¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? Vengo con un nuevo capítulo, larguito (quizá demasiado, lo siento 😂) y llenito de momentos Dramione 😉 ja, ja, ja así que espero que os guste mucho 😊

Como siempre, y sin ánimo de repetirme, muchísimas gracias a todos por vuestros comentarios 😍. De verdad que me da un mini-infartito cuando el correo me avisa de que me habéis escrito. Os leo con mucha ilusión 😍. Siento no poder responder directamente a los que me escribís desde invitados, pero gracias de todo corazón por vuestras palabras. Gracias a toooodos, y espero que la historia os siga gustando 😍

Me gustaría dedicar este capítulo a Asyri99, por acordarse de esta historia cuando ha terminado los exámenes y regresar a hacerme feliz con sus preciosos comentarios ja, ja, ja ¡muchas gracias, bonita! 😘

Recomendación musical: "Perfect" de Hedley

Y, sin más dilación, ¡a leer!


CAPÍTULO 32

La Sala de Profesores

—¡Eh, Neville! ¡Neville! ¡Espera! —llamó Ron, atravesando a la carrera un grupo bastante concurrido de chicas para poder interponerse en el camino de su compañero de curso. Las chicas dejaron escapar algunas risotadas, cuya agudeza aumentó cuando Harry atravesó el grupo tras su amigo, disculpándose con una cohibida sonrisa por las molestias.

Neville se detuvo ante Ron, en medio del Vestíbulo, provocando que algunas personas que caminaban a su alrededor tuvieran que rodearlo.

—Hola… —saludó el todavía adormilado muchacho.

—Oye, ¿has visto a Hermione? —cuestionó Ron al instante, con el ceño fruncido de preocupación—. No ha venido a desayunar…

Harry y él estaban casi taquicárdicos. Habían estado un buen rato en la Sala Común esperando a que su amiga bajase de la habitación para unirse a ellos, sin resultados. Extrañados al no verla aparecer, supusieron que ya habría bajado al Gran Comedor, pero tampoco la encontraron allí. Preguntaron a Ginny, la cual ya estaba allí desayunando con una amiga, pero tampoco la había visto. Sin saber muy bien qué hacer, se sentaron a la mesa, intranquilos por la insólita ausencia de su amiga. Esperando verla aparecer, sin éxito. Normalmente, después de desayunar irían derechos a su primera clase del día, que era Transformaciones, pero decidieron desayunar a toda velocidad y antes dedicar un rato a buscar a su amiga. Con la sombría sensación de que le había sucedido algo malo.

Nada más salir del Gran Comedor, se encontraron con Neville, el cual no cursaba Transformaciones con ellos y tenía ahora una hora libre.

—Sí, está en la biblioteca —respondió éste, curiosamente incómodo—. He pasado por allí antes de desayunar para dejar un libro y la he visto. Me he acercado a saludarla, pero me ha hecho un gesto como si… —imitó el lanzamiento de un objeto con la mano—, así que he supuesto que estaba muy ocupada y la he dejado tranquila.

Harry y Ron se miraron, confusos.

—¿Qué hace en la biblioteca a estas horas? —se alarmó Ron, sacudiendo la cabeza con incredulidad. Neville se encogió de hombros, vacilante.

—Estudiar, creo. Tenía muchos libros en la mesa. Y estaba escribiendo una especie de redacción…

—Vale… Gracias, Neville —musitó Harry, dándole una palmada en el hombro a su amigo antes de recolocarse la mochila al hombro y casi correr junto a Ron en dirección a la biblioteca.

Nada más entrar en la enorme estancia, casi vacía al ser una hora tan temprana, descubrieron que su amiga estaba sentada sola en una mesa cerca de la entrada. Estaba, tal y como Neville había indicado, rodeada de libros, y escribía a toda velocidad en un rollo de pergamino.

—Hermione, ¿qué estás haciendo? —fue el saludo de Ron, cuando llegaron a su lado. La chica no elevó la mirada, ni dejó de escribir, al escuchar su voz—. Vaya susto nos has dado. No has venido a desayunar…

—Terminando un trabajo —repuso ella, escueta, sin perder la concentración. Ya estaba vestida con el uniforme reglamentario para las clases, y su cabello lucía algo revuelto. Como si hubiese salido corriendo de la habitación, sin perder el tiempo en peinarse. Su rostro estaba tenso, y sus ojos parecían cansados. No daba la impresión de que hubiese dormido demasiado.

—Pero estos libros son de Transformaciones… —musitó Harry, extrañado, echando un rápido vistazo al contenido de la mesa.

Ya, porque es el trabajo de Transformaciones —dijo, lacónica, con ligera impaciencia.

—¿Qué trabajo? —farfulló Ron, incrédulo—. ¿El que tenemos que entregar ahora mismo? —Hermione tragó saliva y se limitó a asentir secamente. Ron miró a Harry fugazmente y después volvió a mirar a su amiga, patidifuso—. ¿Cómo puedes haberlo dejado para el último momento?

—No ha sido a propósito —articuló ella, enfadada, entre dientes. Sin dejar de escribir ni un instante—. Iba a hacerlo ayer por la noche, pero tenía la cabeza en otra parte —«en el cretino, presuntuoso y narcisista de Malfoy»—, y se me olvidó totalmente.

—¿Se te olvidó? ¿A ti? ¿Cómo se te pudo olvidar hacer un trabajo de McGonagall? —balbuceó Ron, incapaz de creérselo—. ¡A ti nunca se te olvida hacer los deberes!

Hermione dejó escapar un jadeo afectado y dejó por fin de escribir. Giró el rostro con brusquedad, asesinando a su amigo con la mirada de tal forma que lo hizo retroceder medio paso.

—¡Sí, Ron, sí, se me olvidó! —exclamó, indignada, apenas recordando que no debía alzar la voz en la biblioteca—. ¡Se me olvidó totalmente, siento decepcionarte! ¡No soy perfecta, caray! ¡Creo que tengo derecho a que se me olviden las cosas, como a cualquier otro ser humano! ¿No puedo cometer un mísero error?

Se escuchó a alguien chistar en la lejanía, pidiendo silencio. Hermione enmudeció cuando la voz se le entrecortó, afectada. Apretó los dientes y tragó saliva, conteniendo su temblorosa respiración. Sorprendida de sí misma por haber perdido los estribos de esa manera. Pero la crítica de Ron le había traído recuerdos demasiado desagradables…

"¡Lo olvidaste! ¡Sí, me ha quedado muy claro! ¡Ese maldito Potter, o cualquier otro, hace que te olvides de mí como si todo esto no importase una mierda!"

Ron se encogió ligeramente, luciendo algo avergonzado. Harry contemplaba a su amiga con la incomodidad plasmada en su rostro.

—Claro que sí… Es decir, lo siento, no quería decir que… —intentó justificarse Ron, en un murmullo cargado de mortificación—. Simplemente es raro en ti…

—No, Ron, perdóname tú —lo interrumpió ella, con la voz tomada. Dejó la pluma sobre el pergamino y se giró en su silla, para quedar de cara a él. Con la disculpa flotando en su triste expresión—. Estoy nerviosa. Me he despertado a las cinco, sobresaltada, acordándome de que me había olvidado de hacer la redacción. Llevo aquí desde las seis, desde que han abierto la biblioteca… Y además estoy muerta de hambre… —se lamentó en un murmullo, frotándose los cansados ojos.

—Si lo hubiéramos sabido podíamos haberte traído algo de comer —ofreció Harry, examinando su reloj de pulsera para calcular si tenían tiempo de ir corriendo al Gran Comedor para conseguirle el desayuno. Las comisuras de Hermione temblaron, pero se limitó a negar con la cabeza.

—No importa, ya no hay tiempo. Sobreviviré hasta la comida. En un minuto termino, si me esperáis…

—Por supuesto —afirmó Ron, incondicional, con renovada firmeza—. Todavía hay tiempo para que empiece la clase, no te preocupes. Y si llegamos algo tarde tampoco pasa nada. Te voy recogiendo esto… —ofreció, amontonando unos libros que había en la esquina de la mesa y que no estaba usando.

—Y no te agobies —animó Harry a su vez, esbozando una sonrisa fraternal, y frotándole la espalda con una mano—. Un fallo lo tiene cualquiera.

Hermione dejó escapar un pesado suspiro. Ojalá fuera tan sencillo…

—Yo no suelo cometer despistes así. No sé qué me pasa últimamente… —musitó, casi para sí misma. Hablando a través del nudo en su garganta—. Estoy en las nubes.

—Todos tenemos malas rachas —añadió Ron, quitándole importancia—. Y prepararnos para los ÉXTASIS creo que es la peor racha de mi vida…

Hermione no fue capaz de sonreír, y se limitó a retomar su redacción con urgencia. El minuto que ella había predicho resultaron ser treinta segundos, tras los cuales se puso en pie de un salto, lista para recoger. Tras una breve pelea con Ron, el cual pretendía dejar los libros en la estantería más cercana para ahorrar tiempo, la joven se molestó en dejarlos ordenadamente en uno de los carritos que había para ese fin. Hermione metió sus utensilios de escritura en la mochila, y los libros y pergaminos los llevó en las manos para ahorrar tiempo. En dos minutos salió por la puerta, precediendo a sus amigos. A pesar de todos los contratiempos, iban con tiempo de sobra a la clase.

—¡Eh, Harry, mira! ¡Ha dejado de llover! —exclamó Ron de pronto, sonriente, separándose de sus amigos y acercándose a una de las ventanas del pasillo del cuarto piso. Fuera, el cielo estaba de un triste color gris—. ¿Vamos a jugar al Quidditch después de Transformaciones? Tenemos una hora libre…

—Vale, por qué no —aceptó el moreno, sonriente, sin dejar de caminar—. No hemos entrenado en toda la semana, con el mal tiempo que ha hecho… —a continuación giró el rostro hacia el otro lado y preguntó con voz suave—: ¿Vienes con nosotros, Hermione? ¿O tienes clase?

—Tengo clase de Aritmancia —respondió la joven en voz baja, sin mirarlo. Tenía la vista fija en el suelo mientras caminaba. Su túnica se agitaba alrededor de sus piernas mientras avanzaba con rapidez. No parecía tener prisa exactamente. Solo parecía inquieta. Quizá estresada.

El moreno la miró durante unos instantes, desanimado. Ron los alcanzó de nuevo y también miró expectante a su amiga, mientras se colocaba a su otro lado. Ambos siguiendo por inercia el rápido paso de la chica.

—Hermione, ¿estás enfadada porque no he ido a ver a Dumbledore? —inquirió Harry con tono azorado—. Has estado rara conmigo toda la semana. Desde que salí de la Enfermería…

Hermione tragó saliva, sintiendo su pecho hundirse en la miseria. No había sido suficiente. Lo había intentado con todas sus fuerzas, pero no había sido suficiente. Había intentado pasar toda la semana anterior comportándose con normalidad, sonriendo, riendo, siendo una severa aunque amable Prefecta con los de primer año, estudiando duramente como siempre hacía… para que sus amigos no se diesen cuenta de nada. Que no le preguntasen por la razón de su estado anímico, el cual estaba lejos de ser el habitual. Porque no podría darles una respuesta. No podía contarles que llevaba toda la semana conteniendo la humedad apoderarse de sus ojos cada vez que tenía un breve rato de descanso. Que, cada vez que estaba a solas, en el baño, en la cama por las noches, en cualquier lugar, sentía una desagradable opresión apoderarse de su pecho. Mientras se preguntaba cómo habían llegado a esa situación de la noche a la mañana.

La discusión con Malfoy la había atormentado durante toda la semana cada vez que dejaba caer sus barreras y se permitía pensar. Y, cada vez que la rememoraba, la rabia volvía a invadirla. Una indignación tan poderosa que la hacía apretar las mandíbulas. Sus altivas palabras, sus burlas ante sus disculpas, la poca empatía que había demostrado con ella… La hacían querer llorar de resentimiento. No podía creer la forma en que había reaccionado. Sabía que ella había cometido un error, y podía entender que se hubiera enfadado con ella. Ella misma estaba muy enfadada consigo misma. Avergonzada de haber sido la responsable del motivo de la discusión, a pesar de no haberlo hecho a propósito. Pero, ¿cómo había podido él reaccionar así? Ella se había disculpado, y él no lo había aceptado.

Le había echado en cara que se había olvidado de él, cuando él ni siquiera se había molestado en preocuparse de si algo malo pudiera haberle impedido acudir a la cita. Él tampoco había pensado en ella como debería haberlo hecho. Como se suponía que lo hacía. Si no la quería de esa forma, ¿por qué estaba con ella? ¿Por qué se estaba arriesgado tanto en una relación con alguien que no le importaba realmente?

Quizá… no era todo tan sencillo. Quizá Malfoy era más complicado que todo eso. Quizá sus sentimientos eran más complicados que todo eso. Quizá él no sabía expresarse, y ella no había sabido interpretar correctamente sus sentimientos.

Pero rememorar todo aquello una y otra vez no era realmente útil. No solucionaba la situación. Habían estado una semana entera sin hablar, sin encontrarse, sin escribirse… Y Hermione no estaba segura de qué esperar. Después de la discusión, se había ido del aula de Transformaciones dando un portazo, gritándole que lo consideraba una mierda de persona. ¿Había sido una forma de terminar con lo que había entre ellos? No había sido su intención, pero podía entender que Malfoy lo hubiera percibido como tal. Posiblemente por eso no la había buscado en toda la semana. Porque creía que ella había dado por terminado lo que había entre ellos. O quizá porque él mismo también quería darlo por terminado, después de lo sucedido.

Tenía sentido que acabase así. Que su extravagante romance terminase con una sarta de insultos. Ese era su estilo. Así había sido su relación durante todos esos años.

Pero no sentía, en absoluto, que fuera un motivo suficiente. Era un motivo estúpido. Solo había sido un malentendido. Sus sentimientos hacia él, sus verdaderos sentimientos, no habían cambiado. No lo odiaba. En absoluto. Solo se sentía dolida y enfadada. Enfadada, precisamente, porque él le importaba.

Y lo estaba echando muchísimo de menos.

