¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? Espero que os vaya todo muy bien 😊 ¿Con ganas de continuar la historia? Os traigo un capítulo larguito… 😊 Esta semana estoy de vacaciones y estoy aprovechando para escribir un montón ja, ja, ja repasando esta historia y escribiendo cositas nuevas 😋

Como siempre, muchísimas gracias a todos los que estáis ahí 😍 un gracias especial lleno de cariño a los que dejáis comentario, por supuesto 😍 pero muchas gracias también a todos los demás, a todos los que estéis leyendo y disfrutando la historia 😍 Gracias, de verdad 💖

Me gustaría dedicar este nuevo capítulo a HarleySecretss, por el entusiasmo que siempre me transmite con sus preciosos reviews ¡gracias, bonita! 😘😘

Veamos qué tal les va a nuestros protagonistas con su romance secreto…


CAPÍTULO 30

Duelo

—¿… hay alguna duda sobre la ejecución o bloqueo de alguno de los encantamientos que hemos desarrollado en la clase de hoy? En teoría, son embrujos que ya han trabajado en cursos anteriores, de modo que…

A la pregunta pronunciada por la fría y profunda voz de Snape siguió un penetrante silencio. Quizá había alguna duda al respecto, pero desde luego ninguno de los alumnos parecía tener intención de abrir la boca. Snape alargó el silencio, taladrándolos con sus negros ojos, uno a uno, hasta que algunos de los alumnos comenzaron a removerse en sus asientos, incómodos.

—En ese caso, pónganse en pie. Comenzaremos con la clase práctica —sentenció Snape en voz más baja. En un inquietante tono. Se escuchó a alguien tragar saliva.

Sin apenas dar tiempo a que los alumnos se levantaran y alejaran un paso de los pupitres, agitó su varita en un amplio movimiento, haciendo ondear la ancha manga de su negra túnica. Todas las mesas y sillas quedaron arrinconadas en un ordenado montón contra las paredes del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras.

En el centro del aula quedó un amplio hueco, donde los alumnos aguardaron.

—Formen dos filas enfrentadas. Ya.

Tras la orden de Snape, todos se pusieron en marcha, apresurándose a obedecer. Se escucharon algunos murmullos de gente que peleaba por colocarse de pareja con otra persona, o de alguien que no sabía dónde colocarse, pero, en pocos segundos, el silencio volvió a reinar en el aula. Harry y Ron decidieron colocarse uno frente al otro, para poder enfrentarse en el duelo, y Hermione se colocó de pareja con Neville. Al otro lado de Hermione, se encontraban Dean y Seamus, también enfrentados. Lavender y Parvati se enfrentaban juntas algo más allá. Hermione echó un vistazo al otro lado, a su derecha, con todo el disimulo que pudo y apurando al máximo su campo de visión para no girar la cabeza demasiado. Primero vio a Zabini, enfrentado a alguien de cabello corto que reconoció como Parkinson, y, justo al lado del joven, vio a Malfoy. No veía a Nott, por lo que supuso que estaría en la misma fila que ella, oculto por Pansy, siendo así el contrincante de Draco. Al otro lado estaba la pareja formada por Millicent y Daphne. Parecían ser impares, de modo que Tracey Davis se colocó junto a Pansy, para ir alternando posiciones y enfrentar a Blaise.

Cuando el último sonido de pisadas se apagó, Snape aguardó todavía tres segundos más, y entonces continuó dando instrucciones.

—Practicarán por parejas los tres embrujos defensivos, y sus correspondientes contrahechizos, que hemos aprendido de forma teórica minutos atrás —comenzó Snape, paseándose por el aula por detrás de los alumnos, con las manos tras la espalda—. Orbis, Flipendo, y Ebublio. En principio han dejado claro que no hay ninguna duda, de modo que trabajaremos todos a la vez, en sincronía. Si alguien tiene algún problema con alguno de los hechizos, deberá comentármelo al final de la clase, para no romper el ritmo. ¿Ha quedado claro?

Tracey Davis levantó una mano.

—¿Señorita Davis?

—¿Realizaremos más de un intento? —quiso saber la joven, moviéndose algo nerviosa en su lugar—. Por si no lo logramos a la primera…

—Efectivamente, realizarán varios intentos. Yo les iré indicando en voz alta el encantamiento a realizar. La idea es que sea lo más parecido a un duelo real, para trabajar sus reflejos...

—¿Y si alguno sale mal? —preguntó Seamus, elevando la mano al mismo tiempo que hacía la pregunta—. Si no logramos hacer el contrahechizo y el embrujo nos alcanza…

La boca sin labios de Snape se arqueó en una sonrisa venenosa.

—Señor Finnigan, si hubiera estado atento a mi explicación, sabría que son embrujos de defensa que no encarnan una preocupación real para la vida de ninguno de ustedes. Pero no se preocupe, si no logra combatir el embrujo Ebublio, le quitaré la burbuja gigante que lo rodeará en un santiamén.

El joven se ruborizó y lo miró con rencor ante su burla, mientras la zona de Slytherin estallaba en mudas pero exageradas carcajadas.

—Si no hay más preguntas… —sentenció Snape en voz más alta, agitando la varita y haciendo aparecer un pergamino enrollado en sus manos. Sin dejar de caminar, continuó hablando—: Comenzaremos con la práctica. Uno de los miembros de la pareja deberá realizar el embrujo que yo ordene, cuando yo lo ordene, y el otro miembro deberá repelerlo. Realizarán los embrujos con la mayor rapidez posible. Cuando yo les avise, se cambiará la dinámica y la persona que contratacaba será quien realice los ataques, y la otra deberá repelerlos. La idea es que sean rápidos a la hora de cambiar de un hechizo a otro. ¿Alguna duda? —cuestionó en voz más alta, deteniéndose de sopetón inmediatamente detrás de Ron. Éste miró a Harry con una mueca burlona, aprovechando que Snape no lo veía—. Muy bien. En ese caso —alzó el pergamino enrollado y golpeó con él en la cabeza firmemente a un despistado Ron. Éste se sobresaltó, y contrajo el rostro en una mueca de estupor—, la fila correspondiente al señor Weasley será el grupo A, y la otra el grupo B. Grupo A, prepárense para comenzar con el embrujo Orbis. Grupo B, preparen el contrahechizo.

Todos los alumnos se pusieron en tensión. Adelantaron sus varitas, observando a su oponente con vacilación. Hermione vio pánico en el redondo rostro de Neville, y casi se sintió culpable ante lo que intuía que estaba a punto de suceder.

—Contaré hasta tres —sentenció Snape, con calma, desenrollando el pergamino y contemplándolo—. Uno… dos… tres, ¡Embrujo Orbis!

La fila correspondiente al grupo A se apresuró a agitar sus varitas en rápidos círculos, creando un rayo de luz azul en forma de espiral. Hermione logró generarlo y lo lanzó hacia Neville, que trató inútilmente de bloquearlo con el contrahechizo. Sin éxito. El joven comenzó a ascender, envuelto en la espiral azul, con cara de pavor. Sin embargo, no llegó a ascender ni un metro cuando Snape estaba agitando la varita y devolviéndolo al suelo, libre del embrujo. Neville no fue el único que no logró bloquearlo. Millicent también ascendió envuelta en los círculos, y también Parvati.

—Segundo intento. Prepárense. No se detengan —informó Snape sin alterarse. Cuando apenas habían logrado tomar aire, ordenó—: ¡Embrujo Orbis!

Al segundo intento, Neville logró repeler correctamente el encantamiento realizado por Hermione. La chica intercambió con él una mirada y sonrisa resplandeciente, llenándolo de ánimo.

—Siguiente embrujo. Rápido, he dicho que no se detengan. ¡Embrujo Flipendo!

Los resultados de este hechizo fueron similares al anterior. Aunque, esta vez, Neville logró repelerlo al primer intento, que no al segundo. Zabini tampoco logró rechazarlo, y salió despedido hacia atrás como si le hubieran dado un empujón, chocando casi contra la pared que había a su espalda, si Snape no hubiera detenido el hechizo y devuelto al chico a su lugar con una sacudida de varita. Curiosamente, no llegó a detener a Neville a tiempo, y el chico sí se golpeó contra la pared, antes de ser devuelto a su puesto con una perezosa sacudida de varita por parte de su profesor. El embrujo Ebublio que Snape indicó a continuación que debían realizar produjo diversas reacciones, y esta vez fueron Harry y Dean quienes sufrieron la sensación de ser envueltos en una desagradable y gigante burbuja. El profesor fue indicando los nombres de los hechizos, en diferente orden, durante varios minutos, hasta finalmente ordenarles que se detuvieran.

A pesar del alboroto del aula, la profunda voz de su impasible profesor se escuchaba con claridad sin tener que alzarla ni siquiera un poco. El cetrino rostro del hombre no se inmutó en lo más mínimo mientras iba realizando el contrahechizo en los alumnos que sufrían los efectos del hechizo correspondiente.

—Muy bien —sentenció Snape, impávido, una vez que se hizo el silencio. Sus alumnos jadeaban—. Ahora cambiaremos los papeles. Los alumnos del grupo A serán quienes repelan el hechizo, y el grupo B será quien ataque. En posiciones, vamos… No lo repetiré… Muy bien, prepárense. Uno… dos… tres, ¡Embrujo Orbis!

Neville logró realizar el encantamiento correctamente tanto al primer como al segundo intento, y Hermione los bloqueó con habilidad. En el sudoroso rostro de Neville se adivinaba la satisfacción. El chico intercambió una fugaz mirada cómplice con Harry, y éste le devolvió la sonrisa. Hermione sospechaba que estaban recordando su etapa en el Ejército de Dumbledore, periodo en el cual, con Harry como profesor, Neville mejoró muchísimo sus habilidades como duelista.

—De acuerdo, no está mal —sentenció Snape bastantes minutos después, una vez que hubieron realizado los tres encantamientos diferentes, repetidos varias veces—. Pero el dominio de los embrujos se consigue mediante la práctica. De modo que continuaremos. Grupo A, trasládese un puesto a su derecha.

Todos los alumnos se tensaron, pues no contaban con tener que cambiar de parejas. Mostrándose incómodos y deprimidos por alejarse de sus amigos, se movieron unos pasos a regañadientes. Hermione se despidió de Neville con una sonrisa, y se encontró con Dean, el cual ladeó la cabeza, con una simpática sonrisa que Hermione le devolvió. Seamus, al lado de Hermione, no mostró la misma simpatía con Zabini, plantado ante él con una mueca altiva curvando sus labios. Daphne, al final de la fila, tardó varios segundos en comprender que debía ir al comienzo de ésta, para enfrentarse a Parvati.

—Empecemos. Grupo A, prepárese para atacar. Grupo B, se defenderá. Uno, dos, tres… ¡Embrujo Orbis!

Hermione disfrutó luchando contra Dean, el cual era bastante competente en hechizos. Recordaba haberse enfrentado a él también en alguna ocasión durante sus encuentros en el Ejército de Dumbledore. Únicamente, el chico fue superado por un embrujo Ebublio rápidamente realizado por Hermione, quedando atrapado en una enorme burbuja.

—Bien. Deténganse. He dicho que se detengan, señorita Patil. Haremos una última ronda. Recuerden mover los pies, están en medio de un duelo, y el equilibro es esencial. Grupo B, muévanse dos puesto a su derecha.

—Creo que ese último Flipendo me ha roto una costilla —protestó Ron al lado de Hermione, en un bajo murmullo, mientras Neville y Dean, ante ellos, se trasladaban a un lado. La chica lo miró con compasión, y vio que se estaba frotando la parrilla costal izquierda.

—¿Te duele? —cuestionó, con una mueca de preocupación. Ron se encogió de hombros con desgana.

