Continuamos con las vacaciones de Semana Santa. Esta vez, las de Draco... ¿Recordáis lo que iba a suceder en cuanto volviese a su casa? 😳
CAPÍTULO 28
La huida de Pigwidgeon
El silencio invadía el amplio y lujoso dormitorio. El segundero de un gran y antiguo reloj de pie era lo único que rompía la abrumadora quietud de la habitación. Minutos atrás, cuando aún no había anochecido, la luz se adentraba en la estancia entre las elegantes cortinas de terciopelo verde; pero, poco a poco, el sol se había ido ocultando y la habitación estaba ahora en penumbra. Iluminada por los tenues rayos de la luna.
Él ni siquiera se había dado cuenta de que la luz había desaparecido.
Draco Malfoy llevaba horas sentado en la orilla de su cama, sin moverse. Estaba vestido con lo que durante mucho tiempo había adorado y anhelado, pero que en aquel momento de creciente pánico no le parecía otra cosa que no fuese una simple túnica negra. Miraba fijamente la pared opuesta, sin verla, mientras el silencio le presionaba los tímpanos. Su corazón latía con tanta fuerza bajo sus costillas que creía que en cualquier momento lo vería rebotando fuera de su pecho. Llevaba horas así, y no paraba. No se ralentizaba. Notaba una sensación extraña en el estómago, que nunca antes había sentido. Era como si unas manos frías le retorciesen las tripas, casi provocándole náuseas. Y también le provocaba un sudor frío que le enfriaba la nuca.
Sus manos, para su propio asombro, entrelazadas sobre sus muslos, no temblaban.
El transcurso del tiempo estaba siendo una experiencia curiosa. El reloj avanzaba más deprisa de lo que a Draco le gustaría, pero, al mismo tiempo, el momento no llegaba. Necesitaba terminar con aquello. Librarse de esa agonía de una vez por todas. De la eterna espera. Miró el reloj de nuevo, girando el cuello con una extraña rigidez. Ya eran las doce menos veinte de la noche. Cerró los ojos y respiró lenta y sonoramente, intentando relajarse, aunque su pecho tembló por los nervios al inhalar aquel oxígeno. Respiró hondo otras tres veces, pero solo logró que las náuseas se trasladasen a su garganta. Tragó saliva con dificultad y agachó la cabeza, cubriendo su rostro entre sus gélidas manos, luchando por tranquilizarse. Diminutos puntitos blancos aparecieron en sus ojos cerrados.
«Vamos, Draco, tranquilízate, joder», se suplicó en su mente con severidad. «No seas crío… Llevas toda tu vida deseando esto y ahora por fin ha llegado el momento, así que tranquilízate… Tranquilo…»
Deslizó sus manos hacia arriba, recorriendo su frente, y las enredó en su rubio cabello. Estiró con fuerza intentando que su mente despertase y fuese capaz de volver a ser dueño de su cuerpo. De pronto sintió unas irrefrenables ganas de arrancarse el cabello, de tirar de él hasta lograr sacar toda la rabia que lo carcomía, todo el miedo y la impotencia que sentía y que odiaba sentir…
«Piensa en tu padre», le dijo la vocecita de su mente. «Piensa en lo que sentiría al saber lo que vas a hacer, piensa en cómo se sentirá cuando se entere…»
«Pero es demasiado pronto»,respondió él, desesperado, en su cabeza. «No estoy seguro de ser capaz. Y esto es para toda la vida…»
«Tu padre lo ha hecho. Es el camino a seguir, es tu destino. Tu padre estará orgulloso de ti»,añadió su conciencia. «Se sentirá orgulloso. Y esto es lo que siempre has querido… Ya eres adulto. Ahora ha llegado el momento, ha llegado tu turno de formar parte de esto, de ser parte de la solución…»
«¿Pero, y si el Señor Oscuro descubre que…?»
Granger. Granger flotaba en su subconsciente. Llevaba días flotando en los recovecos de su mente. Y posiblemente ella era la razón del acelerado latir de su asustado corazón. La conversación en el invernadero, sus besos, su encuentro en el Gran Comedor el último día…
Estaba muerto. Si el Señor Oscuro decidía revisar su mente, si accedía a sus recuerdos, si veía todo aquello… ¿Utilizaría la Legeremancia para asegurarse de que era un mortífago ejemplar? ¿Que no había traicionado a su sangre de ninguna manera? Si lo hacía, estaba muerto. No era un mortífago ejemplar. No lo era.
¿Cómo había sido tan imprudente? ¿Cómo había podido cometer tal descuido semanas antes de ordenarse mortífago?
Granger tenía razón. Era rematadamente imbécil.
En su cabeza, había justificado todo lo sucedido con Granger pensando que nadie se enteraría y nadie lo contaría. Pero, ¿y si no hacía falta que nadie lo contase? ¿Y si el Señor Oscuro ya lo sabía? ¿Y si estaba a minutos de descubrirlo?
Volvió a alzar la vista, y miró el reloj de nuevo: las doce menos cuarto. El pánico lo invadió hasta la médula, desplegándose por su cuerpo a través de sus nervios como si fuera electricidad. Comenzó a jadear sin poder evitarlo. Se ahogaba, no podía respirar con suficiente rapidez…
«No puedo hacer esto. No puedo… Me descubrirá, me matará…»
Sintió la necesidad de levantarse y acercarse a la ventana para recibir el frío aire nocturno en el rostro, pero sus piernas no le respondían. Ninguna parte de su cuerpo le respondía. Luchó desesperadamente por controlar la repentina humedad que invadía sus ojos. No quería que su madre le viese así. Quería demostrar que era valiente, aunque todo el mundo lo dudase.
De pronto, sobresaltando su ya de por sí taquicárdico corazón, la puerta de madera oscura se abrió con un crujido. Y una franja de luz iluminó el suelo de la estancia, sin llegar a la cama. Un destello rubio acompañó el agraciado rostro de Narcisa Malfoy cuando se asomó.
—Hijo… —saludó en un susurro, avanzando un paso y cerrando la puerta tras ella. Estaba vestida con una túnica negra idéntica a la suya, que enfatizaba el rubio de su cabello y el azul de sus ojos. Draco, incluso en la distancia, pudo notar los enrojecidos ojos de su madre que contrarrestaban con la serena sonrisa que le dedicaron sus labios. El chico no sabía el aspecto que debía presentar él, sentado al borde de su cama en la oscuridad, pero su expresión pareció entristecerla. Se acercó a él, pasos silenciosos en la moqueta de la habitación, y se sentó a su lado sobre el mullido colchón.
Draco agradeció que lo hiciera; él no hubiera podido ponerse en pie.
—¿Cómo estás? —cuestionó Narcisa, en un susurro, observándolo con atención. Draco tragó saliva, conteniendo las náuseas, y asintió con la cabeza.
—Perfectamente —logró articular. Y su voz sonó más firme de lo que hubiera creído. Eso lo inundó de un renovado valor—. Nervioso, supongo… Pero bien. Emocionado.
Ni él mismo supo cómo había podido mentir tan descaradamente. Estaba de todo, menos emocionado.
—Será rápido —aseguró la mujer, mirándose las manos entrelazadas—. Cuando se la pusieron a tu padre fue muy rápido. Ya lo verás.
—¿Me dirá hoy lo que quiere que haga? —cuestionó Draco sin poder contenerse, alzando la mirada para contemplar a su madre—. ¿Por qué quiere que me convierta en mortífago ahora?
Narcisa tomó aire profundamente, sin mirarlo. Sus ojos estaban ligeramente abiertos de más, dejando entrever el pánico que sentía por dentro, pero que no quería que su hijo apreciase.
—Creo que sí. Los ha reunido a todos en el salón. No he podido hablar con Bella, así que no estoy segura —añadió casi para sí misma. Parecía cavilar en voz alta. Siguió murmurando, casi frustrada—. No puede ser algo demasiado difícil, ni peligroso. Solo eres un niño, él…
—No soy un niño —la interrumpió Draco con una punzada de rencor. Narcisa lo miró, la disculpa brillando en sus ojos.
—Tienes razón —aseguró con la voz tomada. Alzó una pálida mano y le acarició el cabello, acomodándole el flequillo con dedos temblorosos—. Supongo que para mí siempre lo serás —susurró. Sus ojos claros estaban vidriosos—. Lo siento tanto, hijo. Tanto… —añadió, con voz repentinamente tomada—. Tu padre y yo no deberíamos haberte metido en esto…
Draco sacudió la cabeza, sintiendo su pecho partirse en dos al ver a su madre tan repentinamente frágil.