Las clases que compartían juntos estaban siendo una tortura. El joven parecía tener un imán en su cuerpo que provocaba que los ojos de la chica estuviesen desesperados por localizarlo. Se había hecho prometer a sí misma no mirarlo, temiendo encontrarse con sus ojos de pura casualidad. Sin estar preparada para verlo apartar la vista con altivez, o recibir una mirada desdeñosa. Había asignaturas en las que él se sentaba varias mesas por delante de ella, y en las cuales podía contemplar su nuca sin remordimientos. Sin miedo a ser descubierta. Sin ninguna finalidad concreta, salvo contemplarlo. Perder su mirada en su rubio cabello era la forma que tenía de sentirse más cerca de él. Pero había otras clases en las que era ella quien se sentaba en una fila delantera, y tenía que contener la necesidad constante de su cuello de girarse para buscarlo. Se obligaba a sí misma a atender en clase con normalidad, a levantar la mano y a contestar a las preguntas de los profesores como siempre hacía. Intentando no pensar. No permitiendo que algo semejante afectase a sus calificaciones en absoluto. Su sentido de la responsabilidad no podía permitirle algo así.

Pero estaba siendo más duro de lo que hubiese creído.

Sentía que el joven le hacía falta. Y era una sensación diferente a cuando solo le atraía, cuando no estaban juntos aún. Cuando solo habían intercambiado unos pocos e inesperados besos, arrepintiéndose después. Ahora se habían permitido comportarse como si estuvieran juntos, y echaba de menos tener ese tipo de relación con él. Esa complicidad. Tocarse sin remordimientos. Besarse sin remordimientos. Mantener una larga conversación sin remordimientos.

Quería volver a estar con él, como habían estado últimamente. Quería que la abrazase como había hecho en los vestuarios. Quería que la respetase como había hecho en la biblioteca. Quería muchas cosas que no estaba segura de conseguir.

"¡Podías haberte preocupado por mí y temer que estuviera en un aprieto en vez de pensar solo en ti! ¿Te lo has planteado siquiera?"

"¡Por supuesto que no! ¿Por qué habría de preocuparme algo así?"

Quería estar con él. Pero no así.

Hermione alzó la vista y miró a Harry, tratando de esbozar una triste sonrisa.

—No estoy enfadada contigo, Harry. Simplemente me preocupo por ti, y tengo miedo de que esto acabe mal si no te tomas en serio lo de esa extraña voz que oyes en tu mente —musitó, afligida. Harry sonrió, aliviado, y le rodeó los hombros con un brazo de forma afectuosa.

—No te preocupes, estoy perfectamente —aseguró, apretándola contra él—. De verdad. Y te prometo que si en algún momento tengo la más mínima sensación de que corro peligro iré a ver a Dumbledore, ¿vale?

Hermione dejó escapar un largo suspiro, mientras comenzaban a bajar unos escalones. Guardaron silencio al cruzarse con unos estudiantes, y retomaron la problemática conversación cuando se encontraron solos de nuevo.

—¿Y si, cuando corras peligro, no tienes oportunidad de pedir ayuda? —cuestionó Hermione, vacilante. Miró a su amigo con inquietud, el cual apartó la mirada, incómodo—. ¿Has vuelto a oír la voz estos días?

—No —murmuró Harry—. No desde el partido.

Hermione se mordió el carrillo por dentro la boca.

—Necesito hacer más. Necesito seguir investigando —murmuró la chica, casi para sí misma—. Hay alguien ahí fuera comunicándose contigo, y no parece por la labor de decirte quién es. Y no parece que vaya a detenerse hasta que le ayudes.

—¿Estamos seguros de que no está en el castillo? ¿Damos por hecho que está fuera? —cuestionó Ron, con vacilación. Hermione frunció los labios.

—No estoy segura. Pero, cuanto más lo pienso, más me cuesta creer que haya alguien dentro del castillo que se vea en la necesidad de comunicarse con Harry Potter en su mente. ¿Por qué no hablar con él directamente, en persona? —respiró con profundidad—. Aun así, tienes razón, no podemos dar nada por definitivo. No podemos descartar ninguna hipótesis.

—No parece la voz de ningún alumno, desde luego —admitió Harry, casi resignado—. Si tuviera que decir algo, diría que es un hombre adulto.

—¿Podrías prestarme el Mapa del Merodeador? —pidió la chica—. No creo que descubra nada en la marea de personas, pero, por si acaso… ¿Lo has utilizado? ¿Has visto a alguien inusual en él?

Y, entonces, una flecha empapada de pánico atravesó su pecho. Casi reflejándose en su rostro. El Mapa del Merodeador… ¿Cómo no había pensado en ello? Harry tenía en su poder un objeto que le revelaba dónde estaba cada persona de esa escuela en todo momento… ¿Y si la hubiera visto en compañía de Malfoy en alguno de sus encuentros clandestinos?

Oh, Dios mío… Hubiera sido catastrófico.

—Después te lo bajo… Llegué a la misma conclusión que tú, y lo comprobé hace un tiempo, olvidé decíroslo —admitió el chico, pensativo. Hermione, con el corazón acelerado, escrutó su rostro. Su amigo lucía algo apenado—. Fue antes de que hablásemos con Remus en la chimenea de la Sala Común. Antes del partido de Ravenclaw contra Slytherin. Después no he vuelto a sacarlo del baúl… —vaciló un instante, como si le costase hablar, pero terminó añadiendo—: Después de lo que hablamos con Remus, se me hizo… duro de utilizar. Nunca me había pasado antes. No sé por qué, pero de pronto me recuerda demasiado a… mi padre. He estado pensando bastante en él desde que Remus me dijo que yo le recordaba a él. Por eso de que quería abandonar Hogwarts para luchar. Sé que es una tontería, pero… creo que hacía tiempo que nadie me lo decía.

Hermione, a pesar de las tristes palabras de su amigo, sintió podía volver a respirar tranquila. Harry había utilizado el mapa antes de hablar con Remus. En ese tiempo, Draco y ella aún no estaban juntos. Gracias a Merlín

—No es ninguna tontería —aseguró ella, rápidamente, rodeando la espalda de su amigo con un brazo, tratando de reconfortarlo—. Tiene todo el sentido del mundo que te sientas así. No te presiones a ti mismo…

Harry sonrió a regañadientes y apretó más su brazo alrededor de los hombros de su amiga. Contempló a Ron, al otro lado de Hermione, y vio que también le estaba dedicando una torpe sonrisa, frunciendo sus pecosos labios. Indicándole que pensaba lo mismo. Estiró un largo brazo tras Hermione y le dio un puñetazo en el hombro, demostrándole que estaba de su lado.

—¿Alguna vez nuestras vidas serán tranquilas? —se lamentó Ron en voz alta de forma teatral, logrando hacer reír a sus amigos. También pasó un brazo por los hombros de Hermione y ambos chicos la apretaron, abrazándose mutuamente. Prometiéndose, una vez más, que estaban juntos en todo aquello.

Hogwarts, Hogwarts, enséñanos algo, por favor... —escucharon de pronto que cantaba una potente voz, muy cerca de ellos. Hermione miró a Harry, confundida, para asegurarse de que no solo ella lo estaba oyendo, y él le devolvió la misma mirada. Ron ya estaba observando alrededor, también extrañado, buscando el origen del misterioso canto.

—¿Quién...? —cuestionó Harry, comenzando a mirar alrededor, sin soltar a Hermione.

Aunque seamos viejos y calvos, o jóvenes con rodillas sucias...

—Es Sir Cadogan —informó entonces Ron, con una risotada, señalando los cuadros que había a su lado. Los otros lo vieron entonces: el rollizo caballero, montado en su viejo poni, estaba trotando de cuadro en cuadro, siguiéndolos mientras entonaba el himno de la escuela.

—¿Qué tal todo, Sir Cadogan? —quiso saber Harry, alzando la voz para hacerse oír por encima de la voz del caballero. Éste enmudeció y se detuvo, para poder contemplarles.

—¡Oh, dichosos mis viejos ojos! ¡Hola, camaradas! —saludó, levantándose la visera de metal de su casco—. ¡Me dispongo a embarcarme en una fantástica misión!

—Seguro que sí —se burló Ron en voz baja, arrancando una risita a Hermione.

—¿De qué se trata? —cuestionó Harry, sin poder contener tampoco una sonrisa. Siguieron caminando, más despacio, siguiendo el ritmo del poni con sobrepeso del valeroso caballero.

—¡Me dispongo a visitar a mi buen amigo George von Rheticus! Tengo entendido que tiene problemas con el Fraile Gordo y su reserva de vino…

—Gran hazaña, sin duda —volvió a burlarse Ron. Hermione le dio un codazo en las costillas, para que no fuese tan descarado, pero volvió a dejar escapar una sonrisa.

—En efecto —se jactó Sir Cadogan muy ufano, sin darse cuenta del tono burlón del chico—. ¡Muy bien, camaradas, nuestros caminos se separan! —dijo, a la vista del cruce de pasillos que tenían delante—. ¡Os veré en ocasiones futuras! ¡Pasen un espléndido día!

El caballero siguió su camino por los cuadros de la izquierda, mientras que Harry y sus amigos continuaron por el pasillo de la derecha.

—Adiós, gran héroe —dijo Ron entre dientes, arrancando, ahora sí, una incontrolable carcajada a sus amigos.

Al cabo de unos instantes enfilaron ya el pasillo de la segunda planta en la cual estaba al aula de Transformaciones. Sus compañeros de Gryffindor ya estaban allí, así como los de Slytherin. Divididos en dos grupos muy definidos, a cada lado del pasillo, junto a las paredes. Intentando evitar cualquier tipo de cercanía. El centro del pasillo estaba libre, ocupado por alumnos de sexto curso, los cuales salían en tropel por la puerta abierta del aula, charlando animadamente.

Una cabeza coronada de rubio cabello llamó la atención de Hermione de inmediato, como si fuera una deprimente costumbre de su cerebro el localizarlo antes que a nadie; pero se obligó conscientemente a no mirar en esa dirección y siguió caminando junto a sus amigos hacia sus compañeros de Casa.

—¡Eh, Ron! —saludó Seamus al verlo acercarse. Estaba apoyado en la pared del pasillo, junto a Dean, sosteniendo una revista—. ¡Mira, me debes dos galeones! ¡Los Kenmare Kestrelshan han ganado a los Chudley Cannons!

El pelirrojo bufó, malhumorado, y se acercó a su compañero para verificar que tenía razón. Harry lo siguió, sonriendo con cara de circunstancias. Hermione hizo ademán de ir tras ellos, pero de pronto sintió que algo duro se interponía entre el suelo y el pie que estaba dando la zancada, haciéndola desequilibrarse por la inesperada sensación. Sin reaccionar para evitarlo, la chica cayó de bruces, cuan larga era, sobre la fría piedra. Sintió un dolor agudo en las manos y las rodillas, con las cuales intentó por instinto frenar el golpe. Todos los libros y pergaminos se le cayeron de las manos, y pero logró no golpearse contra ellos. Tardó unos segundos en asimilar lo sucedido y se limitó a parpadear, aturdida, viéndose contemplando el suelo a menos de un palmo. Escuchó entonces unas desagradables risotadas sobre ella que la trajeron a la realidad. Alzó la mirada y se encontró con Miles Bletchley, de sexto, riéndose a carcajadas a su lado, secundado por otros compañeros.

—¡Embrujo Zancadilla, Granger! ¿Qué te ha parecido? ¿Le das el aprobado de sabelotodo? —se mofó Bletchley, todavía riéndose.

—¡Hermione! —escuchó la chica que gritaban dos voces. Y supo sin verlo que se trataba de Harry y Ron, los cuales, alarmados al ver lo sucedido, volvieron hacia ella a toda prisa.

—¡Tápate, sangre sucia, que se te ven las bragas! —le instó otro de los Slytherins, desternillándose. Ante el desagradable y mal visto insulto, varios de los alumnos que se encontraban por allí soltaron exclamaciones indignadas.

—¿Cómo puedes ser tan gilipollas, Bletchley? —saltó una nueva voz femenina, más que conocida. Hermione giró el rostro y se encontró con que Ginny se había arrodillado a su lado, en un gesto protector, sin dejar de fulminar con la mirada a dicho Slytherin. Hermione vio que Luna también se encontraba allí, de pie tras Ginny, con sus claros ojos muy abiertos, y su largo y desgreñado cabello rubio recogido en un moño alto, sujeto con su varita. Al parecer, en la asignatura de Transformaciones eran pocos alumnos en sexto curso, y habían juntado a todas las Casas en un solo aula. Más alumnos de Ravenclaw y Hufflepuff aparecieron en el pasillo. Algunos siguieron caminando ante la escena, mirando hacia atrás mientras se alejaban; otros se detuvieron, molestos o preocupados.

Dos pares de brazos, pertenecientes a Harry y Ron, tiraron al instante de Hermione para levantarla del suelo lo más rápido posible. La joven tenía el rostro muy colorado, pero todos los presentes tenían muy claro que no era de bochorno sino de ira reprimida. Su expresión era dura y furibunda.

—¡Te voy a lavar la boca, Ghoul apestoso! —gritó Ron, enarbolando su varita y apuntándola hacia el chico que la había llamado sangre sucia.

—Déjalo, Ron —se apresuró a decir Hermione, a pesar de que le costaba no temblar de rabia. Trató de alisarse la falda y recolocarse la túnica, con entereza—. Estoy bien, es igual. No merece la…

—¡Mira lo que tenemos aquí! —exclamó otro Slytherin de sexto. Se había agachado y había cogido uno de los pergaminos que asomaban por entre los libros de la chica, que aún no había recogido. Retrocedió un par de pasos, fuera del alcance de Hermione—. ¡Una redacción de la sangre sucia! —canturreó con malicia, agitándola en el aire como si fuese un pañuelo blanco de rendición. Una chica de Slytherin de sexto, tras él, soltó una risita.

Para enfurecimiento de Hermione, Parkinson, que estaba viendo el pergamino por encima del hombro del Slytherin, exclamó alegremente:

—¡Es la que le tenemos que entregar ahora a McGonagall!

—¿En serio? —se asombró el Slytherin, jovialmente, examinando el pergamino con fingido orgullo.

—Dame eso inmediatamente —protestó Hermione, con firmeza, extendiendo una mano hacia él. Pero el joven la mandó callar con una desganada sacudida de mano—. ¡He dicho que me lo…!

—Venga, tíos, vale ya… —farfulló una nueva voz, de forma muy tenue.

Los ojos de Hermione siguieron por instinto el origen de ese sonido y descubrió a Nott, de pie junto a la pared, detrás de los Slytherins de sexto. Contemplaba lo que estaba pasando con un velo de inquietud en sus ojos claros. Su rostro sereno lucía algo tenso. Al parecer necesitando intervenir aunque su propio cuerpo le indicaba que era una estupidez.

Pero los ojos de la chica apenas registraron a Nott al descubrir a la figura que estaba inmediatamente junto a él.

