¡Hola a todos! 😊 ¿Qué tal estáis? Vuelvo por aquí con un capitulillo nuevo, que de verdad espero que os guste mucho 😊
Nunca me cansaré de decirlo, muchísimas gracias a todos los que estáis ahí leyendo esta historia y, espero, disfrutando con ella 😍. Gracias en especial a todos los que me hacéis saber, de un modo u otro, que la historia os gusta. Pero gracias también a todo el que haya decidido añadirla a favoritos, a alertas, o recomendarla 😍😍
¡Por cierto, hace tiempo que no os dedico ningún capítulo! Permitidme comenzar dedicando este capítulo a Micaela Malfoy, por sus siempre presentes reviews y sus siempre preciosas palabras 😊 ¡mil gracias, bonita! 😘
Vamos allá con la historia… A ver qué tal se les da a nuestros protagonistas verse a escondidas en el castillo 😉
Recomendación musical: "Para que nadie se entere" de Morat.
CAPÍTULO 29
Oscuridad
—Harry Potter... Ven a mí…
—¡Harry!
—Harry Potter… necesito…
—¡Harry! ¡Chicos, ayudadme!
—Espera, voy... ¡Dean!
—A ver… ¡A ver, sacúdelo! O… espera…
—¡Harry!
—Es que no…
—…Potter… Ayuda… Ayúdame…
—No funciona…
—Voy por agua…
—¡HARRY!
Harry abrió los ojos de golpe, inhalando con fuerza como si alguien le hubiera estado presionando los pulmones, impidiéndole coger aire. Trató de respirar, casi con desesperación. Estaba jadeando, con la sensación de que había estado corriendo durante horas y acabara de detenerse en seco. Estaba tumbado, eso podía notarlo. Estaba tumbado en una superficie blanda. Estaba en su cama. Y estaba empapado. Empapado en sudor frío, mojando tanto el pijama como las sábanas. Sábanas que, por cierto, tenían enredadas alrededor del cuerpo. No había demasiada luz a su alrededor. Además, veía todo lo que lo rodeaba de forma borrosa, dado que no llevaba las gafas puestas. Aun así fue capaz de distinguir las figuras de sus compañeros de habitación, rodeando su cama. Escuchaba sus murmullos, pero no entendía nada. De pronto, el contorno de sus gafas, acercándose a su rostro por medio de una pecosa mano, se volvió nítido. Harry las cogió, con una mano temblorosa, y se las puso. Entonces logró enfocar el rostro de Ron. Y los de Seamus, Dean y Neville. Todos rodeando su cama. Todos en pijama, despeinados, y con idénticas caras de preocupación. Y sueño. El candil de su mesilla estaba encendido.
—¿Estás bien? —preguntó Ron, mirándolo con aprensión. Estaba algo pálido, y su voz sonaba ronca, y ligeramente jadeante.
El moreno tragó saliva antes de contestar. Tenía la boca completamente seca. Todavía le costaba respirar, e incluso tiritaba.
—Sí —articuló, temblorosamente, por inercia. No se sentía bien en absoluto. Se incorporó hasta quedar sentado, intentando ubicarse—. Creo... ¿Qué me ha pasado?
Sus compañeros suavizaron sus expresiones, más tranquilos al verlo reaccionar, mirándose entre ellos con alivio.
—Has empezado a gritar de pronto —explicó Neville, frunciendo el ceño—. Parecías muy asustado. Ron ha intentado despertarte, pero no lo conseguía. Te estabas retorciendo. Creíamos que era una pesadilla, pero no te despertabas…
Harry sintió el rubor apoderarse de sus mejillas. Dean, solícito, le entregó el vaso de agua que sostenía en la mano. El joven bebió con avidez, casi suspirando de alivio. Su corazón se iba regulando poco a poco.
—Sí, ha sido… una pesadilla —corroboró Harry, tratando de que su voz sonase más serena. Intentó no mirar a Ron a los ojos—. Lo siento mucho. No recuerdo nada… pero tengo una sensación desagradable en el cuerpo. Creo que estaba soñando algo bastante malo —se disculpó, con una cohibida sonrisa, intentando lucir genuinamente avergonzado.
—Pues menuda pesadilla —comentó Dean, con una mueca—. Nuestra opción B para despertarte era echarte el agua por encima.
—Y la opción C golpearte con la lámpara… —apostilló Seamus, arrancando una sonrisa a Harry.
—¿No te acuerdas de nada? —preguntó Neville, preocupado, sin humor en su voz—. Parecía muy malo.
—¿Con Snape desnudo, quizá? —conjeturó Seamus, mortalmente serio—. Si es así, dilo; necesitarás ir a terapia.
Harry forzó una carcajada.
—No tan horrible —bromeó, secándose el sudor de la frente con la manga del pijama—. Pero no, lo siento, no lo recuerdo. Supongo que mejor así, debía de ser muy desagradable. Creo que he cenado demasiado…
—Ahora que lo dices —añadió Seamus, frotándose el estómago—. A mí también me ha sentado mal la cena. Creo que han sido los caramelos de menta…
—Eso te pasa por haber perdido la apuesta con Nigel —se burló Dean, arrancando una risita a su amigo. Ron, en cambio, no rio. Seguía mirando a Harry con mucha atención. Y Neville tampoco lo hizo.
—¿Quieres que llamemos a alguien? —insistió Neville, mirándolo de forma solícita—. ¿Traigo a McGonagall? ¿A Madame Pomfrey?
—No, no. En absoluto. Ya estoy bien, en serio —se apresuró a añadir Harry, algo avergonzado—. Podéis acostaros…
—Estupendas noticias. Pues entonces todos a la cama —ordenó Seamus, conteniendo un bostezo—. Que mañana hay Defensa Contra las Artes Oscuras a primera hora y hay que estar despiertos para ver cómo Snape nos quita puntos por respirar.
—Perdón por despertaros —murmuró Harry, sonriendo apáticamente.
—Bah, tranquilo —se despidió Dean, dándole una palmada en el hombro y poniéndose en pie—. Venga, hasta mañana…
Se alejó, seguido de un adormilado Neville, en dirección a la cama de éste último. Seamus iba en la misma dirección. Ron permaneció sentado en la cama de Harry, mirándolo atentamente.
—¿Otra vez esa voz? —preguntó en voz muy baja, aprovechando que Dean y Seamus estaban distraídos tratando de meterse los dos en la cama de Neville en vez de en las suyas, de tan dormidos que estaban—. ¿La voz que te llama?
—Sí —admitió Harry, tras varios segundos de silencio—. ¿Cómo lo has sabido?
—No era una pesadilla normal, mientes de pena. Cuando tenías pesadillas con… Quien-Tú-Ya-Sabes, te apretabas la cicatriz, y ahora no lo has hecho. Solo podía ser esa nueva voz que ha venido a fastidiarnos.
Harry sonrió débilmente y se frotó la cabeza. Se escucharon las pacientes palabras de Neville, en pie junto a su propia cama, mientras sus compañeros protestaban ante la invasión de la que consideraban su cama y peleaban por su posesión.
—Solo recuerdo escuchar su voz. Creo que no lo he visto. Me estaba llamando. Y me ha dicho que vaya a él. Y también me ha pedido… ayuda.
—Ayuda… —repitió Ron, frunciendo el ceño—. ¿Ayuda para qué? ¿No puede darnos más pistas? Me empieza a hartar este tipo… ¿Es un hombre, no?
—Tiene voz… masculina, sí. Supongo —dijo Harry, pensativo—. Es muy… ronca. Da miedo —se escuchó admitiendo, con la vista fija en sus sábanas.
Ron lo miró con el ceño todavía fruncido y una mueca de incomprensión en su pecoso rostro.
—¿Cómo vamos a ayudarle… si no sabemos dónde está? —cuestionó, frustrado, intercambiando una mirada de pesadez con su amigo—. ¿No debería empezar por decirte eso?
Harry compuso una mueca, resignado. Al otro lado de la habitación, Dean y Seamus se gruñían el uno al otro, encontrando por fin sus correspondientes camas, y permitiendo a Neville acostarse en la suya.
Hermione resopló lo más silenciosamente que pudo, dando media vuelta y volviendo al comienzo de la estantería que ya había recorrido dos veces sin éxito. Nada, no había ni rastro del libro Traducción de Runas Avanzadas que necesitaba para su redacción de Runas Antiguas. En su mano tenía el trozo de pergamino en el cual había anotado los libros que la profesora Babbling había recomendado para la redacción, pero no había encontrado más que tres de ellos. Había acudido a Madame Pince para encontrar los dos primeros, pero el malhumor con el cual la bibliotecaria le había ayudado le hizo comprender que lo mejor sería encontrar los libros que le faltaban por sí sola. Volvió a mirar el pergamino para asegurarse de que estaba buscando al autor correcto, y comprobó que así era.
Recorrió la estantería de nuevo, esta vez fijándose más detenidamente en una balda más alta, una la cual alcanzaba a duras penas. Tal como temía, allí estaba: Yuri Blishen, autor de Traducción de Runas Avanzadas. No supo si alegrarse de haberlo encontrado o maldecir que estuviese en el sitio más complicado.
Se puso de puntillas y estiró el brazo tratando de darle alcance, pero sus dedos apenas rozaron la parte baja del lomo. Suspiró y relajó el cuerpo, haciendo girar el hombro con la intención de flexibilizarlo un poco. Juntó un poco más sus pies para aumentar su altura y a continuación se estiró lo más que pudo, poniéndose de puntillas de nuevo. Sus dedos llegaron un centímetro más arriba, pero seguía siendo insuficiente. Nada, no había manera. Sus dedos rozaban la tela de la encuadernación, pero no lograba sujetarlo de forma adecuada como para bajarlo. Sin dejar de rozarlo con los dedos, como si temiese que se le fuera a escapar, giró el rostro a la derecha, tratando de vislumbrar alguna escalerilla cercana.
—¿Para qué existen los hechizos convocadores, sabelotodo?
Hermione se sobresaltó, y casi perdió el equilibrio sobre las puntas de sus pies ante la repentina voz que escuchó a su izquierda. La reconoció al instante, pero eso no redujo su sorpresa. Giró el rostro al lado opuesto, y se encontró a Draco Malfoy, contemplándola con los brazos cruzados sobre el pecho, a apenas un metro de distancia. No lo había escuchado llegar. Se sorprendió preguntándose cómo se las arreglaba para ser tan silencioso.
El corazón se le aceleró al instante, y su cuerpo se activó en un estado de alerta que ya comenzaba a resultarle conocido. Malfoy se había acercado a ella. En un sitio público. Lo cual era sinónimo de riesgo extremo.
Él llevaba un grueso volumen en la mano, y la estaba contemplando con desgana y algo de exasperación. Relajado. Sin lucir excesivamente inquieto por ser descubiertos. Por suerte estaban a una distancia prudencial, lo cual reducía cualquier tipo de posible sospecha si alguien les viese. Seguramente por eso no se mostraba demasiado preocupado.
La chica parpadeó y frunció el ceño ante sus palabras, intentando recomponerse y mostrarse igual de tranquila que él.
—En la biblioteca no se permiten los hechizos convocadores, ya deberías saberlo —respondió Hermione, con tono frío—. Madame Pince dice que pueden fallar y el libro caería al suelo sin remedio, pudiendo estropearse.
