¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 😊 Os pido disculpas, he tardado más de lo que me hubiera gustado en traer este capítulo je, je, je… 😅 He tenido un mes de septiembre movidito (he estado una semana de vacaciones + sin ordenador, han operado a mi mascota + varias citas con el veterinario, trabajo, doctorado…). Muchas cosas, en resumen ja, ja, ja 😂 así que no he podido sacar tiempo para escribir, ya lo siento 🙈.

¡Pero aquí estamos de nuevo! Y es un capítulo largo, para compensar la espera 😊. Como siempre, muchísimas gracias a todos los que estáis siguiendo esta historia, y un abracito especial a los que os animáis a comentar, que siempre me hace ilusión leer vuestra opinión je, je, je 😍😍 ¡pero muchísimas gracias, de corazón, a todos los que estáis ahí leyendo! 😍

Permitidme dedicarle este nuevo capítulo a Malaka Black, por su amabilidad y sus encantadores comentarios, ¡mil gracias, bonita! 😘

No me alargo más, espero que lo disfrutéis...

Recomendación musical: "Falsa moral" de OBK


CAPÍTULO 33

El escobero de Filch

—Vale, esto ya está… —murmuró Hagrid, arrojando unas gruesas raíces manchadas de tierra al cubo que tenía al lado. Se secó el sudor de la frente con la manga de su camisa de trabajo y observó a su alrededor. La tierra había quedado en perfecto estado. Húmeda y removida, perfecta para plantar las calabazas que utilizarían en el banquete de Halloween del año próximo. La zona del huerto más cercana a su casa ya estaba terminada y llena de semillas. Faltaba la zona más próxima al camino que ascendía por la ladera, en dirección al castillo.

Hagrid, arrodillado sobre la tierra, se planteó levantarse para alcanzar el saco con abono que estaba unos metros más lejos, pero comprendió que su edad le estaba jugando una mala pasada. Y levantarse no sería fácil después de llevar más de veinte minutos arrodillado en la misma posición. En lugar de eso, clavó sus negros ojos en su provisional ayudante.

—Malfoy, acércame el saco con el abono, ¿quieres? —pidió, con sequedad. El chico apenas se molestó en mirarlo de reojo. Se encontraba con los brazos cruzados, apoyado en la valla que separaba el huerto del Bosque Prohibido, a espaldas de ambos. El sol estaba cerca de ponerse ya, pero todavía calentaba el ambiente con intensidad. Draco se había aflojado la corbata y abierto la camisa un par de botones. Eso era todo lo que podía hacer. No pensaba quitarse su limpia y cara túnica del uniforme escolar y dejarla en cualquier lugar de ese apestoso huerto. Y tampoco iba a subirse las mangas.

—Cójalo usted mismo, profesor —gruñó el chico entre dientes, sin moverse ni un ápice de su posición. E imprimiendo su voz de despectivo sarcasmo. Hagrid entrecerró sus normalmente bondadosos ojos con resentimiento.

—Mira, chico, estoy siendo bastante magnánimo contigo. Te estoy permitiendo no trabajar en exceso. Pero McGonagall te ha ordenado que me ayudes, a fin de cumplir tu castigo y, si no me traes ahora mismo el saco, le diré que no has cumplido tu parte. Con lo cual será un día más de castigo —ladeó su enorme y barbudo rostro—. Y dudo mucho que eso sea lo que quieres.

Draco le devolvió la mirada con frialdad. Las aletas de su nariz se expandieron.

—No tengo varita —masculló, de forma casi inaudible. Hagrid resopló.

—Pero sí tienes dos manos —le espetó, sarcástico—. Era parte del castigo no usar la magia, ya lo sabes… Trae el saco, chico.

Draco compuso una mueca. Sin disimular que era lo último que le apetecía hacer, se separó de la valla y se acercó al saco abierto que se mantenía precariamente derecho a su lado. Se agachó a cogerlo y comprobó con resignada satisfacción que no pesaba en exceso. Estaba medio vacío.

Lo levantó con toda la elegancia que pudo, sin molestarse en disimular una mueca de asco que curvó su boca, y lo llevó hasta donde Hagrid estaba arrodillado. A éste no le pasó desapercibido el poco esfuerzo que tuvo que hacer el chico para alzar el saco. Echó un vistazo a su interior tan pronto como su alumno lo dejó caer a su lado sin demasiado cuidado.

Las pobladas cejas de Hagrid se fruncieron.

—No hay suficiente —murmuró, decepcionado. Miró alrededor, calculando la extensión de campo que le faltaba por abonar—. Voy a tener que ir a ver a Pomona…

Draco arqueó una ceja con descortés incredulidad.

—¿Cómo? ¿Ahora?

—Sí —suspiró Hagrid, poniéndose en pie con dificultad y un suspiro cansado. Draco entrecerró sus ojos con rencor al ver que ahora sí se molestaba en levantarse—. No tardaré demasiado. Espérame aquí y no toques nada. Ponte cómodo —añadió, casi de pasada, dejando a un lado su delantal de trabajo, colgado encima de la valla.

—¿Dónde voy a hacer tal cosa? —escupió Draco, malhumorado, pero Hagrid ya se estaba alejando, murmurando por lo bajo. Posiblemente criticando los modales del joven.

Draco resopló en voz alta, viéndose de pronto en soledad en el huerto de calabazas de su antiguo profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas. Se llevó las manos al rostro y se lo frotó con fuerza para reducir su frustración. Lo cual, tal y como comprendió un segundo después, había sido un error. Se le habían manchado de abono al sujetar el saco.

Sintiendo un escalofrío ante la sensación de la húmeda tierra pegándose a su rostro, soltó una palabrota en voz alta y se lo limpió a toda prisa con la manga de la túnica. Y después las manos, con resignación, en su pantalón. Qué asco, joder.

Miró su reloj de pulsera. Era viernes. Y eran casi las ocho de la tarde. Mierda.

Había quedado con Granger para verse a las ocho, cuando supuso que terminaría su último día del castigo que McGonagall le había impuesto por quemar la redacción de la chica.

Cuando se presentó a las seis de la tarde en el despacho de la profesora, dos días atrás, no había imaginado que el castigo supondría hacer de ayudante de ese torpe semi-gigante. Durante tres tardes seguidas. Era humillante que le hubiera encargado semejante tarea. Él, un Malfoy, plantando calabazas como si fuera un elfo cualquiera. Era un despropósito.

Cerró los ojos. En otras circunstancias, hubiera escrito a su padre al instante para contárselo. Para que tomase las medidas oportunas. Pero ahora no era posible. Y, a pesar de lo ofendido que se sentía, no quería molestar a su madre con algo así. Bastantes problemas tenía ella en casa…

Resopló con más fuerza, sintiendo que los problemas en su cabeza se acumulaban, y le dio una desganada patada al saco medio vacío. No llegaría a tiempo de ver a Granger. Habían quedado en verse en la Torre del Reloj, con la intención de ocultarse entre los engranajes. Solía ser una zona poco transitada, más a esas horas. Pero estaba claro que no iba a darle tiempo, teniendo que esperar a que Hagrid volviese. Y tampoco tenía forma de avisarla.

Se rascó la nuca, resignado. Tendría que explicárselo en persona, por seguridad. No sería conveniente escribirle con un mensaje semejante. Pero sí le escribiría una nota en clase, en cuanto pudiese, citándola en otro lugar. Aunque tendría que esperar hasta el lunes. Habían comprobado por pasadas experiencias que durante el fin de semana era bastante más complicado verse, teniendo ambos el día entero libre para dedicarlo a estar con sus respectivos amigos y conocidos. No había ninguna clase en la que no coincidiesen con sus amistades y pudiesen escabullirse para verse. Era más difícil encontrar una excusa.

Esa mañana había revisado el horario de toda la semana siguiente para saber qué días y en qué asignaturas coincidiría con ella. Únicamente con la intención de saber cuándo la vería, por si no encontraban la forma de verse a escondidas en horario no lectivo; últimamente estaba siendo complicado. Y se lo había aprendido de memoria. El lunes se verían en Encantamientos. Al día siguiente no coincidían en ninguna, pero sí el miércoles en Pociones y el jueves en la clase doble de Herbología. Dos horas enteras. Dos horas en la misma habitación, con la posibilidad de posar sus ojos en ella en más de una ocasión. Incluso aunque la chica no le mirase de vuelta, por seguridad. No podrían intercambiar palabra alguna. Pero estaría allí. La vería moverse por el lugar, con su espeso cabello recogido de forma práctica, con la intención de que no le estorbase para la clase. Quizá captaría el momento en que arrugaría el rostro con concentración al intentar podar alguna planta peligrosa. Escucharía su voz, con dificultad por encima del barullo que siempre había en los invernaderos, mientras ella explicaba algo a sus amigos, gesticulando con las manos con sus habituales maneras exaltadas. Su tonillo petulante cuando le exponía a Weasley algo que ella consideraba indiscutible era maravilloso. Intentaría no mirarla cuando su voz se alzase por encima del silencio que seguramente se formaría en el invernadero, para responder de forma eficiente a cualquier pregunta que Sprout formulase, con seguridad en sí misma y en su buena memoria. Pero sí se aseguraría de mirarla a la cara, para verla sonreír con luminosa emoción, cuando la profesora le felicitase por su acertada respuesta.

Draco metió las manos en los bolsillos y anduvo algunos pasos por el huerto. Intentando contener una rabia que sabía que era desproporcionada. No poder ver a Granger ese día no debería suponerle el resentimiento que estaba sintiendo crecer en su interior. Se verían otro día. Y punto. No era para tanto.

Sin ningún otro entretenimiento además del de reprobarse a sí mismo la decepción que sentía por no acudir a un íntimo encuentro con una hija de muggles que, se suponía, debía odiar por norma, se obligó a echar un desganado vistazo al exterior de la cabaña del guardabosques. Elevó la comisura del labio en una mueca de repugnancia. ¿Cómo alguien podía vivir en semejante chabola? Las condiciones de higiene no le pareció que cumpliesen un mínimo salubre…

Era de madera, realmente bien construida. Pero seguía siendo algo definitivamente humilde. Había unas botas de goma y una ballesta junto a la puerta delantera. Draco arqueó una ceja ante el tamaño de la ballesta. Realmente, ese bruto patán era el guardabosques. Velaba por la seguridad de todos, vigilando que nada saliese del Bosque Prohibido. Joder, ahora se sentía menos seguro que nunca... ¿Dumbledore de verdad lo consideraba capaz de cumplir semejante cometido? De hecho, eso no era todo. Tenía más títulos. Títulos importantes, si no recordaba mal. ¿Cómo era…? Su padre lo había mencionado alguna vez. Era guardabosques y… guardián de las llaves y terrenos de Hogwarts. Era increíble.

Un chispazo nació en el cerebro de Draco y atravesó su columna para recorrer sus piernas y llegar hasta la punta de sus pies. Guardián de las llaves.

La puerta de entrada al castillo bailó ante sus ojos, con su gruesa y mohosa cerradura. ¿Ese necio tenía en su poder la llave que abría esa puerta?

Draco comenzó a respirar de forma acelerada. Giró el cuello con brusquedad y echó un vistazo ladera arriba. No se había ido hacía mucho tiempo. Todavía tardaría. Tenía que llegar hasta los Invernaderos, localizar a Sprout en caso de que estuviera en ellos, y pedirle el abono. O ir a buscarla dentro del castillo. Tenía tiempo de sobra.

Se acercó a la puerta de entrada a la cabaña de Hagrid y tomó la manilla de cobre entre sus dedos. Con el corazón latiendo en los oídos, la accionó y la abrió hacia fuera. Estaba abierta. Había que ser irresponsable. Sus ojos captaron el interior, oscuro, repleto de algunos muebles gigantes y unas ventanas pequeñas. Pero no tuvo tiempo de asimilar demasiado, cuando unos sonoros ladridos lo sobresaltaron.