Draco estaba apoyado a su lado en el muro de piedra, en silencio. Con expresión impávida. Sin participar en las burlas. Simplemente contemplando la escena con sus agudos ojos. Unos ojos que se clavaron en los suyos al instante al sentir la mirada de la chica fija en él. Era la primera vez que se miraban en más de una semana. Y no hicieron nada. No cambiaron sus expresiones. Simplemente se miraron, alargando el momento, como si, al hacerlo en silencio, nadie más se diese cuenta de nada.

El chico de Slytherin que sujetaba su pergamino también había alzado la mirada, buscando el origen de ese molesto comentario, con el ceño fruncido. Captó a Nott, y lo identificó como culpable, pero tampoco le dio demasiada importancia al descubrir a Draco a su lado. Su mirada se iluminó.

—¡Ajá, ahí estás! ¿Haces los honores, Malfoy? —ofreció, divertido, agitando el pergamino sin ningún cuidado—. Si lo quieres es todo tuyo…

Al escuchar que lo llamaban, Draco se tensó, alzando ligeramente el rostro. Apartando la mirada de la chica para fijarla en su compañero. El desconocido Slytherin le tendió al rubio la redacción de Hermione, con una sonrisa emocionada en el rostro. Draco contempló el pergamino, sin llegar a cogerlo. Hermione no se vio capaz de lograr descifrar su inexpresiva expresión. No parecía contento. Pero tampoco se mostraba vacilante.

Nott, apretando los labios, giró el rostro y escrutó el de Draco casi con avidez.

—¿Haces los honores? —repitió el chico de sexto, sin dejar de sonreír—. Seguro que tienes una idea divertida en mente, no te cortes…

Malfoy alzó los ojos para mirarlo directamente a él. Le brillaban. Le devolvió una sonrisa socarrona.

—Me encantaría, Higgs, pero no me quiero manchar las manos con la porquería de esta sangre sucia. Luego me olerán mal toda la clase. No se merecen eso —señaló con un irónico gesto de pulgar al resto de sus compañeros.

El tal Higgs se echó a reír, al igual que muchos otros.

—Qué grande eres. Da igual, tío, luego te las puedes lavar —volvió a reír a carcajada limpia—. ¡Venga, vamos! ¡Diviértete…!

Le acercó aún más el pergamino. El rubio parpadeó dos veces. Se pasó la lengua por los dientes y, sin poder hacer otra cosa, lo cogió. Ahora parecía decidido a no mirar a Hermione. Como si no estuviera delante. Como si no se tratara de la redacción de ella.

El pasillo entero comenzó a alterarse. Todos estaban vueltos hacia ellos. Todos miraban a Draco.

—Suelta eso, Malfoy —articuló Harry entre dientes. Ron, a su lado, tenía el cuerpo rígido. Y su azul mirada fija en Nott. No le había pasado desapercibido su comentario a favor de Hermione.

—¡No te atrevas, Malfoy! —exclamó entonces Seamus, acercándose junto a Dean para defender también a Hermione—. ¡Devuélveselo, maldita serpiente!

—Malfoy, te juro que… —comenzó también Ginny, colérica, avanzando un paso amenazante y colocándose junto a Hermione.

—¿Qué va a hacer? —cuestionó la dulce voz de Luna, con inocente incredulidad, mirando a Malfoy con confusión en sus grandes ojos saltones. Como si ni siquiera se imaginase lo que el muchacho pretendía.

—Dame eso, Malfoy.

Hermione había adelantado a todos. Su voz transmitía una férrea seguridad. Su rostro había perdido gran parte del sonrojo por lo sucedido. De hecho, incluso había palidecido. Pero expresaba una entereza absoluta. Sus ojos oscuros estaban clavados en los de Draco. Éste desvió la mirada hacia ella, para taladrarla con sus ojos. Su rostro no se alteró lo más mínimo. No se movió.

Hermione avanzó otro paso. Ahora estaba a un metro escaso de él. Su rostro seguía impertérrito.

—He dicho —alargó el brazo en su dirección, con la palma extendida— que me lo des.

Su voz retumbó en el pasillo. Ahora nadie decía ni media palabra. Nott desviaba sus ojos claros de uno a otro, sin mover la cabeza. Los grises ojos de Draco se deslizaron por su mano, por su brazo, hasta volver a sus ojos. Ella no apartó la mirada.

—¿O qué? —respondió la fría voz de Draco. Ni un temblor. Ni una vacilación. Solo un ligero desdén. Hermione no parpadeó.

—He dicho que me des mi redacción —repitió, con claridad. Su voz seguía sonando inflexible.

—Oblígame —susurró Draco, casi sin mover los labios. Pero se escuchó con claridad en el denso silencio del pasillo. Harry y Ron estaban al lado de Hermione, mirando el aplomo de su amiga, sin estar muy seguros si los necesitaba o no. Pero decididos a saltar en su rescate a la menor oportunidad.

—Draco… —murmuró Nott, a su lado. Éste no se molestó en mirarlo siquiera. Apreció su tono. Apreció la urgencia con la cual lo llamó. Intentando detenerlo.

Hermione tragó saliva. Sin emitir ni un sonido. Con un lento pero decidido movimiento, su varita estaba de pronto en su mano. Harry y Ron se tensaron y se irguieron. Su amiga no solía ser quien sacase la varita. Era quien siempre les decía que no merecía la pena, que ignorasen ese tipo de cosas.

—Dame mi redacción —repitió Hermione. Su voz sonó, de pronto, algo más afectada. Pero seguía transmitiendo toda la entereza que poseía. Que era mucha.

Draco se permitió parpadear. Y apretar las mandíbulas.

Sus ojos se desviaron hacia su izquierda, hacia el resto de su Casa. Zabini estaba allí, contemplándolo con relajado orgullo en sus altivas facciones. Pansy estaba de pie a su lado, y también Tracey y Millicent, y Pucey y Montague, de sexto… Todos observándolo con tranquilidad. Con seguridad. Sabiendo con claridad lo que iba a hacer. Lo que siempre había hecho. Sin preocuparse por ello.

Todos esperaban lo mismo de él. Y debía dárselo.

Malfoy… —repitió Hermione, una vez más. Con más énfasis. Su varita temblaba en su mano, junto a su cadera derecha. Pero era lo único que demostraba lo alterada que se encontraba. Su voz seguía firme. Su rostro, decidido.

Draco devolvió su mirada a la suya. La chica lo atravesaba con sus oscuros ojos. De pronto se sintió muy extraño, casi fuera de lugar. La estaba mirando directamente, delante de todo el mundo. Y tenía que mirarla con desdén. No podía mirarla como lo había hecho últimamente. No podía pegar su frente a la suya y permitirse entrecerrar los ojos, recorriendo su rostro íntimamente. Tenía que fulminarla con la mirada. Tenía que ignorar el dolor que veía en esos ojos. Un dolor que él estaba provocando. Un dolor que, sabía, solo él estaba viendo. Porque ella estaba siendo lo suficientemente cauta como para lucir como si lo odiase. O, quizá, lo odiaba de verdad.

"Y una mierda de persona…"

Sus ojos estaban vidriosos, a pesar de su firmeza. Podía verlo. Y no podía soportarlo.

«No llores… », se sorprendió implorando en su cerebro, sin poder detener sus pensamientos, como si ella pudiera oírle. «Por favor, insúltame, enfádate, maldíceme, pero no llores… por favor…»

Y, con la sensación de una gruesa soga comprimiendo su garganta, deseando estar en posición de apartar los ojos de los de ella para no verla romperse, lo hizo. Tenía que hacerlo.

Malfoy desplegó la redacción y sacó su varita con la otra mano con un movimiento teatral, colocando la punta en el centro del pergamino. Sus finos labios esbozaron una media sonrisa de perversa satisfacción. ¿Una sonrisa creíble? No estaba seguro, lo dudaba mucho, pero esperaba que sí…

Todos los presentes se sobresaltaron. Hermione no se inmutó. Ni siquiera parpadeó. No levantó su varita.

—¡Malfoy, quieto! —gritó Dean, avanzando hacia él, siendo bloqueado por Higgs. Ron alzó sus puños, pero Bletchley sacó su varita y lo apuntó con ella. Harry la sacó también. Nott exhaló, impresionado.

Un círculo carmesí de ardientes bordes apareció en el lugar en el que la punta de la varita estaba apoyada, y fue agrandándose en el pergamino a medida que el fuego consumía el papel lentamente.

Los Gryffindor ahogaron un grito de rabia. Los Slytherins vitorearon a su campeón. Hufflepuff y Ravenclaw murmuraron con indignación. El agujero de bordes ardientes fue aumentando de tamaño, mientras Draco no dejaba de mirar a Hermione a los ojos. Con abierta burla. La chica no se movió. No intentó detenerlo con magia. No cambió su expresión. Solo conseguía mantenerla impávida, de ningún modo furiosa o indignada. Sus ojos seguían cristalinos.

Draco logró afianzar con esfuerzo las comisuras de sus labios y mantener su expresión satisfecha. Casi de forma automática. Apartó la varita para no terminar de reducir a cenizas por completo el ya suficientemente destrozado pergamino, fingiendo que ya era suficiente, y percibiendo cómo la situación se descontrolaba a su alrededor. Los Slytherins rompieron a aplaudir y los Gryffindors se pusieron a gritar, furiosos. Varias personas más sacaron entonces sus varitas.

Una potente voz se alzó de pronto sobre todas las demás:

—¡¿Qué está pasando aquí?! —bramó una escandalizada Minerva McGonagall, abriéndose paso entre los dos cursos para llegar al meollo del asunto. Contemplándolo todo como si fuese necesaria una explicación muy congruente para no castigar a todos inmediatamente.

Todo el mundo empezó a hablar al unísono, y varios señalaron con los índices en dirección a lo sucedido, pero ella hizo callar el alboroto con una simple mirada severa. Recorrió la escena con sus inteligentes ojos hasta descubrir a Malfoy, más pálido de lo habitual, y a Hermione, con los labios apretados, mirándose mutuamente, ajenos a la batalla campal que estaba por disputarse a su alrededor.

—¿Qué tiene en las manos, señor Malfoy? —preguntó la profesora con severidad.

—¡La redacción que Hermione debía entregarle ahora! —gritó Harry antes que nadie—. ¡Ese desgraciado la ha destrozado!

—¡No hay pruebas de ello! —exclamó Parkinson, desdeñosa, componiendo una mueca.

—¡La tiene quemada en las manos, anormal! —le gritó Dean, colérico.

—Cuidado con esa boca, señor Thomas —replicó la profesora, implacable. Sus ojos verdes se clavaron en Malfoy—. ¿Es cierto eso?

El rubio tragó saliva para hidratar su garganta, imposiblemente seca. Casi se había olvidado de cómo se hablaba, de que él tenía la capacidad de hablar. No quería volver a hablar. Nunca más. Pero tenía que hacerlo. Ya que había llegado hasta ahí, debía llegar hasta el final. La poca cordura que le quedaba se lo gritaba en la mente. Debía contentar a sus compañeros si quería salir airoso.

Esbozó su mejor mueca de socarronería.

—No, profesora.

—¿Y cuál es su versión? —preguntó McGonagall, con frialdad, entrecerrando los ojos.

—Granger estaba presumiendo de que su redacción era puro fuego —se burló el rubio, fingiendo una sonrisa afectada—. Yo solo quería demostrarle que aún no lo era. Pero ahora sí. De nada —añadió, mirando a la chica con su mejor expresión mordaz.

Hermione no movió ni un músculo, ni mucho menos dijo nada. Tampoco apartó sus ojos de él. Ron, con los ojos abiertos como platos de incredulidad, bufó como un toro e hizo ademán de lanzarse hacia Malfoy. Y lo hubiera alcanzado de no ser porque Harry y Seamus lo sujetaron del cuello. Al límite de la asfixia, pero sin dejar de forcejear, se le entendieron claramente las palabras "Malfoy" y "Puta". Los Slytherins estallaron en silenciosos gesto de apoyo y diversión hacia el rubio, tras la profesora.

Pero McGonagall ya había tenido suficiente.

—Señor Malfoy, está usted castigado. Mañana por la tarde, a las seis, en mi despacho. Y le adelanto que las excursiones a Hogsmeade se han terminado para usted. Agradezca que no le envíe a ver al director. No voy a tolerar ni su impertinencia ni su comportamiento infantil. Señor Weasley, compórtese o irá a hacerle compañía. Y usted, señorita Granger, no se preocupe —se acercó a Malfoy y le arrebató los restos de pergamino de las manos—. Repararé su redacción y la puntuaré normalmente. No tendrá que repetirla. Y, ahora, los de séptimo vengan conmigo a clase, y el resto vayan a donde corresponda. Inmediatamente y sin excusas.

La profesora se internó en el aula con pasos firmes, y con la redacción de la chica en la mano, dejando a sus alumnos hablando todos al mismo tiempo en el pasillo. Los Slytherins de sexto curso se alejaron por el pasillo, felices y contentos, mientras que los de Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff parecían dolidos. Ginny tenía su varita en la mano y, a juzgar por su expresión, Harry estaba convencido de que iba a hacerle a Higgs uno de sus famosos Maleficios de Mocomurciélagos en cuando estuviesen lo bastante lejos de McGonagall. Los de séptimo entraron uno a uno en el aula de Transformaciones, con estados de ánimo parecidos a los de sus compañeros más jóvenes.

Hermione se agachó para recoger rápidamente los libros y pergaminos que aún tenía en el suelo. Su espeso cabello no permitió que viesen su rostro.

—Hermione, deja que te… —ofreció Ron, agachándose a su lado, sin llegar a completar su ofrecimiento.

—Tranquilo, Ron, ya está —se escuchó que decía Hermione, por detrás de su espeso cabello. Con voz completamente impersonal. Y serena. Demasiado serena para ser natural.

Acto seguido, se puso en pie de un salto, con todos sus bártulos en las manos, y se dirigió a la puerta a grandes zancadas. Parvati se apartó a un lado, permitiéndole entrar a ella primero, contemplándola con compasión.

—Hermione… —llamó también Harry con suave preocupación, sin obtener respuesta. La chica ya había desaparecido por el umbral de la puerta. Tras mirar fugazmente a Ron, entró en el aula rápidamente tras su amiga.

