¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 Os traigo una sorpresa… No vengo con un capítulo nuevo, ¡vengo con DOS! 😍 ¿Qué os parece? Ay… estoy muy emocionada. No podía esperar más para comenzar con los encuentros clandestinos de nuestros protagonistas… Espero de corazón que os gusten mucho ambos capítulos 😊
Como siempre, muchísimas gracias a todos por vuestro apoyo, vuestros comentarios, y vuestras preciosas palabras 😍. Espero de verdad que la historia os siga gustando mucho. Normalmente la gente no suele leer historias en proceso, así que os agradezco doblemente que estéis ahí y me lo hagáis saber 💖. Y, por supuesto, gracias en general a todo el que esté leyendo, deje o no comentario, de verdad 😊
Y, sin más dilación, comienzan las vacaciones de Semana Santa…
CAPÍTULO 27
Las puertas dobles del Gran Comedor
El Vestíbulo de Hogwarts era un hervidero de voces exaltadas y sonidos de baúles arrastrándose, acompañados por el ulular de cientos de lechuzas, maullidos de gatos, y croar de sapos. Se encontraba abarrotado de estudiantes vestidos con ropas informales, que buscaban entre la multitud a sus amigos para despedirse de ellos. Durante la Semana Santa, una gran mayoría volverían a sus hogares. Algunos se quedarían en Hogwarts a pasar las vacaciones, pero incluso éstos pululaban por el Vestíbulo buscando a sus compañeros para desearles una feliz semana. La profesora McGonagall se encontraba en lo alto de la gran escalera de mármol, llamando a la disciplina, mientras los alumnos la rodeaban, bajando en tropel las escaleras. El profesor Slughorn estaba en un rincón, charlando animadamente con un grupo de alumnos, sin preocupase por mantener el orden del lugar. Un malhumorado Filch aguardaba junto a las puertas dobles de salida, escoba en mano, al parecer decidido a limpiar el lugar en cuanto todos se fuesen.
Ron Weasley tenía particulares problemas con la multitud. Luna llevaba un buen rato persiguiéndolo, armada con una especie de pulverizador mágico lleno de un líquido de color violeta, el cual trataba de rociar alrededor del pelirrojo a pesar de la firme negativa del mismo. Según la joven Ravenclaw, Ron estaba rodeado por Bundimuns invisibles, y ella pretendía ahuyentarlos con el pulverizador. El misterioso líquido violeta olía a escorbuto mojado. Ron casi se estaba viendo obligado a correr por el Vestíbulo, esquivando a los cientos de alumnos que había a su alrededor, intentando alejarse de la joven rubia. Agitaba las manos de forma bastante cómica para ahuyentar el olor de la pócima cuando la chica conseguía pulverizar a su alrededor.
Harry se limitaba a seguir su zigzagueante travesía por todo el Vestíbulo, al lado de Hermione, ambos esperando pacientemente a que Luna terminase su insistente cometido. Hermione arrastraba su baúl, con la cesta de Crookshanks encima, y Harry, además de su baúl y la jaula de Hedwig, también arrastraba el equipaje de su amigo por el desgastado suelo de piedra.
—¡Qué pases buena semana, Harry! ¡Y tú, Hermione! —les deseó a voz en grito Colin Creevey, al pasar junto a ellos seguido por su hermano Dennis. Harry y Hermione le respondieron con las mismas palabras, y aceptaron con resignadas sonrisas que les tomase una rápida fotografía con la cámara que llevaba al cuello.
—Nunca creí que diría esto, pero tengo ganas de pasar unos días fuera de Hogwarts —comentó Harry, mirando a Hermione una vez Colin se alejó. Sin dejar de caminar tras Ron entre la multitud—. Estamos estudiando más que nunca. Hasta ahora nunca nos habíamos tenido que quedar incluso por la noche haciendo deberes sin ser época de exámenes. Empiezo a pensar que los ÉXTASIS son importantes de verdad… —bromeó, mirando a su amiga con complicidad. Ella le dirigió una mirada airada.
—¿Empiezas a pensarlo? —le espetó, arrancándole una risita. Pero después sonrió, cambiando la mano con la cual arrastraba su pesado equipaje, y añadió—: También me apetece irme de Hogwarts unos días. No he salido de aquí desde verano.
—Cierto, en Navidades no pudiste irte —recordó entonces Harry, frunciendo el ceño con compasión. Después su sonrisa se amplió—. Ya era hora de que estuviéramos los tres juntos en La Madriguera. Extrañamos mucho tu compañía en Navidades.
—Oh, gracias, Harry —correspondió ella, dedicándole una radiante sonrisa. Ambos cambiaron bruscamente de itinerario, para poder seguir a Ron, el cual había cambiado de dirección con un derrape, logrando esquivar una pulverización de Luna—. Yo también tengo muchas ganas de ir. También os eché mucho de menos. Aunque me da pena Neville, que vuelve a quedarse aquí…
—Bah, estará con Luna, lo pasarán bien juntos. No se aburrirá —bromeó Harry, guiñándole un ojo a su amiga, la cual rio. Ron, varios metros más lejos, había localizado a Ginny entre la multitud, y se había parapetado tras ella, señalando a Luna con un dedo amenazador y diciéndole a su hermana algo que no llegaron a oír. Harry y Hermione se dirigieron hacia ellos, resignados.
—¡Eh, capitán! —saludó de pronto tras ellos la cazadora Robins, acercándose a Harry con una sonrisa y comenzando a caminar a su lado. Ella no llevaba maletas—. Los Weasley y tú sois los únicos del equipo que os vais. Después de las vacaciones tendremos que entrenar duro para no quedarnos atrás…
Harry agitó una mano en el aire, sonriendo.
—No te preocupes, vamos al día con los entrenamientos. Además, seguro que en los otros equipos también se va bastante gente…
—No te creas —replicó la joven sin dejar de sonreír—, de Hufflepuff, por ejemplo, solo se van los golpeadores. De Ravenclaw se va el capitán, pero los demás van a programar entrenamientos. Y de Slytherin he oído que solo se va el buscador…
Hermione, caminando al otro lado de Harry, de pronto prestó atención a la conversación.
—Bueno, pero Slytherin no tiene golpeadores desde que Crabbe y Goyle fueron expulsados del equipo —comentó Harry, encogiéndose de hombros sin darle importancia—. Tranquila, Demelza, solo será una semana. Y he pensado un par de tácticas para probar a la vuelta. Como una en la que…
El joven moreno continuó andando y charlando con su compañera de equipo, ajeno a que Hermione, a su otro lado, se había detenido varios pasos más atrás. Sus redondos ojos estaban fijos en la nada. Perdidos en la multitud. Preguntándose por qué se había puesto tan nerviosa de pronto. Cómo podía él haber invadido sus pensamientos de forma tan repentina, solo por haber sido mencionado de forma indirecta por Demelza Robins…
No era el mejor momento. Ni siquiera sabía cómo hacerlo. Pero no podía irse sin verlo. Sin intentarlo siquiera. No iban a poder verse en otra semana entera…
Parpadeó y enfocó la mirada, girando después el rostro a ambos lados, decidiendo su ruta. Sujetando con más firmeza su equipaje, echó a andar entre la aglomeración, observando cada rostro. Buscando una llamativa cabellera rubia. Avanzó en diferentes direcciones, sorteando a la gente, mirando a todas partes. Entrecerró los ojos, luchando por no perderse en el mar de colores.
Y lo encontró.