—Lo cual sería un desenlace terrible —masculló Draco, con burla. Resopló y añadió con pereza, como si fuera evidente—: Esa es una norma estúpida que nadie cumple.
—Yo sí la cumplo. Quizá a ti te parezca estúpida, pero impide que los libros se dañen —objetó ella, determinada.
—Y también provoca luxaciones de hombro, ¿a que sí? —repuso él, ahora socarrón.
Hermione suspiró y rodó los ojos, dejándolo por imposible. Ignoró al chico y renovó sus esfuerzos por alcanzar el preciado libro, todavía con el brazo elevado muy por encima de su cabeza. Apreció por el rabillo del ojo que Malfoy se movía, aunque no le pareció que se acercaba. Al girar el rostro para mirarlo de nuevo, vio que estaba sacando su varita del bolsillo interior de su túnica. Hermione entrecerró sus ojos al instante, amenazante. Elevó la mano con la que no estaba tratando de alcanzar el libro y señaló al chico con un dedo acusador.
—Ni se te ocurra —le advirtió, resuelta.
Draco peleó contra su firme mirada durante unos largos segundos, con los párpados caídos, cargado de exasperación. Al ver que ella no relajaba su ceñuda expresión, dejó escapar un bufido. Volvió a guardar su varita con gesto impaciente y se acercó a la chica, irritado. Hermione sintió un vacío en el estómago al verlo aproximarse tan de sopetón, poco preparada para su cercanía.
—Quita —le espetó él sin miramientos, dándole un flojo golpe en el hombro con el dorso de la mano. La chica se vio obligada a apartarse, retrocediendo dos pasos, al ver que Malfoy parecía decidido a colocarse en su lugar, estuviese ella o no. Él estiró uno de sus largos brazos y no le costó ningún esfuerzo alcanzar el libro. La cabeza de altura que le sacaba a la chica hizo el resto: al momento siguiente estaba bajándolo, dejándoselo al alcance.
Se lo tendió, con una ceja alzada de forma engreída.
—Te conseguiría también un hombro nuevo, pero no tienen de eso por aquí. Solo libros.
Hermione le frunció los labios con pesadez, elevando a su pesar una de las comisuras a modo de agradecimiento. Sintiéndose algo cohibida, sin saber qué decir, cogió el ajado ejemplar de sus manos, y volvió a acercarse a la estantería para colocarlo en el montón en el cual había dejado los otros libros que necesitaba.
—¿Para qué lo quieres? —preguntó entonces Draco, mirándolo de reojo con extrañeza—. Esa edición está obsoleta…
—Es un diccionario de Runas Antiguas, y lo necesito para mi redacción de Runas Antiguas —respondió ella, con una leve nota de humor en su voz—. Redacción que tú también tienes de deberes, por si no lo recuerdas. Es uno de los libros que ha recomendado la profesora Babbling.
—Tienes que estar de broma. ¿En serio vas a hacer la redacción que ha mandado Babbling? —replicó él, con desdeñosa chulería—. Vaya pérdida de tiempo. No sé para qué me apunté a esa estúpida asignatura... Son runas antiguas. Antiguas. Están en desuso. Ese tipo de lenguaje en esta época apenas se utiliza para nada, a no ser que te dediques a algo muy concreto relacionado con ellas…
Hermione lo calibró durante unos segundos, mirándolo por el rabillo del ojo. Sabía perfectamente que era parte de la personalidad del chico lucir ese aire jactancioso y de superioridad, como si nada le importase. Como si se creyese demasiado bueno como para rebajarse a hacer ciertas cosas. Pero, al mismo tiempo, sus quejas contenían siempre un razonamiento con base sólida. Malfoy era un fanfarrón, y un niño mimado, pero no tenía un pelo de tonto. Sabía perfectamente de lo que hablaba, y argumentaba con coherencia.
—¿Cómo vamos a saber utilizar las runas actuales sin conocer las antiguas? —contraatacó ella, arqueando una ceja—. El conocer de dónde vienen facilita el entendimiento. Además, se siguen utilizando para infinidad de cosas… Traducciones, comprensión de libros antiguos, entendimiento de hechizos… Según tu lógica, tampoco deberíamos estudiar Historia de la Magia. También está obsoleta, ¿no? ¿Para qué molestarnos en estudiarla? —cuestionó, orgullosa de su propio razonamiento. Él no rebajó su expresión engreída ni un ápice.
—Me he preguntado eso durante cinco años. Me alegro de haberme librado de ella —respondió, socarrón. Ella resopló, dejándolo por imposible—. Sustituirla por Alquimia fue la mejor decisión de mi vida —añadió él entonces, con satisfacción. Hermione lo miró de nuevo, con renovado interés.
—¿Te gusta la Alquimia? —inquirió en un tono más suave, curiosa, mirándolo con el rostro ladeado. Dada la desdeñosa actitud del chico, escuchar que algo le gustaba sin reservas era casi un hecho histórico.
Él emitió un ruido de confirmación con la garganta, sin darle demasiada importancia, y metió las manos en los bolsillos de su túnica. Hermione no pudo evitar pensar que siempre hacía ese gesto cuando hablaba de algo que le incomodaba, o sobre algo remotamente personal. Aunque fuese sobre un tema tan poco revelador como lo era confesar que una asignatura le gustaba. Era como si necesitara protegerse inconscientemente. Esconder parte de su cuerpo para que nadie accediese a él, a su interior.
—Es fascinante —confesó, observando la estantería que había a su lado, distraído—. La vida eterna, la posibilidad de transformar metales en oro… —la miró de nuevo y sus ojos brillaron con ligera burla—. No me digas que no suena bien.
Hermione rio en silencio, apenas una sacudida de su pecho.
—Demasiado esotérica para mí. Pero parece haberse inventado para ti —bromeó, arrancando un nuevo destello burlón a los ojos del chico—. ¿Qué asignaturas estás cursando? —preguntó después, con interés.
—Runas Antiguas —canturreó, con malicia. Ella lo miró con fastidio, borrando los restos de su sonrisa—, Encantamientos, Transformaciones, Pociones, Herbología, Defensa Contra las Artes Oscuras, Astronomía y Alquimia —relató, en un tono más sereno. Ella asintió con la cabeza, pensativa.
—Las mismas que yo, entonces, cambiando Alquimia por Aritmancia —informó Hermione, aunque él no le había preguntado.
Draco hizo un gesto ambiguo, como indicando que era evidente, y se limitó a recorrer su rostro con la mirada. Después echó un vistazo por encima de ella, al fondo de la biblioteca. Hermione miró por encima del hombro y siguió su mirada, inquieta, oteando las estanterías lejanas. No se veía a nadie cerca. Ni se escuchaba nada. ¿Sería sospechoso que los encontrasen juntos, hablando? No debería. Cualquiera podía pensar que estaban, simplemente, discutiendo. Hasta ahora nunca había considerado que algo así pudiese parecer sospechoso. Había sufrido la presencia de Malfoy a solas muchas veces a lo largo de los años, mayoritariamente cuando se acercaba para taladrarla con insultos, y nunca se le había ocurrido pensar que alguien pudiese sospechar de un romance secreto por encontrarlos a solas. Le hubiera parecido una conclusión absolutamente ridícula. Y, sin embargo, ahí estaban.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó entonces la chica con suavidad, sin mirarlo, fingiendo recolocar sus libros. Intentando inconscientemente que, si alguien los viese, no apreciase la cercanía entre ellos—. Deberíamos andar con cuidado. Este es un lugar bastante público…
Escuchó a Malfoy reír con la garganta, para sorpresa de la chica. Devolvió su mirada a él ante su reacción, con el ceño fruncido. El chico había levantado el libro que todavía sujetaba en la mano, dejándolo a la altura de los ojos de ella. Hermione lo contempló, tomándose un instante para leer el título, y después no pudo contener una inhalación.
—¿Por qué no morí cuando el augurey cantó? —exclamó lo más bajo que pudo, asombrada. Se lo arrebató de las manos, sin pensar, cegada de emoción, y empezó a ojearlo—. Lo leí el año pasado, es estupendo… ¿Vas a leerlo?
—Estoy en ello —aclaró él, con paciencia, sin contagiarse de su exaltación—. He venido para que Pince me amplíe el plazo. No me daba tiempo a terminarlo.
—¿No decías que no te gustaba la historia? —protestó ella, mirándolo ceñuda—. Es un libro bastante histórico…
Draco rodó los ojos, exasperado. Como si la respuesta fuese evidente.
—Me gusta la historia. Lo que no me gusta es la asignatura. Binns consigue que sea un aburrimiento absoluto.
Hermione se encogió de hombros ligeramente y compuso una mueca de conformidad, no pudiendo quitarle la razón.
—¿Por dónde vas? —cuestionó, curiosa, girándose hasta quedar de cara a la estantería, sin dejar de pasar páginas al azar. En esa posición, el candil que estaba a su lado iluminaba mejor las páginas.
—Cuando Uric el Chiflado escucha gritar a sus cincuenta augureys al mismo tiempo.
—Oh, esa es la mejor parte —observó la joven, eufórica. Alzó la vista y lo miró con atención—. ¿Crees de verdad que sucedió así?
—Un poco absurdo para ser verdad —opinó él, sin pensárselo demasiado—. Después de todo, la información para ese capítulo la sacaron de un pergamino antiguo que a su vez copiaron de una traducción. Además de entrevistas personales con descendientes. A saber qué ocurrió en realidad. Se agradece el esfuerzo de Gulliver Pokeby por investigar en profundidad, pero es difícil que sea totalmente verídico.
Hermione tardó unos segundos en darse cuenta de que el joven había terminado de hablar. Quería que siguiera haciéndolo. El enfoque que le había dado a la creación del libro le pareció fascinante.
—Suele ocurrir en las novelas históricas, ¿no crees? —coincidió la chica, volviendo a ojear el libro con añoranza—. Sobre todo con la dificultad que debió de tener Pokeby en el siglo XVIII para acceder a información así…
—Exacto —coincidió él, con calma. Hermione sintió que su corazón daba un vuelco ante su conformidad—. Pero, bueno, sea o no cien por cien verídico, nos da una idea de la mentalidad de la época. Definitivamente, hasta no hace mucho, se creía que el grito del augurey presagiaba la muerte…
—Reconozco que, si me hubiera pasado lo mismo que a Uric, hasta yo dudaría. Incluso sabiendo que solo es una leyenda —admitió Hermione, mirándolo con la sombra de una sonrisa en los labios—. ¿Crees de verdad que Uric intentó atravesar una pared, creyendo ser un fantasma? —añadió, recordando ese detalle del libro que tanta gracia le hizo cuando lo leyó.
—De eso estoy convencido —se mofó Draco, con ojos entrecerrados—. No subestimemos el poder de la superstición. Un mago como Uric, con la mentalidad de esos años, es posible que creyese ciegamente que estaba muerto al escuchar gritar a sus augureys. Sin tomarse la molestia de comprobarlo. Lo que no me creo es que estuviese en ese estado durante una semana. Alguien debió decirle que, definitivamente, no era un fantasma. Con un simple pellizco hubiera bastado —Hermione casi se atragantó con una risotada—. Una cosa es la superstición, y otra los hechos. Intuyo que han romantizado lo que ocurrió para hacer más interesante la leyenda. Y la novela.