A Draco le estaba costando reclutar las fuerzas necesarias para echar a andar hacia la entrada del aula. Estar apoyado contra la pared era más fácil. De hecho, la tentación de dar media vuelta y caminar en dirección contraria era enorme. Quería largarse de allí. Pero hubiera resultado llamativo. Se suponía que no debía estar afectado en absoluto…

Tenía que fingir. Tenía que fingir…

Mientras sus compañeros más jóvenes pasaban por su lado, una figura se plantó súbitamente ante él. La joven rubia, a la cual llamaban Lunática Lovegood, pero que él había bautizado en su mente como la Loca de los Torposoplos, lo contempló con súbita firmeza en su, normalmente, serena expresión. Sus grandes y protuberantes ojos lo contemplaron con indignación, y sus labios se fruncían en un puchero rabioso. En sus orejas rebotaban unos pendientes con forma de rábano.

—Draco Malfoy —espetó la joven, con voz muy suave, casi etérea, pero con un tono de firmeza, que, Draco estuvo casi seguro sin apenas conocerla, no utilizaba muy a menudo—, eso ha sido muy cruel. Hermione no se merecía eso. Ella nunca te hubiera hecho algo así. ¿Sabes?, ten mucho cuidado esta noche, porque es posible que una banda de Nargles te visiten. Es muy posible que te estén esperando bajo tu cama. Y te darán tu merecido. Quedas advertido.

Y, sin esperar respuesta por parte del incrédulo chico, la muchacha se alejó con la barbilla bien alta, como si acabara de dejar caer la peor de las amenazas. El rubio se permitió, dentro de su apático estado anímico, sentirse desorientado.

¿Qué diantres era un Nargle?

Nott, al lado de Draco, también parecía haberse quedado ligeramente desconcertado ante la amenaza de la chica. Vacilante de si debería ser tomada en cuenta o, como al aspecto de la joven sugería, ser tomada por los delirios de una loca.

Se giró hacia Draco, a tiempo de ver cómo éste echaba a andar por fin hacia el aula. Avanzó tras él, alcanzándolo en el marco de la puerta.

—Draco… —murmuró, con tono entrecortado.

—Cállate, Nott —pidió el joven Malfoy, con voz áspera. Sin girar la cabeza—. Por una vez en tu vida… cállate.


Hermione fue la última en salir de la clase de Transformaciones. Para cuando lo hizo, casi cinco minutos más tarde que el resto, no había nadie en los pasillos del segundo piso. Harry y Ron se habían ofrecido a esperarla, pero ella les había recordado que tenían una hora libre que pensaban invertir en el Quidditch, y les ordenó sin vacilar que se fueran. Dejándoles caer de forma sutil que agradecería estar sola un rato.

La profesora McGonagall había insistido en hablar con ella después de clase para asegurarle con total seriedad que iba a puntuar su redacción normalmente, y que el destrozo causado por Malfoy no alteraría nada en absoluto. La chica no estaba verdaderamente afligida por su redacción, pero la profesora debió de haberse fijado en la expresión desolada que la joven había lucido durante toda la clase y habría supuesto que era por eso. Hermione se había pasado toda la hora conteniendo las ganas de llorar ante sus amigos, compañeros y profesora. Pero ahora, sola en medio del pasillo, pudo por fin desahogarse. Respiró hondo y dejó que sus ojos se llenaran de lágrimas sin remordimientos. Se empañaron, las vio brillar en su párpado inferior, pero éstas no llegaron a caer. Llevaba tanto tiempo conteniéndose que ahora no lograba llorar. Parte del dolor había disminuido.

Volvió a respirar hondo. Parpadeó, eliminando el húmedo residuo y se irguió, recomponiéndose. Echó a andar por el pasillo con paso firme, dispuesta a olvidar lo sucedido. Dispuesta a no darle ninguna importancia. Ahora mismo, no podía pensar en ello. No se sentía en condiciones de analizar nada, ni decidir nada. No sabía qué significaba lo que había sucedido, o quizá no quería saberlo. De modo que se permitió aplazar tomar una decisión de cualquier tipo.

Malfoy acababa de tratarla como siempre había hecho. Eso parecía significar que su efímera y turbulenta relación, definitivamente, había tocado a su fin...

Entre clase y clase había un tiempo de descanso de unos quince minutos, por lo cual tenía unos diez si quería llegar a tiempo a clase de Aritmancia. Prefirió concentrar su mente en pensar que, si se daba prisa, podría bajar primero a las cocinas y pedirles a los elfos que le diesen algún bocadito. No lo haría en condiciones normales, y sabía que eso provocaría que llegase unos minutos tarde a clase, pero comenzaba a sufrir dolor de estómago del hambre que sentía. Mientras bajaba las escaleras hacia la planta baja, repasó mentalmente que no se le había olvidado leer los capítulos que la profesora Vector había mandado de deberes para Aritmancia, y, cuando estuvo segura de que no era así, suspiró con alivio. Odiaba olvidarse de hacer los deberes. Era una sensación muy, muy desagradable. La hacía sentirse improductiva, casi holgazana. Indigna de estar estudiando en tan ilustre colegio. Nunca antes le había pasado y se juró a sí misma que no volvería a pasar.

Terminó de bajar unas últimas escaleras, y enfiló ya la planta baja. No se cruzó con prácticamente nadie; la mayoría de los alumnos estaban dentro de las aulas. Aceleró un poco el paso, intentando llegar lo menos tarde posible a clase, y, sumida en sus pensamientos, no asimiló en un primer momento cómo una mano la aferraba firmemente de su brazo izquierdo. Sintió un tirón, y trastabilló mientras la arrastraban lateralmente, sin darle tiempo a reaccionar. Se vio traspasando el umbral de una puerta hacia la oscuridad, y al momento siguiente, el ruido de un portazo. Ahora sí reaccionó. Y sintió la alarma apoderarse de ella. Un par de candiles se encendieron mágicamente ante la presencia de ella y su misterioso secuestrador. Clavó sus ojos en la persona que todavía la estaba sujetando del brazo, y casi sufrió un infarto al ver de quién se trataba.

—Malfoy —jadeó, descompuesta. No se molestó en mirar alrededor. Draco invadía el cien por cien de su campo visual. Recuperó su aplomo un segundo después—: ¿Qué crees que haces? ¿Cómo te atreves a secuestrarme de esta manera?

Los ojos del chico estaban clavados en los suyos. Firmes. Acelerados. Apenas se movían para recorrer el rostro de ella. Apenas se separaban de los suyos. Su rostro lucía impaciente. Su expresión corporal, rígida. Hermione podía ver la tensión de sus hombros, y sentir la fuerza con la que su mano se ceñía a su brazo a la altura del codo.

—Quiero hablar contigo —replicó él, cortante. Sus espejos grises brillaban en la penumbra. Hermione exhaló su aliento.

—Me parece estupendo, pero yo no tengo nada que hablar contigo —espetó ella, por inercia. Sin pensar. Furiosa. Por muchas razones—. Así que déjame en paz —tiró de su brazo para que él lo soltara, e intentó avanzar un par de pasos hacia la puerta, pero él no aflojó su agarre. Hermione lo miró con renovada irritación—. Déjame salir inmediatamente.

—No hasta que me escuches —declaró Malfoy, tirando a su vez de ella para volver a colocarla frente a él. Hermione sintió que su cuello se calentaba.

—¿Escucharte? No quiero oír absolutamente nada —soltó, sofocada—. ¡Suéltame inmediatamente o… o…!

—¿O qué? —masculló él, con frialdad. Sin alterarse. Sin dejar de contemplar sus ojos. Hermione enrojeció aún más. Era la misma pregunta desdeñosa que le había hecho antes de quemar su redacción sin pestañear. Y sintió que su paciencia se desbordaba.

—¡Te he dicho que me sueltes, Malfoy! ¿Quién te has creído que eres? —forcejeó con más énfasis, y, al no obtener resultados, y únicamente sentir que los dedos del chico se clavaban en su brazo en su empeño por mantenerla quieta, decidió utilizar su otro brazo para tratar de empujarlo—. ¡Suéltame…!

Golpeó su pecho con el antebrazo, pero apenas lo hizo retroceder. Draco logró sujetar su otro brazo para poder controlarla, dejando escapar un jadeo frustrado.

—Granger… —farfulló él, con frustración, intentando mantenerla quieta sin usar demasiada fuerza. Pero entonces Hermione, sin hacerle ni caso, y viendo que no lograba apartarlo de ella con sus manos, intentó darle patadas—. ¡Granger!

—¡Que me sueltes…! —gritó Hermione, ciega de rabia, tirando con fuerza de sus brazos—. ¡AYUDA! —aulló entonces, lo más fuerte que pudo, en un arranque de inspiración—. ¡QUE ALGUIEN ME AYUDE! ¡ESTOY ENCERRADA!

Malfoy abrió los ojos como platos, estando a punto de soltarla de golpe ante semejante truco. No la creía capaz de hacer algo así. Quería que alguien viniese a buscarla para que él se viese obligado a irse a toda velocidad. Sabiendo que no podían encontrarlos allí juntos. Lo consideró un golpe muy bajo.

—¿Te has vuelto loca? —exclamó él, furiosamente incrédulo.

—¡SOCORRO, NO PUEDO SALIR! —insistió ella con firmeza, fingiendo una aguda y preocupada voz, sin dejar de fulminarlo con la mirada.

—¡Granger!

—¡AYUDADME! ¡NO PUEDO ABRIR LA…!

No pudo terminar la frase. El chico, incapaz de silenciarla de ninguna manera al estar sujetándola de los brazos con ambas manos, la atrajo hacia él y plantó su boca contra la suya duramente, obligándola así a enmudecer. Hermione abrió mucho los ojos y sus últimas protestas se convirtieron en un amortiguado gruñido contra sus labios. Entonces, en un arranque de ira, comenzó a golpearle el pecho con los puños, tratando de alejarlo. Farfullando contra su boca. Draco separó sus labios de los de ella al ver su reacción, y, aturdido, permitió que la chica se librase por fin de su agarre de un firme tirón. No intentó volver a sujetarla, y se limitó a cerrar sus puños a ambos lados de sus caderas. Jadeando casi tan rápido como ella.

Sin embargo, Hermione no intentó huir. Tampoco volvió a gritar fingiendo necesitar ayuda. Se mantuvo quieta delante de él. Jadeante. Frenética.

—¿Cómo… cómo te atreves? —gritó la chica, enajenada y temblorosa. Sentía los labios húmedos, y el rostro muy caliente y brillante—. ¿Cómo te atreves a besarme después de lo que me has hecho? ¡Ni se te ocurra pensar que puedes hacer conmigo lo que se te antoje, Malfoy, ¿me oyes?! ¡Más te vale respetarme!

Se hizo el silencio, solo roto por las respiraciones entrecortadas de ambos, siendo la de Hermione considerablemente más sonora. Se limitaban a mirarse fijamente; inexpresivo él, indignada ella. No se escuchaba nada fuera. Los gritos de Hermione no habían atraído a nadie.

Al final, él rompió el silencio.

—No quería quemar tu redacción —dijo, en voz baja pero clara. No apartó la vista.

Hermione bufó, todavía acelerada.

—Pues lo has demostrado bastante mal —replicó ella, hostil. La voz seguía temblándole de pura cólera—. Vaya justificación… No me interesa ahora mismo oír tus disculpas, Malfoy.

—No era una disculpa —replicó el chico, entre dientes, ásperamente. Hermione lo contempló casi con desmayo.

Oh, por favor… —jadeó, incrédula, volviendo a girarse hacia la puerta como si pretendiera marcharse.

—¡Vale, de acuerdo! —exclamó él con más fuerza, avanzando un paso hacia ella, bloqueando parcialmente su huida—. No quería hacerlo, ¿de acuerdo? Maldita sea, sabes perfectamente que no tenía elección, no podía negarme…

—¡Siempre hay elección! —repuso Hermione. Al haber estado chillando, ahora le era más difícil bajar el tono de voz.

—¡No, no la hay! ¡No para mí! ¡Granger, sabes perfectamente cuál es mi situación, yo no puedo sacarte la cara! ¡No puedo defenderte! ¡Me juego demasiado! —exclamó Malfoy. Y su tono sonó de pronto tan apasionado que Hermione no se sintió capaz de interrumpirle—. Todos mis compañeros estaban ahí, si hubiera vacilado habrían… pensado cualquier cosa, sospechado algo… Tenía que disimular. ¡Tengo que guardar las apariencias, y tú lo sabes! ¡Tanto por tu bien como por el mío! ¡Sabías cómo estaban las cosas cuando accediste a hacer esto! No puedes pedirme que me enfrente a todos, porque esto no es lo que acordamos…

Hermione tragó saliva, sin inmutarse. Con el corazón retumbando en su pecho. Con las manos temblando. Y expresión firme.

—Gracias, pero todo eso ya lo sabía —sentenció con frialdad. Volvió a girarse sobre sus talones, quedando de nuevo de cara a la puerta—. No hay nada que aclarar. Si me disculpas…

—Oh, y una mierda —dejó escapar él, irritado, avanzando otro paso para cogerla del codo y obligándola a girarse de nuevo—. Joder, estoy intentando…

Hermione dejó escapar un jadeo afectado, soltándose de nuevo de un tirón. Pero no intentó alejarse. Lo miró con las pupilas en llamas.

—¿Qué? ¿Qué estás intentando? —saltó ahora ella, con emoción contenida, haciéndolo enmudecer—. ¿Qué quieres de mí? ¡Lo sé, Malfoy, lo sé todo! ¡Lo entiendo todo! ¡Sé perfectamente todo lo que te estás jugando! ¡Yo no quiero que seas mi príncipe azul, mi héroe, que me defienda de los malvados! ¡Nunca te lo he pedido, ni necesito que lo hagas!

—¿Entonces qué esperas que haga? —repuso él, subiendo el tono de voz—. ¿Qué hago cuando me obliguen a tratarte como se supone que debo hacerlo? ¿Qué excusa creíble pongo? ¿Qué cojones les digo?

—¡No lo sé! —gritó Hermione, su voz quebrándose en medio de la breve frase. Su voz sonó tan fuerte que el silencio que siguió a su grito fue muy denso. Repitió en voz algo más baja—: No lo sé.

Guardaron un largo silencio. Mirándose mutuamente. Draco se mordió el carrillo por dentro de la boca. Apartó la mirada, parpadeando de forma distraída. Como si estuviera buscando, sin esperanzas, una solución que no existía.

—Creí que sería más fácil —murmuró entonces, casi para sí mismo. Pero en voz suficientemente alta como para que ella lo escuchase—. Cuando acordamos que todo seguiría igual de cara a los demás, no me imaginé que iba a ser tan difícil. Que podría costarme guardar las apariencias.

Hermione lo miró a los ojos aunque él no la miraba. Sintió un vuelco en su corazón. A Malfoy le había costado lo que había hecho. No lo había disfrutado. No como lo hubiera hecho antes.

