¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? Espero que muy bien 😊. Traigo un nuevo capítulo recién salido del horno, espero que lo disfrutéis mucho ja, ja, ja después, como siempre, lo comentamos 😊

Tengo que daros las gracias de rodillas por tantos comentarios positivos en el capítulo anterior ¡MUCHÍSIMAS GRACIAS! 😍😍 De verdad, no sé qué decir. Me hace muchísima ilusión que me digáis que os parece que los personajes son fieles al canon, y que os parece realista la forma en que se empiezan a enamorar… Es justo mi intención con esta historia, en lo que más me esfuezo, y que os llegue de esa forma me hace muy, muy feliz 🙈. No siempre lo conseguiré, pero es lo que intento ja, ja, ja 😂 Así que, de verdad, gracias a todos 😍

Y sin más preámbulos, vamos con el capítulo. Veamos qué sucede horas después de que nuestros protagonistas hayan decidido lanzarse a una relación clandestina…


CAPÍTULO 26

Desvelo

—Vale, coleta hecha, ¿y ahora qué? —cuestionó Lavender, en pie frente al espejo de cuerpo entero que había junto a la puerta de su dormitorio. Hermione alzó la mirada del libro que tenía sobre las piernas, estando ya sentada en su cama con el pijama puesto. Contempló a su compañera de habitación por el hueco que había entre sus cortinas abiertas. No quería perderse eso.

—Divídela en dos y pasa el mechón derecho hacia la izquierda, por dentro del mechón izquierdo dividido en dos —informó Parvati, sentada con las piernas cruzadas sobre la cama de su amiga, con la revista Corazón de Bruja abierta ante ella. Tenía un dedo colocado en medio del texto que contenía la explicación sobre cómo hacer el peinado que las brujas famosas lucían esa temporada. A su lado, se encontraba también un ejemplar de El Profeta.

—Eh… Vale —aceptó Lavender, algo confusa. Agitó su varita y su largo cabello de color castaño claro se dividió en dos partes. La parte derecha se movió por arte de magia, entrando por dentro del mechón izquierdo—. ¿Así?

—Eso es. Ahora ata ambas partes en la parte superior y haz una trenza con los mechones que queden abajo —informó Parvati con poca convicción. Elevó los ojos de la revista y miró a su amiga con cara de disculpa. Ésta se giró para contemplarla con abierto desconcierto. Hermione ahogó una risotada.

—¿Que qué? Déjame ver —Lavender, con el cabello recogido de mala manera, se acercó a ella y observó las imágenes con las cuales la revista complementaba la explicación—. Ah, vale, espera...

Agitó su varita de nuevo, y su cabello quedó recogido en una especie de moño en la parte superior, y en la inferior se entrelazó en una larga trenza.

—¡Anda, muy bien! Vale, ahora tienes que envolver la trenza en el moño y pasarla por dentro —informó Parvati, más alegremente. Su amiga se miró en el espejo, dudosa. No parecía muy contenta con el resultado.

—¿Y cómo hago eso? No es suficientemente largo. A ver, espera… —agitó su varita y la trenza rodeó el moño, pero no alcanzaba para entrar por dentro de ningún mechón, enredándose en el proceso. Hermione y Parvati la contemplaron trabajar con las bocas entreabiertas, empatizando con su frustración—. ¡Esto es absurdo! —estalló Lavender finalmente—. Déjalo, no sirve. No me gusta. ¿Quieres intentarlo tú?

—Oh, por Merlín, no —se burló su amiga, mirando a Hermione con complicidad. Ésta rio de nuevo entre dientes—. A ti posiblemente te quedaría bien, Hermione. Tienes mucho pelo. Quedaría un moño muy grueso.

—Nunca lo sabremos, no pienso intentarlo —aseguró la chica, con una sonrisa divertida, devolviendo la mirada al libro que tenía delante. Parvati rio para sí misma, y se giró para retomar su lectura del periódico El Profeta, mientras Lavender cogía un cepillo e intentaba desenredar el intento de peinado que se había hecho. Parvati, tras contemplar la página que tenía abierta durante unos segundos, dejó escapar un audible suspiro. Un suspiro de derrota. Alejado del momento jovial que acababan de vivir. Hermione la miró ante semejante sonido, y su compañera le devolvió una mirada vidriosa, al sentirse observada.

—Chicas…, sobre el cadáver que han encontrado, ¿creéis que será el de la pobre chica de Beauxbatons? —cuestionó, con vacilación. Se dirigió a ambas, aunque miró a Hermione, estando Lavender de espaldas. Hermione frunció los labios y se miró las rodillas, abstraída. Lavender dejó de peinarse y se mantuvo quieta varios segundos, mirándose a sí misma en el espejo, también incapaz de hablar. El ambiente en la habitación se tornó bastante solemne.

En el periódico El Profeta de esa mañana había aparecido la noticia de que unos muggles habían hallado el cadáver de una mujer enterrado en un bosque en Heaven's Gate. A no demasiados kilómetros de la zona en la que la joven de Beauxbatons desapareció. El cadáver parecía corresponder a una bruja. El periódico decía que no había sido identificada todavía, y no hizo mención alguna a la joven francesa desaparecida, siguiendo con su silenciosa política de no volver a hablar del tema por temor a las represalias. El Quisquilloso, en cambio, sí lo mencionó como algo posible en su propia versión de la noticia, poniendo voz a lo que los lectores pensaban.

Hermione rompió con cautela el pesado silencio de la habitación.

—Es posible. Aún no lo han confirmado, creo que ponía que está en bastante mal estado —miró a Parvati, queriendo que lo corroborase al tener el periódico delante. Ésta asintió muy lentamente—. Eso coincidiría, ya que desapareció hace tiempo. Realmente podría ser de cualquiera, aunque… no ha habido más desapariciones últimamente. Al menos que se sepa.

Volvieron a quedarse en silencio. Lavender se giró sobre sí misma y se cruzó de brazos, mirando a sus compañeras de habitación. Su rostro lucía tenso. Casi defensivo. Su cabello estaba hecho un desastre.

—Si yo fuera familia de esa chica, la verdad es que creo que preferiría que fuese ella…

—¿Por qué dices eso? —cuestionó Hermione, frunciendo el ceño levemente.

—Porque por lo menos sabría dónde está mi hija, o mi hermana, o lo que fuese. Y ya sabría que por lo menos descansa en paz —opinó, con inesperada delicadeza. Se acercó a la cama de Parvati y se sentó a su lado—. Si no es ella… quiere decir que todavía la tiene. Quien-Vosotras-Sabéis.

—¿Crees de verdad que Él la tiene? —preguntó Parvati, con voz ronca. Lavender asintió con la cabeza con renovada seguridad.

—Por supuesto. Y a saber qué le está haciendo. No sé si podría soportar pensar que alguien que quiero está en las garras de ese ser… Lo siento mucho por su familia.

Parvati había palidecido ligeramente y contemplaba a su amiga casi con miedo en sus ojos.

—Eso es cierto —logró decir, para después mirarse las manos—. Visto así…

Hermione no fue capaz de contestar, no estando segura de cómo se sentía al respecto. Tras unos segundos de silencio, Lavender, con un sonoro suspiro, como si se armase de fuerzas, le entregó el cepillo a Parvati.

—¿Me ayudas? Ahora no puedo soltarlo —pidió, refiriéndose al peinado, e intentando forzar un tono más normal. Queriendo alejar de ellas un tema tan delicado. Parvati logró esbozar una sonrisa y se puso manos a la obra, colocándose tras su amiga con las piernas cruzadas. Enredó sus dedos en su castaño cabello, primero intentando desenredar los diferentes mechones con las manos.

—¿Sabéis de lo que me he enterado? Al parecer Roger Davies está saliendo con Tracey Davis, la Slytherin —comentó Parvati, sin abandonar su tarea, haciendo un intento también por desviar la conversación. Las otras dos chicas fueron perfectamente conscientes, por su tono, que incluso a ella aquella noticia le parecía absurda comparado con el tema del que habían hablado. Pero no comentaron nada, y correspondieron su esfuerzo por hablar de algo más ameno.

—¿Qué me dices? —se asombró Lavender, forzándose a lucir animada—. Pero si esa andaba liada con Zabini.

—Eso creía yo también. Una de dos, o lo han dejado, o ahora tiene dos ligues —replicó Parvati, cogiendo el cepillo y desenredando un mechón que había conseguido soltar.

—Se veía venir. Por cierto, ¿has visto su nuevo corte de pelo? Merlín, es horrendo. Seguro que Zabini la dejó por eso.

Ambas dejaron escapar unas carcajadas. Hermione sonrió sin muchas ganas y bajó la mirada de nuevo a su libro, indicando que no tenía mucho que aportar a la conversación. Sus compañeras de habitación eran muy cotillas sobre todo cuanto sucedía en el castillo, y ella no lo era en absoluto. Con el paso de los años había desarrollado una habilidad especial para no escucharlas y concentrarse en su lectura.

Aunque lo cierto era que esa noche ni siquiera podía concentrarse en eso.

Estaba en las nubes. No le apetecía leer. No quería que la lectura la distrajese de sus propios pensamientos. O quizá sí. No estaba segura. No estaba segura de nada. Pero no podía dejar de pensar. Se recostó mejor contra el cabecero de su cama, dejando la espalda apoyada en la almohada. Mordió su labio, mirando al vacío, agradecida de que sus compañeras estuviesen ocupadas y no le prestasen atención. Se sentía muy extraña. Saturada de emociones. Se sentía ansiosa, inquieta, alucinada, contenta, asustada e incrédula. Todo a la vez. De hecho, a pesar de haberse puesto el pijama y metido en la cama, no estaba nada segura de lograr conciliar el sueño.

Apenas unas horas atrás había estado en uno de los invernaderos, con la única compañía de Draco Malfoy. Besándose. Besándose. Y ambos, tras una compleja conversación, habían decidido comenzar… algo. No habían sabido cómo llamarlo, o quizá no se atrevían a hacerlo por su nombre. A pesar de recordarlo todo de forma tan vívida, seguía sintiéndolo como algo irreal.

¿Era posible que tuviese… novio?

Dios, no. La sola idea le provocó ganas de reír. Pensar que había comenzado una relación con Draco Malfoy rozaba lo ridículo. Pero no podía evitar llegar a esa conclusión una y otra vez. Se obligó a comprender que, técnicamente, no era así. No habían decidido ser pareja. No podían serlo, él lo había dejado muy claro. Y ella lo apoyaba en cada sílaba. Simplemente habían decidido… dejarse llevar. Permitirse sentir esa atracción que, contra todo pronóstico y contra todo sentido común, sentían el uno por el otro. No martirizarse a sí mismos recordándose una y otra vez que lo que hacían no les estaba permitido. Iban a comenzar a encontrarse a solas. A pasar tiempo juntos. Porque realmente deseaban pasar tiempo juntos. Iban a… conocerse mejor. A conocerse de verdad. Y a intercambiar todos los besos que quisieran…

Hermione se dio cuenta en ese punto de que le ardían las mejillas. Fingió pasar una página del libro, para que sus compañeras pensasen que seguía leyendo y no la molestaran, pero su vista estaba desenfocada. Todavía perdida en sus pensamientos.