—Opino igual —aseguró la chica, sin darse cuenta siquiera de estar sonriendo. Draco arqueó sus cejas, casi ocultándolas bajo su rubio flequillo.
—Creo que se me ha metido un Snidget en el oído —informó, con tono serio. Se llevó una mano a la oreja y giró el rostro para apuntarla hacia ella—. ¿Puedes repetirlo? ¿Opinas igual?
Hermione se echó a reír sin poder contenerse, lo más silenciosamente que pudo. Él tenía razón, posiblemente era la primera vez que estaban de acuerdo en algo. Y lo encontró tan divertido como él.
—Cierra el pico —protestó, resuelta, dándole un golpe en el brazo para que lo apartase de su oreja.
Con una sonrisa cargada de rencor, volvió a bajar su mirada para seguir ojeando el libro. No vio la sonrisa que amenazó con curvar los labios del chico. En ese momento, observándola releer su libro con total confianza, Draco cayó en la cuenta de lo insólitamente cómodo que se sentía. Se sorprendió de que hubiesen encontrado, de forma casi accidental, sin esforzarse realmente, un tema en común para hablar. Para, simplemente, charlar. Sin mayores pretensiones. De forma espontánea. Aunque se resistiese a aceptarlo, era una situación agradable. Ella también parecía relajada en su compañía, y eso terminó de sosegarlo. Se permitió observarla, recorrer el perfil que tenía a la vista, aprovechando que Granger no lo miraba. Era atrayente mirarla mientras apartaba a un lado el sempiterno sentimiento de estar haciendo algo malo.
—Van a sacar una reedición el año que viene —informó Draco, escrutando sus brillantes ojos. Intentando dejar de pensar. Dejar de analizarse a sí mismo. Si lo pensaba demasiado, sospechaba que se iría corriendo de allí. En cambio, se adelantó un par de silenciosos pasos hacia ella—. Y el prólogo lo va a escribir Eldred Worple. A partir del día treinta se puede reservar en Flourish y Blotts.
—¿En serio? ¿Eldred Worple? Oh, caray, lo reservaré —corroboró Hermione, en un murmullo, impresionada. Seguía enfrascada en el releer volumen—. Me encantó su libro, Hermanos de sangre: mi vida entre los vampiros. ¿Crees que en el prólogo…?
Sin embargo, antes de que terminase la pregunta, sintió un cuerpo cálido pegado a su espalda. Y se encontró enmudeciendo por la sorpresa. Unos dedos fríos se enredaron en el lateral de su espeso cabello y lo empujaron a lo largo de su nuca para colocárselo sobre el hombro contrario, dejando el otro al descubierto. Las yemas de esos dedos rozando su cuello al hacerlo. Lo primero que Hermione notó fue su aliento, acercándose a la perceptiva piel de su garganta. Y después sus blandos labios. Malfoy dejó caer su boca discretamente sobre el hueco entre su cuello y hombro, provocándole un escalofrío de pies a cabeza. Consiguiendo colar sus labios por dentro del cuello de su camisa, alcanzando su piel desnuda. Una de sus manos entró en el campo de visión de Hermione, aunque más bien participó de su sentido del tacto, al rodear con ella su cuerpo, apoyando el antebrazo en su estómago. Su largo brazo abarcó con facilidad el contorno de su cintura, y la apretó de forma casi imperceptible hacia atrás. Hacia él.
—¿… hablará de la relación entre Gulliver Pokeby y los vampiros de Sussex? Sí —murmuró Malfoy contra la sensible piel de su cuello—. Ese hombre solo sabe hablar de vampiros.
Hermione se descubrió sonriendo para sí misma, deleitándose en el instante de conexión que habían vivido. Malfoy acababa de finalizar su frase, de entenderla sin hablar siquiera. Notó que sus mejillas comenzaban a calentarse, y no estuvo segura si era por la vergonzosamente satisfactoria sensación de tener su cuerpo tan cerca, o por el calor que le transmitía. Sintió el pulso acelerado y se preguntó si el chico lo notaría estando tan cerca de su cuello. Probablemente sí. Percibió entonces que la boca de Draco se trasladaba hasta su nuca, su piel ahora al descubierto tras haber apartado su cabello. Sintió cómo depositaba otro casi despreocupado beso allí, provocando que ella exhalase el aire que estaba conteniendo. Cerró los ojos, dejándose llevar unos breves instantes. La penumbra del pasillo minimizando su preocupación de ser vistos, aunque no debería.
Se dio cuenta de que la tenía aprisionada. Atrapada entre la estantería y el cuerpo del chico. Rodeada por su brazo. Y los labios del joven seguían pegados a su piel. Lo sintió depositar otro distraído pero certero beso en la parte posterior de su cuello, un poco más abajo.
—Oye… —musitó Hermione, obligándose a hablar. Luchando por no perder la compostura ante su cercanía—. ¿Sabías que yo iba a estar aquí?
Él resopló contra su nuca. Y su cálido aliento, contra la humedad que habían depositado previamente sus labios, erizó el vello de la chica.
—Granger, Granger, Granger... —canturreó, con fingida exasperación—. No lo sabía, he venido por el libro. Pero eres la única persona capaz de venir un viernes por la tarde a la biblioteca. Sabía que te encontraría aquí. Siempre estás aquí.
Hermione rodó los ojos, asumiendo con paciencia que ese era el concepto que Malfoy y medio Hogwarts tenían de ella. Pero decidió pasarlo por alto pues tenía cosas más importantes de las que hablar con él.
—Pues me alegro de que me hayas encontrado porque... quería hablar contigo —admitió, abriendo los ojos para mirar la estantería ante ella. Sintió algo pesado en su estómago al poner fin a tan íntimo momento. Pero necesitaba hacerlo.
—¿Ah, sí? —repuso él, ahora con seriedad, separando su rostro de su piel e inclinándolo a un lado para intentar verle el perfil.
Hermione se giró dentro del brazo que el joven todavía mantenía alrededor de su estómago, para poder quedar frente a frente. Aun sostenía el libro del chico y lo sujetó frente a su pecho, cruzando los brazos sobre él, casi a modo de inconsciente protección. Cual escudo de papel. Recuperando la compostura. Draco soltó su cuerpo, facilitándole moverse, y apoyó las manos sobre la repisa baja de la estantería, a ambos lados de las caderas de la chica, de modo que su postura parecía casi un abrazo. Aunque él ni lo percibió. Estaba ocupado analizando su rostro. Intentando adelantarse a sus palabras.
—El otro día, en King's Cross, en un momento dado pareciste algo preocupado —comentó Hermione, en voz baja, escrutando sus ojos—. Y creo que he descubierto el motivo… Aunque no sé si te apetece comentarlo conmigo. De ninguna manera pretendo obligarte, ni presionarte… —aseguró, respetuosa, mirándolo de igual forma.
Draco se encontró entonces paralizado. Paralizado y rígido, casi como una estatua. Se sentía como hecho de granito. No se veía capaz de mover ni un músculo de su cuerpo. Se limitó a contemplarla, incapaz de pensar en nada para decir. A su cuerpo también se le olvidó que debía parpadear.
Eso no era posible. Ella, definitivamente, no podía saber…
—¿De qué hablas? —se vio capaz de murmurar, controlando el tono de su voz hasta lograr que sonase neutral. Seco e impreciso. El corazón le estaba latiendo con sorprendente velocidad.
—He escuchado lo de Crabbe y Goyle —explicó entonces Hermione, con prudencia, mirándolo a los ojos. Los de la chica lucieron afligidos—. He oído que no han vuelto a Hogwarts después de las vacaciones. Que han dejado la escuela. Era eso en lo que pensabas en la estación, ¿verdad? Podemos… hablar de ello, si quieres. Solo si quieres —añadió, con toda la suavidad que pudo. Sin saber si estaba en posición de ofrecerle tal cosa. Pero sin poder evitarlo. Si había alguna posibilidad de hacerlo sentir mejor, al menos de que se desahogase con ella si de verdad lo necesitaba, ella quería intentarlo. Por lo menos quería ofrecérselo. Que supiera que ella estaba ahí. Para lo que necesitase.
Draco de nuevo tardó un par de segundos en reaccionar. Y, durante ese tiempo, la tensión de sus músculos se aflojó. Como si las manos invisibles que lo aferraban compulsivamente lo soltasen de pronto. Le costó asimilar los derroteros de la conversación. Definitivamente no se lo esperaba. Pero el alivio que lo recorrió fue monumental.
Menos mal.
Efectivamente, Draco también lo había escuchado. O lo había descubierto, más bien, a lo largo de la semana. No vio ni a Crabbe ni a Goyle en la estación ni en el tren, y supo que Pansy y Zabini, con los cuales compartió vagón, tampoco los habían visto. Y, una vez en el castillo, su ausencia en la habitación que compartían fue evidente. Sus pertenencias tampoco estaban. Ambos muchachos habían ido a sus casas a pasar la Semana Santa, y al parecer no habían regresado. Nott tampoco tenía ni idea de nada. Al haber pasado las vacaciones en casa de Draco, sabía tanto como su amigo.
En pocos días, la noticia había invadido la Casa Slytherin. En su Sala Común se rumoreaba que se habían alistado en las filas del Señor Oscuro, y algunas personas de Slytherin habían empezado a considerarlos héroes. Pero solo eran habladurías, y nadie podía realmente confirmarlos. Aunque Draco estaba casi convencido de que era cierto. Sabía que apoyaban al Señor Oscuro, y también que ansiaban convertirse en mortífagos en cuanto tuviesen oportunidad, dado que sus padres servían fielmente al Lord. Pero no tenía conocimiento de que fuesen a dejar sus estudios. Ni siquiera antes de que discutiesen se lo habían dicho. O quizá había sido una decisión reciente. No tenía ni idea.
Él mismo había pasado la semana entera en compañía de Lord Voldemort y varios de los seguidores que habían habitado esporádicamente su hogar, pero no había oído a nadie comentar nada al respecto. Ansiaba saber la verdad, pero no le pareció apropiado preguntarle a su madre por carta. Ya lo averiguaría más adelante.
No había podido evitar sentir un mudo desasosiego durante toda la semana. Si Crabbe y Goyle servían ya, y estaba indudablemente cerca de Voldemort… ¿Se atreverían finalmente a hablarle sobre la vez que lo sorprendieron besándose con Granger? No, realmente no lo creía. No era tan fácil hablar ante alguien como Lord Voldemort. Él se sentía profundamente intimidado en su presencia, y era mucho más valiente que esos dos patanes sebosos, era evidente. Esos dos no se atreverían a acusarle de nada sin pruebas suficientes. No tenían agallas. Estaba convencido.
Draco carraspeó, sin estar muy seguro de qué responder. La disposición en los ojos de la joven lo había aturdido ligeramente.
—Eso parece —logró mascullar, encogiéndose de hombros, como si no fuera algo realmente importante—. Parece que han decidido dejar la escuela, en efecto.
—¿Y sabes por qué? ¿O qué ha pasado? —cuestionó ella, con cauta curiosidad. Aliviada de que él no rechazase inmediatamente su conversación.