Draco estaba inmóvil a bastantes metros de distancia. Cerca de las puertas dobles que conducían al Gran Comedor, parado de pie junto a Nott, el cual estaba charlando con Daphne Greengrass. Draco parecía algo ajeno a la conversación. Lucía desganado, y serenamente altivo, igual que siempre. Su baúl con sus pertenencias estaba a su lado. También se iba a casa, tal y como Demelza había dicho.
Hermione vaciló, no atreviéndose a dar otro paso. Pero sin apartar la mirada de él. ¿Y ahora qué?
Y, de pronto, los ojos grises de Draco estaban recorriendo la multitud que lo rodeaba, con aburrimiento. Le llevó varios perezosos barridos toparse con la presencia de una estática Hermione y pasar a detener sus ojos de golpe. Apenas hizo ningún gesto que la chica pudiese calificar como perceptible. Le pareció que tensaba ligeramente los hombros, pero pudo ser su imaginación.
Hermione se limitó a parpadear, sosteniéndole la mirada. Después giró el rostro, oteando a su alrededor. Buscando a dónde ir. Observó las columnas del Vestíbulo. Eran anchas, y ya se habían ocultado tras una, una vez. Pero aquella vez el lugar había estado prácticamente desierto, y ahora estaba a rebosar de gente que caminaba de un lado para otro. Observó también la entrada a las mazmorras. ¿Sería adecuado? ¿O se arriesgarían a que algún Slytherin rezagado subiese las escaleras y los encontrase de pleno? Recorrió con la mirada la entrada al sótano, en el cual estaban las cocinas, y también la Sala Común de Hufflepuff… También la pequeña sala en la cual entraban los alumnos de primer año antes de ser seleccionados por el Sombrero Seleccionador…
Desanimada, sin saber qué hacer, devolvió la mirada a los ojos de Draco. Pero él ya no la miraba.
El joven rubio había girado el rostro hacia Nott, interrumpiendo claramente su conversación con Daphne, para decirle algo. Hermione vaciló. ¿Debería ella también disimular y seguir caminando? ¿Era una indirecta para que simplemente se fuese? Pero entonces Nott asintió con la cabeza y respondió algo con serenidad, para después volver a girarse hacia Daphne, retomando su conversación. El joven Malfoy cogió su equipaje con un templado movimiento y echó entonces a andar, directo hacia el Gran Comedor, a pocos metros de donde él se encontraba. Hermione parpadeó, insegura. ¿Pretendía que…?
Una de las puertas dobles del Gran Comedor se mantenía abierta, y fue por la que Draco entró. El desayuno había terminado hacía mucho rato, y no habría nadie allí dentro. De hecho, no había nada allí que justificase que el chico entrase.
Hermione tragó saliva, sintiendo que el nerviosismo la invadía. ¿Estaba loco? ¿No era un lugar demasiado público? ¿De verdad quería arriesgarse…? Giró el rostro buscando a sus amigos. Alcanzó a ver a Harry, que se había detenido cerca de donde ella se había separado de él, todavía charlando con Demelza. Al parecer sin darse cuenta de que ella ya no estaba a su lado. O quizá había supuesto que se había alejado para ir a hablar con algún conocido. No vio a Ron, y supuso que seguiría en compañía de Ginny y Luna, más lejos. Volvió a mirar la puerta abierta del Gran Comedor por la cual Draco había desaparecido. Si se daba prisa…
Forzándose a sentir un arrebato de valentía, echó a andar a buen paso, tirando de su equipaje, directamente hacia allí.
«El truco está en no poner cara de culpa, caminar con seguridad y no mirar a nadie a los ojos», se repetía Hermione en su mente, mirando fijamente al frente, intentando poner su cara más inocente.
Atravesó casi a empujones la marea de alumnos, rezando de todas las formas que se le ocurrieron para que nadie le dirigiese la palabra. Caminaba tan rígida y su rostro estaba tan tenso que definitivamente no era natural, y, si alguien se hubiese fijado en ella, lo más seguro era que le hubiese preguntado si se encontraba bien.
Cuando alcanzó la enorme puerta abierta del Gran Comedor, recorriendo los últimos metros del Vestíbulo casi corriendo, apenas pudo reprimir un suspiro de alivio. Ojalá hubiese tenido suerte y nadie se hubiera fijado en ella. Se dijo que había muchísima gente, y que ella no llamaba tanto la atención; pero, por si acaso, se daría prisa.
Se adentró en el Gran Comedor y se apresuró a colocarse tras la puerta que se mantenía cerrada, lejos de miradas indiscretas. Alzó la vista, y los ojos grises de Malfoy le devolvieron una mirada socarrona. Se encontraba con el hombro apoyado en la puerta, con los brazos cruzados, y una pierna también cruzada tras la otra a la altura de los tobillos. Era una postura tan despreocupada y cargada de seguridad que aceleró al instante el corazón de la chica. Estaba ahí. Lo tenía delante. Era la primera vez que se veían a solas desde lo sucedido en el invernadero… No había sido todo un sueño.
—Eres un imprudente —fue lo primero que le recriminó Hermione, en voz baja, sin poder contenerse. Las voces de cientos de alumnos se escuchaban con angustiosa cercanía, al otro lado de las puertas. Avanzó unos pasos más, tirando de su equipaje mientras se alejaba de la puerta abierta, intentando que nadie se diese cuenta de que había alguien en el desierto comedor—. Cualquiera puede encontrarnos aquí.
Él arqueó una ceja con abierta ironía, sin preocuparse lo más mínimo ante su reclamo. Parecía encontrar divertida la expresión preocupada que tensaba el rostro de la joven.
—¿Qué haces aquí, entonces? Yo no te he dicho que vengas, has venido tú solita. La imprudente eres tú.
Hermione frunció el ceño, hastiada. Siempre se las arreglaba para hacerla quedar a ella como la culpable en todo.
—No empieces… —murmuró, desganada. Volvió el rostro para mirar por encima del hombro, pero nadie parecía entrar al comedor tras ellos. Se permitió relajar los hombros—. Quizá deberíamos… —comenzó, mientras devolvía su mirada al frente. A tiempo de encontrarse con el rostro de Draco acercándose al suyo. Mucho. Se había separado de la puerta y había dado unos pasos en su dirección sin que se diera cuenta. Para presionar sus labios contra los suyos, interrumpiéndola sin miramientos. Una única mano del chico rodeó su cintura y se apoyó con la palma abierta en su espalda baja. Acercándola a él con un gesto sutil pero decidido.
Hermione se mintió a sí misma, y se dijo que su gesto la había pillado tan por sorpresa que no fue capaz de reaccionar para protestar. Pero no era cierto. Simplemente se permitió dejarse llevar unos pocos segundos, sintiéndose demasiado ingrávida como para renunciar a la sensación. La mano del chico en su espalda, sujetándola, se sentía firme pero apenas perceptible al mismo tiempo. Y sentir la parte delantera de su cuerpo tan cerca de la suya, de forma tan súbita, le provocó una inmediata subida de su calor corporal, como si su cuerpo se hubiese inundado de agua caliente. Hermione se permitió elevar sus manos para sujetarse a sus costados, y corresponder a la ya familiar caricia de sus labios. Sintiendo cómo se movían sobre los suyos, solo un poco. Lo justo para lograr un contacto un poco más profundo.
Pero entonces Hermione, invadida de una oleada de sentido común, hizo un esfuerzo por separarse de él, echando su rostro ligeramente hacia atrás. Él captó su gesto y accedió a separar sus labios de los de ella. Pero no soltó su espalda. Buscó sus ojos con extrañeza, cuestionándole con la mirada la razón de haberse detenido. Hermione le dirigió una mirada que intentó cargar de entereza.
—La puerta está abierta. Cualquiera puede entrar aquí… —protestó, determinada, intentando que su voz sonase estable. Aunque sentía el corazón latir contra su garganta—. Nos descubrirán.
