¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 😊 ¿Con ganas de seguir leyendo la historia? ¡Espero que sí! 😂

Ojalá el nuevo capítulo os guste mucho… ¡Mil gracias, como siempre, a todos por vuestros comentarios! 😍 Y sé que me repito, pero me hace tan feliz que la historia os esté gustando… Gracias a los que siempre estáis ahí, comentéis o no, y ¡bienvenidos a los nuevos! 😍 Algunos me escribís desde cuentas de invitado y no puedo responderos personalmente, ¡pero quiero que sepáis que os agradezco vuestras palabras enormemente! 💘💘

Por cierto, aprovecho para hacerme algo de publicidad a mí misma 😂. He publicado hace nada un breve fic de tres capitulillos llamado "Hermione Granger, buscadora", dramione of course, cuyos protagonistas básicamente son Draco, Hermione y el Quidditch 😂 lo comento por aquí por si a alguien pudiera interesarle leerlo ja, ja, ja gracias de antemano si lo hacéis, ojalá os guste 😊

Permitidme dedicarle este capítulo a tyna fest, por haber retomado la historia cuando la vida real se lo ha permitido, ¡y haberse tomado el tiempo de escribir un review en cada capítulo! ¡Menudo trabajo, cariño! 😍 Mil gracias, bonita, te lo agradezco un montón, no hacía falta 😘😘

Recordemos que terminamos el capítulo anterior con un Draco muy enfadado porque Hermione no había acudido a su encuentro tras los invernaderos…


CAPÍTULO 31

Silencius

La última vez que Draco se había sentido tan nervioso fue el día que Lord Voldemort le grabó la Marca Tenebrosa en su antebrazo. La situación en ese momento no se podía ni comparar, pero estaba casi igual de taquicárdico.

Su rostro asomaba de forma imperceptible por detrás de la columna del Vestíbulo. Los últimos rezagados del desayuno subían en ese momento, corriendo, la Gran Escalera. El Vestíbulo quedó vacío, por fin, dejándole vía libre. Todos los alumnos ya estarían en las diferentes clases. Aun así, Draco no se movió todavía. Su pesada respiración era lo único que oía en medio del silencio, y amenazaba con enloquecerlo. La adrenalina le cosquilleaba por las venas, confundiéndose con la sangre. Aguardó unos segundos más, asegurándose de que no se oía el más mínimo paso, y entonces cerró los ojos. Tomó aire por la nariz y lo expulsó por la boca, frunciendo los labios. Lo hizo lentamente, tres veces, luchando por tranquilizarse. No podía fallar. No podía cometer ningún error. Tenía que mantener la cabeza fría y concentrada. Se jugaba mucho.

Respiró hondo una última vez, con lentitud, y después se obligó a cambiar su respiración. Comenzó a jadear a propósito, tomando aire y expulsándolo rápidamente por la boca. Practicó una expresión de desesperación que creyó que sería convincente, y solo entonces salió a toda velocidad de la columna tras la que se ocultaba. Corrió, raudo como una flecha, hacia el despacho de Filch, situado al otro lado del Vestíbulo. Sin dejar de jadear exageradamente, abrió la puerta de un tirón, sin llamar.

—¡Señor Filch! —gritó, resoplando, tratando de parecer angustiado.

El delgado y enclenque hombre apartó la mirada, sobresaltado, de un casco de armadura oxidado que estaba frotando con un paño, sentado en su escritorio. Un bote de Quitamanchas Mágico Multiusos de la Señora Skower estaba sobre la mesa, abierto, dejando escapar un fuerte olor acre.

—¿Cómo te atreves a entrar así, maldito niñato maleducado? —balbuceó el conserje, con su cascada voz. Un maullido le indicó a Draco que la Señora Norris no podía andar muy lejos, aunque a simple vista no la vio.

—Soy Draco Malfoy, Prefecto de la Casa Slytherin, señor. Se trata de Peeves, señor. Está ensuciando las vitrinas de la Sala de Trofeos, señor —se justificó Draco, resoplando, intentando lucir exageradamente respetuoso. Y añadió, con énfasis y gravedad—: Con tinta indeleble, señor.

Tal y como Draco esperaba, los saltones ojos del conserje amenazaron con abandonar sus órbitas.

—¡Maldito poltergeist! —exclamó, poniéndose en pie y dejando el casco de armadura sobre la mesa, con un golpe seco—. ¡Llevo años diciéndole a Dumbledore que lo eche de aquí! ¡Pero esta vez me las pagará, ya lo creo que sí! ¡No se me escapará!

Sin darle las gracias a Draco, salió renqueando de la habitación, mientras el chico le aguantaba la puerta servicialmente, con su expresión más humilde. Su gata salió entonces de una esquina oscura del cuarto y fue tras él, maullando suavemente. Draco fingió seguirlo durante unos metros, pero, en cuanto comprendió que el conserje ni siquiera se daba cuenta de que iba tras él, y no lo echaría de menos, volvió sobre sus pasos para meterse dentro del despacho. Cerró la puerta tras él con rapidez y discreción, y recargó la espalda contra ella. Se permitió dar un hondo suspiro, intentando después relajar su falsamente acelerada respiración. Aguardó unos segundos, sin moverse, con el corazón retumbando en los oídos. Fuera no se oía nada. Filch y su gata ya debían estar en el primer piso. Tardarían un rato considerable en subir y bajar desde el tercer piso, donde se encontraba la Sala de los Trofeos. Aun así, tenía que ser rápido. No sabía cuánto tiempo podía tardar Filch en limpiar la tinta que él mismo había arrojado contra las vitrinas de trofeos minutos atrás. Había sido una treta pobremente elaborada, pero le daría el tiempo suficiente para cumplir su cometido. O eso esperaba.

Escrutó el pequeño y desordenado despacho, con sus grises ojos brillando en la penumbra. Olía a pescado y estaba muy oscuro, iluminado solo por una pequeña lámpara de aceite que colgaba del techo. No tenía ninguna ventana, al estar situado en una zona interior del edificio. Y a Filch seguramente tampoco le importaba no tener una buena iluminación, al no estar casi nunca en su interior. Siempre estaba merodeando por el castillo, haciendo mil y una tareas. Comprendió que su incursión allí, para bien o para mal, sería rápida. No había más que un alto armario, una cómoda metálica con seis cajones, y un escritorio destartalado.

Intentando organizarse, se dirigió primero al armario. Abrió las puertas y se encontró con varias túnicas de inverno, raídas, colgando de la barra superior. En el suelo del armario había algún que otro utensilio de limpieza muggle, como un recogedor y un cepillo de gruesas y sucias cerdas. También, en un rincón, unas cuantas latas de comida para gatos que el chico, solo con verlas, adivinó que estarían caducadas. Cerró el armario, conteniendo un suspiro, y se dirigió a la cómoda metálica. Abrió el primer cajón, y encontró unas cartillas en las que figuraban cientos de registros de detenciones, de hacía más de cincuenta años. Estaban amarillentas, y sucias de humedad. Rebuscó sin muchas esperanzas, pero ese era todo el contenido. Lo cerró con impaciencia y abrió el siguiente. Más cartillas de hacía años. Y le sorprendió comprobar que eran todas correspondientes a Fred y George Weasley. El cajón entero. Draco arqueó una ceja, incrédulo. Joder con los pobretones… Lo cerró con un golpe más brusco y abrió el siguiente. Allí no había más que un manojo de llaves anticuado. Las calibró con sus agudos ojos. Eran demasiado pequeñas para ser de la entrada principal. A saber a qué correspondían. Llevárselas era demasiado arriesgado, llamaría la atención. Posiblemente Filch las utilizase cada noche para cerrar algunas zonas del castillo. Aun así, anotó la existencia de dichas llaves en su mente. Volvería a por ellas de ser necesario.

Comenzaba a sentir su corazón acelerarse. Echó un rápido vistazo a la puerta cerrada. No sabía cuánto tiempo había permanecido allí. Ni cuánto le quedaba.

«Vamos», pensó el chico, desalentado. «Vamos, por favor. Tiene que haber algo, lo que sea…»

Abrió el siguiente cajón y se encontró varias camisas arrugadas. Sin pararse ya a resoplar, abrió el quinto cajón. Su sorpresa fue mayúscula al encontrar allí unos grilletes y unas cadenas oxidadas, junto a algo que parecía un pequeño látigo. Draco solo alcanzó a parpadear. ¿Dumbledore le permitía tener eso ahí?

Diciéndose que de qué se sorprendía, abrió el último cajón. Allí había varios rollos de pergamino. Por fin algo prometedor. Con una oleada de esperanza, los sacó todos y los dejó sobre la mesa, apartando a un lado el casco de la armadura. Volvió a echar un fugaz vistazo a la puerta cerrada y se centró en ellos.

Desenrolló el primero. El corazón le dio un vuelco. Eran planos del castillo. Tuvo que concederse un segundo para dejar escapar un suspiro tembloroso. Menos mal… Desplegó los otros dos con manos torpes. Más planos. No tenía ni idea de si le serían útiles, pero no tenía tiempo de analizarlos detenidamente. Lo único que sus ojos alcanzaron a apreciar al echar un rápido vistazo sobre ellos, fue que en su superficie había varias cruces hechas con tinta, que parecían tachar diversos túneles y pasillos. Tragó saliva. ¿Estarían bloqueados? Ya lo comprobaría. Sacó su varita y trató, sin muchas esperanzas, de hacer una copia perfecta de los tres con ayuda del hechizo Geminio. Tres planos idénticos se materializaron lado a lado con los auténticos. Arqueó ambas cejas. No podía creer que hubiera sido tan fácil. Ni siquiera tenían un hechizo para impedir que los copiasen. Aunque, claro, el conserje era un squib, todo el mundo lo sabía… Guardó las copias en el bolsillo interior de su túnica, junto a su pecho, y llevó las originales al cajón del que habían salido.

Echó un vistazo alrededor y constató que había registrado todo salvo el escritorio. Abrió los dos cajones que lo componían, no encontrando nada útil en su interior, salvo otro manojo de llaves, más pequeño que el anterior, unos cuantos pergaminos, y un par de botes de tinta mal cerrados.

—¿Aspirante a sucesor del señor Filch, señor Malfoy?

El chico sintió que se le salía el corazón por la boca. Alzó la mirada con brusquedad y se encontró mirando los negros ojos de Severus Snape, plantado en el oscuro umbral de la puerta, envuelto en sombras. Su cetrino rostro estaba relajado, casi irónico.

Draco sintió la adrenalina paralizar sus músculos. Apenas podía creerlo, ¿cómo había entrado sin que lo oyese?

—He venido a avisar al señor Filch de que Peeves ha ensuciado la Sala de Trofeos —se excusó el chico con frialdad. Su mano se movió muy, muy lentamente, cerrando el cajón del escritorio con toda la discreción que pudo. Snape arqueó una oscura ceja.

—Sí, me lo ha dicho al cruzarnos de camino allí. O, al menos, me ha comentado que un muchacho con sus cualidades le había informado de ello —articuló Snape con voz queda—. Pero ya hace quince minutos de eso, señor Malfoy. Y no ha podido tomarle más de diez segundos comunicarle semejante aviso al señor Filch. ¿Por qué sigue aquí? —cuestionó, ahora con sorna. Draco frunció los labios con una mueca de desdén y se limitó a devolverle la fría mirada, impasible. No tenía cómo defenderse, así que no dijo nada.

Snape escrutó al chico con sus negros ojos, y después echó un vistazo por encima de su hombro, hacia el Vestíbulo, quizá constatando que no había nadie allí. Después se adentró también en la pequeña estancia y cerró la puerta tras él.

—¿Qué estás buscando? ¿Qué información esperas encontrar aquí? —cuestionó, ahora tuteándolo. Su voz sonó menos acusadora. Draco resopló, sin relajar su actitud desdeñosa.

—No estoy buscando nad…

—Muchacho, la mentira no es tu fuerte, ¿te lo han dicho ya? —interrumpió Snape, casi distraído. Caminó lentamente por el despacho, oteando a su alrededor. Quizá intentando averiguar qué había tocado el chico. Draco compuso una mueca que ocultaba una sonrisa mordaz, y se mordió el carrillo por dentro de la boca. Intentó respirar más sutilmente, con miedo de que su pecho moviéndose hiciese rozar entre ellos los pergaminos que llevaba en el bolsillo.

—Si me disculpa, profesor, me largo. Tengo que estudiar —sentenció, con abierta ironía. Hizo ademán de salir de allí, pasando con decididas zancadas al lado de Snape, pero este alargó una pálida y delgada mano y lo sujetó del codo con fuerza. Draco se vio obligado a detenerse, apretando los dientes para contener el gemido de dolor que le produjo el poco cuidadoso agarre del hombre.

