no he dicho nada! ¡Y, segundo, quiero que te calles porque necesito pensar qué hacemos ahora y tu insufrible voz no me deja! —gritó también él, desatado. El rostro de Hermione se demudó de golpe. De pronto pareció perder toda la rabia, que fue sustituida por un emocionado pasmo.
—¿Pensar? —jadeó, con voz débil. Incrédula. Helada—. ¿Qué hay que pensar…?
Las palabras permanecieron flotando entre ambos, en medio del silencio más penetrante que habían vivido jamás. Draco despegó sus labios, apenas un milímetro, pasmado. Entendiendo perfectamente a qué se refería. No había nada que pensar. Porque no podían hacer nada. Tuvo que apartar la mirada, incapaz de sostenérsela. Luciendo completamente perdido. Ninguno de los dos quería ser el primero en plantear ninguna opción. Ninguno quería ser el siguiente en dar el primer paso después de aquello. Porque no había ningún paso que dar.
Afortunadamente, o no, seguían estando a solas. Era evidente que todo el mundo estaba en clase, al ser horas lectivas. Y nadie parecía haber necesitado ir a la Enfermería. Ni a ninguna de las aulas de ese piso, al menos no atravesando el pasillo en el que se encontraban.
De pronto, el potente y metálico sonido del timbre que ponía fin a las clases los sobresaltó. Precipitándolos a la realidad. Recordándoles que estaban en el colegio. Que tenían que volver a clase. Cualquiera podría descubrirlos allí, en una situación pobremente justificable. Hermione tenía que volver con Harry y Ron antes de que viniesen a buscarla, como habían prometido. Cerró los ojos, y respiró hondo para calmarse. Era ridículo lo alterada que se sentía todavía. Pero ya estaba. Ya no tenía motivos para estar nerviosa. Se había acabado.
—Bueno, supongo que ya está todo dicho —dijo de pronto, con serenidad. Se giró a un lado y comenzó a caminar, saliendo del hueco entre la pared y Malfoy—. Adiós.
Malfoy dio un respingo y por fin la miró, furiosamente incrédulo, comprendiendo a duras penas que tenía la intención de irse.
—¿Qué? Ni hablar… —espetó, sujetándola a toda prisa por el codo de nuevo, impidiéndole alejarse. Ella se detuvo, a la fuerza, pero no se giró para mirarle—. ¿A dónde crees que vas? No hemos terminado —protestó, autoritario, sin soltarla.
—Sí, lo hemos hecho —refutó ella, aún sin mirarlo. Giró el rostro y lo miró por encima del hombro. Su rostro estaba sereno. Sus ojos, decididos—. ¿Va a cambiar algo después de esta conversación?
Draco parpadeó, comprendiendo a qué se refería. Dándose cuenta de que tenía razón. No cambiaba absolutamente nada. Lo que ellos sintiesen, o no, no simplificaba la situación, no resolvía nada. No era una excusa, no cambiaba siglos y siglos de normas. No acercaba, en absoluto, sus vidas, diametralmente opuestas. No era una solución. No era más que otro obstáculo. Un obstáculo que no podían sobrepasar de ninguna manera.
—No —corroboró Draco, escuchándose a sí mismo como si estuviera muy lejos—. Por supuesto que no.
Hermione soltó el aire por la nariz brevemente, emitiendo un sonido que bien podía ser una risa.
—Entonces podemos darla por concluida. Por mi parte, esta conversación no ha tenido lugar nunca —sentenció, decidida, con claridad—. Espero que tú hagas lo mismo.
Volvió a mirar al frente y avanzó hacia adelante. La mano de Draco, que seguía aferrando su brazo, resbaló, floja, sin fuerzas, hasta soltarla del todo. La chica se alejó de allí con zancadas decididas, dejando a Draco solo en medio del pasillo. El joven se sintió incapaz de dar un paso. El pecho le pesaba. Oía el rugido de su sangre en los oídos, aturdiéndolo, confundiéndolo. No pudo apartar la mirada de la espalda de la chica hasta que ésta se perdió por la esquina. Una vez solo, se permitió dejar escapar el aliento que había estado conteniendo. Miró a su alrededor, al desierto pasillo, sin saber en dónde fijar su aturdida mirada. No podía pensar con claridad. Sentía que tenía el cerebro lleno de algodón.
Se llevó ambas manos el rostro y se lo frotó con fuerza. El corazón seguía latiéndole desenfrenado, y se enfureció por ello. Hacía rato que no gritaba. Y Granger ya se había ido. Obstinada, orgullosa, como siempre. ¿Por qué seguía al borde de la taquicardia? Ya se había acabado todo. Ahora sí se había acabado todo. Porque no podían, de ninguna manera, llegar más allá.
Aunque sintieran lo mismo.
Notando que su pecho comenzaba a temblar de puro estrés, elevó más las manos para enterrarlas en su rubio cabello, tironeando de los lacios mechones entre sus dedos. Luchando por recuperar el control. Se odiaba. Se odiaba más de lo que la odiaba a ella. Por perder el dominio de sí mismo. Por sentir que todo aquello lo estaba superando, cuando lo lógico sería que no alterase en nada su vida.
Se soltó el cabello de golpe, con un bufido furioso. Sentía su rostro arder. Dio un par de pasos vacilantes, en círculos, sin saber qué hacer. A dónde ir. Y de pronto se encontró de cara a la pared.
¿Por qué? ¿Por qué Hermione Granger? ¿Por qué tenía que sentir algo tan arrollador por ella? ¿Por qué tenía ella que sentir lo mismo?
Ambos sentían lo mismo…
Cerró el puño y golpeó la pared con el canto de su mano, de forma floja. Solo para sentir algo que opacase lo que bullía en su interior. Lo que fuese. Para que su corazón dejase de retumbar en sus oídos. Repitió el gesto, con más fuerza. Pero, aunque ayudaba, no fue suficiente. Necesitaba más. Presa de una absoluta frustración, le dio una fuerte patada al muro de piedra. Eso estaba mejor. Eso era más útil para desahogarse. Se sentía asqueado de sí mismo. Odiaba sentirse así. Odiaba la angustia tan intensa que sentía en su interior, por un motivo que de ninguna forma lo justificaba. Pero era una sensación tan clara, tan abrumadora, y tan dolorosa que lo hizo apretar los dientes. Y no podía controlarla. Volvió a golpear el muro de piedra con su pie. Lo golpeó con fuerza otra vez, y otra, y con el último golpe no pudo contener un grito ahogado que acabó con sus fuerzas.
Apoyó los brazos en la pared, y la frente sobre ellos, para no resbalar hasta el suelo. Comprendió que, en vez de relajarse, solo había conseguido acelerar sus pulsaciones. Jadeaba. Dio la espalda a la pared y se apoyó en ella. Respirando. Cerró los ojos con fuerza, echando la cabeza hacia atrás, hasta apoyar la nuca en el muro. Ya no tenía fuerzas. Ese arrebato había dado pie a una amargura absoluta. Apretó la mandíbula para contener el ardor que lo invadió. No sabía si tenía ganas de gritar, de vomitar o de llorar. O de todo a la vez. El pie le dolía intensamente.
«Maldita seas, Granger», pensó con amargura, alzando una mano cerrada en un firme puño para cubrir sus ojos. Se tragó un sollozo ahogado. «Maldita seas, sangre sucia...»
—No pienso permitir que te salgas con la tuya, Draco Malfoy —sentenció Pansy con una pícara sonrisa—. Soy yo la que sabe jugar a esto. A ti aun te queda mucho por aprender.
—Pansy, encanto… —replicó Draco, burlón, mirándola con un brillo travieso en sus grises ojos—. Yo nací para esto. Te voy a demostrar de lo que soy capaz. Te tendré suplicando en menos de dos minutos…
—Adelante, cuando quieras —ronroneó ella, acomodándose en el sofá y cambiando el cruce de las piernas—. Te estoy esperando…
—No juegues con fuego, jovencita —se burló Draco, arqueando una ceja con arrogancia. Pansy se ahogó en una risotada.
—Vamos allá… ¡saca! —ordenó la chica, todavía con una sonrisa divertida.
Ambos jóvenes colocaron al mismo tiempo dos cartas cada uno sobre el sofá, en el hueco que había entre ellos. Tras dos segundos de vacilación, Draco fue más rápido. Tocó con la varita rápidamente dos de las cartas, las cuales lucían un Bowtruckle bailarín idéntico en su superficie. Éstas brillaron y se movieron a un rincón. Pansy chasqueó la lengua, frustrada, sin dejar de examinar las cartas con fijeza.