Fang, el enorme perro jabalinero de Hagrid se había levantado del rincón donde estaba dormitando y se había lanzado hacia la puerta. Draco dejó escapar un grito de sorpresa y cerró la puerta de nuevo, en las narices del perro. Éste siguió ladrando con fuerza desde el interior, arañando la superficie con sus enormes garras. Draco soltó una maldición, tragando saliva para recobrar la compostura. Qué susto, joder. Estúpido chucho.

Draco bufó y miró alrededor. No había nada cerca que pudiese tirarle al perro. ¿Un palo, quizá? Pero no había árboles cerca, tendría que acercarse al Bosque Prohibido. Decidió rodear la casa, con la esperanza de encontrar otra entrada. Y lo hizo. Había una puerta trasera.

Pegó la oreja a la superficie de madera y constató que Fang seguía arañando la puerta principal. Con la lengua entre los labios, accionó el picaporte y la abrió apenas un resquicio. Vio al perro erguido en sus patas traseras, de espaldas, arañando la otra entrada. Draco abrió la puerta un poco más y miró alrededor. Unos jamones y faisanes colgaban del techo, no demasiado lejos de él. Entrecerró los ojos. Era su única opción de registrar la casa.

Respirando lentamente un par de veces para calmarse, abrió la puerta más todavía y se coló en el interior sin hacer ruido, apenas un par de pasos. Preparado para una huida rápida de ser necesario. Estiró una mano por encima de su cabeza, agradeciendo su estatura ligeramente por encima del promedio, dado que todo en esa casa se correspondía con las dimensiones de ese semi-gigante de dos metros y medio. Alcanzó la pata de uno de los faisanes, que colgaba de una cuerda y dio un tirón seco. El animal se soltó, cayendo a plomo y golpeando el suelo con su cuerpo sin vida, y atrayendo la atención de Fang. El perro se giró al instante, pero Draco fue más rápido. Arrojó el faisán muerto cerca del perro, a un lado de la habitación, y el efecto fue inmediato. El animal dejó de ladrar y se abalanzó sobre él para empezar a devorarlo con sus poderosas mandíbulas cargadas de babas.

Draco dejó escapar un resoplido de alivio. Por los pelos.

—No te muevas de ahí, perro estúpido… —gruñó entre dientes, pasando a escrutar a su alrededor. Había una gran mesa en el centro, con una tetera vacía y una taza en su superficie. También una chimenea en una de las paredes, con una cazuela de cobre en su interior, sobre un fuego ahora apagado. Y, en un rincón, una cama cuya manta estaba hecha de retazos de diferentes telas y colores, y un gran arcón a su lado.

El chico oteó las paredes en primer lugar. Pero no vio nada a excepción de las ventanas. No había nada colgado, ni siquiera ningún cuadro. Vio un aparador en un rincón, con algunos cajones, y se acercó a él en primer lugar. No encontró nada interesante, a excepción de algo de aguja e hilo, trozos de tela, y un candil roto. En otro cajón encontró una pequeña fotografía que logró atraer su atención. En ella se veía a un definitivamente joven Hagrid, de unos once años quizá, con un hombre de baja estatura subido en su hombro. Ambos sonriendo, al lado de un manzano.

A pesar de tener algo de prisa, Draco se sintió tan confundido que miró la fotografía durante largos segundos. Era absurdo ser consciente en ese momento, pero se le antojó algo extraño que el hombre barbudo que ahora vivía en esa sucia cabaña hubiera sido en algún momento el enorme muchacho de la fotografía. Y el hombre que estaba con él parecía su padre. Recordó el artículo que escribió Rita Skeeter sobre él, cuando estaban en cuarto curso. Mencionó que su madre era una giganta famosa, aunque Draco ya no recordaba su nombre. Su padre debía ser, por descontado, un hombre. Un mago.

Los ojos grises de Draco vagaron por el rostro de aquel hombre, feliz y sonriente en el hombro de su hijo. El siempre frío y severo rostro de su orgulloso padre bailó en la mente de Draco…

Volvió a dejar la fotografía en el cajón con brusquedad y lo cerró de golpe. Apretando las mandíbulas para no pensar. Se dio media vuelta con entereza y siguió escudriñando la habitación. Se acercó a la cama y miró debajo, palpando también bajo el colchón. Con cuidado de no tirar el paraguas rosa que estaba colgado del respaldo de una de las sillas, miró también debajo de la mesa. Y dentro del enorme arcón, lleno de ropa. Y después se acercó a la chimenea. Apartó el caldero a un lado, e introdujo el cuerpo en el hogar, girando el tronco y la cabeza todo lo que pudo, intentando ver el interior del ancho tubo de piedra.

Bingo.

Había allí un manojo de llaves, colgadas de un gacho, en el interior de la chimenea. Invisibles para alguien que simplemente mirase el hogar desde la habitación. Reacomodando su peso en los pies para no perder el equilibrio por la incómoda postura, alargó un brazo y trató de cogerlas. Apenas sus dedos rozaron el metal, vio claramente cómo se alumbraban como si estuvieran al rojo vivo. Y justo así las sintió su mano. Con un grito contenido, la apartó al instante, sintiendo abrasarse la yema de sus dedos. Comprobó el daño causado y vio que la piel se le había enrojecido ligeramente. Escrutó el manojo de llaves sin volver a intentar tocarlas, con los labios fruncidos. Vaya, pues no era tan inútil después de todo. Sabía hacer algunos hechizos. Estúpido semi-humano…

Draco sacó el cuerpo de la chimenea y suspiró con fastidio. De todas formas, era evidente que las necesitaría para cerrar el castillo por las noches, o algo similar. Notaría su ausencia. Y Draco ni siquiera tenía su varita consigo para tratar de eliminar los encantamientos que las protegían. Ni hacer una copia. No podía hacerse con ellas ahora. Pero al menos sabía dónde estaban.

Aunque seguía en el punto de partida del que había bautizado como Plan B. Seguía sin saber qué otros hechizos protegían la puerta de entrada. No podía colar a los mortífagos por ahí, al menos de momento. Si hubiera estado más atento en la reunión de los profesores a la cual asistió en secreto, en compañía de Granger, ambos ocultos en ese peligroso armario del demonio…

Era gilipollas. Definitivamente lo era.

Conteniendo a duras penas las ganas de darse una bofetada, decidió salir de allí. Fang seguía entretenido con el faisán, ajeno a él, y calculaba que Hagrid no tardaría mucho en volver.

De momento, seguiría con su Plan A. Que consistía en seguir revisando los planos que encontró en el despacho de Filch, y los pasadizos que aparecían en ellos. La tarde anterior solo había tenido tiempo de registrar las mazmorras. Sin éxito. Seguiría con la primera planta. Hoy ya no tendría tiempo, a juzgar por la hora en la que tenía pinta que terminaría el castigo. Tendría que apañárselas para seguir mañana, y posiblemente también el domingo, si conseguía escaquearse de estar con sus colegas. Y quizá el lunes después de las clases… Ah, no, mierda, tenía entrenamiento de Quidditch. Tendría que dejarlo para el martes, y eso significaba que tampoco podría quedar con Granger para verse entonces… Aunque también podría saltarse las clases de la mañana y dedicar ese tiempo a su misión, y dejar la tarde para ver a Granger…

Apretó las mandíbulas, reiterando en su mente la idea de que era gilipollas. ¿De verdad verse con Hermione Granger era una prioridad a la altura de una misión de vida o muerte para el Señor Tenebroso? Por las barbas de Merlín, lo que le faltaba… Por supuesto que no.

Tras resoplar por enésima vez, mirar en derredor y asegurarse de que no se apreciaba que alguien hubiera registrado la casa, salió de allí a toda velocidad.


—Pero no entiendo… Espera, ¡espera! ¡No te vayas! —Ron se apresuró a estirar el brazo y a sujetar el de Hermione antes de que se alejara lo suficiente—. Explícame por qué hacen falta tres espinas de Pez León, solo me falta eso…

—Ron, tengo que ir a Aritmancia, ya te lo he dicho —exclamó Hermione, impaciente, alzando la voz para hacerse oír por encima de las decenas de conversaciones provenientes de los alumnos que abarrotaban el pasillo, a su alrededor—. Te ayudaré más tarde a terminar la redacción, ahora tengo que irme…

—¡Es que luego no me va a dar tiempo! —gimió el pelirrojo, mirándola con cara de cachorro mientras volvía a apoyar su pergamino en el alfeizar interior de una ventana, a modo de improvisada mesa, y colocaba la pluma encima—. ¡La clase de Pociones es después de la hora libre! ¡Y en la hora libre no estás tú!

Exacto, porque tengo Aritmancia ahora y voy a llegar tarde —protestó Hermione, cansada, con tono exasperado—. Harry te puede ayudar…

—¡Harry no tuvo ese fallo en su poción! Ah, pero espera… —Ron apoyó mejor el pergamino y se apresuró a anotar algo con una letra definitivamente nefasta—. Voy a ir añadiendo lo del asfódelo…

Hermione rodó los ojos y fijó su mirada en Harry, que permanecía en pie junto a ellos, con una revista abierta en las manos. Leía atentamente las páginas centrales del nuevo número de la revista El Quisquilloso, con su oscuro ceño firmemente fruncido.

—¿Y bien? —cuestionó Hermione con suavidad. Harry suspiró por la nariz, pero no apartó la mirada de la revista.

—La dejan volver a Beauxbatons —murmuró con frialdad. Elevó sus verdes ojos y los clavó en su inquieta amiga—. A la chica francesa. La dejan volver al colegio como si no hubiera sucedido nada.

—Eso significa que no han encontrado nada en su contra —opinó Hermione, cauta. Harry frunció los labios.

—Me parece arriesgado dejarla entrar en un colegio después de estar en manos de Voldemort.

—Ni siquiera sabemos eso con exactitud —lo corrigió Hermione, arqueando las cejas—. No hay pruebas de ningún tipo. Solo es una de las posibilidades…

—Quizá todo ese asunto de la chica francesa ni siquiera tenga nada que ver con Quien-Ya-Sabéis y ya estamos todos paranoicos —corroboró Ron, distraído, sin dejar de escribir—. Harry, tú también fallaste en lo de las higueras de valeriana, ¿no?

—Ajá… —admitió su amigo, resignado, cerrando la revista por fin.

—Corre, dime cómo lo has corregido… ¡No! ¡No te vayas, Hermione! ¡Aún necesito tu ayuda! —exclamó Ron, volviendo la cabeza al otro lado para asegurarse de que su amiga no se le escapaba. Y de nuevo la giró para mirar al moreno—. Vamos, Harry, díctame…

Mientras Harry le resumía lo que había puesto él en su ensayo de Pociones, leyendo por encima del hombro de su amigo lo que éste iba redactando a toda prisa, Hermione suspiró y se alejó muy lentamente con discreción. Ron tenía la mala costumbre de confiarse y dejar todos los trabajos para última hora. Luego se desesperaba en el último momento y volvía locos a sus dos amigos. Hermione siempre terminaba echándole una mano y dándole algunas ideas o correcciones, pero ahora tenía que ir a Aritmancia o acabaría llegando tarde. Y no pensaba dejar que eso ocurriese.

Porque, además, había algo más en sus planes antes de ir a clase.

Intentando perderse en la marea de estudiantes que iban de un lado para otro, Hermione sujetó bien su pesada mochila y consiguió alejarse lo suficiente de un nervioso Ron, hasta llegar a doblar la esquina. Se escurrió por un pasillo lateral y avanzó a toda prisa por él, casi al trote. Subió unas estrechas escaleras de caracol, pegándose a la pared para sortear a las personas que bajaban por ellas y llegó a lo alto, a un pequeño rellano de la séptima planta abarrotado de alumnos. Volvió a deslizarse por el pasillo contiguo y, una vez allí, se detuvo, jadeando suavemente.