—Se me pasará… Espero —dijo, estirándose ligeramente y componiendo una mueca de dolor, cerrando un ojo. Hermione le sonrió con tristeza, impotente.

—Muy bien, vayan preparándose para comenzar —dijo la profunda voz de Snape. Hermione devolvió la vista al frente, hacia su nuevo contrincante, y estuvo a punto de atragantarse.

Draco la estaba contemplando fijamente a apenas dos metros de distancia, parado frente a ella. Tamborileaba con su varita en el lateral del muslo, con el peso del cuerpo caído sobre su pie derecho. Sus ojos estaban clavados en los suyos, y Hermione no sabía desde hacía cuánto tiempo. Y hubiera jurado que podía ver un sutil brillo burlón en ellos, aunque no estaba segura. Pero su rostro estaba creíblemente sereno e impasible. Como si no le apeteciese ni un pelo tener de contrincante a la sangre sucia Granger.

Hermione, con el corazón acelerado, cuadró los hombros y apartó su mirada de él, fingiendo contemplar en derredor. Quedarse mirando al chico a los ojos durante demasiado tiempo no sería, desde luego, muy sensato. Podría parecer sospechoso. Se suponía que se odiaban. Y eso incluía evitar todo contacto visual que no fuera indispensable. Comenzó a sentir un turbio calor envolver su nuca y ascender por su cuello, y rezó para que no se estuviese reflejando en sus mejillas. No quería que nadie la viese sonrojarse por tener que enfrentarse a Malfoy. Tenía mucho calor, y su abultado cabello de pronto le molestaba y agobiaba. Intentando solucionarlo, se llevó la varita a la boca, para sujetarla entre sus dientes y alzó ambas manos para recogerse el cabello en un moño alto con ayuda de un coletero que llevaba en la muñeca. Mientras lo hacía, no pudo evitar mirar al frente y vio que Draco seguía su movimiento con sus grises ojos. Una de sus cejas rubias se arqueó, y la comisura de ese lado de su boca tembló. Hermione sintió que el calor aumentaba. Caray, ¿no podía disimular un poco…?

—El grupo A será quien comience a atacar, y el grupo B se defenderá —informó Snape, con desgana. Los alumnos cogieron aire con dificultad, agotados a esas alturas, y se prepararon para continuar—. Esta vez, no practicarán los hechizos dos veces. Me limitaré a ir señalándoles cuál usar, de forma aleatoria.

Hermione se apresuró a colocarse con la varita apuntando al chico y el cuerpo ladeado en posición de ataque. Ella misma fue consciente de que su cuerpo estaba tenso. Incómoda y preocupada, sin poder evitarlo, aunque no tenía razones para estarlo. Nadie debería pensar ni por un instante que algo raro estuviese sucediendo entre ellos. Solo estaban haciendo juntos un ejercicio de clase, por orden de su profesor. No era sospechoso, no lo era…

Tuvo que tragar saliva ante la embarazosa sensación de estar apuntándolo con su varita. Por una parte, era capaz de recordar que era un gesto que, meses atrás, incluso le hubiera parecido satisfactorio. Pero, por otra parte, no podía dejar de pensar que estaba apuntando con la varita a su… pareja. Y era una sensación muy extraña. Pero era su obligación fingir que la presencia del chico no la alteraba en absoluto.

Draco, mostrándose impasible con más facilidad que ella, alzó también su varita, apuntándola a su rostro, en un decidido y elegante gesto. Hermione respiró hondo, obligándose a concentrarse. Estaba en clase, e iba a realizar esa práctica lo mejor posible. Sin distracciones.

—Contaré hasta tres. Uno… dos… tres, ¡Embrujo Ebublio!

Hermione movió su varita en un rápido movimiento y el hechizo salió disparado hacia el cuerpo del chico. Draco agitó su propia varita y repelió el embrujo con habilidad, sin apenas inmutarse. Hermione sintió acelerarse su corazón.

—Muevan los pies. Es un duelo. ¡Embrujo Flipendio! —indicó Snape, casi instantáneamente. Hermione se recompuso. Cada vez les pedía realizar los diferentes hechizos con más rapidez. Agitó su varita en el movimiento correspondiente y un rayo de luz fue lanzado en dirección a Draco, quien lo rechazó con otro movimiento de varita. Sin apenas variar su seria expresión de concentración. Hermione a aquellas alturas ya fue capaz de apreciar que era muy bueno en duelo. Tenía unos reflejos excelentes. Y se sintió inesperadamente orgullosa de él.

—¡Embrujo Orbis!

Hermione volvió a agitar su varita, con toda la rapidez que pudo, y el hechizo se dirigió hacia Draco. Éste apenas se vio obligado a retroceder medio paso, antes de bloquearlo con efectividad. Sin siquiera componer una mueca. Snape continuó indicándoles embrujos para realizar, uno detrás de otro, y sus alumnos seguían el ritmo como podían. Hermione, por su parte, estaba disfrutando aquello más de lo que hubiese creído. Se regocijó lanzando un hechizo tras otro, sin mesura, sabiendo que la persona que tenía delante era capaz de bloquearlos con habilidad, de seguir su ritmo. Incluso se permitió lanzarle los embrujos de forma menos directa, a diferentes zonas de su cuerpo. Observando cómo él los rechazaba aun así, moviéndose hacia donde ella lanzaba el hechizo, sin apenas vacilar. Ahora sí podían mirarse a los ojos. De hecho, lo estaban haciendo. Y era una sensación increíble.

—Cambio. Grupo B, realice los hechizos. Grupo A, defiéndase —indicó de pronto Snape, sin darles oportunidad de recuperar el aliento—. ¡Embrujo Flipendio!

Y Draco comenzó a atacarla, sin necesitar una pausa. Movía la varita con habilidad, guardando las energías, con breves pero efectivos movimientos. Con seguridad, con firmeza. Moviendo los pies para equilibrarse cuando tenía que hacerlo. Utilizando su cuerpo al completo para realizar los hechizos. Hermione se sorprendió a sí misma aprendiendo de él, imitando sus movimientos. Ella era rápida y certera, correcta, perfeccionista con la técnica, pero comprendió que le faltaba la soltura con la que Draco estaba realizando sus ataques. La soltura de alguien que llevaba toda su vida, desde niño, rodeado de magia. El chico se mostraba concentrado, serio, mirándola a los ojos mientras la atacaba. No tenía piedad con ella. No estaba siendo considerado. Y a Hermione le encantaba. Le hubiera gustado más variedad de hechizos; más rapidez, incluso. Se sentía en llamas. Había olvidado que estaban en un aula. Se había olvidado de observar alrededor para ver qué tal iban sus compañeros. Solo veía a Draco ante ella, lanzándole un hechizo tras otro, poniéndola al límite, obligándola a utilizar todo su potencial.

—Se acabó. Deténganse —informó Snape, con su profunda voz. No tuvo que repetirlo dos veces. Los alumnos bajaron al instante sus varitas. Jadeantes y sudorosos. Nott se acuclilló, recuperando el aliento. Lavender se dejó caer sentada en el suelo, secándose el sudor de la cara. Neville directamente se tumbó boca arriba. Los jadeos de la enorme Millicent se oían por encima de los del resto—. Hemos terminado por hoy… Pueden irse.

Con una sacudida de varita por parte del profesor, los pupitres volvieron a sus lugares habituales, con los utensilios de los alumnos todavía sobre ellos. Algunos jóvenes que estaban en la trayectoria de las mesas se vieron obligados a apartarse con rapidez. Todos volvieron a la realidad, y fueron regresando a sus lugares correspondientes para recoger sus objetos personales. Hermione, algo aturdida, observó a su alrededor, viendo ir y venir a sus compañeros, esforzándose en recordar dónde se encontraba. Devolvió la vista al frente de nuevo, pero Draco ya se había alejado de vuelta a su lugar, sentado junto a Zabini.

—Meigas fritas, estoy reventado… —se quejó Ron a su izquierda, colocando de pronto un brazo sobre los hombros de Hermione, y dejando caer su peso en ella, como si pretendiese que cargase con él. La chica trató de empujarlo, logrando esbozar una sonrisa juguetona.

—¿Ya ha acabado la clase? ¿Ha sonado la campana? —preguntó la chica, mientras ambos volvían juntos a sus pupitres, donde Harry ya les esperaba, sonriendo divertido ante la escena de un fingidamente agotado Ron siendo remolcado a regañadientes por una irritada Hermione. La chica se preguntó cómo había podido estar tan absorta en el duelo contra Draco como para no escuchar la campana.

—Claro que ha sonado, ¿no la has oído? —cuestionó Ron, soltando sus hombros una vez que llegaron al pupitre, mirándola como si estuviera loca—. Ha sido el sonido más liberador que he escuchado en mi vida. Más bello que el canto de las sirenas bajo el agua en una clara mañana de primavera…

Harry dejó escapar una carcajada. Hermione fue a añadir algo, risueña, pero de pronto sintió un súbito golpe en el hombro que le quedaba más cerca del pasillo. Como si algo duro la arrollara, haciéndola girarse por la inercia. Volteó el rostro, alarmada, y vio un fulgor de ojos grises y cabello rubio platino pasando a su lado como un vendaval. Sintió, de forma breve, como si algo hurgara en la palma de su flácida mano, y de pronto notó algo que se sentía como una bola de papel en ella. Su puño se cerró al instante, por acto reflejo. Todo sucedió en el espacio de un latido de corazón.

—¡Malfoy! —gritó Ron, a su lado, haciendo ademán de saltar por encima de Hermione para seguirlo por el pasillo y enfrentarse a él. Pero Draco ya se había escabullido en dirección a la puerta, sin decir ni media palabra—. Maldito bastardo… ¿Te ha hecho daño? —añadió, entre dientes, mirando a Hermione con el ceño fruncido. La chica sacudió la cabeza, todavía sintiendo la rugosidad del papel dentro de su mano firmemente cerrada.

—No, para nada… —logró articular, sintiéndose descolocada. Y muy, muy nerviosa.

—Desgraciado —masculló también Harry, que lo estaba siguiendo con la mirada hasta que salió del aula—. Ya he visto que te ha tocado de pareja con él… Ya lo siento, Hermione, qué mala suerte. Seguro que se ha cabreado al comprobar que eres mejor duelista que él…

—En realidad es bastante bueno… —farfulló la chica, sin mirarlos, concentrada en recoger sus cosas, todavía sin atreverse a abrir su puño izquierdo.

—Pues qué pena. Me hubiera encantado verle dentro de una burbuja… —gruñó Ron, sonriendo con ensoñación. Giró el rostro para mirar a Harry, comenzando también a recoger sus utensilios—. ¿A ti te ha tocado Nott, no? —comentó entonces, mirándolo fijamente. Sus ojos azules estaban entrecerrados. Harry le lanzó una rápida mirada de advertencia y después esbozó una forzada sonrisa.

—Sí, he estado con él. La verdad es que lucha muy bien —comentó en voz más alta, y con tono cordial, mirando a Hermione por delante del cuerpo de Ron. La chica, mirándolo de soslayo con inquietud, le devolvió la sonrisa. Agradecida de su actitud.

—Es muy buen estudiante. Me imagino que también se le dará bien el duelo —admitió Hermione, con suavidad, cerrando el tintero y guardándolo en su mochila.

—Sí, desde luego, solo he conseguido despistarlo con un Orbis —Harry se humedeció los labios, cavilando sobre qué más decir. Terminó añadiendo—: Incluso se ha despedido al irse.

Hermione volvió a sonreír para sí misma. Ron, en cambio, carraspeó con ligera brusquedad. Como si pretendiera cambiar de tema.

—Pues a mí me ha tocado a ese tal Zabini… Al menos he conseguido lanzarlo por los aires con un Flipendo —sonrió con orgullo.