Tenía miedo. Claro que lo tenía. Draco Malfoy no era una buena persona. Era lo único que tenía claro de todo aquello. Al menos nunca se lo había demostrado. Era frío, desdeñoso, arrogante y obtenía placer humillando a todo aquel que considerara inferior. Todo lo opuesto a ella. Pero, al mismo tiempo… había presenciado otra faceta de él. Una faceta más humana, que nunca había visto antes. Había visto sus ojos empañarse de vergüenza al revelarle, sin palabras, que sentía lo mismo que ella. Lo había visto desesperarse, frustrado como un niño pequeño, admitiendo no encontrar por sí mismo la forma de contener lo que sentía por ella. Había acudido a ella, pisoteando así su orgullo, buscando encontrar una solución que agradase a ambos. La había hecho partícipe de todo eso. Había querido conocer su opinión. Le había preguntado si estaba segura de comenzar todo aquello. Le había pedido permiso con la mirada antes de besarla, una vez que establecieron que tendrían una relación, a pesar de saber que ella lo deseaba tanto como él...

Quizá Malfoy era mucho más de lo que mostraba al mundo. De esa fachada de petulancia y desdén con la que trataba a todo el que lo rodeaba.

Pero, a pesar de todos esos contrapuntos, el Malfoy que siempre había conocido ganaba por goleada. Habían sido demasiados años de humillaciones y desprecios. De ninguna forma podía ignorar cómo seguía siendo su actitud habitual. Y no estaba segura de cuántos escrúpulos poseía. No estaba en absoluto segura de poder fiarse de él. Quizá en ese mismo momento estaba en la Sala Común de Slytherin, contándoles a sus amigos entre risas que había engañado y robado el corazón a la sangre sucia Hermione Granger. ¿Malfoy era capaz de hacerle eso? Pues claro, le dijo una vocecita mordaz en su cabeza. Era perfectamente factible que algo así ocurriese. Ese era, exactamente, el Malfoy que conocía.

Meneó la cabeza, incrédula. ¿Cómo podía sentirse atraída por él, y a la vez creerlo capaz de hacer algo tan bajo?

Cerró los ojos, olvidándose de fingir que estaba leyendo. Se llevó una mano al puente de la nariz, para pellizcárselo con agotamiento. Y entonces lo notó. Aspiró por la nariz con más firmeza. Parpadeando, se acercó más la palma de la mano a la nariz. Casi dejó escapar un jadeo entrecortado. Olía a él. Recordó entonces que ella también había colocado las manos sobre su cuerpo, durante los besos que siguieron a la conversación del invernadero. Le había acariciado los brazos, por encima de su túnica de uniforme. Le había acariciado las mejillas, los lados de su garganta. Y su piel se había impregnado de su olor.

En un instante, sus pulsaciones se aceleraron. Como si esa fuese la pista que todos necesitaban para descubrirlo todo. Como si Parvati y Lavender fuesen capaces de oler el tenue aroma de sus manos desde el otro lado de la habitación, y además asociarlo con Draco Malfoy. Comprendiendo que era ridículo, se obligó a relajarse. Se dijo que ahora tenía permitido sentirse así. Que no tenía por qué sentirse excesivamente culpable. De modo que mantuvo la mano cerca de su nariz, y se permitió inhalar su aroma. Olía… muy bien. Definitivamente era su olor. Era el mismo aroma que había percibido en Honeydukes, cuando él se le acercó por la espalda para ordenarle que se viesen más tarde en Cabeza de Puerco. Horas antes de besarla bajo la nieve…

El rostro del chico pegado al suyo, frente con frente, se materializó en el fondo de su mente. La sensación de su piel contra la suya. De su respiración abandonando su nariz. Sus delgados pero firmes dedos rodeando sus brazos, recorriendo las mangas de su túnica…

Tras un firme suspiro, más decidido, sacudió la cabeza para sí misma. No. Malfoy no iba a traicionarla. No estaba en su Sala Común contándole aquello a todo el mundo. No la estaba engañando. Malfoy y ella estaban en el mismo barco. Ni siquiera él podía ser tan buen actor. Su desesperación no podía haber sido fingida. Sus besos no podían ser mentira. Sus besos…

Hermione sintió que se sonrojaba, y una incómoda vergüenza se apoderó de ella. Confusa por estar perdiendo el dominio de sí misma de esa manera. Pero no podía evitarlo. Era... la primera vez. La primera persona que besaba. Que la besaba. Y había sido una experiencia fascinante. Era su primer acercamiento a un acto semejante, de modo que, siendo lógica, no podía asegurar si había estado... bien. Si Malfoy era diestro en el arte de besar o no. ¿Se podía hacer mal? Suponía que sí. Pero no había sido el caso. En absoluto. Le... había encantado. Mucho. Demasiado. Las veces anteriores en las que Malfoy le había impuesto un beso, ella estaba tan desconcertada, tan enfurecida, o tan preocupada que ni siquiera se permitió disfrutarlo… Pero, unas horas atrás, en el invernadero, se habían besado con total libertad, con complicidad, con una sensación de intimidad que le ponía la piel de gallina cada vez que lo recordaba.

Y quería volver a hacerlo. Ya.

Por alguna razón, intentó rememorar el sabor de los labios de Malfoy y, sin darse cuenta, estaba pasándose la punta de la lengua por los suyos propios, y mordiéndolos, como si todavía estuviese grabado ahí. No lo estaba, pero, si se concentraba, podía sentirlo. Se mordió el labio inferior con más fuerza. Dudaba mucho que ella hubiera sido la primera persona que Malfoy besaba. Desde luego, se había mostrado más confiado que ella sobre lo que estaba haciendo. Había tomado la iniciativa en todos los besos. Se preguntó de forma casi distraída si al chico también le habría gustado su forma de besar...

Al caer en la cuenta de lo que estaba haciendo, detuvo su secuencia de pensamientos de inmediato, ofendida. Cerró los ojos y resopló discretamente. Indignada consigo misma. ¿Pero a qué venía eso? ¿En qué tonterías estaba pensando? ¿Eso era lo importante? ¿No tenía cosas más importantes en las que pensar?

Evidentemente le gustaba su forma de besar. Si no, no la hubiera besado más de una vez. Era lógico.

—Hermione, ¿tú tienes calor?

La chica salió de sus pensamientos a trompicones, con un respingo. Enfocó su mirada en Parvati, que se había levantado de su cama y estaba junto a la suya. Sintió su corazón acelerarse.

—¿Qué? —replicó la joven, aturdida. Todavía sentía algo de calor en sus mejillas, y temió que el sonrojo que intuía que las decoraba delatase que guardaba un jugoso cotilleo para sus compañeras.

—Tengo calor, y quiero abrir la ventana, ¿te importa? —preguntó Parvati, mirándola con el rostro ladeado.

—Ah, como quieras —correspondió Hermione, logrando esbozar una sonrisa—. Estoy bien, pero abre si quieres…

—¿No tienes calor con ese pijama? —quiso saber Lavender también, aún sentada en la cama de su amiga. Su intento de peinado estaba todavía a medio deshacer, y los mechones que había soltado lucían encrespados—. Yo estoy asfixiada con esto —masculló, tirando del escote de su pijama sin mangas—. Hoy ha hecho un día buenísimo… Creo que mañana ya vuelve a nublarse.

Hermione forzó una sonrisa y se encogió de hombros. Miró de reojo su largo pijama de color granate. No le sobraba, y además era su pijama favorito. El calor que sentía en ese momento no tenía nada que ver con la temperatura de la habitación.

—Pues tampoco me importaría —comentó Parvati, mientras abría la ventana más cercana a su cama—. Todavía no me apetece sacar la túnica de verano…

—Uy, pues yo estoy deseándolo. Estoy harta de llevar capa —se quejó Lavender, mientras su amiga volvía a sentarse tras ella—. Bueno, lo que te decía, que resulta que si mezclas Poción Crecepelo con un poco de esencia de…

Hermione regresó a sus cavilaciones, dejando de prestarles atención, sintiéndose todavía algo sobresaltada por la interrupción. Aunque aliviada de que nadie se imaginase siquiera lo que estaba pasando por su mente. Era suyo. Solo suyo. Volvió a percibir la sensación de los labios del chico deslizándose sobre su boca, y una sonrisa amenazó con reflejarse en su rostro. Se preguntó cómo algo tan poco racional como lo era un beso la había alterado a tantos niveles.

Había escuchado testimonios de chicas que habían besado a alguien, concretamente Parvati, Lavender y Ginny. E incluso había leído sobre ello. Pero nada podía haberla preparado para la realidad. Era una sensación indescriptible. Que había apagado todo lo demás, incluyendo su cordura. Que le ralentizaba la mente, a su pesar. Y no estaba acostumbrada a una sensación semejante. La hacía sentirse vulnerable. Pero, al mismo tiempo, se había perdido por completo en el momento, en lo que estaba sucediendo entre ellos. Sin miedo. Olvidándose del mundo que la rodeaba. Se había sentido… deseada. Nunca había reflexionado en profundidad sobre cómo sería sentirse deseada. Sentir que le atraía a alguien de esa manera…

Sentirse deseada por Draco Malfoy.

Tuvo que respirar hondo, sintiendo que se quedaba sin aire. Notó entonces que Crookshanks se subía a su cama y acercaba a ella, para poder tumbarse a su lado hecho un ovillo, dispuesto a dormir. Ella alargó la mano y acarició la peluda cabeza de su gato, por inercia. Sintiendo una nueva preocupación invadirla. El hecho de hablar con Malfoy y ser sinceros, en la práctica, solo había traído otros problemas diferentes.

¿Y ahora qué? ¿Qué pretendían hacer ahora? ¿A dónde pretendían llegar con esa solución tan inestable e incierta? No tenían futuro. Ambos lo sabían. Y aun así lo habían hecho.

¿Y si alguien los descubriese…?

Sintió el desaliento apoderarse de ella. ¿De verdad valía la pena el esfuerzo que iban a tener que hacer? Habían comenzado una especie de relación. Esa era la realidad que no se atrevían a admitir, que querían manipular con otros nombres y con tontas excusas. Pero, ¿de verdad una relación era así? Únicamente sentían atracción el uno por el otro. Una atracción inesperada, puramente emocional, privada de lógica y que, objetivamente, no llevaba a ninguna parte. Para ella, ser una pareja era mucho más que simple atracción. Significaba confiar en la otra persona. Sentirse segura a su lado. Poder hablar de cualquier cosa, no tener miedo de sentirse juzgada en absoluto. Poder pasar tiempo juntos, quizá tener aficiones en común.

Pero Malfoy y ella no tenían nada en común. Ni aficiones, ni ideas. Nada. Ni siquiera sus encuentros serían tranquilos. Se verían a escondidas, quizá en lugares recónditos del castillo, continuamente preocupados de no ser vistos. ¿Y, cuando se encontrasen, qué harían exactamente? ¿Besarse? No le molestaba la idea, pero definitivamente no era suficiente. Hermione no quería una relación así; ni siquiera aunque no fuese una relación de verdad, propiamente dicha. Ella necesitaba algo más que unos besos, por muy agradables que fueran.