Habían cambiado muchas cosas.

—Yo tampoco fui consciente —murmuró Hermione. Y su voz se entrecortó ante sus propias palabras. Pero entonces dejó escapar un jadeo afectado, volviendo a fruncir el ceño—. Pero todo esto es absurdo. ¿Crees que lo sucedido con la redacción me importa lo más mínimo? Te recuerdo que llevábamos nueve días sin hablarnos —espetó, y su voz se resintió por la emoción que volvía a invadirla—. ¿Acaso lo que acaba de suceder cambia algo?

Malfoy la contempló durante unos instantes, mudo. Como si el hecho de que la chica llevase la cuenta de los días que habían estado separados lo hubiera dejado sin habla. Hermione veía su pecho subir y bajar con rapidez, respirando con dificultad. Lo vio apretar y aflojar sus mandíbulas, y tragar saliva.

—No —murmuró, entre dientes. Con frialdad—. Pero necesitaba dejarte claro el por qué de lo que ha sucedido antes de clase.

—¿Por qué? —espetó Hermione, con voz temblorosa.

—Porque, si vas a odiarme, hazlo por un motivo lícito y no algo que he hecho contra mi voluntad —le espetó, elevando el tono de voz. Hermione exhaló el poco aliento que le quedaba.

—¿Como tu actitud cuando no acudí a tu encuentro por un imprevisto repentino? —ahora fue el turno de la chica de articular esa fría frase entre dientes. Malfoy tardó en reaccionar. Se mantuvo muy quieto, escrutándola con la mirada. Sin esbozar ninguna mueca en particular. Ninguna emoción en particular. Solo una gélida y rígida tensión.

—Por ejemplo —susurró, sin apenas mover los labios.

Hermione no parpadeó. Ni siquiera estuvo segura de qué expresión componer. Lo vio dejar escapar el aire pesadamente por la nariz y retroceder un par de pasos hasta apoyar la parte baja de su espalda en el borde de una mesa. Se cruzó de brazos, apartando la mirada a un lado.

—Supongo que es evidente que todo esto es demasiado complicado —comenzó el chico, en voz baja y seca. Impersonal. Como si lo estuviera leyendo en un papel—. Estamos arriesgando todo por…

Malfoy siguió hablando, pero Hermione no estaba escuchando ni una sola palabra. Sus ojos estaban fijos en la mesa sobre la que Malfoy se había apoyado. Una larga mesa. Muy larga. Rodeada de sillas. Eso no estaba bien… No alcanzaba a comprender por qué, pero no era lo que se suponía que debía haber allí. ¿Y dónde era "allí"?

Hermione miró alrededor, sintiendo un zumbido en los oídos.

No podía ser posible.

—Malfoy… —llamó, con un hilo de voz, por suerte lo suficientemente alto como para que él la escuchase.

—… porque creí que… —el aludido enmudeció con brusquedad, mirándola ceñudo por haber sido interrumpido—. ¿Te importa esperar a que termine de?

—¿Dónde estamos? —balbuceó ella, sin hacerle ni caso. Y ahora él pudo apreciar el pánico en su voz. Pero no alcanzó a darle importancia, perdido todavía en su propio discurso.

—¿Y yo qué sé? —masculló él, indiferente. Sus ojos echaron un despistado vistazo alrededor, pero su cerebro no retuvo nada de lo que vio—. Me he quedado en esta planta por si había suerte y aparecías sola… Y, en cuanto te he visto, te he metido en esta aula para poder…

—Es que esto no es un aula —gimió Hermione, con voz temblorosa—. ¡Es la Sala de Profesores!

Sus palabras tardaron unos segundos en llegar al cerebro del chico. El cual se activó al instante. Sus ojos grises se desenfocaron. Dio un súbito respingo, y, ahora sí, recorrió con sus ojos el lugar. Se separó a toda prisa de la mesa y dio una especie de vuelta sin moverse del sitio, observándolo todo. Ella tenía toda la razón.

—No me jodas —murmuró, aturdido, observando atónito la gran mesa alargada rodeada de sillas que tenían al lado—. Mierda.

—¡Los alumnos no pueden entrar a la Sala de Profesores! ¡Está prohibido! ¡¿Cómo has podido traerme aquí?! —le recriminó ella, furiosa.

—¡Te he dicho que ni he mirado dónde nos he metido! —se defendió el chico, rabioso—. ¿Por qué diablos estaba abierta la puerta?

—¡Eres un inconsciente! ¡Por tu culpa nos pillarán aquí, y nos…!

No terminó la frase, y Malfoy entendió el por qué. Fuera se oían voces, cada vez más cercanas.

—No te preocupes, Filch, seguro que Hagrid lo solucionará… —decía una severa y femenina voz. Draco y Hermione clavaron sus frenéticos ojos en los del otro.

—McGonagall —siseó él, reconociendo la voz. Hermione pareció capaz de desmayarse. Su boca se abrió por completo.

No… No, no, no…. ¿Qué hace aquí? ¡Debería estar en clase! —gimió Hermione, horrorizada. Mientras daba pequeños pasos, de forma torpe, sin moverse apenas del sitio—. Y… y fuera debía haber gárgolas custodiando la puerta, ¿por qué no nos han impedido la entrada…?

Pero un repentino y urgente "chist" por parte de Draco la hizo enmudecer. El rostro del chico lucía tenso, y su rubio ceño fruncido. Estaba escuchando atentamente el exterior, y Hermione, incrédula, se preguntó cómo podía estar perdiendo el tiempo escuchando en lugar de buscar una rápida solución a su problema. Como si no estuvieran a segundos de meterse en un lío gordísimo.

—¿… y qué os ha pasado a vosotras dos? —oyó entonces Hermione que estaba diciendo la aguda voz de Flitwick, desde fuera—. ¿Quién os ha hecho eso? ¡Fregoteo!

—¡Ay, señor, gracias! —masculló una voz chillona. Se oyó otro murmullo cargado de alivio, de un tono similar—. Por fin…

—¿Qué os ha pasado? —repitió la misma voz, la de Flitwick.

—Ha sido Peeves, profesor. Ha venido con una cerbatana llena de tinta y nos ha puesto unas burbujas encima. Llevábamos horas sin ver nada…

—Ni oír —apostilló la otra voz, igualmente aguda—. Aún tengo tinta en los oídos… ¿Podrían…?

—Esto es inadmisible… —dijo otra voz, notablemente más grave. La de Snape.

—Ahí lo tienes —murmuró Malfoy, como si hubiera resuelto un interesante misterio. Fuera se oían varias voces que hablaban al mismo tiempo—. No nos han visto entrar…

Hermione giró el rostro hacia él y lo miró con enajenación.

—¡Qué importa eso! —chilló ella, en un susurro una octava más alto de lo normal—. ¿Qué hacemos ahora? ¡Están a punto de entrar!

Efectivamente, la manilla de la puerta tembló, arrancándoles un estremecimiento. Pero la puerta no se abrió. Parecía como si McGonagall se hubiese apoyado en ella mientras terminaba de hablar con alguien. Hermione, horrorizada, miró alrededor, buscando con desesperación cualquier escondite. La parte inferior de la larga mesa llamó su atención y se lanzó hacia allí, para poder escrutar de cuánto hueco disponían. Draco, por su parte, se dirigió sin vacilar hacia otra zona de la habitación. Hermione, mientras apartaba una de las sillas para mirar debajo de la mesa, escuchó el crujir de una puerta.

—El ropero —escuchó que jadeaba Malfoy—. Metámonos aquí…

Hermione se giró para mirar en su dirección. Lo vio sosteniendo abierta la puerta de un viejo y destartalado ropero. Alcanzó a ver, en su poco espacioso interior, una docena de gruesas pieles y capas de invierno. La chica palideció.

—¿Has perdido la…?

—¿Prefieres que nos pillen aquí plantados? —masculló entre dientes, irritado, con un pie dentro del mueble—. ¡Pues allá tú! ¡Yo no tengo intención de que me expulsen!

Hermione miró la puerta tras la cual se encontraban los profesores una última vez, luchando contra su cordura, y después prácticamente se lanzó dentro del ropero de madera negra. Justo cuando ambos cerraron la puerta doble tras ellos, escucharon la manilla de la puerta de entrada crujir al accionarse.

Tanto Draco como Hermione se arrodillaron y apretaron contra el fondo del armario, intentando ocupar el mínimo espacio posible. Contuvieron la respiración mientras se oían pasos y voces afuera, además de un ruido de sillas arrastrándose. Hacía mucho calor, rodeados como estaban de cálidas ropas de invierno que olían a humedad. El chico notaba el hombro de Hermione temblar contra el suyo.

—Lo primero —dijo la voz de McGonagall, tan claramente como si estuviese junto a ellos—, buenos días a todos, y gracias por interrumpir vuestras clases. Os prometo ser breve para que puedan volver a ellas lo antes posible. Dumbledore me ha pedido que os reúna inmediatamente a los Jefes de las Casas para informarles de que acabamos de recibir una carta del ministerio rechazando nuestra petición de colocar nuevos hechizos protectores en la zona Suroeste, para mayor seguridad del colegio.

Se escuchó un murmullo reprobatorio.

—¿Han dado algún motivo? —cuestionó la grave voz de Snape.

—Que no lo consideran necesario. Con la protección estándar debería ser suficiente, según ellos.

—La situación ahora mismo no es la misma de siempre —protestó la firme voz de la profesora Sprout—. Nunca hemos estado bajo un riesgo semejante. Quien-Ustedes-Saben anda suelto por ahí. Está adquiriendo poder. Y Hogwarts es un trofeo interesante para él. Especialmente encontrándose el señor Potter en el castillo.

—Coincido contigo, Pomona. No hay previsión de ningún ataque por parte de Quien-Ustedes-Saben, ni sus seguidores, pero toda precaución es poca. Por lo tanto, es de urgente prioridad que seamos nosotros mismos quienes nos encarguemos de la protección de dicha zona, y debo pedirles encarecidamente que se haga con discreción. Nos estamos enfrentando a una orden directa del ministerio. Aquí tienen —se escuchó el susurro de unos pergaminos— los encantamientos que el profesor Dumbledore ha considerado que serían esenciales. Pero me ha asegurado que está abierto a sugerencias…

Se oyó un murmullo general de aprobación, y empezaron a oírse sugerencias de hechizos, dudas, y propuestas de cómo repartir el trabajo. Draco tenía los ojos muy abiertos, al igual que la boca. El miedo de ser atrapados allí fue sustituido por una intensa euforia. Estaba asistiendo en secreto a una reunión privada del profesorado. Se estaban discutiendo asuntos referentes a la seguridad del castillo. Era su oportunidad de averiguar algo útil para su misión. No podía creer su buena suerte.

Sin perderse una palabra de la conversación, miró hacia la derecha, tratando de ver el rostro de Granger. Recordando su presencia allí. No le costó demasiado, pues la joven estaba agachada en el centro del armario y una franja de luz se colaba por el diminuto hueco entre las puertas cerradas, iluminando su rostro. La chica al parecer veía lo que ocurría en la habitación a través del estrecho espacio entre las puertas, pues sus brillantes y oscuros ojos, muy abiertos, se movían con rapidez.

Draco continuó oyendo las voces de los profesores, pero ya no entendía lo que decían. Su cerebro se había desconectado. O, peor, había decidido que tenía otras prioridades más importantes que el hecho de asimilar información que muy probablemente le salvase la vida. Ahora solo era capaz de registrar el perfil de Granger, y dejó de lado cualquier otra acción del exterior. Contempló la línea recta de su frente, la curva de su pequeña nariz, y la forma de sus labios entreabiertos. Draco era capaz de escuchar su rápida respiración escapando por su boca. La chica respiraba muy fuerte. Era increíble que los profesores no la escuchasen. Su abultado cabello tapaba parte de su rostro, y la franja de luz iluminaba algunos mechones, aclarando su color castaño. La tenue iluminación le daba un aspecto cremoso a su piel. Parecía más pálida de lo habitual, o quizá lo estaba. Él se sentía algo mareado.

Draco vio entonces que algo se movía dentro del armario, y tardó dos ridículos segundos en comprender que era su propia mano, que se acercaba por voluntad propia hacia Granger. Ella no notó nada todavía, atenta como estaba a lo que ocurría fuera de allí. Sus dedos se detuvieron a milímetros de su rostro, sin tocarla, incapaz de reunir el valor necesario para rozar esa piel prohibida. Esa piel que ya había rozado en otras ocasiones. Pero que llevaba nueve días sin acariciar.

Una estruendosa voz en su mente le recordaba a gritos que no podía hacerlo, que acababan de tener una nueva discusión, que todavía no habían solucionado nada de lo sucedido, que posiblemente no llegasen a solucionar nada, que no podía mostrar semejante debilidad… Que algo así sería indigno y humillante para alguien de su posición y estatus. Que no era coherente que la estuviese mirando así. Que no podía sentirse así por ella...

¿Y cómo se sentía, exactamente?

"Creo que me hace… sentir bien."

Antes de poder evitarlo, el dorso de sus dedos estaba rozando su suave mejilla. De una forma tan sutil que estuvo seguro que le provocó unas incómodas cosquillas. La chica sufrió un brusco estremecimiento y giró el rostro al instante para mirarlo, sobresaltada. Se encontró con sus grises ojos, iluminados de forma apenas visible dentro del armario. Su ceño castaño se frunció, tanto de desconcierto como de rencor. Como si estuviese intentando entender su mirada. Y Draco no estaba seguro de cómo la estaba mirando. No controlaba su rostro. No controlaba nada de sí mismo.

Actuando su cuerpo de nuevo por voluntad propia, Draco acercó más su rostro al de ella, lentamente. Hasta que sintió que su respiración golpeaba el rostro de la chica. Hermione, a pesar de seguir mirándolo con resentimiento, no se alejó. Ahora ya no la escuchaba respirar, había cerrado sus labios. Pero veía su pecho subir y bajar con rapidez. Ella no se echó hacia atrás ante su cercanía, ni tampoco lo apartó. Eso le dio el valor suficiente como para proseguir, poniendo una mano en la boca de su conciencia. Arrastró las rodillas por el suelo de forma silenciosa para girarse más y quedar así de cara a la chica y no a la puerta del armario. Se acercó al máximo a sus labios, rozándolos tentadoramente. Sintiendo la punta de su nariz rozar con la suya. Ella no se inmutó; pero sí cerró los ojos, sin poder evitarlo. Ante ese gesto inconsciente, Draco se inclinó un poco más y presionó sus labios contra los suyos. Un beso firme, solo uniendo sus bocas.