—Sé tanto como tú —replicó Draco, mintiendo a medias, sin alterarse—. Ya sabes que no me hablaba con ellos desde que nos pillaron. Supongo que habrá sido algo que han decidido hace poco, nunca me comentaron nada. Posiblemente se hayan dado por vencidos y han comprendido que se les da tan mal la magia como formar frases complejas.
A Hermione se le escapó una sonrisa exasperada ante la burla a sus viejos guardaespaldas. Pero después frunció el ceño, sacudiendo la cabeza, como si le pareciese inconcebible.
—Vaya dos necios. Es increíble que hayan podido hacer algo así. Solo les quedaban unos meses para graduarse —masculló Hermione, asombrada, al parecer, de que alguien fuese capaz de abandonar sus estudios de esa forma—. Es cierto que los ÉXTASIS no siempre son necesarios, depende la profesión que quieras ejercer, pero en fin… Meses —recalcó, con énfasis—. Y tendrían unas titulaciones superiores.
Draco se limitó a encogerse de hombros, sin darle mayor importancia. Estuvo a punto de sonreír ante la indignación de la chica.
—¿De verdad crees que les importan las notas a esos dos? —se mofó, con desgana. Hermione esbozó una mueca ambigua. Parecía pensativa. Cuando volvió a mirarlo, Draco apreció que sus ojos lucían algo avergonzados.
—Nunca me oirás decir que me alegro de que alguien deje sus estudios a medias —comenzó defendiéndose Hermione, resuelta—, pero… —añadió después, con menos fuerza— no puedo negar que es un alivio. Al menos así nos libramos del riesgo de que le cuenten a nadie del castillo nada sobre nosotros —susurró, cerrando los ojos un instante, de puro alivio—. Ni estaremos con miedo de que vuelvan a sorprendernos juntos. Posiblemente eran las dos personas que más debían preocuparnos, dado que ya nos pillaron una vez.
Malfoy asintió con la cabeza un par de veces, distraído. Compartiendo su alivio. No tener que estar pendiente de esos dos, ni soportando su simple presencia cargada de odio, era un maldito consuelo. Por fin podría sentirse en paz en su habitación.
Hermione volvió a posar sus ojos en él. Examinando su expresión corporal, y su rostro. Intentando leerlo. Sus brazos seguían a ambos lados de sus caderas, mientras recargaba su peso en sus manos, apoyadas en la repisa de la estantería. Hermione sintió un súbito deseo de acariciar sus brazos. O quizá su pecho, cubierto con su uniforme de la escuela, situado ante ella. De reconfortarlo, si es que lo necesitaba, con caricias. Pero se contuvo. No sabía cómo reaccionaría él ante un contacto así por parte de ella. Y no quería incomodarlo.
—¿Entonces estás bien? —terminó preguntando, en voz baja, mirándolo a los ojos. Estudiándolo. Él le devolvió una mirada desconcertada, frunciendo el ceño.
—¿Yo? ¿Por qué no iba a estarlo? —preguntó, con brusquedad. Ligeramente defensivo.
—Porque se hayan ido —especificó ella, con prudencia y un intento de empatía—. Y… por todo lo que pasó con ellos. El que te dejasen de hablar —estuvo a punto de añadir que también lo odiaban, lo consideraban un traidor y alguien inferior, pero se contuvo—. Después de todo, erais… amigos. No te lo he preguntado hasta ahora, pero… quizá te dolió. No lo sé.
Draco le devolvió la mirada, dubitativo. Desorientado ante semejante preocupación por parte de la joven. Era la única persona que se lo había preguntado. Ni Nott, ni Pansy, ni Zabini… Ni él mismo se había parado a pensarlo. Realmente… no le dolía. Siempre los había considerado más como guardaespaldas que como amigos. Apenas tenían conversación, y nunca había podido confiar en ellos para contarles cosas importantes. Para eso tenía a Nott. O a Pansy. Pero conocía a ambos, a Crabbe y a Goyle, desde antes de entrar a Hogwarts, desde que eran muy pequeños. Había pasado muchísimo tiempo en su compañía, y, desde luego, habían formado un vínculo a lo largo de los años. Y no había podido evitar sentir su ausencia. Una cierta soledad cuando caminaba por los pasillos, acostumbrado a ir siempre respaldado por aquellas dos moles. Tenía muchos recuerdos con ellos, demasiados… Cuando los tres debatían sobre quién sería el Heredero de Slytherin, cuando se disfrazaron de dementores para asustar a Potter en su tercer año durante un partido de Quidditch, cuando animaron a Cedric Diggory en su cuarto año durante el Torneo de los Tres Magos, riéndose juntos de la canción A Weasley Vamos A Coronar que él se inventó, cuando les quitaban puntos a cualquiera que les cayese mal durante el periodo de la Brigada Inquisitorial…
Tenía muchos recuerdos. Y ya no volvería a tener ninguno.
—Claro que no. Me importa una mierda —espetó al final con firmeza, como si fuera evidente—. Casi me alegro, eran un lastre. Solo un par de gorilas descerebrados que me cubrían las espaldas porque me era cómodo. Ahora, simplemente, tendré que cubrírmelas yo.
Hermione lo miró con fijeza un instante, y fue un instante tan largo que el chico se preguntó si había mentido tan mal que ella había descubierto la falsedad de sus palabras. Pero la chica no dijo nada, y se limitó a contemplar la lejanía un breve instante, antes de volver a hablar.
—¿Y qué hay de Parkinson? ¿Ella puede ser un problema? ¿Deberíamos estar especialmente atentos de que no se dé cuenta de nada? Después de encontrarme en la Enfermería… —recordó Hermione, luciendo ligeramente más abatida. La comisura izquierda de Draco se elevó, burlona.
—Quieres dejar todos los cabos atados, ¿eh? —se mofó, luciendo tranquilo—. Te dije que lo solucionaría. ¿No te fías de que lo haya hecho?
Hermione se sorprendió sonriendo con resignación. Y no pudo evitar mirar al chico a los ojos con la burla brillando en ellos.
—Dejémoslo en que no me fío de ti —bromeó ella, con una sonrisa presuntuosa. Draco chasqueó la lengua y sacudió la cabeza, fingiéndose defraudado.
—Eso es duro de oír, Granger. Me ofendes —se burló Draco, simulando respirar hondo para superarlo. La sonrisa de Hermione se amplió, divertida al ver que él le había seguido la broma. Malfoy tenía su gracia a veces. Cuando no utilizaba su ácido humor para ofender ni menospreciar a nadie, era ocurrente. Seguía sorprendiéndose de lo interesante que era bromear juntos, a pesar de tener sentidos del humor tan diferentes. O quizá no eran tan diferentes, después de todo.
—¿Me vas a responder o te traigo un pañuelo para superarlo? —insistió ella, todavía sonriendo. El rostro fingidamente afectado de él se relajó, y su pecho se sacudió en una muda risa.
—Está todo controlado —terminó respondiendo, volviendo a hablar en serio—. Pansy no sospecha nada ni ha vuelto a sacar el tema. Y los del equipo tampoco. Con ellos me inventé una historia de que fui a darte tu merecido. Por si verdaderamente tu intención era atacarme en la Enfermería.
—¿En serio? —se sorprendió Hermione. Sin acusación en su voz—. ¿Y qué me hiciste? —cuestionó con ligera ironía.
—Si alguien pregunta, tus orejas llegaron al suelo y pasaste un fin de semana en la Enfermería —reveló Draco, satisfecho de sí mismo. Hermione puso los ojos en blanco, pero no pudo contener una sonrisa cómplice, a su pesar—. Solo lamentaron no haberlo visto, pero parecen haberse quedado satisfechos.
La sonrisa de Hermione flaqueó. Acababa de recordar lo sucedido en la clase de Transformaciones, semanas atrás. El incidente con el perro de Dean, convertido en roca a traición para poder herirla a propósito. Escrutó a Draco durante un instante. No parecía saber nada al respecto. Ella no se lo contó en su momento, a pesar de haberse encontrado con él minutos después. Pero había tenido otros asuntos de los que hablar con él. Y tampoco parecía que sus colegas se lo hubieran contado, o seguramente se lo habría mencionado. Así que decidió no hacerlo tampoco ahora. Había pasado un tiempo, y no había habido nada que lamentar. Seguramente lo preocuparía, o quizá lo hiciera sentir mal. Y no quería hacer tal cosa.
—Es un alivio saberlo —terminó contestando ella, todavía meditabunda.
Él no respondió. Aprovechó para mirarla, para escrutar los detalles de la expresión de la chica mientras estaba perdida en sus especulaciones. Las dos pequeñas arrugas que se formaban en su entrecejo. Cómo se entrecerraban sus oscuros ojos. Cómo, incluso entrecerrados, emitían destellos a la luz del candil, cuando se movían a la misma velocidad que sus pensamientos. Era una expresión de concentración absoluta, sin darse ni cuenta de que él la estaba mirando. O sin importarle. Era la inteligencia hecha persona.
Draco, al contemplar esos redondos y cálidos ojos, fijos en su pecho mientras seguía cavilando, recordó que él tenía cierto trabajo entre manos cuando ella le había sacado el tema de Crabbe y Goyle.
Hermione, perdida como estaba todavía en sus pensamientos, inhaló con brusquedad al sentir la cabeza del chico aproximarse a ella de súbito. Su rostro se pegó al suyo, pero esquivó sus facciones, dirigiéndose directamente a la zona derecha de su cuello. Hundiendo el rostro en él. Pegando su boca a su sensible piel. Hermione dejó escapar de forma temblorosa el aire que había inhalado. Sintió que Draco movía sus labios contra su piel, casi como si estuviera besando sus propios labios. Ella se retorció sin poder evitarlo, abrumada por la sensación. Sintiendo que la piel de sus brazos se erizaba debajo de la túnica ante la sensibilidad de la zona. Percibió que tenía los hombros tensos, conteniéndose como podía para no temblar ante sus caricias. Ante el ardor de su aliento. Cuando el chico abarcó más de su garganta, abriendo más su boca, sintió la dureza de sus dientes. Un breve y sutil gemido escapó por la nariz de la chica. Cerró los ojos y sintió que su rostro se acaloraba.
—M-Malfoy… —llamó Hermione, con un hilo de voz. Sin saber para qué. Sin nada que decirle. Simplemente no pudo evitarlo.
Al instante siguiente, la mano derecha del chico se apartó de la estantería y ascendió hasta posarse en la mejilla izquierda de la chica. Ella sintió su boca alejarse de su garganta. Tuvo entonces una visión fugaz de los ojos grises del rubio antes de que sus finos labios estuviesen cubriendo los suyos. El chico se presionó contra ella, apretándola contra la estantería. Ella misma tuvo la súbita necesidad de sentirlo más próximo. Ascendió sus manos para aferrar los costados del chico. Acercándolo. Sintiendo el contorno de su cuerpo a pesar de la amplia túnica del uniforme. Seguía teniendo en sus manos el libro que el joven iba a renovar, y no supo decir cómo no lo había dejado caer todavía. Pero no le impidió aferrarse a su cuerpo. Sintió al chico envolver su espalda con su mano libre. Rodeándola así por completo.