Los ojos del chico establecieron un recorrido que comenzó en los orbes oscuros de ella, pasando de uno a otro con rapidez un par de veces, para después mirar por encima del hombro de la chica. En dirección a la puerta abierta. Al parecer era capaz de darse cuenta de que tenía razón, pero no estaba dispuesto a admitirlo.
Hermione trató entonces de retroceder, soltando sus costados y obligándolo con suavidad a liberar su espalda, lo cual hizo. Ella dio un par de pasos hacia atrás y se detuvo a un prudente medio metro de distancia de él.
—¿Qué excusa has puesto para entrar aquí? —preguntó la chica con cautela, tratando de generar un tono de voz normal. Draco, antes de contestar, reacomodó su cuerpo para volver a apoyar el hombro en la puerta cerrada, cruzar los tobillos y meter las manos en los bolsillos. Al parecer intentando conferir a su aspecto un aire despreocupado.
—Que iba a ver el Tablón de Anuncios —confesó él, sacudiendo la cabeza en dirección al amplio corcho que colgaba en la pared junto a las puertas dobles. Hermione parpadeó, asombrada. Esa era una buena coartada.
—Muy bien —alabó, frunciendo el ceño, como si él hubiese respondido correctamente a una pregunta de clase—. Diré que venía a hacer lo mismo si alguien nos encuentra aquí —comentó, reflexiva. Él esbozó una media sonrisa, al parecer ufano de que considerase su excusa digna de usarla ella.
—No creo que nadie encuentre sospechoso vernos juntos aquí. Podemos estar, simplemente, discutiendo —opinó él con desinterés, encogiéndose de hombros.
—Nadie que hubiese visto lo que acaba de pasar pensaría eso —protestó ella, casi acusadora. Sus ojos se perdieron la sonrisa mordaz que el chico esbozó cuando se desviaron por voluntad propia por encima de su hombro, para recorrer el Tablón de Anuncios situado tras el muchacho. Recordando algo que, definitivamente, quería hablar con él.
Al devolver la mirada a sus ojos plateados, la expresión de la chica se había suavizado visiblemente. Olvidándose de sentirse preocupada de que los encontrasen ahí.
—Escuché lo que hiciste el otro día —confesó Hermione, en voz más baja. Draco la miró frunciendo ligeramente sus rubias cejas, confuso—. Lo de intentar cambiar tu guardia. De las rondas de Prefecto —especificó ella, dejando escapar una cautelosa sonrisa. Draco emitió un gruñido de comprensión y apartó la mirada a un lado, sin cambiar su postura despreocupada. Como si fuera algo sin importancia—. Fue un… detalle. Estoy bastante segura de que sé por qué lo hiciste.
—¿Ah, sí? —gruñó él, con brusquedad, devolviendo su mirada a sus ojos.
Lucía defensivo. Como si pensase que ella fuese a mofarse de él por haber demostrado interés en verla de nuevo. Aunque ella no le había dado ninguna señal que indicase eso. De hecho, se encontró a la chica mirándolo con aprecio, serena, agradecida. Lo cual lo hizo parpadear, todavía receloso. Pero sí relajó sin quererlo sus tensos hombros. Quizá… no era necesario disimular, después de todo.
—Bueno, no perdía nada por intentarlo… —añadió él, con voz imperturbable. Casi precavida. Confirmando el motivo por el cual lo había hecho.
—Has perdido puntos, según me han dicho —corrigió Hermione, con suavidad. Él vaciló de nuevo, como si siguiese sin tener claro cómo reaccionar. Terminó encogiéndose de hombros, con un aire de desdeñosa soberbia que le era más fácil.
—Da igual. Dos clases con Snape y volveremos a estar en primer lugar.
Hermione volvió a sonreírle con timidez, enternecida ante su falsa seguridad. Estaba segura de que le habría fastidiado muchísimo perder puntos para su Casa.
—Te agradezco el esfuerzo. La idea no era del todo mala… Yo también he estado toda la semana pensando cómo podríamos volver a vernos —admitió la joven, sin lucir azorada. Era estúpido por su parte fingir que no había tenido ganas de verlo. No quería fingir. Él le devolvió una mirada impasible, de nuevo casi desconfiada—. Pero no se me ha ocurrido ninguna forma de comunicarnos para poder vernos… Creo que las lechuzas no sería una opción muy segura.
—¿Notas en clase? —propuso él con simpleza, arqueando una ceja. En un tono menos defensivo—. Por lo general, son bastante discretas. Son mensajes de pequeño tamaño. Y podemos escribirlas de tal forma que nadie sepa que somos nosotros, incluso si las interceptan.
Hermione discurrió durante unos segundos. Era una de las opciones que se había planteado, y coincidía con él en que posiblemente era la mejor. Recordó que él le había mandado una nota meses atrás, para que se encontrasen después de clase en el patio de la Torre del Reloj. Y nadie lo había descubierto. Se sorprendió al darse cuenta de que, de una forma u otra, ya llevaban meses en una relación clandestina.
—Sí, también creo que es la mejor idea —coincidió la chica, cruzándose de brazos—. La pondremos en práctica después de las vacaciones, y a ver qué tal se nos da… —esbozó una cohibida sonrisa, que él devolvió en forma de brillo burlón en sus ojos. La mirada de la chica se desvió hacia el oscuro equipaje del chico—. ¿Vas a tu casa a pasar las vacaciones, no? —cuestionó, cambiando de tema con sutileza.
Hermione fue testigo de cómo él batallaba consigo mismo durante varios segundos, seguramente sopesando si burlarse de semejante pregunta tan obvia o no. Pero terminó dejándolo por la paz, o eso pensó Hermione, y se limitó a asentir con la cabeza, con brusquedad, mirando también su propio equipaje. Parecía que seguía encontrando difícil mirarla a los ojos mientras mantenían una conversación pacífica. Tan diferente a las que habían mantenido a lo largo de los años.
—Sí. Voy a casa. Y Nott también viene conmigo —comentó, y entonces pareció encontrar la determinación suficiente como para mirarla a los ojos. La chica vio que algo más bailaba en los orbes grises del chico, de modo que aguardó, expectante. Y, efectivamente, un poco después añadió—: Vive en mi casa desde hace unos años, no sé si lo sabías.
Hermione sonrió, halagada. Incrédula de que se sintiese lo suficientemente cómodo a su lado como para contarle algo de su vida privada.
—Lo sé. De hecho, me lo contó el otro día —confesó, con suavidad.
Los ojos de Draco se entrecerraron ligeramente. Se separó de la pared, enderezándose, y sacó las manos de los bolsillos.
—¿El otro día? —cuestionó, intrigado—. ¿Habéis hablado recientemente?
Hermione asintió con la cabeza, comprendiendo la razón de su inquietud.
—Sí. Entre otras cosas, vino a felicitarme porque, por lo visto, ya no hay nada entre tú y yo —reveló, casi jocosa, observándolo con atención para ver su reacción.
Draco compuso una mueca de desesperación y se frotó el puente de la nariz con índice y pulgar, estresado. Típico de Nott. Tenía que ir a hablar con Granger al respecto, cómo no. No podía quedarse quieto y callado.
—Mierda… A veces olvido que sueles hablar con Nott. Tenía que haberte dicho la versión que le di —se lamentó, mirándola con pesadez. Hermione le dedicó una fugaz elevación de sus comisuras—. Sí, le dije que ya no había nada entre nosotros. Para ver si nos dejaba en paz. Decidí que era mejor una mentira piadosa a seguir teniéndolo vigilándonos. Después de todo, acordamos no contárselo a nadie… —arqueó ambas cejas, y ella volvió a sonreír, confirmándole que ella tampoco lo había hecho—. ¿Cuándo dices que te lo ha dicho?