—¡Lo tengo! —exclamó, emocionada, tocando otras dos que mostraban una pareja de malhumorados cíclopes.
—Te sigo ganando… —tarareó Draco con una sonrisa ladeada.
—Cierra el pico… Ay, maldita sea, ¡corre, saca dos más! ¡Qué explotan!
Ambos volvieron a sacar dos cartas, pero no fueron lo suficientemente rápidos. Las dos cartas que quedaban en la mesa, una con unas mantícoras en su superficie, y otra con una imagen de Elfrida Clagg, jefa del consejo de magos allá por el siglo XVII, explotaron sin remedio con una tenue nube de humo. Pansy se echó a reír, resignada.
—Te lo dije, nací para esto. Siempre gano —se jactó Draco, mirándola con suficiencia. Ella lo miró con un fingido puchero—. Me debes tres galeones.
—Hay una primera vez para todo, querido —bromeó la chica, cogiendo el mazo de cartas de los Naipes Explosivos y barajándolo hábilmente—. Echemos otra. Doble o nada. E intentemos que sea una partida más larga —consultó su reloj de pulsera—. Sí, aún tenemos tiempo...
Draco rio con la garganta y se reacomodó en el sofá, colocando un brazo sobre el respaldo. Observó la poco concurrida Sala Común de Slytherin, distraído, mientras su amiga repartía las cartas en dos montones iguales. Un movimiento más rápido en medio de la tranquilidad llamó su atención, y sus ojos captaron el momento en el que Nott entraba por la entrada oculta en la pared. Theodore no miró en su dirección, Draco no estaba seguro si a propósito o por casualidad, pero sí se acercó a una de las amplias mesas, la más cercana a las negras estanterías repletas de libros de consulta. En ella estaba Daphne Greengrass, estudiando en solitario, con su rubio cabello recogido en un desenfadado moño en lo alto de su cabeza. Nott le tocó el hombro al llegar a su lado, y le dedicó una leve sonrisa a modo de saludo. La chica se la devolvió con creces, mirándolo con clara ilusión, y apartando la silla de al lado para invitarlo a sentarse a su lado. El chico tomó asiento, dejando su mochila sobre la mesa, mientras ella le decía algo animadamente que Draco no alcanzó a escuchar. Era capaz de oír el murmullo correspondiente a su voz en medio de la poco escandalosa Sala Común, pero no distinguió lo que decía. Cuando el chico se sentó, Daphne se inclinó hacia delante y depositó un rápido beso en sus labios, antes de continuar hablando de, aparentemente, algo que tenía relación con los pergaminos que había sobre la mesa. Nott siguió escuchándola atentamente, su rostro serio y normalmente triste luciendo ahora sereno; pero sus ojos azules brillaban, incapaces de disimular lo enamorado que estaba de la joven. Al menos a Draco le pareció evidente.
Draco, inmerso en la escena, estuvo a punto de dejar escapar una casi imperceptible sonrisa. Hacía días que no se hablaba con Nott, desde la fuerte discusión sobre Granger que ambos mantuvieron en el cuarto de baño de su habitación. De hecho, no le había contado absolutamente nada de la conversación que había mantenido con ella. Seguía enfadado con él, estaba harto de su actitud y de que le recriminase repetidamente todo lo que tuviese que ver con Granger, como si fuera asunto suyo. Pero seguía considerándolo su amigo. Su mejor amigo. Y no podía evitar empatizar con su felicidad. Había vivido años tan duros… Primero, la trágica muerte de su madre, ante sus ojos, cuando todavía era un niño; después, el encarcelamiento de su casi agonizante padre; y pronto se vería obligado a convertirse en mortífago, contra su voluntad, quedando a las órdenes de la persona que más odiaba para el resto de su vida…
Se merecía ser feliz. Draco quería que fuese feliz. Y con Greengrass definitivamente lo era.
—Greengrass y Nott… ¿quién lo iba a decir? —dijo una voz, con tono altivo, a la derecha de Draco. Éste despertó de sus pensamientos y giró el rostro, apreciando la llegada de Zabini, justo cuando se sentaba en la butaca de al lado. Al parecer había deducido bien la trayectoria que llevaba la mirada de Draco. Pansy contempló un instante al recién llegado, sonriéndole a modo de saludo, pero después miró también a la pareja por encima del respaldo del sofá, siguiendo la mirada de ambos chicos.
—Y que lo digas —coincidió, arqueando una ceja oscura—. Ahí siguen, tan felices. No creí que durasen tanto. Bueno, para empezar nunca hubiera creído que acabasen juntos. No me pegan. Reconozco que cuando Daphne me lo dijo… me quedé impactada. Nunca me había dicho que le gustase —parecía sonar ligeramente rencorosa.
—Seguro que te lo dijo y no le hiciste caso —se burló Zabini, mirando a Draco con complicidad. Éste elevó las cejas, mordaz.
—¿Pansy no haciendo caso a un cotilleo? Tú deliras, Blaise.
—Ja-ja, muy gracioso, chicos —Pansy rio con sarcasmo. Aun así, esbozó una sonrisa divertida—. Estaba muy emocionada cuando me lo contó, así que disimulé y no le dije nada, pero, en fin… ¿Nott? —se escandalizó en voz alta, sacudiendo la cabeza como si lo considerase absurdo.
—Yo tampoco sabía que a Nott le gustase Greengrass. Vaya dos, qué calladito se lo tenían… —dijo Blaise, con indiferencia, volviendo a mirar a Draco—. Tampoco es que hable mucho con él, lo reconozco…
Draco se encogió de hombros, sin definirse mucho.
—Sí, algo me comentó alguna vez… —dijo con evasivas. No le molestaban los cotilleos, pero no le parecía de buen gusto chismorrear sobre los sentimientos más íntimos de su amigo, y evitó hacerlo.
—Daphne es un encanto. Es tan simpática y divertida... Nott, en cambio, es tan… soso —opinó Pansy con desdén, dejando su montón de cartas sobre el sofá, mientras conversaban—. No me malinterpretes —añadió mirando a Draco, como si se disculpase—, no me cae mal. Es agradable. Solo que… no me pega mucho con Daphne.
—Es la verdad. Te lo confirmo, es un soso —aseguró Blaise sin remordimientos, cruzando las piernas—. Pero, bueno, quizá por eso se gustan. Se complementan —bromeó, con desinterés.
—No creo que les importe mucho si pensamos que hacen buena pareja o no —añadió Draco, mirando de nuevo a la pareja. Éstos charlaban en voz baja, de forma íntima, ajenos a todo.
Draco tragó saliva ante la súbita aceleración de sus pulsaciones. Lo había dicho sin pensar demasiado, pero sabía que era verdad. A Nott nunca le había importado lo que otros pensasen de él. Estaba por encima de todo eso. Siempre, en lo más íntimo de su mente, lo había admirado y casi envidiado por ello. Y a Greengrass tampoco parecía importarle demasiado. Le gustaba Nott, era evidente, y no le importaba lo que el resto de sus compañeros pensasen de él. Que sus amistades lo considerase alguien raro y anodino con quien no valía la pena tener nada más allá de un par de frases de cortesía. Ella lo quería. Y él estaba loco por ella, eso Draco lo sabía muy bien. No ocultaban lo que sentían. ¿Por qué iban a hacerlo? Se correspondían. Sentían lo mismo.
Sentían lo mismo…
Una espesa cabellera castaña flotó ante sus ojos.
Sintió que el pecho se le atenazaba. A él, inesperadamente, se le había presentado la oportunidad de tener lo que tenían Nott y Greengrass. Una oportunidad que había llegado de forma súbita, inverosímil y definitivamente complicada. Y se había dado cuenta, a pesar de todo, de que quería tenerlo. Y no estaba acostumbrado a no conseguir aquello que quería. Lo cual lo invadía de una inmadura sensación de continua frustración. Sus padres siempre se lo habían dado todo, cualquier cosa que deseara, desde que era muy pequeño. Pero, esta vez, para mayor desesperación, era él mismo, en primer lugar, quien no se permitía tenerlo. Era de locos. Una ironía ridícula. No obtenía lo que quería porque él mismo no se lo estaba permitiendo. Pero, en defensa de sí mismo, la situación era… la última que hubiera imaginado. La última que hubiera querido. Había renunciado al instante a que realmente pudiese suceder, sin darle más vueltas, dado que, en un primer momento, era algo que ni se planteaba como posible. No podía suceder. No con ella. Pero su cerebro sí se lo había planteado, a pesar de todo. Y, días después, seguía dándole vueltas. Sin ser a veces siquiera consciente de ello. Estaba siendo la decisión más difícil que había tenido que tomar nunca; y eso que creyó que la decisión ya estaba tomada desde un principio. Pero su cerebro no parecía saberlo.