Abrumada de tanta preocupación, dejó caer sus párpados, conteniendo el impulso de cubrirse el rostro con las manos. ¿Cómo podía estar segura de que Malfoy le gustaba y, al mismo tiempo, tener tantísimas dudas? ¿Cómo había podido meterse en semejante lío? ¿Cómo podía haber llegado a la conclusión de que Malfoy le gustaba? ¿Qué diantres había visto en él para sentirse así? Orgullosa, se dijo que no había nada que le gustase de una persona tan narcisista e insoportable como lo era Malfoy. Se concentró entonces en su aspecto físico. Intentó rememorar su rostro, dibujándolo en su mente, y, para su propio asombro, no le costó recordar cada una de sus facciones. Tampoco era sorprendente; después de todo, lo conocía desde hacía muchos años. Se concentró en visualizar sus ojos, de ese color tan inusual. Le… encantaban, para qué mentirse. Los encontraba preciosos. Altivos y desdeñosos la mayor parte del tiempo, pero preciosos. Casi felinos. Rememoró el resto de su rostro, su rubio cabello, su altura, su constitución, y se vio obligada a admitir que en absoluto lo consideraba un chico poco atractivo. Al contrario.

Complementando su razonable atractivo, sus gestos lucían un aire elegante y cargado de superioridad, de excesiva seguridad en sí mismo, que lograba que aceptaras mirarlo con interés… Al menos hasta que abría la boca, decía alguna estupidez maliciosa, y estropeaba el efecto.

Suponía que también era cierto que… le gustaba hablar con él. Y eso era nuevo. Algo que había descubierto en los últimos meses. Casi podría decir que semanas. Le gustaba cuando compartían ideas, aunque fuesen totalmente opuestas, o incluso cuando discutían. Aunque la sacase de sus casillas. Reconocía que la ponía al límite, que la obligaba a utilizar todo su potencial argumentativo. Recordó con nostalgia la discusión sobre duendes que ambos mantuvieron en una de las comidas, durante las fiestas navideñas… Malfoy era inteligente. Era culto. Y eso definitivamente era un punto a favor.

Reflexionó sobre cómo había cambiado la forma en la que se sentía a su lado. Cada vez se sentía más cómoda. Más relajada en su compañía. Se estaba acostumbrando a hablar y a tratar con él. Podía hablar con él de forma más abierta, sin miedo a lo que pudiese pensar. En el invernadero, a pesar del estrés y la incomodidad de la conversación que estaban manteniendo, en términos generales se había sentido cómoda a su lado. Mientras discutían buscando juntos una solución. Y, cuando se besaron… se había sentido segura ante él. Junto a él. Y, a la vez, emocionada. Le emocionaba estar cerca de él. Que la mirase. Que le sonriese. Porque sí, contra todo pronóstico, aunque todas las sonrisas del joven Slytherin fuesen mordaces o burlonas… incluso esas habían comenzado a gustarle. Porque había dejado de ver odio en ellas. Había dejado de ver desprecio hacia ella.

Esta vez sí se cubrió el rostro con una mano y respiró hondo, preguntándose de nuevo de dónde sacaba esos pensamientos. Al parecer su mente estaba consiguiendo encontrar algo aceptable en ese muro de socarronería y egocentrismo que el rubio lucía con todo el mundo.

Al mirar de reojo a Crookshanks, sin saber por qué, sus pensamientos se desviaron a Harry y Ron. Otro asunto sin resolver. Apenas había sido capaz de mirarlos a la cara al encontrarse con ellos en la comida, tras estar con Draco en el invernadero. Por suerte, Neville también comió con ellos, después de que la chica lo rescatase del invernadero cuatro y ambos volviesen juntos al Gran Comedor. De modo que Hermione pudo disimular y no participar en exceso en la conversación que los tres chicos mantuvieron.

Casi se había sentido flotar hasta el Gran Comedor después de lo sucedido en el invernadero. Su corazón estuvo durante toda la comida aleteando como un pajarillo contra sus costillas. Y se había avergonzado de sí misma por sentirse tan emocionada por algo que no había contado a sus amigos. Algo que les estaba ocultando deliberadamente. Se obligó a relajarse, comprendiendo que, incluso si pretendiese contarles lo sucedido, el Gran Comedor no sería el lugar indicado para ello. De modo que intentó comportarse con normalidad, como si nada hubiera ocurrido.

Pero después habían pasado la tarde juntos, en las clases, y también cenando, y estudiando junto a la chimenea. Y tampoco les había contado nada.

No sabía qué hacer. Verdaderamente no sabía qué hacer. Ardía en deseos de contárselo, dado que no le gustaba tener secretos con ellos. Su tercer año fue particularmente duro teniendo que ocultarles la presencia del giratiempo que McGonagall le entregó para que pudiese cursar más asignaturas de las humanamente posibles. Y no quería tener que volver a vivir un año así. Realmente no quería contárselo porque sintiese que necesitaba su aprobación, o algo similar; en absoluto. Su amistad no funcionaba así. Pensaran lo que pensasen sus amigos, no cambiaría nada de la relación que mantenía con el joven Malfoy. Pero les quería. Y confiaba en ellos. Y quería contárselo, se merecían saberlo. Pero, al mismo tiempo... sabía perfectamente cuál sería su reacción. Odiaban a Malfoy. Si se lo contaba, lo único que lograría sería complicar más la ya de por sí complicada relación que Draco y ella mantenían. Estaba segura de que lo enfrentarían sin remedio, acabando todo quizá en una importante pelea. Desde luego, como mínimo, querrían discutir con Draco, advertirle, amenazarlo, o espiarlo para ver si tenía malas intenciones con ella. Le explicarían a Hermione de mil formas distintas por qué era una mala idea que estuviesen juntos, con argumentos que la chica sabía que no podría rebatir.

De todas formas, ¿era necesario contárselo? Solo era algo temporal. Tanto Malfoy como ella lo sabían. Solo iban a encontrarse de vez en cuando, durante una temporada. No habían puesto fecha de caducidad para esa "no-relación", pero sabían que no duraría mucho. Como mucho, muchísimo, hasta que finalizase el curso. O antes, si recuperaban la cordura que se les había extraviado. No tenía una relevancia real; no alteraría su vida, ni su amistad con Harry y Ron. No era como si Draco y ella fuesen una pareja real. Como si todo el mundo lo supiera menos Harry y Ron.

Además, había prometido a Draco que ninguno de los dos contaría nada a nadie.

Hermione tragó saliva. Dudaba que sucediese, pero, aun así… ¿era posible que Harry y Ron se enfadasen de verdad con ella si se enteraban? ¿Que le dijesen que era una traidora hacia ellos por inmiscuirse en una relación con un muchacho que los trataba peor que la escoria en cuanto tenía oportunidad?

No. Harry y Ron la querían. Solo se preocuparían por ella. Se preocuparían por su seguridad, como habían hecho siempre…

Sintió sus ojos llenarse de inesperadas lágrimas. ¿Estaba haciendo lo correcto involucrándose en una relación con alguien como Draco Malfoy?

Obligándose a no pensar más en ello para no echarse a llorar sin remedio, intentó concentrarse en otra cosa. Necesitaba apartar su mente de tanta preocupación. Todo se solucionaría. Estaba adelantándose a todo. Ni siquiera habían empezado a verse a escondidas todavía. Quizá, en dos días, todo hubiera terminado para siempre. Quizá nada de todo aquello saliese bien. Si no lo hacía, todos sus problemas habrían terminado. Y si, por algún mágico e improbable motivo, salía bien… ya planearía qué hacía a continuación.

Volvió a relajarse contra las almohadas, más tranquila al tener un plan estructurado de actuación. Se dejó llevar por sus pensamientos y, sin saber por qué, volvió a recordar sus besos. De nuevo se le instaló un fuerte cosquilleo en la boca del estómago. No pudo evitar que una sonrisa curvase sus labios. Recordó también la sensación de tener las manos del chico sujetándole el rostro, impidiéndole alejarse. Era lo más pasional que la chica había experimentado jamás.

Recordó la forma en que se habían besado en el aula vacía de Aritmancia, tras discutir sobre el hecho de que Hermione no le contase acerca de su encuentro con Pansy Parkinson. Recordó cómo se sentían las delgadas manos del joven en otras partes de su cuerpo. En sus brazos, acariciándolos; en su cintura, sujetándola; en sus caderas, apretándola contra él… Aquella vez se habían detenido, incapaces de sobrellevar lo que estaban haciendo. Pero ahora ya no iban a reprimirse. Se habían permitido llegar más allá, dar rienda suelta a su atracción. Y Hermione comprendió, teniendo que tragar saliva, que estaba deseando que algo tan pasional volviese a suceder…

Detuvo sus pensamientos al instante al sentir que la piel del cuerpo se le ponía de gallina. Y que una zona muy concreta de su ser cosquilleaba. Contuvo una sonrisa, incrédula, y se mordió el labio inferior, meneando la cabeza. ¿Cómo podía estar pensando cosas así? ¡Por amor a Merlín! ¿Qué había despertado en su interior?

Jesús, nunca se había dejado llevar de esa manera. Nunca se había sentido así. Y había tenido que sentirse así respecto a Draco Malfoy, de entre todas las personas. ¿Qué clase de brujería era esa?


Cuando la parte derecha de su cuerpo se empezó a resentir, Draco dio media vuelta sobre el colchón, tumbándose sobre la izquierda. Quedando de cara a la cama de Nott, al cual no veía, pero que escuchaba roncar con suavidad. Parecía profundamente dormido. Draco se preguntó qué hora sería. Estaba tan oscuro que no veía las manecillas de su reloj de mesa. En las mazmorras apenas había luz por la noche. Pero hubiera jurado que llevaba horas en vela. Suspiró y cerró los ojos, no intentando dormir, pues sabía que estaba desvelado, sino para descansar. Estaba cansado físicamente, pero su cerebro se negaba a desconectar. Tenía demasiado en lo que pensar.

La conversación que más miedo había tenido de llevar a cabo había sucedido. Y él mismo la había provocado. Se había visto incapaz de retrasarla por más tiempo. Después de la conversación que mantuvieron ante la Enfermería, después de saber que ella sentía lo mismo, después de darse cuenta de que quizá habría alguna solución posible… No había podido demorarlo más.

Finalmente, Granger y él habían hablado de todo. Lo habían hecho. Y habían estado de acuerdo en empezar… algo, a la vista de que no podían reprimir aquello que sentían. Algo que no tenía nombre. Una… atracción mutua. Era de locos, casi grotesco. Pero, al mismo tiempo, sorprendentemente, la situación actual lo tranquilizaba. Para incredulidad suya, y estaba seguro que de Granger también, la chica y él se habían entendido a la perfección. Querían lo mismo. Iban a dar un paso más en la relación que ya estaban manteniendo en los últimos tiempos. Iban a permitirse sentir lo que sentían. A vivirlo. Sin remordimientos. Sabiendo que solo era algo temporal, efímero. Draco no podía soportar pensar en tener una relación propiamente dicha con ella. No podía soportar tener algo semejante, algo oficial, con una sangre sucia. Era un sangre pura. Y no era un traidor a la sangre. No lo era. Pero… quería tener algo con ella. Esa era la pura y pasmosa realidad. Y Granger lo había entendido y aceptado, incluso apoyado. Lo cual era un alivio vergonzosamente inmenso. Si la joven hubiera rechazado todo aquello… Si hubiera decidido que no quería arriesgarse, que todo era demasiado incoherente como para ir más allá…

Pero había aceptado. De hecho, lo había propuesto ella. Y fue un jodido alivio. Como si le hubieran quitado una piedra del estómago. Aunque la situación, realmente, era ahora cuando se complicaba.

Aún no podía creer que ya hubieran pasado horas desde su encuentro en el invernadero. Lo sentía tan reciente en su memoria como si hubiese sido hacía un minuto. Para su propia consternación, lo que su cerebro más se empeñaba en rememorar eran los besos que habían intercambiado. Con más insistencia incluso que la conversación. Las sensaciones provocadas por los besos habían sido bastante más interesantes que las de la conversación... Más placenteras de recordar.