Harry rio entre dientes y relató cómo le había ido a él con Lavender. Pero Hermione ya no escuchó ni una palabra. Mientras ellos hablaban, la chica, fingiendo buscar algo en el interior de su mochila, abrió con discreción el pergamino arrugado que Draco le había dado. Dentro había unas pocas palabras escritas con la, ya conocida para ella, caligrafía pequeña y cursiva del joven.

A eso le llamo un duelo. Me has puesto a cien. ¿Nos vemos el sábado, durante el partido, en los vestuarios? Baja cuando Ravenclaw marque 100 puntos.

Hermione nunca había sentido el calor apoderarse tan rápido de sus mejillas. No pudo contener bajo ningún concepto la sonrisa avergonzada que curvó sus labios, y se apresuró a mordérselos, aturullada. Satisfecha, y divertida. Me has puesto a cien… Maldito fuera. Era capaz de imaginar la voz de Malfoy en su cabeza, con su costumbre de arrastrar las sílabas, diciendo semejante frase de forma burlona. No le pegaba nada con su aristocrático porte decir algo así, y fue eso lo que más gracia le hizo.

Trató de respirar hondo para tranquilizarse, para controlar la emoción que la había invadido, aunque su aliento salió de forma temblorosa de su interior. No podía dejar de sonreír, y esperó que sus amigos creyesen que lo hacía a modo de respuesta a lo que ellos estaban diciendo. Guardó la nota a toda prisa en el fondo de su mochila. Más tarde la destruiría. O… quizá no. Pero definitivamente iría a encontrarse con Draco en los vestuarios ese sábado.


—¡Anda, ha marcado Ravenclaw! —exclamó Luna, dando una palmada. Su enorme gorro con forma de águila emitía de vez en cuando reales chillidos, bajo la resignada mirada de una tensa McGonagall. La cual, al parecer, no había podido impedirle dicho accesorio—. ¡Hay que sumarles diez puntos, entonces! Colocándose entonces en… ¡130! ¡Caray, son muchos! ¡Ánimo Hufflepuff, ya lleváis 80! ¡Y se nota que os lo estáis pasando genial!

En la grada de Gryffindor, Harry y sus amigos no celebraban los goles de las águilas con mucho entusiasmo. El equipo de Ravenclaw había resultado muy bueno ese año, capitaneado por el atractivo Anthony Goldstein, y no era una buena señal para Gryffindor que ganase, pues no les convenía enfrentarse a ellos.

—Veo difícil que Hufflepuff remonte —comentó Dean, observando a través de los Omniculares de Ginny—. Los cazadores ya están muy agobiados. Y no os digo nada de su guardiana...

—Su única posibilidad sería coger la snitch. ¿Qué decís del buscador? —preguntó Harry, contemplando a la menuda chica, entrecerrando los ojos para verla mejor a través de los rayos de sol. Ese sábado habían sido bendecidos con un día totalmente veraniego en pleno abril. Harry, mientras hablaba, se frotaba las sienes discretamente. Intentando relajar su cabeza. Desde hacía un rato le dolía bastante. Seguramente sería por el intenso sol del mediodía, que los alcanzaba de pleno.

—De momento se le ve tranquilo —observó Ron, apoyando los brazos en la barandilla que tenían delante. Habían preferido quedarse de pie en lugar de sentarse en las gradas.

—Summerby hace bien su trabajo —opinó Ginny, tomando de vuelta sus Omniculares y tratando de seguir el vuelo del buscador—. Mira alrededor sin perder de vista a MacDougal.

—Sí… —admitió Ron, buscando de pronto alrededor, distraído—. Eh, hablando de perder de vista, ¿dónde se ha metido Hermione?

—Ha ido al baño —respondió Harry, en voz baja. Sentía que el estómago comenzaba a revolvérsele por culpa del dolor de cabeza. Y presintió que las náuseas empeorarían si alzaba la voz.

—Ostras, ya, pero hace como quince minutos, ¿no? —rezongó Ron, desganado—. No está tan lejos. Hay uno aquí mismo, en la zona de abajo…

—Igual está lleno de gente y ha ido a otro. ¿Qué más te da? Eres un quejica… —protestó su hermana, fulminándolo con la "mirada asesina Weasley de grado uno".

—Solo he dicho que tarda mucho, nada más —se defendió el chico, ofendido—. Igual le ha pasado algo...

—Déjala tranquila, por Merlín. Ya vendrá, no se la ha tragado el váter. Quizá se ha encontrado con alguien conocido y se ha entretenido… —espetó Ginny, irritada, volviendo a usar sus Omniculares. Y entonces Hufflepuff anotó un inesperado tanto, arrancando una oleada de vítores en las gradas. Tanto Ron como Ginny, distraídos mientras discutían, se apresuraron a unirse a ellos, contemplando cómo los jugadores lo celebraban también.

Pero, en ese momento, el asustado grito de Neville, sentado tras ellos, se escuchó por encima de las ovaciones:

—¡HARRY!

Todos los que estaban cerca volvieron la cabeza, alarmados. Harry había caído de rodillas al suelo, sujetándose fuertemente la cabeza con ambas manos. Se sacudía en bruscos espasmos.

—¡Harry! —chilló Ginny, arrodillándose a su lado al instante y tratando de cogerle el rostro con las manos para examinárselo. Pero el chico estaba encogido sobre sí mismo, rígido y tembloroso.

—¡Harry! ¡Harry, ¿qué te pasa?! —se alarmó también Ron, acuclillándose a su lado y apretándole los hombros con las manos. Los sintió empapados de sudor.

Su amigo no pudo contestar. Todo el estadio giraba a su alrededor, y sentía que la cabeza iba a estallarle en cualquier momento. El dolor era muy agudo, como si le estuviesen agujereando el cráneo con un abrecartas. Las náuseas le rozaban la garganta. El alboroto que había a su alrededor, los gritos de júbilo de sus compañeros de Casa, lo habían mareado hasta tal punto que no podía estar en pie. Y estar arrodillado tampoco era mucho mejor.

—¡Harry! —llamaba ahora la voz de Dean, un poco más lejos. Escuchaba a Neville decir algo, y una voz que parecía la de Colin Creevey, pero no entendía nada de lo que decían. Todo le daba vueltas, y era lo único en lo que podía pensar.

—Harry… —susurró la voz de Ginny, muy cerca de su rostro. Sin gritar. Examinando su expresión contraída. Pero él no la miraba. Sus ojos verdes estaban ocultos por unos párpados firmemente cerrados.

Volvía a oírlo. Estaba dentro de su cabeza. La ronca voz retumbaba con tanta fuerza dentro de su cráneo que incluso dejó de oír la voz de sus amigos llamándole.

Harry Potter… Ayúdame… Ven a…

—¡Harry! Hay que sacarlo de aquí… ¡Cogedlo del otro brazo! —dijo la voz de Ron, cerca de su oído—. ¡Dean, ayúdame! Espera, Ginny, suéltalo…

—¡Voy a buscar ayuda! —dijo otra voz. ¿Neville, quizá? Harry ya no tenía ni idea…

Sintió que dos brazos fuertes tiraban de él hasta ponerlo en pie, y volver a sentir la gravedad apoderándose de él fue demasiado. El mareo fue tal que no pudo controlarse más. Se inclinó y vomitó a sus pies sin remedio. Oyó exclamaciones cercanas, y gritos más lejanos, de gente que empezaba a darse cuenta de lo que sucedía. Seguía oyendo las voces de sus amigos, pero ya no distinguía quién era quién…

—Vamos directos a la Enfermería, está muy mal…

—Está pálido…

—Busca a Neville y dile que lleve al profesor que encuentre a la Enfermería…

—¿No deberíamos esperar…?

—¿Lo estás viendo? Ni hablar, tenemos que ir ya…

—¡Dejad paso…!


Los silenciosos vestuarios estaban en penumbra. Las luces estaban apagadas. La única iluminación provenía de las pequeñas ventanas altas situadas a ambos lados de la puerta doble, y que daban al soleado campo. Proyectando brillantes haces de luz sobre el suelo de baldosas.

Si alguien hubiese entrado, y hubiese estado despistado, probablemente no hubiera reparado en las dos figuras que ocupaban el suelo del rincón más alejado a la puerta. Draco Malfoy estaba sentado en la superficie de baldosas, con la espalda apoyada en la pared, y las largas piernas estiradas, cruzadas a la altura de los tobillos. Hermione Granger estaba sentada en el suelo junto a él, con las piernas igualmente estiradas. Su espalda, a diferencia de la del chico, estaba apoyada sobre el pecho y hombro izquierdo de su acompañante. Draco había rodeado el cuerpo de la joven con ambos brazos, para poder sujetar una colorida revista ante ambos.

—¿Y qué tal ésta? —sugirió Hermione, señalando otra de las escobas del nuevo catálogo de Abril de El Mundo de la Escoba.

Aunque no lo veía desde su posición, sintió que Draco meneaba la cabeza.

—Ni en broma. Ni siquiera viene con control de vibración incorporado… Y fíjate en la forma de la cola, no corre ni a ciento setenta kilómetros por hora —protestó, despectivo.

—¿Y cómo tiene que ser la cola entonces? —cuestionó ella, vagamente interesada—. ¿Tanta diferencia puede haber?

—Por supuesto. Tiene que ser aerodinámica. Mira ésta —señaló otra de las escobas estirando el pulgar, sin poder soltar la revista para que no se cayese—, tiene una forma buena. Pero los apoyos para los pies no parecen ninguna maravilla…

—No sabía que había apoyos buenos y malos —repuso la chica, divertida, arqueando ambas cejas. Escuchó el gruñido del chico retumbar contra su pecho, haciéndolo vibrar—. ¿Y ésta? —volvió a intentarlo, señalando otra de las escobas—. Le dan una buena puntuación, así que debe ser decente, ¿no?

Malfoy chasqueó la lengua, sin ocultar su impaciencia.

—No tienes ni idea de escobas. Sí, le dan buena puntuación global, pero eso no quiere decir nada. Fíjate en la puntuación que le dan a su suspensión: solo dos snitchs —le hizo notar, casi con escepticismo. Como si fuera absurdamente evidente.

—¿Y la suspensión es importante? —replicó ella, confusa, sin mucho interés. Él dejó escapar un suspiro exasperado.

Muy importante.

—Pues esta otra tiene un precio razonable, comparada con las demás —volvió a intentarlo Hermione, sin darse por vencida, señalando otra escoba. Malfoy emitió una especie de resoplido desquiciado, añadiéndolo al catálogo de ruidos de incredulidad que estaba haciendo desde que habían comenzado la conversación.

—¿Precio razonable? Granger, no me insultes. Yo no quiero un precio razonable. Quiero una escoba buena. La mejor, si es posible.

—Es decir, la más cara —tradujo ella, componiendo una mueca de resignación.

—Efectivamente —corroboró Malfoy, lacónico, pasando con dificultad las páginas, hasta llegar casi al final—. Esa que tú has dicho la usan los Chudley Cannons, y son penosos.

—No creo que sean tan… —protestó Hermione, ofendida, recordando que era el equipo favorito de Ron.

—Mira ésta, por ejemplo —interrumpió él, satisfecho, cuando encontró la sección que buscaba—. La nueva Saeta de Trueno. No me digas que no mola…

Hermione le hizo caso y la miró. Le parecía igual que las anteriores, solo que la fotografía ocupaba toda la página. Y había un gran abanico de vivos colores a su alrededor. En la página de al lado se veía a un atractivo y joven mago, sonriendo radiante mientras daba vueltas con la escoba de forma profesional por un idílico prado.