Había sido relativamente sencillo mantener los pies en la tierra, mantener la calma, teniendo la seguridad de que, sintiera lo que él sintiera, no iba a suceder nada entre ellos. Había sido fácil mientras creía que solo era él quien estaba perdiendo el juicio. Pero ahora ella lo había puesto todo patas arriba. Lo había convertido en algo terriblemente real.
Draco nunca había tenido excesivo interés en encontrar pareja, o nada similar. Nunca se había considerado una persona romántica, sentimental, ni mucho menos cariñosa. Ni siquiera se había planteado que podría comportarse así. No era su estilo. Ser así era demasiado... Era bochornoso. Significaba abrirse demasiado. Volverse... vulnerable. Y ofrecerte en bandeja para que te hiciesen daño si así lo querían no podía ser muy inteligente. Y él era inteligente. Así que nunca había sentido que necesitase ese tipo de relación, íntima y física. Había tenido otras prioridades. Cosas más importantes en las que ocupar su tiempo: sus estudios, queriendo sacar las mejores notas posibles para cumplir las expectativas de sus padres, duros entrenamientos de Quidditch desde que tenía doce años para intentar ser el mejor buscador, trabar amistades y relaciones para labrarse una reputación en el mundo mágico, cuidar de su familia, todo lo relacionado con el Señor Oscuro en los últimos años… Pero, ahora, de pronto, la posibilidad de una relación se había atascado en su pecho. Ahora sí se lo planteaba. Estaba más presente que nunca en su mente, desconcertándolo profundamente.
Quizá la razón desencadenante hubiera sido el hecho de contemplar la relación de su mejor amigo. Quizá había despertado algo en él. Curiosidad, quizá. O quizá era que, por primera vez, había encontrado a alguien con quien quería tenerla.
Tuvo que cerrar los ojos ante semejante pensamiento. Maldita sea.
Pero no se veía capaz de soportar todo lo que ello conllevaba. Todo lo que cambiaría, todo contra lo que tendría que luchar, si hipotéticamente, y solo hipotéticamente, seguía adelante. Contra sí mismo, para empezar. Contra su propia familia, para continuar. Contra todo el mundo mágico, para terminar. Ni siquiera tenía claro por qué se lo estaba planteando siquiera. Él no era ningún traidor, él no era como esos magos que traicionaban su sangre mágica y acababan casados con hijos de muggles. Él era un sangre limpia. Uno que sabía dónde estaba su lugar, y lo que podía y no podía hacer. No, definitivamente era imposible. De ninguna manera podía suceder. Ni remotamente. Pero se había sorprendido a sí mismo pensando constantemente en cómo podría resolverlo… Resolverlo. Como si hubiera realmente una forma de poder estar con ella. De poder realmente tener una relación con ella. No, no una relación. Eso no. Era una sangre sucia, por las barbas de Merlín. No era ningún traidor a la sangre. No lo era. Pero… sí quería tenerla cerca. O algo así. No estaba muy seguro.
A Nott y a Greengrass les daba igual lo que el mundo pensase de ellos. Daba igual que Zabini o Pansy pensasen que no hacían buena pareja. Era irrisorio. No cambiaba nada. Tenían permitido estar juntos, si querían hacerlo.
Draco sintió el ardor de la envidia en su garganta.
Ellos no rompían siglos y siglos de normas. No tenían prohibido estar juntos. La sociedad entera no les daría la espalda ante lo que hacían. Sus familias, sus amistades… lo aprobarían. No tenían que plantearse si luchar o no por su relación, más allá de los cotilleos de sus compañeros adolescentes. No se jugaban la vida.
—¿Vosotros no teníais no se qué de Prefectos? ¿Una reunión o algo? —quiso saber Zabini, cambiando de tema, arrancándolo del agujero negro que eran sus pensamientos.
—Sí, en un rato —corroboró Pansy, resignada, peinándose el corto cabello con los dedos, distraída—. Tenemos que hablar con Snape en media hora. Por eso nos hemos puesto a jugar, para matar el tiempo hasta entonces.
—¿Y no había otro juego más adulto que los Naipes Explosivos? —se burló Blaise—. ¿Dónde está el Ajedrez Mágico?
—Astoria estaba jugando con una amiga —confesó Pansy, encogiéndose de hombros—. Y no nos pareció apropiado aprovecharnos de nuestro rango de Prefectos con la hermana pequeña de Daphne —añadió, divertida, volviendo a coger sus cartas con la intención de comenzar una nueva partida.
—Touché. Repárteme, me uno —dijo Blaise, sentándose en la mesa auxiliar que había frente al sofá doble, mirándolos con orgullosa satisfacción. Draco forzó una media sonrisa y le alcanzó sus cartas a Pansy para que barajara de nuevo, y las repartiese esta vez en tres montones iguales.
Pero su mente se encontraba muy lejos. Barajando una decisión que nada tenía que ver con los Naipes Explosivos o con tareas de Prefectos.
La campana del mediodía resonó dentro del castillo, llegando amortiguada hasta los invernaderos, finalizando así la segunda clase de la mañana y prendiendo la llama de las conversaciones entre los alumnos.
—Hacedme la redacción que os he pedido para después de las vacaciones de Semana Santa, ¿de acuerdo? ¿Y alguien puede ayudarme a recoger todo esto? —preguntó Sprout, en voz algo más alta para hacerse oír en medio del barullo.
La gran mayoría de los alumnos continuaron sus conversaciones, fingiendo descaradamente que no la habían oído. Dos manos fueron las únicas en alzarse. Las de Hermione Granger y Neville Longbottom.
—Granger y Longbottom, cómo no —sonrió la rolliza profesora—. Señor Longbottom, ayúdeme con éstas de aquí. Señorita Granger, encárguese de los equipos de protección. Los demás, haced el favor de ir saliendo ya.
La clase entera se lanzó en tropel intentando salir por la puerta de cristal, provocando retenciones. Hermione los contempló, distraída, mientras se quitaba las grandes gafas protectoras, esperando a que saliesen para poder recoger los equipos de todos. En medio del mar de alumnos, sus ojos se toparon con unos inusuales orbes grises, más que conocidos, que la estaban mirando fijamente. El corazón le dio un vuelco. Malfoy estaba forzadamente quieto en medio de la multitud que bloqueaba la puerta, mientras todos luchaban por salir. Su expresión era seria y neutra, pero sus ojos estaban clavados en los de ella. Hermione sintió un escalofrío, ya más que conocido, recorrerla entera. Llevaban días sin mirarse, ni hablarse, ni tratarse de ninguna manera. No habían vuelto a compartir ni una mirada desde la conversación que mantuvieron frente a la Enfermería.
Pero ahora Malfoy la estaba mirando, sin ninguna discreción. Y eso no era todo. No era lo peor. Lo peor fue sentir cómo su cuerpo ardía en llamas. Se sintió distinto a las otras veces que lo había mirado directamente a los ojos desde la distancia. Un calor casi agobiante la invadió, desde la nuca hasta la parte baja de la espalda. Al mover las manos se dio cuenta de que las palmas habían comenzado a sudarle, y notó la garganta seca cuando intentó tragar saliva. Fue como si de pronto se hubiese internado en el infierno. Y los ojos de Malfoy seguían clavados en los de ella, con todo descaro, al parecer sin preocuparle lo expuesto que estaba, lo fácil que sería que cualquiera se fijase en que algo raro sucedía. ¿Nadie más se daba cuenta de aquella mirada que podría incendiar una tundra de hielo?
¿Por qué sentía un calor semejante? ¿Por qué se sentía tan diferente intercambiar una simple mirada con él? Quizá que ahora sabía lo que Malfoy sentía… Y él sabía lo que sentía ella. Y, aún así, la estaba mirando. Su nervioso cuerpo parecía creer que el resto de la clase también sabía lo que sentían. O que definitivamente lo adivinarían, solo por verlos mirarse así. Lo cual era ridículo, y lo sabía. Pero se estaba llenando de terror, de adrenalina. Si a alguien se le ocurriese seguir sus miradas, si atase cabos…
Draco y ella habían decidido de mutuo acuerdo que no iba a pasar nada, como era lógico. Y, aun así, la estaba mirando. La estaba haciendo arder.