—Deja de comportarte como un párvulo. Estoy al corriente de la misión que te han encomendado —espetó Snape, fulminándolo con sus negros ojos. Draco le sostuvo la mirada, sin parpadear. No relajó el rictus de desprecio de su boca. Pero sí tuvo que tragar saliva.

—¿Y a mí qué me importa que usted lo sepa? ¿Debería impresionarme?

—Puedo ayudarte, grandísimo necio —volvió a insultarlo Snape, impasible, sin dejar de atravesarlo con la mirada—. ¿Qué necesitas? ¿Información sobre qué? Puedo intentar…

Draco sintió el súbito ardor de la rabia invadirlo, ascendiendo por su espalda hasta su nuca.

—No quiero su maldita ayuda. Puedo encargarme de esta misión yo solo, para eso me la ha encomendado a mí —le escupió, con desprecio, intentando enderezarse para parecer más alto. Snape resopló, estresado, y soltó su brazo de golpe. Draco no se movió de donde estaba.

—Piensa, muchacho, piensa. ¿Crees que esto es un juego? Te estás jugando la maldita vida. Si utilizas esa hueca cabeza tuya para algo más que para llevar pelo y parar bludgers, me dirás lo que planeas y me dejarás ayudarte.

—No necesito su miserable caridad —articuló Draco muy lentamente, entre dientes, acercándose más al cetrino rostro de su profesor—. ¿Le ofrece acaso ayuda a todos los mortífagos? Lo dudo mucho. Cumpla su trabajo, que yo cumpliré el mío. Soy uno más. Tráteme como tal. Y muéstreme algo de respeto.

Snape se limitó a dejar escapar el aire por su aguileña nariz y a sacudir la cabeza, como si él lo defraudase. Sin mostrarse impresionado en absoluto. Sus ojos negros seguían clavados en los de Draco, y una alarma se activó en el cerebro de éste. Intuyendo lo que pretendía. Y no podía dejar que lo hiciera. Que entrase en su mente. De ninguna manera. Por diversas razones, y por una en particular.

Draco dio media vuelta, cortando el contacto visual, y ahora sí se alejó a grandes zancadas, saliendo del despacho con decisión. Snape no volvió a impedírselo.

Bajó dos pisos a la carrera, llevándose por delante sin piedad a un par de alumnos de segundo año muy pequeños. Estaba rabioso. Estaba harto de la compasión de todo el mundo, de que lo mirasen como si fuese un inepto que necesitase ayuda casi hasta para caminar. Tenía diecisiete años, joder. Era mayor de edad. Y era más maduro que cualquier muchacho de su edad, eso era evidente para cualquiera que lo conociese, ¿o no? ¿Por qué se empeñaban entonces en tratarlo como si fuese un incompetente? Su madre parecía creer que era un bebé de pecho todavía, hablando de él como si no estuviese delante. Snape se mostraba compasivo y desdeñoso, como si también estuviese hablando con un niño corto de luces. Incluso el Señor Oscuro hablaba abiertamente ante el resto de mortífagos de lo inútil que lo consideraba…

Estaba harto. Iba a callar la boca a todos. Iba a lograrlo. Encontraría la forma de introducir a Lord Voldemort en el castillo. Y lo haría sin ayuda.

Llegó a su Sala Común en tiempo récord. La atravesó con paso firme pero rápido, intentando aparentar normalidad, quizá algo de prisa, y no jadear demasiado abiertamente. Subió las escaleras hasta su habitación y apenas pudo contener un gemido de felicidad al ver que estaba vacía. Sin perder tiempo, se sentó sobre su cama y sacó las copias de los planos.

Examinó el primero, el que daba a los jardines. A simple vista, no vio nada interesante. Solo se mostraban las entradas ya conocidas del castillo, los patios, el Círculo de Piedra, la cabaña del guardabosques, un pequeño puntito que sería el Sauce Boxeador, el Lago Negro, y el Bosque Prohibido. No había ninguna marca, ni fue capaz de apreciar ningún pasadizo que no le sonase.

Componiendo una mueca, lo dejó a un lado para examinar el siguiente plano. Volvería después a analizarlo pulgada a pulgada si no encontraba nada interesante en los otros. Pero no quería perder el tiempo. En el segundo se veían los cuatro primeros pisos del castillo. Lo inspeccionó con mucha atención. Había algunos pasadizos que él no conocía, y que parecían ser atajos entre diferentes pisos. Aunque otros parecían conducir fuera del castillo, si es que eso era posible. Y eran los que estaban tachados toscamente. Realmente no había albergado esperanzas de que hubiera caminos físicos que comunicasen el castillo con el exterior además de las entradas oficiales, pero el mapa le daba a entender que sí los había. Al menos si lo estaba interpretando correctamente, era así. Tendría que ir a investigar. Comprobar si esos tachones significaban que estaban intransitables o bloqueados… y desbloquear uno de ellos si fuera necesario.

Con desaliento, examinó el último plano, rezando internamente. Más de lo mismo. En él se veían las torres y los pisos más altos, pero no había nada interesante. De hecho, ahí solo había dos pequeñas cruces hechas con tinta, en unos pasadizos que comunicaban un piso con otro.

Nada que, aparentemente, pudiese ser de utilidad al Señor Oscuro y que diese pie a que liberase a su padre.

Sintió un ligero desazón que le oprimió la garganta. Se obligó a tragar saliva, haciéndola pasar con dificultad, y dejó los planos a un lado. Se sentó mejor al borde de la cama y apoyó los codos sobre sus muslos. Entrelazó sus manos ante su rostro y las retorció con fuerza, para después apoyar la frente sobre ellas.

Se sentía angustiado, y ni siquiera entendía por qué. Había sido un buen primer paso. Al menos tenía algo relativamente sólido con lo que trabajar. Tenía unos posibles pasadizos que comunicaban con el exterior. Aunque quizá no estuvieran transitables…

No podía ser tan fácil. Si lo fuera, Snape ya habría encontrado la manera de ayudar al Señor Oscuro meses, o incluso años, atrás.

Se obligó a respirar profundo, luchando contra la soledad que lo aplastó contra el colchón. Apretó los ojos con fuerza contra sus puños cerrados. Que Snape no lo hubiera logrado no quería decir que Draco no pudiese hacerlo. Estaba seguro de que él lo haría. Era inteligente, y no poseía los escrúpulos que parecía tener Snape. Recorrería todo el maldito castillo, se colaría en cada aula, golpearía piedra a piedra, e interrogaría al mismísimo Albus Dumbledore si fuera necesario.

Lo lograría.


El quinto grito de dolor se dejó escuchar en la clase de Transformaciones, pero Minerva McGonagall ni siquiera parpadeó.

—Para poder hacer enmudecer a la lagartija, antes deben sujetarla de la cola —exclamó imperiosamente por décima vez, sin perder la paciencia, y sin dejar de caminar entre los pupitres—. De lo contrario, se asustará y los quemará.

Muchos alumnos intentaban obedecer su consejo, pero no resultaba fácil sujetar la escurridiza cola de una lagartija especialmente nerviosa, que escupe fuego por la boca, mientras intentas hacer que deje de emitir agudos chillidos con un difícil de ejecutar encantamiento Silencius. Las quemaduras en esa clase se contaban por docenas. El ambiente olía intensamente a quemado, y una ligera humareda flotaba en el ambiente, elevándose poco a poco sobre sus cabezas. Fugaces y diminutas llamaradas iluminaban de vez en cuando diversas zonas del aula.

Estaba siendo un lunes bastante caótico.

—¿No podíamos practicar este ejercicio con unas cacatúas? Estate quieto, bicho… —rezongaba Ron en voz baja, tratando de coger su Lagartija de Fuego por la cola desde hacía un buen rato, todavía sin éxito. La inteligente y chillona lagartija estaba corriendo en zig-zag por la mesa, mareando al pelirrojo, el cual todavía no había tenido oportunidad siquiera de intentar el hechizo. Habían creado útiles encantamientos de barrera alrededor de los pupitres para que las lagartijas no pudieran saltar al suelo, pero seguían siendo difíciles de manejar.

Hermione, sentada a su lado, ya había logrado coger a la suya por la cola y había realizado con éxito el hechizo Silencius. Ahora la sostenía todo lo alejada de su cuerpo que podía, tanto por el asco que le profesaba como por las pequeñas llamaradas que escupía de forma intermitente. El animalito abría y cerraba su diminuta boca, sin emitir ningún sonido.

Se oyeron dos gritos más, uno más fuerte que el otro, pero definitivamente provenientes de la misma persona. Esta vez de la parte de los Slytherins. Hermione giró el rostro con curiosidad para buscar el origen del nuevo accidente, al igual que otras personas que estaban sentadas cerca de ella. Ron siguió concentrado en su hercúlea tarea, cada vez más irritado. Hermione casi podía ver palpitar una vena en su frente.

Pansy Parkinson, con el rostro contorsionado de angustia, estaba sacudiendo la mano izquierda de forma frenética, como si le doliese muchísimo. Hermione creyó apreciar un tono rojizo en ella, como si estuviera sangrando levemente. Sentada junto a la joven morena, Daphne Greengrass miraba a su amiga con preocupación, mientras sujetaba por la cola, no a una, sino a dos escandalosas lagartijas, una con cada mano. Manteniéndolas lo más lejos posible de su cuerpo, con los brazos bien estirados. Una era, definitivamente, de Pansy.

—¡Me ha mordido! ¡El encantamiento no ha funcionado y me ha mordido! —exclamó Parkinson con voz aguda. Alargó el brazo para mostrarle a la profesora McGonagall su dedo sangrante, cuando se acercó pacientemente hacia ella. Al parecer, Pansy había logrado coger a la lagartija y creía haber realizado correctamente el encantamiento, pero entonces el animal había emitido un repentino chillido, pillándola por sorpresa. La chica, espantada, la había dejado caer con un grito, y entonces la lagartija le había mordido un dedo a modo de venganza, provocándole otro grito.

Al escuchar sus palabras, Draco, sentado tras ella, no pudo contener una risotada.

—¡Pero si no tienen dientes! —exclamó, desdeñoso, en voz alta.

El chico se encontraba con su propia lagartija firmemente cogida por la cola, también bien alejada de su cuerpo. Zabini estaba a su lado, y parecía estar teniendo los mismos problemas que Ron para atrapar al réptil. Solo que el joven Slytherin estaba utilizando su libro de texto como escudo. Ante la burla de Draco, Zabini se echó a reír, distrayéndose brevemente de su lucha. Y también rieron entre dientes varias personas que estaban cerca. Pansy giró el rostro por encima del hombro y le dedicó a Draco una mirada airada, cargada de reproche.

—¡Pues me ha mordido!

—No es muy habitual, pero pueden hacerlo —admitió McGonagall, impasible, enderezándose después de haber estado observando el dedo de la joven de cerca—. No son venenosas, señorita Parkinson, cálmese.

—La que se ha envenenado es la pobre lagartija —susurró Dean maliciosamente, sentado tras Hermione y Ron, provocando que Seamus se carcajeara. Ron también se echó a reír al escucharle y se giró para dedicarle una mirada divertida.

—Ya tengo nombre para mi lagartija —sentenció éste, muy contento, en voz baja para que solo ellos lo escucharan—. Hola, pequeña Parkinson… —canturreó con burla, intentando acariciar el lomo de su diminuta y fiera lagartija, logrando que le lanzase una llamarada, para después volver a intentar huir. McGonagall amenazó con castigar a Dean y Seamus por el sonoro e incontrolable ataque de risa que les provocó la broma de Ron.

Hermione sonrió a regañadientes, mirando a su amigo con divertida censura. Pero no tardó en devolver la mirada hacia Parkinson. Vio que la chica se encontraba girada hacia atrás sobre su silla, y estiraba su mano sana para coger de manos de Draco un pañuelo que éste, al parecer, había sacado de su mochila. Pansy lo tomó con una sonrisa agradecida. Todavía lo miraba de forma rencorosa por su comentario burlón, aunque también se veía ligeramente divertida. Y Draco la estaba contemplando de igual manera. Hermione se perdió en esa mirada cómplice, de conocimiento mutuo. Pansy y Draco siempre habían estado muy unidos. Desde que eran pequeños. Eran muy buenos amigos. La chica siempre le había reído las gracias, se había preocupado por él, le había sacado la cara ante cualquiera y lo había acompañado en sus escarnios hacia cualquier persona. Habían ido juntos al Baile de Navidad en cuarto año.

Hermione sintió que un ligero nudo se le formaba en la garganta, como si de pronto sus cuerdas vocales se hiciesen más gruesas. Esas miradas… Malfoy no tenía que arrepentirse de dedicárselas a Parkinson. No tenía que ocultarlas. No tenía que disimular. No se arrepentía después de hacerlo, no se maldecía a sí mismo. Porque eso sí estaba bien. Ella era una sangre limpia, y todo era correcto. Apropiado. Previsible.