Volvió a abrir los ojos, perdido en sus pensamientos, y contempló sin ver el bulto que suponía correspondía a Nott. La piel de la espalda le cosquilleaba. Tuvo que tragar saliva al rememorar el cariño con el que la chica había correspondido a su beso. En el invernadero había atacado su boca con cautela, todavía evidentemente desubicada ante la situación. Pero también con un inusual aire de seguridad, que otras veces, en anteriores besos, no había tenido. Posiblemente sintiéndose más relajada, al igual que él, ahora que se habían permitido hacerlo. Ahora que sabían que ninguno de los dos iba a ser rechazado por el otro.

Granger no era la primera persona que había besado en su vida, por supuesto que no, pero su experiencia rozaba casi la nulidad. Para qué mentirse. No era, en absoluto, un tema que dominase. Para nada. Pero, no podía negarlo, con Granger había sido… diferente a todo lo que había experimentado antes. Todo era diferente siempre con ella. Ni siquiera había tenido que pensar. Era automático. Era instintivo.

Joder, él le había devorado la garganta en aquel apasionado encuentro del aula de Aritmancia... Jamás, en toda su vida, se había comportado de forma tan indecorosa con nadie...

Cerró los ojos de nuevo, como si así lograse hacer borrón y cuenta nueva a tanta estupidez. Aunque eso solo provocó que el rostro de la chica se materializase en el fondo de su mente. Vio sus ojos oscuros alzarse hacia él. Sintió su frente contra la suya. La sonrisa abrumada que afloró en sus labios, casi unidos a los suyos. Un pensamiento, venido de no sabía dónde, acudió a su mente. ¿Y ella? ¿Qué experiencia tenía al respecto? No se había parado a pensarlo. Tampoco hubiera sabido dilucidar si su timidez era producto de la falta de experiencia o consecuencia de la situación en la que estaban metidos. Su odio mutuo. Podía estar seguro de que lo segundo tenía algo que ver, pero... Realmente sospechaba que Granger no se había besado tampoco con demasiadas personas. Y, a pesar de eso, de su posiblemente escasa o nula experiencia… Joder, no hubiera cambiado nada de sus malditos besos. La muy desgraciada era adictiva.

Conteniendo un gruñido para que no fuese audible, se giró con brusquedad hasta colocarse bocarriba. El colchón crujió bajo su cuerpo. Se cubrió el rostro con ambas manos, y lo sintió arder bajo sus palmas heladas. Frunció el ceño. ¿Cómo había podido meterse en semejante embrollo? Él, descendiente de una de las familias de sangre limpia más influyentes del mundo mágico, único heredero de la dinastía Malfoy, estaba obsesionado con una hija de muggles. Con Hermione Granger. Con Granger, de entre todas las personas. Era un escándalo.

Si lo pensaba con frialdad, era increíble la mala suerte que podía llegar a tener. Lo imbécil que era.

Se soltó el rostro y apoyó uno de sus antebrazos contra su frente. Era imbécil, muy imbécil, pero sabía dónde estaba el límite. El nuevo límite que se había impuesto. Y estaba convencido de que no sentía, ni llegaría a sentir, algo por Granger que no fuese atracción. Bastante le había costado aceptar dicho sentimiento. O quizá era el instinto de supervivencia de su cuerpo el que le aseguraba algo así. Quizá su cerebro sabía que Draco se tiraría de la Torre de Astronomía si comenzaba a sentir algo más que simple atracción por ella.

Era una locura. Una verdadera locura. Desconcertante a más no poder. ¿Qué puñetas había visto en ella? Granger no era atractiva en el sentido más primitivo de la palabra. No era… voluptuosa. No era sensual, no era elegante. Por el contrario, era nerviosa, soberbia, mandona, y una sabelotodo. Aunque se podría decir que su cuerpo tampoco tenía nada que Draco pudiese calificar como negativo. Apenas se apreciaba a través del poco atractivo uniforme de escuela, con sus amplios y genéricos patrones, pero recordaba haber tenido visiones un poco más fidedignas de su figura. Por ejemplo en el baño de la primera planta, cuando aquel absurdo tubérculo propiedad de Longbottom los pringó de arriba abajo. Allí recordaba haberla visto vestir un ancho jersey de lana de cuello alto y unos pantalones rectos. O en Hogsmeade, el día de San Valentín, cuando había vestido un abrigado chaquetón granate. En ninguna de las dos situaciones el cerebro de él había pretendido fijarse en el cuerpo de la joven, pero sí le sirvió para recordarlo ahora en retrospectiva de forma bastante exacta.

También… tenía un rostro agraciado, bonito, de facciones redondeadas. Había llegado a apreciar todos sus matices a raíz de estar tan cerca de él últimamente. Tanto por los besos como por las discusiones. Sus ojos eran hermosos; grandes, oscuros, fieros, ardientes, como dos hogueras. Ojos que hacían que su nuca empezase a arder cuando se clavaban en los suyos. Ojos que podían mandarlo al carajo solo con un parpadeo. Maldito fuera el acérrimo carácter de aquella chica. Maldito fuera él por encontrarlo tan interesante.

Visualizando sus oscuros ojos en su aletargada mente, sintió que el calor de su espalda descendía hasta el final de su espina dorsal. Su ingle de pronto recordándole su existencia, obligándole a reacomodar las caderas sobre el colchón. Sintiendo acelerarse su respiración de forma sospechosa, se obligó de forma urgente a recordar algo de la joven que, definitivamente, no le atrajese. Por su propia salud mental. Empezando a plantearse seriamente que tirarse de la Torre de Astronomía sería una buena forma de morir… Su pelo. Eso era horroroso. Tenía una cantidad de cabello casi obscena, grueso, abundante, rodeando su cabeza como si fuese un matorral, sobrepasando incluso sus hombros a los lados. Eternamente despeinado, no había ni un solo rizo definido en él. Y ella no se molestaba en cambiarlo. Le daba exactamente igual, era evidente. Las comisuras de la boca de Draco se elevaron en medio de sus pensamientos. Tampoco es que necesitase cambiarlo….

Abrió los ojos de golpe.

¿Pero qué…?

Oh, venga ya. No podía haber pensado esa gilipollez…

Puso los ojos en blanco y tuvo que contenerse para no darse una bofetada a sí mismo. Resopló con fuerza. La Torre de Astronomía volvió a parecerle una opción estupenda desde la cual tirarse al vacío. Se frotó el rostro de nuevo, con más ímpetu. Todavía lo sentía arder. Quizá incluso más que antes. Apartó las mantas, pateándolas, y se sentó sobre la cama. Necesitaba respirar y tranquilizarse. Le estaba dando demasiadas vueltas a todo aquello. Y no tenía sentido hacerlo. Lo hecho, hecho estaba. Ahora solo había que poner en práctica lo que habían acordado, comprobar a dónde llevaba todo. Si lograrían soportarse a solas más de una semana. No merecía la pena anticiparse a nada. Irían viendo todo sobre la marcha. Necesitaba relajarse. Si no lo hacía iba a terminar perdiendo el juicio. O sufriendo una taquicardia. Notaba el corazón latir firmemente en su garganta.

Mirando al vacío, adivinando las siluetas de los objetos poco a poco mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, rememoró una vez más el rostro de Granger aunque no quería hacerlo. Merlín, quién le hubiera dicho que besar a una inmunda sangre sucia podía sentirse tan terriblemente bien. Se permitió admitirse a sí mismo lo mucho que le había gustado hacerlo. Se dijo que estaba allí solo con sus pensamientos. Que podía ser sincero consigo mismo. Nadie lo sabría. Aun así, se mordió el labio inferior, con fuerza, intentando por todos los medios contener la sonrisa que luchaba por curvar sus labios. Se sentía irracionalmente… feliz. El corazón le martilleaba en el pecho como un centauro al galope. Se sentía tan lleno de adrenalina que quería levantarse de la cama y correr por los jardines hasta tirarse al helado Lago Negro de cabeza.

Cerró los ojos, dejando caer el rostro, y frotándose la frente con la yema de los dedos. Maldición, realmente estaba perdiendo el juicio. ¿De verdad esa tontería lo emocionaba? Qué ridiculez, por favor. No era para tanto. No lo era…

Se frotó los párpados cerrados. No quería sentirse así. Ni aunque nadie lo estuviese viendo. No quería sentirse emocionado ante la perspectiva de tener una relación con una sangre sucia. Por muy atraído que se sintiera por ella… Dejó escapar un sonoro resoplido y se dejó caer de golpe de nuevo en la almohada. Apretó los dientes, recordándose que no debía sentirse feliz en absoluto. No había nada que celebrar. Lo único que había logrado con todo aquello era añadir un problema más a su vida. Traicionar muchas cosas. Traicionar a su familia. Traicionarlos a todos.

«Me he vuelto loco», pensó, desalentado. «Y soy un maldito gilipollas que no hace más que complicarse la vida. Como si no fuera suficientemente complicada».

Lo único que tenía claro, lo único que desgraciadamente tenía claro, era que se moría de ganas de ver a Granger de nuevo.

Volvió a frotarse el rostro con ambas manos, exhausto, y fue entonces cuando vio entre sus dedos que una repentina luz verdosa invadía la habitación. El corazón le dio un vuelco. Se quitó las manos de la cara al instante, y giró el rostro hacia la cama de al lado, buscando el origen de la luz.

—¿Estás bien, Draco? —preguntó un adormilado y despeinado Nott, incorporado sobre su cama. Todavía con la varita, con la cual había encendido el candil de su mesilla, en la mano.

El rubio tragó saliva. Echó un disimulado vistazo a sus otros compañeros de habitación y comprobó con alivio que seguían roncando pacíficamente. Perdido en sus cavilaciones, ni siquiera se había dado cuenta del cambio en la respiración de Nott que le hubiera indicado que se había despertado. No había sido consciente, pero ahora comprendió que debía llevar un buen rato emitiendo sonidos y resoplidos frustrados, además de realizando bruscos giros en la cama. Y había despertado a Nott, el cual había intuido el desvelo de su amigo.

Draco no pudo evitar sentirse algo extraño hablando con él. No habían vuelto a hacerlo desde el día que discutieron acaloradamente sobre Granger, en el cuarto de baño. Se preguntó si su amigo estaba tan soñoliento que había olvidado que no se hablaban, o si creía que a Draco le quitaba el sueño alguna preocupación tan importante que merecía la pena dejar a un lado su mutua frialdad y hablarle. A la vista del prudente intento de conversación del chico, Draco también aceptó hablar con normalidad.

—Sí, todo bien. Duérmete.

—¿Te pasa algo? —insistió su amigo, entrecerrando los ojos con preocupación. Los tenía enrojecidos de sueño, y parecía costarle mantenerlos abiertos—. ¿Has tenido otra pesadilla?

—No —murmuró Draco. Y frunció el ceño, extrañado de sí mismo, al añadir—: No… Ya hace semanas que no he tenido pesadillas.

Era verdad y se asombró por ello. Quizá todo lo relacionado con Granger lo había agotado tanto mentalmente que su cerebro precisaba urgentemente dormir sin soñar.

—¿De verdad? Qué bien. Me alegro —admitió Nott, con sinceridad, parpadeando para seguir acostumbrándose a la repentina luz que él mismo había creado—. ¿Entonces?