—Es bonita, supongo —admitió ella sin mucho fervor—. Pero me parece demasiado cara —añadió, observando el precio a pie de página con las cejas elevadas.

—Definitivamente le estoy pidiendo opinión a la persona menos indicada —resopló Draco, pasando la página con brusquedad. Ofendido al ver el poco entusiasmo de la joven ante su escoba favorita.

—Ha sido lo primero que te he dicho cuando me has ordenado que te ayude a elegir escoba nueva —le recordó Hermione, encogiéndose de hombros—. "No tengo ni idea de escobas, no creo poder ayudarte". ¿De qué te quejas ahora? Te lo he advertido.

—Se supone que eres una sabelotodo, me has decepcionado… —protestó él, con aburrimiento—. ¿Lees tantísimos libros y no te has molestado en leer uno sobre escobas?

Hermione giró el rostro para mirarlo con pesadez.

—No juego al Quidditch, ¿por qué iba a leer libros al respecto? —planteó ella, intentando hacerle ver lo absurdo de su queja.

—Por simple cultura general —se defendió él, impasible en su postura.

—¿El Quidditch es cultura general? —protestó Hermione, burlona. Draco le dedicó una mirada de hastío.

Todo es cultura general.

Hermione resopló, ofendida.

—No intentes que me sienta culpable. La culpa es tuya por no pedirle consejo a alguien que juegue al Quidditch. Pregunta a tus compañeros de equipo. O a MacDougal —espetó entonces, en un arrebato de inspiración. Y el tono de resentimiento que se apreció en su voz la sorprendió incluso a ella. Tuvo que contenerse para no cruzarse de brazos, asimilando a tiempo que sería un gesto demasiado infantil. Draco tardó unos segundos en volver a hablar, teniendo la sensación de que se había perdido algo. Frunció el ceño y se inclinó ligeramente a un lado, alejándose de ella. Poniendo la distancia necesaria para verle el rostro.

—¿A quién? —preguntó, luciendo genuinamente confuso. Hermione arqueó una ceja, hostil.

—MacDougal. La buscadora de Ravenclaw. Os conocéis, ¿no? —apartó la mirada, y elevó un poco la barbilla. Fingiendo con poco acierto que no le importaba—. Ella seguro que sabe del tema…

Draco todavía tardó un par de segundos más en ubicarse. Dejó de fruncir el ceño cuando por fin cayó en la cuenta de quién era MacDougal, pero seguía sin comprender el punto de la chica.

—¿De dónde sacas que nos conocemos? —cuestionó, observando el serio perfil de la joven, buscando ahí la respuesta. Intentando determinar por qué parecía decidida a no mirarlo. Sus labios estaban orgullosamente fruncidos, reduciendo su amplitud.

—Os vi hablando… —se defendió ella, intentando que sonase con más seguridad que la que sentía. Intentó omitir el término "una vez", ya que le pareció que sonaría ridículo presuponer una amistad por ver a dos personas hablando una única vez—. Así que doy por hecho que os lleváis bien, no hay que ser un genio para deducirlo…

Draco guardó silencio de nuevo. Y entonces, al ver a la joven elevar todavía más su barbilla, lo comprendió todo. Y casi pudo sentir su pecho inflarse de ego. Logró contener la carcajada que amenazó con abandonar su garganta. Pero no consiguió que sus labios no se curvaran en una amplia sonrisa satisfecha. Abiertamente maliciosa.

—Pero bueno, por favor, que Merlín me pellizque —se burló, recorriendo el ofendido y estirado perfil de la chica—. No puedes hablar en serio. Quién iba a decir que eras tan celosa, Granger. No te pega nada…

Hermione abrió la boca, indignada, y arqueó mucho las cejas. Dejó escapar un soberbio resoplido, obligándose a mirarlo. Ver la expresión abiertamente complacida de él hizo que se crispase más todavía. Mierda. Ella y su bocaza…

—¿Celosa de qué exactamente, Malfoy? En absoluto. Solo he señalado que…

Solo has guardado en esa cabecita tuya el hecho de verme hablar, una vez, con una chica —la interrumpió él, sin borrar su media sonrisa de superioridad. Entrecerró sus grises ojos, vanidoso. Hermione forzó una sonrisa torcida.

—¿Y eso me convierte en una persona celosa? Tengo buena memoria… Además, únicamente he mencionado que os conocéis, nada más. Y te he visto hablar varias veces con ella —añadió, mintiendo abiertamente, en un desesperado intento de recuperar su dignidad.

Sintió el pecho de Draco temblar bajo ella, en una risa muda. Sacudiendo la cabeza, el chico reajustó el trasero ligeramente sobre las duras baldosas, y se movió un poco para acomodarla mejor sobre su pecho. Manteniendo todavía sus brazos alrededor de ella, y sujetando la revista ante ambos. Hermione se relajó sin poder evitarlo ante ese gesto. Ante el hecho de querer seguir teniéndola entre sus brazos, a pesar de la sutil discusión que estaban manteniendo. Le pareció un gesto tan natural, quitándole así cualquier trascendencia real a la conversación, que sintió que su rabia se desvanecía.

—Eso último lo dudo mucho —se mofó Draco, sin darle ninguna importancia. Sus ojos volvían a contemplar la revista—. Solo he hablado una vez con ella, al final de una de vuestras clases de Aritmancia. A pesar de ser de un equipo rival, tuvo el detalle de recuperar mi escoba destrozada y dársela a Bletchley para que me la devolviese. Fui a verla para darle las gracias. Ese fue nuestro pasional encuentro —finalizó, con tono burlón.

Hermione frunció el ceño. Sonaba coherente. Más aún, estaba segura de que era verdad. Y sintió una incómoda mezcla de alivio y vergüenza.

—Oh —logró decir. Carraspeó y trató de sonar más calmada. Más madura—. No lo sabía. Qué detalle. Fue muy amable.

—Lo fue —corroboró Draco, y su tono volvió a ser más normal. Como si se hubiera aburrido de burlarse de ella. Pasó otra página de la revista, casi distraído.

Hermione sonrió para sí misma. Realmente, no había dudado de él. No creía que hubiera nada entre MacDougal y él. Y menos aún cuando él mismo le aseguró, en la estación, que no se estaba viendo con nadie más. Pero… era reconfortante escuchar de sus labios que una chica tan bonita y agradable, como parecía ser MacDougal, no le interesaba.

—Luna me dijo que MacDougal está saliendo con Terry Boot, ¿lo sabías? —comentó Hermione, recordándolo de pronto. Intentando recuperar una conversación más pacífica. Que se olvidase de la actitud celosa que había lucido minutos atrás. Y de la cual se arrepentía ligeramente.

—¿Ah, sí? —correspondió Draco, sin entusiasmo. Pareció acordarse de algo y dejó escapar un largo gruñido de comprensión—. Ahora entiendo la mirada tan antipática que me echó cuando quise hablar con ella…

Hermione dejó escapar una risita.

—Te vio como una amenaza —bromeó, juguetona. Draco resopló con suficiencia.

—Lógico. Estoy mucho más bueno que él —sentenció, ni corto ni perezoso, como si tal cosa.

Hermione sonrió más pronunciadamente, divertida ante su seguridad en sí mismo. Agradeciendo que se hubiese olvidado de su ataque de celos sin sentido. Cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás ligeramente, para apoyar la nuca mejor en el pecho de él. Se concentró entonces en sentir su cuerpo moverse bajo ella, acorde a su pausada respiración. Notaba su aliento acariciando su sien.

—Oye, realmente podrías preguntar a MacDougal sobre las escobas —sugirió Hermione, ahora hablando con absoluta calma. Casi adormilada, sintiéndolo respirar—. Por lo que comentas, parece una chica simpática. Y seguro que te podrá ayudar más que yo…

—No quiero su ayuda —masculló Draco sin interés, doblando la esquina superior de la revista, a modo de marca para encontrar la página más tarde—. Además, que sepa de Quidditch no quiere decir que sea una experta en escobas. No se usan solo para jugar al Quidditch, ¿sabes?

—Eso ya lo sé —replicó Hermione, sonriendo perezosamente—. También sirven para barrer el suelo.

Hermione sintió cómo el pecho de él se tensaba cuando bajó el rostro con brusquedad para intentar mirarla. Ella no se molestó en abrir los ojos, pero estaba segura de que la estaba fulminando con la mirada. No dejó de sonreír.

—¡¿Barrer el suelo?! —repitió él, efectivamente, atónito—. Por Merlín, deberían encerrarte por esa blasfemia.

Hermione rio con la garganta. Flexionó las rodillas para acomodarse e inclinó más el rostro hasta sentir la línea de la mandíbula del chico en la parte alta de su sien, permitiéndose apoyarse en ella. Estaba algo aburrida. Las escobas no le interesaban lo más mínimo. Pero, a pesar de eso, le agradaba el simple hecho de pasar tiempo en compañía del chico. Llevaban algunos días sin estar ni siquiera un rato juntos. Su último contacto había sido durante el duelo en clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. El resto de la semana habían estado ocupados con clases y muchos trabajos.

Y tenía que reconocer que le había sorprendido que quisiese su opinión para elegir su nueva escoba, después de que su Nimbus 2001 hubiese acabado hecha pedazos en el partido. Su gesto la había pillado por sorpresa. Y halagado, a pesar de todo. Que valorase su opinión, por encima de la de MacDougal, definitivamente más ilustrada que ella en ese tema, hizo que una plácida sensación se instalase en su pecho. Probablemente Malfoy no habría pretendido hacerla sentir de ninguna manera al hacerle la petición. Lo más probable era que quisiera aprovechar ese rato juntos para seguir con su búsqueda de la escoba perfecta… Pero inconscientemente hizo que Hermione se sintiese parte de su vida. Más cerca de él.

—¿Tus padres no te dicen nada por gastarte tanto dinero en una escoba? —murmuró la joven, sin ánimo de sonar acusadora. Intentó que su voz sonara suave. Que sonase como una pregunta inocente. Incluso superflua, en realidad, dado la riqueza que parecía poseer el chico, y de la que siempre había presumido. Pero no pudo evitar arrepentirse segundos después de haber abierto ese cajón. No sabía hasta qué punto el joven querría hablar de sus padres con ella.

Tal y como Hermione había temido, el incómodo silencio que siguió a su pregunta hizo que le pesase el pecho.

—No, no lo hacen —respondió Draco, sin molestarse en ocultar su frialdad. Ella guardó un cohibido silencio ante la evidente molestia del chico. Sin saber qué decir. Éste tragó saliva y, seguramente contra su voluntad, pero sin poder evitarlo, añadió—: Ahora mismo mi padre no tiene gran cosa que decir, así que…

Hermione parpadeó, asimilándolo. Intentando analizar el sentido que había querido darle a su frase. ¿Había acusación en su voz? ¿Un reproche velado? No estaba segura… Lucius estaba preso. En la peor prisión del mundo. Estaba en Azkaban por su culpa. Por culpa de Hermione. Por haber intentado matarla, en el Departamento de Misterios. A ella y a sus amigos. Por su culpa, Draco no tenía a su padre cerca.

No se sentía arrepentida en absoluto. Merecía estar donde estaba. Y, en términos generales, no era culpa suya. Era él quien había decidido atacarla. Pero, igual que le había sucedido cuando habló con Nott, sintió una oleada de compasión por Draco, que no por su padre.

Hermione se dio cuenta entonces que Draco nunca se lo había echado en cara abiertamente desde que estaban juntos. Desde que habían comenzado esa precaria relación. Nunca la había acusado de ser la culpable del arresto de su padre. Y también sintió que, de pronto, todo cobraba un nuevo sentido. Vio los sentimientos de Draco desde otra perspectiva. Intentó ponerse en la piel del chico y comprendió hasta qué punto debía haberse vuelto loco con lo que sentía por ella. Se había sentido atraído por una persona que no solo representaba todo lo que siempre había odiado, sino que encima era la responsable de que su padre estuviese en prisión. Se preguntó entonces cómo podía haber soportado tales sentimientos. Cómo había logrado tomar una decisión.