Se obligó a tomar aire. No podía estar sintiéndose celosa. Era ilógico. Por supuesto que la relación que ella tenía con Malfoy no podía ni compararse con la que Parkinson tenía con él. Nunca había sido igual, y nunca lo sería. Y, sin embargo, lo suyo también era real. De hecho, era incluso más real. Pansy y Draco solo eran amigos. Draco y ella no lo eran. Eran… algo más.

Parkinson se apretó el pañuelo contra el dedo sangrante, devolviendo la vista al frente para tranquilizar a Daphne, la cual todavía la miraba con inquietud. Draco, por su parte, cerró con dificultad su mochila con la mano libre y la devolvió al suelo. Con la otra seguía sujetando firmemente su lagartija. Hermione lo miró entonces con fijeza, casi olvidándose de disimular. Él, sin embargo, no se percató o fingió no hacerlo. Estaba situado algo lejos de ella, con una fila de mesas entre ambos, y era plausible que no hubiera sentido su mirada en él. Pero, de hecho, Hermione no sabía si a propósito o no, pero el chico no le había dedicado ni una sola mirada en toda la clase. A pesar de las muchas veces que ella lo miró, no lo encontró ni una sola vez observándola. Suponía que era por precaución, que no quería que nadie sospechase nada, y por ello trataba de mantener las apariencias. Y se dijo una vez más que en realidad era la actitud más sensata, de modo que ella también devolvió su atención al ejercicio de clase, obligándose a dejar de observarlo con tanto descaro.

Hermione, perdida en sus cavilaciones, no apreció que un par de ojos azules sí la observaban atentamente desde la soledad del fondo de la clase.

Las agotadoras dos horas de Transformaciones del lunes por la mañana terminaron con el estridente sonido de la campana, dando pie a que varios alumnos no pudiesen contener un grito de júbilo.

—Aguardad un momento —ordenó McGonagall al instante, con voz firme, desde el frente de la clase. Justo a tiempo antes de que sus alumnos se pusieran en pie y huyeran a la salida—. Alguien tiene que recoger las Lagartijas de Fuego —recordó, recorriendo la clase con sus felinos ojos verdes. Advirtió con exasperación las súbitas expresiones de pánico que le devolvieron la mirada y añadió—: Como estoy convencida de que no habrá voluntarios, elegiré al azar —con un suspiro, se colocó ante su escritorio y desplegó un pergamino que tenía a un lado, con una lista de nombres. El silencio que se había formado en el aula era casi solemne—. La señorita Davis está fuera de este sorteo por ser ella quien se ofreció a recoger los sapos púrpuras de la semana pasada —informó en voz alta de nuevo, sin molestarse en alzar la mirada. Recolocándose las gafas sobre el puente de la nariz para poder leer apropiadamente, añadió—: Señor Finnigan, diga un número.

El aludido, que había sido el primero en ponerse en pie y se había quedado paralizado en el proceso de recoger sus libros, a la espera del anuncio de la pobre víctima, sufrió un visible respingo. Miró alrededor, algo alarmado, como si esperase a que respondiese otro en su lugar.

—Eh… el… ¿nueve? —musitó, vacilante. Quizá temiendo ser capaz de dar una respuesta incorrecta.

—Nueve —repitió McGonagall, contando nueve lugares con su dedo índice de forma exagerada. Los alumnos casi estaban conteniendo el aliento—. Señor Malfoy, usted ha sido el afortunado. Aquí tiene la caja —hizo sonar sus uñas sobre la caja de madera que se encontraba encima del escritorio, ante ella—. Cierre la puerta cuando termine, por favor. Los demás, dejen las lagartijas sobre la mesa. Pueden irse, y que pasen una buena tarde.

El resto de alumnos casi corrieron en tropel hacia la puerta, viéndose por fin liberados de las irritantes lagartijas y con la perspectiva de la hora de la comida por delante.

Draco, por su parte, cerró los ojos un instante, con expresión rabiosa. Indignado por su mala suerte. Pareció capaz de protestar, o incluso negarse, pero, al ver la inflexible y casi amenazadora mirada de su profesora, simplemente se puso en pie con brusquedad, haciendo crujir su silla al arrastrarla. Zabini le dio una palmada en la espalda, mientras terminaba de colgarse la mochila al hombro para irse. Draco se dirigió al frente de la clase a coger la caja que le había señalado la profesora y, por el camino, se aseguró de tropezar con Finnigan y de darle con el hombro tan fuerte como pudo.

—Te esperamos en el Gran Comedor, Draco —dijo la voz de Pansy, por encima del barullo. El aludido, ya al lado del escritorio de la profesora, se giró para mirarla. La chica le sonreía a un lado de la puerta de salida, permitiendo el paso a otras personas—. ¿Me puedo llevar tu pañuelo? —cuestionó, mostrándole su mano herida. Él le indicó con un gesto desganado que sí podía—. Gracias, ahora te lo doy —se despidió, agitando la mano.

Daphne, aguardando junto a Pansy, también le sonrió a modo de despedida y salió por la puerta junto a su amiga. Hermione las observó por el rabillo del ojo, y después escrutó el resto del aula con la misma discreción. La mayoría de los alumnos ya habían salido, los pocos restantes estaban recogiendo, y muy pronto se habrían ido todos. McGonagall se encontraba hablando en voz baja con Parvati de algún tema al parecer privado, mientras Lavender aguardaba en la puerta de salida. Nott estaba recogiendo sus cosas al fondo del aula. Hermione, mirando alrededor con cautela, se dio cuenta de que era una buena oportunidad.

—Ron, ¿te importaría ir yendo? —preguntó finalmente, con su mejor sonrisa, girándose hacia él. Su amigo, ya colgándose la mochila en el hombro, le dedicó una mirada confusa.

—¿Y eso? —cuestionó, con inocente extrañeza.

—Quiero comentarle a McGonagall un error que cometí en mi última redacción —admitió en voz algo más baja, fingiendo vergüenza. Aunque en realidad su intención era que la profesora no lo escuchase—. No es muy grave, pero no quiero que lo tenga en cuenta. Seguro que me bajará la nota, y quiero que sepa que soy consciente de él. No tardaré mucho.

—¿Qué error…? Bah, es igual, no me interesa —se corrigió a sí mismo, poniendo los ojos en blanco—. Vale, pues… te espero en la Enfermería. Voy a ver a Harry antes de comer. A asegurarme de que no se ha escapado durante la noche. Estaba impaciente por salir de allí… Y eso que le dan el alta esta tarde —dejó escapar una animada risita.

—Es capaz de haberlo hecho —admitió Hermione, sonriendo ampliamente—. Perfecto, pues enseguida te alcanzo.

—Bien, hasta ahora —correspondió su amigo, dándole un apretón en el hombro y pasando tras ella para alcanzar el pasillo del centro, y el camino más directo hacia la puerta de salida. Detrás de Seamus y Dean.

Hermione lo siguió con la mirada unos segundos, y lo vio cruzarse fríamente con Nott, el cual avanzaba por el pasillo central en dirección a la parte frontal de la clase. El joven Slytherin se detuvo y buscó la mirada de Draco, el cual ya estaba entretenido caminando entre los pupitres, recogiendo las lagartijas y metiéndolas dentro de la caja. Cuando logró atraer su mirada, pareció cuestionarle en silencio, con un sutil gesto, si quería que lo esperase. Draco le hizo un gesto resignado, y agitó la mano en dirección a la salida. Su amigo le dedicó una mueca alentadora y se giró de nuevo hacia la puerta. Al hacerlo, sus ojos azules se cruzaron con los de Hermione. Descendieron un instante a sus manos, las cuales fingían recoger sus cosas sin recoger nada en realidad. Pero su mirada hacia ella fue fugaz, y el chico no hizo ningún tipo de gesto. Se limitó a echar a andar hacia la salida en silencio.

Cuando Nott salió, seguido de unas animadas Parvati y Lavender, Hermione se encontró por fin sola en el aula. Con la excepción de Malfoy y McGonagall.

—¿Desea algo, señorita Granger? —cuestionó la profesora en voz alta, mirándola con atención a través de sus relucientes gafas. Hermione le dedicó una cohibida sonrisa y sacudió la cabeza.

—No, profesora, gracias. Termino enseguida de recoger…

—Dese prisa, entonces —la apremió la profesora con suave severidad, acercándose a su amplio escritorio y guardando unos últimos papeles en su maletín.

—Sí, profesora, lo lamento —aseguró la joven, fingiendo ordenar concienzudamente unos pergaminos antes de guardarlos en su mochila.

Hermione se puso en pie para fingir que estaba terminando de recoger y no tardaría en irse. La profesora McGonagall, maletín en mano, se alejó en dirección a su despacho y cerró la puerta tras ella, sin volver a mirar a su alumna. Ésta se mordió una sonrisa, abandonando su torpe tarea. Por fin solos.

El chico estaba en la otra punta del aula, con la caja de madera en las manos, recogiendo las escurridizas lagartijas de fuego que todos había dejado sobre sus mesas. Los animalitos estaban bastante más tranquilos ahora que el barullo de la clase había cesado. Draco estaba de espaldas a ella, y no parecía tener intenciones de volverse. Posiblemente seguía disimulando, por si las moscas.

Hermione, sin poder evitar sonreír por anticipado, cogió su lagartija con índice y pulgar y se acercó a él. Cuando estuvo tras él, se pegó a su espalda, se puso de puntillas para apoyar la barbilla en su hombro, y pasó un brazo por delante de su cuerpo para dejar caer su lagartija dentro de la caja.

—Qué asquito me dan —comentó, sonriente, apoyando su mejilla contra el cuello del chico—. Además de que hemos comprobado que son peligrosas...

Contra todo pronóstico, Malfoy se limitó a hacer vibrar su garganta en un seco murmullo y echó a andar con soltura, como si ella no estuviera apoyada en él. Alejándose sin siquiera mirarla. La chica casi trastabilló por el brusco movimiento, sin esperarse que se apartara con tanta precipitación. El corazón le apretó el pecho. Se mantuvo quieta, contemplando su espalda. Sin intentar volver a acercarse. Congelada ante su rechazo. Abochornada sin poder evitarlo.

¿Le había incomodado que se hubiese apoyado así contra él? Nunca antes se había tomado semejante confianza con él, pero no creyó que le molestaría… Había sido algo espontáneo e inocente. Una forma de demostrarle que se alegraba de estar cerca suyo de nuevo. Creía que habían alcanzado ese nivel de familiaridad, pero al parecer se equivocaba.

—¿Va todo bien? —le preguntó en voz baja a la espalda del chico, la única parte de él que lograba ver. No intentó volver a tocarlo. Él siguió recogiendo lagartijas como si nada, alejándose de ella cada vez más. Al darse cuenta de que no parecía por la labor de contestar siquiera, frunció el ceño e insistió—: ¿Estás bien?

—Por supuesto.

Malfoy abrió la boca por primera vez, y su voz fue como un latigazo. Seca y seria. Distante. Hermione sintió un hormigueo incómodo en los brazos. Y su corazón acelerarse. No, definitivamente no estaba bien.

—¿Ha pasado algo? —cuestionó de nuevo la chica, acercándose algunos pasos. Pero guardando una distancia prudencial—. ¿Estás…? ¿Qué ha pasado? Puedes… Cuéntamelo —pidió finalmente, con renovada disposición.

Hermione vio el perfil de Draco cuando éste se giró para coger otra lagartija de un pupitre alejado del centro del pasillo. Y vio la sonrisa desdeñosa que curvaba sus labios.

—Contártelo… —repitió él, con una frialdad y un desdén que heló el cuerpo de la chica—. Creo firmemente que sería perder el tiempo, Granger.

Hermione frunció el ceño, y compuso una mueca de desconcierto. Sin saber exactamente si ofenderse o no. ¿A qué venía eso? ¿Y ese cambio de actitud? ¿Por qué lucía tan frío, incluso para tratarse de él? No entendía a qué venía esa nueva mordacidad. Hubiera dado cualquier cosa por que el chico la mirase a los ojos, pero desde luego no parecía siquiera planteárselo. Seguía alejándose, recogiendo las lagartijas, definitivamente exento de ninguna delicadeza con los animalitos.

—¿Por qué dices eso? —murmuró la chica, tratando de hablar todavía con calma—. Si te ha pasado algo malo, quiero saberlo. Si puedo ayudarte…

—Si me ha pasado algo… —repitió él, de nuevo con ese tono desdeñoso. Y entonces se detuvo por fin, todavía con la caja en la mano, girando solo el rostro para mirarla. Su expresión era soberbia, y despectiva. Sus ojos no lograron transmitirle otra cosa que no fuera irritación—. No me ha pasado nada. Te lo aseguro. Nada a lo que haya dado importancia.