—Hablé con él hace unos días, durante un entrenamiento del equipo de Gryffindor. En realidad vino al campo a pedirme disculpas por contarte la verdad acerca de mis… sentimientos —confesó la joven, con ligera dificultad. Sintiéndose algo incómoda. Pero Malfoy no esbozó ninguna expresión en particular, cosa que agradeció—. Una cosa llevó a la otra y me dijo que le habías dicho que todo había terminado. Le seguí la corriente, no te preocupes —se apresuró a asegurar.
Draco, para sorpresa de la chica, le dedicó entonces una chulesca media sonrisa.
—¿Sigues molesta con él por haberme contado que estás loca por mí? —cuestionó, analizando sus ojos, con la burla brillando en los suyos. Hermione levantó ambas cejas, intentando lucir despectiva, pero levantó el labio inferior para corresponderle a la sonrisa.
—No creo haber dicho nada semejante en toda mi vida —protestó, con un tono arrogante más propio de él. Draco mantuvo su sonrisa ladina.
—Limítese a responder a lo que se le pregunta, señorita Granger —la amonestó con burla, arqueando una de sus cejas, en una imitación bastante fiel del tono que hubiera usado McGonagall.
Hermione resopló con aire divertido. Desvió su mirada y aceptó añadir con más seriedad, casi resignada:
—Sí, al principio reconozco que me dolió. No lo esperaba. Confié en él para contarle algo que nadie más sabía, y… por desgracia, eras la última persona a la que quería que se lo contase. Pero… —suspiró más profundamente— se ha disculpado. Y se podría decir que al final no ha salido todo tan mal, así que está perdonado —se atrevió a tomárselo con humor y a teñir su voz de sarcasmo. Volvió a mirarlo y le divirtió ver que sus ojos grises seguían brillando con petulancia, todavía clavados en los suyos. Escuchándola atentamente—. Aunque me cuidaré de contarle secretos en el futuro, desde luego.
Draco dejó escapar un bufido por la nariz, a modo de risa despreocupada.
—Qué curioso, yo he tomado la misma decisión —corroboró, mordaz.
Ella amplió más su sonrisa. Bajó después la mirada, mordiéndose el labio inferior, aún sonriendo. No podía evitar sentirse todavía algo cohibida al encontrarse bromeando con él. Se sentía muy extraño, casi surrealista. Le costaba acostumbrarse todavía a la nueva actitud que lucían el uno con el otro, y no podía evitar sentir un perenne nerviosismo. Vago recuerdo de la incomodidad que siempre había sentido en compañía de ese chico, durante tantos años. Pero reconocía que la situación era agradable. La asombraba que Malfoy estuviese poniendo de su parte para ser, al menos, más amable, a su manera, de lo que hasta ahora había sido. A veces había dudado que pudiese hacerlo. Le había pedido respeto, que se tratasen como iguales, y, de momento, estaba cumpliendo esa parte del trato. Hermione se sorprendió pensando que, tras la íntima conversación del invernadero, se había creado entre ellos una nueva y natural complicidad. Como si ya no estuvieran obligados a demostrar, por norma, odiarse en todo momento. Al menos no mientras estuviesen a solas.
Observó el equipaje del joven, buscando algo que decir. Sobre la oscura y elegante maleta de cuero, con una ornamentada "M" bordada en un lateral, se encontraba una gran jaula con un enorme búho en su interior. Hermione lo contempló unos instantes, embelesada, y después lo señaló.
—¿Es un Búho Real, no? —quiso saber, curiosa, mirando al chico sin poder disimular su emoción. Draco siguió su mirada y contempló al animal durante un par de segundos, asimilando el cambio de conversación.
—Ajá, es de mi familia —comentó el rubio, sin mucho entusiasmo—. Tiene casi mi edad.
—Caray, ¿tanto? —se asombró la chica, agachándose un poco para contemplarlo de cerca con ojo experto. Se colocó un mechón de cabello tras la oreja para que no le estorbase. El búho entrecerró sus grandes ojos naranjas ante la cercanía de la joven, erizando levemente su pardo plumaje—. ¿Tiene nombre?
—Armand —admitió Draco, sus ojos recorriendo el perfil de la chica mientras ella contemplaba al animal.
El búho ululó sonoramente ante la mención de su nombre. Ante ese sonido, la cesta que se encontraba sobre el equipaje de la chica se sacudió, amenazando con volcarse. Se oyó un maullido amortiguado. Hermione se enderezó de un salto y se apresuró a estabilizarla. También la sujetó mejor al equipaje apretando la correa, precavida. Draco la miró hacer con distraída curiosidad.
—Tienes un gato, ¿no? —comentó con brusquedad mirando la cesta de mimbre, que seguía meneándose de manera inquietante—. Uno de color naranja o algo así…
—Crookshanks —corroboró ella, contemplando la cesta con una pequeña sonrisa. Se escuchó otro maullido—. Lo tengo desde hace unos cuatro años…
—No me gustan mucho los gatos —admitió Malfoy, esbozando una expresión de abierto desinterés—. Me parecen de mal gusto... No son muy distinguidos.
Hermione giró el rostro y le dedicó una mirada de profundo menosprecio.
—Claro. Según tú, un búho es mucho más elegante que un gato, ¿verdad? —le espetó, entrecerrando sus ojos peligrosamente.
—Los búhos son útiles. Tu gato es patizambo, lo vi una vez en el tren —masculló él, desdeñoso, volviendo a apoyar el hombro contra la puerta cerrada.
La chica resopló sonoramente por la nariz.
—¿Qué tiene que ver la elegancia con la utilidad? —protestó, molesta, aunque nuevamente distraída. Volvió a mirar por encima de su hombro hacia la puerta abierta. Recuperando el nerviosismo. De momento, no había venido nadie. La joven sintió que había perdido ligeramente la noción del tiempo. ¿Llevarían mucho rato allí? No podía evitar sentir una preocupación enfermiza al darse cuenta de que todo Hogwarts estaba detrás de esa puerta, a solo unos metros de ellos, más que capaces de descubrirlos juntos en cualquier momento. Pero la embriagadora sensación de la adrenalina la opacaba casi por completo, susurrándole que no pasaba nada por estar en su compañía un poco más. La emoción de lo prohibido, el peligro de poder ser atrapados de un momento a otro, de romper las reglas tan descaradamente… Podía llegar a ser adictiva. Y lo que le provocaba la presencia de Malfoy lo era aún más.
—¿Así que tú también vas a casa? —comentó de pronto Draco; y su voz, arrastrando las sílabas, la arrancó de sus pensamientos. Lo miró, esbozando una nueva sonrisa serena.
—En realidad no —admitió la joven, sincera—. Voy a pasar la Semana Santa a casa de Ron. Y Harry también viene.
El rostro del rubio se oscureció de tal manera que la chica casi se asustó. Arqueó ambas cejas hasta que casi estuvieron ocultas por su rubio flequillo, y su expresión se tornó abiertamente incrédula.
—¿Pero es que esa mierda de casa tiene sitio para invitados? —espetó sin miramientos, con una marcada mueca de escepticismo—. Tienes que estar bromeando.
Hermione sintió un súbito calor invadir su espalda, incendiándola ante su explícito tono de desprecio.
—No es ninguna mierda —aseguró con firme frialdad, entre dientes—. Puede que no sea ningún palacio, pero es una casa maravillosa. Y claro que tiene sitio para invitados.
Draco rodó los ojos, como si le hubiera hecho gracia, y dejó escapar una carcajada escéptica.