—Hermione… ¿por qué? —protestó una lastimera voz a su izquierda. Hermione apartó la mirada de los ojos de Malfoy y miró en esa dirección. Harry y Ron seguían a su lado, con expresiones resignadas y exasperadas respectivamente.
—¿Qué? —farfulló la chica, confusa. Su corazón seguía desbocado y rezó para no estar sonrojada.
—¿Por qué? —repitió Ron con énfasis, mirándola con frustración—. Tengo hambre, no quiero recoger las macetas, quiero ir a comer…
—Es que tú no tienes que recoger nada —protestó la chica, incrédula, concentrándose en la conversación con sus amigos—. Me he ofrecido yo.
—Ya, pero no vamos a dejarte sola —dijo Ron como si fuese evidente. Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa, todavía mirándola como si ella lo agotase.
—Te ayudamos —añadió también Harry, honestamente, como si no hubiera duda de ello. Ron meneaba la cabeza con exasperación, mientras cogía uno de los tiestos que había sobre su propia mesa.
—Que no, no os preocupéis —repuso la chica, sacudiendo la cabeza. Se estiró para quitarle a Ron el tiesto de las manos y volver a dejarlo en la mesa—. Puedo yo sola perfectamente. Vosotros id a comer. Neville y yo nos apañaremos.
—Mujer… —protestó Harry, vacilante. Neville, unos metros más lejos, ya estaba recogiendo algunas macetas y colocándolas en unos estantes situados junto a la pared del invernadero.
—Tenéis entrenamiento de Quidditch después de comer, no creas que lo he olvidado. Si os entretenéis aquí no os dará tiempo a comer en condiciones. Así que id al Gran Comedor inmediatamente. Es una orden —dictaminó la chica, inflexible. Al ver la mirada todavía culpable de Harry, sonrió de forma más afectuosa, indicando que estaba todo bien. Su amigo moreno suspiró casi para sí.
—¿Seguro?
—Seguro. Venga, largo de aquí. Os veo enseguida. Os alcanzaré en el Gran Comedor antes de que os vayáis. Esto no me llevará mucho rato.
—No tardes —ordenó a su vez Ron, con una sonrisa también culpable. Se quitó los guantes y, en vez de dejarlos sobre la mesa, los colocó ordenadamente en el estante correspondiente a ellos, quitándole trabajo a la chica. Harry lo imitó, y ambos salieron por la puerta, despidiéndose también de Neville con una palmada en la espalda, mientras el chico aguardaba a un lado para dejarles pasar, maceta en mano. Hermione se atrevió a echar un vistazo a la puerta. Malfoy se había ido. Al igual que el resto de los alumnos.
—Voy a llevar éstas al invernadero dos —informó la profesora, agitando la varita y elevando por los aires un par de grandes y pesadas urnas—. Señor Longbottom, lleve la Gurdirraíz al invernadero cuatro, por favor.
—¿Les cambio el abono, profesora? El tiempo ha templado bastante, quizá necesiten el nuevo sustrato con huevos de Doxy —propuso Neville de inmediato, visiblemente emocionado. La mujer sonrió orgullosa ante los conocimientos de su alumno.
—Eso te llevará un rato, querido.
—No me importa —aseguró el muchacho, casi ansioso. Hermione sonrió sin poder evitarlo e intercambió una cálida mirada con la profesora.
—Muy bien, sería fabuloso, gracias. ¿Sabes dónde está?
—Sí, profesora —afirmó Neville, servil. Agitó también su varita para elevar las tres pequeñas macetas a un metro del suelo. Sprout, todavía sonriendo, se reacomodó su sombrero puntiagudo sobre el canoso cabello y se giró hacia Hermione.
—Señorita Granger, cuando termine con los equipos, ¿puede guardar las macetas de Potentilla en los estantes de abajo? No quiero que les dé mucho el sol. Y tenga cuidado con las macetas, son algo frágiles. Están desgastadas. Mañana las trasplantaré… —la profesora se acercó a la puerta, todavía haciendo flotar dos de las macetas, y la mantuvo abierta para que Neville saliese delante. Al pasar junto a una mesa, una de las macetas que el muchacho mantenía en el aire chocó contra una esquina, estremeciendo por igual al joven y a su profesora. Pero no ocurrió ninguna desgracia, y el chico logró llevarlas hasta la puerta de una pieza.
—No me esperes si acabas antes, Hermione, vete yendo al Gran Comedor —dijo el muchacho por encima del hombro, contento, mientras otra de las macetas chocaba de forma floja con el marco de la puerta, antes de salir flotando del invernadero.
—No te preocupes, te espero —aseguró la joven, sonriéndole—. Iré al invernadero cuatro a buscarte en cuanto cierre esto.
Neville le dedicó una última sonrisa agradecida, y después salió finalmente del lugar. La profesora Sprout, en cambio, parecía algo estresada por la torpeza de su alumno cuando se volvió a Hermione para añadir:
—Yo cerraré más tarde, no te preocupes por eso. Puedes irte cuando acabes.
—De acuerdo, profesora —aceptó la chica, agradecida.
La mujer hizo ademán de salir tras Neville, pero se detuvo abruptamente y se giró para mirar a su alumna con una sonrisa.
—Ah, y diez puntos para Gryffindor —añadió, bondadosamente.
Hermione sonrió ampliamente, encantada. Profesora y alumno salieron por fin, dejándola sola en el frío invernadero. La chica respiró hondo y, tras dudar un momento, terminó quitándose los gruesos guantes. Le servirían para no ensuciarse, pero también le quitarían precisión y fuerza de prensión en las manos. Se remangó hasta el codo las mangas de la camisa y de la túnica para no manchárselas y contempló a su alrededor, observando los equipos que debía recoger. En cada mesa había un par de guantes y unas gafas para cada alumno. Con un movimiento de varita, la tarea estaría realizada. Lo dejaría para el final, primero se pondría con las macetas, que era la parte más costosa. Decidió que prefería llevarlas a mano, temiendo ser menos hábil haciéndolas levitar con su varita. Cogió una de las macetas llena de plantas pequeñas con flores de color amarillo en forma de baya que habían utilizado, y la llevó hasta la mesa metálica del otro lado del invernadero, que se usaba como reservorio para las plantas que no se estaban utilizando en ese momento. Se acuclilló al llegar allí para dejarla en la balda inferior, tal y como la profesora le había pedido. Las baldas de la estantería que había al lado también estaban llenas de macetas con diversos tipos de plantas, varias de cada especie, y algunas de ellas permanecían ocultas con gruesas sábanas blancas. Seguramente para que las plantas correspondientes no se despertasen. Hermione sospechó que, entre ellas, se encontrarían las Mandrágoras.
Entonces escuchó el ruido de una puerta abrirse. Giró el rostro, aún en cuclillas, y elevó la mirada, solícita. Esperando ver a la profesora Sprout. O quizá a Neville.
Pero no a Draco Malfoy, el cual la contemplaba con rostro inexpugnable desde el umbral de la puerta del invernadero.
Si el alma existía, Hermione acababa de notar cómo la suya resbalaba hasta el suelo. Se sucedieron varios segundos de frío silencio, hasta que Hermione se sintió en la necesidad de romperlo, incapaz de soportarlo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, en voz baja y serena. Estaba demasiado desconcertada como para reaccionar de ninguna manera concreta. Se puso en pie, girándose totalmente para mirarlo de frente.
—Hacer la pelota a la profesora como haces tú, no, desde luego —repuso él, también en voz baja. Con un tono abiertamente desdeñoso. Hermione frunció el ceño. Se le ocurrieron varias réplicas, a cada cual más ácida, pero decidió morderse la lengua. No quería entrar en su juego. Solo quería librarse de él cuanto antes.
—Ya somos mayorcitos para diferenciar entre ser amable y ser adulador. Y, si lo hago o no, definitivamente no es asunto tuyo —objetó Hermione con retintín, elevando la barbilla—. ¿Qué es lo que quieres, Malfoy?