¿Éste era un sitio apropiado para verse? Hermione no estaba en absoluto de acuerdo…

Se acercó a una estatua que identificó como la de Lachlan, el Larguirucho, y se apoyó sobre ella, descansando y tratando de evitar el centro del pasillo para no ser balanceada por la multitud de alumnos. Miró a su alrededor, desconcertada. Él la había citado ahí, en ese pasillo, pero no tenía sentido. No había ningún lugar donde ocultarse de miradas indiscretas. Todo estaba lleno de personas, cualquiera podría verlos allí. Había estudiantes de todos los cursos y Casas. Y Filch se encontraba limpiando los cristales de las ventanas, en la otra punta del pasillo.

La chica se preguntó mentalmente si no habría entendido mal su letra y, por consiguiente, el lugar de reunión. Contempló su reloj de pulsera; ella había llegado algo tarde, y él ni siquiera estaba allí todavía. A pesar de todo, podía permitirse esperarle unos minutos. Se encontraban en el descanso de media mañana, en el cual tenían media hora antes de su siguiente clase. Media hora que pensaban aprovechar para estar un rato juntos…

Hermione comenzó a mirar alternativamente a ambos lados del pasillo, buscándolo con la mirada en la marea de estudiantes. Bueno, si terminaba apareciendo, lo haría por alguno de los dos lados. O al menos eso pensó la chica.

Con lo que no contaba de ninguna manera, era que una pequeña y vieja puerta de madera que se encontraba inmediatamente tras ella, y a la cual no había dado la menor importancia, se abriese. Liberando una blanca mano que ella tampoco vio. Una mano que aferró su brazo con fuerza y la arrastró, sin demasiado cuidado, hasta hacerla cruzar, casi trastabillando, el umbral de la puerta. Puerta que se cerró inmediatamente tras ella. Hermione de pronto se vio sumida en la penumbra, en un espacio muy reducido que no era capaz de identificar. Su primera reacción al sentir que alguien la sujetaba y tiraba de ella había sido lanzar un grito, pero, antes de ponerla en práctica, había logrado reprimirse. Cayendo en la cuenta al instante de quién se trataba.

—¿Te has vuelto loco, Malfoy? —espetó con sorpresa, mientras sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad poco a poco. Con el paso de los segundos descubrió, con leve alarma, que ambos se encontraban en un espacio ligeramente claustrofóbico de poco más de un metro cuadrado de espacio. Había unas estanterías de madera en una de las paredes, ocupando gran parte del lugar, y varias cajas en el suelo. También algo que reconoció como unas escobas, o quizá fregonas, en un rincón.

A pesar de la penumbra, vio claramente la sonrisa burlona que Draco esbozó. La débil luz que se colaba por las rendijas de la puerta hizo centellear sus grises ojos.

—¿Acaso no habíamos quedado aquí? —replicó él con burla, arqueando una ceja al ver la expresión frustrada de la chica. Hermione resopló con incredulidad, dejando su pesada mochila en el suelo, a sus pies.

—Habíamos quedado ahí fuera, en el pasillo del séptimo piso junto a la estatua de Lachlan, el Larguirucho —recitó ella, irritada—. Y no sé si te has dado cuenta, pedazo de bruto, pero medio Hogwarts estaba en ese pasillo, y sigue estándolo, y tú no has sido precisamente discreto metiéndome aquí. Como alguien se haya dado cuenta de tu imprudencia te juro que te…

Draco no llegó a saber lo que Hermione pensaba hacerle si algún alumno hubiese visto cómo la metía en aquel lugar. Impaciente ante su airado discurso, el chico había decidido cortarlo por lo sano, inclinándose hacia ella y cubriendo la boca de la chica con la suya en un firme beso. Hermione inspiró por la nariz, enfadada al ver que la obligaba a callarse de una manera tan poco legal. Pero su furia se evaporó con vergonzosa rapidez. Él no tuvo prisa por alejar su boca, incluso después de lograr hacerla enmudecer. Movió sus labios sobre los suyos con ímpetu, envolviéndolos con los suyos, sin darle apenas oportunidad de respirar. Se inclinó más hacia ella, ladeando el rostro y colándose en su boca. Utilizó su lengua para acariciar la de la chica, aumentando el erotismo del beso, y consiguiendo reducirla a una alterada masa de sentimientos.

Al separar sus labios, aunque sus rostros no lo hicieran demasiado, Hermione tomó aire con profundidad. Estaba casi temblando. Correspondió a la íntima mirada del chico, pero también trató de tragar saliva y de volver a mirarlo con reproche.

—Cualquiera podía habernos visto, has sido muy imprudente —lo acusó de nuevo, en un susurro cargado de molestia. Pero más débilmente que antes—. Además, ¿dónde estamos? ¿Qué es esto? —añadió después. Volvió a mirar alrededor con extrañeza, ahora que podía ver un poco mejor, y su pie chocó sin querer contra lo que reconoció como un cubo de fregar.

Draco, inmune a sus quejas, elevó una de sus manos y le sujetó la barbilla, pasando el pulgar de forma distraída por su labio inferior, limpiando así el rastro húmedo que su apasionado beso había dejado. Hermione, a pesar de seguir empeñada en mostrarse ofendida, suavizó su expresión al instante ante su atento gesto.

—Uno de los muchos escoberos de Filch, cargados de enseres de limpieza, que hay por todo el castillo —informó Draco, encogiéndose de hombros con desinterés, y volviendo a soltar su rostro. Ni siquiera pareció haberlo hecho de forma consciente. Casi pareció un acto reflejo—. Ningún alumno va a entrar aquí, te lo aseguro.

—No me extraña —corroboró Hermione, arrugando la nariz—. Huele horrible.

—Es muy posible que sea el Quitamanchas Mágico Multiusos de la Señora Skower —replicó Draco, socarrón, señalando un gran bote verde situado sobre la estantería, junto a un par de trapos mugrosos. Un líquido viscoso escapaba por el tapón mal cerrado—. Puede que sea alucinógeno, no lo tengo claro. Si en algún momento ves dos "Dracos", lo primero, felicidades, eres afortunada; y, lo segundo, avísame para que nos vayamos.

Hermione dejó escapar una espontánea carcajada, ante la cual Draco se llevó el dedo índice a los labios, divertido, pidiendo silencio. Ella se cubrió la boca con una mano, sonriendo avergonzada. Realmente se había reído demasiado alto. Quería insistir en el hecho de que había sido un imprudente metiéndola en un escobero casi en las mismas narices de los alumnos que abarrotaban el pasillo, pero la furia inicial había disminuido, y parecía evidente que no los habían visto. De lo contrario, habrían abierto la puerta al instante para descubrirlos ahí, y eso no había ocurrido.

La joven se permitió entonces relajarse y, simplemente, disfrutar de su compañía. No tenían muchas oportunidades para ello, de modo que se obligó a dejar a un lado todas las preocupaciones posibles. No habían podido verse desde la semana anterior, desde el día de su encuentro clandestino e improvisado en la Sala de Profesores. Habían intentado reunirse el viernes pasado en la Torre del Reloj, pero el chico no había aparecido a su encuentro. Y habían pasado varios días más sin poder comunicarse. Hasta ayer, miércoles, cuando le había enviado una nueva nota en clase de Pociones, citándola en la hora y lugar en el que se encontraban en ese momento.

—¿Qué tal fue el castigo de la profesora McGonagall? —quiso saber Hermione, con suavidad, mirándolo a los ojos. Intentando verlo en la penumbra. El rostro de Draco se tensó, y sus labios se crisparon.

—Eterno —reveló, con expresión malhumorada—. McGonagall me obligó a ayudar a ese patán del guardabosques a plantar sus estúpidas calabazas… —explicó con aspecto contrariado, despreciando a Hagrid por inercia. Hermione ladeó la cabeza y arqueó las cejas con censura, indicándole que no aceptaría insultos semejantes. Draco, captando su firme mirada, hizo un rápido movimiento con sus cejas, indicándole que lo había captado, pero continuó sin disculparse—: El día que quedamos en vernos en la Torre del Reloj ni siquiera llegué a cenar. Ese imb… el guardabosques me tuvo allí hasta pasadas las nueve. Por eso no pude ir —finalizó, ahora escrutándola con atención. Como si de pronto se plantease si realmente le habría molestado que no apareciese.

Hermione, que todavía lo miraba con censura por la forma en la que estaba hablando de Hagrid, accedió a sonreír de forma tenue.

—Lo imaginé, no te preocupes. Siento que se alargara tanto —aseguró, con suavidad. Draco compuso una mueca de circunstancias y se encogió de hombros. Señalando así que la culpa de haber sido castigado era suya en primer lugar—. ¿Cuántos días estarás castigado?

—Ya terminé, solo fueron tres días. Supongo que pillé a McGonagall de buen humor…

Hermione volvió a forzar una sonrisa, captando su resignado sarcasmo. Apenas pudo contener un profundo suspiro por la nariz. Era admirable que se tomase con humor el que lo hubieran castigado a trabajar para alguien que odiaba, por haber hecho algo que en realidad había sido en contra de su voluntad. Para guardar las apariencias y que nadie descubriese lo que había entre ellos.

Dejándose llevar por un impulso que no quiso contener, Hermione adelantó las manos, buscando las del chico a tientas entre las sombras. Las encontró a ambos lados de su cuerpo, con los pulgares enganchados en los bolsillos de su túnica. Entrelazó sus dedos con los de él, obligándolo a soltar sus bolsillos. Las manos de él eran grandes en comparación con las suyas, y sus dedos, aunque delgados, eran también más gruesos que los de ella. Y podía notar algunas durezas en la palma, seguramente por el uso de la escoba.

Él se limitó a mirarla, con una fina arruga entre sus cejas claras, luciendo casi receloso por su gesto. No apartó sus manos, pero tampoco se movió.

—¿Qué tal fueron las pruebas de elección de golpeadores de ayer? —quiso saber ella finalmente. Él pareció aún más desconcertado, y se limitó a parpadear durante unos segundos—. Harry y Ron me contaron que se celebraron…

Draco arqueó una ceja, volviendo a lucir engreído. Como si no estuviera dando importancia al hecho de que ella lo hubiese tomado de las manos.

—¿Desde cuándo te importa el Quidditch? —cuestionó, dotando su voz de suspicacia. Hermione frunció los labios en una tímida sonrisa y se encogió de hombros.

—No lo hace —coincidió con simpleza, indicándole sutilmente que esa no era la razón de su pregunta.

Draco captó entonces su intento de dar conversación. Como si fuesen una pareja de verdad. De las que se contaban qué tal había ido el día. Por un instante le pareció algo absurdo. No eran esa clase de pareja. No eran pareja. No podían serlo. Pero… tuvo que admitir que el hecho de comportarse así parecía agradable. Ella estaba… mostrando interés en su vida. Aunque el Quidditch no le interesase. Pero él le interesaba. Su vida le interesaba.

De pronto estaba notando su corazón rebotar contra sus costillas, y esperó que ella no lo apreciase, aunque sabía que era físicamente imposible. Al percibir la inseguridad en los ojos de la chica ante su silencio, como si temiese que Draco se burlase de ella o no quisiese participar de su conversación, se permitió relajar sus hombros. Relajar sus muros.

—Bastante decepcionantes —dijo entonces Draco con exasperación—, pero terminó bien. Crabbe y Goyle eran malos, y jamás creí que diría esto, pero es que el resto son pésimos. Ha costado, pero Montague ha conseguido finalmente nuevos golpeadores, un muchacho de cuarto curso y otro de quinto.

Los ojos de Hermione brillaron de emoción mal contenida. Y él intuyó que no era por la buena noticia para el equipo de Quidditch de Slytherin, sino por haber aceptado su intento de conversación.

—¿Qué tal lo hacen? —quiso saber la joven, con algo más de seguridad. Draco se encogió de hombros con desgana.

—Podrían hacerlo mejor. Pero es lo único decente que había. Con algo de entrenamiento esperamos que mejoren. Son dos tipos grandes, aunque la puntería no es su fuerte. Intuyo que tendremos que recurrir a alguna que otra trampa si queremos ganar… —comentó, con una sonrisita de suficiencia. Hermione lo miró con abierta amonestación.

—Posiblemente, sin hacer trampas, tengáis oportunidad de ganar la Copa…

—Seré feliz si no terminamos por debajo de los Gryffindor en la clasificación.