Y entonces Hermione sintió que algo situado en el interior de su pecho resbalaba hasta su estómago. Sintió un repentino vacío en él. Dándose cuenta de súbito de lo que estaba haciendo. Estaba besándose descaradamente en la biblioteca. Ella, una Prefecta. Con otro Prefecto. Contra una estantería llena de libros.
Eso no estaba bien. No lo estaba en absoluto.
Casi temblando de puro sobresalto, Hermione utilizó las manos que tenía apoyadas en sus costados para empujarlo, alejándolo de ella. O al menos intentándolo, pues pesaba bastante. El chico tardó un instante en reaccionar, pero accedió a alejar su cuerpo. Todavía sin soltar ni su rostro ni su espalda.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Hermione al instante, acusadora, en voz baja. Él se limitó a parpadear.
—Yo diría que está bastante claro —masculló él, con abierta ironía. Y añadió, después de resoplar—: No hay nadie cerca, nadie nos va a…
—Esa no es la cuestión. Estamos en la biblioteca —interrumpió ella, determinada. Draco ahora no parpadeó.
—Qué me dices, ¿y? —replicó él, impaciente. Al parecer sin comprender el quid de la cuestión.
—Pues que no podemos besarnos en la biblioteca, Malfoy, por Dios —espetó la chica, con decisión, como si fuera evidente—. No está bien.
Sujetó los brazos del chico y los empujó hacia atrás para alejarlos de su cuerpo. Sin demasiada brusquedad, sin querer hacerle daño, pero definitivamente decidida. Él los dejó caer, frunciendo el ceño. Pareciendo más confuso y descolocado que molesto. Hermione se alejó de él al instante, saliendo del hueco entre su cuerpo y la estantería para colocarse a un lado, de nuevo de cara a su montaña de libros.
Draco giró el cuerpo en su dirección. La observaba con pasmo.
—¿De qué hablas? —preguntó, incrédulo—. ¿Qué tiene que ver…?
—Que estamos en la biblioteca —repitió ella, interrumpiéndolo, como si eso respondiese a su pregunta.
—¿Y eso es un problema? —espetó él, con más énfasis. Articulando mucho las sílabas.
—¡Claro que lo es! —saltó Hermione con el tono de voz más bajo que pudo, girando el rostro para mirarlo—. No… no podemos hacer esto. Somos Prefectos. Es nuestra obligación dar ejemplo. Hace… —se interrumpió para tomar aire, ahogándose ligeramente por el nerviosismo que la invadía—, hace dos días tuve que castigar a dos estudiantes de quinto precisamente por lo que estamos haciendo. No puedo hacerlo ahora yo. Va contra las normas.
Enmudeció, afectada, mirándolo fijamente a los ojos. Nerviosa pero firme. Esperando su reacción. Draco frunció el ceño con incredulidad.
—No entiendo de qué te escandalizas. La gente hace cosas mucho peores que besarse en la biblioteca —masculló, desganado. Hermione sintió que el calor de sus mejillas aumentaba, pero no desvió la mirada—. No es para tanto.
—Quizá no lo sea —murmuró ella con frialdad—. Pero no me parece apropiado. No es un lugar adecuado. La gente viene aquí a estudiar. ¿No te molestaría ir a un pasillo a buscar un libro y encontrarte a una pareja… metiéndose mano? —protestó, como si eso zanjase la cuestión. Como si fuera una situación inconcebible. Draco arqueó una ceja.
—Si se estuvieran liando justo encima del libro que estuviese buscando, les diría que se apartasen un poco —se burló el chico, sin alterarse, cruzándose de brazos—. Si no, me largaría para dejarles intimidad.
Hermione resopló, escandalizada.
—Eres Prefecto —le recordó, acusadora—. Tu deber es hacer cumplir las normas. Y las normas de la biblioteca están muy claras. Son de sentido común.
—No voy a castigar a dos estudiantes por besuquearse unos pocos minutos —replicó él, como si lo considerase ridículo. Hermione lo miró con rabia en su mirada. Indignada ante la poca importancia que le daba a semejante situación.
—Pues muy bien. Haz lo que consideres. Pero yo no voy a hacerlo. No voy a besuquearme en una biblioteca como si…, como si… —se defendió con renovada brusquedad, sin pensarlo realmente. Su boca articulando más rápido de lo que podía reflexionar.
—¿Cómo qué? —protestó entonces Draco. Y su voz sonó tremendamente fría de pronto. Tanto, que la chica casi creyó percibir cómo una oleada de aire gélido la atravesaba. Su rostro afilado de pronto lucía impasible. Y sus mandíbulas se apretaron tan pronto terminó la frase.
—Sabes a lo que me refiero —se excusó ella, impertérrita, sin dar su brazo a torcer. Dejó de mirarlo y volvió a ordenar sus libros aunque no hiciese falta.
—No, no lo sé. Explícamelo —exigió él a su vez, con voz más dura.
—Oh, por favor, ¿podrías no complicarlo todo? —suplicó Hermione, hastiada, colocando con brusquedad uno de los libros en lo alto de la montaña.
Él no respondió nada ante eso. Hermione detuvo sus movimientos, y se encontró a sí misma respirando con dificultad, con la vista fija en la estantería que tenía delante. Tragó saliva para aflojar el dolor de su garganta. Se sentía ofendida, frustrada, y molesta. Y notaba un picor significativo tras los ojos. Muerta de rabia ante lo rápido que se había estropeado la situación. Lo agradable que había sido la conversación anterior, tan serena, tan íntima…
Estaban en una biblioteca, un santuario para el estudio y el silencio. Y ella no quería perturbar la solemnidad del lugar. Simplemente, no le parecía apropiado. No se sentía cómoda. No le gustaba romper las normas. Ella misma solía llamar la atención continuamente a los alumnos que lo hacían. Le pareció un insulto a su propia moralidad hacer lo mismo. La habían nombrado Prefecta porque los profesores confiaban en ella. Y no quería traicionar semejante confianza. Además, era todo demasiado nuevo. Nunca había hecho nada parecido con anterioridad. Compartir besos con semejante pasión, en un lugar en el que estaba prohibido hacerlo... Lo sentía demasiado alejado a su forma de ser. Y el sentido del deber pudo con ella, a pesar de que, por descontado, deseaba con todas sus fuerzas compartir besos con ese chico.
Estaba claro que a Malfoy le molestaría dicha actitud. Lo daba por sentado. Posiblemente se iría en cualquier momento, enfadado y frustrado. Lamentando quizá haber comenzado una relación con una chica que le ponía tantas dificultades. Que le arrebataba momentos de placer por razones que él consideraba pueriles. Pero no le importaba. No tenía ninguna intención de hacer nada que la hiciera sentir incómoda. Y si Malfoy no lo aceptaba podía irse al cuerno.
Hermione escuchó unos pasos a su izquierda. Desvió la mirada, con el corazón acelerado, y alcanzó a ver a un muchacho más joven que ella cruzando al fondo del pasillo. No miró en su dirección. La chica se obligó a respirar hondo tan pronto se perdió de vista, habiendo contenido el aliento hasta entonces.
Entonces escuchó el resoplido de Draco a su espalda. Hermione tensó sus hombros, preparada para seguir defendiendo su postura con uñas y dientes.
—Si no quieres que nos besemos aquí no pienso obligarte —sentenció entonces él, con evidente irritación. Pero tiñendo su voz de una inusual gravedad—. Ni se me habría pasado por la cabeza hacerlo, y te comportas como si me consideraras capaz. Si hay algo que no quieras hacer, solo tienes que decírmelo. No es tan complicado.
Hermione dejó de mover sus libros al instante, quedándose paralizada. Apreció entonces movimiento a su derecha, y sintió el cuerpo de Draco colocarse cerca suyo. Había apoyado la parte baja de su espalda en la repisa de la estantería, donde ella había estado antes colocada. Hermione giró el rostro, apenas un poco, para poder verlo mejor. Él tenía los brazos firmemente cruzados, la vista fija en el suelo, y el rostro impertérrito. Aunque se dibujaba una sutil línea entre sus cejas.
Pero no se había ido.
Hermione tardó en asimilar la situación. No había esperado de él que pudiera ser tan razonable. Tan respetuoso. Que se quedase a su lado. Había creído que necesitaría insistir en su postura, pues había estado segura de que él se rebelaría para conseguir lo que quería. Para recuperar ese rato de placer con ella. Era lo que su personalidad arrogante y malcriada le sugería. Pero se había equivocado. Y se dio cuenta de que él tenía razón. Se había comportado exageradamente defensiva con él. Sin necesidad.
Sintió que algo le oprimía el pecho. Viéndolo todo desde una nueva perspectiva. ¿De verdad era un acto tan terrible compartir algunos besos allí con él? De pronto no le pareció tan inapropiado… Realmente no estaban haciendo nada malo. No hacían daño a nadie.
Solo… demostraban lo que sentían.
Hermione se giró del todo hacia él.
—Gracias —murmuró ella, con voz débil pero clara. Él la miró de reojo, sus ojos grises brillando como plata líquida en la penumbra—. Y lo siento. Tienes razón, he sido muy brusca. Supongo que no esperaba que lo entendieras. No creía que te comportarías de forma tan respetuosa… Te he juzgado mal.
Draco tardó en registrar semejantes palabras. Y pareció incapaz de articular nada cuando lo hizo. Ni siquiera varió su expresión en un principio. La joven presintió que no sabía exactamente qué decir. Quizá nunca le habían dicho algo semejante. Quizá nadie había apreciado esa cualidad en él.
Finalmente, Draco dejó escapar un brusco resoplido, como si le hubiera hecho gracia. Apartó la mirada de ella, devolviéndola al frente. Intentando adoptar una expresión aburrida.
—Se comenta que estoy nominado a la Orden de Merlín, Primera Clase, por mis actos excepcionales siendo respetuoso —ironizó mortalmente serio, sin mirarla.
Hermione se sorprendió estirando los labios en una sonrisa. Apreciando el tono de humor que había utilizado. El humor sarcástico que siempre utilizaba cuando no sabía cómo reaccionar. Cuando no sabía responder de forma sincera a un halago, o cuando se sentía incómodo.
Realmente lo había juzgado mal. Había deducido la actitud que tomaría basándose en cómo la había tratado en el pasado. Basándose en los insultos y las vejaciones del pasado. Siempre comportándose como si fuese superior, como si pudiera hacer lo que se le antojase con todo el que lo rodeaba. Pero ahora habían cambiado algunas cosas. Ahora había algo entre ellos.
Nunca habían tenido familiaridad de ningún tipo, de modo que no estaba segura de cómo era Malfoy realmente. Cómo era más allá de su desdeñosa y consentida fachada. Cómo era con alguien que le gustaba, alguien que le importaba.
Lo estaba conociendo poco a poco. Ambos se estaban conociendo. Y lo que estaba descubriendo le gustaba.