—Pues no lo parece —replicó ella al instante, clavando los ojos en los suyos y hablando con un tono más firme, aunque más pacífico, ahora que por fin tenía su atención—. Estás evidentemente molesto por algo, y no entiendo… ¿Es por mí? —preguntó de súbito, con semejante posibilidad atravesando su pecho como una flecha—. ¿He hecho algo…? Si es así, te ruego que me lo digas.

Draco pareció entonces perder la poca paciencia que tenía. Dejó la caja de lagartijas con brusquedad sobre la mesa que tenía más cerca, sin siquiera mirarla, y giró el cuerpo del todo para contemplar a la chica de frente. La repentina cólera de su mirada la hizo estremecer. El rencor que vio en sus ojos la desconcertó más todavía. ¿Tenía ella algo que ver o estaba simplemente harto de su interrogatorio?

—No, Granger, no has hecho nada. Nada que no debiese haber esperado —espetó entre dientes—. Pero, para la próxima, te agradecería que me avisaras si cambias de opinión. Para no estar haciendo el capullo, y aprovechar yo también mi tiempo en algo más productivo….

Hermione abrió y cerró la boca con torpeza. Sin saber qué responder. Se había quedado anonadada. Y comenzaba a sentir un repentino y desagradable peso en el estómago. Intuyendo con desasosiego que aquello definitivamente era serio. Pero, ¿de qué diantres estaba hablando?

—No entiendo ni una palabra de lo que dices —aseguró en un susurro, tratando de hablar con calma—. ¿Avisarte de qué?

Los ojos plateados del chico relucieron resentimiento y rabia. Como si la chica hubiera dicho lo único que precisamente podía empeorar la situación.

—De lo que estabas haciendo el sábado a las ocho de la tarde, Granger, de eso —sentenció, glacial—. Hubiera sido un amable detalle darme al menos una explicación. Pero supongo que era demasiado pedir. Que esto no funciona así. Que no merece semejante esfuerzo por tu parte.

Hermione parpadeó con rapidez. Rebuscando en su mente casi con desesperación. El sábado a las ocho de la tarde… Había estado en la Enfermería, cuidando de Harry después de lo sucedido en el partido. Junto a Ron y Ginny. Malfoy parecía haberse enterado, por lo visto. Y parecía molestarle que ella hubiese estado en la Enfermería con sus amigos. O al menos eso le estaba dando a entender, pues parecía querer una explicación al respecto. Lo cual la llenó de desconcierto. ¿Estaba enfadado porque ella no le había contado que había estado en la Enfermería con Harry? No tenía sentido. ¿Por qué le importaría algo así?

Seguía sintiéndose perdida. Además, ¿a qué se había referido con "cambiar de opinión"? ¿Y por qué había hablado de las "ocho de la tarde", concretamente? Había estado todo el día acompañando a Harry… Algo se le escapaba. Algo importante.

—No pensaba que te interesaría saber algo así, por eso no te lo he contado —intentó justificarse, de nuevo con serenidad. Intentando apaciguarlo y que así se expresase con más claridad.

—¿Que no me interesaría? —repitió él, incrédulo. Pues no, parecía haberse molestado más todavía. Hermione casi pudo ver la oleada de rabia que lo recorrió desde los pies hasta el rostro, tensándolo. Se adelantó unos firmes pasos hacia ella—. ¿Quién te has creído que eres? Tenía todo el derecho a saberlo y lo sabes perfectamente. ¿Acaso te parece normal lo que…?

—Pero, ¿a qué viene esto? —lo interrumpió ella, comenzando a sentirse demasiado alterada como para escucharlo—. ¿Qué formas son éstas de exigirme que te cuente lo que hago en mi tiempo libre? ¿O desde cuándo Harry te importa tanto? —añadió, con airada sorna.

Draco abrió la boca con decisión, pero volvió a cerrarla. Por primera vez, en medio de la rabia que emanaba, parecía confuso. Sus ojos recorrieron el rostro de la chica, como si la viese por primera vez.

—¿Qué cojones tiene que ver Potter en todo esto? —siseó, con voz queda.

Ahora fue el turno de Hermione de mostrarse desconcertada de nuevo.

—¿No sabes lo de Harry? —cuestionó, en voz más baja. Ahora sí que no entendía nada. El rostro de Draco se aflojó de pronto, demudándose. Pero, entonces, Hermione lo vio en sus ojos, algo atravesó su mente. Y su expresión volvió a tensarse. Con abierta fiereza.

—¿Qué debería saber? ¿Qué pasa con Potter? —preguntó, y Hermione apreció un temblor en su voz. ¿Cólera? ¿Incredulidad? ¿Angustia? Se mostraba demasiado impávido para saberlo, a pesar de todo. Demasiado Malfoy para determinarlo. Avanzó otro paso hacia ella, y Hermione también notó entonces que parecía costarle respirar.

Hermione se permitió estudiarlo durante unos segundos, aturdida. Cada vez entendía menos. Podía ver unos súbitos celos en sus ojos, pero no entendía el motivo. Si no sabía que Harry estaba en la Enfermería, ¿qué le estaba echando en cara? ¿Por qué estaba enfadado?

—Malfoy, creo que estamos hablando de cosas diferentes —intentó apaciguarlo de nuevo, evitando contestar a su pregunta—. ¿Qué es exactamente lo que quieres saber? —cuestionó, articulando con claridad.

Draco se pasó la lengua por la superficie de los dientes. Al parecer conteniéndose para no sucumbir a la rabia.

No me jodas, Granger. Quiero saber por qué cambiaste de opinión. O, peor, por qué me mentiste. Si no tienes interés en verme, dímelo a las claras. Mi tiempo vale tanto como el tuyo. Así que —avanzó otro paso, decidido— ya estás diciéndome qué mierda preferiste hacer el sábado a las ocho de la tarde, y qué tiene que ver Potter en todo esto…

—Pero, ¿qué tiene que ver Harry con qué? —balbuceó ella, indignada. Con los puños temblándole a ambos lados de sus caderas—. No entiendo ni una palabra. ¿Ir? ¿A dónde? ¿Qué pasa con las och…?

Un chispazo en su cerebro.

Un vahído en su cuerpo.

Un desenfoque en sus ojos.

A las ocho.

"Tras los invernaderos. A las ocho. Y lleva el ajedrez mágico. Voy a machacarte"

Hermione enmudeció de golpe, como si le hubieran lanzado un Silencius. Su rostro se descompuso. Con la boca entreabierta, alzó la mirada para contemplar los ojos de un fiero Malfoy, plantado todavía ante ella. Él estaba escrutando sus ojos en silencio, viéndola romperse, sin inmutarse. Sin relajar el rictus de rabia de su boca.

—Oh, Dios mío… —farfulló la chica. Sufrió un estremecimiento visible y se cubrió la boca con ambas manos. Sus ojos se desenfocaron de nuevo, dejando de ver los del chico—. Espera… Oh, no. ¡Oh, no! —aulló, disgustada, sus manos amortiguando el sonido de su desesperada voz.

Draco resopló por la nariz, sin alterarse. Sin apartar los ojos de los suyos.

—Interesante —replicó él, entre dientes, impasible—. Bonita reacción, Granger. Casi me la creo y todo.

—¡Dios mío, Malfoy, lo olvidé! ¡Lo olvidé totalmente! —gimió, afligida, aún sin quitarse las manos de la boca. Sacudía la cabeza como si así pudiese evitar lo que ya había sucedido—. ¡Lo siento muchísimo! Tienes… tienes toda la razón, yo… oh, Dios mío

Draco no parpadeó. Sus ojos recorrieron su rostro una vez más. Luchando por respirar. Su nuca ardió. Su pecho ardió. Su paciencia ardió.

Se le había olvidado. Se había olvidado de él.

Apretando las mandíbulas con fuerza, se dio la vuelta y cogió la caja de madera, dentro de la cual se adivinaban diversas bocanadas de fuego. Para seguir con su tarea, ajeno a su arrepentimiento.

—Así que lo olvidaste. Interesante. Bueno, no, no mucho. Pero al menos he descubierto el motivo de haberme quedado tirado como un capullo. ¿Tienes algún pañuelo sobre el que pueda llorar? —preguntó, con creíble y desdeñosa socarronería. Como si no le importase, como si no hubiera estado todo el fin de semana pensando en ello. Ignorando el retumbante latido de su corazón que le recordaba a sí mismo la dolorosa verdad. Pero se concentró en ignorarlo. Ella no iba a saber cómo se sentía en realidad. No le permitiría saberlo.

—Malfoy, lo siento muchísimo —repitió Hermione, quitándose por fin las manos del rostro. Sus ojos estaban vidriosos—. Todo ha sido un malentendido. Tuve un imprevisto que me descolocó por completo. Un imprevisto importante…

—Un imprevisto, claro. Esto mejora por momentos. Debió de ser algo de vida o muerte lo que te impidiese ir a verme, ya que tantas ganas tenías de hacerlo —la mordacidad en su voz fue casi insultante. Hermione frunció los labios ante su tono, pero estaba demasiado alterada ante los derroteros de la conversación.

No podía concebir lo sucedido. Se había olvidado por completo de él. Se había olvidado por completo que habían acordado verse tras los invernaderos. Lo había dejado tirado el sábado, sin avisarle de que no podría ir a la cita. Y menos aún se había preocupado de buscarlo el domingo para aclarárselo. No había pensado en Malfoy en todo el fin de semana, con toda su atención puesta en Harry, en la voz que lo atormentaba, y en su estado de salud. Y hoy, lunes, había ido a hablar con Draco como si nada hubiera sucedido. Maldita sea, ¿cómo no iba a estar enfadado?

«Estúpida, estúpida, estúpida…»

—Malfoy, escúchame, puedo explicarlo... Lo siento mucho —repitió, con más firmeza, acercándose para colocarse a su lado, aunque él había decidido repetir su actitud de no mirarla a la cara—. ¿Cómo no iba a querer…? Por supuesto que quería verte. No es nada de eso, simplemente me despisté, y… ¡Escúchame! —exclamó, alzando el tono de voz, ahora con enfado, al ver que él se alejaba para recoger más lagartijas. Completamente inmune a su afectada disculpa—. Cuando salí de los vestuarios después de vernos allí, fui a buscar a mis amigos, pero no los encontré, y otras personas me dijeron que acababan de trasladar a Harry a la Enfermería…

Draco bufó, impaciente, sin intención de cambiar su actitud ante esa revelación. Demasiado alterado y lleno de adrenalina y rabia como para reaccionar como quizá lo hubiera hecho en otras circunstancias. Ella se había olvidado de él. Por culpa de Potter.

—Prometedora historia —reconoció, arqueando una ceja con afectación—. Le faltan un par de mantícoras y podrías publicarla…

Hermione resopló. Airada. Incrédula.

—¿Podrías dejar de burlarte? Te estoy hablando en serio —protestó ella, con tono más firme—. ¿Acaso crees que te miento? ¿Quieres ir a la Enfermería a comprobar que se encuentra allí? Se puso muy, muy mal. Ha pasado el fin de semana entero en la Enfermería.

No pensaba entrar en más detalles sobre el por qué del estado de salud de Harry, de modo que enmudeció, esperando que fuese suficiente. Todavía se sentía avergonzada y culpable por lo sucedido, pero la actitud del chico, sardónica, fría e inmune a su arrepentimiento, privado de ninguna empatía, estaba consiguiendo enfurecerla. Draco arrojó a la caja otra lagartija, la cual emitió un chillido de molestia, y el interior del recipiente se iluminó con un pequeño fogonazo. Hermione le dirigió una mirada rabiosa ante su poca delicadeza, pero no dijo nada.

Ajá. Apasionante. Pongamos que me lo creo. Entonces, para que yo me entere, es más importante quedarte velando a tu adorado Potter que venir conmigo —espetó él, con brusquedad, y de nuevo abierta sorna. El rostro de la chica se demudó un instante, para después lucir furiosamente incrédula.

—Mi mejor amigo estaba muy enfermo —repitió, con voz clara y segura—. Por supuesto que tenía que quedarme con él. ¿Qué hubieras hecho tú?

—¡PASAR DE ESE IMBÉCIL E IR A DONDE HABÍA PROMETIDO IR! —gritó él, girándose para encararla por fin.

—¿Pasarías de tu mejor amigo? —se escandalizó Hermione, también subiendo el tono de voz, frenéticamente escéptica—. No me lo creo. Y yo, desde luego, jamás lo haría. Siento mucho no haberte avisado, pero…

—¡Lo olvidaste! ¡Sí, me ha quedado muy claro! ¡Ese maldito Potter, o cualquier otro, hace que te olvides de mí como si todo esto no importase una mierda! —siguió protestando él, colérico—. ¿Y se supone que tengo que tolerarlo? ¡Me estoy jugando mucho con todo esto, Granger!