Ella entrecerró sus ojos, de nuevo con desaprobación. Pero, aun así, sonrió. Había captado que solo quería meterse con ella.

—Puedes quedarte tranquilo. No sé en qué puesto quedaréis, pero todo el mundo sabe que sois un buen equipo —respondió, arqueando una ceja con suficiencia, sin dejar de sonreír.

Él la miró con sorna, sin alterarse ante sus palabras. Sus manos seguían entrelazadas. Y Draco se dio cuenta entonces de que su pulgar estaba acariciando el dorso de la mano de ella, y no sabía desde cuándo. Detuvo el movimiento al instante.

—¿Ahora eres experta en Quidditch?

—Oye, que no juegue no quiere decir que no sepa nada al respecto —protestó la chica, elevando un poco la barbilla—. He visto jugar a mis amigos durante años, tanto en los partidos como en los entrenamientos. Entiendo las normas, y sé reconocer un buen jugador. Y tú eres muy bueno.

El chico la había estado observando con condescendencia mientras hablaba, dispuesto a emitir una burla tan pronto terminase, pero su última frase lo descolocó. La arrogancia desapareció de sus ojos y Hermione, a pesar de la oscuridad, alcanzó a ver la extrañeza de su rostro.

—¿En serio? —masculló él, en un murmullo—. Es decir… lo sé, pero, bueno… No sabía que te habías fijado.

Hermione rio con la garganta.

—No soy una experta en la técnica, pero tengo ojos. Sé apreciar si alguien vuela a trompicones, si se tambalea, si es rápido… Tienes un equilibrio magnífico, eres rápido de reflejos a la hora de atrapar la snitch, y vuelas de forma muy ágil. Eres bueno —Hermione se encogió de hombros, sin darle importancia—. Seguro que además de eso hay cien mil técnicas que yo no comprendo, ni aprecio… Harry y Ron intentaron enseñarme, pero fracasaron. Sé que hay algo llamado el… amago de Wonsy, o algo así.

—Amago de Wronski—corrigió Draco inmediatamente, obligando a sus labios a que se curvaran en una sonrisa despectiva. Fingiendo no darle importancia a sus palabras. Pero estaba haciendo un esfuerzo por respirar con normalidad.

Draco de pronto sintió que tantísimas horas de entrenamiento bajo lluvia, sol y nieve habían valido la pena. Su esfuerzo se había visto recompensado. Nadie le decía nunca que era buen jugador de Quidditch, a excepción de Pansy. Los del equipo nunca se lo reconocían, y él se obligaba a pensar que era porque ya era un miembro veterano del equipo. A él nunca le habían repetido las pruebas con el paso de los años. Había entrado en el equipo con doce años, con la ayuda de la generosidad de su padre. Con su regalo de una escoba Nimbus 2001 para cada miembro del equipo. Habían perdido partidos muchas veces por su culpa, por no haber logrado atrapar la snitch. En la gran mayoría de ocasiones, cuando se había enfrentado a Harry Potter. Y había sido Hermione Granger, precisamente Hermione Granger, quien le había hecho sentir, cinco años más tarde, que merecía estar donde estaba. Era de locos.

Todavía podía escuchar en su cabeza las palabras pronunciadas por la chica años atrás, con su voz sonando más aguda debido a su juventud, pero con el mismo tono de suficiencia que todavía conservaba…

"Pero en el equipo de Gryffindor nadie ha tenido que comprar su acceso. Todos entraron por su valía".

El espeso cabello castaño de la joven enmarcaba su rostro por ambos lados, y un exuberante mechón del lado izquierdo ocultaba parte de su pómulo debido a su volumen. Draco, sintiéndose molesto ante ese detalle, separó sus dedos de los de ella y elevó la mano. Enredó sus dedos en el mechón, intentando apartarlo a un lado, y colocarlo tras su oreja.

—Y, aun así, no tienes ni idea de escobas… —se burló en un murmullo distraído, sin mirarla a los ojos, todavía luchando con la esponjosidad de su cabello. Sus ojos grises brillando de concentración para dejar el rebelde mechón bien sujeto—. ¿Qué clase tienes ahora?

—Aritmancia —respondió ella con voz queda, perdida en su gesto, en la ternura que ocultaba. Ternura de la que él, con toda seguridad, no era consciente.

—¿Qué nota sacaste en aquel parcial de hace un par de semanas?

Hermione no pudo contener una risa nerviosa por la nariz, casi temblorosa. Le sorprendía que se acordase. Ella le había mencionado semanas atrás, antes incluso de su discusión por no acudir a su encuentro tras los invernaderos, de la existencia de aquel examen parcial de Aritmancia, concretamente sobre el Número del Alma. La chica se había quejado durante bastante rato de que la nota se la facilitarían muy próxima al siguiente parcial, cosa que le parecía injusto para poder calcular su media. Y él se había acordado. No se lo había esperado.

—Un Extraordinario —murmuró a duras penas. Le costaba pensar, teniendo los dedos del chico rozando la sensible piel de su oreja.

Draco resopló, y arqueó la ceja. Dejó por fin el mechón por imposible, a su libre albedrío. Esa chica tenía demasiado cabello.

—No sé para qué pregunto. El día que saques un Supera las Expectativas, los escregutos de cola explosiva del guardabosques se convertirán en cochinillas para alimentar Bowtruckles.

Hermione sonrió, entrecerrando los ojos con censura.

—Saqué uno en mi TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Y los Bowtruckles del mundo vitorean…

Hermione esta vez sí consiguió sofocar su carcajada. Las voces de los alumnos, cada vez más escasas, se escuchaban todavía a través de la puerta cerrada, creando una placentera sensación de riesgo. Técnicamente, cualquiera podía entrar ahí, cualquiera podía descubrirlos. Estaban a pocos pasos del mundo exterior, a pocos pasos de un mundo que les había prohibido precisamente lo que estaban haciendo. Con la única protección de una puerta desgastada contra un mundo poderoso que era capaz de destruir sus vidas con un chasquido de dedos. Un mundo que les había impuesto unos obstáculos que ellos estaban desafiando una y otra vez en sus propias narices, asumiendo los riesgos, deleitándose con ello.

La adrenalina del riesgo, de disputar lo prohibido, era capaz de encender una chispa entre ellos que solo aumentaba la pasión de sus encuentros, la fuerza de sus sentimientos, vetados, y, por ello, adictivos.

Sus cuerpos estaban muy cerca en el reducido espacio. Sus ojos recorriendo la piel del rostro del otro, en silenciosas miradas. Dejaron a un lado la cordial conversación, en un mutuo y mudo acuerdo.

Sus rostros se pegaron en la penumbra, uniendo la piel de sus frentes. Sintiendo la respiración del otro chocar contra sus rostros. Hermione alzó la mano y la llevó a su pálida garganta, acariciando su nuez con la yema de sus dedos. Intentando adivinar su discreto pulso. Él se inclinó para besar sus labios súbitamente, atrapando el inferior con los dientes y liberándolo con un suave sonido de succión. Hermione no pudo evitar dejar escapar un jadeo. Casi mareándose ante la sensación de sus labios atrapando el suyo, mordiéndolo suavemente. Ante la sensualidad de semejante gesto. Sintió el calor apoderarse de su espalda.

Hermione bajó un poco la mano que todavía mantenía apoyada en su garganta y rodeó con ella la corbata verde y plateada del chico. De un tirón, lo atrajo firmemente hacia sí para poder besarlo en los labios. Sintiéndose incapaz de demorarlo más. Draco, al parecer satisfecho de su gesto, se apretó contra ella al instante, obligándola a retroceder. Tras apenas dar dos torpes pasos, Hermione se encontró con una dura superficie a su espalda que identificó como la pared del armario. Sin soltar sus labios, Hermione aflojó el agarre en su corbata y volvió a acariciarle el cuello, esta vez con ambas manos. Arañando su nuca al sentir la parte delantera del cuerpo del chico apretándola contra la pared, pegándose a ella. La chica exhaló un gemido, silenciado por él.

Draco, sintiendo rastros candentes en su cuello, allí donde ella le había arañado, y al sentir su gemido contra su boca, sintió que empezaba a perder el dominio de su cuerpo. Recorrió con sus manos la parte externa de los brazos de ella, en una rápida caricia ascendente, hasta dejar las manos apoyadas en la pared, a ambos lados de su cuerpo. Utilizando solo su pecho y su boca para mantenerse pegado a ella. Necesitaba no tocarla demasiado, o definitivamente perdería el control por completo.

El joven soltó sus labios y hundió el rostro en el lateral de su garganta, atrapando la carne con su boca. Hermione no pudo contener otro suspiro, ahora sin llegar a ser silenciado por el chico. Sus uñas se clavaron en su nuca. Lo sintió dejar escapar una risa mordaz a través de su nariz. Él se acercó a su oído, y Hermione sintió sus labios cosquilleando en la receptiva zona.

—¿Eres capaz de estar callada, o mejor silencio la puerta? —cuestionó el joven en un jocoso susurro, acariciando su sien con su afilada nariz.

Sus palabras provocaron una sacudida de anticipación en el bajo vientre de la chica. De forma tan súbita que semejante sensación la pilló desprevenida. Con la puerta silenciada ella podría... emitir todos los sonidos que quisiera. Draco incentivaría con sus acciones que ella emitiese todo tipo de sonidos… Recomponiéndose de sus propios pensamientos, Hermione esbozó una sonrisa libre de timidez, que él apenas pudo ver de reojo. Pero sí sintió cómo ella giraba el rostro para poder besarle la mandíbula, acercándose también a su oído.

—¿Y tú? —murmuró la chica, con sus labios rozando el trago de su oreja.

Y entonces Hermione inclinó más el rostro. Para lanzarse a besar su cuello, en rápidos y necesitados besos. Apartando para ello sus manos. Y Draco dejó de ver. Porque había cerrado los ojos, pero de eso tardó en darse cuenta. Concentró sus esfuerzos en no jadear con fuerza. En morderse la lengua, mordérsela de verdad, para no dejar escapar el gemido que recorría su superficie. Y para no temblar. Dejó caer la cabeza, encontrándose su frente con el hombro de la joven. Sus dedos arañaron la pared de piedra del escobero, solo para desahogarse, para soportarlo. Para soportar la pequeña y blanda boca de la chica descendiendo y ascendiendo por su cuello en firmes besos. Recorriendo la sensible zona con seguridad, con sus labios húmedos por los besos compartidos; con su aliento ardiente poniéndole de punta cada vello de su cuerpo; con sus cautos dientes tratando de morder la zona más cercana a su hombro, atrapando después con entusiasmo el lóbulo de su oreja…

El tirón que Draco experimentó en su vientre hizo que sus piernas casi cedieran. Y un evidente temblor lo sacudió entero.

Era demasiado. No podía más. A la mierda con todo.

Hermione escuchó al chico dejar escapar su aliento entre sus dientes apretados, contra su hombro. Giró el rostro hacia ella, obligándola a abandonar su cuello. La boca de Draco se adueñó de la suya de nuevo, de forma tan brusca que la hizo gemir antes de poder controlarse. En absoluto disgustada. De pronto, las manos del chico dejaron la pared. Hermione percibió que ya no estaban a ambos lados de su cuerpo. Y entonces sintió que estaban sobre ella. Las notó revolotear sobre su pecho, provocándole un estremecimiento de pura sorpresa. Tardando en asimilar el giro de los acontecimientos. Él nunca la había… tocado así.

Pero no tardó en darse cuenta de que no eran sus senos lo que él buscaba. A tientas, en medio de la oscuridad, él encontró las solapas de la túnica del uniforme de la chica y las aferró. Las apartó a ambos lados, abriendo su túnica, pasándola por sus hombros. Pretendía quitársela, dejándola en mangas de camisa. Y ella se lo permitió. Aunque sintió un súbito escalofrío recorrerla de pies a cabeza, como una descarga eléctrica, al escuchar el susurro de su ropa al deslizarse por sus brazos y caer al suelo. Jadeó contra su boca, volviendo a unirse a sus labios con algo de torpeza, a ciegas. Draco la besó con más firmeza mientras llevaba sus manos entre ellos de nuevo. Hermione las sintió chocar contra su pecho de forma intermitente, mientras él trabajaba en su propia ropa.