—Tengo calor, eso es todo. No consigo acomodarme en la cama —improvisó vagamente.

—Vaya… —murmuró el moreno, frotándose los ojos, para terminar de despabilarse—. Abre la puerta para que entre aire, si quieres.

Draco meneó la cabeza imperceptiblemente, indicando que no era necesario. No estaba seguro si prefería charlar con Nott para distraerse o seguir cavilando como un poseso sobre sus problemas. Pero también notó cómo un peso, que no había notado hasta ahora que tenía en su pecho, se aflojaba. El hecho de volver a hablar con Nott era un alivio. Lo había echado jodidamente de menos a lo largo de la semana. Maldito fuera. Era increíble lo mucho que podía llegar a sacarlo de quicio, y que, aun así, le hiciera tanta falta cuando no lo tenía cerca.

—No te he visto por la tarde —comentó Nott, tumbándose sobre un costado para mirarlo y cubriéndose mejor con la manta. Hablaba en voz lo más baja posible para no molestar a los demás—. ¿Qué has estado haciendo?

Lo trataba como si nunca hubieran discutido. Como si no hubieran estado toda la semana sin mirarse a la cara. Y Draco aceptó comportarse de igual modo. Aunque había sido él quien primeramente se había negado a hablar con Theodore, considerando que era él quien había sido ultrajado de los dos, no le apetecía seguir enfadado con él. Después de todo, habían cambiado algunas cosas desde aquella discusión…

—Nada interesante. He tenido entrenamiento de Quidditch, después de los de Gryffindor —informó él, con desgana.

—¿Ya tenéis nuevos golpeadores?

—No. Montague ha decidido convocar elecciones después de las vacaciones.

Nott emitió un gruñido de aceptación, indicando que le parecía buena idea. Se quedó un instante callado, pensativo. Draco cerró los ojos, rezando para que su amigo no pensase hablarle sobre lo que intuía que estaba pasando por su mente.

Pero la suerte no estaba de su parte, para variar.

—Oye, Draco… ya sabes que, por desgracia, me gusta ir al grano —sentenció Nott, con suavidad, con la vista fija en las zapatillas que tenía a los pies de la cama. Volvió a enmudecer unos segundos y añadió—: Y creo que debemos hablar de algo. No me gusta dejar temas a medias.

Draco se permitió un pesado suspiro. Resignado. Tenía que haber imaginado que volver a hablarse con Nott no era una buena idea. Solo llevaban dos minutos reconciliados, y ya volvía a las andadas.

—Supongo que es una tontería preguntarte de qué estás hablando —masculló Draco con brusquedad. Agradeció estar boca arriba, para no tener que mirar de frente a su amigo. Y, de paso, para que él no le viese la expresión. Los demás seguían roncando o respirando rítmicamente.

—Antes de que me mandes a la mierda, quería disculparme —continuó Nott, con prisa, en voz muy baja. Draco no dijo nada, pero frunció el ceño ligeramente. Eso era nuevo—. El día que discutimos… te insistí mucho, demasiado, y la verdad es que era un tema delicado. No fui muy amable. Y quería pedirte perdón por ello.

Draco, por un instante, no supo qué decir. La conversación había comenzado con un rumbo que no esperaba.

—Está bien —murmuró finalmente, con tono neutro. Con menos brusquedad de la que le hubiera gustado utilizar.

—Draco —añadió Nott en un murmullo, casi suplicante. En voz tan baja para no despertar a sus compañeros que Draco tuvo que hacer un esfuerzo para escucharlo—, no quiero volver a ser pesado, de verdad. Pero necesito hablar en serio contigo. No pongas el grito en el cielo, ni armes un escándalo a estas horas, por favor; solo escúchame. No necesito ni que me respondas, solo que me escuches —al ver que su amigo no le interrumpía, ni protestaba, pareció animarse. Se enderezó en la cama. Lucía más despejado—. Mira, estuviera ocurriendo algo entre ella y tú, o no… yo no debería haber intentado averiguarlo. Algo así solo os concierne a vosotros. Me enteré de… lo que te conté casi por casualidad, sin esperarlo realmente. No me esperaba lo que ella me contó. La realidad me vino de golpe, y me asusté. Me asusté de la posibilidad de que verdaderamente estuviese ocurriendo algo entre vosotros. De que la correspondieras. Me asusté de las consecuencias que acarrearía. Te lo dije en los vestuarios, Draco, no puedes relacionarte con ella de esa manera. Te vas a causar muchos problemas, problemas mucho peores que los que ya te has causado —señaló con la cabeza a Crabbe y Goyle, que roncaban como elefantes en las camas contiguas, aunque su amigo no lo estaba mirando y no vio su gesto. Pero sabía a lo que se refería.

Draco no respondió inmediatamente. Se limitó a mirar el techo, el dosel de su cama, con la "S" de Slytherin bordada. Escuchando su voz. Escuchando tanta verdad. Tanta verdad que no podía rebatir. Cuando Nott no dijo nada durante varios segundos, comprendió que esperaba a que él dijese algo.

—Eso es evidente —murmuró Draco, en voz baja y serena. Era lo único que se sentía capaz de decir al respecto.

Nott tomó aire y lo exhaló, como si intentase quitarse un peso de encima. Parecía aliviado de que su amigo no lo mandase al cuerno inmediatamente. A pesar de lo incómodo que sabía que se encontraba con la conversación.

—Sí —corroboró Theodore, mirando su perfil fijamente, observando lo impávido que lograba mostrarse—. Y sé que no soy el más indicado para decirte esto. Yo mismo te he dejado claro muchas veces de qué lado de esta guerra estoy, y lo que opino de los que son como ella… Sabes mejor que nadie que no tengo nada en contra de que algo así pudiese pasar. Pero no en tu situación, Draco. Tu posición es distinta. En tu caso es… peligroso. Te estás jugando la vida. Y tienes familia. Perderías a tu familia. Creía que no hacía falta recordarte esto, que tú ya lo sabías. Pero, el otro día, me asustaste con tu reacción —se removió ligeramente, inquieto—. No voy a volver a preguntarte lo que sientes por ella. Eso solo te atañe a ti. Solo te pido que tengas cuidado. Que te cuides de sentir por ella cosas que no te permiten sentir. Eres inteligente, Draco. Y sabes perfectamente que sería una estupidez. Una estupidez muy grande que… no vale la pena. No vale tu vida.

«Sí que lo sería… La estupidez más grande que podría cometer», pensó Draco, y tardó varios segundos en encontrar el aliento para responder a su amigo. Saturada su mente de tantas verdades crudas, de cosas tan obvias que él ya debería haber previsto. Que él ya sabía.

Y, sin embargo, estaba haciendo precisamente todo lo contrario de lo que debería hacer.

Pero Nott no tenía que saberlo. No podía saberlo.

—Puedes quedarte tranquilo —pronunció Draco, en voz baja, todavía mirando fijamente el dosel de su cama. No intentó negar nada de lo que su amigo había dicho, era una tontería que lo hiciera—. Como bien dices, todo ha sido una estupidez sin ninguna relevancia real. No va a pasar nada entre nosotros. Lo hemos solucionado —mintió, con el tono más neutro que pudo emitir. Y, afortunadamente, sonó creíble.

Nott guardó silencio ante dichas palabras. Un largo silencio. El corazón de Draco ralentizó sus latidos, a la espera de su reacción. O al menos así lo sintió. Se obligó a seguir mirando al techo, inmutable, conteniendo el impulso de girar el rostro para ver su expresión. Había sonado creíble, ¿o no? ¿Cómo podía Theodore sospechar siquiera la verdad? Él era un experto en controlar sus sentimientos, su amigo no podría averiguar…

—Vaya, ¿de verdad? —cuestionó entonces Nott. Su voz sonó ligeramente esperanzada. El corazón de Draco recuperó su ritmo normal—. Me alegra escucharlo. Eso quiere decir que… ¿has hablado con ella?

—Ajá —se limitó a decir, con sequedad. No pensaba dar más detalles. Cuanto más hablase, más fácil sería ser descubierto.

—Vaya —suspiró, y fue lo suficientemente discreto para no preguntar nada más sobre la conversación, lo cual relajó a Draco. Quizá no quería pedirle detalles estando sus compañeros cerca—. Eso ha sido bastante maduro por tu parte. Y supongo que ahora estoy metido en problemas… No he hablado con ella, pero estoy seguro de que me matará por haberte contado lo que me dijo, y con razón. Me lo merezco. Pero, si ha servido para que dejéis a un lado todo esto de una buena vez, habrá valido la pena ser un cabrón chivato.

Dejó escapar un resoplido jocoso por la nariz y se tumbó boca arriba, con un antebrazo sobre la frente. Draco lo miró por el rabillo del ojo. Una resignada sonrisa curvaba la comisura de la boca de Theodore.

—No estaba muy contenta contigo, no —corroboró Draco, intentando lucir despreocupado. Nott amplió la triste sonrisa, y giró el rostro para mirar a su amigo.

—Me sorprendería que lo estuviese —respondió. Entonces se escuchó el arrastrar de unas mantas, y ambos giraron los rostros en dirección a la cama de Zabini. Parecía haberse acomodado—. En fin… Perdona que haya vuelto a sacar el tema. No quería guardarme todo esto. Prometo no volver a mencionarlo… Y perdóname por todo. Qué descanses.

Ante un leve asentimiento por parte de Draco, a modo de agradecimiento por sus palabras, apagó la luz con una sacudida de varita y le dio la espalda, girándose en su cama. Draco no cerró los ojos. Intentó seguir mirando el dosel, aunque ahora ya no lo veía en la oscuridad. Se sentía más confuso y desmoralizado que antes de hablar con Nott.

"Draco, no puedes relacionarte con ella de esa manera. Te vas a causar muchos problemas, problemas mucho peores que los que ya te has causado"

"…tienes familia. Perderías a tu familia"

"Sabes mejor que nadie que no tengo nada en contra de que algo así pudiese pasar. Pero no en tu situación, Draco. Tu posición es distinta. En tu caso es… peligroso. Te estás jugando la vida."

"…tienes familia. Perderías a tu familia…"

"Eres inteligente, Draco. Y sabes perfectamente que sería una estupidez. Una estupidez muy grande que… no vale la pena. No vale tu vida"

«Un poco tarde, Nott…», pensó Draco con desaliento, cerrando los ojos con fuerza y colocando el antebrazo sobre ellos.


—Bien, eso es todo por hoy, jóvenes —sentenció Filius Flitwick con su aguda vocecita, intentando hacerse oír por encima de las conversaciones que se dispararon en la clase de Encantamientos en cuanto el timbre sonó por encima de sus cabezas—. No se olviden de leer los capítulos que les he indicado, y de la redacción de tres pergaminos sobre el Encantamiento Antiaparición. Ah, y aprovecho para recordarles que los ensayos de la orquesta de esta semana se han cancelado. Los retomaremos después de las vacaciones, avisen a sus compañeros si fuera necesario. Que pasen una buena Semana Santa —añadió, con calidez, intentando alzar la voz más todavía.

Se escucharon amortiguados y alegres "gracias, profesor" por parte de algunos alumnos, mientras todos recogían y se iban levantando de sus asientos. Por fin había llegado la tan ansiada hora de la comida, y todos estaban impacientes por ir al Gran Comedor. Aunque, al mismo tiempo, el hecho de no tener una clase inminente en pocos minutos hacía que todos luciesen más relajados, y recogiesen sus cosas con calma mientras charlaban. Solo quedaban las clases de esa tarde, y las del día siguiente, y el sábado volverían a sus hogares.