—Por favor, Granger, no te burles de mí. Ni del sistema métrico. En esa chabola debe haber cucarachas tan grandes que te dan los buenos días. Ocuparán todo el espacio…
—Oh, ¿pero qué…? ¡Eso no es verdad! —protestó la joven, indignada, en voz más alta. Sintió su rostro encenderse—. ¡Nunca la has visto, no tienes ningún derecho a hablar, y menos despreciarla, sin conocerla!
—No me hace falta verla para saber que tiene el tamaño de una ratonera —replicó él, arqueando una ceja con malevolencia—. Creo que se llama "La Madriguera", ¿no? Es bastante apropiado, teniendo en cuenta las comadrejas que viven ahí… Solo asegúrate de que no te hacen dormir en la porqueriza… Porque al menos tendrán porqueriza, ¿no?
Hermione se sintió como si acabase de recibir una bofetada. Sus labios se mantuvieron entreabiertos, pero fue incapaz de responder a unos ataques tan ruines contra la mejor familia que conocía. Escrutó la expresión de Malfoy, satisfecha y arrogante, privada de remordimientos, y se preguntó cómo podía ser tan cruel. Cómo podía disfrutar burlándose así de esa familia. Cómo podía la pobreza de esa buena gente ganarse el asco de personas como los Malfoy.
—Eres un imbécil —sentenció Hermione, simplemente. Sin gritarle. Sin enfurecerse. Con un tono de helada decepción, que, para Draco, fue mil veces peor. Casi hubiera preferido que le hubiese dado un tercer puñetazo. El desánimo que de pronto se dejó ver en el rostro de Granger lo atravesó como una daga. Su propia sonrisa maliciosa resbaló por su rostro, al tiempo que Hermione cogía su equipaje, con la cesta de su gato todavía bamboleándose precariamente, y daba media vuelta en dirección a la puerta.
—Granger —llamó Draco, molesto, mientras veía cómo se dirigía al umbral. Avanzó un paso, pero sabía que no podía ir tras ella. No podían verlos salir juntos de allí—. Grang…
Enmudeció cuando la última rueda del equipaje de la chica salió por la puerta. Se quedó mirando el lugar en el que había desaparecido, desconcertado. Sin apenas entender lo que acababa de pasar. ¿A qué había venido eso? ¿Por qué se había ido así? No había sido para tanto…
Se pasó la lengua por los labios, encontrándolos secos. Tragó saliva y apartó la mirada de la puerta, dejándola perdida en el solitario y enorme Gran Comedor.
Maldita sea.
Todo iba bien, habían conseguido verse por fin después de días enteros de tener que disimular… ¿Por qué había tenido que ponerse Granger en modo digna y sacar la cara a esos estúpidos Weasley? Maldito pobretón, narizotas… Todo era culpa de ese idiota.
Draco retrocedió un paso y apoyó la espalda en la puerta cerrada, emitiendo un resoplido. Bajó la mirada hacia su baúl. Granger iba a pasar una semana entera en casa de ese patán. ¿Le habría invitado él? Sí, seguro que habría sido idea de ese tipo. Y Potter también estaría allí, claro. El trío inseparable. De hecho, era evidente que no sería la primera vez que iban a casa de los Weasley. Habían sido amigos durante años. Habrían pasado muchas vacaciones en su casa. Quizá meses enteros, en verano.
Esos dos cretinos… podían estar con ella cuando quisieran. No tenían que esconderse, no tenían que disimular. Era demasiado injusto que dos mierdas como esos dos pudieran lograr tan fácilmente algo que a él le costaba un tremendo esfuerzo.
Sintió la pesadez invadirlo, aplastándolo contra el suelo. Potter y Weasley eran sus amigos. Eran unos cretinos, pero eran sus mejores amigos. No debería haberse metido con ellos delante de ella. Era evidente que se enfurecería. ¿Cómo no iba a hacerlo? Tenía que haber cerrado su estúpida bocaza…
Se frotó los ojos con índice y pulgar, profundamente frustrado consigo mismo. Y, para colmo, apenas había podido besarla. No habían vuelto a tener un encuentro semejante desde el día del invernadero, días atrás. Y ahora iba a pasar una semana más sin ella. Joder. Y todo por haberse metido con esos Weasley. Granger ni siquiera se había despedido de él...
Cogió su equipaje con brusquedad, haciendo ulular a su búho del susto, y echó a andar en dirección a la puerta con grandes zancadas. Salió en medio de la multitud que todavía abarrotaba el Vestíbulo, buscando a Nott con la mirada.
Se hizo el firme propósito de salir por las puertas dobles al mismo tiempo que Ronald Weasley para ponerle la zancadilla a sus enormes pies.
—Os juro que estoy pasmado. Es lo último que me esperaba… —decía Ron, con el ceño fruncido, mientras quitaba manualmente, una a una, las plumas del pavo que su madre iba a asar para la cena—. ¿Y ella dice que no se acuerda de nada? ¿Nada de nada?
—Nada de nada —corroboró Hermione, dando vueltas con una cuchara de madera a la cazuela llena de patatas que había sobre el fuego—. Dice que lo único que recuerda fue quedarse dormida junto a sus amigos, y que, cuando despertó, estaba en aquel cobertizo vacío. No sabe cómo llegó allí. Y dice no haber visto ningún mortífago.
La señora Weasley les había pedido que terminaran de preparar parte de la cena mientras ella recogía el patio delantero, y Harry, Ron, Hermione y Ginny aprovechaban la poco estimulante tarea para divagar sobre las últimas noticias de El Quisquilloso. Había salido en primera plana esa mañana: la joven francesa que había desaparecido hacía meses sin dejar ni rastro había reaparecido en el cobertizo de una familia de granjeros muggles. Estaba viva, y sana y salva. Y, de hecho, no recordaba absolutamente nada de lo ocurrido. Ni haber sido supuestamente secuestrada, ni que habían pasado semanas enteras, nada de nada. Para ella, no había pasado el tiempo. No tenía ni idea de dónde había estado metida todo ese tiempo. Y nadie, ni los aurores que la rescataron, ni los médicos de San Mungo que la examinaron, ni Xenophilius Lovegood de El Quisquilloso, ni los lectores, entendían nada.
—Ahora ya no sé qué pensar —confesó Harry, meditabundo, colocando los cubiertos en la larga mesa de la cocina, con ayuda de una también extrañada Ginny—. Me parece todo demasiado raro. ¿Cómo ha podido estar tanto tiempo en las garras de Voldemort y salir ilesa?
—Estoy con Harry —intervino la joven pelirroja, exaltada—. ¿Quién dice que no está mintiendo y en realidad está de parte de Quien-Vosotros-Sabéis? ¿Y si todo ha sido una farsa?
—¡Lo más probable es que le hayan borrado la memoria, por eso no recuerda nada! ¡Es evidente! —exclamó Hermione, escandalizada—. Que no la hayan matado, o que no recuerde lo que le hicieron, no quiere decir que no le hayan hecho nada…
—¿Por qué no le dan Veritaserum para ver si dice la verdad? —sugirió Ron, desde su silla, sin demasiada convicción—. Así todo el mundo saldría de dudas…
—No es una poción cien por cien confiable. La persona a la que se le suministra dice "su verdad". Lo que ella cree que es verdad. Pueden ser respuestas sinceras, pero no ciertas —replicó Hermione automáticamente—. Incluso se pueden resistir sus efectos. Además, dar Veritaserum atenta contra los derechos del individuo. No se puede suministrar así como así a cualquiera.