Hermione inhaló de forma temblorosa cuando él puso fin a la incitante cercanía. Los labios del chico comenzaron a moverse contra los suyos, pero no fue el beso que ella había esperado. Era suave. Y lento. Muy lento. Apenas cuidadosos roces de labios. No era un beso erótico, no estaba siendo apasionado. No parecía buscar nada más que el contacto con su boca. Tenerla cerca. Y ese pensamiento atravesó el cuerpo de Hermione como si un rayo hubiese caído sobre su cabeza. De pronto, perdida en su proximidad, Hermione pensó, acallando a su razón, que ella le importaba. Si no lo hiciese, no se hubiera molestado en ir a buscarla después del incidente con su redacción de Transformaciones. No se hubiera esforzado en insistir en hablar con ella a pesar de su poca disposición. No le estaría dando un beso semejante. Un beso tan suave, sin buscar apagar ninguna llama de pasión. Eran movimientos cautos, pero firmes. Cargados de tanto sentimiento que la chica casi no pudo contener un sollozo. Ella le importaba.

Dejándose llevar por esas conclusiones, Hermione movió sus propios labios contra los de él, correspondiéndole, girándose también para quedar frente a frente. Arrastrando, al igual que él, las rodillas por el suelo del armario. Sintió que Draco, arrodillado ante ella, separaba sus piernas, haciéndole hueco para poder estar más cerca. Animado al parecer al verse correspondido, el joven alzó ambas manos y le sujetó el rostro, abarcándolo casi por completo con ellas. Acercándolo más al suyo para profundizar el beso. La chica sintió que los pulgares de Malfoy acariciaban sus mejillas, y sintió un escalofrío recorrerla ante la sensación. Ante la ternura de semejante gesto, que casi hizo que se olvidase de seguir moviendo sus labios. Las manos de Hermione también cobraron vida, pero solo se atrevieron a sujetarse a los codos alzados del chico. No estaba segura de lo que estaba sucediendo, pero no quería parar. No había nada que pudiese interrumpirles. Estaban escondidos en aquel ropero, quién sabía por cuánto tiempo, y nada podía detenerlos. Ni siquiera ellos.

Las manos del chico abandonaron el rostro de ella. Las sintió descender por su cuello y apoyarse en el lateral de sus hombros. Dedicándoles un suave apretón. Reconfortante. Como si necesitase apretar su cuerpo para asegurarse de que era real. Que estaba ahí. Siguió después descendiendo, acariciando la tela de sus mangas con las palmas, hasta colar las manos entre sus brazos y su cuerpo, alcanzando su cintura. Palpándola con dificultad por encima de la ancha túnica negra del uniforme escolar, arrugada además por la posición. Ella, aun así, se estremeció en medio del beso por la sensación. Pero no pensó ni por un segundo en alejarse.

Hermione movió entonces sus propias manos, ahora que intuía que tenía más espacio, y las dejó caer sobre el pecho del chico. Sintió la gruesa tela de la túnica, la seda de la corbata, y el algodón de su camisa a pesar de la oscuridad. Y también el calor de su piel bajo las palmas. Podía sentir su respiración haciéndolo ascender y descender, dotándolo de movimiento, de vida.

Las manos de Draco se estiraron un poco más y pasó de su cintura a sus costados, delineando su espalda. Hermione sentía que algo más caliente que la sangre le estaba recorriendo las venas, abrasando su piel en los lugares en los que él la tocaba. Permitió que sus propias manos vagasen por el cuerpo del chico, queriendo hacerle sentir lo mismo. Dejó de mantenerlas apoyadas en su pecho y se permitió palparlo con cautela. Con más confianza. Ascendió con ellas, hasta sentir la piel desnuda del final de su garganta bajo sus dedos. Continuó su camino, acariciando su cuello. Lo sintió húmedo. Draco estaba sudando. No podía culparlo, ella misma se sentía terriblemente sofocada. Tanto por la situación, como por las gruesas túnicas de invierno y peludos abrigos que los rodeaban. Acabó tomándole el afilado rostro con ambas manos, acariciando con ellas su pálida piel, como él había hecho con el suyo instantes atrás.

En medio de la penumbra del armario, y de la total oscuridad que le conferían sus ojos cerrados, su sentido del tacto se encontraba agudizado. Hermione notó bajo la yema de sus dedos la zona de la mandíbula del chico algo más áspera que el resto de su piel, y en ese momento cayó en la cuenta de que probablemente se afeitaba. Era un descubrimiento carente de relevancia, pero se dio cuenta de que nunca se había parado a pensar en ello. En que el chico realizase tareas tan cotidianas. Tan humanas. Que estaba dejando de ser un adolescente, aproximándose a la edad adulta.

Víctima de un inusual arrebato, llevó sus manos un poco más arriba, hasta alcanzar su rubio y lacio cabello. Enterró sus dedos en él. Despeinando su parte posterior. Tiró un poco de los mechones, y se sintió en la necesidad de clavarle las uñas, utilizando la poca cordura que le quedaba para no apretar demasiado, cuando Draco aumentó la velocidad del beso, inclinándose hacia ella. Hermione agradeció la fuerza que el joven poseía en los brazos, y con los cuales la mantuvo enderezada, porque estaba casi segura de que se hubiera caído de espaldas ante su ímpetu. Hermione sentía la pesada respiración del chico contra su boca cuando se detenía los segundos justos y necesarios para tomar aliento. Para después volver a embestirla con su mandíbula. Ahora con tal fervor que llegó a arrancar un gemido de los labios de la chica, aunque por suerte los de él ahogaron el sonido. Hermione sintió una gota de sudor resbalar por su espalda, cosquilleando contra su columna. Y otro cosquilleo entre sus piernas que la estaba haciendo casi retorcerse en su lugar.

Abandonó el cabello del chico y alargó los brazos para poder rodear su cuello con ellos. Acercándolo más a sí misma. Al sentir que los dientes de Draco se cerraban en torno a su labio inferior, la joven jadeó contra él, apretando los muslos. Temblando. Él lamió su labio y volvió a morderla sin piedad. Ella abrió la boca, para encontrarse con la ardiente y húmeda lengua del joven. Sintió como si algo grande aleteara de pronto, con fuerza, dentro de su pecho. Era la primera vez que se besaban así, que sus besos llegaban más allá de apasionados encuentros de labios y dientes, y la chica no pudo evitar tener el inesperado pensamiento de que iba a estropearlo por su inexperiencia. Que el beso iba a volverse torpe, o poco agradable, por su culpa. Pero no tuvo tiempo de detenerse o vacilar, pues no tardó en sentir cómo el chico reducía la violencia del beso. Para acariciar su lengua con la suya con lentitud, de forma sutil, intermitente, guiándola y tanteándola. Haciendo que el rostro, el cuello, y el pecho le ardiesen. Casi se había olvidado de respirar. Era la sensación más erótica de su vida.

Draco, por su parte, estaba intentando evitar pensar exactamente lo mismo. Notaba el sudor resbalar por su espalda, y su camisa pegarse a su piel. Aquel lugar era una puñetera sauna. O quizá era él mismo quien estaba generando ese calor. No lo sabía, y tampoco era capaz de pensar. Si los malditos Torposoplos de Lunática Lovegood eran reales, se le había metido uno en el cerebro. Sus pensamientos se habían transformado en un zumbido. Todo él zumbaba. Era capaz de sentir, y casi oír, cómo su sangre recorría su cuerpo a toda velocidad, y se acumulaba sin remedio en la problemática zona sur de su cuerpo. Sus manos cada vez se sentían más torpes acariciando a la chica, y apenas podía evitar respirar trabajosamente. Estar aferrando a la joven con sus manos, mientras recorría el contorno de su espalda bajo la túnica, sintiéndola retorcerse bajo sus brazos, aferrarse a él, sus uñas en su nuca, exhalar cálido aliento contra su boca, su sedosa lengua acariciar la suya… era más de lo que podía controlar. Estaba temblando de necesidad. Y ni siquiera había palpado su piel. Ni siquiera la tenía completamente pegada a él. Solo la estaba sujetando con sus manos, y sus labios. Y podía notar sus rodillas entre las suyas abiertas. Eso era todo, y ya se sentía demasiado. Necesitaba bajar la velocidad. Aquella chica definitivamente parecía dispuesta a acabar con todos y cada uno de los grados de control que tenía de sí mismo.

A pesar de todo, a pesar de la disposición de su propio cuerpo, y del entusiasmo con que ella estaba correspondiendo a sus caricias y besos, Draco no hizo ningún ademán de llegar más lejos. Por muchas y diversas razones que atravesaron su mente, abriéndose paso entre el sopor de la excitación sexual. Entre ellas, y no menos importante, la presencia de la mitad del profesorado a apenas tres metros de distancia.

Hermione dejó entonces de rodear su cuello, temiendo estar ahogándolo más todavía en aquel horno en el que se había convertido el estrecho ropero, y volvió a dejar resbalar las manos por su torso. Sintiéndose cómoda en sus brazos. Invadida de confianza. Él abandonó entonces, por primera vez, sus hinchados labios y hundió el rostro con decisión en el hueco de su cuello. Pasando a besar con desenfreno la receptiva piel de ese lugar. De nuevo, si no hubiera estado firmemente sujeta por él, la chica estaba segura de que se hubiera desplomado de espaldas. No era la primera vez que le besaba esa zona, pero Hermione sintió que jamás se acostumbraría a la sensación. Y menos en la oscuridad, privada del resto de sus sentidos. El calor de su aliento sobre su piel, escuchar su respiración acelerada tan cerca de su oído, su necesidad, la humedad de sus labios refrescando la zona, su lengua erizando su piel…

Hermione sintió entonces algo de apuro, comprendiendo que el chico seguramente estaría saboreando la sal de su garganta, cubierta de transpiración; pero a él no parecía importarle, y desde luego, no se detuvo. La chica tuvo que aferrarse a la tela de su túnica al sentir los delirantes besos que el joven comenzó a repartir bajo la oreja. Apenas entendía cómo esa zona podía ser tan sensible. Cómo podía derivar en escalofríos por todo su cuerpo. Ella echó entonces la cabeza hacia atrás, sin ningún pudor, dejándole más espacio. Su vergüenza atenuada gracias a la oscuridad, ante el hecho de que él no podía ver su gesto. Aunque sabía que podía sentirlo. Y probablemente la había escuchado suspirar. Lo sintió exhalar aire caliente en su oído, besando después la zona, y terminando atrapando el lóbulo entre sus dientes. La chica se replegó sobre sí misma, tratando de sobrellevar la sensación. Agradeció que su garganta se sintiese tan apretada que no pudo emitir ningún sonido. Pero sí enrolló las manos en su túnica, dominando la oleada de placer que la recorrió de pies a cabeza.

La temperatura dentro del ropero comenzaba a ser asfixiante, pero, desde fuera, nadie podría adivinar lo que estaba sucediendo en su interior. A ambos jóvenes les quedaba la mínima cordura necesaria como para mantenerse en silencio. Al menos todo lo que humanamente podían. Perdieron por completo la noción del tiempo ahí dentro, mientras se besaban de forma cada vez más pausada una vez que el arrebato inicial fue disminuyendo, pero expresando de forma muda su mutuo deseo de no detenerse por completo. Estaban perdidos en una burbuja de la cual no querían salir. Unas preocupadas y resignadas vocecitas en sus mentes les decían que más tarde se arrepentirían de lo que estaba sucediendo, pero ninguno de los dos les hizo el menor caso. Se concentraron en los tenues sonidos de sus bocas encontrándose, y en el susurro de sus ropas al ser acariciadas, para no escuchar nada. Ni en el exterior del armario, ni en el interior de sus conciencias.

Al cabo de un tiempo indefinido, quizá diez minutos o diez horas, ambos seguían aferrados el uno al otro, perdidos en un mar de besos profundos y descuidados. Draco, obligándose a sí mismo a aclimatarse a las sensaciones que ella le provocaba, se vio capaz de regular su excitación física con el paso de los minutos. Sintiéndose más tranquilo al respecto, y agradeciendo que la distancia que los separaba no había permitido que ella advirtiese nada, se permitió seguir dejándose llevar. Acariciar su cuerpo por encima de la ropa, encontrar pedazos de piel, y besar sus labios, ajeno a cualquier otra realidad que no fuese la persona que tenía ante él. Hermione, también perdida en la familiaridad de su cercanía, no era consciente de nada que no fuese la presencia del chico ante ella. No oía sus pensamientos. Sólo oía los fuertes latidos de su propio corazón en los oídos. Nada más.

Nada más.

Abrió los ojos de golpe, sobresaltada, sin recordar cuándo los había abierto por última vez. Pero la cosa no mejoró. Seguía viendo tan negro como cuando tenía los párpados cerrados. La oscuridad en el armario era completa. Ya no entraba luz por la rendija entre las puertas. No logró ver el rostro del chico ante ella, ni siquiera gracias a la cercanía. Malfoy, sin darse cuenta de nada, seguía besando sus labios perezosamente, como si dispusiese de todo el tiempo del mundo. Hermione, olvidándose de corresponder su beso, se preocupó por aguzar el oído, desconcertada. Nada.

Logró separarse de él un instante, intentando hablar, pero el chico tomó ese gesto como una invitación a descender con sus labios por su barbilla, yendo después hacia su mandíbula.

—Malfoy —articuló ella, con voz ronca. Tenía la garganta totalmente seca. Él la ignoró, o quizá no la escuchó, y continuó descendiendo con su boca por el cuello de la joven. Ella apretó las manos contra su espalda para llamar su atención—. Malfoy…

—¿Hmm? —masculló él, sin separarse de su garganta.

—No se oye nada.

—¿Qué? —gruñó él sin interés, para después morder la piel de la chica con prudencia. Hermione contuvo un inesperado suspiro antes de poder responder.

—Los profesores. Ya no se les oye.

El cerebro de Draco finalmente registró lo que le dijo. Abrió los ojos y alejó el rostro de su cuello intentando verla. Con el mismo éxito que ella; es decir, ninguno. Hermione sintió que el chico elevaba una mano hasta rozar su mandíbula con la yema de los dedos, posiblemente situándola en la oscuridad. Sintió a Draco girar el rostro, e intuyó que estaba observando la puerta cerrada del armario, atento. Hermione lo imitó. Las manos de ambos seguían aferrando el cuerpo del otro de forma floja.

—Es verdad —lo escuchó susurrar.

—¿Se habrán ido? —murmuró Hermione, vacilante.