—No tienes que sentir nada —aseguró, rotundo, enderezándose ligeramente—. Quiero hacer esto. Es mi decisión. Y es un honor. Todo está bien. Padre… padre lo querría así. Y cuando salga de Azkaban… lo sabrá —articuló, aferrándose a esa satisfactoria idea para poder seguir adelante. Mirando al vacío con la promesa en su cabeza de cumplir las expectativas de su padre, algo que desde niño había querido.
Y por ello no vio la expresión rota de su madre. Profundamente preocupada y desolada. Sus ojos angustiados mirándolo como lo que era, la persona más importante para ella.
Las campanas del reloj retumbaron en la habitación.
Las doce en punto de la noche. El corazón de Draco dio un vuelco. Sintió un escalofrío a lo largo de su columna y cómo su corazón, que la presencia de su madre había relajado, volvía a acelerarse sin remedio.
—Ya es la hora —susurró Narcisa, con voz ronca.
Draco se puso en pie al instante, con tanta brusquedad que hizo crujir la cama. Sus piernas, que antes asemejaban la gelatina de peor calidad, de pronto parecían capaces de sostenerlo. Avanzó hacia la puerta con amplias pero lentas zancadas, seguido de su madre. Ésta colocó una delgada mano sobre el hombro de su hijo cuando ambos abandonaron la habitación.
Echaron a andar por los oscuros y vacíos corredores de la Mansión Malfoy. La luz de la luna entraba por las altas ventanas con forma de diamante, llenando todo de una blanca y sutil luz, pero no era suficiente iluminación. Los candiles que colgaban de las paredes se iban encendiendo a su paso mientras caminaban, y se apagaban tras ellos cuando se alejaban. Rompiendo con la oscuridad nocturna. El sonido amortiguado de los zapatos de la mujer contra las alfombras del suelo era lo único que rompía el silencio.
—Intenta estar tranquilo —susurró Narcisa, a pesar de que su propia voz temblaba, mientras bajaban la gran escalera principal hacia el vestíbulo—. Todo saldrá bien, yo estaré contigo. Habla… habla solo si Él te lo exige y todo irá bien.
Draco asintió con rigidez. Ya no era capaz de articular palabra. Sentía que, si pronunciaba algo, no sería capaz de controlar las náuseas. Bajaron al vestíbulo y llegaron, antes de lo que ninguno de los dos hubiera deseado, a las puertas dobles de roble, cerradas, que daban paso al gran salón de la mansión.
Junto a éstas se encontraba una delgada figura que alzó la mirada al ver llegar a las dos personas. Los ojos azules de Theodore Nott, normalmente calmados, o incluso tristes, en ese momento brillaban de ansiedad bajo la luz mortecina de aquella casa. Intercambió una silenciosa mirada con Draco cuando éste se detuvo ante la puerta. Haciendo un esfuerzo por infundirle algo de ánimo solo con sus ojos.
Narcisa respiró sonoramente por la nariz, parpadeando tratando de controlar la emoción de sus ojos y llamó tres veces a la puerta de su propio salón. Los tres golpes resonaron con un inquietante eco que recorrió la enorme y solitaria mansión. Sin espera respuesta, y sin apartar la mano del hombro de su hijo, abrió la puerta presionando la manilla de bronce y se adentró en la estancia, arrastrando a Draco con ella. El joven rubio no apartó la mirada de los ojos de Nott hasta que cruzó el umbral y lo dejó atrás.
El salón estaba envuelto en sombras, pues las cortinas estaban cerradas impidiendo incluso el paso de la luz de la luna. Se trataba de una gran sala, con una lujosa chimenea de mármol al fondo de la estancia, en la cual crepitaba un intenso fuego que era la única fuente de luz. Frente a ella había un par de antiguos y ostentosos sillones. Y un par más pegados a las paredes. Sobre la chimenea había un gran espejo con marco dorado. En el resto de las paredes, de color morado, diversos cuadros de sus antepasados y familiares estaban repartidos por la superficie, en cuadros grandes y ornamentados. El pulido suelo de la habitación estaba casi cubierto en su totalidad por una gruesa alfombra. Regalo de sus abuelos maternos. Del techo colgaba una bella lámpara de araña, compuesta por miles de diminutos cristales.
Un reducido grupo de personas, vestidas con túnicas negras y máscaras plateadas cubriéndoles el rostro, estaba de pie, en absoluto silencio, desperdigados a ambos lados de la estancia. Dejando un amplio pasillo en el centro, en dirección a la chimenea.
—Traigo a Draco, mi señor —anunció Narcisa con voz fuerte y clara, cerrando la puerta con una mano temblorosa cuando ambos la hubieron traspasado, dejando fuera a Theodore. Seguía sin separar la mano del hombro de su hijo, y éste comenzaba a sentir cómo los dedos delgados de su madre se clavaban en su piel, revelando el nerviosismo que ocultaba.
—Gracias, Narcisa —sentenció una fría y aguda voz tras uno de los sillones que se encontraban frente a la chimenea, de espaldas a ellos—. Puedes sentarte.
Draco sintió las uñas de su madre clavarse en su carne, sobre su hombro. La mujer apretó su fina mandíbula y miró una última vez a su hijo a los ojos, transmitiéndole todo el apoyo que pudo reunir. Draco sintió frío y una inmensa soledad cuando su madre retiró la mano de su hombro y se alejó de él lentamente, yendo a sentarse en un sofá junto a una pared, al lado de su hermana. Bellatrix Lestrange observaba la escena con avidez, con sus ojos de párpados gruesos desmesuradamente abiertos.
La figura que había hablado de pronto se levantó del sillón, le dio la espalda a la chimenea y se alejó un par de pasos de ella, quedando ahora frente a Draco. Éste sintió el miedo apoderarse de todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, pero no hizo ni el más mínimo movimiento que lo delatase. Incluso se sorprendió intentando contener la respiración.
Lord Voldemort, enfundado en una larga y gruesa túnica negra, con ojos rojos cuyas pupilas alargadas lo contemplaban con suspicacia, dijo dos palabras que fueron suficientes para aterrorizar aún más, si es que cabe, al muchacho:
—Adelántate, Draco.
El rubio obedeció al instante y echó a andar hacia él, todo lo despacio que pudo. Mirando fijamente el pecho del Señor Oscuro, sin atreverse a mirarlo a los ojos. Sin saber si eso sería irrespetuoso. Repitiendo mecánicamente lo que su padre le había enseñado, se arrodilló torpemente frente a Voldemort y rozó con sus labios el bajo de la túnica negra. Después se puso en pie con la misma torpeza, y permaneció inmóvil frente a él, esperando a que comenzase a hablar, intentando ocultar con una máscara de inexpresividad el terror que lo consumía por dentro. Draco era muy diestro escondiendo sus emociones si se lo proponía, y no iba a permitir que ese don le fallase en un momento tan crucial.
Sabía que el resto de los mortífagos, a ambos lados de él, lo estaba contemplando, pero casi se olvidó de que estaban ahí. El Señor Oscuro, alto, poderoso, imponente, imprevisible, ocupaba toda su atención.
—Vaya, Draco, veo que ya te has puesto la túnica —comentó Voldemort, con un tono casi paternal que fue aún más aterrador. Dio una lenta vuelta alrededor del joven Malfoy haciendo que su larga túnica susurrase contra la alfombra. El joven Slytherin asintió con la cabeza rígidamente—. Agradezco tu entusiasmo. ¿Sabes? Mucha gente no está de acuerdo en que un inexperto niño de diecisiete años pase a formar parte de mis filas. Por el contrario, provienes de una familia cuya lealtad no ha flaqueado nunca en alguno de sus miembros —los ojos rojos del Lord miraron de soslayo a Bellatrix, quien se hinchó y ruborizó de orgullo visiblemente—, y demasiado en otros —ahora miró a Narcisa, quien se contemplaba fijamente las manos entrelazadas en el regazo—. Espero que comprendas lo que estoy haciendo, Draco. Te estoy dando la oportunidad de recuperar el honor que tu padre muy estúpidamente le ha arrebatado a los Malfoy. Te estoy ofreciendo el lugar que tu padre ocupaba a mi servicio. Te estoy dando la oportunidad de recuperar el respeto que teníais antaño. En tus manos está el poder mejorar la situación de tu familia. ¿Te crees capaz de conseguirlo?
—Sí, mi señor —sentenció Draco en voz más baja de lo que pretendía, intentando controlar su respiración acelerada.