—¡Estamos en guerra! —saltó Harry, dejando un tenedor con una brusquedad tal que lo dejó tintineando—. ¡Ahora no hay derechos de ese tipo! ¡Cualquiera puede ser un traidor!
—Harry, ¿cómo puedes estar siendo tan insensible? —se desesperó Hermione—. Esa pobre chica lo más probable es que sea inocente, una simple víctima más de las atrocidades de Voldemort. La secuestraron y a saber qué le hicieron…
—¡Precisamente! Según ella, nadie le ha hecho nada —resopló Harry—. La secuestran y luego la sueltan, sin el menos rasguño, sin torturarla... ¿Qué sentido tiene? Aquí hay gato encerrado…
—Te lo repito, han podido borrarle la memoria. De hecho, es lo más probable. Estoy de acuerdo contigo en que hay algo extraño en el comportamiento de los mortífagos —admitió Hermione, dejando de remover la salsa y girándose para quedar de cara a su amigo, con los brazos cruzados—, pero insisto en que esa pobre chica solo es una víctima.
—Puede que tengas razón —corroboró Harry, bajando la voz y mirándola de forma más amigable, restaurando la paz entre ellos—. Puede que le hayan borrado la memoria. Pero, ¿por qué harían algo así? ¿Qué han conseguido de ella para luego, simplemente, liberarla? ¿No es demasiado arriesgado?
—No me parece propio de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado liberar a un prisionero. ¿No hubiera sido más fácil matarla? —corroboró Ginny con delicadeza, arqueando las cejas. Harry asintió con énfasis, señalándola como si pensase igual. Pero, al ver la mirada airada de Hermione, se apresuró a añadir, de forma apacible:
—Solo digo que deberían investigar más al respecto antes de dejarla en paz.
—En El Quisquilloso ponía que estaban examinándola medimagos especializados en traumas de San Mungo —comentó Ron, sacudiendo el flequillo para quitarse de él algunas plumas del pavo que habían flotado hacia allí—. Al parecer ha sufrido un impacto terrible al enterarse de que ha desaparecido durante meses…
—Lo cual es lógico —murmuró Hermione.
—Y también comentan que lo más probable es lo que tú dices, Hermione. Que seguramente le hayan borrado estos últimos meses de la memoria. Pero, oficialmente, no pueden asegurarlo. Admiten que es lo más probable, pero no han logrado demostrarlo. Y parece que es muy difícil revertir un hechizo así. Para borrar de su mente tantos meses tienen que haber recurrido a encantamientos muy duros para la mente, y, sin embargo la chica, dentro de lo que cabe, se encuentra bien. De hecho, dicen que pronto la dejarán volver a su escuela, y podrá hacer vida normal —contó Ron, para después sacar un poco la lengua y moverla con cara de asco, al parecer tratando de escupir alguna pluma que se le había metido en la boca sin querer.
—¿Era sangre limpia, verdad? —inquirió Ginny, de forma más pacífica. Se estiró para coger un puñado de platos de un estante superior y le dio la mitad a Harry para colocarlos entre los dos—. Quiero decir, no era hija de muggles ni nada parecido, ¿no? Si hubiera sido ese el caso, me sorprendería más todavía que la hubieran dejado en libertad… Pero, siendo hija de magos, le encuentro algo más de sentido.
—Sí, eso es, es sangre limpia. Y se llama Samantha no sé qué, por cierto. Algo francés —informó Ron a medias, y después siguió moviendo la lengua. De pronto tosió un poco y se llevó la mano a la garganta con cara de pánico—. Merlín, creo que me la he tragado… —miró al pavo muerto que tenía en las manos con desconfianza, como si estuviese valorando si era venenoso o no.
—Samantha Minette —completó Hermione al instante, haciendo gala de su fantástica memoria—. Y es cierto que el estatus de sangre me preocupa un poco... ¿No sería más propio de Voldemort capturar a algún hijo de muggles?
—Depende de para qué la haya utilizado —objetó Harry, mirando la mesa mientras colocaba los platos.
—Solo era una estudiante —protestó Hermione, al parecer indignada ante las acciones de los mortífagos—. ¿De qué utilidad puede serle? Tiene nuestra edad…
—No lo sé —admitió Harry con pesar—. Ojalá vuestro padre se entere de algo en el Ministerio y nos lo cuente… —añadió, mirando a Ron y Ginny. La joven asintió con la cabeza, todavía pensativa, mientras Ron se encogía de hombros, olvidándose al parecer de la pluma que ahora debía de estar viajando por su esófago.
—Lo dudo, pero ojalá —coincidió Ron. Dejando escapar un sonoro suspiro, como si así pusiese fin a la conversación, pareció obligarse a sí mismo a mostrarse más animado. Se levantó de la silla y llevó el pavo al fregadero, meneándolo por el camino como si bailase con él—. Mientras tanto, hablemos de las nuevas técnicas que nuestro fantástico capitán Harry ha pensado para cuando volvamos a entrenar...
Su amigo se echó a reír a su pesar. Comprendiendo que quería relajar la situación y no hablar de temas tan oscuros en vacaciones.
—Demelza estaba muy preocupada porque nos íbamos los tres en Semana Santa —confesó el chico, con una sonrisa—. Cree que nos retrasaremos mucho respecto a los otros equipos.
—¡Oh, venga ya! No creo que el resto entrenen durante esta semana. Seguro que se van muchos otros jugadores… —Ron se puso a repasar mentalmente en su cabeza a los que conocía—. Seguro que el capitán de Hufflepuff no se va, una vez me dijeron que debe tener problemas en casa y va lo menos posible.
—Vaya… —se asombró Harry en un murmullo, empático—. Pues sí, él se queda, pero se van los golpeadores.
—Lo que yo decía. Y, ¿de Ravenclaw…?
—Se va Goldstein —informó Ginny, terminando de colocar los últimos dos platos.
—Pero el resto seguirán entrenando, según me dijo Demelza —completó Harry, encogiéndose de hombros.
—Ajá, vale. ¿Alguien sabe si se van los de Slytherin? —quiso saber Ron, olfateando la cazuela que Hermione volvía a remover.
—¿Acaso a alguien le importa? —respondió Ginny con desinterés, para después hacer una larga e infantil pedorreta con la lengua, con expresión aburrida, que provocó un ataque de risa en Harry.
—Malfoy es el único que se va a su casa —respondió Hermione de inmediato, sin pensar, removiendo la cazuela todavía. Ron y Ginny fijaron sus ojos en ella al instante, manteniéndolos muy abiertos y luciendo idénticas expresiones de desconcierto.
Hermione sintió que su corazón trastabillaba. ¿A qué venían esas miradas? ¿Acaso era sospechoso que lo supiera? ¿Había empleado algún tono especial al hablar de Malfoy que ellos habían apreciado? Diantres, debería haber guardado silencio…
—Ginny, tengo miedo, ¿por qué Hermione sabe algo de Quidditch? —preguntó Ron, de broma, fingiéndose espeluznado, y mirando a su amiga con los ojos azules todavía muy abiertos. Su hermana le siguió la broma y también miró a la chica con fingido pavor. Hermione, tardando en comprender que su sorpresa solo era fingida para bromear, abrió y cerró la boca un par de veces, sin saber qué decir. Y entonces Harry, logrando recuperarse del ataque de risa que la pedorreta de Ginny había provocado, acudió en su rescate sin saberlo:
—Tiene razón, Malfoy también se iba de Hogwarts esta semana. Nos lo dijo Demelza al despedirnos en el Vestíbulo —corroboró el moreno, mientras se secaba las lágrimas por debajo de las gafas—. Y tampoco tienen golpeadores todavía. Montague aún no ha remplazado a Crabbe y Goyle.