—¡Ambos sabemos perfectamente lo que nos estamos jugando! ¿Y cuándo me has oído decir que todo esto me importa una mierda? —protestó Hermione, casi gritando.

—Tus acciones hablan por sí solas —escupió él—. Si un simple fallo en la salud de ese estúpido cuatrojos es suficiente para que te olvides de mí por completo durante días, tus prioridades están muy claras…

—¡Estás sacando las cosas de quicio! ¡Ya te he dicho que lo siento! —gritó ahora ella, elevando los brazos a ambos lados. Como si no supiera qué más hacer. Malfoy apretó los labios y arrojó otra de las lagartijas en la caja, dejándola caer de cualquier manera—. ¿Qué más quieres que haga para solucionarlo? ¿Qué esperas de mí? Y, por Dios, deja de… ¡No trates así a las lagartijas! —exclamó con rabia, en voz más alta, sin poder contenerse.

Mafloy pareció quedarse sin habla. Giró el rostro para mirarla, con la misma expresión que hubiera tenido si ella hubiera dejado escapar la peor de las blasfemias. Con manos temblorosas de cólera, dejó caer la caja sobre una mesa y se giró para mirar a la chica. Ahora con toda la atención puesta en ella. Hermione respiraba con dificultad y tenía los puños apretados.

—Me has dejado claro que no debo esperar nada de ti —espetó él, con aspereza—. Pero no pienso tolerar que te olvides de mí a la mínima que surge un contratiempo absurdo.

Hermione dejó escapar una afectada exhalación, casi desquiciada. ¿Contratiempo absurdo?

—¿De verdad eso es lo que más te importa? ¿Que no eres el centro del universo? —farfulló ella, acalorada—. ¿Que he priorizado a mi mejor amigo por encima de ti en una situación semejante? Maldita sea, ¿te parece normal tu reacción? ¡No has dudado ni por un momento en que yo no aparecí porque, según tú, simplemente no me dio la gana y no quería verte…!

—¡¿Y qué cojones iba a pensar sino?! —exclamó él, igual de alterado que la chica.

—¡Pues que había tenido un problema! —gritó ella, y la voz se le entrecortó de emoción, de anticipación ante lo que iba a decir a continuación—. ¡Que me había pasado algo! ¡Podías haberte preocupado por mí y temer que estuviera en un aprieto en vez de pensar solo en ti! ¿Te lo has planteado siquiera? —logró formular la pregunta justo antes de que su voz se rompiese del todo.

—¡Por supuesto que no! —exclamó entonces él, con una crispada mueca de desdén—. ¿Por qué habría de preocuparme algo así?

—¡Porque se supone que sientes algo por mí! —chilló Hermione, señalándose a sí misma con un colérico y tembloroso dedo—. ¡Si hubiera sido al revés yo hubiera removido cielo y tierra para buscarte lo antes posible y asegurarme de que estabas bien!

—¡YO NUNCA HE DICHO QUE SIENTA ESO POR TI! —bramó él, sin pensar, avanzando otro paso. Y entonces descubrió lo peligrosa que era la inercia. El no pararse a pensar antes de hablar. Porque ni siquiera fue consciente de lo que había dicho, hasta que lo dijo. Y no tenía tiempo de redimirlo. Ni siquiera sabía si quería hacerlo. Ni siquiera estaba seguro de lo que había querido decir. Era todo demasiado rápido. Demasiado frenético.

Hermione emitió un gemido sofocado. Ella sí permitiéndose dos segundos para pensar antes de hablar.

—¿Entonces cuál es el punto de todo esto, Malfoy? —masculló, logrando bajar el tono de voz para no gritar—. ¿A qué viene tanto rencor? ¡Si no te importo en absoluto, ¿por qué estás tan enfadado?!

—¡Porque no tengo por qué tolerar ser ignorado de esta forma! —gritó él, al parecer encontrando más difícil que ella bajar el tono de voz.

—¡Nunca ha sido mi intención faltarte al respeto! —Hermione se vio gritando de nuevo, desesperada. Jadeando, estresada, sin capacidad de pensar correctamente en absoluto—. Por Dios, Draco, esto es absurdo, yo…

El rostro de Malfoy se descompuso en el espacio entre un latido de corazón y otro. De pronto, todo pareció superarlo. La furia tensó cada una de las fibras musculares de su cuerpo, sacudiéndolas como si le hubiera dado un calambre generalizado.

No. Eso sí que no. De ninguna manera.

—¡NO TE ATREVAS A LLAMARME POR MI NOMBRE! —estalló él al instante, interrumpiéndola a voz en grito.

Hermione enmudeció de sopetón. Paralizada ante la máscara de rabia que crispaba el rostro del chico. Una rabia que nunca había visto en esas facciones, ni siquiera en las peores discusiones que habían mantenido cuando todavía se odiaban. Ella parecía haber cruzado una línea, sin siquiera darse cuenta. Sin pretender hacerlo.

Se limitaron a mirarse durante largos segundos. Ambos mudos. Ambos paralizados. Con el silencio tras la tempestad presionando sus tímpanos. Hermione tuvo que apretar las mandíbulas para contener el picor que se había instalado tras sus ojos, luchando por manifestarse. Pero después trató de boquear. Abriendo y cerrando sus labios, temblorosos. Luchando por volver a hablar por encima del estado de aturdimiento en el que se encontraba. Luchando por recuperar la compostura ante un rechazo que no se esperaba. Aunque se dijo que no debía sorprenderle esa reacción. ¿Qué creía que iba a suceder? Seguía siendo una sangre sucia. Alguien que no era digno de tutearle. Y ningún beso, ni ninguna de las íntimas conversaciones que habían intercambiado en las últimas semanas, podían cambiar eso.

Nada podía cambiar eso.

—Yo tampoco pienso tolerar esto —replicó Hermione, con voz entrecortada, apretando los puños a ambos lados de su cuerpo—. Estar con alguien que no me permite cometer el más mínimo error, y que admite abiertamente que jamás se preocuparía por mi bienestar.

No mencionó lo que acababa de pasar. No mencionó cómo había reaccionado al escuchar su nombre de sus labios. No era necesario. Todo estaba demasiado claro.

—Apasionantes declaraciones. ¿Alguna más? —siseó él, al instante. Todavía acelerado. Y furioso. Demasiado furioso.

—Eres insoportable —articuló la chica, temblando de ira. Se dio la vuelta y se acercó a su mesa para coger su mochila con brusquedad.

—¿Algo más? —escuchó que profería Draco a su espalda, rabioso.

—¡Insufrible! ¡Un ególatra egoísta! —vociferó ahora ella, sin mirarlo, dirigiéndose a la puerta a grandes zancadas—. ¡Y una mierda de persona!

—¿Algún insulto más? —gritó él, fuera de sus casillas—. ¿O puedo seguir recogiendo las puñeteras lagartijas?

—¡HAZ LO QUE TE DÉ LA GANA, MALFOY! —le chilló ella, frenética, saliendo y dando un portazo.

Draco se mantuvo quieto, jadeando como un desgraciado. El silencio que invadió el aula después de sus gritos se le hizo insoportable. Ni siquiera el retumbar de su acelerado corazón en los oídos era suficiente. Le temblaban las manos. Le temblaba el pecho. Le temblaban los labios.

A la mierda. A la mierda. A la mierda…

Apretó los puños intentando contener el temblor. Le ardía el rostro.

"Y una mierda de persona…"

Lo había dicho con odio. Con resentimiento. Y, aunque provenía de la misma persona, no tenía nada que ver con la voz que rememoró su mente por su propia voluntad…

"No creía que te comportarías de forma tan respetuosa… Te he juzgado mal"

Apretó los dientes con fuerza. Sintiendo que algo grande, muy grande, quería abandonar su pecho. Sin lograrlo, oprimiéndole para ello los pulmones. Intentando ayudarlo a salir, alzó una mano, cortando el aire, y arrojó al suelo de un manotazo la caja con las lagartijas. Descargando toda su ira contra ella. Se volcó, y todas salieron disparadas, en diferentes direcciones. No estaba seguro si alguna había salido herida. Le importaba una mierda. El fuerte sonido que hizo la caja al golpear el suelo de piedra le impidió escuchar su propio sollozo.


Los vestuarios del campo de Quidditch estaban casi en completo silencio. El único sonido era el considerable golpeteo de la fuerte lluvia, que había sustituido al sol de los últimos días, y que aporreaba las gradas que había justo encima. La quietud del ambiente fue rota en el preciso instante en que la puerta del vestuario se abría de golpe, y media docena de personas cubiertas de ropas sudorosas y mojadas por la intensa lluvia se adentraban jadeando. El capitán Montague, que fue el último en entrar, encendió los dos candiles que tenía más cerca y cerró la puerta tras él con algo de dificultad por la fuerte corriente. Cuando estuvo cerrada, la estancia quedó bastante más tranquila, aunque seguía oyéndose el rugido del viento y la lluvia, incluso por encima del sonido de las voces de los jugadores.

—Por las barbas de Merlín —musitó Bletchley, pasándose las manos por el rostro para apartarse el pelo empapado de los ojos—, ni me acuerdo la última vez que he visto una lluvia semejante…

—Y que lo digas, ahora mismo podría criar Hinkypunks en mis botas… —comentó Urquhart, quitándoselas y poniéndolas boca abajo, permitiendo que se formasen charcos en el suelo.

—Capitán, tenías que haber suspendido el entrenamiento —se quejó Warrington, intentando quitarse los ajustados y empapados pantalones, pegados ahora a sus piernas. El aludido emitió un gruñido ambiguo.

—Lo sé, pero si lo suspendía nos lo quitaba ese imbécil de Potter para el entrenamiento del equipo de Gryffindor —se justificó Montague, componiendo una mueca de asco—. No desaprovecharía ni un día como éste. Además, tenemos que entrenar todo lo que podamos, porque hemos perdido muchísimo tiempo por la falta de Crabbe y Goyle.

—¿Ya has decidido a quién vas a escoger como nuevos golpeadores? —quiso saber Urquhart, pasando la varita ante el uniforme, con un chorro de aire caliente saliendo de la punta, para poder secarlo.

—Qué va... Cuando el tiempo mejore, convocaré elecciones de nuevo. No hay muy buenos golpeadores en Slytherin, las cosas como son.

—Bueno, los golpeadores no son tan importantes. Mientras los cazadores seamos buenos tenemos posibilidades.

—Con un poco de suerte no lloverá así en el próximo partido —dijo Bletchley, con la voz amortiguada por estar ya bajo el chorro de la ducha—. Porque, con un temporal así, no creo que ni los cazadores podamos jugar en condiciones.

—De momento dicen que durará toda la semana. Pero después debería mejorar, ya va siendo hora. Si llueve de esta manera no acabaríamos el partido ni aunque dispusiéramos de todo el curso —corroboró Montague, desganado—. Nuestro Draco no vería la snitch ni aunque la tuviera ante las narices… Y menos aún el miope de Summerby.

Todos prorrumpieron en cómplices carcajadas que se mezclaron con el retumbar de los truenos, afuera. Solo hubo una persona que no rio. Draco había logrado quitarse la chorreante túnica del uniforme y estaba ahora entretenido quitándose el empapado jersey por la cabeza. Se movía con lentitud, casi distraído. Parecía sumido en sus pensamientos y desde luego no estaba haciendo demasiado caso a la conversación. O, más bien, ningún caso.

—¿Qué pasa, Draco? ¿No te ríes? —se quejó Bletchley, al pasar tras él, de vuelta desde las duchas. Le regaló una fuerte palmada en la espalda ahora desnuda—. Estás alelado, tío. Vale que no hables mucho, pero es que hoy no has dicho ni mu…

—Estaba pensando —masculló Draco, sin darle importancia y sin mirarlo—. Sé que te han dicho que pensar es peligroso, pero deberías probarlo. Es una experiencia inigualable.

Todos volvieron a reír a carcajadas, a excepción de Bletchley y también de Warrington. Bletchley, fingiendo haberse enfadado ante su chiste, cogió una toalla y se dispuso a golpear al rubio, pero éste esquivó el golpe ágilmente. Warrington, por su parte, ni siquiera lo miró. Todavía no había perdonado a Draco la paliza que le había dado hacía semanas, y a él le traía sin cuidado que no lo hiciera. No habían vuelto a tener la relación amistosa que tenían antes, aunque al menos podían estar en la misma habitación. Por la cuenta que les traía si querían seguir en el equipo. Montague los había reunido a ambos en privado cuando se reincorporaron a los entrenamientos, para asegurarse de que no habría problemas ni pondrían en riesgo la camaradería del equipo. Warrington, abochornado ante la dura mirada de su capitán, aseguró que no habría nuevas discusiones. Draco, soberbio y desdeñoso, se había limitado a asentir con la cabeza, sin prometer nada en voz alta.