"Si hay algo que no quieras hacer, solo tienes que decírmelo"
La chica avanzó los dos pasos que los separaban, hasta estar a su lado. Sin ningún atisbo de vergüenza brillando en sus ojos. Con entereza. Colocó una mano sobre el antebrazo del chico, apretándoselo con cuidado. Sintió su musculatura tensa por la fuerza con la cual estaba cruzando los brazos. Él no se movió, se limitó a clavar los ojos en los suyos. Ella utilizó su antebrazo de punto de apoyo, se puso de puntillas y lo besó con cautela en los labios. Se separó al cabo de tres segundos, turbada pero decidida, manteniendo aún la cercanía. Draco la miró a los ojos, pasando de uno a otro lentamente, mientras descruzaba los brazos. Tras vacilar un instante, se inclinó y le devolvió el beso, de forma breve. Besándola con más firmeza, pero dejando igualmente los labios apoyados sobre los suyos. Durante varios segundos más.
Se separó de nuevo de ella, sin alejarse tampoco demasiado. Ella no intentaba apartarlo, como había hecho minutos atrás. Frunció el ceño, sintiéndose confundido, y no gustándole sentirse así.
—Creía que no querías… —trató de decir, intentando sonar impertérrito.
—Lo sé —replicó ella con determinación, sin dejar de mirarle a los ojos, y sin dejarle continuar—. Pero creo que tienes razón. Realmente no estamos haciendo nada malo.
Draco se limitó a mirarla. Y Hermione leyó en sus ojos lo que ya estaba atravesando su propia mente. Que sí estaban haciendo algo malo. En muchos sentidos. Pero no les importaba.
Hermione volvió a ponerse de puntillas para besarlo. Se apretó un poco contra él, descansando sus manos en su pecho, y empujándolo sin pretenderlo contra la estantería donde él seguía teniendo apoyada la espalda. Para su propia sorpresa, descubrió que todavía sujetaba el libro del chico en sus manos. Se había olvidado por completo de su existencia. Resignándose a ello, lo presionó también contra su pecho, sin molestarse en dejarlo a un lado. Draco bajó sus manos y las apoyó en su baja espalda. Atrayéndola hacia sí ligeramente. Hermione sintió su corazón aletear al sentir las manos de Draco en su cuerpo, sujetándola, mientras sus propias manos estaban apoyadas en su rígido pecho. Movió sus labios contra los de él, deleitándose con la familiaridad de su boca. Dejándolo establecer un ritmo. Perdida en las maravillas de su beso. Era lento, pero impetuoso. Contundente. Delirante. Se preguntó si sus agitadas respiraciones se escucharían en medio del silencio. Si alguien apreciaría los sonidos de humedad de sus bocas encontrándose. Pero le daba igual. No quería parar. Ni siquiera para respirar.
Cuando Hermione se sorprendió a sí misma separando sus labios para recibir la ardiente lengua del chico fue cuando escuchó el repentino sonido de unos nítidos susurros. Definitivamente muy cerca. Y Draco también lo escuchó. Se separaron al instante, al unísono, agitados y acalorados. Giraron los rostros en la dirección en la que habían escuchado las voces, sobresaltados. Al final del pasillo vieron pasar a dos chicas desconocidas, de algún curso inferior, que se metieron en el pasillo contiguo, ajenas a ellos. Hablaban de forma despreocupada, en voz baja, que les llegaba amortiguada en el silencio del lugar. No habían mirado en su dirección. No parecían haberlos visto.
Hermione, con la respiración dificultosa, y sintiendo las mejillas en llamas, devolvió su mirada a los ojos de Draco y se separó otro paso de él, dejándole más espacio. El chico continuaba con la espalda apoyada contra la estantería, todavía dirigiendo desconfiadas miradas a la zona por la cual habían desaparecido aquellas chicas. Hermione tragó saliva. ¿De verdad ella lo había… acorralado contra la estantería?
La chica trató de tomar aliento para susurrar:
—Nos estamos arriesgando demasiado. Cualquiera puede vernos aquí. Quizá alguien conocido. Y puede aparecer por cualquier lado —justo cuando terminó la vacilante frase, se escuchó el sonido lejano de las puertas abriéndose y cerrándose. Como confirmando sus palabras. Él desvió de nuevo la mirada en dirección al final del pasillo, y de vuelta a ella, antes de limitarse a asentir con una cabezada.
Apenas tuvieron tiempo de dedicarse una mirada cuando volvieron a escucharse pasos en el pasillo central. Hermione se giró en esa dirección, y sintió que el mundo se le caía encima al ver aparecer a Parvati Patil, con varios libros en las manos, mirando alrededor. Buscando algo. Hermione analizó a toda prisa su propia posición. Parada cerca de la estantería, de cara a un Draco Malfoy apoyado en ella. Ambos con las respiraciones inestables.
Draco y ella se sincronizaron al instante, sin necesitar hablar. Hermione avanzó dos pasos hasta situarse en medio de Malfoy y Parvati, tratando de ocultar al chico de su línea de visión. Se colocó de cara a la estantería, intentando en vano reajustar la temperatura de su rostro, y fingiendo recorrer con el dedo los lomos de los libros, para dar la impresión de estar buscando alguno concreto. Draco también se alejó dos pasos de ella. Lo miró de reojo segundos después y vio que también se había colocado de cara a la estantería. Pero a una distancia prudencial. Lo cual a la chica le pareció muy inteligente. Si hubiera intentado irse a toda prisa del pasillo, hubiera sido más llamativo.
Parvati giró entonces el rostro en su dirección. O al menos eso intuyó Hermione, con la vista obcecadamente clavada en la estantería, pues escuchó que los pasos de su compañera se aproximaban. Y no tardó en ver su borroso contorno acercarse por el límite de su campo de visión.
—Hermione —saludó Parvati, en una exclamación en voz baja, cuando todavía estaba a varios metros—. Qué bien que te encuentro. Neville me ha dicho que hace un rato te ha visto por aquí. Él está en las mesas del principio, por cierto, no sé si lo has visto…
Hermione abrió los ojos de forma exagerada, fingiéndose sorprenderse de verla. Lamentándose en su interior al comprobar de sí misma que era una actriz nefasta. Esbozó una amplia sonrisa, la más natural que pudo, y se giró hacia ella para mirarla mientras terminaba de acercarse. Quedando así de espaldas a Malfoy. Con el corazón latiendo todavía desenfrenado. Rezando para que su rostro no manifestase que todavía tenía el sabor de Draco en sus labios. Y que, de paso, los sentía cosquillear por el apasionado beso. Preguntándose con repentino pánico si ese detalle sería visible, o si sería revelador…
Y entonces Hermione volvió a caer en la cuenta. Notó que sus dedos lo estaban apretando todavía. Tenía en las manos el libro de Draco. El libro ¿Por qué no morí cuando el augurey cantó?.
Mierda.
—Hola, Parvati —correspondió, ampliando su sonrisa a una más radiante todavía. Colocó ambas manos tras su espalda a toda prisa, sosteniendo el libro en ellas, antes de que la chica lo viera—. ¿Para qué me buscabas?
Para su propio alivio, lo sintió desaparecer de sus manos al instante. Con un acertado y rápido tirón, Draco había recuperado su libro. Con total discreción. Al menos Parvati, deteniéndose por fin ante la chica, no parecía haber notado nada. Seguía sonriendo.
—Estoy buscando el libro que recomendó la profesora Vector. El de Wakefield. Pince me ha dicho que está en la biblioteca, pero no lo encuentro. Y estaba de muy mal humor, así que no se lo he pedido de nuevo —contó la chica, con aspecto apurado—. Y he pensado que quizá lo tendrías tú…
—Sí, es cierto, Pince estaba de mal humor conmigo también —comentó Hermione, soltando una risita histriónica, y fingiendo recolocarse la cintura de la falda para justificar el haber llevado sus manos a la espalda—. No sé por qué…
—Ha pillado a Zacharias Smith comiendo chocolate hace un rato —reveló Parvati, con una sonrisilla—. Seguramente será por eso…
—Misterio resuelto entonces… —Hermione volvió a reír, esta vez de forma más natural. Sintió a Draco moverse a su espalda y avanzar hasta la estantería de enfrente. La chica no pudo evitar dirigir sus ojos hacia él cuando entró en su campo de visión. El chico examinaba la estantería con aspecto creíblemente concentrado, ajeno a ellas, y lo vio coger un par de volúmenes. Seguramente al azar. Tuvo que contenerse para no dejar escapar una sonrisa—. Pues yo no lo tengo, lo siento. ¿Has visto a alguien más que estudie Aritmancia por aquí? —preguntó, devolviendo la vista a su compañera.
Pero Parvati había seguido su mirada y contemplaba ahora la espalda de Malfoy. Con seriedad. Hermione se sintió congelar. Y casi no pudo evitar abrir mucho los ojos, asustada, durante un breve instante. «Oh, Dios mío…».
Tras apenas dos segundos, devolvió la mirada hacia Hermione, la cual no logró decidirse sobre qué expresión componer. Parvati la miró entonces con expresión cómplice, con los párpados caídos y las cejas arqueadas. Y sonrió con desprecio. Luciendo abiertamente poco entusiasmada ante la presencia de Draco. Como si estuviera segura que Hermione compartiría su resignado malestar.
Y Hermione volvió a respirar. Esbozó una sonrisa nerviosa, casi aprensiva, logrando poner cara de circunstancias.
—Pues no —retomó Parvati la conversación, con soltura—. No he visto a nadie más que curse Aritmancia… No importa, vendré mañana otra vez a ver si lo encuentro. No hay que entregar el trabajo hasta el martes.
—Es buena idea. Quizá se haya extraviado en algún carrito… Madame Pince seguro que lo ordena todo esta noche —coincidió Hermione, empática.
Y entonces volvió a ver a Draco. Estaba alejándose por el pasillo, a espaldas de Parvati, con varios libros en las manos. Aunque intentó no hacerlo, los nerviosos ojos de Hermione no le respondían con los reflejos habituales, y lo siguieron con la mirada por encima del hombro de su compañera. Ya al final del pasillo, antes de doblar la esquina, Draco giró su afilado rostro por encima de su hombro. Arreglándoselas para encontrar sus ojos casi al instante. Los del chico brillaban de complicidad. Casi maliciosos. Fue una visión tan fugaz, antes de que se perdiese tras la esquina, que Hermione no tuvo tiempo de apreciar si tenía una sonrisa mordaz en su boca o no. Pero sí lo vio dejar los libros que había cogido mientras disimulaba abandonados en una repisa.
—¿Te vas a quedar a estudiar? —escuchó entonces que decía Parvati, ante ella. Volvió a fijar los ojos en su compañera, concentrándose con dificultad—. Estoy sentada con Lavender y mi hermana. ¿Quieres venir con nosotras? ¿Estás sola?
Hermione logró esbozar la que, le pareció, era su sonrisa más creíble hasta el momento.
—Gracias, pero voy a volver a la Sala Común. He quedado allí con Harry y Ron. Solo venía a llevarme algunos libros…
—Vale —aceptó la chica, con una sonrisa—. Nos vemos por la noche, entonces. Y gracias por tu ayuda. Si encuentras el libro, me avisas, ¿vale?
Hermione le correspondió la despedida y la observó alejarse.