«No pienses en Granger… No pienses en Granger… Por lo que más quieras, no pienses en Granger»
—Eso espero… Por tu propio bien —susurró el Señor Oscuro en el oído de Draco, erizándole el vello de la nuca—. Necesito a alguien en Hogwarts con urgencia, y es por eso que he decidido tomar esta decisión tan cuestionable. Soy consciente de que me juego mucho, por no decir todo, convirtiendo en mortífago a un crío que va a pasar los próximos meses bajo la vigilancia de Albus Dumbledore… Pero no hay otra solución. Confío en que serás discreto, y te asegurarás de que Dumbledore no sospeche ni por un instante de qué lado estás —Voldemort echó la cabeza hacia atrás sin dejar de mirarle y las dos rendijas que tenía a modo de nariz se ensancharon levemente cuando inspiró profundamente—. Provienes de una antigua y respetable familia de magos de sangre pura y no me gustaría tener que derramar dicha sangre. ¿Me he expresado con claridad?
—Sí, mi señor —logró decir el joven Malfoy, y añadió de un tirón, después de tragar saliva sonoramente—: Lo único que necesito es la oportunidad de probarle mi lealtad.
El Señor Tenebroso lo miró con ironía ante esas palabras. Habían sonado terriblemente infantiles incluso a oídos de Draco.
—¿Qué hay del otro muchacho, Milord? —cuestionó una ronca voz a la izquierda de Draco. Éste giró los ojos levemente, aunque no hacía ninguna falta. Reconocería esa voz en cualquier lugar.
Fenrir Greyback parecía ser de los pocos con derecho a sentarse en uno de los sillones del salón. Su rostro cubierto de grueso vello, sin máscara que lo cubriese, apenas se distinguía a la luz de las llamas. Pero sus ojos, lobunos, sí brillaban con intensidad. No parecía avergonzado de haber hablado. No parecía conocer ese sentimiento.
Draco apreció que el resto de mortífagos se miraban entre ellos con discreción, al parecer sorprendidos de que el hombre lobo se atreviese a abrir la boca en una situación semejante. Y más aún para cuestionar, aparentemente, a Lord Voldemort.
El aludido se giró hacia el hombre lobo, calibrándolo con sus ojos de color rojo sangre. Su rostro ofidio no se alteró lo más mínimo.
—¿De quién hablas, Fenrir?
—El hijo de Nott, mi señor. También está en Hogwarts este curso, ¿me equivoco? —aclaró Greyback, cuya voz sonó casi como un gruñido. Las fosas nasales de Draco casi llegaron a percibir su olor a sangre, sudor y suciedad.
La boca sin labios de Voldemort se curvó muy sutilmente de una comisura.
—Ah, sí. El hijo de Nott… ¿Theodore, cierto? Discúlpame, Greyback, pero no considero a ese torpe muchacho capaz de llevar a cabo la misión que tengo reservada para Draco. Ni a ninguno de los vástagos de otros mortífagos que también están allí. Prefiero que esta misión sea lo más discreta posible y no tener siete espías diferentes en el castillo. Espero que no te importe. He reflexionado bastante antes de tomar esta decisión, como comprenderás…
La voz del Lord sonó tan gélidamente burlona, que todos los mortífagos retrocedieron muy sutilmente. Aterrados. Greyback lució, por primera vez, inquieto.
—No pretendía ofenderlo, Milord. Creí haber entendido que el muchacho Nott también sería uno de los nuestros tarde o temprano…
—Y lo será —aseguró Lord Voldemort, comenzando a lucir impaciente, sin intención de especificar nada más.
—Para entonces lo entrenaremos —intervino Bellatrix Lestrange, con voz exaltada—. Vive en la Mansión, desde el encarcelamiento de su padre. Cissy y yo lo adiestraremos cuando termine sus estudios. Nos aseguraremos de que no cometa ningún error llegado el momento. Ahora mismo es un crío, no nos sirve para nada.
—Gracias, Bellatrix —correspondió Lord Voldemort, en tono neutro, casi aburrido, para después desviar de nuevo sus ojos hacia Draco—. Pero, por favor, no nos desviemos del tema, amigos míos. Os recuerdo que el protagonista de hoy es Draco… Arrodíllate —ordenó, sin molestarse en alzar la voz. Ahora el silencio de la estancia era sepulcral.
El chico casi se arrojó de cabeza a los pies del mago. Le dolieron las rodillas por el golpe, pero no se atrevió a volver a moverse. Aguardó, expectante, en silencio, sin apartar los ojos del bajo de la túnica del hombre. Se sentía ligeramente mejor ahora que no tenía que ver esos terroríficos ojos fijos en él.
Se preguntó si ahora utilizaría la Legeremancia contra él. Draco era muy hábil en Oclumancia, estaba seguro que mucho más que cualquier otra persona de su edad. Bellatrix lo había instruido con regularidad desde hacía varios años. Pero en absoluto podía imaginar enfrentarse mentalmente con Lord Voldemort.
«No pienses en Granger… No pienses en Granger…»
—Extiende tu brazo izquierdo.
Draco apenas vaciló un eterno segundo. Obedeció, y elevó su brazo hasta colocarlo horizontal. Una de las blancas manos de Lord Voldemort, de uñas largas y afiladas, entró en su campo de visión, y casi se sobresaltó. Sus dedos sujetaron el borde la manga y la llevó hacia atrás, hasta dejar al descubierto el pálido antebrazo del rubio, que pareció brillar en medio de la penumbra de la estancia. Draco se avergonzó. ¿Debería haberse descubierto él mismo el antebrazo?
La otra mano del Señor Oscuro entró en escena. La mano que sujetaba su larga varita. La alzó y apoyó la punta en la piel del joven Malfoy. Clavándosela de forma casi imperceptible. El brazo de Draco temblaba visiblemente. Y el propio chico no estaba seguro si era de pavor o del esfuerzo de mantenerlo alzado.
—Responde tres preguntas, Draco —ordenó Voldemort, en voz lo suficientemente alta para que todos los presentes lo escuchasen. Éste asintió, sin saber si tenía que hacerlo—. Primera pregunta: ¿deseas formar parte de la reconquista del mundo mágico, en defensa de la pureza de la sangre, y recuperar la verdadera comunidad mágica?
Draco cerró los ojos, pero recitó con voz firme:
—Sí, mi señor.
Un grueso hilo de humo negro salió de súbito de la punta de la varita y se enrolló alrededor del antebrazo de Draco, sobresaltándolo ante el inesperado hechizo y haciéndolo abrir los ojos. Tuvo que contenerse para no apartar el brazo instintivamente. Con el corazón retumbando, no se atrevió a cerrar los ojos de nuevo. Aquel humo apretaba su brazo de forma extraña, casi incómoda. Estaba más caliente de lo que parecía.
—Segunda pregunta: ¿serás un mortífago leal, que me obedecerá sin cuestionar mi autoridad y estará dispuesto a todo con tal de lograr nuestro objetivo?—continuó Voldemort, con serenidad.
—Sí, mi señor —repitió Draco, por inercia, sin siquiera pensar.
Otro hilo de humo negro, como procedente de una sucia chimenea, salió de la varita y se entrelazó con el primero, en otra dirección distinta. Ahora la sensación era incluso más agobiante. Quemaba más todavía.
—Tercera pregunta: ¿darías tu vida, en caso de ser necesario, por tu señor? —preguntó, con voz aterradoramente suave.
Draco se sorprendió tragando saliva, sin recordar cuándo lo había hecho por última vez. Oyó entonces un débil y desesperado gemido a su derecha. Y no tardó en comprender que debía provenir de su madre. Draco giró los ojos con disimulo y la buscó con la mirada, pero se encontró con la de su tía. Bellatrix lo observaba ávidamente, con los ojos todavía abiertos de par en par y la cara ruborizada de éxtasis. Narcisa, en cambio, se cubría la cara con las manos, contrastando con su hermana, y temblando notoriamente.
—Sí, mi señor —repitió Draco, sintiendo cómo la piel de su cuerpo se erizaba, sin apartar la mirada de su desconsolada madre.
Un tercer hilo de humo se unió a los demás, y entonces el antebrazo del chico comenzó a arder de forma casi insoportable. El joven Malfoy no pudo contener un débil jadeo. Quemaba cada vez más. Tiró inconscientemente de su brazo, pero estaba pegado a la varita del Señor Oscuro, manteniéndolo en su lugar, atado a él por los tres hilos de humo.
Y así estaría por el resto de su vida. Atado a aquel hombre. A sus órdenes. Para siempre. Toda una vida de servicio, o la muerte.
—Bien —la voz de Voldemort fue tan peligrosamente dulce que Draco sintió pánico ante lo que iba a suceder a continuación—. Quedas, por lo tanto, convertido en mortífago, Draco Malfoy… ¡MORSMORDRE!