Draco se colocó la toalla alrededor de la cintura para dirigirse a la ducha, esbozando una media sonrisa para agradecer vagamente las risas que su ofensa a Bletchley había cosechado. No le apetecía reírse. No estaba de humor. Llevaba varios días sintiéndose taciturno, desmotivado y permanentemente ofuscado. Incluso, esa noche, por primera vez en semanas, había vuelto a tener pesadillas. Aunque se obligaba a sí mismo a comportarse con normalidad para que nadie se diera cuenta de nada. No le gustaba que nadie notase que le ocurría algo. No le gustaba dar explicaciones, no le gustaba hablar de cómo se sentía. Se le daba muy mal, se sentía demasiado imbécil, demasiado expuesto, de modo que rechazaba hacerlo siempre que podía. En un principio, era más fácil fingir. Además de que, por descontado, no podía hablar de lo que estaba pasando por su mente. Con absolutamente nadie. Así que había optado por seguir actuando como siempre, generando ingeniosos comentarios en clase, haciendo reír a sus compañeros de Casa, y haciendo alguna que otra fechoría con sus colegas. Había conseguido con éxito hasta el momento que nadie se diese cuenta de nada. Pero comenzaba a cansarse de disimular. Requería demasiado esfuerzo. Y la apatía de su estado de ánimo se duplicaba. De modo que se permitió lucir algo desganado. Podría decir que estaba cansado. O aburrido.

Nada más lejos de la realidad.

Por un lado, no había avanzado nada en su misión para el Señor Oscuro. No había tenido tiempo, ni ganas, de revisar los planos que encontró, y sentía que estaba perdiendo un tiempo muy valioso. Y, por otro lado, Granger y él no se hablaban desde hacía días.

Y no se atrevía a admitir cuál de las dos cosas era la verdadera responsable de su mal humor.

Había pasado casi una semana desde la fuerte pelea en clase de Transformaciones, y desde entonces no habían vuelto a dirigirse ni una palabra. No había intentado buscarla, y ella tampoco lo había hecho. Tampoco se habían mirado en clase, ni habían intercambiado ni una sola nota. Llevaba días sin encontrarse con sus ojos. Y no podía evitar sentirse extraño.

Y rabioso consigo mismo.

Porque la estaba echando jodidamente de menos.

No podía negar lo innegable, no a sí mismo. Era estúpido mentirse uno mismo, y él no era estúpido. En una parte no tan recóndita de su ser, estaba extrañando la compañía de aquella chica. En un principio, pensó que lo que de verdad echaba de menos era la adrenalina que generaban sus besos furtivos. La erótica sensación de un cuerpo femenino cerca del suyo. La excitación de romper las normas de forma tan arriesgada... Y pensó con resignación que pronto se le pasaría ese deseo tan banal. Pero, con el paso de los días, comprendió a duras penas que era más que eso. Añoraba estar a solas con ella. Añoraba el simple hecho de tenerla cerca. Conversar sobre cualquier cosa. Escuchar sus inteligentes opiniones y sus chistes sin gracia. El sonido de su voz cuando susurraba contra su boca, cuando debían hablar bajo para que no los descubriesen en algún lugar público. Incluso el tacto de su rebelde y horroroso cabello entre sus dedos, cuando acunaba su nuca para besarla. El tacto de su ropa cuando acariciaba sus brazos. Se había dado cuenta de que nunca se aburría en su compañía. No eran solo besos. Era ella.

La añoraba. Y no podía evitar sentirse miserable.

Pero estaba enfadado. Muy, muy enfadado. Se había obligado a sí mismo a encerrar en una caja sellada en su cabeza la discusión que mantuvieron. No quería darle vueltas, ni recordar nada. Porque no estaba seguro de qué pensaría al respecto, ahora que tenía la mente fría. Si se arrepentiría de algo de lo que hizo o dijo. Intuía, muy a su pesar, que sí; de modo que se libró a sí mismo de tan vergonzosa sensación. Estaba rabioso con ella, pero más todavía consigo mismo. Por sentirse así. Por sentirse flaquear. Por estar echándola de menos a pesar de que, por descontado, toda la culpa era de ella. Sin lugar a dudas.

Ella se había olvidado de él. Como si fuera alguien cualquiera.

No tenía por qué permitir algo semejante.

Se había olvidado de él… Por culpa del estado de salud de su mejor amigo.

Oh, mierda…

Y lo había llamado por su nombre. Y no lo había soportado. Era capaz de comprender que su reacción había sido posiblemente exagerada, pero no había podido evitarlo. Había sido demasiado. Era como si cruzasen una línea invisible, un nuevo estado de intimidad al que ni de lejos estaba preparado para llegar. Que incluso confiaba no querer llegar nunca. Llamándose por sus apellidos, lograba minimizar la culpa por lo que estaba haciendo, por estar sintiéndose así por alguien como ella. Lograba sentir que todo se mantenía bajo control. Pero, si se llamaban por sus nombres, sintió que lo que estaban haciendo se convertiría en algo más real, en algo irremediable, y no podrían dar marcha atrás. Y la idea lo aterrorizaba.

—Diciendo cosas así, sí pareces el Draco de siempre —bromeó Montague, riendo, saliendo de la ducha en ese momento y cruzándoselo por el camino.

—Por cierto, ¿ya has conseguido una escoba nueva? —cuestionó Bletchley, abrochándose ya un pantalón informal.

—No —admitió el rubio, distraído, desde dentro de la ducha. Ni siquiera se había acordado de escribirle a su madre pidiéndole el dinero. Metió el rostro bajo el chorro del agua y se lo frotó con fuerza, antes de volver a sacar la cabeza e intentar hablar sin que el agua se le metiese en la boca—. Aún no, pero la conseguiré a tiempo para el próximo partido, no os preocupéis.

—Más te vale... —gruñó Montague, uniéndose a sus compañeros en crear un chorro de aire caliente con la varita para poder secar su empapado uniforme antes de guardarlo—. Venga, chicos, no os alarguéis en la ducha. Ya os habéis mojado bastante. Terminad de cambiaros y volvamos al castillo. Eso sí, coged unos remos porque creo que el Lago Negro ha llegado hasta aquí…

Terminaron de ducharse, vestirse y de recoger sus cosas y salieron todos juntos del vestuario, para aparecer en medio de un vendaval de agua y viendo helado. Theodore Nott estaba parado junto a la puerta de los vestuarios, protegido de la lluvia bajo el pequeño techo que correspondía al borde delantero de las gradas. Tenía el cuello de la capa levantado para evitar el viento y la capucha cubría su cabeza. Alguno de los miembros del equipo saludó con un gesto o con alguna palabra al joven Nott al pasar frente a él, pero la mayoría lo ignoraron totalmente.

Tan pronto Draco salió, justo detrás de los enormes Bletchley y Warrington, apreció la presencia de su amigo. Nott le saludó con una silenciosa mueca y ambos echaron a andar uno al lado del otro detrás de los demás miembros del equipo.

—¿No has traído paraguas? —fue el brusco saludo de Draco, tan pronto tuvo a su amigo al lado. Éste arqueó una ceja con burla.

—¿Con este viento? ¿Para qué? —se burló, indiferente—. ¿Qué tal el entrenamiento? —quiso saber entonces, elevando un poco la voz para hacerse oír por encima de la lluvia.

Draco, antes de contestar, se cubrió la cabeza con su propia capucha, en un burdo intento de no mojarse el cabello. Aunque, de todas formas, lo tenía empapado por la reciente ducha. No se había molestado en secárselo. Pero el agua se sentía gélida a su alrededor.

—Una pérdida de tiempo. Con esta lluvia no hemos podido entrenar como nos hubiera gustado —admitió Draco, con desgana. Se subió el cuello de la capa, igual que su amigo, y casi se desestabilizó cuando una ráfaga de viento los golpeó de lado—. Además de que seguimos sin golpeadores.

—Ya… Lo de Crabbe y Goyle ha sido una faena para el equipo. Y este tiempo es demencial —corroboró Nott, mirando el cielo encapotado—. Dicen que durará toda la semana.

—A ti te gustaba la lluvia, ¿no? ¿De qué te quejas? —replicó el rubio con hosquedad, mirando el encharcado suelo mientras caminaba.

—Me gusta la lluvia, no los tifones —corrigió Nott, mordaz, mirándolo con atención. Y un brillo extraño en sus ojos—. A nadie en su sano juicio le gustaría morir ahogado en un campo de Quidditch, y encima por estar esperando a un amigo condenadamente huraño.

Draco le dedicó una mirada cargada de desdén, apenas girando el rostro para mirarlo. Nott arqueó una oscura ceja, indicándole que su malhumor no había pasado desapercibido.

—¿Qué haces aquí, entonces? Haberte quedado en la Sala Común… —protestó Draco, dándose cuenta entonces de ese detalle. ¿Por qué había venido Nott a buscarlo? No habían quedado en ello…

Theodore vaciló un instante tan largo que a Draco le pareció extraño y terminó alzando la mirada para contemplarlo de nuevo por entre la cortina de lluvia. El moreno parecía titubear, cosa que nunca era buena señal. Y además había ralentizado el paso. Tras asegurarse de que el resto del equipo iba varios metros por delante de ellos, entretenidos, respondió:

—Llevas unos días bastante malhumorado, y quería pillarte a solas para poder hablar tranquilos. Iba a hacerlo esta noche, pero no me fiaba de que no se encontrase Zabini en la habitación —tras la breve explicación, añadió con calma—: ¿Va todo bien?

Draco frunció los labios y se limitó a encogerse de hombros, fingiendo una indiferencia que no sentía. Maldito fuese Nott y su sexto sentido para adivinar siempre cuándo le pasaba algo. ¿Le venía de serie, o lo había desarrollado especialmente ese último año?

—Claro, todo correcto. No sé muy bien por qué lo dices, estoy perfectamente.

Nott trató de esbozar una sonrisa triste, pero una ráfaga de viento y lluvia lo obligó a componer una mueca de incomodidad. Al recuperarse, volvió a mirar a Draco a los ojos, entrecerrando los suyos por el gélido viento.

—Estás taciturno. De mal humor. No es que seas una persona especialmente risueña, pero lo de estos días es demasiada antipatía incluso para ser tú. Incluso has vuelto a tener pesadillas esta noche —comentó, con más amabilidad. Draco frunció los labios, maldiciendo el sueño ligero de su amigo. No sabía que se había enterado de eso—. La última vez que te vi así fue antes de San Valentín, cuando me confesaste en los vestuarios —los señaló con una discreta sacudida de cabeza— que sentías cosas extrañas por Granger. Y no he podido evitar pensar que vuelve a ser ella la razón de tu malestar.

Draco no intentó evitar poner los ojos en blanco. La tentación de dejarse caer de bruces en la empapada hierba y desahogar contra ella un grito de frustración era muy fuerte, pero esa sí logró controlarla.

Lo que le faltaba.

—Nott, sé a dónde quieres llegar, y no. Me niego. No sigas por ahí, te lo advierto. No puedo volver a tener esta discusión —farfulló, sintiendo el coraje apoderarse de su ya pesado pecho—. Ya te dije que todo estaba solucionado, y…

—Recuerdo lo que me dijiste —lo interrumpió su amigo, con calma. Y algo en su tono hizo que Draco comenzara a sentir que el corazón le bombeaba con más rapidez. ¿Por qué tenía la sensación de que algo iba irremediablemente… mal?—. Que habíais hablado y que habíais decidido dejarlo. Que no iba a pasar nada más entre vosotros. Que habíais recuperado la cordura… Bueno, eso no me lo dijiste, es una interpretación mía —aclaró con burla—. Y me lo creí. Pero… digamos que no he podido evitar percibir cosas extrañas. Y, sumado a tu mal humor de estos días, he decidido buscarle explicación. Y tengo algunas hipótesis.

—Y me vas a conceder el privilegio de conocerlas, me siento abrumado… —pronunció Draco, intentando imprimir su voz de abierto sarcasmo y aburrimiento. Aunque definitivamente hubiera dado la mitad de su fortuna por no encontrarse ahí en ese momento.

Nott dejó de caminar, y Draco tuvo que hacer lo mismo. Se detuvieron en medio del campo, sintiendo la pesada lluvia caer sobre sus hombros y capuchas. Inmunes a ella. Solo pendientes de la conversación que estaban manteniendo. La templanza que lucía la mirada del moreno petrificó al joven Malfoy. Tuvo la impresión de que, para redondear el día, estaba metido en problemas. Aunque no terminaba de entender cómo era posible.