Volvió a escuchar un susurro de tela cayendo. La túnica de Draco no había tardado más de dos segundos en caer al suelo tras él. Retirada por el propio chico. Y entonces se presionó contra ella, ahora sin la amplia y molesta túnica restando fidelidad al roce de sus cuerpos. Hermione percibió un calor abrumador en su piel cuando su pecho resbaló sobre el suyo, como si algo hubiese estallado entre ambos. A esas alturas del año ya no vestían el fino jersey sin mangas reglamentario. La delgada tela de sus camisas era la única barrera entre sus receptivas pieles. Y le pareció una situación increíblemente íntima. Sin plantearse romper el contacto ni por un instante, rodeó el cuerpo del chico con sus manos, pasándolas bajo sus brazos, para acariciar su espalda por encima de la tela. Estudiando la forma de su cintura. La tensión muscular de sus costados. La temperatura de su piel.

Una de las manos de Draco descendió por su cuerpo, recorriendo el lateral de su cadera por encima de su falda. Intentando no enredar los dedos en los pliegues del plisado. Llegó al final de la prenda y alcanzó la piel desnuda de su pierna que quedaba a la vista bajo el borde de la falda escolar. Se deslizó por la piel de su muslo, en una tentadora caricia con la yema de los dedos. Y con la palma después. Lo recorrió casi distraído y después, en un arrebato, lo rodeó con más firmeza, usando su mano al completo. Apretando su carne. Alzó entonces su muslo de un suave tirón, subiéndolo a la altura de su propia cadera, mientras se pegaba a ella. A Hermione le sorprendió la facilidad con la que sostuvo el peso de su pierna, solo con la fuerza de su brazo. Pero no tuvo mucho tiempo para apreciarlo.

Draco le dio entonces una pequeña embestida para sujetarla, seguramente tratando de acomodarla mejor entre su cuerpo y la pared. La joven sintió la pelvis de él, enfundada en el rígido pantalón del uniforme, presionar contra su vientre y lograr, sin buscarlo, hacerla gimotear de forma involuntaria. Su cuerpo se arqueó ligeramente contra él, de forma instintiva, buscando algo más de contacto. Draco resopló contra su boca, al sentirla pegarse a él de esa forma. La mano que sujetaba su muslo se crispó, clavando sus uñas cortas en ella. Hermione se limitó a enterrar sus dedos en su espalda. Y a recuperar sus labios en la penumbra. Alentándolo a no detenerse.

Necesitaba… algo. No sabía el qué. Pero algo. Más.

La mano libre de él también bajó a su otra cadera, solo para sostenerla. Él estaba soportando prácticamente todo su peso. Había logrado alzarla ligeramente al recolocarla, pues Hermione sintió que apenas llegaba a tocar el suelo con la punta del pie. Notaba el rostro del chico unos centímetros más abajo de lo que solía ser lo normal por la diferencia de estatura. Estaba pegado a ella. Lo sentía completamente pegado a ella. Aplastando su pecho con el suyo. Su pelvis contra la suya. Y aun así, no era suficiente.

Hermione logró sacar las manos del reducido espacio entre sus cuerpos y las elevó para rodearle el cuello con los brazos. Sin dejar de besarlo. Sin poder evitar respirar pesadamente contra su rostro por la intensidad del beso. Al mover los brazos para rodear su cuello, Hermione sintió algo duro presionar su codo, a su derecha. Se escuchó entonces el entrechocar de unos palos, de un material que sonaba a madera. Y, de pronto, algo alargado y duro cayó sobre ellos, sobresaltándola y haciéndola inhalar. Sintió a Draco estremecerse también por la sorpresa. Rompieron el beso torpemente, jadeando, al escuchar, y sentir, varios golpes dentro del armario.

—¿Pero qué…? —farfulló Draco. Soltó el muslo de la chica, volviendo a dejarla apoyar su peso sobre sus dos pies. Hermione apreció en la penumbra que alzaba el brazo, tanteando la oscuridad para poder quitar el objeto que se les había caído encima—. ¿Fregonas? Maldita sea…

Draco trató de volver a colocar la supuesta fregona en su lugar, en medio de la oscuridad, con torpeza y visible prisa por volver a su anterior tarea. Pero solo logró que otras fregonas, o quizá escobas, cayeran sobre ellos. Hermione se protegió el rostro con el antebrazo, esbozando una mueca divertida. Al escuchar al chico soltar una palabrota en voz baja, de forma abiertamente impaciente, ya no pudo contener una afortunadamente silenciosa carcajada. La situación se le antojó hilarante. Habían golpeado las fregonas de Filch en medio de la pasión del momento, y ahora todas se les caían encima cual fichas de dominó. Interrumpiendo por completo la atmósfera de la ardiente situación. Escobas, fregonas, o lo que fuesen, ni siquiera lo veían.

El chico, frustrado, empujó a un lado las fregonas, sin ningún cuidado, intentando que cayeran lejos de ellos, en otra esquina del armario. Hermione, por su parte, luchaba por contener un espontáneo ataque de risa. No sabía si su cuerpo había decidido quemar la adrenalina y la excitación mediante una irreprimible y nerviosa risa, pero eso era lo que le estaba sucediendo. La situación era tan irreal que no podía parar de reír. Draco Malfoy, el aristocrático Draco Malfoy, estaba encerrado con ella en un diminuto y sucio armario, y se le acababan de caer encima media docena de fregonas.

Soltó el cuello del chico y deslizó sus manos por su pecho hasta soltarlo del todo. Dejó caer la cabeza sobre su hombro, para mantener la cercanía, apoyando en él su frente. Sin poder parar de reír. Intentando no hacerlo sonoramente. Draco, todavía aprisionándola contra la pared, no había permitido que sus cuerpos perdiesen el contacto mientras recolocaba las fregonas. Cuando lo logró, arrojándolas a otro rincón del armario provocando un par de sonoros golpes, devolvió el rostro al frente, buscando el de la chica, escuchándola reír por lo bajo.

—¿En serio? ¿Te hace gracia? —espetó con impaciencia. Intentando sonar incrédulo, pero con un mal oculto tono jocoso. Hermione respondió riendo de forma más incontrolable contra su pecho, luchando por no alzar la voz. Sin poder parar—. No te rías de mí, maldita…

Pero la voz le estaba traicionando. Hermione no podía verle rostro porque había hundido el suyo propio en el hueco de su cuello. Pero lo escuchaba. Y sonaba tan divertido como ella, contra su voluntad. Hermione sufrió otro breve ataque de risa, que no intentó controlar, únicamente amortiguar para que solo él lo oyese.

Y fue entonces cuando sintió los hombros de Draco sacudirse bajo su frente. Escuchó su aliento escapar por su boca y chocar contra su oído. Se había reído.

Y no había sido una carcajada mordaz, sarcástica, ni mucho menos maliciosa. Había sido una risotada genuina, incontenible, apenas audible. Una risa real.

La situación le parecía tan patética, y le hacía tanta gracia, como a ella.

Hermione sintió sus propios labios estirarse en una sonrisa y volvió a reír. Se permitió cerrar los ojos y disfrutar de la íntima sensación de estar riendo a su lado, pegada a su pecho, en medio de la oscuridad. No hacía falta hablar. La situación hablaba por sí misma.

Riendo aún de forma residual, sofocada todavía por los besos antes compartidos, alzó la cabeza por fin, abandonando su hombro. Apenas adivinaba el contorno del chico gracias a la luz que todavía se colaba por las rendijas de la puerta. Menos aún veía su expresión. Estiró el rostro y buscó a tientas sus labios, cubriéndolos con los suyos en un suave beso cuando los encontró. Sin separarse apenas, a ese beso siguió otro. Y otro más. En el siguiente, sus lenguas se encontraron.

Draco volvió a presionarla contra la pared, empujando su cuerpo con el suyo. Las manos de la chica ascendieron de nuevo por su cuello, rodeándolo con las palmas. Alcanzando el cabello de su nuca y enredando los dedos en él. Pero el hecho de que tuviera que colocar los codos entre ambos para poder hacer eso no pareció convencer a Draco.

Hermione sintió que sus manos abandonaban sus caderas. Y de pronto las sintió rodeando sus muñecas, encontrándolas casi a tientas. La obligó a separar sus manos de él y a abrir los brazos. Se encontró entonces con el dorso de sus manos rozando la rugosa pared, a ambos lados de su cabeza. Con las manos del chico sujetándolas todavía de las muñecas. Gentil, pero firmemente. Inmovilizándola. Pudiendo, así, pegar completamente su pecho al suyo.

Hermione se retorció al sentir su lengua hundirse en su boca. Tragándose su gemido. Intentó mover sus brazos por acto reflejo, queriendo rodearlo con sus manos, pero él mantuvo su agarre sin ningún esfuerzo. Sus largos dedos eran más fuertes de lo que insinuaba su delgadez. Sus manos estaban calientes. Hermione entonces fue consciente de que no podía moverse. No podía mover las manos. No podía tocarlo. Él no se lo permitía. Él la estaba devorando, estaba completamente pegado a ella, y ella no podía hacer nada.

Estaba a su merced. Y no podía sentirse más tranquila al respecto.

"Si hay algo que no quieras hacer, solo tienes que decírmelo."

La boca del chico abandonó entonces la de ella, casi dolorida por la intensidad del beso, y la deslizó por su cuello, repartiendo la humedad de sus labios, mordiendo el hueco donde se unía con el hombro, y que quedaba a la vista al lado del cuello de la camisa. Arrancándole un nuevo suspiro ahogado, cargado de anhelo. Escuchó a Draco gruñir roncamente en respuesta. Hermione peleó para soltar una de sus manos, solo una, para poder aferrar su cabello. Pero el chico no se lo permitió. Ni tampoco se alejó de su cuello. Estaba segura de que él sería capaz de notar su firme pulso en la garganta. Todo su cuerpo estaba latiendo.

Su boca en su cuello era impetuosa, abrasadora, pero no era suficiente para satisfacer la hoguera que había nacido en su pecho, casi a la superficie. Quería besarlo en la boca con fuerza, agarrar su camisa con ambas manos, arrancársela, gritarle lo mucho que lo…

Y, entonces, la luz invadió el pequeño armario, atravesando los párpados firmemente cerrados de ambos.

Atontados ante el repentino cambio de ambiente, Draco y Hermione, jadeantes y aún llenos de adrenalina, separaron sus rostros y los giraron hacia la puerta. Se encontraba abierta de par en par, y una oscura silueta se recortaba en el marco contra la brillante luz de pasillo.

Hermione sintió un zumbido en sus oídos. Un vacío en el pecho. Su cuerpo quedarse sin fuerzas. Y, entonces, sintió terror. Un terror fulminante. Un terror tan absoluto que su cuerpo apenas fue capaz de asimilarlo. Un terror que la agarrotó mejor que cualquier Petrificus Totalus, y que, estuvo segura, tuvo el mismo efecto en Malfoy.

La escena pareció congelarse durante minutos, ambos todavía pegados al cuerpo del otro, como si así pudiesen evitar el desastre, y la misteriosa silueta contemplándolos desde el umbral.

Pero apenas fueron dos segundos antes de que una balbuceante voz rompiese la gélida atmósfera.

—¿Qué creéis que estáis haciendo, sucios críos desvergonzados? —escupió Argus Filch, con los saltones ojos abiertos como platos.