Separó la varita bruscamente del antebrazo del chico, provocando un gran estallido de luz blanca y un bramido de dolor por parte de Draco. Se encogió sobre sí mismo y se aferró el antebrazo con la mano derecha, con los ojos fuertemente cerrados, intentando contener las lágrimas de dolor que ansiaban salir. El brazo le ardía, y sentía como si la piel le hubiese sido arrancada.
—Bienvenido a tu nueva familia, Draco —oyó que pronunciaba Voldemort, por encima de su cabeza.
Los mortífagos que estaban viéndolo todo prorrumpieron en gritos de triunfo y vítores. Draco sintió una repentina luz verde atravesar sus párpados firmemente cerrados, y los abrió casi por inercia. Para encontrarse de nuevo con la visión de su salón, ahora algo borroso por la humedad de sus ojos.
Alguien había creado una gran Marca Tenebrosa dentro de la habitación, cerca del alto techo, para celebrar el ingreso de un nuevo miembro a su círculo. La colosal calavera, con una serpiente saliendo de su boca, estaba compuesta de diminutas estrellas de color esmeralda que opacaron la luz de la chimenea.
Draco bajó los ojos y contempló, petrificado, otra calavera, ésta de color negro brillante, grabada a fuego en su antebrazo. Su piel, en los bordes, estaba roja y sensible, como si se la hubieran marcado con un hierro al rojo vivo. Era idéntica a la que brillaba en lo alto de la habitación.
Algo plateado frente a él atrajo su mirada. Voldemort, sin sumarse a los gritos de júbilo de sus seguidores, estaba agitando su varita para crear una delicada máscara plateada, con rendijas para los ojos, nariz y la boca. Parecida a una calavera. Una vez completada, la sujetó con una de sus delgadas manos y se la tendió al chico, sin decir nada.
Draco apenas podía pensar. Se sorprendió elevando su propio brazo y tomando la máscara que le tendía. La contempló, aturdido. Era igual que la que tenía su padre.
«Soy un mortífago…»
—Muy bien, Draco, pongámonos a trabajar. Hay mucho que hacer —sentenció Voldemort en voz alta, acallando al instante los gritos de los presentes, sin darle tiempo al chico a asimilar lo que significaba la marca que tenía grabada en el brazo. Comenzó a caminar muy lentamente ante Draco, con los brazos tras la espalda—. Estoy seguro de que te preguntarás cuál es el motivo de que te haya dejado ser parte de mis filas cuando no eres más que un muchacho y ni siquiera has terminado tus estudios básicos. Empezaré poniéndote al corriente de nuestros planes, para que puedas entenderlo. Como ya sabrás, pretendo dominar el mundo mágico para poder reconducirlo hacia un camino más acorde a los magos. Recuperar nuestras viejas costumbres y crear un nuevo orden social que todos agradecerán. Y, como te imaginarás, ya llevo tiempo poniendo en marcha un plan para conseguirlo. Aunque me esté llevando algo de tiempo. Entorpecido en ocasiones por inesperados sucesos, como lo ocurrido en el Departamento de Misterios —su voz se volvió más fría todavía, y Draco comprendió que estaba pensando en Lucius y el resto de mortífagos, ahora encarcelados por el Ministerio.
Hizo una pausa, deteniéndose, y escrutó al adolescente de arriba abajo, durante unos segundos, con sus terroríficos ojos. El chico entonces se dio cuenta de que todavía tenía la máscara plateada en la mano. Se la colocó con torpeza, asombrado de lo bien que se ajustaba a sus facciones. Casi agradeció tener el rostro cubierto; lo hizo sentirse menos observado por todos los presentes. Mientras, Voldemort continuó hablando y caminando, sin mencionar nada al respecto.
—Uno de mis objetivos a corto plazo es el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por varios motivos. Por un lado, considero que es un emplazamiento idóneo para comenzar con el adiestramiento de nuestros magos más jóvenes en los valores reales que debería tener un mago. Considero de vital prioridad limpiarlo de esa calaña proveniente del mundo muggle que Dumbledore se empeña en aceptar, y dejarles claro que no tienen cabida en la comunidad mágica. Y, por otro lado, —sus ojos rojos brillaron al detenerse junto a la chimenea. No se oía ni una mosca— necesito conseguir algo que se encuentra dentro del castillo. Hay algo allí que me será muy, muy útil. Algo que, cuando lo consiga, nadie podrá volver a hacerme frente jamás.
Draco lo escuchaba ahora con toda su atención. Aquello era muy interesante. ¿Había algo oculto dentro de Hogwarts? ¿Algo que ayudaría al Señor Oscuro a ser el dueño y señor del mundo mágico?
—¿Un… arma, mi señor? —se atrevió entonces a preguntar Draco, con todo el respeto y la humildad que pudo generar.
Voldemort lo miró con fijeza, y el chico por un momento temió haber sido impertinente o descortés. Pero, entonces, la boca sin labios del Señor Oscuro esbozó una mueca que, en un rostro más humano, podría haber sido incluso una sonrisa.
—Exacto, Draco. Un arma. Lamentablemente, no puedo revelaros de qué se trata. Sería peligroso. Nadie tiene conocimiento de que yo sé de su existencia, y así deben seguir las cosas. No te preocupes, tu misión no es encontrar ese arma, eso es asunto mío —continuó paseando entre el resto de sus seguidores. No se oía nada en la estancia a excepción del susurro de su capa al rozar el suelo. El resto de los mortífagos parecían estatuas—. He aquí lo complicado del asunto: entrar en Hogwarts. El hecho de que seas todavía un alumno, y estés de forma lícita en el castillo, puede serme muy útil. Tengo a mis hombres preparados, pero necesito información desde dentro. Qué encantamientos lo protegen, pasadizos secretos, traidores que nos dejen penetrar en los muros… Cualquier cosa. Sé que Severus está intentando encontrar algo que nos sea útil —dijo casi con nostalgia—, pero todavía sin éxito. No puede hacer demasiados movimientos sin arriesgarse a desvelar que está de mi lado. Y no me queda demasiado tiempo… ni paciencia. Por lo tanto, si lograses averiguar algo al respecto de las defensas del castillo, cualquier cosa, sería esencial que nos lo comunicases de inmediato. Es posible —añadió, suavizando su voz de forma espeluznante—, que si logras serme útil en este asunto, y nos ayudas a entrar… Ponga algo más de interés en sacar a tu inepto padre de Azkaban.
Draco abrió mucho sus grises ojos, con una súbita oleada de emoción mal disimulada.
«¿Si consigo información sobre cómo entrar en el castillo sacará a mi padre de la cárcel?»
—Por supuesto, mi señor —se apresuró a aceptar el chico—. ¿Y qué pasa con el profesor Dumbledore? —se atrevió a añadir, en voz más baja.
Lord Voldemort guardó silencio unos instantes, sin dejar de caminar. Cuando volvió a hablar, su voz apenas fue un susurro.
—Dumbledore es mío, y solo mío. Yo me encargaré de él, llegado el momento —informó Voldemort, sereno, sin darle importancia. Aunque había conseguido aumentar la densidad del aire de la habitación. Añadió, reflexivo—: Estoy decidido a entrar en el castillo en los próximos meses. Pero quiero hacerlo de alguna forma en la cual no sea necesario derramar excesiva sangre mágica, como ocurriría si intentásemos penetrar en él por la fuerza. Podría adueñarme de él ahora mismo, pero… no sería ético. Cada gota de sangre mágica derramada es una terrible pérdida.
Draco no pudo articular palabra. Sentía algo pesado deslizarse por su garganta. Comprendiendo el alcance de todo aquello.
Iba a ayudar a los mortífagos a entrar en el castillo… Iba a entregarles el castillo.
—Cuando tomemos el colegio —prosiguió Voldemort con más fuerza, deteniendo su paseo, y volviendo a atraer la atención de Draco. Pareció dirigirse entonces a todos sus seguidores—, cuando Hogwarts sea nuestro, todo será diferente. Los jóvenes magos se criarán con los valores mágicos tradicionales. Y, con el arma que conseguiremos, nadie podrá volver a interponerse en nuestro camino. El mundo mágico será mío, y podré gobernarlo y limpiarlo a mi antojo, como estoy destinado a hacer —aspiró lentamente por los orificios que conformaban su nariz, sin dejar de traspasar al muchacho con la mirada. De nuevo, aquella mueca parecida a una sonrisa, aunque no parecía humana, curvó la boca de Voldemort—. ¿Cómo te sientes al saber que formarás parte de la limpieza de sangre que estamos preparando para librar al mundo mágico de esa basura llamada muggles, Draco?