Hermione nunca había abierto su mochila con tanta lentitud. Le llevó casi quince exagerados segundos abrir la cremallera por completo. Metió las manos en el interior de la mochila, para ahuecar el contenido, y hacerle sitio a los objetos que tenía sobre la mesa. No porque hiciese falta, sino porque quería perder el tiempo. Mientras lo hacía, elevó la mirada hacia su izquierda. Hacia la rubia nuca de Malfoy, sentado varias filas más adelante. El chico estaba recogiendo igualmente sus pertenencias, de espaldas a ella. Zabini estaba ya de pie a su lado, charlando con Pansy por encima del hombro, pero indiscutiblemente esperando al rubio. El corazón de Hermione latía con mucha rapidez. Como si estuviera a punto de cometer algún crimen, o algo definitivamente incorrecto.

Y quizá estaba a punto de hacerlo. La mirada que Draco le acababa de dedicar no dejaba lugar a muchas dudas.

Cuando el timbre sonó, y el alboroto se apoderó de la clase, los ojos de Draco se habían dirigido de forma fugaz hacia ella. Girando su afilado rostro apenas un poco por encima de su hombro. Hermione percibió su mirada y se la devolvió, sin saber exactamente qué expresión componer. No muy segura de que no hubiera nadie observándola, aunque fuese por casualidad. Tras arrasar sus ojos durante tres segundos, Draco volvió a mirar al frente, como si tal cosa. Pero no hizo falta nada más. Hermione lo entendió al instante. Malfoy había querido llamar su atención, transmitirle algo solo con la mirada. Pretendía que se encontrasen al final de la clase, que buscasen una excusa para quedarse solos en el aula. Y a Hermione, con el corazón bombeando adrenalina, no se le ocurría ninguna.

El encuentro en el invernadero había sido hacía dos días. Y no se habían visto a solas desde entonces. El día anterior no habían coincidido en ninguna de las clases, ni tampoco en su escaso tiempo libre. Y a Hermione no se le había ocurrido ninguna forma de contactar con él para poder verse. No sabía cómo podían citarse para verse en algún lugar, sin levantar sospechas. Cosa que deseaba fervientemente. ¿Cómo estar en contacto con una persona con la que no compartes ni habitación, ni Sala Común, ni mesa en el Gran Comedor, ni amigos, y que se supone que odias públicamente?

Metió uno de los pergaminos en la mochila, concentrándose en pensar algo a toda prisa. Draco tampoco parecía haber encontrado una excusa, dado que Zabini seguía a su lado. Vio entonces que el joven rubio le decía algo a Blaise, y este componía una expresión de extrañeza, frunciendo su oscuro ceño. Respondió algo, encogiéndose de hombros, y, al parecer, protestando. Pero sin mucho ahínco. Terminó asintiendo con la cabeza, ante una nueva frase desconocida de Draco, y se dirigió a la puerta. Hermione respiró hondo. Pues sí que se le daba bien encontrar excusas para librarse de sus amigos… Ahora era su turno. Era ahora o nunca.

Harry y Ron, de pie a su lado, estaban girados mientras recogían, para poder comentar algo con Dean y Seamus, sentados tras ellos. Algo sobre lo cual la chica, perdida en su propia ansiedad, no escuchó ni una palabra.

—Chicos —intervino, con voz definitivamente más aguda de lo que podía considerarse normal. Harry y Ron posaron su atención en ella, con expectantes y relajadas sonrisas—, perdonad, ¿os importa si…?

—¡Señor Malfoy! —llamó entonces la chillona voz del profesor Flitwick, logrando bajar de la pila de libros en la cual estaba sentado para poder ver a sus alumnos por encima del escritorio—. Quédese, por favor. Quiero hablar con usted un momento cuando se hayan ido todos.

Hermione se atragantó en medio de su frase, y giró la cabeza, al igual que muchos otros, para mirar alternamente al profesor y a Malfoy. La chica solo alcanzaba a ver ahora el perfil del joven, pero vio que parecía contrariado.

—¿Hablar de qué? —protestó, con el ceño fruncido. Flitwick lo miró con severidad tras sus delicadas gafas, en pie al lado del escritorio del profesor, el cual era casi del mismo tamaño que él.

—Lo sabe perfectamente —respondió, lacónico, con las manos tras la espalda—. Venga aquí, señor Malfoy, haga el favor…

Con un resoplido furioso, y un breve cierre de ojos, Draco dejó su mochila de cualquier manera sobre la mesa, a medio recoger sus utensilios, y avanzó hacia la mesa del profesor. Hermione acertó a apartar la mirada y la devolvió a sus amigos. Éstos la miraron con cómplices expresiones de intriga.

—Vámonos —propuso Harry aun así, a regañadientes. Miró de reojo a Flitwick, el cual aguardaba pacientemente a que todos saliesen para poder hablar a solas con Malfoy. El chico se había colocado frente al profesor, de espaldas a ellos, con los brazos cruzados, visiblemente impaciente—, no creo que escuchemos nada… Por cierto, Hermione, ¿qué decías?

La chica dejó escapar un disimulado suspiro, y logró esbozar una sonrisa creíble.

—Nada, nada, una tontería… Sí, vámonos.

Se apresuró a guardar todos sus objetos personales restantes en la mochila, ahora a una velocidad normal. Todavía quedaba un grupo de alumnos de Hufflepuff en la primera fila, recogiendo. Harry, Ron y ella salieron del aula, continuando los chicos con la conversación iniciada con Dean y Seamus, de algún tema al cual Hermione siguió sin prestar atención. Quizá fuese sobre los deberes que tenían que hacer esas vacaciones. Quizá algo de Quidditch. No lo sabía. Y realmente no le importaba. La joven estaba perdida en sus pensamientos. Dolorosamente deprimida. Aquello estaba siendo más duro de lo que se había imaginado que sería. ¿Cómo iban a lograr verse, si se suponía que ni se dirigían la palabra? No podían permitirse que los vieran hablando en público… ¿Quizá mandarse una lechuza? Lo había pensado, podría usar una de las lechuzas del colegio… Pero, ¿y si alguien interceptaba el correo y lo descubría todo?

Les había costado muchísimo tomar la decisión de comenzar una especie de relación secreta. Y no se habían parado a pensar lo complicado que sería llevarlo finalmente a cabo. Llevarlo a la práctica. Se vio obligada a asimilar que no lograrían verse todos los días, quizá ni siquiera más de un día a la semana. La frecuencia de sus encuentros no sería la que ellos pudieran desear, pero, desde luego, era mejor que nada. Era necesario para mantener las sospechas bajo mínimo. Y comprendió que iba a ser muy duro. Anhelaba su compañía. Si hubiera sabido que, después del encuentro en el invernadero, pasarían días enteros sin estar juntos de nuevo, hubiera aprovechado y disfrutado más el momento. Solo habían pasado dos días, realmente solo un día completo desde que no se habían encontrado a solas, pero ya echaba de menos su cercanía. Y sus besos.

—¡Eh, chicos! —llamó Ernie Macmillan, dándoles alcance, cuando ya bajaban la escalera de mármol en dirección al Gran Comedor. Parecía realmente contento—. ¡No veáis la bronca que le estaba echando ahora Flitwick a Malfoy!

—¡Qué me dices! —saltó Ron, emocionándose, intercambiando una mirada radiante con Harry y Hermione—. Desde luego no parecía muy contento… ¿Has podido escuchar algo? ¿De qué iba todo?

—He escuchado un poco, sí. Aunque da igual, porque ya sé de qué va la cosa… Os cuento, resulta que Malfoy tenía guardia nocturna como Prefecto esta semana, pero ha intentado cambiarla. Y cuando digo "intentar", digo que ha debido conseguir modificar el documento de forma ilegal —Ernie rio entre dientes con malicia.

—¿Que ha hecho qué? —se escandalizó Hermione, abriendo mucho los ojos.

—¿El documento del Tablón de Anuncios? ¿El del Gran Comedor? ¿En el que salen vuestras guardias? —quiso saber Harry a su vez, intrigado y extrañado a la vez.

—Ese, exacto. Ha intentado adjudicarse mi guardia, sin que fuese su turno, y sin hacer la petición legal correspondiente —informó el chico, arqueando una ceja con diversión. Indicando que era ese el motivo por el cual conocía tantos detalles. Hermione resopló con consternación. ¿Pero cómo se había atrevido a hacer algo así…?

—¿Y por qué haría eso? —cuestionó de nuevo Harry, mirando a Ernie con desconcierto. Su ceño se había fruncido, cavilando sobre las razones de semejante actuar por parte de Malfoy. Posiblemente considerando si habría alguna oscura razón detrás.

—A él le tocaba este viernes —informó Ernie, muy contento de las reacciones que su historia estaba generando. Se encogió de hombros, con indiferencia—. La noche antes de que nos vayamos a casa por Semana Santa. Seguramente le daba pereza hacer una guardia en nuestra última noche aquí, y ha intentado cambiarla por la cara. Siempre intenta escaquearse de sus tareas de Prefecto…

Ron dejó escapar una carcajada despectiva. Entraron todos juntos al Gran Comedor, y aguardaron antes de sentarse a terminar la conversación con Ernie, dado que él debía ir a la mesa de Hufflepuff.

—Pero le han pillado —finalizó Ron la historia, con una sonrisa satisfecha—. Que se joda. No siempre va a salirse con la suya…

—Desde luego —corroboró Ernie, complacido, cuyo odio hacia el rubio competía bastante con el de Ron—. Creo que no le han castigado. Solo he escuchado que iban a quitarle puntos para Slytherin.

Los ojos de todos se dirigieron, en casi perfecta sincronía, hacia los cuatro relojes de arena, uno para cada Casa, que se encontraban en un rincón del Gran Comedor, tras la mesa de los profesores. Las diferentes piedras preciosas de los relojes, ascendían o descendían mágicamente, de tanto en cuanto, según los integrantes de las Casas obtuvieran o perdieran puntos. A esa distancia era muy difícil adivinar si Gryffindor tenía más puntos, o era Slytherin. Ambos estaban muy igualados, en cabeza.

—¿Por qué guardia quería cambiarla? ¿Cuándo te toca, Ernie? ¿Esta noche? ¿O después de las vacaciones? —cuestionó Harry de pasada, mientras todos apartaban las miradas de los relojes, para volver a mirarse entre ellos. Ernie sacudió la cabeza.

—Que va, mañana por la noche. Hoy les toca a Goldstein y a Hannah, si no me equivoco.

Hermione no pudo contener una abrupta inhalación. ¿Mañana por la noche?

Pero ninguno de sus amigos fue consciente de su insólita sorpresa, pues Ernie esbozó una sonrisa maliciosa y les señaló con la cabeza, con disimulo, a algo o alguien situado tras ellos.

—Ahí está. Y parece cabreado… —se burló, riendo entre dientes, en voz muy baja. En efecto, todos miraron con disimulo por encima del hombro y alcanzaron a ver a Malfoy entrar en el Gran Comedor, en soledad. Definitivamente, parecía malhumorado. Su rostro estaba serio, su mandíbula tensa, y además caminaba con rápidas zancadas que demostraban que se encontraba irritado. No miró en su dirección, y se dirigió directamente a la mesa de Slytherin, absorto en sus pensamientos. Ron rio de forma cantarina.