Incluso desde su posición fue capaz de advertir cómo Draco tragaba saliva. Su rostro perdió todo asomo de desdén. Ahora la contemplaba con inesperada, y casi preocupante, seriedad. Sus ojos grises se entrecerraron levemente antes de responder en un susurro:
—Ya que lo preguntas…
Y sucedió. Una zancada, dos zancadas, y en la tercera zancada Malfoy estaba frente a ella, sus manos atrapando su rostro y sus labios cubriendo los suyos. Hermione se quedó sin aliento, viéndose de pronto ligeramente empujada hacia atrás, hasta golpear con la parte baja de su espalda la mesa que estaba tras ella. Una de las macetas que se encontraba en el borde de la superficie se desestabilizó por el golpe y cayó al suelo, haciéndose añicos con un crujido de barro roto. Las flores emitieron un suave gemido de protesta.
Hermione ni siquiera lo escuchó. Todo raciocinio abandonó su cuerpo, dejándola curiosamente vacía y libre de toda emoción. Solo conservaba el sentido del tacto. Estaba clavándose incómodamente el borde de la mesa, y había apoyado una de sus manos en dicha superficie para mantener el equilibrio cuando el chico la empujó hacia atrás. Notaba dicha mano en contacto con fría y húmeda tierra y abono. Pero nada de eso le importó lo más mínimo.
Sentía sus mejillas arder bajo las palmas del chico, y se preguntó vagamente si él sería capaz de notarlo. Las manos de Malfoy se sentían ásperas, heladas, y grandes en comparación con el rostro de ella. Notaba las puntas de sus dedos alcanzando su sensible cuello, haciéndola estremecer. Y sus labios… Había olvidado cómo se sentían contra los suyos. Lo maravillosamente bien que se sentían. O puede que su cerebro hubiera querido olvidarlo, para facilitarle las cosas. Para facilitarle olvidarlo. Pero ahora era totalmente consciente del ardor de su aliento, de la suavidad de sus húmedos y finos labios mientras rozaban los suyos, profundizando el beso con firmeza, aunque sin volverlo atrevido. Solo… frustrantemente lento y placentero. Definitivamente no ayudándola en nada. Su cálida respiración enviaba escalofríos a su columna y hacía que la cabeza le diese vueltas. Nunca la había besado con tanta… decisión.
Finalmente, tras unos siete segundos demasiado breves, Malfoy alejó sus labios, lo justo para no tenerlos unidos. Pero no dejó de sujetar su rostro. Hermione tomó una trémula bocanada de aire, abriendo los ojos y devolviéndole la mirada, aturdida. Hubiera jurado que podría llegar a verse reflejada en las pupilas inusualmente dilatadas del chico.
Al verse libre de sus labios, la cordura volvió a trompicones al cerebro de la chica. Respirando con dificultad, alzó la mano que había mantenido inmóvil en su costado y la plantó sobre su pecho. Lo empujó lentamente para alejarlo de ella, aunque fuese unos centímetros. Sin utilizar demasiada fuerza, pero definitivamente firme. Él accedió a separar las manos de su rostro, deslizándolas por sus mejillas hasta terminar soltándola. Retrocedió un paso, sin dejar de mirarla.
Y ella no fue capaz de entender su mirada.
—Esto… esto no está bien —logró decir Hermione en voz baja. Apenas se oía a sí misma. Y no se le ocurría nada más que decir.
Malfoy resopló, como si le hubiera hecho gracia.
—¿Crees que no lo sé? —replicó con sequedad.
—Neville… puede venir en cualquier momento —se sorprendió diciendo la chica, mientras luchaba por mantener la cabeza serena. No podía dejarse llevar otra vez. No podía. Y cualquier excusa era bien recibida en ese urgente momento.
La fina boca de Draco se curvó en una inesperada sonrisa cargada de maldad.
—No lo hará. He hechizado la puerta de su invernadero. Y, conociendo sus habilidades mágicas, morirá de hambre si yo no intervengo.
Hermione bufó con consternación. Sacudió la cabeza, frustrada. Decidió dejar a Neville a un lado de momento, acallando su conciencia. Tenía otras cosas que arreglar.
—Pero… ¿por qué…? —logró preguntar a duras penas. No podía pensar con claridad. Odiaba tener que pensar bajo tanta presión. No podía asimilar lo que estaba ocurriendo—. Lo… lo que hablamos el otro día…, frente a la Enfermería…
—¿Crees que no lo recuerdo? —inquirió él con más brusquedad, ya sin sonreír en absoluto—. ¿Crees de verdad que si pudiera controlar esto que siento estaría aquí, Granger? ¿Crees que si pudiera ignorarte, ignorar esto, no lo haría? Lo he intentado, Merlín sabe que lo he intentado. Llevo días sin prestarte atención, obligándome a no mirarte siquiera. Pero… parece que eso solo lo empeora. Es difícil, joder, saber que estás en la misma habitación… Es como si solo estuvieras tú. Y, antes…, mierda, antes, cuando nos hemos mirado… —enmudeció, respirando pesadamente. Hermione entreabrió la boca con sorpresa. Él también se había sentido diferente a otras ocasiones. Él también se había sentido arder—. No puedo, Granger. Esto se ha vuelto más fuerte que yo. Te has vuelto más fuerte que yo. Y no sé cómo evitarlo…
—Malfoy… —suspiró ella, intentando intervenir, pero él la ignoró.
—¡Estoy a punto de perder el juicio! —siguió Draco, en voz más alta. Dio un paso atrás, visiblemente atormentado—. ¡No sé cómo controlar esto! ¡Maldita sea, dime que te sientes igual que yo! ¡Miénteme si quieres, pero dime que no soy el único que está en la mierda!
—No lo eres —confirmó Hermione, tratando de contener la emoción en su voz—. Me siento igual que tú, de verdad… Lo estoy pasando tan mal como tú, puedo asegurártelo.
Malfoy se revolvió el rubio cabello con una mano, casi con desesperación, sin mirarla. Parecía verdaderamente mortificado.
—¿Qué hacemos? —espetó, devolviendo la vista hacia ella—. ¿Qué hacemos para acabar con esto? Quiero parar esto como sea…
Hermione se obligó a respirar con profundidad, tomándose su tiempo antes de intentar formular una frase mínimamente coherente.
—No sé… qué responder —confesó al final, en un murmullo, cautelosa. Ella lucía serena todavía, a diferencia de su interlocutor. Draco dejó escapar un bufido cargado de desesperación, elevando los ojos y los brazos al cielo. Como si pidiese fuerzas a un ente superior para poder soportarla.
—Pues sería la primera vez —escupió el chico, sarcástico y molesto, apartando la mirada a un lado.
—No sé qué podemos hacer —repitió Hermione, con más firmeza, enfatizándolo. Aunque temblaba de pura ansiedad—. No lo sé, Malfoy. ¿Cómo podría saberlo? Nunca… nunca me he sentido así. Y yo tampoco lo soporto —un pequeño nudo se instaló en su garganta pero se obligó a hablar a través de él—. Siempre has sido… uno más, Malfoy. Un estudiante más, un simple compañero de curso. Uno que nos insultaba por el simple placer de hacerlo. Alguien que me odiaba. Y que era fácil no querer tener cerca. Pero ahora eres… tú. Eres Malfoy. Te tengo… presente. No entiendo este estúpido cúmulo de sentimientos que tengo dentro. Estoy confundida, y también asustada. Por lo mismo que tú, por no poder controlarlo.
Permanecieron unos segundos en silencio, mirándose mutuamente. Simplemente mirándose. Apesadumbrada ella, desesperado él.
—Tengo una serie de deberes, Granger —sentenció entonces Draco, con voz más serena, mirándola seriamente—. Deberes con mi familia, con el apellido Malfoy, y en los que tú no encajas. Necesito que entiendas que para mí lo que está pasando entre nosotros es denigrante.
—Me hago cargo de tu situación, Malfoy —aseguró Hermione, en voz baja pero firme—. Soy consciente de que debes estar volviéndote loco. De que todo esto atenta contra lo que siempre has creído. Que no lo comparta no quiere decir que no lo entienda —los hombros de él se relajaron ante sus palabras. Al parecer, el hecho de que ella lo entendiese, el hecho de sentirse remotamente comprendido, lo había tranquilizado a pesar de todo—. Pero no esperes que me sienta culpable por ello —añadió ella, con más brusquedad—. Y mi situación tampoco es fácil. No es fácil para mí darme cuenta de que siento cosas por una persona que ha demostrado que me detesta en numerosas ocasiones, y que ha hecho daño, no solo a mí, sino también a muchas personas que quiero. Para mí también es denigrante, y me… asusta ser capaz de sentirme así por alguien como tú.