—No eres más que un mentiroso —susurró Nott—. Sigue habiendo algo, no sé el qué, pero algo, entre Granger y tú. Me mentiste cuando me dijiste que habíais decidido dejarlo. Y ella también me mintió.

Draco se quedó de una pieza, pero luchó por no demostrarlo. ¿Cómo diantres lo había descubierto? Ahora Theodore lucía seguro al respecto. Ya no se lo preguntaba, sino que lo acusaba directamente. Draco se aseguró de que su propio rostro solo luciese una expresión ligeramente desconcertada. No iba a demostrar que se le había parado el corazón. No iba a morir sin pelear. No iba a confesarle la verdad por las buenas.

—¿Perdón? —pronunció al final, con controlada incredulidad.

—¿Recuerdas cuando desapareciste durante el partido de Hufflepuff contra Ravenclaw para, supuestamente, ir a hablar con Montague? —recitó Nott entonces, sin vacilar. Parecía tenerlo ensayado—. Tardaste muchísimo en volver. Y, ¿recuerdas que estábamos sentados cerca de las escaleras? Pues vi pasar a Potter y a los demás. A Potter le pasó algo, tenía una pinta horrible. Lo estaban arrastrando casi sin conocimiento, blanco como la cera. Y, oh, sorpresa, Granger no estaba con él —entrecerró los ojos con frialdad—. ¿Casualmente Granger tampoco estaba con sus amigos en un momento semejante, cuando son uña y carne?

Draco no pudo evitar tragar saliva, pero mantuvo la compostura. Aunque estaba comenzando a notar gotas de sudor en su espalda, a pesar del frío. De primeras, ese era un argumento muy pobre. Podría rebatirlo con facilidad. No los había visto juntos.

—¿Y qué tengo yo que ver…? —trató de articular, con abierto menosprecio, y casi diversión. Intentando mostrarse relajado.

También —añadió Nott con frío énfasis, sin dejarle terminar— he visto las miradas furtivas que intercambiabais últimamente en las clases. Disimuláis de pena. No soy tan estúpido como para engañarme y pensar que os estáis asesinando con la mirada…

Draco forzó una carcajada despectiva que sonó curiosamente afónica.

—Eso es una… —trató de discutir el chico, alzando el tono de voz, pero Nott prosiguió sin hacerle caso.

—E incluso, qué coincidencia, siempre que tenemos clase con los de Gryffindor te las apañas para decirme que vaya yendo, que ahora me alcanzas. Y a Granger también se le da muy bien quedarse la última en la clase…

Oh, por favor… —protestó de nuevo Draco, con hastío.

Y me he dado cuenta de que a veces desapareces por completo, y nadie te ha visto. Ni estás en la habitación, ni la biblioteca, ni estás con Zabini, ni Pansy, ni Daphne, ni ninguno del equipo. ¿Desde cuándo te largas por ahí tú solo? No lo has hecho desde que te conozco, nunca te ha gustado estar solo. Crabbe y Goyle eran la prueba viviente de ello —finalizó Nott, con aplomo, sin apartar sus azules ojos de su amigo. Serio. Decidido.

Draco trató por todos los medios de que su rostro no expresase ni por asomo el frenesí que ya lo invadía a esas alturas. No intentó ni siquiera esbozar una máscara de altivez, no estaba seguro de poder lograrlo. Esperaba que la oscuridad de la lluviosa tarde estuviese camuflando parte de su rostro, porque lo sentía arder con intensidad. Se limitó a mirar a Nott seriamente, con la expresión más neutra que pudo reunir. Al cabo de varios segundos, decidió que una mueca ofendida y rabiosa era lo más apropiado.

Gracias, ¿ya puedo hablar? —ironizó, con fiero desdén. Esforzándose por mostrarse convincentemente enfadado por sus acusaciones—. Pero, ¿a dónde quieres llegar con todas esas bobadas? No tiene ningún sentido, no demuestra una mierda... ¡Qué desaparezco misteriosamente, dice! Claro, para verme con ella, ¿no? Venga, Nott, no me jodas... Sabes perfectamente que tengo una misión que cumplir para el Señor Oscuro —justificó en voz más baja, en un arrebato de inspiración—. ¿Pretendes que me lleve a Zabini conmigo mientras lo preparo todo? Por supuesto que tengo que ir solo, pedazo de necio…

Nott guardó un prudente silencio durante unos segundos. Impasible. Con una ceja elevada.

—Muy bien. Punto para ti. Pero se me olvidaba una cosa… También he encontrado esto —metió la mano en el bolsillo de su pantalón, apartando a un lado la capa que cubría su cuerpo, y después le estampó la mano en el pecho. La textura y el ligero crujido que notó contra su cuerpo le indicaron a Draco que le estaba plantando un pequeño trozo de papel doblado. Lo sujetó por inercia cuando su amigo separó su mano de él, y lo examinó a regañadientes. Intentando que la lluvia no lo destrozase. Apreció un par de palabras escritas en su interior. No tuvo dificultades en reconocer la caligrafía. Era una de las notas de Granger. No sabía cuál, pero era una de ellas. Lo supo sin molestarse en desplegarlo.

Los ojos de Draco se hicieron ligeramente más grandes. Y su mandíbula dejó de estar apretada. Sintió que su rostro aumentaba aun más su temperatura mientras alzaba la mirada, solo moviendo sus ojos en sus cuencas, para atravesar con ellos a su amigo. Nott no se inmutó ante la ferocidad con la cual se vio contemplado.

—¿Has estado rebuscando en mis cosas? —acusó Draco entre dientes, con los ojos relampagueantes de cólera. La ira que lo estaba invadiendo amenazó con evaporar al instante la lluvia a su alrededor. Era la gota que colmaba el vaso.

—La dejaste encima del escritorio, grandísimo imbécil —le espetó entonces Nott, sin inmutarse—. Agradece que la viera yo, y no Zabini. Aunque por lo menos os quedan dos putas neuronas con vida y no las firmáis…

Draco no fue capaz de articular palabra ante esa revelación. Estaba respirando agitadamente. Y no sabía qué expresión componer. Quería estrangular a su amigo, pero intuía que no tenía sentido. Miró el pergamino en su mano. Luchando contra su propia incredulidad. ¿De verdad había sido tan estúpido? ¿Cómo podía haber cometido ese fallo?

—Esto no es de ella… Es… —aun así trató de hablar. De discutir una vez más. Casi por inercia. Porque era lo que tenía que hacer. Tenía que negarlo todo. Casi no recordaba ni por qué, pero sabía que tenía que hacerlo. Pero ya no sabía qué decir. Comenzaba a sentirse mareado.

—Draco —murmuró Nott, casi en un gemido desesperado. Miró a su amigo con tanta pesadez en su tranquila mirada que logró hacerlo enmudecer—, ¿de verdad ibas a decirme que esto no es de ella, que te estás viendo con otra chica? No insultes a mi inteligencia. Conozco la letra de Granger, hemos compartido apuntes… —dejó escapar un nuevo suspiro. Exhausto—. Déjalo ya, por favor. Esto hace tiempo que ha superado la categoría de ridículo. Sé que hay algo entre vosotros. Y, escúchame, me da igual —enfatizó, articulando con claridad—. Completamente igual. Y no se lo voy a contar a nadie, te lo prometo. Solo quiero que dejes de negármelo… No puedes confiar en nadie más que en mí respecto a Granger, y, si eres inteligente, me dirás lo que está pasando para que pueda ayudarte.

Draco trató entonces de esbozar una sonrisa mordaz, casi divertida, como si todo fuese absurdo, pero solo logró componer una mueca. Sentía que la mandíbula le temblaba. No soportaba que lo hubiera descubierto. No soportaba la forma en que Nott lo miraba. No soportaba que tuviera razón.

—Confiar en ti —logró articular con desdén, mirándolo con altiva arrogancia, elevando ligeramente la barbilla—. ¿Crees de verdad que, si algo de esto fuera remotamente verdad, podría confiar absolutamente en nadie?

Nott se limitó a mirarlo, sin alterarse. Con el rostro ladeado. Escrutándolo.

—¿Por qué no ibas a confiar en mí?

—¿Por qué debería hacerlo? —insistió Draco en voz más alta, tensando el rostro.

—Porque estoy aquí —sentenció Nott, con calma. Se encogió de hombros, y extendió los brazos, como si fuera evidente—. Porque sé que hay algo entre una hija de muggles y tú, y sigo aquí. Debería ser suficiente. Te estoy diciendo que me da igual. No te estoy amenazando con contárselo a nadie, te estoy ofreciendo mi ayuda si llegaras a necesitarla. Y creo que lo harás.

—No necesito la ayuda de nadie para nada —escupió casi sin pensar, todavía mirándolo con rabia. Nott elevó una ceja.

—Discrepo. Estarás de acuerdo conmigo en que es una situación un poquito complicada. Aunque… hay algo más —el repentino tono vacilante en su voz hizo que Draco lo mirase con fiera expectación—. Me he fijado en que esta última semana algo ha cambiado. O, mejor dicho, ha vuelto a ser como ha sido siempre. No os habéis mirado, no has vuelto a quedarte el último en clase, no has vuelto a desaparecer, y tu mal humor va en aumento. ¿Ha pasado algo? ¿Habéis discutido o… roto?

Draco volvió a darse cuenta de que le costaba respirar. Había llegado a un callejón sin salida. No tenía escapatoria. Con un nudo en la garganta, comprendió que no podía mentirle más. Tal y como Nott había dicho, era ridículo.

Nunca había creído realmente que tuviera que hablarle a nadie de lo que había entre Granger y él. Y por eso ahora se sentía aturdido. Sin saber qué decir. Y odiaba sentirse así. Odiaba sentir que no controlaba la situación. Dejó escapar un seco resoplido por la nariz y apartó la mirada, lejos de Nott, hacia el otro extremo del campo de Quidditch. A pesar de encontrarse helado de frío, agradeció la lluvia que caía con estruendo a su alrededor. No hubiera soportado que el silencio los envolviese. Aunque no quería, sintió que parte del peso de su pecho lo abandonaba. No tener que fingir era, para variar, de lo mejor que había experimentado últimamente. Y las palabras de Nott, su empeño en seguir a su lado a pesar de todo, se sintió como si un rayo de luz divina hubiera atravesado las nubes que los rodeaban.

—Sí, hemos discutido —se sorprendió dejando escapar, todavía con la mirada perdida en la nada. Apretó los dientes justo después de hablar, como si así pudiese reducir la gravedad de su confesión.

Nott tomó aire con lentitud y cerró los ojos un instante, sin que su amigo lo viese. Resignado al comprobar que sus peores temores eran realidad. Lleno de alivio al ver que por fin parecía haber cedido. Lo había admitido. Y Nott tuvo la suficiente delicadeza como para no recriminárselo, sabiendo lo mucho que le había costado hacerlo.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha sido la discusión? —su tono de voz fue menos acusador. Casi curioso. Cauteloso. Intentando que su amigo no volviese a cerrar del todo su caparazón.

—No es asunto tuyo —protestó Draco en efecto, con frialdad, girando el rostro aun más lejos de su amigo. Nott frunció los labios, sin sorprenderse de esa respuesta.

—Entonces, ¿puedo empezar por el principio? ¿Puedo preguntar qué hay entre vosotros exactamente? —cuestionó el muchacho, mirándolo con fijeza—. ¿Sois pareja de verdad? ¿Os estáis enrollando? ¿O acostando…?

No —espetó Draco instantáneamente, incapaz de soportar semejantes sugerencias. Volvió a mirarlo, con fiero desdén—. Claro que no. ¿Cómo voy a…? Granger y yo no… No —terminó diciendo, sin saber a ciencia cierta qué estaba negando. Sentía que el rostro volvía a arderle, y tuvo que contener el impulso de quitarse la capucha de encima para enfriarlo.

—No, ¿qué? —insistió Nott, lacónico, armándose de paciencia.

—Que no lo somos. No somos nada de eso —espetó Draco, mirando el encharcado césped, casi el barrizal, en que se había convertido el campo—. No somos pareja ni nada parecido. Evidentemente, joder, yo jamás… No pienso ser pareja de alguien como ella.

—Pero estáis viéndoos a escondidas —quiso aclarar Nott, ladeando la cabeza—. Y hay algo entre vosotros. ¿En qué posición te coloca entonces todo esto? ¿Has cambiado de idea respecto a los hijos de muggles? —preguntó, y su voz sonó casi esperanzada. Aunque no demasiado.

Draco le dedicó una mirada de abierto menosprecio. Casi aburrido.

—Te estás riendo de mí, ¿verdad?

—Merlín me libre —se resignó Nott, frunciendo los labios. Evaluó a su amigo, frustrado, para después añadir—: Pero, entonces, si sigues pensando igual respecto a los sangre sucia, ¿cómo puedes…?