Cómo, a pesar de todo, había decidido que quería estar con ella.

—¿Tu madre está… bien? —articuló Hermione como pudo.

Ella misma fue consciente de lo absurdo de la pregunta. De lo posiblemente incorrecta, o descortés, que había sido; a pesar de que su intención había sido la opuesta. Pero ya era tarde, ya la había formulado. El cuerpo de Draco no se movió lo más mínimo bajo el suyo. Pero casi pudo notar su respiración volverse más pesada en lo alto de su cabeza.

—Sí —respondió de forma muy escueta. Su voz sonando tan fría que Hermione apenas podía asociarla al cálido aliento que golpeaba su sien—. Y te pediría que dejases el tema. No quiero hablar de mis padres contigo.

Tales palabras ni siquiera le dolieron, mucho menos la ofendieron. Era lo que esperaba, y no podía culparlo. Había sido rudo, pero directo. Sin medias tintas. Y casi le agradeció que fuese sincero sobre los temas que no quería tratar. Hermione se permitió tomar aire con profundidad. Tragó saliva y asintió con la cabeza, tragándose también un pesado suspiro.

—Perdona. Lo entiendo —articuló con serenidad.

Draco no respondió nada y se limitó a pasar otra página de la revista. Casi como si, literalmente, quisiera pasar página. Hermione también se mantuvo callada. Sin saber muy bien qué decir. Cómo arreglar la situación. Todavía con el lateral de su cabeza apoyado en la mandíbula del chico, la cual había sentido moverse cada vez que había hablado. Se preguntó si debería alejarse, dejar de estar apoyada tan íntimamente contra él mientras lo ofendía con sus preguntas. Pero él no le había pedido que lo hiciera, de modo que se mantuvo quieta.

De pronto, fue el joven quien rompió el silencio.

—Tus padres —pronunció, con brusquedad. Como si se estuviese obligando a hablar—. ¿Puedo preguntar… qué hacen?

Hermione vaciló unos segundos, asimilando la repentina y ambigua pregunta. Sin estar segura de entenderlo.

—¿En qué trabajan? —cuestionó al final, cuando esa opción cruzó su mente. Él dejó escapar un seco gruñido de asentimiento. Ella correspondió su intento de apaciguar la tensa situación, hablando también con suavidad—: Son dentistas.

Aunque no podía verle el rostro, casi pudo imaginarse la expresión de extrañeza del joven.

—¿Qué diantres es eso? —preguntó él, efectivamente, con desconcierto. Por fortuna, la molestia parecía haber desaparecido de su voz. Como si la conversación sobre su familia no hubiera tenido lugar. Hermione sonrió y cerró los ojos, aliviada de que él se sintiese cómodo de nuevo.

—Arreglan los dientes de la gente —explicó Hermione, con paciencia, sabiendo por pasadas experiencias que los magos encontraban dicha profesión muy graciosa—. Ya sabes; si están torcidos, si tienen alguna caries, o alguno se rompe… Dentaduras postizas para los ancianos…

—No he entendido la mitad de lo que has dicho. ¿En serio es una profesión? —se mofó el chico, incrédulo—. Venga ya… Te burlas de mí porque no tengo ni puñetera idea del mundo muggle.

—Ron tampoco se lo creyó cuando se lo conté hace años —confesó la chica, con tono divertido. Draco resopló con fuerza, como si se sintiera insultado.

—Bien por Ron —se burló, con voz aflautada, imitando su tono—. Ha sido capaz de pensar igual que un mago por una vez en su vida…

Hermione, aunque no quería, no pudo evitar dejar escapar una risita, divertida ante la situación. Ante el evidente enfado del chico por haber tenido la misma reacción que un muchacho al que no soportaba.

Giró y elevó más el rostro, para poder escrutar sus facciones. Alzó para ello sus ojos desde un incómodo ángulo algo bajo, todavía acomodada en su pecho. Sus espléndidos ojos grises seguían fijos en la revista, sin darse cuenta de que la joven se había girado para mirarlo. Quizá creyendo que su movimiento solo era para recolocarse. Y eso le dio unos segundos para contemplarlo a su antojo, para contemplar la naturalidad que exhibe la expresión de alguien que no se siente observado.

La gravedad y serenidad de su afilado rostro prendó a Hermione. La impavidez de su expresión abstraída, exenta de arrogancia, la cautivó. Jamás pensó que estar tan cerca de alguien podía ser tan confortable. Era increíble lo bien que podía sentirse estar pegada a su pecho, sintiendo su calor adherirse a su propio cuerpo. Sintiendo cómo el movimiento acorde a su calmada respiración la relajaba. Era una cercanía nueva, que no habían tenido hasta el momento. Y que Hermione incluso había dudado que pudieran llegar a tener, dado el historial de su relación a lo largo de los años.

Cuando ambos se reunieron en el vestuario, y en torno a la revista que el chico había traído, ambos se habían sentado contra la pared. Con los hombros pegados, uno al lado del otro. Ojeando y examinando la revista, conversando al respecto. La chica, dejándose llevar por la cercanía, no pudo evitar apoyar el rostro en su hombro en un momento dado. De forma casi inconsciente, mientras hablaban de las escobas. Pero, entonces, Draco había movido ese brazo, alzándolo por encima de su cabeza, y obligándola así a separarse. Haciéndola caer en la cuenta entonces que posiblemente se había excedido en su acercamiento. Pero nada más lejos. Draco, sin dejar de hablar, como si tal cosa, rodeó el cuerpo de la chica con dicho brazo, acercándola más a su pecho, para poder sujetar la revista ante ambos. Hermione, sin comentar tampoco nada al respecto, descendió ligeramente con su cuerpo para apoyarse mejor contra él. Rodeada por sus brazos. Sintiendo su propio corazón latir desacompasado contra sus costillas.

De hecho, Hermione había pensado que, muy posiblemente, lo que había sucedido era que al chico se le estaba durmiendo el brazo bajo su peso. Y había querido solucionarlo. Pero no le importó lo más mínimo.

Tras contemplarlo durante unos largos segundos sin que él lo percibiese, el chico pareció sentir entonces su mirada fija en él. Bajó la vista, hasta encontrarse con sus oscuros ojos. Hermione no hizo ademán de apartar la suya al verse descubierta. Se limitó a estirar sus labios en una lenta sonrisa. Él le devolvió la mirada, recorriendo su rostro. Al ver la sonrisa de la chica, sus labios parecieron contagiarse y esbozaron una sonrisa curiosamente cargada de malas intenciones. Como si algo perverso cruzase su mente. Sin apartar la mirada de sus ojos, arrojó El Mundo de la Escoba a un lado de un impaciente movimiento, como si ya no le interesase lo más mínimo. La chica no pudo contener una suave risa, halagada, escuchando la revista aterrizar a un par de metros de distancia. Draco agachó más el rostro, hacia ella, para poder hundir los labios en los suyos. Hermione enderezó el cuello, con la misma finalidad.

Sintió a Draco moverse, y de pronto percibió una de sus manos alcanzando sus rodillas. Sintiendo el contacto con claridad, pues, al estar vistiendo falda, su piel estaba al descubierto. El chico coló su mano por debajo de ellas, abarcándolas con el antebrazo, y se las arregló para atraerlas hacia sí. Hermione no pudo evitar reír de nuevo contra sus labios al sentir cómo la giraba hacia él, todavía unida a su boca. El chico le colocó las piernas por encima de las suyas estiradas, sentándola de lado, para poder besarla con un mejor ángulo. Su otro brazo seguía tras su espalda, a modo de apoyo para ella. Manteniéndola así entre sus brazos.

Por suerte, su falda se mantuvo en su lugar. Hermione, al asegurarse de ese detalle, alzó la mano que no tenía aprisionada entre su costado y el pecho de él, y le sostuvo el rostro con ella, abarcando el ángulo de su mandíbula. Sintiendo su delgada mejilla bajo el pulgar, y el suave cabello de su nuca en la yema de los dedos.

Sin soltar sus labios ni un instante, Draco trasladó la mano que estaba bajo sus rodillas, para colocarla sobre ellas. La descendió apenas un poco, casi distraído, dejándola apoyada en la parte externa de su muslo. Pasando a acariciar su piel desnuda con casi imperceptibles movimientos de pulgar. Aunque la chica sintió que todos sus receptores cutáneos se concentraban en esa zona y en ese discreto movimiento.

El silencio se apoderó del vestuario. Lo único que rompió la quietud durante los siguientes minutos fueron los lejanos gritos y silbidos a causa partido que se disputaba al otro lado de esas paredes.

Al escuchar una ovación especialmente fuerte, Hermione separó sus labios de los del chico y contempló preocupada la puerta doble, perfectamente cerrada. Draco aprovechó que la chica había girado el rostro para inclinarse más y besar su mandíbula impulsivamente.

—Otro gol —murmuró Hermione, cerrando los ojos ante la sensación de los húmedos labios del chico cerca de su oído—. Recuérdame por qué no van a pillarnos aquí, por favor.

Malfoy deslizó sus labios más abajo, besándole el cuello a modo de respuesta. Pero después accedió a contestar, alejándose lo imprescindible:

—Nadie entra aquí cuando hay un partido. Al acabar sí, obviamente, pero no en medio de él. Y lo mejor es que nunca cierran las puertas.

Hermione sonrió con vacilación y movió sus dedos para acariciarle la nuca. Revolviendo los cortos mechones del cabello de la zona. Sintió la boca del chico abrirse contra su cuello, permitiendo a su blanda lengua recorrer la zona superior de su garganta. Hermione ahogó como pudo un suspiro, conteniéndose para no echar la cabeza hacia atrás. Ofreciéndole su garganta entera. Las yemas de sus dedos arañaron su nuca con suavidad, percibiendo la tensión de la musculatura de su cuello, al estar manteniéndolo agachado. Sintió cómo daba entonces un flojo mordisco, su cálido aliento prendiendo la zona en llamas. Hermione sonrió más pronunciadamente, conteniendo una nerviosa risa.

—¿Y si viene alguien? —insistió la chica, cerrando los ojos y girando ligeramente el rostro, acercándolo más al de él. Rozó su pómulo con la nariz, y depositó un cauto beso en la rama de su mandíbula. Era la zona de su rostro que tenía al alcance, mientras él seguía sumergido en su cuello. Se estiró ligeramente para depositar otro beso más arriba, delante de su oído, y otro más arriba, en su pómulo. Sintió al chico separarse ligeramente de su piel. Facilitándole el alcanzarlo. Hermione se estiró un poco más hasta depositar un beso en su sien, y después otro por encima de su ceja. El chico no protestó. Parecía gustarle que le besase el rostro. Hermione alargó el último beso y después se separó de él, dejando de estirar el cuello y recuperando su posición original. Draco se enderezó igualmente. Quedando ambos rostros de nuevo a la misma altura.

Casi se había olvidado de haber preguntado nada, cuando él respondió.

—Deja ya de preocuparte —murmuró Draco, desganado, contra su boca. Descansó su frente contra la de ella—. No va a venir nadie. Estamos solos.

Se oyó entonces otra cascada de vítores. Hermione volvió a girar el rostro, intentando separarse lo menos posible. Echó un nervioso vistazo a la puerta todavía cerrada. Su mano abandonó la nuca del chico, resbalando por su cuello hasta apoyarse en su hombro.

—Aun así, quizá deberíamos irnos ya… —musitó, indecisa. Y visiblemente desanimada.