Metió sus huesudas manos llenas de manchas dentro del armario y aferró a Draco con fuerza del brazo. Tiró de él sin la más mínima delicadeza, separándolo de Hermione y sacándolo del armario a rastras, casi tirándolo al suelo. Acto seguido, hizo lo mismo con la chica, sacándola a la fuerza al amplio pasillo. Hermione estuvo a punto de cerrar los ojos, sintiéndose emocionalmente incapaz de verse en medio de una multitud de alumnos que tendrían la mirada fija en ellos, asombrados por la escena. Pero no los cerró, y fue una suerte, porque el pasillo que minutos atrás estaba abarrotado, ahora se encontraba maravillosamente vacío. El alivio casi abrumador que la chica sintió fue sustituido al instante por una nueva oleada de preocupación. ¿Cuánto tiempo habían pasado en el armario? ¿Estaba todo el mundo en clase? ¿Qué hora era?

—Muchachos insolentes, pervertidos… ¿qué os creéis que es esto? —tronaba Filch, metiendo la cabeza en el armario, sacando las túnicas y las mochilas de ambos, que se encontraban en el suelo, y estampándoselas en el pecho a cada uno—. No pienso permitir esto en el castillo, ¡eso sí que no! Estoy harto de encontrarme a críos revolcándose por todas partes… ¡Venid conmigo!

Agarró a cada uno por un brazo con unas manos que parecían tenazas y los obligó a caminar, lo más deprisa que pudo con sus andares renqueantes, a lo largo del pasillo. Hermione tenía la mente en blanco. No era capaz de pensar en nada. No podía analizar la gravedad de lo que estaba sucediendo. No estaba preparada para algo así. Solo podía dejarse arrastrar por Filch, sujetando sus pertenencias como podía. El conserje debía haber escuchado los golpes de las fregonas dentro del armario. Por eso había entrado. ¿Cómo habían sido tan imprudentes?

—¡No se atreva a tocarme, sucio celador! —protestó de pronto Draco, al otro lado del hombre, desde donde la chica no lo veía. Hermione no pudo concebir el hecho de que le quedasen fuerzas para quejarse cuando ella se sentía a punto de desmayarse—. ¿No sabe quién soy? ¡Quíteme las manos de encima o le juro que…!

—¡El Prefecto de la Casa Slytherin, sí, sé perfectamente quién eres! ¡Resérvate tus juramentos, pequeño niñato depravado! —exclamó Filch, con los carrillos temblorosos, obligándoles a bajar unas desiertas escaleras tras un sucio tapiz—. ¡Los vas a necesitar, ya lo creo que sí! ¡Vais a pagar esto muy caro! ¡Os arrepentiréis de lo que habéis hecho!

Pasaron por un pasillo que Hermione reconoció como uno de la tercera planta, y se cruzaron con dos estudiantes. Ambos de Hufflepuff. Un chico y una chica. Jóvenes, muy jóvenes. Posiblemente de primer año. Los miraron con curiosidad cuando pasaron por delante. Pero solo había curiosidad en sus ojos. No había sorpresa, ni tampoco perturbación. No los conocían. No sabían quiénes eran. Supondrían que eran dos estudiantes de último año, posiblemente pareja, a los que Filch había atrapado en una situación íntima. No sabían que esas dos personas no podían haber sido atrapadas en una tesitura así.

Hermione sintió el miedo revolverle el estómago. Iba a vomitar, estaba convencida. De un momento a otro.

Pero entonces terminaron de bajar otro tramo de escaleras, en medio de una sarta de amenazas de un alterado Filch, y se encontraron en un desierto primer piso. Cómo habían llegado en tan poco tiempo del séptimo piso al primero, Hermione nunca lo supo. Y tampoco fue capaz de darle mayor importancia en una situación así, la cual comenzaba a parecerle más grave a cada paso que daban.

¿Y ahora qué? ¿Qué estaba a punto de suceder?

Filch los hizo detenerse ante una sencilla puerta de madera, y llamó con los rugosos nudillos varias veces, soltando para ello el brazo de la chica momentáneamente. Y Hermione se dio cuenta entonces de dónde estaban. Y de que, definitivamente, iba a desmayarse de forma inminente.

«No, por favor, aquí no, cualquier lugar menos aquí… ¡No!»

—¡Profesora McGonagall! —exclamó Filch, triunfante, irrumpiendo en el despacho con un extraño aire de satisfacción y obligando a ambos adolescentes a que entraran con él tirando de sus brazos. Golpeándolos contra el marco de la puerta sin remordimientos—. Creo que le interesará ver esto…

La profesora de Transformaciones y jefa de la Casa Gryffindor se encontraba sentada en su escritorio, mientras revisaba un montón de pergaminos. Al escuchar la puerta abrirse, y las palabras del conserje, alzó la mirada con brusquedad, desconcertada ante la interrupción. Sus inteligentes ojos verdes evaluaron con rapidez la escena que tenía ante sí. La cual constaba de un alterado Argus Filch, resoplando ruidosamente y sujetando firmemente de cada brazo, por un lado a un desdeñoso Draco Malfoy, y por otro a una pálida y afectada Hermione Granger. Ambos alumnos se veían despeinados, con las ropas arrugadas, y traían sus mochilas y túnicas negras enrolladas en las manos.

McGonagall frunció el ceño al instante y se ajustó las gafas cuadradas.

—¿Qué ha ocurrido esta vez? —preguntó, con la voz cargada de severidad y paciencia. Dejó la pluma en el tintero y se puso en pie tras el escritorio, apoyando las yemas de los dedos en la superficie de la mesa—. ¿Cuál ha sido la causa de la pelea?

Filch dejó escapar una ruidosa risotada casi histérica.

—No, profesora. De ninguna manera ha sido una pelea, se lo aseguro.

La severidad de la mujer flaqueó, y pareció desconcertarse momentáneamente. O al menos eso indicó la rápida secuencia de parpadeos que agitó sus ojos.

—¿Cómo dice, señor Filch? —insistió, sin cambiar su tono sereno. Aunque ahora era más frío. Miró al conserje por encima de sus gafas, con clara incredulidad.

—Digo que no ha sido una pelea. Me he encontrado a estos dos críos desvergonzados en un escobero del séptimo piso, en horas lectivas, practicando el coito como dos…

—¡No estábamos haciendo eso! —saltó Draco, furioso, abriendo la boca por primera vez. Hermione solo pudo cerrar los ojos, sintiendo arder su rostro. McGonagall tardó un segundo, un breve segundo, en recomponerse del pasmo que cruzó su rostro.

—¿Y qué hacían según usted, señor Malfoy? —le cuestionó la profesora, atravesándolo con sus ojos afilados, con una diminuta arruga en la frente. Pero Filch no le dejó responder.

—Me los he encontrado besándose y restregándose con todo descaro dentro del escobero —insistió Filch, sin dar su brazo a torcer—. No tiene usted más que ver el aspecto que traen, profesora. Si no llego a entrar ahí, a saber lo que hubieran hecho estos dos adolescentes depravados…

—Es suficiente, señor Filch, gracias —interrumpió McGonagall, con brusquedad—. Puede retirarse, yo me encargaré. Vuelva a sus quehaceres, por favor.

Filch pareció deshincharse. Enmudeció de golpe, pero sus facciones se endurecieron.

—Estos dos jóvenes han mancillado un escobero de mi propiedad —espetó con dureza, con su cascada voz. Como si quisiera dejar claro que consideraba lo sucedido definitivamente de suma gravedad. Sus flácidos carrillos temblaban de indignación—. Estaré esperando su aviso con el correspondiente castigo, profesora McGonagall.

La mujer no dijo nada. Se limitó a mirarlo con aspecto adusto, esperando a que abandonase el lugar. El conserje todavía vaciló, como si quisiese quedarse a oír lo que la profesora iba a decirles con la esperanza de que fuese una condena a muerte, pero finalmente se dio la vuelta y salió renqueando por la puerta, cerrándola tras de sí. Murmurando improperios.

La profesora los contempló durante varios segundos, en un tenso silencio que no tuvo remordimientos en alargar. Malfoy le devolvía la mirada con arrogancia, sin dar ninguna muestra de arrepentimiento. Hermione, en cambio, estaba pálida, contemplando la alfombra a sus pies con los ojos muy abiertos, incapaz de mirar a la profesora. No se atrevía a mover ni un solo milímetro de su cuerpo. Sentía que, si emitía el más mínimo crujido al arrastrar los pies por el suelo, la habitación se vendría abajo.

—¿Tienen algo que decir en su defensa ante lo que ha dicho el señor Filch? —preguntó finalmente McGonagall, con calma y severidad. Sin rastro de amabilidad en su tono.

—No estábamos practicando el coito —repitió Draco, irónicamente, con tono arisco.

—Me ha quedado clara su postura ante ese detalle —puntualizó la profesora, brusca, mirando después a la afectada chica—. Y me gustaría escuchar a la señorita Granger al respecto.

Hermione comenzó temblar con más fuerza. No podía levantar la mirada de sus pies. No podía mirar a la profesora a los ojos. Tenía las náuseas a flor de piel.

—No lo hacíamos —fue lo único que alcanzó a susurrar, con un hilo de voz.

—Me complace que se hayan puesto de acuerdo en eso —sentenció Minerva, elevando el tono de voz—. ¿Podrían decirme entonces qué estaban haciendo?

Hablar —espetó Draco, de nuevo con desdeñoso sarcasmo. Parecía encontrarse tan alterado y nervioso que ni siquiera recordaba ser mínimamente educado con su profesora.

—Dudo mucho que el señor Filch los haya traído a mi presencia si los hubiera visto hablando. No está prohibido en las normas de la escuela que la gente hable.

—¿Y practicar el coito sí lo está? —replicó Malfoy, con desdén, repitiendo de nuevo la palabra utilizada por el conserje con abierta burla.

—No, señor Malfoy. El coito, per se, no está prohibido en las normas. Tanto usted como la señorita Granger pueden mantener relaciones con quien les dé la reverenda gana en su tiempo libre. Pero no dentro de un escobero propiedad del celador y tampoco en horas lectivas en las que deberían estar en un aula, estudiando —recitó la profesora, cuya voz se iba endureciendo con cada palabra. Ahora, incluso Draco comenzaba a mostrarse dubitativo. Hermione estaba palideciendo por momentos.

—No estábamos haciendo nada… —mintió descaradamente Draco, con voz inestable—. ¡Ese puto conserje es un mentiroso de…!

Cállese, señor Malfoy —espetó la mujer con inesperada dureza, haciéndolo enmudecer al instante—. Debo decir que me decepciona su comportamiento. Ambos son Prefectos, y fueron elegidos precisamente por la convicción del profesorado de que harían cumplir y cumplirían las normas sin excepción. Y ahora aparecen en mi despacho, arrastrados por el conserje, y con un aspecto nada presentable. Debo decir que me sorprende su comportamiento, señorita Granger —elevó un poco el rostro, endureciendo sus facciones. Hermione cerró los ojos con fuerza, sintiéndose desvanecer—. Lamentablemente, no es la primera vez que el señor Malfoy incumple las normas de la escuela este año, pero usted siempre ha sido una alumna con un expediente intachable y una conducta ejemplar. Debo decir que me decepciona que haya cometido tal falta de rectitud —suspiró con lentitud, pasando su mirada de un adolescente a otro—. A la vista de los hechos, no voy a castigarles. Es su primera infracción de este tipo, al menos de la que tengo conocimiento. Pero quiero inculcarles la extraordinaria gravedad y falta de decoro en lo que han hecho. Por lo cual, les descontaré veinte puntos a cada uno para sus respectivas Casas.

Hermione sintió un golpe seco en el pecho que le cortó la respiración. Veinte puntos. Perdidos. La mandíbula de Draco cayó por su propio peso. La chica escuchó como el aliento del joven abandonaba su boca, pero no tuvo oportunidad de protestar cuando Minerva volvió a hablar:

—Y, dicho esto, les recomiendo que la próxima vez que quieran dejarse llevar por sus impulsos lo hagan con algo más de sensatez, y en un lugar más apropiado. Eso es todo —la profesora les señaló la puerta con un gesto implacable—. Vayan a la clase que les corresponda inmediatamente.