—Al menos tú no tendrías que traicionar a toda tu familia, y todo lo que te han enseñado, por esto —rebatió él, impasible, al parecer dispuesto a quedar como la víctima de todo el asunto.
—Traiciono mis propios principios, que casi es peor —repuso Hermione, desafiante. Él fue a decir algo pero la chica se le adelantó—: Y yo nunca te he pedido que traiciones a tu familia. ¿Cómo podría pedirte algo así?
—¡Pero es lo que estoy haciendo! —gritó Malfoy, rabioso—. ¡Es lo que hago cada vez que tú y yo…! —no finalizó la frase, pero ella lo entendió de todas maneras—. ¡Tener algo contigo significaría traicionar todo lo que conozco! ¡Todo lo que soy! ¿Cómo… cómo puedo hacer algo así? ¿Cómo puedo planteármelo siquiera? ¿Cómo puedo… estar planteándomelo?
—Yo no te estoy obligando a nada, no lo digas como si fuese culpa mía. Y yo también tendría que traicionar muchas cosas —protestó Hermione, con entereza—. Para empezar, mi integridad y mi dignidad.
—¿Qué tiene que ver la dignidad en tu caso? —escupió él, desconcertado e irritado. Se llevó el dedo índice al pecho, golpeándose lo de forma intermitente—. Yo perdería mi dignidad y la de toda mi familia si tuviese algo con una sangre sucia…
—Y yo perdería la mía si tuviese algo con alguien que odia a los que son como yo y nos considera más bajos que cualquier insecto —saltó Hermione, resuelta. Él vaciló, pero no replicó nada. Había reconocido sus propias palabras en las de la chica—. Dime, Malfoy, ¿qué opinas de los hijos de muggles? —espetó entonces, iracunda, con palpable ironía.
Draco resopló con fuerza y se apartó un par de pasos, dando una vuelta frustrada sobre sí mismo.
—No me jodas… —protestó, en un gruñido.
—¿Qué opinas de los hijos de muggles? —insistió Hermione, articulando mucho las palabras, casi amenazante.
—¡Que son lo peor! —explotó Draco, volviéndose hacia ella y mirándola con apasionada rabia—. ¡Que deberían abandonar el mundo mágico, que no se les debería permitir hacer magia, ni enseñar nada! ¡Que son una lacra, una peste para el mundo mágico tal y como lo conocemos…!
Hermione apenas parpadeó. Siguió mirándolo con fuego en sus ojos. Sus palabras no la habían impresionado. Era tal y como lo esperaba.
—¿Tú te escuchas? ¿Crees que puedo estar contigo en estas circunstancias? ¿Se supone que no debo darle importancia? —se escandalizó Hermione, sin aliento, mirándolo con incredulidad—. ¿Cómo puedes pensar cosas semejantes y…?
—Oh, maldita sea, ¿y qué debería pensar? —espetó él, alterado, sin mostrarse avergonzado—. Imagínate que te han dicho toda tu puta vida que el fuego quema. Y, de repente, te encuentras una llama que no lo hace. ¿Pensarías entonces que todo ha sido una mentira? ¿Que te han engañado toda tu vida, solo por esa llama? ¿Por una puta excepción que desmiente la regla?
Hermione tragó saliva con dificultad, y fue incapaz de seguir manteniendo los ojos fijos en él. Pasó a contemplar el sucio suelo del invernadero, calibrando sus palabras. Calibrando su razonamiento. Intentando realmente ponerse en su piel. No podía justificar su racismo, de ninguna manera, pero… era lo que siempre le habían enseñado. La única versión que había conocido. La educación que había recibido. Era comprensible que pensase así.
Y, sin embargo, era consciente, y estaba admitiendo, haber encontrado una excepción a todas sus normas. A su forma de ver la vida. Ella.
—Al menos comenzaría a plantearme su veracidad. A pensar por mí mismo —murmuró Hermione, volviendo a alzar la mirada, casi dorada bajo el sol del mediodía que se colaba por las paredes de cristal del invernadero. Draco dejó escapar un débil resoplido, sin fuerzas para sonar mordaz.
—¿Quién ha dicho que no lo esté haciendo? —logró mascullar, sin poder mirarla a los ojos. Casi sentía náuseas. Se sentía mareado. No quería darle demasiadas vueltas en ese momento, porque su mente estaba demasiado saturada de información como para lograr aclararse. Había demasiado en juego. No se sentía capaz de tomar una decisión con la información que tenía. No podía desechar todas sus viejas creencias por una excepción. Por la simple existencia de Hermione Granger.
Solo tenía clara una cosa, y era aquella excepción que desmentía todas sus reglas, y que estaba plantada en pie ante él, buscando su mirada. Aquella excepción existía, y era tan real que dolía.
Ella se sintió incapaz de decir nada. Parpadeó un par de veces y su boca se abrió ligeramente, sorprendida. ¿De verdad Malfoy comenzaba a cuestionarse sus creencias… al menos vagamente? Dada su cerrada y anticuada mentalidad, a Hermione le pareció, en ese momento, un gran progreso sobre el cual poco podía añadir. La razón más importante por la cual ella no se permitía a sí misma estar con él, o sentir siquiera algo por él, era la mentalidad que el joven demostraba. El odio que mostraba hacia ella, y hacia todos los que eran como ella. Sus creencias, su forma de ver la vida, totalmente opuesta a la suya. Además de su arrogante y cruel actitud, entre otras cosas. Siempre lo había visto como un igual, pero un igual que no quería tener cerca. Pero el caso de él era diferente. Desde que la conocía, había considerado que era realmente inferior. Creía firmemente que estaba por debajo de él. Pero ahora, al parecer, empezaba a plantearse que quizá esa jerarquía no estaba tan clara… Y eso cambiaba muchas cosas.
Hermione apenas podía asimilar los sorprendentes derroteros de la conversación. Jamás se imaginó teniendo semejante conversación con Draco Malfoy.
—¿De verdad estás… planteándote…? —comenzó, sin poder contenerse. Pero Malfoy sacudió la cabeza, girándose a un lado para no tener que mirarla. Alzó el dedo índice en su dirección, en una muda advertencia.
—Granger, ni se te ocurra. Ni lo digas. No pienso hablar de esto contigo, así que ni lo intentes —articuló con claridad. Ella cedió por una vez y se mantuvo callada. Comprendiendo que no podía forzarlo más. El chico ya estaba soportando demasiado. No podía ser llevadero que tus creencias más sólidas de pronto pendiesen de un hilo—. Dime solo qué hacemos con todo esto. Qué opciones tenemos —cambió él de tema, en voz más baja. Hermione tragó saliva. Se cruzó de brazos con fuerza, antes de hablar.
—No estoy segura. Pero… está claro que no podemos controlar esto —casi rio para sí misma de forma lúgubre, haciendo alusión a encontrarse ambos allí y al beso que acababan de compartir—. Así que, dado que no podemos reprimir esto que sentimos por mucho que lo intentemos, siendo lógicos, deberíamos intentar… mejorar al menos nuestra relación —musitó, tratando de hablar con sensatez. Él se atrevió entonces a mirarla, pero pareció salvajemente incrédulo—. Hablarnos con respeto, para empezar. Como iguales —exigió con algo más de firmeza, devolviéndole la mirada con vehemencia.
—Para empezar… —repitió el chico con desdén, definitivamente poco convencido—. ¿Y ya está, esa es tu solución? ¿Qué diablos ganamos con eso? ¿Acaso así deja de ser inmoral? ¡Todo esto sigue siendo una aberración! —añadió, incrédulo y alterado—. ¿En qué nos va a ayudar eso?
—¡No lo sé, Malfoy! —exclamó ella, exasperada—. ¿Qué sugieres tú entonces para que deje de ser una aberración? ¡Yo no puedo cambiar mi sangre y tú no quieres renunciar a tus creencias! ¿Tu solución sería que… tuviéramos una aventura? ¿Una relación meramente… física? ¿Una noche de…? ¿Una noche? ¿Eso es lo que quieres? —enmudeció un instante, solo para tomar aire. Demasiado alterada e indignada como para sentir vergüenza ante lo que estaba planteando—. Pues yo no. No estoy dispuesta a hacer algo así. No estoy dispuesta a…. pasar una noche contigo y después volver a nuestras vidas como si nada. No puedo. No quiero.