—Me acabas de alegrar el día, Ernie, que lo sepas. Creo que mañana, durante tu guardia, deberías darte un paseo hasta la Sala Común de Slytherin y llevarle café para que soporte su guardia del viernes. Los hurones llevan muy mal el no dormir —dijo de forma solemne, pero con abierta ironía.

Tanto Ernie como Harry se echaron a reír a carcajadas, mirándose con complicidad. Y procedieron a decirse algunas palabras amables a modo de despedida, antes de ir a sentarse para comer. Pero Hermione no participó en ellas. Sus ojos seguían fijos en el joven Malfoy, observándolo localizar a Zabini, sentado frente a las hermanas Greengrass, y tomar asiento con ellos. Draco esbozó una tensa sonrisa ante el simpático saludo de Daphne, y procedió a, simplemente, servirse algo de comer, mientras la joven empezaba a parlotearle con entusiasmo.

El corazón de Hermione estaba desbocado.

Malfoy había intentado adelantar su guardia un día. Cambiar su guardia del viernes por la de mañana por la noche. Había intentado cambiar de forma ilegal su turno con el de Ernie; a escondidas, sin decírselo a nadie ni solicitarlo oficialmente.

Para coincidir con ella.

Le tocaba a ella realizar al día siguiente la guardia nocturna junto con Ernie. Siempre se hacía por parejas, normalmente de diferentes Casas. Para fomentar las relaciones entre Casas y la diversidad, o al menos así lo justificaba Dumbledore. Sus amigos no sabían que Hermione mañana tenía guardia, y Ernie al parecer tampoco sabía que la compartiría con ella, o quizá no se acordaba. Pero, si Malfoy hubiera logrado cambiar su guardia, ambos hubieran coincidido, y habrían estado juntos durante varias horas, hasta la media noche. A solas. Mientras todos dormían.

La chica sintió un maravilloso calor irradiarse desde su pecho hasta sus mejillas. Una abrumadora sensación de ternura se apoderó de ella. Malfoy tenía tanas ganas de verla como ella de verlo a él. Estaba haciendo esfuerzos para intentar verse a solas con ella, estaba convencida. No lo había hecho por intentar escaquearse de sus tareas de Prefecto la última noche antes de irse de vacaciones. Quería verla. Sin siquiera hacerla partícipe de ello, pero lo estaba intentando por su cuenta.

Se obligó a apartar la mirada de él, para devolverla a la conversación con sus amigos. Pero el corazón le latía henchido de emoción. Quizá todavía no hubieran encontrado la forma de verse a solas, sin que nadie se enterase. Quizá era todo más difícil de lo que hubieran creído en un primer momento. Pero, definitivamente, encontrarían la manera.


Hermione comenzó a frotarse las heladas manos, en un vano intento de calentárselas. El viento que soplaba en las gradas más altas del campo de Quidditch era gélido. A pesar de estar ya a finales de Marzo, la temperatura de los últimos días de esa semana estaba siendo más bien baja. La chica se arrepintió de no haberse cambiado de ropa después de las clases, y haber decidido ir a ver el entrenamiento de sus amigos vestida con el uniforme reglamentario de la escuela. Estar vistiendo solo la camisa blanca, el fino chaleco de punto y la túnica abierta por encima no era, en absoluto, suficiente. Por suerte, había tenido la previsión de llevarse su bufanda de Gryffindor, la cual se había enrollado alrededor de la garganta. Incluso tenía los hombros algo tensos, encogidos, como si su cuerpo intentase resguardar el calor para sobrevivir.

Una ráfaga de viento estuvo a punto de llevarse por los aires el ejemplar de El Quisquilloso que la chica había dejado en el banco, a su lado. Alargó una mano, sujetándolo justo a tiempo. Lo enrolló con sus manos y lo dejó en su regazo, por si acaso. Quería enseñárselo a sus amigos en cuanto terminasen con su entrenamiento.

Una figura oscura, y considerablemente grande, que se estaba moviendo a su derecha atrajo su mirada. Hagrid estaba tratando de llegar hasta ella, sorteando de costado los estrechos bancos de las gradas, logrando pasar a duras penas con sus gruesas y enormes piernas. Iba vestido con un grueso chaleco, largo hasta los tobillos, que Hermione, helada como estaba, envidió considerablemente. El hombretón le sonrió por debajo de su salvaje barba al llegar a su lado.

—¿Ya han acabado? —cuestionó a modo de saludo, dejándose caer en el banco junto a la chica, con un pesado movimiento. El asiento rebotó bajo su peso, y Hermione con él.

—Casi. Creo que van a hacer un último partido —confesó la chica, observando las figuras que correspondían al equipo de Quidditch de Gryffindor hablar en medio del campo. Parecían estar dividiéndose en dos grupos.

Hagrid rio de forma afable con su profunda voz.

—Qué trabajadores son. No pierden ni un solo entrenamiento. Y eso que mañana os volvéis ya a casa… ¿Vas a ver a tus padres, Hermione?

—No, voy a La Madriguera —admitió la chica, encogiéndose de hombros con una sonrisa de disculpa—. Me apetece ver a mis padres… Pero también quiero ver a los Weasley. Ron ha insistido mucho, ya que en Navidades no pude ir. Y me ha dado pena rechazar su invitación.

—Eso está muy bien —corroboró Hagrid de forma cálida, observando cómo los miembros del equipo remontaban el vuelo en sus escobas. Se escuchó el silbato que Harry llevaba al cuello y el partido comenzó. Hermione sintió que la voz de su amigo sonaba extraña, y alzó la mirada para contemplarlo. Los ojos de Hagrid brillaban de melancolía—. Permaneced juntos. Todo lo que podáis. En los tiempos que corren hay que tener cerca a gente que nos quiera y nos proteja…

Hermione bajó la mirada de nuevo al partido, sintiendo su corazón temblar. Ginny acababa de coger la quaffle y realizaba un buen pase a otra de sus compañeras cazadoras. Gente que nos quiera y nos proteja… El rostro afilado de Draco se materializó en la mente de Hermione. Y se preguntó por qué, a pesar de todo, había pensado en él. ¿Cumplía acaso con alguna de esas dos características?

—Cuando volvamos, nos pasaremos a tomar el té a tu casa, Hagrid —ofreció Hermione, con suavidad, intentando apartar su mente de sus propios fantasmas—. Hace ya unas semanas que no vamos. Hemos estado ocupados con bastantes trabajos…

Hagrid sonrió de nuevo y agitó una de sus enormes manos del tamaño de una tapa de alcantarilla.

—Tranquila, lo sé. Este año tenéis los ÉXTASIS. Tenéis que estudiar muy duro… —bajó la vista para intercambiar una íntima mirada con la joven, y fue entonces cuando descubrió la revista que mantenía sujeta en sus manos—. ¿Te has aficionado a El Quisquilloso? Eres demasiado sensata para esa revista, Hermione… —bromeó, con candidez, dejando escapar otra ronca risotada. Hermione le devolvió la sonrisa.

—Entre artículo y artículo de caracoles voladores, hay cosas interesantes. Son los únicos que publican la verdad —replicó Hermione, desplegando la revista y contemplando la portada, distraída. Un dibujo pintado a mano, posiblemente por Luna, que ilustraba una banda Heliópatas ocupaba toda la portada—. El Profeta está demasiado manipulado…

—Sí, leí lo sucedido en El Callejón Diagon —gruñó Hagrid, pensativo, con renovada seriedad—. Fue algo terrible… Y puedo entender que después de eso anden con más cuidado. Son personas, después de todo, y tiene familias… —de pronto pareció recordar algo y se volvió hacia la chica, haciendo crujir la madera de las gradas. Sus pequeños y negros ojos lucían preocupados—. Los chicos Weasley… Los hermanos de Ron tenían una tienda ahí. ¿Están…?

—Están bien. Fred y George están bien —se apresuró a asegurar Hermione, comprensiva. Hagrid dejó escapar un suspiro y devolvió la mirada al partido. Ron acababa de hacer una parada inusualmente buena, cosa que arrancó gritos de júbilo de sus compañeros—. ¿Has leído lo del cadáver encontrado en Heaven's Gate? —preguntó, volviendo a alzar la mirada para intentar ver los ojos de su enorme amigo.

—Sí —corroboró Hagrid con seriedad—. ¿Al final no era la joven de Beauxbatons, verdad? Pomona me lo comentaba esta mañana…

—Exacto —admitió Hermione, retorciendo la revista entre las manos—. El Quisquilloso ha confirmado que se trata de una mujer mayor. No la han identificado, pero han descartado que se trate de la chica de Beauxbatons…

—A saber dónde está esa pobre muchacha y qué están haciendo con ella… —se lamentó Hagrid para sí mismo, devolviendo la mirada al partido. Hermione suspiró, con la mirada perdida en el grueso brazo de su amigo, cuyo codo quedaba a la altura de su propia cabeza. Preguntándose lo mismo.

Un nuevo movimiento en la zona de las gradas atrajo su mirada, y se sorprendió contemplando cómo Theodore Nott ascendía las escaleras, indudablemente en su dirección. Iba vestido con ropa oscura, de forma informal. Se había subido el cuello del largo abrigo negro que llevaba, para protegerse del viento frío. Sus ojos claros, bajo su despeinado cabello negro, estaban clavados en Hermione.

Ella se tensó ligeramente, no estando muy segura de cómo sentirse ante su presencia. Pero, desde luego, lo primero que la invadió fue el rencor. Tenían una evidente conversación pendiente, sobre el hecho de que el joven le confesase a Draco los más íntimos sentimientos de la chica, a pesar de prometerle no hacerlo. Aquel chico la había traicionado. Y, por otro lado, quedaba en el aire la nueva relación que Draco y ella mantenían, contra todo pronóstico. El joven Malfoy había dejado muy claro que nadie iba a enterarse de lo que estaba por suceder entre ellos. ¿Entraba Nott en esa categoría? ¿O a él sí se lo habría contado? ¿Vendría a hablar con ella sobre eso?

No había podido hablar con Draco desde la conversación en el invernadero. Así que no sabía qué era lo que Nott sabía al respecto.

—Hola, Granger —saludó Theodore con tono impersonal, cuando estuvo a su lado. Hagrid, sentado junto a Hermione, revisó al muchacho de arriba abajo con leve reticencia, para después mirar a su amiga.

—Nott —saludó Hermione con frialdad, devolviéndole una mirada impasible. Él no se inmutó ante su evidente rechazo.

—¿Podemos hablar un momento, a solas? —pidió con serenidad, mirando de reojo a Hagrid. Éste, con expresión adusta, interrogó a Hermione con la mirada. Ella, tras vacilar un instante, asintió con la cabeza. Hizo ademán de ponerse en pie para ir con Nott a otro sitio, pero fue Hagrid quien se levantó pesadamente del banco, con la intención de dejarlos a solas.

—Voy a esperar abajo a los chicos, parece que ya han terminado —informó Hagrid con calma. Tenía razón, tal y como comprobó Hermione de un rápido vistazo; sus amigos se dirigían a los vestuarios, escoba en mano—. Baja cuando acabes, Hermione.

—Enseguida voy, Hagrid —musitó la chica, observándolo alejarse. El hombretón pasó junto a un tenso Nott que tuvo que apartarse todo lo que pudo para dejarlo pasar, y después se alejó con pesados pasos, de nuevo con dificultad debido a sus dimensiones. Nott, tras pedir a la chica permiso con la mirada, se sentó a su lado, en el lugar ocupado por Hagrid. La diferencia de tamaños entre ambos se le antojó de pronto a Hermione bastante extraña.