—Oh, por Merlín, de eso nada —gruñó él, exasperado.

Elevó la mano que seguía sobre su muslo y la llevó hasta el rostro de ella. Le obligó a girarlo en su dirección y volvió a envolver sus labios con los suyos, impidiéndole seguir protestando. La mano del chico se movió después hacia la nuca de ella, para enredar sus dedos en su espeso cabello castaño. Atrayéndola más hacia sí. Hermione, abrumada, se permitió disfrutar unos segundos de la pasión de su gesto. Cómo la aferraba contra sí. Cómo mordía sus labios y besaba su barbilla. Cómo la besaba de forma impetuosa, casi queriendo tomar de ella todo lo posible, en el menor tiempo posible.

Hermione le devolvió el beso, disfrutó sintiéndose deshacerse en su boca, y lamentó profundamente que el tiempo jugase siempre en su contra. Armándose de valor, alcanzó con su mano la del chico que permanecía en su nuca y lo tomó de la muñeca para alejarla de ella con cuidado. Tiró hacia abajo, deslizándola por su propio cuello hasta dejarla apoyada sobre su clavícula, todavía sosteniéndola con su mano. Separó entonces su rostro con lentitud, lo justo para poder hablar.

—Ya han sido como mínimo cuatro goles. Tengo que irme. Van a empezar a preocuparse por mí —murmuró, mirándolo a los ojos con una triste resignación brillando en los suyos. Al terminar de hablar le besó la comisura de los labios, y, si no hubiera cerrado los ojos, hubiera advertido que el chico también cerraba los suyos ante su gesto.

—No llevamos aquí tanto tiempo —protestó él, molesto, en un gruñido bajo.

—Más del que yo debería haber tardado en un baño —replicó Hermione, antes de que él le diese un rápido beso en el labio inferior. Con un suspiro, se separó un poco más de él, inclinándose hacia atrás, para verlo desde una distancia más prudencial—. En serio, tengo que irme. Además, está prohibido estar aquí. Si nos pillan podemos meternos en un buen lío. Sabes que tengo razón.

Malfoy resopló y accedió a separarse totalmente. Se echó también hacia atrás hasta recargar la espalda completa en la pared, apartando también la mano que estaba apoyada en la clavícula de ella.

Le dedicó una mirada ceñuda. Hermione esbozó una sonrisa conciliadora.

—Tus amigos también te estarán echando de menos —le recordó en voz baja, intentando apaciguar su mal humor. Él gruñó a modo de asentimiento, visiblemente fastidiado, apartando la mirada a un lado. Parecía haber comprendido que ella tenía razón, aunque no quisiese admitirlo—. Nott comenzará a sospechar otra vez de nosotros si ve que empiezas a desaparecer. Sabes que no quiero irme, pero es lo correcto.

El joven volvió a gruñir, sin definirse demasiado, y accedió a volver a mirarla. Luciendo menos defensivo. Aunque definitivamente malhumorado. Hermione volvió a sonreír, con amargura, y dejó caer su mirada, perdiéndola en la mano del chico que había dejado olvidada en su regazo. Él siguió su mirada, preguntándose qué observaba. Hermione sonrió para sí misma, casi sin ser consciente de que él la estaba mirando, y de pronto movió sus dedos para entrelazarlos con los del chico.

Draco sintió que el corazón se le aceleraba de golpe ante tan tierno gesto. Conteniendo a duras penas el impulso de apartarla de un manotazo de puro sobresalto. Nunca se habían tomado de la mano. Por obvias razones, no podían pasear juntos por el castillo como si fueran una… pareja de verdad. Por ello, sentir los dedos de la joven enredados con los suyos fue una sensación nueva para él. Una sensación tan distinta que no la supo catalogar. Que lo pilló tan desprevenido que ni siquiera atinó a pensar si era agradable o no.

Pero Hermione tenía otras cosas en mente. Mientras Draco intentaba superar sus propias tribulaciones, se acercó al rostro la mano del joven, aprisionada entre sus dedos, para contemplarla de cerca. Concretamente, quería contemplar el anillo de Slytherin que lucía en el anular. El anillo que ella cogió sin querer en la biblioteca, meses atrás. Y que le devolvió en ese mismo vestuario, aprovechándose de que lo poseía como coartada por si la descubría espiándolo. Parecía que había pasado siglos.

—Veo que no lo has quemado —señaló en voz baja, con burla. Sus ojos oscuros se alzaron para atravesar los del chico. La picardía que brilló en ellos hizo que Draco tardase hasta tres segundos en contestar. Los segundos que necesitó para insultarla en su cabeza. Después cerró los ojos, esbozando una media sonrisa cargada de rencor. Cuando la joven Gryffindor intentaba hablar con maldad, desafiando su habitual aire de mujer responsable, le ardía la piel.

—Lárgate de una vez, anda —le espetó con falsa brusquedad, soltando su mano de un tirón. Pero sin lograr que sus labios acompañaran su fingida molestia.

Hermione dejó escapar una risita con la garganta. Lo miró con cómplice burla, y después se giró sobre sí misma, apartando las piernas de encima de su cuerpo, para después ponerse en pie. Él la imitó perezosamente, apoyándose en la pared para hacerlo. Se alejó con pasos flojos para recoger su revista, olvidada sobre las baldosas algo más lejos.

Hermione, por su parte, se dirigió en dirección a la puerta de los vestuarios. Apoyó el oído en la superficie pintada de blanco, intentando escuchar el exterior. Para asegurarse de que no había nadie justo al otro lado. Era capaz de escuchar el griterío de las gradas, amortiguando cualquier otro sonido. No le parecía oír a nadie cerca. Pero sería mejor comprobarlo con cautela.

Tomó la manilla y abrió un resquicio hacia dentro, con la intención de echar un vistazo. Pero entonces una blanca mano apareció por encima de su hombro y se plantó contra la madera, empujándola para cerrarla de nuevo. Hermione dio un visible respingo, sobresaltada por el inesperado gesto.

—¿Pero qué…? —exclamó a trompicones, con el corazón acelerado. Se dio la vuelta para encarar a Draco, que la había alcanzado y ahora se encontraba plantado tras ella—. ¿Por qué has…?

No terminó de hablar. Tampoco es que tuviera claro que lograse decir algo más coherente. Pero los labios del chico se encargaron de no obsequiarle ni la oportunidad. Draco ladeó el rostro, y se inclinó sobre ella, volviendo a unir sus bocas. Sin embargo, no fue el beso que ella hubiera esperado. No poseía la pasión con la que la había besado minutos atrás, sujetando su nuca. Éste era más lento. Más suave. Apenas una caricia. Un beso que la hizo fundirse contra la pulida superficie de madera, apoyando sin darse cuenta todo su peso en ella.

Al cabo de pocos segundos, Draco separó su boca de la suya, lo justo para no sentir sus labios sobre los suyos. Hermione inhaló oxígeno, y le pareció que el joven ante ella lo hacía al mismo tiempo.

—¿Por qué…? —susurró Hermione, con voz ligeramente temblorosa.

—¿Invernaderos o biblioteca? —cuestionó él con seguridad, mirándola atentamente. Hermione parpadeó un instante, recomponiéndose.

—¿Cómo? —cuestionó, algo aturdida.

—¿Dónde nos vemos luego? —aclaró él, como si fuese evidente. Hermione no pudo evitar entonces arquear ambas cejas, suspicaz.

—¿Podrías plantearte al menos que yo pudiera tener otro plan? —puntualizó ella, irónica, sin ocultar algo de frialdad. Él arqueó una sola ceja.

—¿Es que tienes algún otro plan? —replicó él, imitando su tono de voz con sutil burla. Hermione entrecerró los ojos con resentimiento.

No… Pero ese no es el punto.

—¿Y serías tan amable de decirme cuál es el punto? —insistió Draco, comenzando a sonar molesto. Hermione dejó escapar un suspiro frustrado. El chico debía estar tan acostumbrado a dar órdenes que ni siquiera se daba cuenta de lo autoritario que podía llegar a sonar.

—Déjalo, no importa… —farfulló, haciendo ademán de girarse en dirección a la puerta de nuevo.

—Eh, quieta aquí —murmuró en cambio Draco, con un tono de voz notoriamente más suave. Bajó un poco más la mano que mantenía todavía apoyada sobre la puerta, dejándola a un lado del cuerpo de ella, actuando de barrera para que no se fuera. Hermione volvió a girarse hacia él a regañadientes—. No te largues a la mínima que te molesta algo de lo que digo. Creía que en la frase venía implícita la pregunta de si luego podías verte conmigo o no. Pero supongo que, aunque nadie se lo esperase, tú y yo tenemos problemas de comunicación —señaló con ironía, arqueando la otra ceja.

Hermione, aunque no quería, percibió que sus propios labios se curvaban en una sonrisa resignada.

—Me sorprendería si no los tuviéramos —admitió la chica en un sosegado susurro, recorriendo su rostro con la mirada.

Draco dejó escapar el aire por la nariz de forma breve. Apoyó el antebrazo en la puerta, todavía mirándola. Acercándose así un poco más a ella, al ver que volvía a sonreírle.

—¿Quieres que nos veamos luego entonces, o no? —cuestionó, también en un murmullo.

Su tono de voz fue más pacífico esta vez. Seguía siendo firme, seguro de sí mismo y de la respuesta de ella; pero definitivamente libre de ese aire dictatorial.

—Sí —respondió Hermione, sin dejar de sonreír discretamente. Alzó una mano y le acarició el rubio cabello que rodeaba su oreja, peinándoselo de forma distraída—. Tras los invernaderos. A las ocho. Y lleva el ajedrez mágico. Voy a machacarte.

La chica apreció la manera en que los hombros del chico se relajaron ante sus palabras, aunque su expresión se esforzaba por mostrarse eficazmente impávida. Hermione se estiró para darle un discreto beso en el centro de los labios, y después se giró y volvió a abrir la puerta. Él se lo permitió esa vez, y así pudo salir del vestuario rápida y discretamente. Draco ocupó después el lugar de la chica y apoyó la espalda contra la puerta. Dejando unos minutos de margen antes de salir para no levantar sospechas. Contempló el vacío vestuario, casi sin verlo.

Definitivamente, pensó, a veces Granger y él necesitaban un intérprete para entenderse a la primera.


Hermione se abrió paso como pudo entre la entretenida multitud, tratando de llegar a donde estaban sus amigos. En sus labios todavía estaba grabada la sensación de la boca de Draco contra la suya, y la chica se preguntó si estarían sonrojados de forma sospechosa. No lo creía, el último beso había sido mucho más suave. Aun así, se los humedeció con su propia lengua y después pasó nerviosamente el dorso de la mano sobre ellos, intentado asegurarse de que no había ninguna prueba visible de lo que acababa de pasar. Se peinó con los dedos la parte de atrás de su cabello, mientras caminaba, recordando que Draco había enredado los dedos en esa zona. Dejándola quizá algo enmarañada. Se llevó después la mano al cuello, palpando la zona que él había estado besando. No la sintió demasiado caliente. Se había olvidado de mirarse en algún espejo para comprobar si le había dejado marca. Tampoco lo creía. La había mordido con bastante suavidad. Pero, por si acaso, llevó su cabello hacia delante, sobre su hombro, colocándolo de forma que ocultase su garganta.

Subió unos últimos escalones, y se internó en la grada, avanzando tras la gente que se apoyaba en la barandilla. Buscando a sus amigos con la mirada. Todavía ligeramente perdida en sus pensamientos. Para cuando quiso darse cuenta, se encontró con las escaleras al otro lado. Frenó en seco, confundida. Miró hacia atrás. La gente cercana seguía el partido atentamente, sin dejar de vitorear, charlar y abuchear. ¿Se había equivocado de grada? ¿Dónde estaban?