—Comprobémoslo.

Draco separó sus manos del cuerpo de la joven y, antes de que la chica pudiese protestar por su imprudencia, lo sintió empujar las puertas del armario. Una repentina luz los cegó de súbito, sobresaltándolos.

Los candiles de la Sala de Profesores se habían encendido mágicamente ante el movimiento.

Allí no había nadie.

—Caray, qué poco ha faltado… —masculló Draco. Se puso en pie, alejándose de la chica con cuidado, y salió del ropero, estirando los adormilados brazos. Hermione salió del mueble tras él, caminando con torpeza. Notaba las rodillas doloridas y agarrotadas por haber estado apoyada en ellas tanto tiempo. Tuvo que parpadear casi de forma frenética, sus ojos lagrimeando por la repentina luz.

—Y qué lo digas —resopló la chica, contrariada, cerrando las puertas del ropero tras ella. Se llevó una mano a la frente, para secarse con ella el sudor que resbalaba por su piel. Notaba su flequillo despeinado y húmedo, y, estaba segura, hecho un desastre—. Si nos llegan a expulsar por tu culpa… Menos mal que no nos han pillado aquí.

Ni en el ropero —replicó Malfoy, burlón, pasándose igualmente una mano por la nuca para secársela. La miró por encima del hombro con una leve sonrisa maliciosa. Hermione sintió que el calor de su rostro volvía a aumentar, mortificada.

—Si nos llegan a descubrir ahí dentro me muero de vergüenza —aseguró, ofendida.

—Bah, no había forma de que nos pillaran ahí —repuso él, indiferente. Cogió la parte delantera de su camisa con índice y pulgar y tiró intermitentemente de ella, intentando despegarla de su torso sudoroso y que algo de aire lo refrescase.

—¡Oh, yo diría que ! —exclamó ella, furiosa—. Cualquier tipo de ruido o, o,.. sonido, y nos hubieran descubierto.

Hermione sintió un cosquilleo en su estómago ante sus propias palabras. Sonidos. Sus propios suspiros. Sus gemidos, ahogados en la boca de él... Malfoy la había embaucado. Y ella había caído de pleno. Ahora que estaba lejos de él, y el raciocinio volvía a su cuerpo, se sintió humillada. Se maldijo a sí misma mientras asimilaba lo que había pensado dentro del armario. La conclusión en la que se había escudado para dejarse llevar. Que ella le importaba.

¿Cómo había podido pensar algo así después de lo que él le había hecho?

Malfoy resopló por la nariz con malhumor ante sus palabras y volvió a apoyar la parte baja de su espalda en el borde de la mesa, como había hecho justo antes de que los profesores entrasen. Indicando que pensaba retomar su anterior conversación. Miró a la chica con seriedad, con las manos apoyadas en el borde, a ambos lados de su cuerpo. Hermione le sostuvo la mirada, contrariada, todavía de pie ante él. Sin haberse alejado demasiado del ropero.

—¿Y ahora qué? —siseó Malfoy, con rostro imperturbable. En voz más baja de la que solía utilizar. Como si no estuviera seguro de querer que ella lo escuchase. Hermione no se movió, ni apartó la mirada.

—¿En qué estás pensando? —susurró ella, intentando lucir tan fría como él.

—En que sigues resentida conmigo —acusó él entonces, en voz todavía baja pero segura—. Y todo por esa maldita redacción… y por ese maldito Potter…

Hermione dejó escapar entonces un jadeo incrédulo. Frunció el ceño y lo miró como si no pudiese creer lo que escuchaba.

—¿Y no tengo motivos para estarlo? —exclamó entonces ella, cuya voz comenzó a resentirse por la emoción que volvía a invadirla—. ¿Acaso has olvidado cómo reaccionaste cuando no acudí a tu cita, por lo sucedido con Harry? Tu comportamiento fue intolerable. Te pusiste insoportable, y lo sabes.

La mandíbula de Malfoy se crispó. Tensó el rostro y apartó la mirada, si decir nada. Hermione dejó escapar un suspiro y apretó los labios, dejando caer su mirada hasta el suelo. Su furia comenzaba a apagarse. Si Malfoy supiera lo mal que lo había pasado ella al saber que Harry se había puesto enfermo durante el partido… Si, siquiera, le importase. Pero no lo hacía. Él mismo le dijo que ella no le importaba de esa forma. ¿Por qué se engañaba a sí misma? Sintió un intenso picor en la nariz que le indicaba que el llanto estaba peleando por hacerse presente... ¿Por qué seguía esperando cosas de él que sabía que nunca llegarían? Ya sabía cómo era Draco Malfoy. Lo había soportado durante siete largos años. Lo conocía suficientemente bien. La culpa era suya por esperar de él algo que jamás le daría. Y él se lo había dejado muy claro.

—No me puse insoportable… —masculló Malfoy de pronto, en voz muy baja. Hermione devolvió su mirada a él, escéptica.

—Entonces creo que tenemos una percepción diferente de lo que significa ser "insoportable" —replicó ella, hostil, girando el rostro con brusquedad.

—Es solo que… no soporto sentir que estoy siendo ignorado —añadió Draco, con aspereza, como si ella no hubiera intervenido. El rostro de Hermione perdió la fuerza suficiente como para mantenerse tenso y fruncido. Volvió a mirarlo. Ahora era él quien tenía los ojos clavados en el suelo. Y las manos dentro de sus bolsillos—. Supongo que no estoy acostumbrado, y no lo gestiono bien. Lo único que se me pasó por la cabeza fue que te había dado pereza reunirte conmigo. Que habías preferido hacer otra cosa. Y me sentí tan imbécil, por estar ahí, esperándote, que… en fin —finalizó la frase con torpeza, con brusquedad. Estaba anormalmente inmóvil—. Normalmente no me suele pasar… tener ganas de ver a nadie. Y supongo que me sentí humillado al llegar a la conclusión de que no era mutuo. No pensé ni por un momento en la posibilidad de que te hubiese pasado algo. Lo único que pensé fue que no te había apetecido verte conmigo. Supongo que esa es… mi forma de pensar.

Fue bajando el tono de voz hasta enmudecer, sin saber cómo proseguir. Consciente de haber hilado sus pensamientos de forma pésima. Comprendiendo algo tarde que debería haber mantenido la boca cerrada. Que no había querido que ella supiera nada de eso. Intentó activar su memoria a corto plazo para analizar todo lo que acababa de decir. Sin éxito. Su cerebro estaba demasiado lleno de adrenalina. No recordaba ni la mitad. Pero sí sentía el peso de la vergüenza en su pecho. Del miedo a sentirse juzgado. De mirarla siquiera a los ojos. No quería ver su expresión. No quería que dijese nada sobre lo que él acababa de decir. Si ahora daba media vuelta y salía por la puerta, casi se lo agradecería.

Vaya, pues sí que podía sentirse más imbécil todavía. Y él hubiera creído que no. Iluso.

Pero Hermione no necesitaba que dijese nada más. Apenas pudo concebir todo lo que había dicho. Todo lo que había confesado. Se limitó a mirarlo durante largos segundos, escrutando su tenso rostro. Aunque él estaba decidido a no mirarla, y, seguramente, a no volver a sacar las manos de sus bolsillos nunca más.

Hermione tuvo que tomar aire para poder hablar. Había contenido la respiración mientras escuchaba las palabras del muchacho. Como si el chico le hubiera quitado el aliento para poder hablar él. Se humedeció los labios antes de formular palabra alguna.

—Es mutuo —admitió la chica, con voz tenue. Podía ver la vergüenza brillar bajo los párpados ligeramente cerrados del joven, todavía contemplando el suelo con fijeza—. Si no lo fuera, nunca hubiera… empezado nada contigo, dadas nuestras circunstancias. No me jugaría tanto por algo que no me importa. Por supuesto que quería verte. No lo hice a propósito, no fue deliberado el hecho de no acudir a la cita. Lo de Harry me… descolocó. Fue algo repentino, algo grave… Me preocupé muchísimo por él, y no pude pensar en nada más. Eso fue todo. Lamento haberte hecho sentir así.

Draco parpadeó, pero no se atrevió a levantar la mirada. Suspiró discretamente con molestia, frustrado consigo mismo al sorprenderse pensando que era ella quien estaba siendo racional. Odiaba sentir que no era él el que, sin duda alguna, se había comportado de forma justificada. Odiaba darse de bruces con una realidad que no le gustaba, en la cual él no tenía siempre la razón. Odiaba sentir que todo había sido ridículo. Que habían hecho una montaña de un grano de arena. O, más bien, que él había hecho un mundo de una tontería.

Granger acababa de decir que lo que había entre ellos le importaba. Podía escucharlo en su mente una y otra vez, haciendo eco a cada latido de su acelerado corazón. Simplemente, su encuentro clandestino se le había olvidado cuando un imprevisto azotó su vida. Era de sentido común. Mierda.

Draco se humedeció los labios y se pasó una mano por el cabello, despeinándolo ligeramente, intentando rebajar su frustración. No tenía ninguna intención de disculparse, aunque sentía que la situación lo requería. Aunque sabía que era lo que debía hacer. Pero no iba a hacerlo. Y por ello no sabía qué más decir.

Hermione, por su parte, sin esperar realmente que él dijese nada, siguió con la mirada la mano con la cual el chico se despeinó el cabello de forma distraída. Se dio cuenta entonces de que ya estaba bastante más alborotado de lo normal, como si una fuerte ráfaga de aire lo hubiera privado de su habitual estado lacio, enviando mechones a lugares que no correspondía. ¿Había sido… ella? ¿En el ropero?

Piadoso Merlín…

—¿Qué le ocurrió a Potter? —cuestionó entonces Draco, y, para sorpresa de Hermione, no había desdén en su voz. Solo una evidente brusquedad. Como si se estuviese obligando a demostrar que podía comportarse de forma madura y adulta, y no se sintiese en absoluto cómodo al respecto. La mano con la que se había revuelto el cabello había vuelto a su bolsillo.

—Una insolación —mintió Hermione, en un susurro. No pensaba, bajo ningún concepto, hablarle de la voz que atormentaba a su amigo—. Se mareó y vomitó. Le bajó la tensión y se desmayó. Tuvieron que llevarlo a la Enfermería casi a rastras.

Draco no parpadeó y se limitó a seguir mirando el suelo ante él. Parecía algo sorprendido, aunque intentaba ocultarlo con bastante eficacia. Posiblemente no se imaginó que hubiera sido algo así.

—Faltó a clase ese lunes —recordó Draco, casi como si le diese la razón. O como si simplemente sintiese la necesidad de seguir hablando.

—Sí, creo que te lo dije, pasó unos días en la Enfermería —recordó Hermione con suavidad—. Pero ya está recuperado.

Él asintió con la cabeza un par de veces, con curiosa dificultad. Como si su cuello estuviese agarrotado. Sacó de nuevo una mano del bolsillo de la túnica y se rascó la mandíbula con frustración. Pensativo. Como si todavía faltase algo.

—¿McGonagall ha podido reparar tu redacción? —preguntó de súbito, con mayor rudeza. Aún sin poder mirarla a los ojos.

—Sí, está solucionado —aseguró ella, con voz serena. Él se limitó a asentir de nuevo con la cabeza—. Te ha castigado, ¿no? Mañana a las seis.

Draco resopló, apenas una breve exhalación por su afilada nariz.

—Ni me acordaba —admitió, indiferente—. Creo que nunca me había importado menos un castigo.

Hermione casi dejó escapar una cohibida sonrisa. Tomó aire con profundidad, permitiéndose relajarse del todo. Quitarse por fin un peso de encima. Y, entonces, añadió:

—Creo que solo queda pensar qué hacemos si vuelve a pasar algo como lo de Harry. Alguna forma de avisarnos si no podemos acudir a algún encuentro, para que no haya malentendidos… ¿Se te ocurre alguna manera?

Draco la miró directamente a los ojos por primera vez en mucho rato. Pareció quedarse mudo durante un largo instante. Asimilando sus palabras. Y su suave expresión.

—¿Acaso quieres… seguir con esto? —cuestionó a su vez, con el tono de voz más neutro que pudo generar. Ella lo miró, conmovida ante la duda que bailaba en sus ojos grises. Los labios de la chica se curvaron, ahora sí, en una débil sonrisa.

—Sí, por mi parte sí —aseguró, con simpleza—. Si tú quieres, por supuesto. Si no, no tiene mucho sentido.

Draco no pareció poder contenerse y cerró los ojos una milésima de segundo de más mientras inhalaba. Pero se apresuró a parpadear, con entereza, mientras se esforzaba por mantener el rostro lo más impasible posible. A la joven le enterneció su evidente alivio, al parecer imposible de ocultar del todo a pesar de sus esfuerzos.

—Sí, me parece bien, podemos seguir con todo esto —corroboró él, con algo de hosquedad, de nuevo sin mirarla. Parecía sentirse tan animado al respecto que, irónicamente, su forma de expresarlo era lucir casi molesto, para diversión de la chica—. Y, sobre lo sucedido con Potter —respondió entonces a su pregunta, mirando la rodilla derecha de ella—, no hará falta avisarnos si vuelve a pasar algo así. No creo que vuelva a haber malentendidos. Los imprevistos… ocurren. Ya está aclarado —añadió, con mayor brusquedad.

Hermione frunció el ceño, permitiéndose unos segundos para asimilarlo. Vagamente incrédula. Profundamente agradecida. Sorprendida de lo que estaba escuchando. ¿Estaba admitiendo, a su manera, que su comportamiento había sido irracional?

—De acuerdo —susurró ella, en voz suficientemente alta como para que la escuchase. Pero no añadió nada más al darse cuenta de que Draco parecía tener algo más que decir. Y parecía que sus propios pensamientos al respecto lo incomodaban. Movía la mandíbula de un lado a otro, perdido en sus reflexiones. Finalmente resopló por la nariz, como si hubiera tomado una decisión, y se obligó a hablar con más aplomo, luciendo casi enfadado consigo mismo.

—Sobre lo sucedido con la redacción… No es algo que pueda remediar si me veo en esa tesitura. Si me demandan que lo haga. Pero puedo intentar que no se produzca esa situación —propuso de pronto, con tono seco—. Iré a las clases en las que coincidimos justo cuando suene la campana. A tiempo de entrar en clase directamente, cuando ya esté el profesor. Así no volverá a suceder lo de hoy. No estaríamos demasiado tiempo cerca, en público, a riesgo de que me obliguen a hacer algo en tu contra.