Malfoy crispó los labios en una mueca de desprecio. Giró sobre sus talones al instante, altanero, y avanzó hacia la puerta para abrirla de un tirón, saliendo al exterior a grandes zancadas. De hecho, la abrió con tanto ímpetu, que chocó contra la pared de piedra y rebotó, entrecerrándose de nuevo tras él. Hermione, sintiendo sus piernas como gelatina, y el rostro caliente por estar conteniendo el llanto, hizo ademán de volver a abrir la puerta para seguirlo, pero la voz de la profesora se lo impidió.

—Aguarde un momento, señorita Granger —pidió la mujer, sin borrar la gravedad de su voz. La chica se detuvo al instante, como si hubiera chocado con una pared invisible. El corazón se le aceleró más todavía, si es que eso era posible. Sin desearlo en absoluto, se giró para encarar a la mujer.

No esperaba encontrarse con una profesora McGonagall contemplándola con un repentino velo de desconcierto en sus inteligentes ojos.

—Señorita Granger, no es de mi incumbencia, pero le ruego que me permita hacerle una pregunta personal —solicitó. Y su voz sonó totalmente diferente. La desilusión fue visible en su rostro surcado de arrugas—. ¿El señor Potter y el señor Weasley están al tanto de esto?

La nueva suavidad en la voz de la profesora, y el desaliento de su mirada, atravesaron el pecho de Hermione como espadas. Y sus palabras terminaron de abrir la herida. La pregunta de la Jefa de su Casa, mujer digna de admiración y modelo a seguir para la joven Hermione, terminó de hundirla en la más absoluta miseria.

Harry y Ron…

Pagarás por esto, Malfoy!", había gritado Ron en su segundo año, cuando aquel la llamó por primera vez sangre sucia, antes de intentar atacarlo con un hechizo que rebotó en sí mismo.

Hermione es bruja!", había exclamado Harry durante los Mundiales de Quidditch, cuando Draco le dijo a Hermione que, si quería ir por el aire enseñando las bragas, solo tenía que acercarse a los mortífagos que estaban atacando el campamento.

Furnunculus!", fue el hechizo que utilizó Harry contra Draco cuando éste le ofreció a Hermione una de sus insignias que rezaban "POTTER APESTA" pero le dijo que no le tocase la mano al cogerla.

"Eres una sangre sucia, Granger: diez puntos menos", fueron las palabras que pronunció Draco cuando fue miembro de la Brigada Inquisitorial, y que provocaron que Ron sacase la varita con la intención de atacarlo por ello.

Y ahora ella estaba viéndose con él a sus espaldas. Con un muchacho que solo había tenido burlas, palabras crueles y hechizos por la espalda hacia ellos desde que se conocían. Harry y Ron eran sus mejores amigos. Y siempre la habían protegido. De él. Y ahora ella estaba…

Tuvo que agachar la cabeza, incapaz de sostener la amarga mirada de su profesora, que era mil veces peor que su habitual severidad. Incapaz de soportar sus propios pensamientos.

—No, profesora —logró articular, en un ronco hilo de voz.

McGonagall la miró unos segundos más, simplemente la miró, y después tomó asiento de nuevo en su escritorio.

—Entiendo. Puede irse, señorita Granger —ofreció, aún con suavidad. Su voz no sonaba acusadora. No sonaba recelosa. Pero la decepción era patente en ella.

La chica inclinó la cabeza, incapaz de abrir la boca sin dejar escapar un sollozo, y salió por la puerta del despacho como una exhalación. Apenas la cerró tras ella, casi chocó contra Draco, que la esperaba en el pasillo.

—¿Qué te ha dicho? —quiso saber el chico, con brusquedad, mirándola con fijeza.

Pero Hermione no podía hablar. Estaba temblando. Los rostros sonrientes de Harry y Ron estaban dibujados en sus pupilas.

"¿El señor Potter y el señor Weasley están al tanto de esto?"

Se sentía culpable, descorazonada, y avergonzada. No podía mirar a Malfoy. Ni se sentía capaz de hablar con él en ese momento. De modo que sacudió la cabeza con brusquedad, indicándole que no quería responderle a la pregunta, y después trató de alejarse de él, echando a andar por el pasillo. Necesitaba estar sola. Necesitaba pensar. Sabía que él no lo estaría entendiendo, pero no podía estar con él en ese momento. Y no tenía fuerzas para explicárselo.

Pero Draco se le adelantó. Soltó su túnica y su mochila, sin siquiera mirarlas, dejándolas caer al suelo con un ruido sordo y se estiró a toda prisa para sujetarla del brazo.

—¿Qué te ha dicho? ¿Qué pas…? —insistió, tirando de ella para poder girarla de nuevo hacia él. Para verle la cara, al menos de perfil. Pero enmudeció de sopetón cuando lo logró. Cuando vio la expresión de la chica. Su rostro estaba congestionado, crispado en un silencioso sollozo, los ojos enrojecidos y cubiertos de una gruesa capa de lágrimas…

—Nada —sentenció Hermione con voz ahogada, intentando soltarse de él sin demasiado esfuerzo. Volvió a girar el rostro para ocultarlo a sus ojos—. Nada, Malfoy, no me ha dicho nada… Déjame, por favor…

—Y una mierda —escupió él, con tono curiosamente grave, sin soltarle el brazo. Su ceño estaba firmemente fruncido—. Mírate. Te ha dicho algo ahora mismo, cuando yo he salido, y por eso te has puesto así. ¿Qué ha sido? ¿Va a contárselo a alguien…?

—¡No, claro que no va a contárselo a nadie! —exclamó la chica, rasgándose su voz en medio de la frase. Se soltó de su agarre de un tirón y se giró para encararlo—. ¡La profesora McGonagall es una persona honorable, que jamás haría algo semejante! ¡Ella no es estúpida, es perfectamente consciente de lo que acaba de ver y de nuestra situación! ¡Jamás nos haría algo así!

—¿Entonces qué diantres te…? —espetó él, subiendo el tono de voz. Sus ojos relampagueaban. Ella dio un pisotón en el suelo, solo para descargar la impotencia que sentía.

—¡Por Dios, Malfoy! ¿Y cómo quieres que reaccione? ¿Te parece poco que Filch nos haya pillado ahí dentro? ¿No eres consciente de la gravedad de todo esto? ¡Pues yo sí acabo de ser consciente de la realidad! ¡Nos han pillado y nunca creí que lo harían! ¡Y no siempre tendremos tanta suerte! ¡No… no podemos hacer esto! No está bien… —articuló con más dificultad, tartamudeando, pero dejando de gritar—. McGonagall jamás me había mirado así. Nunca antes la había decepcionado de esta forma, y no soporto defraudarla…

—¿Decepcionarla? —escupió de pronto Draco, con furioso escepticismo—. ¿Qué pasa? ¿Que eres demasiado buena para estar conmigo? ¿Te mereces algo mejor que el delincuente de Draco Malfoy?

—Es lo que ella cree, y no puedes negar que tiene sus motivos —protestó Hermione, con frialdad, pero tragando saliva con dificultad—. La semana pasada, sin ir más lejos, te castigó por haber quemado mi redacción delante de nuestros compañeros. Imagínate lo que pensará de mí después de habernos visto… así.

Se señaló el cuerpo, indicando la presencia de su ropa revuelta, y su túnica en el suelo. Draco no dijo nada. Respiraba con fuerza. Pero su rostro había perdido la actitud defensiva. Pareció convencerle su justificación. Y entender su punto.

—¿Y qué más da lo que piense? —añadió aun así, bajando la voz con molestia—. Mientras no diga nada a nadie, da igual. Y lo mismo pasa con Filch, aunque sé que ese… cretino renqueante no dirá nada. No ha sido para tanto. McGonagall es demasiado intransigente con esto del decoro y la…

—Es una profesora maravillosa —lo corrigió Hermione, con voz ahogada pero tono firme—. Una mujer maravillosa a la que admiro y a la que no soporto defraudar. Por Dios, tiene razón en todo —desesperada, se giró para dar la espalda al chico. Ahora hablaba casi para sí misma—. ¿Qué me está pasando? Yo antes no era así, yo nunca hubiera hecho algo semejante… Nunca hubiera hecho esto a espaldas de Harry y Ron. No quiero hacerles daño. No se merecen nada de esto. No quiero esconderme, no quiero hacer las cosas así. No puedo… no puedo más. No quiero vivir día a día sintiéndome culpable. Estoy… estoy harta…

Su rostro había ido cayendo hacia delante mientras hablaba. Hermione notaba las lágrimas resbalar por su barbilla. Dejó que su túnica y su mochila se escurriesen desde sus manos hasta el suelo, sin ganas de seguir sujetándolas. Incapaz de reclutar las fuerzas necesarias para volver a elevar la cabeza, cerró los ojos y se apresuró a secarse las lágrimas con la palma de la mano. Cubriéndose el rostro con las manos para tranquilizarse. Apretando la garganta para no dejar escapar ni un sollozo. Tosiendo torpemente en su intento por tomar aire. No quería derrumbarse así delante de Draco. Ni de nadie. Pero no podía parar. La situación se le escapaba de las manos. Le había parecido que lo que estaban viviendo era un sueño, porque la venda en los ojos le impedía ver que era una pesadilla. Solo era una ilusión. Los ojos de McGonagall se lo habían dejado claro. No estaban haciendo las cosas bien. Y no soportaba actuar de forma incorrecta conscientemente.

Cuando dejó de hablar, el silencio se apoderó del pasillo. Malfoy no emitía ningún sonido. Ni siquiera oía su respiración.

Y, por eso mismo, la chica se sobresaltó al sentir una súbita presencia rozando su espalda. Algo cálido y grande pegándose a ella. Que de pronto se extendió hasta pasar por delante de su pecho. Envolviéndola. Apretándola apenas un poco. Hermione separó las manos de su rostro, lo justo para poder ver lo que era. O, al menos, confirmarlo, porque lo sospechaba. Un par de brazos la rodeaban desde atrás a la altura del pecho, aprisionándole sus antebrazos alzados. El pecho de Draco estaba pegado a su espalda. La estaba abrazando.

Su propio pecho se quedó vacío. Vacío de dolor. Y también de culpa. Vacío de ganas de llorar.

Él la estaba abrazando.

Cerró los ojos de nuevo, dejándose embriagar por la sensación de protección que el inesperado y silencioso abrazo de Malfoy le infundió. No quería palabras vacías, ni promesas banales, ni soluciones efímeras. Ambos sabían perfectamente lo que estaban haciendo, sabían hasta qué punto todo aquello era complicado. Sabían las luces y sombras de lo que estaban haciendo. Solo quería sentir que no estaba sola, que no era la única que estaba muerta de miedo por todo lo que estaba sucediendo.

La chica giró sobre sí misma dentro de sus brazos, quedando frente a él. Sin molestarse en alzar la cabeza para mirarlo, se limitó a hundirse en su pecho con decisión. Logrando antes sacar sus brazos del espacio entre ambos, para poder rodear su cuerpo y sujetarse a su espalda con fuerza. Apretando su camisa con los puños. Sintió cómo Draco afianzaba sus brazos alrededor de ella, apretándola un poco mejor. No notaba sus manos abiertas sobre su cuerpo, ni sus dedos sujetándola. Solo sus antebrazos en su espalda, presionándola contra sí con firmeza.

El pecho de Draco estaba tibio, y la chica era capaz de sentirlo expandirse y contraerse, de acuerdo a su pausada respiración. Ella trató de respirar a su mismo ritmo, tranquilizándose, tragándose nuevos sollozos. Apenas permitiendo que su pecho se sacudiese, sabiendo que ahora él lo notaría y no podría ocultárselo. Pero las lágrimas no cesaban. Porque en ese momento, abrazada al calor de su cuerpo en medio de un pasillo vacío, y con su mente apartando a empujones todo sentido común, sintió que quería a Draco Malfoy mucho más de lo que era capaz de aceptar, y casi comprender. Y sintió un dolor casi físico ante ese hecho tan repentinamente claro.