—Es verdad… Pues se van a retrasar muchísimo con los entrenamientos. Como no consiga dos gorilas de repuesto pronto, no podrán entrenarlos lo suficiente antes del próximo partido —opinó Ginny, dejando de mirar a Hermione con falsa sorpresa.
—Todavía falta bastante para que le toque jugar a Slytherin —comentó Ron, con la parte baja de la espalda apoyada en la encimera, al lado de donde Hermione se encontraba—. Pero es verdad que deberían darse prisa. Aunque, bueno, si no lo hacen por mí estupendo… —gruñó, cruzando los dedos de ambas manos con esperanza.
—Lo de Crabbe y Goyle fue alucinante, menudo lío han armado. Pobre Montague, debe estar que se sube por las paredes —comentó su hermana, distraída, sentándose sobre la mesa, con las piernas colgando, una vez que terminó de colocar todos los utensilios necesarios para comer—. Esos hombres de Cromañón se superaron a sí mismos en el partido. Todavía me cuesta creer que hicieran semejante estupidez…
—Perdieron el partido por su culpa. No creo que puedan luchar ya por la Copa… Desde luego Montague no estará muy contento —comentó Ron, encogiéndose de hombros—. Y solo les ha expulsado del equipo, yo les hubiera dado unas cuantas vueltas y soltado en el Bosque Prohibido…
—Seguro que se lo ha planteado —corroboró Ginny, riendo entre dientes—. No sé qué se les pasó por la cabeza… Al margen de los problemas que pudieran tener con Malfoy, deberían haberlo solucionado de otra manera.
—Debió ser un problema grave. Porque parece que, incluso ahora, Malfoy ya no quiere verlos ni en pintura —opinó Harry, cruzándose de brazos. Una arruga se dibujó entre sus cejas—. No se les ha vuelto a ver juntos, ¿verdad?
—Es verdad —admitió Ron, rememorando las últimas veces que había visto a su rubio compañero de curso—. Parece que esa amistad ha muerto para siempre… Qué dramático todo —se burló, sonriendo sin la más mínima aflicción.
—Yo tampoco creo que les perdonase si fuera Malfoy —reflexionó Ginny inesperadamente, frunciendo el ceño y apoyando su peso hacia atrás sobre sus manos—. Total, no los necesita. Seguro que tiene otros amigos con los que estar. Ahora se ha quedado sin guardaespaldas, pero poco más. Dudo que le aportasen una interesante conversación…
—¿Insinúas que Malfoy sí tiene conversación interesante? ¿Desde cuándo? —ironizó Ron, incrédulo, mirándola como si acabase de soltar un sacrilegio. Su hermana le devolvió una mirada de abierta pesadez.
—Vamos, Ron, madura. Malfoy será muchas cosas, y pocas de ellas buenas. Es un puerco, y una rata cobarde, pero no tiene un pelo de tonto —sentenció como si fuera evidente, mirando a su hermano con una ceja arqueada, como si le retase a desmentirlo. Ron elevó los ojos al cielo, estupefacto.
—Lo que me faltaba por oír. No, no tiene un pelo de tonto… los tiene todos.
—Ahora a Malfoy siempre se le ve con otra gente de Slytherin —corroboró Harry, interviniendo antes de que Ginny, divertida, le lanzase una cucharilla a su hermano. Aunque le costaba contener la risa—. Con Zabini, Montague y así. O Parkinson —se rascó la barbilla, intentando visualizar a Malfoy y a sus recientes amistades. Sus ojos verdes se fijaron entonces en una inmóvil Hermione, de espaldas a él, con toda su atención puesta en la humeante cazuela—. O ese otro chico de Slytherin. Tu… amigo, Hermione. ¿Cómo se llamaba? —cuestionó con cautela, y forzando un tono amable.
—Theodore Nott —sentenció la chica con voz monocorde, sin mirarlo. Harry demudó ligeramente el rostro, y compuso una mueca de incomodidad. Intuyendo que a su amiga no le apetecía demasiado hablar de él. Al menos no con ellos. Y temió que fuese por la pelea que tuvieron tiempo atrás.
Logró encontrarse con los ojos de Ginny y le lanzó una mirada de súplica. Ésta la captó al instante y se aclaró la garganta con naturalidad.
—¿Qué tal te va con él, Hermione? ¿Os seguís llevando bien? Cuéntanos algo —animó, esbozando una amistosa sonrisa, intentando imprimir su voz de un alegre tono. Como si fuese un tema más que tratar, totalmente inofensivo—. ¿Os habéis visto últimamente?
—Tuvimos clase de Aritmancia juntos el último día lectivo. Pero no hablamos al terminar la clase. La última vez fue durante vuestro entrenamiento de Quidditch —admitió Hermione, todavía removiendo la cazuela. Aunque su voz sonó más suave.
—Ah, sí, es verdad. Claro, supongo que no siempre podréis coincidir en clase y hablar con calma. ¿Y qué, te contó algo interesante en el campo? ¿También se iba a casa por Semana Santa? —cuestionó Ginny, de nuevo en ese convincente tono afable. Se las había apañado para hacer que sonase como una conversación amena de verdad. Hermione sacudió la cabeza, todavía de espaldas a sus amigos.
—No... Bueno, en realidad sí. El caso es —intentó explicarse con más claridad— que no va a su casa, va a la Mansión Malfoy. Aunque ahora es su casa. Desde que su padre fue encarcelado en Azkaban vive allí. Los Malfoy lo han acogido.
Ginny, sorprendida, pareció quedarse sin palabras. Y tardó unos segundos en volver a encontrar algo que decir.
—Caray, no lo sabía... —comentó, con sincera suavidad—. ¿Y su madre? Bueno —se corrigió, componiendo una respetuosa mueca—, en realidad intuyo la respuesta…
—Murió hace años —corroboró Hermione con delicadeza. Ginny, a espaldas de su amiga, intercambió una mirada afectada con Harry, el cual lucía igualmente impresionado ante esa nueva información. Ron, situado junto a Hermione, mirando el serio perfil de la chica mientras hablaba, intervino de pronto.
—¿Tan íntimos sois que ya te ha contado incluso esas cosas? —cuestionó Ron, sin poder controlar su brusco tono—. No creo que sea algo que vaya contando por ahí…
El rostro de Hermione se tensó. Lo giró para mirar a Ron, provocando que su espeso cabello oscilara peligrosamente. Sus ojos eran un reflejo de la irritación que sentía.
—Pues sí, me lo ha contado. Lo cual le agradezco. Tampoco creo que se lo haya contado a mucha gente.
—Y, si tanto habéis hablado, ¿no te ha contado nada interesante sobre Malfoy? —añadió Ron, sin aflojar su exasperado aspecto ni un ápice—. Si vive en su casa tiene que tener todo tipo de información sobre él…
El rostro de Hermione se tensó con renovada fiereza. Casi pasmo. Devolvió su mirada a la cazuela, para seguir removiendo, intentando controlarse.
—Pues no, no hemos hablado de él —respondió en un seco susurro, ligeramente tembloroso.
—Eso quiere decir que en realidad es igual que Malfoy, y piensa igual que él —protestó Ron, elevando ligeramente la voz—. También será un amante de las Artes Oscuras…
—Si pensase igual que Malfoy no sería amigo de Hermione, Ron —observó Ginny, lacónica, mirando a su hermano con una clara advertencia en su mirada—. Y tampoco creo que se ponga a contar las intimidades de su amigo por ahí…
—Bueno, podía haberle comentado algo, ¿no? —se defendió Ron, cruzándose de brazos—. Solo preguntaba. Seguro que sabe qué ocurrió realmente entre Crabbe, Goyle y Malfoy. No me creo lo que te dijo durante el partido, Hermione, eso de que no sabía nada…
—Quizá lo sepa, pero no quiera decirlo… —aceptó Ginny, cordial. Volvió a dirigir a su hermano una mirada de aviso.