El joven tomó aire lentamente para intentar normalizar su respiración. Apretó los puños, pero le devolvió una mirada cargada de firmeza.
—Impaciente, mi señor.
Aunque todavía faltaban bastantes minutos hasta que el Expreso de Hogwarts partiese, el espeso vapor blanco hacía comenzado a salir por su chimenea, envolviendo de una suave neblina la parte más alta de la estación de King's Cross. Cientos de alumnos del colegio, acompañados por sus familiares, iban y venían en un ruidoso paseo, buscando a sus amigos, despidiéndose de sus padres y hermanos, o buscando vagones vacíos.
—¡Chicos, aquí tenéis uno! —gritó Molly Weasley, estirando la cabeza para ver a su familia por encima del gentío. Ron, el único Weasley presente, y el más alto de sus amigos, vio a su madre bastantes metros más lejos, y también el vagón vacío que les indicaba con aspavientos. Tras hacerle un gesto de confirmación, precedió a Harry y a Hermione hacia él.
—Esto es una locura —protestó el joven Potter, intentando atravesar la marea de gente mientras empujaba su carrito lleno de maletas, con la jaula de una alterada Hedwig en la parte más alta—. No me había dado cuenta de que se había ido tanta gente. El castillo ha tenido que quedar vacío…
—¿Dónde se ha metido Ginny? —inquirió Ron, mirando alrededor intentando visualizar a su hermana pequeña—. ¿Se ha perdido?
—No, creo que ha ido a ver a una amiga —informó Hermione, deteniéndose mientras varias personas con carritos igual de abarrotados que los suyos cruzaban frente a ellos en dirección a uno de los vagones—. El que creo que se ha perdido es tu padre…
—Ya, no lo veo. Con mi madre no está… —admitió el joven pelirrojo, girando la cabeza en varias direcciones. Avanzaron unos metros, y de nuevo los tres se vieron obligados a detenerse al ver que la multitud que había frente a ellos era infranqueable—. Bah, es alto, ya nos encontrará. ¿Pero por qué no se puede pasar por aquí? —añadió, irritado, al ver que no había manera de seguir caminando.
—A alguien se le ha volcado el carrito ahí delante —informó Hermione, estirando la cabeza por encima de la multitud para ver mejor—. Y está bloqueando el paso…
—No, si a este paso perderemos el tren —protestó Ron, resoplando tan fuerte que se alborotó el flequillo. Empujó con dificultad su pesado carrito hacia un lado, intentando rodear la barrera humana. Intentó ir algo más rápido, para llegar cuanto antes al vagón—. Ya verás cuánto tiempo van a tardar en recoger todo eso…
—Veamos cuánto tardas tú, Weasley —sentenció de pronto una fría voz tras ellos que arrastraba las sílabas.
Ron sintió al instante cómo algo se enredaba entre sus pies, haciéndolo perder el equilibrio mientras caminaba. Cayó de costado al suelo, emitiendo un grito ahogado, y, al estar aferrando el carrito con ambas manos, éste se precipitó con él. El baúl se volcó y se abrió, revelando su interior y regando el andén con su vieja ropa de segunda mano, algunos libros y demás objetos personales. La jaula de su pequeña lechuza cayó también, abollándose en una esquina, y provocando que la pequeña puertecita se abriese por el choque. Pigwidgeon no tardó ni medio segundo en salir volando a toda pastilla, asustada por el fuerte ruido.
Algunas de las personas que había cerca se detuvieron o giraron en su dirección, atraídos por el sonido.
—¡Ron! —exclamó Hermione, alarmada.
—¡Pig! —gritó Ron desde el suelo, levantando la mirada para ver cómo su lechuza escapaba entre la multitud.
—¡Malfoy! —bramó Harry, sacando su varita y apuntando con ella a la persona responsable del accidente.
Draco Malfoy, al lado de ellos, en pie con los brazos cruzados y una sonrisa socarrona en el rostro, le devolvió una mirada abiertamente burlona. Adrian Pucey, colega de Malfoy, también de Slytherin, estaba a un lado, desternillándose con sonoras carcajadas. Al otro lado del rubio se encontraba Pansy Parkinson, sujetándose el estómago para contener su ataque de risa y no caer al suelo.
—¡Por Merlín, qué patético! —exclamó Pucey, intentando respirar entre carcajadas—. ¡Ha temblado todo el andén! —a Pansy se le saltaron las lágrimas de risa ante sus palabras. Malfoy amplió su sonrisa satisfecha.
—No se permite la magia fuera de la escuela, Potter —canturreó el rubio, mirando con desdén la varita que éste sujetaba y apuntaba hacia él.
—Da igual, aún puedo clavártela en algún sitio realmente doloroso, sabandija —escupió el moreno con rabia, apretando con más fuerza su varita.
Pero Malfoy no escuchó su amenaza.
Ni siquiera oyó su voz.
Sus ojos se habían desviado hacia otro lado, fijos ahora en el suelo del andén. En Weasley, y en Granger.
Ron todavía se encontraba tirado en el suelo con todas sus cosas a su alrededor, aunque se había incorporado hasta quedar sentado, recuperando una postura más digna, para poder asesinar con la mirada a los Slytherins. Granger se había arrodillado a su lado, poniéndole una mano en el brazo con gesto protector. Los ojos de la chica escrutaban el cuerpo de su amigo, al parecer asegurándose de que estaba bien. La alterada preocupación que Granger lucía en sus ojos atravesó el pecho de Draco como una corriente de aire ardiente, incendiándole la nuca.
¿Cómo podía mirarlo así? ¿Cómo podía rebajarse a preocuparse así por alguien tan ridículo como Weasley? Ese tío no valía una mierda, no merecía que ella le dedicase una mirada así…
De pronto, Hermione giró la cabeza con decisión en dirección a Draco, haciendo oscilar su espeso cabello por la brusquedad del gesto. Clavó sus oscuros ojos en los del rubio con una cólera tan evidente en ellos que la sonrisa satisfecha de éste estuvo a punto de flaquear.
—¿Qué demonios te pasa? ¡Podías haberle hecho daño de verdad, pedazo de bruto! —le increpó Hermione, sin dejar de asesinarlo con la mirada, con voz cargada de indignación. Draco se permitió devolverle la mirada en silencio durante un ínfimo instante, desconcertado al ver la furia que le demostraba. No quedaba nada de la desilusión y serenidad que había lucido al llamarle "imbécil" el último día que se vieron. Los cambios de humor de Granger comenzaban a ser incomprensibles. Pero al rubio no le costó recuperar la compostura. La inexplicable rabia que sentía, el ardor que todavía sentía en su nuca, lo hizo más fácil.
—No te alteres, Granger. Las baldosas han amortiguado el golpe de tu amado Weasley. Y, ¿ves?, no se ha roto ni una —comentó con desdén, casi escupiendo el nombre del pelirrojo, haciendo reír de nuevo a Pucey y Parkinson.
Ahora fue el turno de Hermione de casi dejar flaquear la cólera de su expresión. No pudo evitar mirarlo con desconcierto ante la furiosa ironía de su tono.
¿"Amado Weasley"? ¿Por qué había dicho algo semejante? ¿Por qué Malfoy parecía tan enfadado de repente?
—Por cierto, bonita ropa, Comadreja —añadió Draco, recuperando con creces su sonrisa socarrona—. No creo que sea solo de segunda mano, ¿no? —se agachó y cogió una de las túnicas del joven con dos dedos, como si le repugnara—. Debe ser de quinta o decimotercera… ¿Esto es del siglo XII? Creo que Richard I de Inglaterra tenía…
—¡Te voy a dar yo doce puñetazos, pedazo de cabrón! —gritó Harry, abalanzándose sobre él, pero Malfoy se echó para atrás ágilmente. Alzó ambas manos como si pidiese una burlona tregua, dejando caer la túnica de Ron al hacerlo, y sin dejar de sonreír ampliamente con malicia.
—Tranquilo, Potter, tranquilo. O te dará un ataque, y Dumbledore se quedará sin nadie a quien darle puntos inmerecidos —se burló el rubio, conteniendo la risa a duras penas—. Ya nos vamos.