Él pareció quedarse petrificado. Guardó silencio durante bastantes segundos, tomándose su tiempo para contestar. Parecía cavilar, aparentemente analizando la magnitud de su propuesta. Estaba rígido como una estaca. Y su rostro estaba impertérrito. No se mostraba, en absoluto, ni emocionado ni decepcionado con sus palabras.
—Yo tampoco —murmuró finalmente, casi para sí mismo. Como si acabara de comprenderlo—. Eso no es lo que quiero. Eso no es suficiente. Bueno, no lo sé… —se corrigió con voz más fuerte, al parecer asustado ante sus pensamientos—. No sé… nada. Mierda —articuló sin poder contenerse, incrédulo ante sus propias palabras.
Hermione parpadeó, bajando la mirada. Invadida de un repentino nerviosismo que le cosquilleó por la espalda. Sorprendida al ver que estaban de acuerdo con algo así. ¿De verdad a Malfoy no le bastaba con una aventura? ¿No buscaba únicamente… una relación física con ella? No sabía nada de las posibles relaciones que Malfoy hubiera tenido en el pasado, pero había dado por hecho que una noche de pasión encajaba bastante con la situación. Aliviarían el deseo que los carcomía, y después volverían a sus vidas. Hermione, aunque no estaba dispuesta a algo semejante, sí pensó que sería suficiente para Malfoy. Pero no parecía ser el caso.
—Quizá podríamos… intentarlo —propuso entonces Hermione, armándose de un valor que no sabía que poseía. Ni siquiera estaba segura de lo que estaba diciendo, sus labios parecían tenerlo más claro que ella—. No una aventura —se apresuró a aclarar, elevando la mirada para fijarla en sus ojos, como si quisiese recalcarlo—. No una sola noche, sino… Dejarnos llevar por esto. Permitirnos sentir esto.
Draco la miró, simplemente la miró, durante varios segundos. No parecía comprender del todo a qué se refería.
—¿Qué? —terminó cuestionando, en voz baja. Hermione tragó saliva, pero prosiguió, intentando sonar coherente. Avanzó medio paso hacia él, clavando su decidida mirada en sus ojos.
—¿Sería una locura? ¿Permitirnos sentir esto hasta que logremos aclararnos? No sería exactamente una "relación" —bajó la voz al pronunciar la palabra, elevando ambas manos y componiendo unas comillas con los dedos, intentando quitarle algo de seriedad—. Solo… pasar algo de tiempo juntos. A solas —enfatizó con cautela, dando a entender que nadie sabría nada al respecto—. No podemos seguir como hasta ahora. Y está claro que no podemos renunciar a lo que se ha formado entre nosotros. La única solución que se me ocurre es… tenerlo. Darnos un respiro y permitirnos sentirnos así. Y, cuando veamos que esto no puede funcionar, que todo es un desastre, lo dejamos y volvemos a nuestra relación habitual —añadió con rapidez, ante el largo silencio de él, para rebajar un poco la importancia de la propuesta. Temiendo que fuera a rechazarla.
Pero él no guardaba silencio porque no estuviera de acuerdo. De hecho, le parecía una idea fantástica. Pero tenía otras preocupaciones en mente. Algo en lo que no se había permitido pensar en las últimas semanas. Algo que, definitivamente, estaba por encima de aquello que sentían. Y que había vuelto a su mente en el momento más inoportuno.
El Señor Oscuro.
Se había obligado a apartarlo de su mente, siendo un pensamiento tan aterrador que le cortaba la respiración. Solo se había permitido pensar en la reacción de sus padres, siendo algo terrible, pero definitivamente no mortal. Pero iba a ser un mortífago. Para el resto de su vida. Eso era un hecho. Y estaba hablando de tener una potencial relación, o lo que fuese, con una sangre sucia. Dos cosas que, desde luego, no podían ir juntas.
El terror lo estaba inundando, acelerándole la respiración. Enfriándole el sudor de la espalda. Si alguien se lo contase, si el Señor Oscuro se enterase de alguna manera… Estaba indudablemente muerto.
Pero… nadie tenía por qué enterarse. Si actuaban con prudencia, nadie lo descubriría. No iban a ir proclamándolo por ahí. Evidentemente, en la propuesta de la chica iba implícito que se verían en secreto. A ambos les convenía que fuese así. Se verían a escondidas, con sumo cuidado, y el Señor Oscuro jamás se enteraría de ello. Solo era algo temporal, como ella bien había dicho. Hasta que lograsen aclararse.
—Está claro que es la única solución posible, sí —sentenció Draco en cuanto pudo abandonar sus pensamientos, cargado de seguridad, como si la idea ya se le hubiese ocurrido a él desde un primer momento. Calló un instante, y su altivo rostro se empañó de cautela al añadir, como si no pudiera contenerse—: ¿Estás… segura de esto?
Hermione dejó escapar una melancólica risotada por la nariz, en forma de resoplido.
—¿Quién podría estar seguro de nada en nuestra situación? —señaló, con abierta resignación. Él se pasó la lengua por la superficie de los dientes, reflexivo, mientras comenzaba a tamborilear con los dedos sobre el lateral de su muslo.
—¿De verdad podemos… hacer algo así? —cuestionó, articulando con cuidado las palabras. Ella lo miró, expectante—. ¿Sin que nadie llegue a enterarse? ¿Cómo lo haremos?
—¿Y si alguien se enterase? —farfulló Hermione, ligeramente ofendida, con algo de ironía.
—Pues que estarías tan jodida como yo. ¿O es que acaso quieres contárselo a tus estúpidos amiguitos Gryffindors? —replicó Draco, ásperamente—. Te conviene tan poco como a mí que nadie se entere de esto. Yo tendré que confiar en que tú no lo contarás, y tú tendrás que hacer lo mismo.
Hermione tragó saliva y apartó la mirada. Sintiendo el peso de la vergüenza descender sus hombros. ¿Ocultárselo a Harry y Ron? ¿Era necesario? No podía hacer algo así… ¿Pero cómo iba a poder explicarles una conversación semejante? ¿Pero cómo iba a poder mirarles a la cara mientras hacía algo semejante a sus espaldas? Tenía que pensarlo detenidamente…
Sintió el inesperado deseo de detener aquello. De echar para atrás su propia propuesta. Pero no podía deshacerse de lo que aquel muchacho le provocaba. No podía renunciar a lo que tenía con él. A esos breves pero intensos encuentros clandestinos que habían vivido, a esas miradas, a esos besos, a su simple cercanía… Quería tener algo con él. Lo que fuese. La solución a la cual habían llegado era arriesgada, precaria y complicada. Pero era la única que tenían.
—Esto es… —la joven vaciló, y tuvo que terminar la frase con los ojos cerrados—, difícil.
—¿Se te ocurre alguna idea mejor? —repuso él, impertérrito. Hermione lo miró como si no pudiese creer lo que oía.
—Se me ocurren cientos —masculló, incrédula—. Cualquier idea que no implique traicionar a todos por algo que ni siquiera comprendemos del todo. Por algo que sabemos que no tiene futuro. ¿De verdad vamos a meternos en semejante lío? Vamos a estar continuamente mirando atrás, temiendo en todo momento ser descubiertos. Viviremos una mentira. Y todo por… ¿vernos a escondidas para… besarnos? —añadió con énfasis, casi sin poder creerse semejante idea.
Malfoy, sin que ella se lo esperase, esbozó una sonrisa de lado que pretendía ser socarrona.
—Tampoco suena tan mal.
Hermione parpadeó con rapidez y dejó escapar una risa que pretendía sonar escandalizada, pero en la que apenas pudo disimular que, en realidad, sus palabras le habían hecho gracia. Era capaz de darse cuenta de que él estaba tan nervioso como ella, y que su forma de colocarse una coraza, de evitar mostrarse tal y como se sentía, era mediante afilado humor. Aun así, sus palabras le provocaron un repentino nudo nervioso en el estómago. Un nudo en absoluto desagradable.
Verse a escondidas para besarse… El hecho de que a Malfoy semejante idea le pareciese, como mínimo, interesante, provocó que su vientre sufriese una sacudida. A ella tampoco le parecía tan mala idea, visto de esa forma.
Trató de recomponerse, de no dejarse llevar por semejantes pensamientos puramente emocionales, y hablar con severidad y cordura.
—Es imposible que te tomes en serio algo de lo que digo. No podemos mantener ni una conversación coherente sin acabar queriendo sacarnos los ojos con la varita —protestó ella, resignada. Se frotó las sienes con las yemas de los dedos, mentalmente exhausta—. No sé qué pretendemos con esto. Todo esto es tan… poco sensato.