Volvió sobre sus pasos, recorriendo ahora con la mirada los asientos, por si habían decidido ocupar algunos.

En ese momento vislumbró a Colin Creevey entre la multitud, de pie sobre uno de los asientos, gritando unas palabras en dirección a los jugadores que la chica no alcanzó a entender. Se acercó a él con dificultad, intentando no chocar con nadie.

—¡Colin! —lo llamó, cuando estuvo delante, todavía situada entre la barandilla y los asientos, e incapaz de llegar hasta él. Agitó la mano, haciéndole notar su presencia. El chico dejó de gritar y la localizó en pocos segundos. Sus ojos castaños se abrieron con sorpresa.

—¡Ah, hola, Hermione! —saludó a voz en grito para hacerse oír. Su rostro se tornó algo intranquilo, para extrañeza de la chica. Él bajó del banco de un salto y se inclinó todo lo que pudo sobre los asientos que tenía delante, quedando más cerca de ella.

—¿Has visto a Harry y los demás? —quiso saber Hermione, casi gritando en su oído.

El joven le dedicó una mirada grave. Grave, y casi incrédula. Como si no pudiera creer que le preguntase algo así.

—Sí, claro. Bueno, no sé exactamente a dónde… Oh, espera, claro, ¡claro! No lo sabes… —el chico abrió mucho los ojos de nuevo, mirándola con sorpresa. Hermione sintió algo frío invadir su estómago como un puñal.

—¿Qué es lo que no sé? —logró preguntar, olvidándose de chillar. Pero él leyó sus labios.

—Se han ido hace nada. Ha sido muy repentino…

En cuanto el nervioso y joven Gryffindor le relató lo ocurrido, interrumpiéndose de vez en cuando por culpa del ensordecedor griterío, la chica se dio la vuelta, pálida como la cera, y se abrió paso a empujones entre la multitud, en dirección a las escaleras.


Draco daba vueltas a su varita entre los dedos. Sintiéndose verdaderamente patético. Se pasó la lengua por los labios y dejó escapar un suspiro decidido, armándose de fuerzas. Posiblemente era una estupidez, pero quería comprobarlo. Asegurarse.

Asegurarse de que no era posible entrar clandestinamente en Hogwarts por la puerta.

Estaba plantado ante las Puertas de Entrada a los terrenos del castillo. Era un enorme portón doble, en forma de verja, construido con robusto hierro forjado. A cada lado, dos enormes columnas lo flanqueaban, con dos sendos jabalís alados de piedra en lo alto. Como dos macizos y regordetes vigías.

Se le antojaron bastante más altas de lo que recordaba. Los alumnos no solían acercarse a esa zona, bien alejada de las zonas más animadas de los terrenos; como la orilla del lago, por ejemplo. Solo las cruzaban en su primer día en el castillo, tras volver de la estación de Hogsmeade en aquellos carruajes tirados por los tétricos Thestrals. Aun así, Draco miró hacia atrás, siguiendo el sendero que llevaba, colina arriba, hasta las puertas de entrada al castillo. No había nadie.

Consultó su reloj. Eran las siete y media de la tarde. Tenía margen, podía hacer un par de intentos. Le daría tiempo de llegar a su encuentro con Granger a las ocho. Aunque antes también tenía que pasar por su Sala Común, para robar por un par de horas el ajedrez mágico que había allí. En teoría, ese ajedrez solo podía ser utilizado en la Sala Común, dado que era para el uso público de cualquier alumno de Slytherin, pero a Draco no se le daba especialmente bien cumplir las normas…

Se rascó la mandíbula, calibrando cómo empezar. Hizo memoria, y ordenó en su cabeza los hechizos reveladores de encantamientos que había encontrado en la biblioteca la tarde anterior. Los probaría de uno en uno. Quería saber qué sortilegios protegían esas puertas.

Tras echar un último vistazo hacia atrás, y también a ambos lados, elevó la varita y la agitó ante las puertas, con cautela. El aire se movió a su alrededor, volviéndose más denso, pero no sucedió nada. Eso era una buena señal, y también una mala. No saltaba ninguna alarma, pero tampoco funcionaba correctamente. Haciendo memoria, agitó la varita en un movimiento diferente. De nuevo no sucedió nada. Decidió volver repetir el último encantamiento. Era algo complejo, y era la primera vez que lo ejecutaba. Estuvo seguro de haberlo hecho bien esa segunda vez, pero no sucedió nada. No se reveló nada. Se rascó el rubio cabello a la altura de la nuca y volvió a agitar la varita en un largo movimiento. Un humo verdoso salió de la punta. Con una burbuja de nerviosismo apretando su pecho, elevó el brazo y pasó la varita por delante de la puerta, como un escáner, abarcando la mayor superficie que pudo. El humo verdoso siguió el recorrido de su mano, permaneciendo flotando ante él varios segundos antes de desvanecerse lentamente. Unos símbolos blancos aparecieron ante él. Con una punzada de emoción, sacó del bolsillo la hoja que había arrancado de uno de los libros que consultó. La desdobló e intentó interpretar los caracteres. Algunos no los entendía en absoluto, pero otros resultaron útiles. Había un encantamiento anti-intrusos. Vale, eso era evidente. También embrujos de protección normales, los más habituales. Y eso era todo lo que podía interpretar.

Draco se rascó una ceja. Era evidente que eso no podía ser todo. Pero seguramente habría otro tipo de encantamientos que, a su vez, evitaban revelar qué tipo de protecciones había. Echó una rápida ojeada hacia atrás. No quería permanecer allí demasiado tiempo. Su mayor miedo era ese patético guardabosques. No sería descabellado que rondase por allí. Y, aunque estaba seguro de encontrar alguna excusa pueril que ese semi-gigante con pocas luces aceptaría, no quería levantar la más mínima sospecha, si podía evitarlo.

Durante los siguientes minutos, lo intentó con un par de encantamientos más. Hasta probar todos los que encontró en la biblioteca. Sin obtener nada nuevo.

Suspiró hondo, en voz alta. Realmente no había esperado mejores resultados. No podía ser tan simple. Si conseguía introducir a los mortífagos en el castillo por la puerta de entrada, definitivamente se merecería una Orden de Merlín, Primera Clase. Pero, a pesar de ser lo que esperaba, seguía siendo decepcionante.

Incluso aunque llegase a descubrir qué encantamientos bloqueaban y protegían la puerta, plantearse realizar cualquier tipo de contrahechizo para borrarlos sería una bobada. No serviría de nada, ni siquiera realizado desde el interior, estaba seguro. Y probablemente solo activaría las alarmas.

Sus ojos grises se clavaron en la cerradura. La vieja y gruesa cerradura. Mohosa en algunas zonas. Dudaba mucho que una simple llave fuese suficiente para abrirla, teniendo en cuenta la presencia del resto de encantamientos. Pero quizá valdría la pena intentar buscarla otro día… Era una persona perfeccionista, y no pretendía dejar ni un solo cabo suelto, si podía evitarlo. Se jugaba demasiado.

Se lo jugaba todo. Su padre…

No pudo evitar sentir una oleada de ansiedad hacer cosquillear sus músculos. Un pánico frío instalarse en la boca de su estómago. Acelerando su respiración en medio de la soledad y el silencio. Sintió que sus hombros se tensaban, hundiéndose bajo un peso invisible. ¿Y si no lo conseguía? ¿Y si nada de lo que planeaba salía bien? ¿Y si no había ninguna forma de introducir al Señor Oscuro en el castillo? ¿Y si, irremediablemente, fallaba?

Se obligó a respirar profundo por la nariz. No podía ser tan catastrofista. Solo había sido un primer intento. Aun había muchas cosas que podía hacer. Aun tenía tiempo. Aun tenía opciones…

Se obligó a cerrar los ojos y a relajarse, respirando lentamente un rato más. Frustrándose solo lograría que sus actos fuesen más torpes. Tenía que tener la mente fría. Mañana lo intentaría de nuevo, intentaría otra cosa. Solo tenía que pensar los pasos a seguir. Pero, por ese día, era suficiente. Su mente divagó al encuentro con Granger que le esperaba. Lo cual era un pensamiento bastante más agradable. La emoción de ver a la joven de nuevo en pocos minutos ayudó considerablemente a relajar la ansiedad de su interior. Sintió su estómago entrar en calor. Y su respiración equilibrarse. Movió un poco sus rígidos hombros, recuperando la compostura. No hubiera podido explicar con exactitud cuál era el motivo, pero últimamente se sentía tranquilo al lado de Hermione Granger.

Volvió a mirar el reloj. De hecho, se le había hecho algo tarde. Tenía que darse prisa si quería llegar a tiempo a su reunión tras los invernaderos. Nunca tenían un periodo de tiempo razonablemente largo para verse, siempre andaban con los minutos pisándoles los talones; así que ser puntual era casi imprescindible. Pero valía la pena. Valía cada maldito segundo.

Guardó la varita en el bolsillo interior de su túnica y también la página arrancada. Comenzó a ascender por la colina, sorprendiéndose a los pocos segundos de la velocidad que adquirieron sus largas piernas por su propia cuenta. Su cuerpo, invadido de pesadez ante el infructuoso resultado de su misión, parecía anhelar la compañía de la chica.


—Tienes que contárselo al profesor Dumbledore, Harry —repitió Hermione por quinta vez, mirándolo con determinación.

El moreno, que había logrado hasta el momento esquivar emitir una respuesta concreta, comprendió ante el silencio que se formó en la Enfermería que ya no podía alargarlo más. Contuvo el suspiro más profundo de su vida y giró el rostro para mirar a Ron y Ginny en busca de ayuda.

—Tiene razón, y lo sabes —replicó Ginny, resuelta, sin ceder a la súplica de su mirada. Estaba cruzada de brazos y piernas—. Dumbledore tiene que saber esto. Se nos escapa de las manos.

Ron, Hermione y ella estaban sentados en sillas alrededor de la cama que Harry ocupaba en la Enfermería. Ya eran las ocho y media de la tarde, y pronto tendrían que ir a cenar. Los últimos rayos de sol del ocaso teñían de un naranja cada vez más oscuro las blancas sábanas de la cama. Algunos candiles de la zona más alejada a las ventanas se habían encendido ya. El partido de Quidditch había acabado hacía muchas horas, con el resultado de 380 a 190 a favor de Ravenclaw. Harry había permanecido plácidamente dormido toda la tarde, hasta hacía pocos minutos, gracias a una poción de Madame Pomfrey. Y Ron, Hermione y Ginny no se habían movido de su lado en todo el día.

Cuando despertó, aturdido, aunque visiblemente en mejor estado de salud, sus amigos le relataron lo sucedido. Al menos lo que ellos vivieron. Faltaba la versión de Harry. Y era la que se habían temido.

Aquella voz volvía a las andadas. Y cada vez era un impedimento mayor para el día a día del joven Potter.

—No voy a contárselo —objetó el moreno, mirándose las manos, apoyadas sobre las sábanas. Se había incorporado hasta estar sentado, con la espalda apoyada en la almohada—. Esto no tiene nada que ver con Voldemort...

—¿Cómo sabes que no tiene nada que ver con él? —protestó Ginny, frunciendo el ceño.

—Esa voz no es la suya —repitió Harry, una vez más, seguro de sí mismo.

—¿Y no puede ser acaso de algún seguidor suyo? —contraatacó la joven Weasley, arqueando una rojiza ceja. Harry abrió la boca para protestar, pero volvió a cerrarla. Calibrando esa posibilidad.

—No creo que sea un seguidor —opinó Ron, mirando a su todavía pálido amigo con aspecto preocupado—. Le pide ayuda. Eso no lo haría alguien bajo las órdenes de Quien-Ya-Sabéis…

—¿Te pide ayuda? —repitió Hermione, pensativa. Estaba sentada muy rígida en su silla, igual de frustrada ante la situación que Ginny—. ¿Ayuda para qué?