Una vez sola en medio del pasillo, apoyó la espalda contra la estantería, permitiéndose relajarse. Se lo merecía. Miró alrededor y localizó sus libros, justo a su lado. Calculó que se había colocado en el lugar que Draco había ocupado minutos atrás. Mientras ella lo besaba. Se llevó una mano al cuello y comprobó su pulso. Estaba por las nubes. Sonrió, cohibida, y se mordió el labio inferior. Lo sintió más sensible y caliente de lo habitual, seguramente por los recientes besos compartidos con el chico.
Quizá no estaba tan mal romper ligeramente las normas de vez en cuando. Incluso aunque no fuese un asunto de vida o muerte, como la gran mayoría de veces que las había roto en el pasado junto a Harry y Ron. Aunque no fuese para salvar el mundo mágico. Estaban rompiendo mil normas estando juntos. No importaba realmente que rompiesen una más. No hacían daño a nadie.
Se permitió a sí misma disfrutar del momento, disfrutar de las sensaciones que la invadían. Se permitió sentirse flotar. Y no sentirse culpable, como siempre le ocurría después de verse con Malfoy. Esa vez, simplemente, se permitió sentirse atraída por él. Como si le estuviera permitido hacerlo.
«Como sigamos arriesgándonos de esta manera me va a dar un infarto antes de que acabe el curso», pensó, sonriendo para sí misma, resignada. «Lo mataré si me muero antes de poder hacer los ÉXTASIS.»
—Vamos, muchachos, terminen de montar los telescopios… —suplicó la profesora Sinistra, mientras daba vueltas por la Torre de Astronomía, impaciente, tras sus alumnos.
Éstos charlaban de forma apática, en continuos murmullos, mientras colocaban las piezas de sus telescopios a una velocidad alarmantemente lenta. También se movían con pasos perezosos, entre sus asientos, ayudándose unos a otros. Era ya medianoche, y así como en años anteriores no les había costado en absoluto acudir a la asignatura de Astronomía, ese año estaba siendo particularmente duro. Estaban agotados. Nunca habían tenido que estudiar tanto durante el día, y a las doce de la noche la gran mayoría de ellos ya estaba durmiendo en condiciones normales.
Los ÉXTASIS amenazaban con acabar con ellos.
Los bostezos estaban a la orden del día.
—Vete a la mierda, Zabini… —gruñó Draco, sintiendo cómo su boca se abría en un incontrolable bostezo de hipopótamo, obligándolo a cerrar los ojos con fuerza y a detener su mano, a medio camino de colocar una de las patas de sostén del telescopio. Blaise, a su lado, acababa de lanzar un bostezo similar, quizá más disimulado, contagiándoselo inevitablemente.
—Ha sido culpa de Nott… —protestó el aludido, parpadeando para alejar la humedad de sus negros ojos, señalando con el pulgar al susodicho, que estaba al otro lado. Theodore ya había terminado de montar el telescopio y parecía estar cabeceando en su silla, aguardando a que la clase comenzase.
—Pues que Nott se vaya a la mierda —corrigió Draco con desgana, en cuanto pudo volver a cerrar la boca y articular alguna palabra. Sacudió ligeramente la cabeza para desperezarse, y abrió el estuche de las lentes para sacar la que la profesora les había indicado que necesitarían. La única iluminación del redondo y amplio balcón exterior que constituía su aula, rodeado de un murete bajo de piedra, eran dos candiles a ambos lados de la puerta de entrada a la torre, que serían apagados en cuanto la clase comenzase. Dejándolos en una peligrosa y adormecedora oscuridad nocturna casi total.
Draco, terminando de encajar la lente, sintió de pronto una presencia tras él. Al instante, unos delgados brazos lo rodearon desde atrás, aprisionándole los suyos, y sintió un cuerpo pequeño apretarse contra él, en forma de un fuerte abrazo.
El somnoliento cuerpo de Draco se llenó de adrenalina al instante, y, de hecho, se sintió despertar de sopetón. La presencia de Granger, varios asientos más lejos del suyo, acudió a su mente, y no pudo evitar tener la aterradora impresión de que tenía que ser ella quien lo estaba abrazando de esa forma. Cosa que, evidentemente, era imposible. Estaban en medio de clase, con una iluminación considerable, rodeados de sus compañeros. Granger no podía estar haciendo algo semejante en público. Los descubrirían de inmediato.
Abiertamente confundido, giró ligeramente la cabeza, intentando ver tras él. Un largo mechón de cabello rubio se balanceaba cerca de su oreja, y Draco descubrió la identidad de su misteriosa compañía al instante.
—Greengrass —saludó, con suavidad y algo de extrañeza—. ¿Qué haces? Tu novio es ese de ahí. Esa criatura flaca y muerta de sueño… —señaló con dificultad, pues la chica seguía rodeándolo con sus brazos, en dirección a la figura cada vez más inclinada que correspondía a un profundamente dormido Theodore.
Escuchó a Daphne reír alegremente en su oreja, sin soltarlo. La chica se estiró por encima de su hombro y giró el rostro para darle un firme beso en la mejilla izquierda.
—Lo sé. Quería darte las gracias por dejarnos anoche vuestra habitación —explicó la joven en un susurro, todavía contra su mejilla—. Sé que Blaise había quedado con los del equipo, pero Theodore me ha dicho que tú no pensabas ir con ellos. Que solo fuiste para que tuviéramos la habitación para nosotros. Así que gracias —repitió el beso en su mejilla.
Draco esbozó una sonrisa presuntuosa. Estaba en lo cierto. La noche anterior, a Draco se le había ocurrido la que había considerado una idea brillante. Nott y Daphne llevaban meses siendo pareja, y, aun así, Draco estaba seguro de que todavía no habían podido pasar una noche juntos. Al menos no en una cama, como una pareja normal. Era uno de los inconvenientes de la distribución de las habitaciones en el castillo, chicos por un lado y chicas por el otro. También era evidente que no se hubieran sentido cómodos en la habitación tal y como había estado siempre, con Zabini, Crabbe, Goyle y él mismo en las camas contiguas. Pero ahora solo estaban Zabini y él. Y no sería nada descabellado en ellos que pasaran la noche fuera, metidos en algún lío. Pudiendo Nott tener la habitación vacía para Daphne y para él durante, por lo menos, unas cuantas horas. Aprovechando que Blaise había quedado con Bletchley, Pucey y Montague para ir a hacer algunas fechorías nocturnas por el castillo, que incluyeron una visita a las cocinas, Draco decidió unirse a ellos aunque no tenía demasiadas ganas. Pero así Daphne y Theodore tendrían un rato de intimidad. Cuando Draco le habló a Nott de su idea, éste, luciendo un sonrojo que podría rivalizar con una remolacha, le dio las gracias y aceptó su ofrecimiento casi al instante, intentando fallidamente mostrarse impertérrito.
Draco pensó en ese momento, mordazmente, que eso explicaba el sueño que ahora era evidente en su amigo. Seguramente no habría dormido mucho la noche anterior. Y, a juzgar por el efusivo agradecimiento de la chica, la noche había ido muy bien.
Alzó una de sus manos y dio unas palmaditas en el antebrazo que Daphne mantenía sobre su pecho.
—No ha sido nada —aseguró, chulesco, también en voz baja para que solo ella escuchase—. Mi única condición es que ni se te ocurra darme ningún detalle de lo que ocurrió. Nott es como mi hermano, me parece casi incestuoso saber cómo se desempeña en la cama. Ah, y como me entere de que os acercáis a la mía se os acabará el chollo.
Daphne volvió a reír con ganas cerca de su oído. Lo apretó con más fuerza entre sus brazos, susurrando un último "gracias", y después se alejó de él, de vuelta a su sitio. Draco giró el rostro por encima del hombro para intercambiar una mirada cómplice con ella, antes de que se alejase del todo.
—Venga, Longbottom, por Merlín, que no tenemos toda la noche —escuchó Draco entonces que decía Blaise, a su lado. Con abierta desesperación—. Monta el puto telescopio. Que me quiero ir a la cama…
El joven Malfoy giró el rostro hacia el otro lado y contempló a Neville, sentado a su lado para desdicha del joven Gryffindor, peleando con la altura de su telescopio. No conseguía que se mantuviese a la altura apropiada para poder ver por encima del murete. Al parecer la montura de su telescopio estaba rota, y caía casi hasta el suelo una y otra vez.
Draco, sintiéndose más espabilado, esbozó una sonrisa cargada de malas intenciones.
—Joder, Longbottom. Como te funcione todo igual que ese telescopio…
Neville esbozó una mueca rabiosa, sin dejar de intentar solucionar el fallo de su utensilio, con ligera desesperación.
—Cierra el pico, Malfoy —gruñó entre dientes, para que la profesora no lo escuchase.
—Confirmado, su estirpe morirá con él —sentenció Draco de forma teatral, llevándose una mano al pecho, fingiendo que lo sentía. Zabini soltó una carcajada.
—Que te metas en tus asuntos —repitió Neville, en un seco murmullo.
—¿Puedes hablar más alto? No oigo a tu única neurona…
—Te ha dicho que te calles, Malfoy —añadió al instante Ron Weasley, sentado al otro lado de Neville. Dirigiéndole al rubio una mirada de abierto desprecio. Draco sonrió de forma venenosa.
—Tú no tendrás la misma suerte, Weasley. Tu estirpe se reproduce, y se reproduce… y se reproduce otra vez —añadió, con sorna y énfasis. Ron le levantó su dedo medio, aprovechando que la profesora no le veía, pero Draco continuó, malicioso—: De hecho, el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas está pensando declararos a los Weasley especie…
Se quedó sin voz. De forma súbita. Como si alguien le hubiera puesto la mano en la boca.
Se había encontrado con los ojos de Granger.
Estaba sentada al otro lado de Weasley, escuchando atentamente las absurdas pullas que estaban intercambiando. Mirándolos por encima del hombro. Sus ojos clavados en los de Draco. El rostro sereno. Serio. Casi impasible. Draco no vio acusación en sus ojos, pero no hizo falta. Entendió perfectamente.
"Si vuelves a hacer daño a Ron, o a cualquiera de mis amigos, esto, lo que hay entre nosotros, se terminará".
—Termina esa frase, Malfoy —lo retó Ron, haciendo ademán de levantarse de la silla. Harry, al otro lado de Hermione, también observaba la escena con atención. Preparado para intervenir.
—Déjalo, Ron, no es el momento —pidió Neville en un murmullo, logrando colocar el soporte del telescopio por fin.
Draco tragó saliva y apretó los dientes con fuerza. Sintiendo la frustración acumularse en su garganta… Finalmente, se dio cuenta de que no podía hacerlo. No podía seguir. No a costa de… lo que Granger y él tenían. Era determinada, y sabía que su advertencia iba en serio.
Se humedeció los labios y volvió a esbozar su mejor sonrisa perversa.
—Es igual, Weasley, he dicho una frase demasiado larga. Te dejaré tiempo para que la asimiles. Sigue a tus quehaceres…
Y, sin darle opción a replicar, se giró hacia su propio telescopio, fingiendo recolocar algo de su montaje. Apreció que Blaise parecía querer decirle algo, aparentemente frustrado ante lo poco que había molestado al joven Weasley.
—Zabini, ¿me prestas tu sextante un momento? Quiero comprobar una cosa —pidió Draco, cortándolo en seco, y poniendo así fin a la discusión. Blaise asintió, distraído, olvidándose de Ron, y se estiró para alcanzarle el objeto a su amigo.