—Estoy de acuerdo —admitió él, arqueando ambas cejas, contemplando con impasividad el visible agotamiento de la chica—. Esto… sea lo que sea, no va a durar ni una semana. Podemos incluso apostar, si quieres.
Hermione tuvo que contenerse para no echarse a reír ante lo absurdo de semejante propuesta. Maldito fuera. ¿Cómo conseguía que le hiciesen gracia sus ocurrencias fuera de lugar?
—Ni siquiera somos capaces de ponerle nombre a lo que hay entre nosotros —protestó Hermione en cambio, esbozando una apática y resignada sonrisa. Se abrazó a sí misma, necesitando algo de confort—. Estamos locos.
Malfoy pareció vacilar ante esas palabras, meditando sobre ellas durante varios segundos. La sonrisa petulante abandonando su rostro. Terminó buscando sus ojos con una inusual seriedad y sinceridad en su mirada plateada.
—¿Acaso es indispensable ponerle nombre?
Hermione accedió a mirarlo a los ojos. Y se sorprendió de lo fácil que le pareció en ese momento sostenerle la mirada. Lo tranquila que se sentía al respecto, sin sentir deseos de apartarla a toda velocidad, incómoda o avergonzada. Comenzaba a sentirse relajada mirándolo. Realmente hacía años que lo conocía, y sin embargo era la primera vez en su vida que sentía que Draco Malfoy le estaba hablando como a una igual. La primera vez que la estaba mirando como a una igual. Sin abierto desprecio. Sin más superioridad que la que su rostro mostraba por costumbre a todo el mundo.
—Supongo que no —sentenció finalmente ella, encogiéndose de hombros con lentitud—. Pero —protestó de nuevo, en voz baja— necesito entender mejor… esto. Necesito saber qué esperas de esto. Qué quieres de mí.
Draco se tomó el tiempo de un frustrado y discreto suspiro antes de contestar. Tras vacilar, avanzó los pasos necesarios hasta situarse delante de ella. Mientras se permitía recorrer su rostro con la mirada, con aspecto de no saber muy bien si tenía permitido hacerlo. Hermione lo imitó, recorriendo sus facciones con sus nerviosos ojos. Permitiéndose apreciar su atractivo. Permitiéndose sentirse atraída por el muchacho que tenía delante.
—No estoy seguro —confesó entonces él, alargando las sílabas como de costumbre, logrando que incluso sus dudas sonasen como algo que tenía controlado. Sin embargo, pareció necesitar apartar la mirada—. Una relación no… no puedo. Tampoco quiero una noche. Quiero… esto —volvió a mirarla a los ojos y movió su pálida mano en un gesto que los incluía a ambos. Haciendo alusión a lo que estaban viviendo. Frunció el ceño, casi incrédulo de sus propias palabras—. ¿Tiene algún sentido? —cuestionó, al parecer sin esperanza de que así fuera. Pero Hermione asintió con la cabeza muy lentamente. Sin apartar la vista de sus ojos.
—Sí —corroboró, tanto para sí misma como para él—. Creo que sí. Y quiero lo mismo.
No dijeron nada más. Malfoy inspiró y expiró pausadamente, como si por fin se hubiese quitado un peso de encima. Tras intercambiar una fugaz mirada con ella, quizá queriendo asegurarse de que no lo golpearía o maldeciría, se aproximó un poco más a la joven. Hasta casi pegar sus cuerpos. Ella dejó de abrazarse a sí misma, para que sus brazos no impidiesen la cercanía. Draco apoyó su frente en la suya, casi tanteando el contacto físico con ella. Hermione no pudo contener un suspiro ante la proximidad. Ante la sensación del rostro del chico pegado al suyo. Draco ladeó ligeramente el suyo y buscó sus labios con cautela. Apenas un suave y tentativo roce. Como si fuese la primera vez que se besaban. Al sentir sus labios sobre los suyos, la chica intentó devolverle el beso con timidez, sobrecogida, apenas moviendo sus labios. Con la misma lentitud que él. Curiosamente, aquel casto beso, tan apacible, tan sutil, fue el que más aceleró su corazón de todos los que habían intercambiado. Fue un beso tranquilo, pacífico. Incluso graciosamente torpe en algunos momentos. Un beso suave, conociéndose el uno al otro, familiarizándose con la boca del otro. Por una vez, no fue un beso duro y fogoso, rápido y apremiante. Lo cual constituyó un cambio, pero no por ello fue menos agradable. Al contrario, Hermione disfrutó la sensación de perderse lentamente en su boca, sin remordimientos, sin miedo a un rechazo inminente tan pronto se separasen, sin la idea de apartarlo de su lado.
En el fondo, y no tan fondo, se sentía aterrorizada por lo que iban a hacer. Pero una extraña emoción, parecida a la adrenalina, al pavor, o a la excitación, se había apoderado de ella ante la situación. Y el sentido común la había abandonado. Estar en aquel invernadero de paredes de cristal transparente, compartiendo besos clandestinos con Draco Malfoy, a riesgo de que cualquiera pasase por allí y los viese, era la situación más alarmante, prohibida y apasionante que había experimentado jamás. Una sensación adictiva y embriagadora como una droga.
Cuando sus labios perdieron el contacto, Hermione tardó unos segundos más que él en abrir los ojos, como si quisiese preservar el momento manteniéndolos cerrados. Cuando enfrentó su mirada, y se encontró con aquellos profundos ojos grises contemplándola desde semejante cercanía, apenas pudo contener otro suspiro. Intentó no separarse por completo de su piel. Le gustaba estar tan cerca de su rostro, sentir su flequillo enredado con el suyo. Su ardiente respiración abandonar su nariz y chocar con su piel.
Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Aquello estaba sucediendo. Estaba sucediendo de verdad. No era ningún sueño…
—Esto no puede salir bien —susurró Hermione, con una débil sonrisa. Volvió a cerrar los ojos, y no pudo evitar mover su rostro unos milímetros, para rozarlo contra el de él. Para acariciarse piel con piel. Draco no se movió. Pero tampoco se alejó.
—Creía que los Gryffindors erais valientes —replicó él, en voz igualmente baja. La joven notó bajo la piel de su rostro que el de él se contraía en una mueca de sarcasmo—. Dedicáis el noventa por ciento de vuestra existencia a presumir de ello.
—Somos valientes, no insensatos —replicó Hermione, sin abrir los ojos. Ambos estaban hablando en susurros, discutiendo en susurros, a pesar de encontrarse solos en ese lugar. Pero la cercanía se sentía demasiado bien como para renunciar a ella. Estaba demasiado perdida en la intimidad del momento.
—"Valiente" e "insensato" son sinónimos, créeme.
—Y también lo son "Malfoy" y "presuntuoso".
El chico esbozó una media sonrisa definitivamente presuntuosa. Sus manos se adelantaron y alcanzaron los antebrazos de la chica, para rodearlos y acariciarlos con los pulgares.
—Eres una pedante, Granger —susurró contra su boca.
Y de nuevo volvió a besarla, con más fuerza, acorralándola contra la mesa del invernadero.
Que alguien vaya a buscar al pobre Neville, por Merlín LOL
¡HABEMUS RELACIÓN! *inserte meme con una sala llena de gente aplaudiendo y vitoreando* 😍 ja, ja, ja bueno, relación, o lo que sea, no se han atrevido a ponerle nombre oficial… Pero, en fin, todos sabemos lo que hay 😜
¿Qué os ha parecido? 😍 No sé qué opináis, pero yo creo que Hermione le ha echado un par de quaffles (xD) al decirle sus sentimientos. Gryffindor total. Y más sabiendo que él no la correspondería, o eso se pensaba. Es una reina.
Ha sido un capítulo importante y emocionante para nuestros protagonistas, que han terminado llegando a la única solución que han considerado aceptable, para sentirse bien consigo mismos. ¿Qué os parece la decisión que han tomado? Ya veremos cómo se desarrollan las cosas a partir de ahora... 😉
Ojalá la espera hasta este momento haya valido la pena y hayáis disfrutado el capítulo 😍 Estaré encantada de leer vuestros comentarios, ¡contadme qué os ha parecido!
Muchísimas gracias por leer, nos vemos en el siguiente 😊
¡Un abrazo muy fuerte! ¡Cuidaos mucho! 😊