Les hizo un gesto con la cabeza a sus dos amigos, y los tres se alejaron riendo. Pucey le dio una palmada en la espalda, diciéndole algo que Harry y los demás no alcanzaron a oír. Pansy, todavía riendo escandalosamente, lo cogió de la mano mientras caminaban, girando el rostro al mismo tiempo para sonreír a los Gryffindors con malicia. Su mirada y la de Hermione se cruzaron. La morena le dedicó un gesto grotesco con la boca. Hermione, sin inmutarse, se limitó a alzar más la barbilla, orgullosa. No tenía la menor intención de que su rostro demostrase las punzadas que le estaba dando el corazón. La mano de Parkinson sujetando con fuerza la de Draco, entrelazando sus dedos con los suyos, tocando la pálida piel del chico… le estaba arañando las entrañas. ¿Cómo podía estar celosa del gesto de Pansy Parkinson, y al mismo tiempo odiar tanto a Draco que quería golpearlo con todas sus fuerzas?
—Maldito Malfoy —masculló Ron, con las orejas muy coloradas, intentando ponerse en pie. Harry se apresuró a cogerlo de un brazo y a tirar de él para ayudarlo. Hermione dejó de seguir a los tres Slytherins con la mirada al apreciar el gesto de Harry, y se apresuró a coger a su amigo del otro brazo—. Estúpido hurón, desgraciado… Como le pille a solas le voy a…
—¿Pero qué estáis haciendo? ¡Os han quitado el vagón que os había encontrado! —exclamó de pronto una voz aguda y sofocada. Molly, sonrojada y despeinada, se abría paso entre la multitud hacia ellos. Al ver las cosas de Ron por los suelos se detuvo en seco—. ¿Pero qué habéis hecho? ¿Qué ha pasado?
—Malfoy le ha puesto la zancadilla a Ron y lo ha tirado al suelo —respondió Harry al instante, todavía con un brillo asesino en sus ojos verdes. Molly inhaló sonoramente.
—¿Malfoy? ¿Draco Malfoy? —la mujer miró a ambos lados, exaltada—. ¿Y dónde se ha metido?
—No sé, se ha ido por ahí —masculló Harry, señalando con la cabeza la multitud que habían atravesado Malfoy y los demás antes de perderse de vista—. Pero ya no lo veo...
—Déjalo, mamá —farfulló Ron, aunque todavía jadeaba débilmente de pura rabia, volviendo a arrodillarse junto a su baúl volcado—. Ya lo atraparé en Hogwarts. Ahora mejor ayudadme a recoger, o perderemos el tren…
—Voy a buscaros otro vagón, no os preocupéis —resolvió su madre, volviendo a perderse entre la multitud.
Harry y Hermione se arrodillaron al lado de Ron, solícitos. Pero la atención de la chica no estaba en los objetos de su amigo. Había seguido con la mirada la dirección que había señalado Harry, y había visto algo que el moreno no había percibido. Se había abierto un hueco entre la multitud, y la vista de Hermione se había centrado en una figura solitaria apoyada contra una lejana columna cuadrada de la estación. Los ojos grises de Malfoy la atravesaron incluso desde esa distancia. Al darse cuenta de que había logrado atraer la mirada de la chica, Draco rodeó la columna sin dejar de mirarla y se perdió de vista en la parte trasera. Hermione sintió su corazón retorcerse, peleando consigo mismo.
¿Cómo podía estar planteándose siquiera ir a su encuentro después de lo que había hecho? O quizá precisamente por eso debería ir… Echó un rápido vistazo alrededor. No había ni rastro de Pucey ni de Parkinson.
—Ron, hay que ir a buscar a Pig antes de que parta el tren —oyó que decía Harry.
—Mierda, es verdad —masculló Ron, con cara de culpabilidad, dejando de recoger y mirando alrededor—. ¿Dónde se habrá metido?
—Ya voy yo, Ron —ofreció Hermione, sin mirarlo a los ojos—. Vosotros recoged. Vengo enseguida.
—Date prisa, no falta mucho para las once —le advirtió Harry, mirando el reloj de la estación sin dejar de guardar las pertenencias de Ron de nuevo en el baúl—. Nosotros subiremos tu equipaje al vagón que encontremos. Ojalá quede alguno libre todavía…
Hermione asintió, con una nerviosa sonrisa, y se puso en pie. Echó a andar con rapidez por la estación, sorteando a la multitud de alumnos. Miró hacia atrás a los pocos metros y comprobó que sus amigos seguían entretenidos con el equipaje de Ron y que no la miraban. Cambió de dirección al instante y se dirigió sin vacilar a la columna cuadrada tras la cual había visto ocultarse a Malfoy. Estaba cerca de una pared, creándose un oscuro hueco entre ella y la columna, menos iluminado que las zonas cercanas. Al llegar allí, echó un último vistazo por encima del hombro mientras doblaba la esquina de la columna. Sin tener tiempo de devolver la mirada al frente, sintió unos dedos delgados rodeando su codo y tirando de ella con fuerza. Antes de que pudiera asimilar lo que sucedía, y mucho menos decir nada, su espalda se encontraba contra el muro de ladrillo de la columna, el cuerpo de Draco presionado contra el suyo y sus labios envolviendo los suyos en un beso que le cortó la respiración. Hermione no fue capaz de contener un instantáneo gemido que la boca de él se tragó. El rostro del chico estaba ladeado ante el suyo, para abarcar mejor su boca. Sintió una mano mantenerse en su codo, solo para sujetarla, mientras la otra se apoyaba de igual forma en su cintura. Al chico parecía no importarle demasiado dónde estaban sus manos. Su principal objetivo era su boca. Arrasar con ella como si solo dispusiese de diez segundos para ello.
Hermione no podía creer que estuviese sucediendo. Había tenido tantos sentimientos encontrados durante esa larga semana... Había pasado la mitad del tiempo odiándolo, y la otra mitad deseándolo. Y ahora volvía a tenerlo delante. La estaba besando. La estaba devorando.
La estaba besando… después de humillar a sus amigos.
Hermione sintió el raciocinio volver a su mente, como si se encendiese una luz en su interior. Emitió un segundo gemido, esta vez de protesta, y lo cogió de los brazos para separarlo de su cuerpo. Con firmeza, usando algo de fuerza, pues él era bastante más pesado que ella. Malfoy no se resistió y accedió a separar su boca de la suya, pero tampoco se alejó más de un paso. La miró, con la confusión por su rechazo brillando en sus ojos grises. El hecho de que no sintiese remordimientos ante lo que acababa de pasar enfureció a la chica.
—¿Por qué has hecho eso? —le espetó Hermione con dureza. Aunque con voz algo inestable por la intensidad del reciente beso—. ¿Por qué le has hecho eso a Ron?
El rostro de Malfoy se relajó en una desdeñosa mueca. Puso los ojos en blanco y resopló, haciendo que en los ojos de ella brillara una muda advertencia. Ella todavía no había soltado sus brazos.
—Oh, venga ya, no le he hecho nada… —gruñó él, entre dientes.
—¡Claro que sí! ¡Y podías haberle hecho daño de verdad! ¿A qué venía eso? —repitió Hermione, rabiosa, acercándose más a su rostro para encararlo.
—¡Que no le he hecho nada, joder! —exclamó él, impaciente, alzando el tono de voz y retrocediendo otro paso. Soltándola y obligando a la chica a soltar su cuerpo—. ¿Es que siempre que estamos a solas hay que mencionar a ese estúpido patán? ¿Cada vez que nos vemos tienes que defenderlo a capa y espada en mi contra como si fueras su maldita madre?
—¡No tendría que hacerlo si tú no te pasases la vida mortificando la suya! —gritó Hermione, avanzando un paso, sin dejar de mirarlo. Ni siquiera se había percatado de lo alto que había hablado, pero había tal barullo en la estación que tampoco importaba demasiado. Era complicado que alguien les escuchase.
Los ojos de Draco brillaron como el acero de una espada.
—Es verdad, qué despiste… Se trata de tu amado Weasley —escupió Malfoy, articulando mucho las palabras—. A veces olvido que estás loca por él. Es tu deber defenderlo entonces de criminales como yo, claro…
Hermione se quedó petrificada. Completamente desarmada ante esas palabras. Durante dos segundos, solo pudo mirar fijamente los ojos repentinamente oscurecidos del rubio. El rictus de desprecio que contraía su boca.
—¿Qué? —dejó escapar Hermione en un hilo de voz. Se había quedado helada de pura confusión—. ¿Pero qué estás diciendo?
—¿Me vas a negar que tienes algo con ese gilipollas? —espetó él, con rabia, volviendo a subir el tono de voz. Mientras hablaba, señaló con un airado brazo en la dirección aproximada en la que se encontraban Harry y Ron.