—No voy a interrogar a Theodore Nott —espetó Hermione con inesperada firmeza.
—Claro que no —se apresuró a decir Ginny, manteniendo su pacífico tono—. Iba a decir que estaba en su perfecto derecho de no contarlo si no quiere…
—Sea lo que sea lo que haya ocurrido, posiblemente nunca lo sepamos —intentó zanjar Harry el asunto, en voz más alta, tratando de ayudar a Ginny. Esbozó una sonrisa más simpática—. ¿Os parecería raro que os dijera que incluso me da pena? No verlos juntos… Siempre han sido inseparables. Ver a Malfoy sin Crabbe y Goyle es como ver a Hagrid sin barba.
—Pues sí —corroboró Ginny, riendo—. Aunque nunca han sido amigos de verdad, eso lo tenemos todos claro. No me extrañaría que Malfoy les hubiera hecho algo a Crabbe y Goyle como venganza. En mi opinión, Malfoy…
Y Malfoy. Y Malfoy. Y Malfoy.
Esas eran las únicas palabras que penetraban en el cerebro de Hermione. El apellido de Draco era lo único que atravesaba el envoltorio de algodón que le inundaba la cabeza. El resto de la conversación que mantenían sus amigos solo eran palabras vacías. No se atrevía a levantar la mirada de la cazuela que seguía removiendo. No se atrevía a mirar a sus amigos. A añadir nada más.
¿Cómo podía mirarlos a la cara? ¿Cómo podía escuchar sus insultos hacia Draco y no decir nada? ¿Cómo ponerse de parte de unos o de otros? Después de lo que estaba haciendo a sus espaldas… No podía hablar de Malfoy en presencia de sus amigos.
Dijera lo que dijese respecto al Slytherin, a su modo de ver sería incorrecto. Si se ponía en su contra, se sentiría una traidora hacia sí misma dado los sentimientos que albergaba hacia él. Y defenderlo frente a sus amigos era simplemente impensable en ese momento. Porque de esa forma sería casi como confesar lo que estaba sucediendo entre Draco y ella, y eso Hermione ni se lo planteaba. Y menos con lo que estaba oyendo. Escuchando una vez más lo mucho que detestaban al muchacho. ¿Cómo podía contarles la verdad en esas circunstancias?
¿Pero cuánto tiempo podrían permanecer así, escondiéndose del mundo?
Por no hablar, para rematar su estado anímico, de lo abatida que se había sentido los últimos días. Desde que comenzaron las vacaciones. Se sentía feliz y distraída cuando estaba con sus amigos, y lo estaban pasando juntos estupendamente. Pero no podía remediar la espina que tenía clavada en su pecho.
Y la causa era que estaba echando de menos a Malfoy.
Así de simple y de perturbador. Echaba de menos a Draco Malfoy. A pesar de que sus últimas palabras hacia él hubieran sido un insulto. A pesar del rechazo que le habían provocado las ofensas que había pronunciado hacia la familia Weasley, lo enfurecida que se había sentido con él… A pesar de todo eso, lo estaba echando de menos. Y le pareció lamentable por su parte.
No era que en Hogwarts se viesen muy a menudo, y menos en esa última semana, pero estar en La Madriguera era casi peor que en el castillo. Allí no había manera de verlo, ni siquiera de lejos, simple y llanamente porque no se encontraba allí. Se había ido de Hogwarts rabiosa y desilusionada con él, con su forma de ser, con su afán de menospreciar a los que consideraba inferiores a él. Incluso había habido momentos en los primeros días de la semana en los que se había sorprendido a sí misma pensando que ya era suficiente. Que se había dado cuenta, como una revelación, de que no quería tener nada que ver con alguien así. Y se había sentido orgullosa de su decisión, feliz de poder librarse de una relación tan complicada. Incluso empezó a planear en su mente cómo decirle a Malfoy que quería terminar con lo que tenían. Pero los días habían ido pasando uno a uno, y los sentimientos de rencor que Hermione sentía por el joven habían ido palideciendo día a día.
Y ahora volvía a sentirse igual que cuando estaba en Hogwarts. Deseando verle. Deseando volver a encontrarse con él. Hablar con él. Besarse con él.
Añoraba la sensación de sus labios contra los suyos. Su último beso había sido fugaz, apremiante, cargado de nerviosismo por su parte ante la perspectiva de que alguien los descubriese. Quería volver a perderse en sus labios con calma, disfrutar de su cercanía, igual que sucedió en el invernadero.
Hermione cerró los ojos. Lo último que habían hecho antes de despedirse había sido discutir. Deberían haberse dado un beso, un abrazo, o simplemente haberse deseado pasar una buena semana. Eso habrían hecho si de verdad… se quisieran. Si fueran una pareja de verdad. Pero lo que había entre ellos no funcionaba así. Ellos habían discutido. Era patético.
—¡Hermione, que se quema!
La chica salió de su estupor con un fuerte respingo. Su mirada se dirigió de inmediato a la cazuela que estaba removiendo y alcanzó a ver unas manos cubiertas de pecas, que identificó como las de Ron, quitándola del fuego a toda prisa. La salsa estaba humeando y borboteando, y algunas patatas se habían salido fuera. Ron chilló de dolor al quemarse y soltó la cazuela de inmediato, dejándola tambaleándose peligrosamente sobre otro fogón apagado. Más patatas calcinadas cayeron a la encimera.
El olor a quemado les impregnó las fosas nasales. Hermione se había quedado pálida, y seguía sosteniendo la cuchara en el aire.
—¡Lo siento! —logró articular con voz chillona, cubriéndose la boca con ambas manos—. Lo siento muchísimo, me he despistado…
—Tranquila —masculló Ron, agitando las manos doloridas y olfateando con cuidado la cazuela, la cual emitía un desagradable y fuerte olor a ceniza. Ginny se apresuró a abrir las ventanas—. Antes olía mejor, pero tengo tanta hambre que me lo voy a comer igual. De todas formas, ¿habéis visto dónde ha guardado mi madre los huevos de chocolate rellenos de meigas fritas?
Harry dejó escapar una risita nerviosa, y frotó los brazos de Hermione desde atrás en un intento de quitarle importancia a lo sucedido. Ginny se encogió de hombros con una sonrisa, agitando un trapo para ayudar al humo a salir de la cocina.
Hermione solo pudo cerrar los ojos, avergonzada.
Por haber quemado la salsa, y por estar pensando en quien no debía.
Uy, ¡cuántas cosas! Por un lado, primer encuentro entre nuestros amantes en secreto… que ha acabado regular 😂. A Draco le ha podido su espíritu de matón, y ha acabado metiéndose con los Weasley, básicamente porque sí (xD). Cosa que a Hermione, evidentemente, le ha sentado muy mal, y se ha largado sin más, enfadada 🙊. Draco se ha dado cuenta tarde de que igual callado está más guapo 😂
Después hemos visto a Hermione en La Madriguera, dividida entre echar de menos a Draco, u odiarlo porque es idiota, y sin saber qué decir delante de sus amigos…
Y…. ¡la chica francesa ha reaparecido! 😱 ¡Está viva, y dice que no recuerda nada! Pobrecilla… ¿Tenéis alguna teoría?
¡Muchísimas gracias por leer! Como siempre, me encantaría leer en los comentarios qué os ha parecido 😍
Nos vemos… ya mismo, en el siguiente. ¡Pasa la página! 😉