—Bien, ya estamos todos listos. Comencemos —llamó al orden la profesora Sinistra, con visible alivio. Con una sacudida de varita, los dos candiles se apagaron y la torre quedó sumida en una densa oscuridad. Se escuchó un ronquido proveniente de Nott, despertándose sobresaltado—. Abran el mapa en el que estuvimos trabajando los últimos días. Tengan a mano sus sextantes. Esta noche, la posición de Saturno es especialmente visible, de modo que trabajaremos con él para medir su edad cósmica. Si tienen problemas en localizarlo no duden en preguntarme. Recuerden que los planetas se caracterizan por brillar de forma ininterrumpida, y no parpadean, al contrario que las estrellas.
Draco, con la mirada de Granger todavía revoloteando en su mente, tomó aire y lo dejó escapar con firmeza, intentando relajarse y centrarse en la clase. Se sentía extrañamente estresado. Se concentró en desenrollar a tientas el mapa con el que llevaban un par de semanas trabajando, en el cual ya había anotado la edad cósmica de Marte y Júpiter. Le gustaba bastante la Astronomía, era una de las pocas asignaturas que encontraba interesantes ese año, y en las que disfrutaba prestando atención.
La oscuridad era casi total, y sus ojos tardaron en acostumbrarse al sutil brillo del cielo. La noche estaba casi despejada por completo, por suerte. A esa altura, estando en la torre más alta del castillo, no llegaba la posible iluminación del interior del colegio que escapase por las ventanas acristaladas. Así que podían ver todo tipo de cuerpos celestes con claridad. Todo lo que lo rodeaba se convirtió entonces en simples contornos oscuros, tanto el telescopio ante él como sus compañeros a ambos lados, a un metro de distancia cada uno. Cuando la profesora Sinistra terminó su explicación, los murmullos volvieron a adueñarse de la Torre de Astronomía. Era una sensación extraña, escuchar veinte pares de voces en medio de la oscuridad. Se sentía casi como si estuviera oyéndolas dentro de su cabeza.
El chico acercó un ojo a su telescopio, cerrando el otro, y trató de localizar el planeta Saturno, moviendo para ello el tubo, y ajustando el foco.
—Profesora —escuchó la voz de Pansy, al cabo de un rato, casi al otro lado de la torre—, ¿puede ayudarme? No estoy segura si lo he localizado…
—Yo tampoco —dijo la voz de Millicent, seguramente sentada cerca de Pansy.
Draco escuchó los botines de Sinistra acercándose a su amiga, y alejándose para ello de él. Siguió moviendo su telescopio, con el ojo puesto en el ocular. Había algunas nubes en zonas cercanas a donde debería estar el planeta. Esperaba que no se moviesen con rapidez esa noche, impidiéndoles visualizarlo en poco rato.
—Dean —escuchó una voz que estaba seguro correspondía a Seamus Finnigan, a su derecha—. Ayúdame con esto, anda… Creo que está algo flojo.
Draco escuchó arrastrarse una silla, y seguramente los pasos de Dean Thomas avanzando con cautela hacia su amigo, en medio de la oscuridad. Eso era bastante común. Normalmente, además de pedir ayuda a la profesora, los alumnos solían ayudarse entre ellos con detalles pequeños.
Saturno. Ahí estaba. Draco esbozó para sí mismo una sonrisa satisfecha. Ajustó el foco, pero lo veía ligeramente borroso. Alejó el ojo de la lente y parpadeó, pensando que quizá se debiese a que llevaba mucho rato forzando la vista. Pero, cuando devolvió la mirada, siguió sin verlo con demasiada nitidez. Frunció los labios. ¿Debería colocar otra lente…?
Alejó de nuevo el ojo y escrutó la oscuridad a sus pies, en busca de su estuche, dispuesto a hacer una prueba. Fue entonces cuando descubrió una nueva sombra a su lado. Un contorno más oscuro que lo que tenía alrededor. Justo a su lado. En el hueco entre su asiento y el de Longbottom. Draco giró el rostro, sorprendido, preguntándose por qué alguien se había acercado a él. Y quién era. ¿Acaso pretendía robarle en medio de la oscuridad? Malditos Gryffindors…
Pero entonces la figura se agachó a su lado, quedando a una altura inferior a la suya incluso estando sentado. Había algo extraño en esa sombra. La parte que correspondía a su cabeza no era circular, sino alborotada, desigual, como si estuviera rodeada de humo.
Un momento…
Draco, petrificado, sintió entonces una mano pequeña posarse en su pecho. Palpándolo. Situándolo en la oscuridad. Inhaló con brusquedad por el inesperado contacto, aunque por suerte de forma poco audible. Desconcertado, no se movió. Espera un momento…
Entonces la mano ascendió, buscando su cuello, en forma de una firme aunque sutil caricia. Poniendo de gallina la piel de todo su cuerpo. Alcanzó su mejilla, y Draco sintió un chispazo. La sintió cubrirla con suavidad. Otra mano lo palpó entonces, localizando su rodilla por encima de la túnica, y después la parte superior de su muslo. Draco volvió a sufrir un respingo, aunque esta vez fue completamente silencioso. Sintió la sombra, el desigual contorno, acercarse a su rostro.
Y entonces sintió sus labios cubriendo los suyos.
Era Granger.
Draco casi se mareó. Su cerebro dejó de funcionar. Se apagó, simplemente se apagó. La boca de la chica tanteó la suya, encontrando sus labios con algo de torpeza en medio de la densa oscuridad. Para después afianzar el beso una vez lo hubo logrado. De forma atropellada, de forma rápida. En medio de la noche. Enfatizando todos y cada uno de sus otros sentidos, privado de la visión. A Draco le temblaron las manos. Se le olvidó si estaba sujetando algo, porque en ese momento, desde luego, ya no estaba haciéndolo. Los labios de Granger recorrían los suyos, mientras sentía su caliente respiración abandonando su nariz, chocando contra su rostro. Estaba nerviosa. Estaba acelerada. Cargada de adrenalina. Pero lo estaba besando. Delante de todos. En medio de una clase. En medio de la oscuridad.
Y tenía la mano apoyada sobre su muslo. No la había movido, posiblemente solo estaba sosteniéndose, o quizá localizándolo en la oscuridad, pero estaba en su muslo.
Aquella chica pretendía matarlo.
Se inclinó sobre ella por inercia, agachándose para quedar más cerca, sin pensar. Hundiéndose más en su boca. Queriendo abarcar todo lo posible de ella. Intentando no dejar escapar un gemido que borboteaba en su garganta. El gruñido que tuvo que tragarse al sentir cómo la chica le mordía el labio inferior.
Draco buscó entonces su rostro. Palpó la zona en la que supuso estaría su mejilla. Logró encontrar su oreja con la palma, enredar su cabello en sus dedos. Aproximarla más a él. Sentía la humedad de su boca, la blanda carne de sus labios entre sus dientes… Hermione jadeó contra su boca sin poder controlarlo, de forma muy tenue, y Draco fue consciente entonces de lo arriesgado que era lo que estaban haciendo. Si alguien escuchase algo… Si a alguien se le ocurriese mirar en su dirección, a pesar de la oscuridad…
Draco sintió entonces que la mano de la chica se enredaba con la suya, en su regazo. Sintió la dureza de un trozo de pergamino arrugado contra su palma. Y de pronto Granger estaba separándose de él, soltando sus labios, soltando su rostro. Se puso en pie, o al menos eso supuso, pues percibió el contorno de su cuerpo más arriba que antes. Y se alejó, silenciosa, en menos de un segundo. Llevándose su aliento.
El chico intentó tragar saliva y se giró hacia su telescopio de nuevo, por pura inercia. Como si así pudiera disimular lo que acababa de pasar. Disimular que estaba jadeando. Había olvidado por completo cuál era el planeta que se suponía estaban estudiando. No podía pensar en nada. Y tampoco le sorprendía. Era imposible que le estuviese llegando sangre a la cabeza.
Jo…der.
Agradeció seguir sentado, porque notaba que las piernas le hormigueaban. Trató de tomar aire, y relajar su respiración, para que nadie lo notase. Que le cayese un rayo encima si eso no había sido lo más pasional que había vivido en toda su puta vida.
Todavía con el corazón latiendo contra su nuez, se agachó para localizar su mochila, palpando el grueso tejido, y dejó caer en su interior la nota que Granger le había dado. Tendría que leerla después, demasiado oscuro ahora como para distinguir nada. De momento, la idea de las notas funcionaba bien. Él mismo le había mandado una días atrás, en clase de Transformaciones, con ayuda de la magia. Una nota con forma de gato que Hermione encontró hilarantemente parecida a su mascota, y gracias a la cual lograron verse tras los invernaderos después de clase. Seguramente con esa nueva nota lo estaría citando para verse en algún sitio. Sitio al que, por descontado, iría.
Volvió a colocar la mano en el telescopio, haciendo un esfuerzo por concentrarse, cuando una súbita luz a su derecha, que le permitió de pronto ver todo lo que lo rodeaba, lo sobresaltó. Giró el rostro y descubrió que Ron Weasley había encendido su varita para poder buscar algo en el interior de su mochila. Creando una sutil luz que rompía con la total oscuridad de la torre, casi hiriendo la vista.
Draco se obligó a no mirar a Granger, obedientemente sentada de nuevo entre sus amigos. Sintió la adrenalina cosquillear en el interior de sus huesos. Si Weasley hubiese encendido la luz treinta segundos antes…
Miró su pergamino, luchando contra su propio cuerpo acelerado. Una sonrisa engreída curvó sus finos labios. Satisfecho. Seguían saliéndose con la suya. Estaban jugándosela una y otra vez, delante de todos, sin ser pillados. Arriesgándolo todo. Tan prohibido… tan jodidamente emocionante.
Saturno. Estaban estudiando el planeta Saturno. Cogiendo una última bocanada de aire, pegó el ojo al telescopio.
Ya no tenía ni pizca de sueño.
Ay, Hermione, bribona, ¿pretendes matar a Draco? Ja, ja, ja 😂 Me ha encantado escribir esta última escena, os lo juro 😍.
¿Qué os ha parecido el capítulo? Nuestros protagonistas han tenido un par de pasionales encuentros 😍. Y hemos visto una evolución interesante en Hermione. En la biblioteca, a la pobre le ha entrado cargo de conciencia y no ha querido besarse con Draco allí, considerándolo un sitio poco apropiado. Pero el hecho de que, para sorpresa de la chica, el arrogante y malcriado Draco Malfoy haya respetado su decisión, ha hecho que se replantee la situación. Ha cambiado de opinión, y ha decidido que tampoco está tan mal romper un poco las normas 😉 . Y vaya si se lo ha replanteado, lanzándose después a besar a Draco en medio de una clase, en la oscuridad. Con todos sus compañeros rodeándolos... *fear intensifies* A Draco casi le da un patatús 😆
Por cierto, la relación entre Theo y Daphne me encanta. Es secundaria, pero me encanta 😍
¡Gracias por leer! Ojalá os haya gustado mucho, estaré encantada de leeros en comentarios, si os apetece escribirme 😊
¡Un abrazo muy, muy fuerte! ¡Hasta el próximo! 😊