Hermione, una vez recuperada de la impresión, sintió la furia invadirla, ascendiendo por sus piernas, hasta encender su rostro. Comenzó a respirar con dificultad, cargada de indignación. No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Perdón? ¿Cómo dices? Pero, pero… ¿Tú te escuchas? ¿Me crees capaz de estar con alguien a pesar de lo que hay entre nosotros? Te atreves a… acusarme…. ¿Por quién me tomas? —también subió el tono de voz, crispada, casi sin aliento. Articulando sin demasiado tino, tal era su sofoco—. ¿Crees que estaría haciendo esto contigo si sintiese algo por Ron? ¿Acaso tú estás con alguien más a pesar de lo que estamos haciendo? —cuestionó entonces, airada, sin pararse a pensarlo ni un instante.
Y casi hubiera agradecido hacerlo. Pensarlo con antelación. Porque de pronto se quedó lívida. El corazón se le paralizó ante sus propias reflexiones. No se había planteado semejante posibilidad. Y, de sopetón, fue aterradoramente consciente de ello. Dado el aire clandestino de su relación, al no ser algo público, había asumido, aceptado, más bien, que lo que había entre ellos no era algo serio. De modo que no se había planteado el hecho de que, efectivamente, no fuese serio. Con todo lo que eso conllevaba. Que no fuesen exclusivos. Habían acordado que no serían pareja, era cierto. Solo iban a dejarse llevar por lo que sentían. A encontrarse de forma secreta. ¿Eso significaba que podían verse con otras personas? Ni siquiera lo mencionaron como una opción...
Ella no quería verse con nadie más. Esa era su realidad. Pero, ¿y él? ¿Quizá Malfoy ya estaba viéndose con otras chicas aparte de ella? Sintió el pecho temblarle de angustia, a modo de golpe doloroso contra la realidad. De absurdos celos que no quería sentir.
La mano de Parkinson aferrando la de Draco, minutos atrás, bailó ante sus ojos…
Pero, entonces, si podían verse con otras personas, ¿por qué él estaba furioso ante la idea de que Ron y ella estuviesen juntos?
Draco la trajo a la realidad al dejar escapar un resoplido incrédulo, girando el rostro a un lado. No pareció excesivamente alterado. Ni pareció sentir la necesidad de excusarse en exceso.
—Pues claro que no, joder —se limitó a espetar con irritación. Mencionándolo como si fuese casi ridículo.
Se pasó la lengua por la superficie de los dientes tras esas palabras, y se cruzó de brazos. Sin mirarla. Aunque Hermione lo escuchaba respirar sonoramente, todavía alterado. La chica se permitió tomar aire con profundidad, recuperando un pulso más normal. Casi avergonzándose ante el alivio que sintió ante sus palabras. Creyéndolo, para su propia incredulidad, sin reservas. El tono desapasionado con el que había hablado era suficiente. Él tampoco estaba viéndose con nadie más.
También se sintió enrojecer por momentos, comprendiendo el alcance de la situación. No era capaz de desviar la mirada de sus grises ojos, aunque él parecía demasiado enfadado como para mirarla. Y ella no estaba segura de que el enfado fuese con ella.
Estaba celoso. Malfoy estaba celoso. Y no parecía saber cómo gestionarlo. Y ella tampoco lo sabía.
—Le quiero como un hermano —rompió Hermione el silencio, en voz baja. Mucho más calmada. Draco todavía no la miró, pero era evidente que la escuchaba—. Solo… como un hermano. Es mi mejor amigo. Creía que era evidente. No hay nada entre nosotros.
Al decir eso logró que el chico alzase la mirada en su dirección. Aún parecía molesto, y algo desubicado. Tenía la mirada extraviada, y el rostro tenso, a la defensiva. Como si estuviera fuera de su terreno, como si ya no fuese dueño de la situación. Y como si no supiese cómo comportarse ante eso.
Finalmente, se enderezó, descruzando los brazos, y metiendo ambas manos en los bolsillos de su fino abrigo. Clavó sus ojos en los de la chica, con expresión impasible. Y ella se dijo que renunciaría a uno de sus Extraordinarios en los ÉXTASIS por saber qué pasaba por su mente.
—He provocado esa estupidez de pelea porque no sabía de qué otra forma acercarme a ti —sentenció entonces Draco, con voz serena. Quizá un poco brusca. Pero no había malicia, ni sarcasmo, ni tampoco superioridad en su tono. Solo una aplastante sinceridad—. No lo he hecho para divertirme a su costa. Solo quería que nos viésemos.
Hermione abrió la boca, pero volvió a cerrarla tras varios tenues sonidos sin sentido. Se había quedado sin palabras. Cuando Malfoy hablaba de esa manera tan seria, tan sincera, sin burla, sin arrogancia… lograba que la sangre de la chica hirviese. Su voz se volvía distinta, más masculina, casi… sensual. A la chica le costaba respirar con normalidad, y no podía evitar sentir una agobiante emoción gestarse en su pecho.
Él había querido verla.
—No tenías que atacar a Ron para que pudiésemos vernos —protestó Hermione, en voz todavía baja. Y seria. No tenía intención, a pesar de la ternura que vibraba en su pecho, de dar su brazo a torcer. No iba a consentir algo semejante.
Malfoy esbozó una débil sonrisa burlona de lado, todavía con las manos en los bolsillos.
—¿Ah, no? ¿Y de qué otra forma podía haber llamado tu atención?
—Nos hubiéramos visto en el castillo. O dentro del tren —resolvió Hermione, con firmeza.
—¿Dentro del tren? ¿En medio de un pasillo abarrotado de alumnos, o con cientos de puertas de las cuales puede salir cualquiera? ¿O en un vagón lleno? —se mofó, con desdén. Los ojos de la chica seguían impasibles, decidida en su postura, y eso pareció provocar algo de frustración en Draco. Apartó su gris mirada a un lado, chasqueando la lengua—. No quería esperar a llegar al castillo —añadió, con renovada seriedad, sin mirarla.
Hermione contempló sus ojos y vaciló unos segundos, sintiendo un apretón en su estómago. Una mezcla de rencor al escucharlo intentar justificar lo que le había hecho a Ron, y de emoción ante su testimonio de no poder esperar hasta estar en el colegio para verla. Eso significaba que… ¿la había echado de menos?
La asaltó un extraño nerviosismo de pronto y se dio cuenta de que estaba plantada de pie casi en la esquina de la columna, en una posición muy peligrosa en la que era posible que alguien la viese. Echó un vistazo tras la esquina para asegurarse de que nadie se había fijado en ella y volvió a ocultarse más cerca del centro de la columna. Más cerca de él.
—Me da igual por qué lo hayas hecho —sentenció, y alzó la mirada hacia el chico. Su voz era firme, pero también calmada. Draco la miró fijamente—. Si vuelves a hacer daño a Ron, o a cualquiera de mis amigos, esto, lo que hay entre nosotros, se terminará. No pienso tolerarlo.
Él no dijo nada. La miraba con una curiosa gravedad, recorriendo su rostro con sus ojos claros atentamente, sin moverse. Hermione se sentía extraña ante su mirada. Inexplicablemente nerviosa. Como si un curioso vértigo le embotase los sentidos y no le dejase analizar del todo la situación. Sentía arder su rostro y un cosquilleo caliente en su espalda. Y los ojos de Malfoy seguían atravesándola como dos flechas. ¿Cuánto tiempo era capaz de estar sin parpadear?
—Entendido —susurró él, con frialdad. Hermione tragó saliva y dejó escapar su aliento. Logrando respirar de nuevo. Pero los ojos de Draco seguían fijos en los suyos y, de pronto, añadió—: ¿Eso quiere decir que todavía no ha terminado?
Los labios de Hermione temblaron en una traicionera sonrisa. Recorrió su rostro afilado y pálido, sus brillantes ojos, y sintió que los huesos le temblaban. Apretó los dientes sin darse ni cuenta, obligándose a no hablar. Obligándose a no revelar algo de lo que después pudiera arrepentirse. Se limitó a negar con la cabeza, una única vez.
«Por supuesto que no.»
Hermione, en silencio, dio un paso más hacia él contra su voluntad, posicionándose justo delante. Indicándole en silencio lo que quería. Su conciencia, su raciocinio, no le permitía dar rienda suelta a lo que su cuerpo le estaba pidiendo. Al menos, no a dar el primer paso, el más aterrador.
Pero a Malfoy no pareció costarle demasiado.