—No me lo ha especificado —murmuró Harry, acomodando la cabeza ligeramente en la almohada. El dolor de cabeza no había desaparecido del todo—. Solo me dice que vaya a él, y que le ayude. Es como si… la comunicación, o lo que sea que hay entre nosotros, se cortase. No son frases completas. Solo son… fragmentos.

—Quizá sea una trampa —planteó Ginny, resuelta—. Alguien que quiere hacerte daño y finge estar en problemas. Lo siento, pero no me fio de esa voz, y no creo que sea una víctima. Mira lo que te está haciendo —lo señaló con ímpetu, alterada.

Realmente el aspecto del chico no era el más saludable. Seguía terriblemente pálido, y el dolor de cabeza no remitía del todo, ni siquiera con las pociones de Madame Pomfrey. De hecho, ahora le dolía el cuerpo entero, como si todos sus músculos protestasen. Y seguía teniendo una leve sensación de náuseas. Le relató a la enfermera una improvisada historia sobre una posible insolación, producto del sol sobre las gradas del campo. Combinaba bastante bien con los síntomas que había manifestado, y la mujer no le hizo más preguntas.

—Si se lo dices al profesor Dumb… —empezó Hermione una vez más, con énfasis.

—Dumbledore no va a poder solucionarlo —protestó Harry con entereza, enderezándose ligeramente. Volvía a sudar—. ¿Queda agua? —preguntó, con voz algo ronca.

—¡Venga ya! ¡Dumbledore puede solucionarlo todo!—exclamó Ron, mirándolo con el ceño fruncido por sus palabras, pero acercándole rápidamente el vaso con agua que reposaba en la mesilla. Estaba junto a una caja de ranas de chocolate que Neville, Dean y Seamus le habían traído a media tarde, cuando todavía dormía.

—Harry, alguien está entrando en tu mente —insistió Hermione, la cual tenía un tic en la pierna desde hacía un largo rato y sacudía su rodilla de arriba a abajo de forma casi compulsiva—. No sé cómo, pero lo está haciendo. Y te está… torturando, o qué sé yo…

—No me tortura —protestó Harry, paciente, recuperando algo de voz después de haber bebido—. Esto no es a consecuencia de él. Es solo la forma que tiene mi cuerpo de responder cada vez que se comunica conmigo. Como si la… invasión a mi mente fuese demasiado fuerte.

—Pues Dumbledore tiene que saberlo —insistió Hermione, sin dar su brazo a torcer—. ¡No podemos permitir que siga haciéndolo!

—Esa persona, sea quien sea, no me hace ningún mal —protestó Harry, en voz baja—. Ni me ha amenazado, ni nada por el estilo. Simplemente me llama y me pide ayuda.

—¡Y hace que casi te desmayes, vomites, y que tengas pesadillas! —espetó Ron, en voz algo más alta.

—¿Pesadillas? —repitió Hermione con rapidez, mirando a Harry acusadoramente—. No sabía nada de eso…

—Ni yo —recalcó Ginny, entrecerrando los ojos peligrosamente.

—Gracias, Ron —murmuró el moreno, malhumorado, mirándolo con rencor. Dedicó a las chicas una disculpa con sus verdes ojos—. Soñé con él el otro día. Bueno, con su voz. No lo vi. Y simplemente me repitió lo mismo de siempre. Pero digamos que… comencé a gritar o algo así. Desde fuera parecía que estuviese teniendo una pesadilla. Desperté a todos —admitió, a regañadientes, avergonzado.

—Esto es inadmisible, incluso afecta ya a tu descanso —censuró Hermione, con el tono escandalizado que hubiera empleado una madre, o una enfermera.

—A ver, escuchad —protestó entonces Harry, con paciencia—, se supone que yo aprendí a protegerme de intrusiones a mi mente con Snape. Si ahora le digo a Dumbledore que no puedo evitar que se cuelen en mi mente, se dará cuenta de que esas clases no sirvieron para nada.

—Es que no sirvieron para nada —corroboró Ron, con una mueca.

—Esa es una buena idea. ¡Tienes que volver a las clases de Oclumancia! —propuso Hermione, como si fuera la mejor idea del mundo.

—Ni lo sueñes —negó Harry, sin posibilidad a réplica—. Ya tuve bastante en quinto, gracias. Además… —musitó entonces, y su voz dejó entrever un tono avergonzado—. No pongáis el grito en el cielo, ¿vale? Pero… tengo curiosidad por saber quién es esa persona. Si sigue contactando conmigo, quizá me lo revele.

Hermione resopló con fuerza, impaciente, y miró al cielo buscando paciencia. Ron se limitó a encogerse de hombros, indeciso, pero definitivamente fastidiado. Ginny meneó la cabeza. Con la lástima brillando en sus ojos almendrados.

—No vas a cambiar nunca, Harry —musitó, con resignación—. Tanta curiosidad algún día te costará cara.


Draco volvió a mirar su reloj de pulsera. Ya eran las nueve menos cuarto. Mierda.

Desde que mantenían esa relación clandestina, nunca había quedado con Granger a una hora concreta. Se vieron en la biblioteca cuando él la encontró allí, una vez en los invernaderos al terminar la clase que compartían, durante la clase de Astronomía, y en los vestuarios esa misma mañana, durante el partido, pactando bajar allí cuando el equipo de Ravenclaw marcase 100 puntos. Pero hubiera apostado un brazo a que la disciplinada Gryffindor era puntual cuando la citaban a una hora determinada. Aunque no parecía ser el caso. Llegaba casi una hora tarde.

La espalda se le estaba quedando fría de estar apoyado contra el muro del castillo. Por suerte, la tierra sobre la que se había sentado estaba seca, dado el calor que había asolado el castillo todo el día. Aunque el sol ya brillaba por su ausencia a esas horas. La oscuridad comenzaba a apoderarse de los jardines.

Se levantó del suelo con dificultad, pues sus cuartos traseros comenzaban a entumecerse, y recorrió con pasos lentos la parte trasera de los invernaderos, con las manos en los bolsillos. Quizá la chica lo estuviese esperando en algún sitio cercano, y ambos estaban esperándose mutuamente como imbéciles. Pero no, no había nadie cerca. Echó un vistazo tras la esquina del invernadero, con cautela. Incluso pegó el rostro al cristal, oteando su desierto y oscuro interior. Se atrevió incluso a susurrar el nombre de la chica, sin obtener respuesta. Todo estaba en completo silencio. La zona en la que él se encontraba solo era un ancho hueco entre los invernaderos y el muro exterior del castillo, que ni siquiera servía de atajo para llegar a otra zona. Nadie pasaba nunca por allí.

Resopló y se llevó una mano al cabello, revolviéndoselo con brusquedad.

No había que ser muy listo para darse cuenta de que no iba a aparecer. Y apenas podía creerlo. Granger lo había dejado tirado. A él. ¿A qué venía algo así? ¿Acaso se le había olvidado? O, peor aún, ¿no le había dado la gana de aparecer? Su cruel mente le obsequió con una vívida imagen de ella sentada tranquilamente en su Sala Común, riendo junto a sus amigos, mirando su reloj de pulsera y componiendo una mueca resignada. Decidiendo que tenía cosas mejores que hacer que acudir a su cita. Sintió el ardor del resentimiento apoderarse de su interior. ¿Cómo se había atrevido?

Soltó una palabrota por lo bajo y se apoyó en el muro de piedra del castillo. Junto al lugar donde su mochila reposaba. Con el ajedrez mágico que había robado de su Sala Común en su interior, asomando por una esquina, demasiado grande como para entrar con facilidad.

El corazón le latía lento y pesado. Como si se hubiera vuelto de granito. O como si hubiera duplicado su tamaño. Y dolía como si estuviera cubierto de espinas.

No podía creerse que le hubiera hecho eso. ¿De verdad no había tenido ganas de verse con él? Apenas podía digerir semejante opción. Esa mañana, en el vestuario… habían estado cómodos juntos. No siempre era todo perfecto, pero era imposible que lo fuese. A él no le había gustado hablar de sus padres, y ella se molestó cuando consideró que él había sido demasiado tiránico al citarla más tarde sin cuestionar su disponibilidad. No siempre se entendían, o no siempre acertaban con sus comentarios. Pero eran minucias. Había asumido que la chica, a pesar de todo eso, se sentía cómoda a su lado. Lo estaba… ¿verdad? Él lo estaba. Joder, él lo estaba.

Mierda.

Joder, mierda…

La cabeza le daba vueltas, calibrando mil opciones. Todas ellas decepcionantes.

Se frotó los ojos con índice y pulgar. Se lo tenía merecido. Se estaba comportando de forma estúpida. De una forma impropia en él. Estaba poniendo demasiada energía en eso que Granger y él tenían. Cuando, de todas formas, no era para tanto. Solo era una sangre sucia. Solo era algo temporal. Hasta que lograsen aclararse y sobreponerse a las barbaridades aberrantes que sentían. A esos sentimientos inapropiados que sentía por ella. Eso habían acordado, ¿no?

Se enderezó, intentando respirar de forma más normal. Sin que le costase un terrible esfuerzo. Bah, estaba claro que ya no iba a aparecer. Estaba haciendo el ridículo esperándola todavía. Y estaba harto de comportarse de forma ridícula. Granger era una egoísta. Una niñata mandona e interesada. Lo había hecho perder el tiempo. Lo había hecho sentirse humillado. Y no permitía que nadie lo hiciera sentir así. ¿Quién se había creído que era? Que él era un Malfoy, por todos los cielos…

Se separó del muro y se agachó para coger su mochila, colgándosela al hombro con decisión. Giró sobre sus talones y echó a andar para salir de aquel rincón. Al pasar junto a la puerta de uno de los invernaderos, sus ojos captaron el pequeño montón de macetas de barro vacías que allí se encontraban. Sin siquiera pensarlo, al pasar a su lado, sin llegar a detenerse, le dio una violenta patada a una de ellas. Descargando parte de su frustración. Ésta se separó del montón y voló unos metros, cayendo sobre la hierba, rodando y haciéndose añicos.

Los fragmentos de terracota se desperdigaron por la cada vez menos iluminada hierba, mientras el chico se alejaba en dirección a la puerta principal a grandes zancadas.


Ay, ay, ay… Me huele a problemas 😳. Qué penita me ha dado Draco, abandonado con el ajedrez mágico que ha robado para ella, esperándola con tantas ganas de verla 😭

A Hermione parece que se le ha olvidado por completo que había quedado con Draco tras los invernaderos, por culpa del estado de salud de Harry. Y Draco, con la madurez que lo caracteriza (😂) digamos que no se lo ha tomado muy bien… Como siempre, ha pensado de forma optimista (LOL no) y ha llegado a la precipitada conclusión de que, simplemente, no le ha dado la gana de ir a su cita. Ay, Draco, hijo, qué dramático 😂 Debería haberse preocupado de que le hubiera pasado algo pero… es Draco 😂 y no puede pensar así, por lo visto ja, ja, ja Nuestro peor enemigo es nuestra propia mente, ¿no creéis?

¿Qué clase de Dramione sería si en su relación fuese todo de color de rosa? 😉

Me lo he pasado estupendamente escribiendo la escena del duelo, por cierto, ojalá os haya gustado 😍 Y también la larga e íntima conversación de los vestuarios...

Espero de verdad que hayáis disfrutado el capítulo entero ja, ja, ja. Espero vuestros comentarios con mucha ilusión, gracias de antemano por ellos 😍

¡Gracias por leer! ¡Nos vemos en el siguiente! 😊