Hermione parpadeó, analizando la idea. No era mala. Desde luego, no era infalible, y no podrían evitarse eternamente, siendo ambos estudiantes del mismo año y compartiendo la gran mayoría de clases, pero era una solución bastante buena. Y era él quien lo había propuesto.

No podía creer que fuese a intentar todo aquello por ella. Que se estuviese esforzando en buscar soluciones, aunque eso alterase sus propias costumbres. Que estuviese peleando contra su propio orgullo para poder expresarse. No podía pedirle más. No podía pedirle que fuese alguien que no era. No quería que fuese alguien que no era. Era por Draco Malfoy por quien se sentía atraída. Era él quien le gustaba. Tal y como era.

Conocía su situación, él tenía razón. Y no era fácil. Ella no tenía que demostrar que lo odiaba constantemente en público, pero el entorno de él sí se lo exigía. Le exigía comportarse como había hecho siempre. Como debía ser de acuerdo a la supuesta pureza de su sangre. Si se negaba, verse a escondidas no serviría de nada. Cualquier fallo, cualquier cambio en sus papeles, y su vedada relación sería de dominio público. Y, a pesar de todo, estaba intentando buscar alguna solución. Para que ella no tuviese que sufrir las consecuencias del mundo al que él pertenecía.

—Podría funcionar —susurró Hermione, con afecto—. Pero no quiero ser un obstáculo para que hagas una vida normal…

—Un poco tarde para eso, Granger —la interrumpió el chico, elevando sus grises ojos para mirarla. Con resignada burla. Al atraer por fin su mirada, Hermione le dedicó una discreta sonrisa, conciliadora, captando su ironía.

—Te agradezco el esfuerzo, pero no te preocupes —aseguró aun así, con suavidad—. Estoy bien. Ya sabía en lo que me estaba metiendo cuando comenzamos todo esto. Sabía que esto podría pasar, que nos veríamos obligados a fingir en público, de forma más explícita, que todavía nos odiamos. Al final, lo que importa es eso, que todo es fingido. Una actuación necesaria. Si vuelve a suceder… simplemente pasaremos por ello lo mejor que podamos.

Habló en plural a propósito, demostrándole que era consciente de que para él tampoco era una situación fácil. Draco, al clavar los ojos en su sonrisa, notó entonces que sus propios hombros habían estado tensos todo el tiempo, y comprendió que podía relajarlos si se lo proponía. Sintió que todo su cuerpo se ablandaba, como si llevase demasiado tiempo en tensión. Quizá minutos, posiblemente días. Nueve días.

Se separó por fin del borde de la mesa y avanzó un par de pasos hacia la chica, hasta colocarse frente a ella. Ella no se movió de su posición, se limitó a contemplarlo mientras se aproximaba.

Algo más brillaba en los ojos del chico. Algo que no tardaría en abandonar sus labios.

—Sobre… —murmuró, cuando se detuvo inmediatamente ante la chica. Teniendo que agachar el rostro para mirarla a los ojos—. Sobre lo de mi nombre…

Hermione sintió que sus propios músculos se tensaban. No creía que lo mencionaría. Y no estaba segura de qué era lo que iba a decir. Ni de querer escucharlo.

—Lo sé —se escuchó diciendo Hermione, mirándolo a los ojos, antes incluso de que él hablara—. Está bien.

—No —replicó él, con algo más de firmeza—. No lo sabes. No puedes saberlo. Pero es… demasiado. No… no puedo. Aún no puedo.

Aún no puedo…

Draco se quedó sin habla ante sus propias palabras. ¿Aún? ¿Eso quería decir que algún día podría? No, claro que no, no podía permitiese algo así… No podían cruzar esa línea. Nunca.

Hermione recorrió su rostro, ajena a su frenetismo interno. Únicamente fijándose en que su mirada parecía algo ida. Pero su rostro estaba impasible. Hermione era capaz de entender su punto de vista. No lo compartía, pero lo entendía. Lo duro que era para él todo aquello. Le hubiera gustado que fuese más sencillo, pero no lo era. Y no podía presionarlo al respecto. Él tenía razón. No podía saberlo. No la habían educado como a él. Pero podía ponerse en su lugar.

—De acuerdo —susurró ella, con suavidad—. Lo entiendo. De verdad, de verdad que lo entiendo.

Draco tragó saliva, sin dejar de mirarla. Sus ojos demostraban que lo hacía. ¿Cómo no iba a entenderlo? Ella lo entendía todo. Solo ella podía entenderlo así. Solo con ella podía hablar de esa manera. Ella siempre parecía saber cómo mirarlo para alejar la culpabilidad. Para alejar los tormentos de su cabeza.

Un súbito deseo de abrazarla se apoderó de él, y apenas alcanzó a endurecer su cuerpo para no permitirse hacerlo. Pero no pudo contenerse en dejar caer el rostro, hasta alcanzar sus labios con los suyos. Uniéndolos con cautela. Sintió que la chica estiraba el cuello para volver el beso más firme, provocando que su deseo de aproximarla más a él aumentara, dominándolo a duras penas. Volver a besarla sin remordimientos fue una de las mejores sensaciones que había experimentado jamás. Era tal y como recordaba que se sentía beber un trago de Whisky de Fuego. Era amargo, quemaba la garganta, ardía en el pecho…, pero se sentía increíble.

Tras unos breves instantes de simplemente sentir sus bocas unidas, se separaron. Apenas un poco, lo justo para ver los ojos del otro. Hermione, sin lograr controlarse, le dedicó una sonrisa cargada de apuro, en la cual dos hoyuelos se formaron en sus mejillas. Y dejó escapar una risita nerviosa. Draco, adivinando lo que estaba pensando, esbozó una arrogante sonrisa. Sintiéndola extraña en sus labios. Poco acostumbrado últimamente a cómo se sentía sonreír de verdad, con ganas de hacerlo.

—Dios mío, qué locura… —articuló Hermione, azorada, alzando las manos para cubrirse el rostro con ellas. Aunque sus labios seguían curvados en una sonrisa avergonzada. Draco rio por la nariz, en forma de resoplido. Entrelazó las manos tras su propia nuca, mirando el ropero con expresión engreída.

—Ha sido una pasada —admitió, satisfecho. Ella resopló, incrédula, moviendo ambas manos a los lados de su rostro para que él pudiese ver su expresión. Y también el rubor de sus mejillas.

—Estaban ahí mismo; si nos llegan a descubrir... Madre mía, qué vergüenza, ¿en qué estábamos pensando? —se desesperó Hermione, y, aunque luchaba por mostrarse culpable, no podía contener una sonrisa cómplice. Casi emocionada.

—No sé tú, yo estaba pensando en una ducha fría… —bromeó él, ladeando el rostro con picardía. Hermione resopló con más fuerza y frunció el ceño, luciendo escandalizada.

—Oh, cállate —espetó, dándole un golpe en el costado. Pero la traviesa sonrisa que el chico aún lucía en el rostro le arrancó una risotada contra su voluntad. Se acomodó el cabello tras la oreja, sin lograr borrar la sonrisa de sus labios, y añadió, intentando sonar sensata—: Venga, anda, tenemos que irnos cuanto… Espera —su expresión se demudó de golpe, interrumpiéndose a sí misma—. ¿Cuánto tiempo hemos estado aquí? ¿Qué hora es?

Casi había olvidado que todavía estaban en la Sala de Profesores. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado. Habían perdido la noción del tiempo por completo, inmersos en su propia burbuja. Con un miedo helado en el cuerpo ante lo que se iba a encontrar, la chica alzó la mirada y contempló el reloj de pie que había en un rincón. La mandíbula se le desencajó.

—¡Son las once y media! —aulló, alarmada—. ¡Me he perdido la clase de Aritmancia!

Malfoy siguió su mirada también hacia el reloj, con aburrido desinterés, y arqueó una ceja.

—Yo tenía una hora libre, no he perdido nada —comentó, satisfecho. Hermione le dedicó una expresión homicida.

—¡Maldito seas, me has hecho perder una clase! —exclamó, golpeándole el hombro firmemente con el dorso de la mano—. ¡Me he perdido toda la explicación y no tengo apuntes! ¡Y estos días estamos dando temario importante! —volvió a darle un firme manotazo, cargado de rencor, esta vez en el pecho.

—¡Venga ya! ¿Nunca antes has faltado a clase? —se burló Draco, retrocediendo un par de pasos desganados para escapar de sus golpes, mientras la miraba como si le hubiese decepcionado.

—¡No deliberadamente! ¿Por quién me tomas? —se ofendió Hermione, dejando de golpearle pero todavía mirándolo con enfado.

—Por alguien soporíferamente responsable… —respondió, con abierto sarcasmo. Después sacudió la cabeza con impaciencia—. En el nombre de Merlín, Granger, eres la mujer más aplicada y tenaz de esta escuela. Recuperarás esa clase en menos que se dice "Aritmancia". Pídele a cualquier compañero los apuntes, y listo.

Hermione frunció los labios, disgustada. No parecían haberle reconfortado sus palabras. Estaba demasiado estresada como para apreciar que él acababa de dedicarle un cumplido.

—Es que yo solo me aclaro con mis apuntes —protestó, en un murmullo—. Menos mal que sí me da tiempo de ir a Encantamientos… Si me llego a perder la práctica del hechizo Ascendio

Malfoy dejó escapar una carcajada despectiva.

—Eres imposible, Granger —masculló, con una media sonrisa de burla. Aunque hubo algo en su voz que hizo pensar a la chica que no lo había dicho con verdadera molestia, sino con un deje de cariño. Si es que eso era posible. Aun así, ella le dedicó, por inercia, una mirada de antipatía.

En el breve momento de silencio que siguió a esas palabras, el estómago de la chica emitió un audible y estrambótico rugido. Draco amplió su sonrisa socarrona al instante, y además entrecerró sus ojos claros, mordaz. Demostrándole, aunque era evidente, que lo había escuchado. Ella sonrió con timidez, componiendo una mueca de disculpa, y se llevó las manos al abdomen.

—Tengo hambre —se excusó, aunque no hiciese falta aclararlo, mientras se frotaba el estómago—. No he desayunado.

—¿Y eso? —cuestionó él, mirándola atentamente. Su sonrisa se difuminó ligeramente. Permitiendo que la extrañeza lo invadiese, intuyendo que algo no demasiado bueno debía de haberle impedido el acto tan común de desayunar. Hermione suspiró para sí misma, vacilando un instante.

—He estado ocupada estudiando… No tiene importancia —terminó diciendo, sacudiendo la cabeza.

Draco se limitó a contemplarla, sin decir nada. Intuyendo que eso no era todo, pero sin sentirse capaz de preguntar más. Y sintiendo, aunque no hubiera sabido decir por qué, que, de alguna manera, era culpa suya. Quizá, al llevar toda la conversación sintiéndose culpable, ahora le era más complicado cambiar de sensación.

Su media sonrisa resbaló del todo por su rostro al recordar ciertas palabras pronunciadas por Nott…

"…es posiblemente una de las situaciones más complicadas en las que os podríais haber metido. De hecho, puede acabar de la peor manera posible. Y sé que eres consciente de ello. Y Granger también lo es. ¿Merece la pena tanto esfuerzo?"

Draco la miró a los ojos fijamente, confundido ante sus propios pensamientos. Ante sus propias sensaciones. Ante cómo se sentía, simplemente, mirándola. Cómo se sentía ante su cercanía, ante su boca pegada a la suya, ante la forma en que sus cautas manos se apoyaban en su cuerpo… y también ante todo lo demás. El tono mandón de su voz y la forma en que alzaba la barbilla cuando se lanzaba a la explicación de una norma absurda, pero en la cual ella creía a pies juntillas; cuando captaba su ácido humor y le devolvía cualquier pulla con ingenio en lugar de enfadarse; sus quejas contundentes, sus broncas justificadas, sus sonrisas avergonzadas, sus sonrisas tímidamente traviesas…

«Sí», fue lo único que acudió a la mente de Draco, respondiendo así a la pregunta de Nott. «La merece. Más de lo que soy capaz de admitir.»

Hermione le sostuvo la mirada, expectante, sin saber qué pasaba por la mente del chico. Sin atreverse a interrumpir sus cavilaciones, y sin entender por qué de pronto la estaba mirando con su mente claramente muy lejos. Sin entender su silencio.

El chico redujo de pronto la distancia entre ambos y le regaló un descuidado y breve beso en la frente, por entre mechones de su sudado y desaliñado flequillo. Un beso tan inesperado, tan leve, tan distinto a los que se habían dado en el ropero, que logró descolocar a la chica. Y calentó sus mejillas de forma casi instantánea. Al separarse de ella, los ojos de Malfoy lucían tan insondables como siempre.

—Hazte un favor y baja a las cocinas a por algo de comer antes de ir a clase, ¿quieres?

Tras el consejo, emitido con tono de censura, Draco se dio la vuelta y salió de la estancia con paso firme, sin decirle nada más. Hermione se mantuvo inmóvil en medio de la sala, escuchando cómo el chico inventaba una excusa ante las escandalizadas gárgolas de la puerta. Sin ser capaz de moverse en un primer momento. Queriendo retener en su piel su último gesto. Desconcertada ante su súbita ternura. No se lo había esperado en absoluto. En ese momento, pensó en lo bien que se sentían sus labios en cualquier parte de su cuerpo, decidiendo que su frente era su nuevo lugar favorito.

Al cabo de unos segundos, decidió seguir su recomendación y salió disparada hacia las cocinas.


*confeti* ¡Se han reconciliado! ¡Menos mal! 😍 Ja, ja, ja tampoco han durado mucho peleados… Bueno, sí, nueve días exactos según Hermione 😂 pero para nosotros solo dos capítulos 😂

¿Qué os ha parecido? El final ha sido más tierno, a su manera, para compensar lo mucho que han discutido todo el capítulo, vaya dos 😝 Primero, todo lo sucedido con la redacción (tanto Draco como Hermione me han dado pena, la verdad), y después la discusión en la Sala de Profesores… Con su correspondiente momento-ropero, en el cual no lo han pasado tan mal *guiño guiño* ¿Hace calor o es cosa mía? 😜

Por cierto, ¿alguien más se ha dado cuenta de que Draco no se ha enterado de absolutamente nada de lo que han hablado los profesores? Estar cerquita de Hermione era más interesante… Ahora mismo tiene que estar dándose cabezazos contra la pared 😂

Espero que os haya gustado mucho el capítulo 😊 como siempre, estaré encantada de leer qué os ha parecido si os apetece contármelo.

¡Muchísimas gracias por leer! ¡Un abrazo muy, muy fuerte! ¡Hasta el próximo! 😊