—Me sorprendería que creyeses que es asunto tuyo —soltó Draco sin vacilar, dedicándole una mirada feroz. Nott arqueó las cejas, casi divertido. Sin preocuparse de la brusquedad de su tono.

—Como quieras. Pero es una situación inverosímil, no puedes negármelo. Hay algo entre vosotros, pero dices que no sois nada, y además sigues pensando que ella y los suyos son inferiores —añadió, conteniendo la ironía en su voz—. Y, ¿habéis hablado de a dónde va todo esto? ¿Qué pretendéis? ¿Hay algún tipo de… fecha límite o algo parecido? —volvió a cuestionar Nott, con un tono ligeramente jocoso en su voz.

A Draco no le gustó el tono condescendiente de la voz de su amigo. Volvió a echar a andar, solo para tener algo que hacer.

—No lo acordamos. Hasta que nos aclaremos con lo que… —enmudeció con brusquedad, incapaz de pronunciar en voz alta la palabra "sentimos".

—¿Aclararos? —repitió su amigo, algo más confuso, volviendo a caminar también.

—Está claro que no estamos en nuestro sano juicio, ¿verdad? —le recordó Draco, casi mordaz —. Tú mismo me lo has dicho miles de veces. Ahora mismo no somos capaces de aclararnos, y todo era demasiado complicado, pero no podíamos controlarlo, así que hemos decidido… dejarnos llevar —casi se atragantó al decir en voz alta algo así. Sintió que estaba explicando la situación de la peor forma posible, pero no podía hacerlo mejor. Carraspeó con brusquedad—. No creo que dure mucho. Solo es una… tontería. Algo sin importancia. Solo nos estamos viendo algunas veces, y ya está, no tiene mayor relevancia…

—Draco, eres un mortífago.

El aludido volvió a detenerse de golpe. Sintió algo helado deslizarse por su espalda, erizando la piel de sus brazos. Ahora sentía el rostro herido de frío. Intentó respirar hondo, pero su pecho se negó a admitir más aire que el necesario para sobrevivir. Nott se detuvo un paso por detrás de él, contemplando su espalda.

Gracias, pero no se me había olvidado —siseó Draco, sin darse la vuelta.

—¿Seguro? —cuestionó Nott, con aplastante frialdad, sin burla—. ¿Y no crees que es una puta locura verte con una hija de muggles, mientras estás bajo las órdenes de la persona que quiere acabar con ellos? A mí sí me parece que tiene importancia.

Draco tragó saliva. Las manos le estaban temblando ligeramente. Y no estaba seguro si era por el frío de la lluvia, o por todo lo demás.

—No tiene importancia, porque nadie tiene por qué enterarse —masculló, entre dientes—. Él nunca se enterará…

—Yo me he enterado —protestó Nott, impasible. Draco le dedicó entonces una mirada furibunda por encima del hombro.

—Porque eres un cabezota y un cotilla de mierda. Y, para empezar, por mi culpa. Porque fui tan estúpido como para hablar contigo del tema antes de San Valentín —se quejó Draco, a la defensiva—. Si yo no te hubiera dicho todo aquello, nunca hubieras sospechado nada. Además, Él no está aquí, ¿verdad? —recordó, como si eso invalidase todo lo demás. Nott compuso una mueca de indiferencia.

Touché. Posiblemente tengas razón. Pero, aun así, quizá deberíais ser algo más precavidos. No se lo has contado a nadie más, ¿verdad?

—Iba a convertirlo en portada de El Profeta, pero repartir panfletos me pareció suficiente.

—¿Y qué me dices de esa discusión? —cambió Nott de tema, resignándose al arisco y perpetuo sarcasmo de su amigo—. ¿Tan grave ha sido? Parece como si ya no hubiera nada entre vosotros…

Draco frunció el ceño y parpadeó. Preguntándoselo por primera vez. Había estado tan enfadado con ella, sintiéndose tan lleno de rencor, tan obcecado en su orgullosa actitud para no mirarla siquiera, que no se había planteado que lo que había entre ellos hubiera terminado de verdad. Desde luego fue una discusión muy desagradable. Y no habían vuelto a hablar desde entonces.

¿Eso significaba que había terminado? El pecho se le atenazó ligeramente, como si su esternón se hubiera hundido. Intentó rememorar si Granger, o él mismo, había dado por terminada su relación verbalmente, pero no fue capaz de recordarlo.

Las parejas discutían. Y eso no significaba una ruptura per se. O al menos eso creía. Pero ellos no eran pareja, eran algo precario y prohibido. Algo sin futuro. Posiblemente más sencillo de terminar que una relación propiamente dicha.

De pronto se sintió muy cansado. Agotado de tanto desasosiego. Estaba muy enfadado con ella, por descontado, y no tenía ninguna intención de ser el primero en ceder. Pero dejarlo por completo no era, en absoluto, lo que quería.

Pero, ¿qué pensaba Granger al respecto?

"Una mierda de persona…"

—No… lo sé —se sorprendió admitiendo, mirando sin ver las gradas del campo, difuminadas por la lluvia. Y sintió rabia ante el tono entrecortado de su propia voz. Frunció los labios y habló con más firmeza—: Discutimos hace días, y no hemos vuelto a hablar. No sé si se ha terminado. Y no pienso comprobarlo. Sinceramente, me da igual. Evidentemente tiene que terminar en algún momento. Un problema menos en mi vida si ha sido así.

Nott escrutó su rostro, su sereno perfil, y volvió a arquear sus oscuras cejas.

—No mientes nada bien, Draco. Ya deberías saberlo a estas alturas.

—¡Y tú qué sabes si miento o no! —estalló él, alterándose de nuevo, girándose para mirar con enfado a su amigo—. ¡Es mi vida, Nott! ¡Deja de fingir que me conoces mejor que yo mismo, demonios!

El moreno se mordisqueó el labio inferior un instante antes de añadir, con calma:

—Solo intento ayudarte.

—Bueno, pues no necesito tu ayuda. Nunca la he necesitado. Granger y yo hemos hecho una estupidez sinsentido, hemos discutido como era de esperar, y posiblemente ya haya terminado todo, así que ya está. Ya tienes lo que querías. Asunto resuelto —se dio la vuelta, dándole la espalda otra vez. Ni siquiera sabía muy bien por qué, pero estaba rabioso. Con Nott, con Granger, con todos. Estaba harto de todos. De que no tuviesen otra cosa que hacer que entrometerse en su vida y decirle cómo tenía que estar haciendo las cosas. Estaba harto de que todo el mundo lo volviese loco. De sentir que todo, y todos, se escapaban de su control.

Sintió la mirada de su amigo en la espalda durante unos segundos hasta que éste habló serenamente:

—¿Qué sientes por ella exactamente?

Draco cerró los ojos, hastiado. La relajación de sus aceleradas pulsaciones tendría que esperar.

—Ya te he dicho que no somos…

—No te he preguntado lo que sois. Te he preguntado qué sientes tú.

Draco arrugó su entrecejo. Giró de nuevo el rostro, hasta localizar el de su amigo. Sin saber exactamente qué expresión esperaba encontrar. Lo descubrió mirándolo con calma, la lluvia empapando su negro flequillo por debajo de la capucha, reduciendo su abundante volumen. Sus ojos azules, los cuales parpadeaban con rapidez por el agua que se colaba en ellos, lo contemplaban con serenidad. De forma cercana. No lo juzgaba. Solo quería entenderlo todo.

—No lo sé —susurró entonces Draco. Con estoicismo. Sin mostrarse defensivo por primera vez en la conversación—. Creo que me hace… sentir bien.

Enmudeció, apretando los dientes. Sin comprender del todo de dónde había sacado esas palabras. Sonaron absurdas incluso para él. Podía haber dicho millones de cosas. Más profundas, o más interesantes. O directamente ser más listo y no decir nada. Pero había dicho que lo hacía sentir bien. ¿Quizá era eso lo que buscaba en alguien? ¿Que lo hiciera sentir bien?

Pero Nott no se rio de él. No se burló de sus palabras. Ni siquiera varió su expresión.

—¿Te gusta? —cuestionó de nuevo, en voz más baja. Draco se preguntó a qué venía todo aquello. Qué importancia podía tener. ¿No se sobreentendía, a juzgar por lo que estaban hablando?

—Supongo que… podría ser eso —articuló Draco, y sintió su lengua muy grande en su boca al pronunciar esas palabras. Al volver a mirar a su amigo, lo encontró con una disimulada sonrisa curvando sus labios. Era burlona, pero no demasiado. Pero fue suficiente para que un estallido de vergüenza asolara a Draco—. ¿De qué cojones te ríes? —le espetó, alzando el tono de voz.

—No me estoy riendo —aseguró Nott, pero no borró esa curiosa sonrisa de sus labios—. Es que es la primera vez que te oigo admitir que alguien te gusta. Nunca te ha gustado nadie de esa forma, que yo sepa. Me hace ilusión —reconoció, con voz curiosamente entrecortada. Quizá de emoción. Quizá de felicidad. Quizá de miedo.

—¿Ilusión de qué, pedazo de imbécil? —escupió Draco a su vez, recuperando el aplomo de su tono, y volviendo a darle la espalda orgullosamente. Sintiéndose rematadamente idiota. Vergonzosamente expuesto. ¿Por qué diablos le había confesado nada? No aprendía la lección, no la aprendía…

Escuchó entonces a Nott suspirar, y después lanzarse a hablar con nueva seriedad. Su voz escuchándose con claridad a pesar del sonido de la lluvia.

—Draco, si Granger y tú de verdad habéis hecho esto, a espaldas de todos, arriesgándoos a que os pillen con todo lo que eso supondría… Es porque de verdad sentís algo, lo que sea, el uno por el otro. Y yo no creo que sea ninguna tontería. Sigo preocupado, y sigo creyendo que es muy peligroso, pero no puedo hacer nada. Ya he aprendido la lección y sé que, por mucho que yo te aconseje que te alejes de ella, y te dé mil y una razones, no puedo obligarte a que lo hagas si en verdad no quieres hacerlo —tomó aire profundamente—. Solo puedo pediros que tengáis cuidado. Y ofrecerte mi ayuda si la necesitas —se apartó el empapado flequillo de los ojos, quedándose pensativo unos instantes—. No voy a decir que sé por lo que estáis pasando, porque no lo sé. Pero soy capaz de ver que esto que está pasando entre vosotros es problemático, y os está haciendo sufrir mucho a los dos. Y os va a seguir haciendo sufrir. Porque es posiblemente una de las situaciones más complicadas en las que os podríais haber metido. De hecho, puede acabar de la peor manera posible. Y sé que eres consciente de ello. Y Granger también lo es. ¿Merece la pena tanto esfuerzo?

Draco no dijo nada, ni tampoco se giró. Ni siquiera fue capaz de contestar a su pregunta en su cabeza, mucho menos en voz alta. Porque no lo sabía. En ese momento, no sabía nada. No era capaz de sentir nada. Solo la sensación de haberse tragado una bludger.

—¡Eh! ¡Malfoy! ¡Nott!

Ambos se giraron y vieron que Montague los estaba llamando desde bastante más lejos, haciéndoles gestos a través de la fuerte de lluvia. El resto del equipo los contemplaba, atentos. Parecían haberse detenido a esperarlos, y perdido la paciencia al ver que la conversación se alargaba.

—¿Venís u os estáis ahogando? Tengo que cerrar el campo.

—Sí, ya vamos —aseguró Nott en voz alta, con tono de disculpa, echando a andar al instante hacia ellos, chapoteando en la hierba.

Draco tardó unos segundos en reunir las fuerzas necesarias para seguir a su amigo. Después de varias semanas de tranquilidad, volvía a dolerle la cabeza.


Uf, uf, uf… ¡Capítulo intenso! ¿Alguien más lo ha pasado muy mal en la discusión? 😭 Ay… entre que Draco lleva muy mal no ser el centro del universo, y que encima no ha soportado que Hermione lo haya llamado por su nombre, cruzando lo que a él le ha parecido una barrera infranqueable… Todo se les ha ido de las manos. ¿Creéis que lo solucionarán? *guiño guiño* 😉

Por otro lado, ¡Nott se ha enterado oficialmente de todo! 😱 Y los shippea a muerte, como nosotros puajaja 😂 pero es precavido y algo crítico con Draco, porque es listo y sabe que la situación es muy complicada y peligrosa… Y está preocupado por ambos, qué majísimo que es 😊

¡Ojalá os haya gustado mucho el capítulo! Si os apetece dejarme un comentario, estaré encantada de leeros. Gracias de antemano por todos 😍

¡Gracias también por leer! ¡Un abrazo muy fuerte! ¡Hasta el próximo! 😊