Agachó el rostro lentamente hacia el suyo, inclinando la cabeza desde su poderosa estatura hasta quedar a su altura. Hermione se obligó a quedarse quieta, y a cerrar los ojos. Porque si los mantenía abiertos, si seguía mirando los del chico, no estaba muy segura de lo que podría hacer, o decir. Malfoy presionó su rostro contra el de ella, primero uniendo sus frentes, sus pómulos, y después sus narices, rozándose en una íntima caricia piel con piel. Sus labios no llegaron a unirse del todo, solo lo hicieron sus alientos. Hermione sintió un cosquilleo en su arco de Cupido, y la sutileza del gesto estremeció a la chica, cargándola de un anhelo que la recorrió como una oleada de electricidad. Y entonces, sin pensar, se vio de pronto alzando un poco su cuello hacia él, terminando de unir sus bocas en un suave beso. Malfoy dejó la sutileza a un lado al sentir cómo era la chica quien rompía finalmente la distancia que separaba sus labios. Avanzó varios pasos sin soltar su boca, obligándola a retroceder, de nuevo acorralándola contra la columna. Hermione dejó escapar un jadeo contra sus labios al sentir el choque contra el muro. Draco apoyó las palmas de sus manos abiertas sobre los fríos y rugosos ladrillos, a ambos lados del cuerpo de ella, mientras la embestía con su mandíbula. Hermione le correspondió el beso con entusiasmo, siguiendo el ritmo impuesto por él, respirando con torpeza cada vez que tenía oportunidad. Sintiendo un arrebato extraño recorrerla, se dejó llevar todo lo que su cordura le permitió. Alzó una mano, temblorosa, y la pasó bajo el brazo alzado del chico, abrazándose con ella a su espalda por encima de su abrigo. Aferró la dura tela con fuerza, apretándolo más, si es que era posible, contra ella. Elevó su otra mano y la colocó sobre la nuca del joven, enredando los dedos en su suave y lacio cabello rubio, atrayendo más su rostro. Sintió a Draco detener el beso, solo un instante, para jadear contra su boca. Sus labios se devastaban el uno al otro. Casi hambrientos, se mordían. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que sucedió algo así entre ellos…
Hermione giró el rostro apenas un poco, lo justo para romper el beso sutilmente, pero sin dejar de apretarlo contra sí con sus manos. En sus labios se dibujaba una sonrisa.
—Después me cuentas qué tal ha ido tu semana… —musitó, casi bromista, mientras el chico se negaba a apartar sus labios de su cuerpo, y decidía besar su mandíbula mientras ella hablaba. Él dejó escapar un resoplido que ocultaba una risotada contra su piel, a la altura de su oído. Pero, entonces, se paralizó por completo contra ella.
Su semana…
Sus labios dejaron de besarla, aunque no se apartaron de su piel. Sus ojos se abrieron, y se encontraron con el cuello de la chica. A su izquierda, su antebrazo se mantenía alzado, apoyado en la pared de piedra. La manga de su abrigo había descendido unos centímetros al tener el brazo alzado. Su piel se veía blanca, limpia y normal. Pero él sabía que esa no era la realidad. Sabía que la Marca Tenebrosa se encontraba ahí, oculta, silenciosa, determinante. El recuerdo de quien era. Jadeó sin poder contenerse.
Minutos atrás, verla junto a Potter y Weasley, verla de nuevo después de una semana, había nublado su razón. Era un mortífago. No podía besar a Hermione Granger. Esa era la realidad que había comprendido en sus últimos días de vacaciones, mientras estaba en su mansión. Si antes estaba prohibido, si siempre lo había estado, ahora era simplemente imposible. Ahora todo se había complicado todavía más. Se había complicado de forma irremediable. Y había necesitado tener la Marca Tenebrosa grabada a fuego en su antebrazo para darse cuenta. Formaba parte de un movimiento que aspiraba a expulsar a todos los que eran como ella del mundo mágico. A asesinarlos. A acabar con ellos.
Verse con ella era peligroso. Era un suicidio. No podía… No podía…
—Oye… —susurró Hermione, intranquila, al sentirlo paralizarse. Intentó verlo solamente moviendo sus ojos, pero estaba demasiado cerca de ella—. ¿Va todo bien? —se movió ligeramente, bajo su cuerpo, y se las arregló para tomarle el rostro con ambas manos, obligándolo a mirarla. Provocando un sobresalto en Draco al encontrarse con sus ojos—. ¿Estás bien?
Él le devolvió la mirada, intentando en vano relajarse, no pensar. Para no dar la impresión de ser un perturbado. Tragó saliva tratando de aflojar el nudo que tenía en su garganta. Pero la mirada de sincera preocupación en esos redondos ojos solo afianzó el nudo, ahogándolo. El aspecto vidrioso de sus ojos, que le hizo preguntarse cómo podían brillar así en medio de la penumbra. Sus labios entreabiertos en una mueca intranquila, furiosamente sonrojados, y húmedos todavía por el apasionado beso. La pequeña zona que se encontraba incluso más roja en el inferior, donde él la había mordido. Su piel. Su espeso cabello castaño, ocultando sus orejas, enmarcando sus facciones. Rodeando esa abierta preocupación por él…
Y entonces comprendió que no podía. Definitivamente no podía. No podía renunciar a ella.
Era un mortífago, y eso cambiaba muchas cosas de su vida. Pero no lo que sentía por ella. No cambiaba en absoluto lo que Granger le provocaba. Si, semanas atrás, no había sido capaz de reprimir lo que sentía por ella, razón por la cual habían comenzado esa clandestina relación, supo que ahora tampoco iba a lograrlo. Y la Marca Tenebrosa no cambiaba eso. No podía renunciar a esos momentos con Granger.
Y decidió, con una oleada de imprudencia que no era propia de él, que no renunciaría a ellos.
—Sí —replicó sin vacilar, aunque con un leve temblor en sus cuerdas vocales. Tomó sus manos con inusual suavidad y las alejó de su rostro. Carraspeó discretamente, reponiéndose—. No es nada. Me he… acordado de algo. Mi semana ha ido bien, ¿qué tal la tuya? —añadió, con un tono de voz reservado más propio de él. Hermione todavía lo miró unos segundos, escrutándolo con atención, pero no tardó demasiado en volver a relajarse. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, agradecida ante su cordial pregunta.
—Bien también. Corta… y larga al mismo tiempo —admitió, mirándolo de forma cómplice.
Los labios de Draco esbozaron la sombra de una sonrisa, y sus ojos brillaron de arrogancia. Con renovada seriedad en su expresión, miró a un lado, a la zona de la estación que alcanzaba a ver desde donde se encontraban. Intranquilo. Asegurándose de que nadie les prestaba atención. Después devolvió la mirada a la chica, la cual lo contemplaba con serenidad. Todavía pegada a la pared, y a su cuerpo.
—Te veo en el castillo —susurró entonces Draco, muy cerca de su boca.
Se inclinó hacia ella una última vez y presionó sus labios en un rápido beso que la hizo estremecer por la sorpresa. Sobre sus cabezas se oyó el silbido del tren, que pronto iba a ponerse en marcha. Malfoy profundizó el beso apenas un poco antes de separarse completamente y alejarse de ella, echando a andar con decisión hasta doblar la columna y perderse de vista.
Hermione se quedó mirando, sin verla, la esquina que él acababa de doblar. Con el corazón latiendo en las yemas de sus dedos. A pesar de la ternura de su último gesto, sentía un ligero desasosiego por la extraña reacción del chico. No entendía muy bien qué había sucedido. No entendía por qué de pronto había parecido tan distraído. Tan preocupado. ¿Qué habría recordado que lo había indispuesto así?
Pensó que, cuanto más tiempo pasaba en su compañía, menos lo entendía.
Oyó un ligero gorjeo sobre su cabeza, y, al alzarla, se encontró cara a cara con el pequeño Pigwidgeon, que revoloteaba alrededor de la columna, ululando alegremente por haber conseguido la libertad.
¡Listo! ¿Qué os ha parecido? Draco ya es irremediablemente un mortífago, Marca Tenebrosa incluida 😨. Y Voldemort le ha prometido que liberará a Lucius de Azkaban si les ayuda a entrar en Hogwarts… ¿Cómo lo hará? ¡Se aceptan teorías! 😂 Pista: no usará el armario evanescente 😉. Y… al parecer hay un arma escondida en Hogwarts que Voldemort pretende conseguir. What!? ¿Qué será? 😱
Draco ha vuelto a dejar salir su espíritu matón con Ron y compañía (😂), y Hermione, indignada, lo ha enfrentado. De hecho, le ha puesto un ultimátum: si vuelve a hacerle algo a sus amigos, lo que hay entre ellos se terminará, así de claro 😂. ¡Díselo, reina! *aplausos* ja, ja, ja. Y, después de eso, nuestra pareja se ha reconciliado… En el siguiente veremos qué tal les va en Hogwarts 😏
¡Muchísimas gracias por leer! Espero de verdad que os hayan gustado ambos capítulos.
¡Un abrazo muy, muy fuerte! ¡Hasta el próximo! 😘