Nott suspiró con profundidad, mirando el campo ahora vacío, mientras parecía ordenar sus pensamientos. Sin prisa por comenzar a hablar. Hermione, sentada de forma muy tiesa, no hizo ademán de decir nada. Que él hablase primero. No se merecía que ella intentase suavizar la fría atmósfera.

—Draco me ha dicho que… habéis hablado —fue lo primero que dijo el chico, sin más preámbulos. Hermione tragó saliva, pero no se movió. Aquello era una revelación interesante, pero seguía sin dejar claro qué era lo que Nott sabía.

—Sí —confirmó Hermione, con cautela. Nott dejó escapar una frustrada sonrisa, mientras volvía a suspirar por la nariz. Se inclinó hacia adelante, hasta apoyar sus codos en sus rodillas y entrelazar sus manos ante él, curvando su espalda.

—Entonces creo que no hace falta contarte que he hecho una estupidez —se frotó las manos, y Hermione supuso que tendría frío. O que estaba nervioso—. Ya lo habrá hecho Draco por mí. No sé exactamente qué te ha contado de lo que le dije, no he querido preguntarle al respecto. Y Draco es bastante hermético, no sé si te has dado cuenta —sus labios volvieron a curvarse en una sonrisa resignada, sarcástica. Giró el rostro para mirar a la chica, la cual seguía sentada muy rígida, sin abrir la boca—. Lo siento mucho —musitó, con seriedad. Con sinceridad—. No tenía intención de contarle lo que me dijiste. Fue un accidente. Estábamos discutiendo y… se me escapó. Y no pude arreglarlo. Soy gilipollas. De verdad que lo siento.

Hermione le sostuvo la mirada durante unos segundos, y después tuvo que mirarse su propio regazo. Había sido una metedura de pata, entonces. No lo había hecho a propósito para hacerle daño. Aunque no tenía pruebas, se dio cuenta de que creía su versión sin reservas. El chico parecía realmente arrepentido. No parecía haber actuado con mala fe, a pesar de todo.

La joven terminó asintiendo con la cabeza muy lentamente.

—Está bien. Gracias por disculparte —musitó Hermione, todavía con precaución. No sabía muy bien qué responder. ¿"No te preocupes, gracias a tu chivatazo ahora Draco y yo estamos juntos…"?

—¿Te he causado problemas con él? —quiso saber Nott, con suavidad—. Draco normalmente es bastante calmado. De hecho, suele costar alterarlo. Pero hay veces… temas, más bien, que lo alteran considerablemente. Y este tema lo altera mucho… —murmuró, ahora casi para sí mismo. Volvió a mirar a Hermione a los ojos—. Me ha dicho que lo habéis solucionado.

Hermione volvió a tensarse. Escrutó los ojos del joven, pero siguió sin saber qué responder. En la práctica, aquello se podía haber solucionado de muchas maneras…

—Se podría decir que sí —articuló Hermione, tras una pausa. Nott compuso una mueca, casi una sonrisa ladeada, y asintió con la cabeza.

—Me alegro —dijo, con amabilidad—. Parece que, a pesar de todo, no he empeorado la situación… Supongo que al menos mi estupidez ha servido para algo, ¿no? —miró a la chica, la cual le dedicó una tirante sonrisa—. Al menos ha servido para terminar con esto. Para aclararos. Y conseguir alejaros de una vez.

El corazón de Hermione golpeó contra sus costillas de forma más sonora. Su cerebro se puso en marcha, analizando esas palabras. Ahí estaba.

—¿Qué te ha contado Malfoy? —se atrevió a preguntar Hermione, con firmeza, considerando que tenía derecho a preguntarlo. Mejor ir de frente que meter la pata diciendo alguna imprudencia. Nott se encogió de hombros con perezosa desgana.

—Apenas nada. Solo que habéis hablado y que lo habéis solucionado. Que habéis acordado que no va a pasar nada entre vosotros.

Hermione relajó los hombros. Guardó silencio, su conciencia no permitiéndole corroborar en voz alta semejante mentira. No decir nada era más fácil. Draco había decidido mentir a Nott, entonces. Parecía haberse tomado en serio lo de no contárselo a nadie. Incluso le estaba mintiendo a su mejor amigo.

Harry y Ron, sus propios amigos, pelearon por aparecer en su avergonzada mente. Pero se obligó a apartarlos a un rincón, por el momento. Si Malfoy había decidido mentir a Nott… quizá ella también debería ocultárselo a Harry y Ron. Al menos por el momento.

—¿Te vas a casa en Semana Santa?

La apacible voz de Nott la sacó de sus pensamientos. Devolvió la aturdida mirada al chico, el cual la miraba por el rabillo del ojo. Todavía parecía mostrarse algo abochornado. Daba la impresión de querer recuperar una buena relación con ella. Tantear el terreno, al ver que la chica parecía haberlo disculpado.

Hermione forzó una tenue sonrisa, más sincera, y sacudió la cabeza.

—Voy a casa de Ron. Y Harry también. Pasaremos la semana en casa de los Weasley —informó Hermione, con tono más suave.

—¿Soléis ir mucho a su casa? —quiso saber Theodore, y Hermione notó en su voz el alivio de ver que ella correspondía a su conversación. Posiblemente no le interesaba lo más mínimo, pero hacía el esfuerzo por hablar de algo más afable.

—Algunas veces. Breves temporadas en verano, algunas Navidades… —Nott asintió con la cabeza, sin saber qué más decir—. ¿Tú también vas a casa?

Theodore tomó aire con lentitud y lo soltó por la nariz. Sus ojos de pronto parecieron perder el brillo, quedándose algo nublados. Devolvió la vista al campo vacío, antes de responder en un murmullo.

—Más o menos. Voy a… casa de Draco. Desde que mi padre fue encarcelado, vivo con los Malfoy. Se podría decir que es mi casa ahora.

Hermione despegó sus labios, asombrada. No sabía nada de aquello. Recordaba haberse enfrentado al padre de Nott en el Departamento de Misterios… Bueno, de hecho recordaba un mortífago, cubierto con túnica y máscara, al cual llamaron "Nott". No le había visto el rostro, ni oído su voz. Sabía que había sido encarcelado junto a Lucius Malfoy, y muchos otros. Y nunca se había planteado realmente los cambios que algo semejante había traído a sus familias. Porque incluso los mortífagos tenían familias. Gente que los quería. Draco, Theodore… ambos habían sido despojados de sus padres. Hermione no sentía misericordia ni por Lucius, ni por el padre de Nott. Después de todo, habían intentado matarla. Pero sí sintió una repentina oleada de compasión por ambos muchachos.

Una pregunta concreta flotó en su mente, y se preguntó si estaría en posición de hacerla. Finalmente, viendo la repentina sombra de tristeza que había nublado la expresión del chico, la pregunta escapó de sus débiles labios.

—¿Y tu madre?

Nott esbozó entonces otra apesadumbrada sonrisa, solo con sus labios, no con sus ojos.

—Mi madre murió cuando yo tenía once años. He vivido solo con mi padre desde entonces —explicó con calma. Sin mostrarse excesivamente melancólico.

Hermione sintió un escalofrío. Y una oleada de compasión y ternura por él. Se sintió en la necesidad de darle un pésame que, desde luego, el muchacho no buscaba. Lucía sereno hablando de tan terribles temas. La joven pensó entonces que aquel chico era mucho más fuerte de lo que dejaba ver su aspecto escuálido y su actitud solitaria…

—No lo sabía. Lo de tu madre. Lo lamento mucho —logró decir, con delicadeza. No iba a disculparse por ser una de las causantes del encarcelamiento de su padre, y supo que Nott sabría entenderlo. Nunca, desde que habían comenzado esa amistad, le había recriminado nada al respecto. Y tampoco lo hizo en ese momento. Se limitó a asentir con la cabeza a modo de agradecimiento.

—¡Hermione!

Una lejana voz conocida la arrancó de la conversación con Nott. Giró el rostro para descubrir a Ron, plantado a medio camino de las escaleras, ya vestido con su ropa de calle. No lograba ver bien su expresión desde la distancia, pero hubiera jurado que tenía el ceño fruncido. Al final de las escaleras, en el campo, Hagrid, Ginny y Harry charlaban, pero con los rostros vueltos hacia Hermione y Theodore. La chica agitó una mano, indicando que iba enseguida, y se volvió de nuevo hacia Nott. Éste la miró con atención, luciendo algo más sereno.

—Lo siento, tengo que irme —se disculpó la joven, aunque era evidente, poniéndose en pie—. ¿Vienes…? —cuestionó, vacilante.

—Me quedo aquí un rato —desechó Nott su invitación, sacudiendo la cabeza con calma. Arqueó una oscura ceja con sutil ironía, al parecer pensando que su compañía no sería muy bien recibida por los amigos de la chica. Hermione compuso una sonrisa más amable.

—Si no te veo mañana, pasa unas buenas vacaciones. Nos veremos a la vuelta —se despidió, mirándolo con la cabeza ladeada.

—Claro, igualmente —correspondió Nott, sin sonreír, pero mirándola con cordialidad. Parecía aliviado de ver que volvían a tratarse como amigos. Hermione echó a andar a través de los bancos, y después escaleras abajo, en dirección a Ron.

—¿Va todo bien? —preguntó el joven Weasley al instante, escrutándola con la mirada, en cuanto llegó a su lado—. Hagrid nos ha dicho que Nott te ha abordado cuando…

—No me ha abordado —corrigió Hermione con aspereza, pasando por su lado y caminando en dirección a Harry y Ginny—. Solo quería hablar conmigo de un asunto. No tiene nada de extraño.

Ron, que había echado un último y desagradable vistazo en dirección al muchacho de la Casa Slytherin, en lo alto de las gradas, la siguió.

—¿Algún asunto importante? —cuestionó aun así, todavía inquieto. Hermione dejó escapar un resoplido.

—Nada que deba contarte. Son cosas suyas —mintió, acelerando el paso ligeramente. Suspiró y le plantó el ejemplar de El Quisquilloso en el pecho—. Créeme, tenemos cosas más importantes de las que hablar… El cadáver encontrado en Heaven's Gate no es el de la joven francesa. Sigue desaparecida.


No seas cotilla, Ronald ja, ja, ja 😂. ¿Qué os ha parecido? 😍 Es un capítulo más tranquilo que los anteriores, para compensar un poco lo estresados que han estado nuestros protagonistas. Los pobres se merecían un respiro 😂. Ha sido más tranquilo, pero definitivamente importante para la historia. Sabemos más en profundidad qué piensan Draco y Hermione de la nueva situación que están viviendo, sus quebraderos de cabeza, y también hemos visto que ambos han decidido mentir a Nott al respecto 😳. Y han descubierto que verse en secreto no es tan fácil como creían que sería. ¿Qué os ha parecido que Draco haya intentado cambiar sin éxito su guardia de Prefecto para poder verse con Hermione? 😍

También tenemos el dato de la pobre chica de Beauxbatons, que, de momento, sigue desaparecida… 🙈

Como siempre, espero que os haya gustado. Si os apetece dejarme un comentario estaré encantada de leeros 😍

¡Gracias por leer! ¡Un abrazo muuuuy fuerte! ¡Hasta el próximo! 😊