«Esto no debía ser así», se lamentó Hermione, en la intimidad de su mente, con el rostro pegado al pecho del joven. Con sus lágrimas desapareciendo al entrar en contacto con su blanca camisa. «Se suponía que se nos pasaría en cualquier momento. Que solo eran unos sentimientos incoherentes y una atracción temporal, y pronto terminaría. Que no seríamos capaces de alargar esto. Lo nuestro no debía funcionar. Porque da igual que lo haga o no, ambos sabemos cómo va a terminar. Solo puede terminar de una manera…»

—Lo que estamos haciendo es una rematada majadería —murmuró Draco de pronto, casi sobresaltando a la chica. Su tono de voz era muy leve, y serio, y lo escuchaba muy cerca, por encima de su cabeza—. Un despropósito que decidimos llevar a cabo en un momento de desesperación. Lo sabíamos cuando decidimos cambiarlo todo. Ni siquiera pensábamos que duraría tanto. Que llegaríamos a este punto. Es inmoral, es… una puta locura sinsentido —dejó escapar un suave resoplido que ocultaba una risotada—. Y deberíamos dejarlo.

Hermione sintió un escalofrío recorrerla entera. Cerró con fuerza los párpados, antes de poder hablar.

—¿Quieres dejarlo? —susurró ella contra su pecho. Con suavidad. Con el tono más sereno que pudo emitir. El silencio que siguió a su pregunta fue tan largo que la chica estuvo tentada de repetirla, pensando que no la había oído.

—No.

Hermione sonrió contra su camisa, antes de poder evitarlo. Él quería seguir. A pesar de la complicada situación, a pesar del toque de atención que el destino les había dado, iban a hacer oídos sordos. A pesar de que, cada día que pasaba, el riesgo de que sus vidas se destrozasen aumentaba. A pesar de estar jugándose tanto por algo que ambos sabían que era efímero. No podían estar juntos para siempre. Solo estaban viviendo una ilusión. Una ilusión preciosa.

Tras permitirse estar apretada contra él unos segundos más, Hermione, algo más sosegada, salió de entre sus brazos con cuidado. Sin llegar a soltarlo del todo, solo aflojando el agarre en su espalda. Alzó la cabeza para contemplarlo. Malfoy no dijo nada. Pero él sí rompió el contacto, dejando caer sus brazos junto a sus costados. Hermione vio de reojo que sus puños estaban apretados con firmeza. Parecía encontrarse repentinamente incómodo, como si su propio abrazo lo hubiera hecho sentir fuera de lugar. Daba la impresión de que estar abrazándola y mirándola al rostro al mismo tiempo era demasiado para él. Hermione también soltó su espalda, intentando ayudarlo a reducir su perturbación, y retrocedió medio paso, para poder mirarlo a la cara con más comodidad.

El rostro de él estaba tenso cuando le devolvió la mirada, mientras escrutaba el de ella. Hermione le dedicó una sonrisa discreta, quitándole importancia a su, seguramente, rostro todavía congestionado. A la humedad de sus pómulos.

Draco elevó entonces uno de sus brazos y pasó el antebrazo de forma brusca por el rostro de la chica. Sin ninguna delicadeza. Frotando la piel de su rostro con la manga de su camisa. Limpiándole cualquier rastro de lágrimas. Hermione no pudo contener una exhalación que ocultaba una risa al sentir el roce de la tela contra su piel. Obligándola a cerrar los ojos con incomodidad al sentir que se estiraban sus párpados, y la piel alrededor de sus ojos.

Cuando consideró que había terminado, Draco bajó su brazo, sin alterar su rostro. Como si nada hubiera sucedido. Hermione parpadeó, abriendo los ojos de nuevo, y le devolvió la mirada sin poder contener una sonrisa incrédula. Agradeciéndole su gesto.

Harry y Ron volvieron a bailar ante sus ojos. Amenazando con empañarlos de nuevo.

Ellos la habían protegido de él desde siempre. Pero ya no tenían que hacerlo. Hermione sabía perfectamente que pensar que Draco ahora era un santo, que había cambiado de alguna forma, era cerrar los ojos a la realidad. Seguía metiéndose en mil problemas y tratando de forma cruel a muchísima gente que, indudablemente, no se lo merecía. Seguía siendo el mismo Draco Malfoy astuto, arrogante, desdeñoso y exhibicionista que había sido siempre.

Pero… algunas cosas habían cambiado. Ella le había pedido que no atacase de ninguna forma a sus amigos, y, hasta donde sabía, había cumplido su palabra. A ella nunca le había faltado al respeto desde que habían comenzado esa clandestina relación, a excepción de una discusión que supieron solucionar y la quema de una redacción, contra su voluntad, para guardar las apariencias. Acababa de limpiarle las lágrimas con su manga. Y tampoco podía ignorar todo aquello. Si Harry y Ron lo supieran, quizá…

Un profundo suspiro escapó por la nariz de ella, mientras escrutaba el rostro del chico. Sus afiladas facciones, que había recorrido tantas veces con los dedos y los labios en las últimas semanas. Esos ojos que, incluso a día de hoy, a pesar de todo lo sucedido, lograban sacudir su pecho de emoción al clavarse en ella. Esos labios que podría devorar durante todo el tiempo que él le permitiese.

Se le estaba escapando de las manos. En ese momento fue plenamente consciente. Sus sentimientos se estaban escapando de su control, si es que alguna vez los había dominado.

—Creo que estoy asustada —murmuró Hermione, sintiendo la piel de sus brazos erizarse ante sus propias confesiones—. Porque esto no es lo que esperaba. Siento que… todo esto va demasiado bien —su voz se quebró ligeramente, y quiso creer que posiblemente todavía estaba algo tomada por el reciente llanto—. Mejor de lo que nunca creí que pudiesen ir las cosas entre nosotros. Y se suponía que no sería así. Y me da miedo, porque no tengo claro que algún día quiera que esto termine. Se suponía que era algo temporal, pero no… acaba —finalizó con dificultad. Tragó saliva y clavó sus ojos en los de él—. ¿Sientes lo mismo?

Malfoy la contempló con seriedad, en silencio. Permitiéndola hablar, asimilando sus palabras. Sintió que el rostro de la joven se distorsionaba irremediablemente ante sus ojos, al verse sumergido en sus pensamientos. La Marca Tenebrosa seguía reposando en su brazo, y casi podía sentirla cosquillear en ese momento. Aunque sabía que la sensación solo estaba en su cabeza. Pero era un mortífago. Estaba en las filas de Lord Voldemort. En su círculo más cercano. Iba a expulsar del mundo mágico, a asesinar, a los que eran como ella. Y, en un plazo aún más corto, iba a introducir al Señor Oscuro en el castillo, para reivindicar un nuevo orden mágico, en el cual todos los que eran como ella serían considerados escoria. Incluida ella.

¿Cómo podía… seguir con Granger a pesar de todo eso? ¿Cómo podía mantener sus ideales en pie, decirse que todo por lo que estaba luchando junto al Señor Oscuro era lo correcto, y, al mismo tiempo…?

¿Por qué todo se sentía tan bien? ¿Por qué lo único que lo atormentaba era que alguien pudiese descubrirles? Alguien que no fuera un apocado Filch o una afortunadamente discreta McGonagall. Alguien que se interpusiese, que le recordase su lugar, que se lo contase al Señor Oscuro y lo condenase a muerte. Pero, ¿por qué estar con ella, estar en compañía de alguien que no era puro de sangre mágica, no se sentía desagradable, incómodo, aburrido o repulsivo, sino todo lo contrario?

No lo entendía. No había logrado entenderlo en todo ese tiempo. Pero no podía contener lo que sentía de verdad.

Sí, se sentía igual que ella. Exactamente igual. Por desgracia, se sentía así. Pero antes se cortaría la lengua que admitirlo en voz alta.

Era un mortífago…

—No tenemos por qué tomar una decisión ahora mismo —se escuchó Draco murmurando. Su boca hablando sin que él le concediese permiso. Pero comprendió que su boca era más lista que él. Esa era la solución a todos sus caóticos pensamientos—. Dijimos que seguiríamos con esto hasta aclararnos. Y aún no lo hemos hecho. Así que… sigamos.

Hermione parpadeó, valorando su propuesta. Dejó que su mirada vagase por la camisa del chico, ante ella. Había una zona, que correspondía a donde ella había tenido apoyado el rostro, que estaba ligeramente translúcida. Húmeda todavía por sus propias lágrimas.

Sintió que una oleada de furiosa irresponsabilidad se apoderaba de ella. No quería alejarse de él. Y él tampoco de ella. Así que, ¿por qué hacerlo? A la mierda con las estúpidas prohibiciones del mundo mágico. A la mierda con la pureza de sangre. A la mierda con semejantes normas arcaicas. A la mierda con los buenos y los malos. A la mierda con todo.

Draco la vio dar una firme cabezada para indicarle que estaba de acuerdo. La chica echó los hombros hacia atrás, y respiró hondo, como si así intentase infundirse a sí misma algo de fuerza. Él tomó el aire que sus pulmones habían estado rechazando.

Hermione miró su reloj de pulsera, y su rostro, para sorpresa de Draco, apenas se crispó. El chico estaba seguro de que, definitivamente, iban a llegar tarde a clase.

—McGonagall tiene toda la razón, deberíamos ir a clase —comentó Hermione en voz alta, tratando de hablar con aplomo y de cambiar de tema—. Tengo que ir a Aritmancia. Ya he perdido una hora, pero, si me doy prisa, quizá llegue a la segunda.

Draco apenas parpadeó. Cuadró sus hombros, al igual que ella, y también se enderezó un poco más, recuperando su actitud resuelta.

—Bien —se limitó a mascullar, con serenidad.

—Vete a clase tú también —le instó la chica, con severidad. Él asintió en silencio, solo para que no insistiese. Hermione titubeó un instante, mirando sin ver el reflejo del sol en el vidrio de las ventanas del pasillo, y después propuso, con voz queda—: Quizá deberíamos esperar unos días antes de volver a vernos. Por si acaso Filch está alerta. Y, desde luego, no volver a utilizar un escobero. Necesitamos encontrar otro lugar. No quiero que se entere nadie más. A este paso, una por una, se enterarán todas las personas de la escuela.

Hermione vio por el rabillo del ojo que Malfoy volvía a asentir, sin decir nada. Lo miró a los ojos, pero la vista de él estaba fija en el suelo. En su propia túnica negra, tirada de mala manera junto a su mochila. La de Hermione se encontraba hecha un ovillo casi a su lado. La chica cogió aire de forma consciente. Necesitándolo.

Los ojos de Draco volvieron a posarse en los suyos. Y Hermione apreció un momentáneo y extraño reflejo, como plata líquida, que no supo interpretar. Y tampoco supo descifrar su grave mirada. La chica no tenía muy claro qué decir. Si se suponía que debía decir algo. Estaba segura de que ambos estaban pensando lo mismo.

Lo sucedido en el escobero…

Al ver que él no parecía por la labor de decir nada más, Hermione se limitó a estirar fugazmente, de forma nerviosa, las comisuras de su boca. Con la intención de despedirse, se puso de puntillas y presionó sus labios contra los suyos. Pero él le correspondió y se inclinó hacia ella, alargando lo que había empezando siendo un sutil beso. Hermione le tomó entonces el rostro con ambas manos y le permitió prolongarlo. Olvidándose de su sentido común, de sus dudas y sus temores. Olvidándose de la realidad.

Pero volver a tenerlo hundido en su boca, solo hizo que lo sucedido en el escobero, antes de que Filch los atrapase, volviese a su mente como un alud.

Draco le había acariciado el muslo bajo la falda. Le había quitado la túnica, y se había quitado la suya propia. La presencia de ambas en el suelo, a sus pies, era la prueba irrefutable de que había sido verdad. Que no había sido todo un sueño. Y Hermione no pudo evitar preguntarse, ahora que tenía la mente lúcida, hasta dónde habría pretendido llegar Malfoy. Hasta dónde habría sido capaz de llegar ella, si Filch no hubiera aparecido. En el momento, perdida en la pasión de la situación, todo le había parecido lo más natural del mundo. Ese chico definitivamente le atraía. Más aún, lo deseaba. De una forma que nunca antes había experimentado. Pero, ahora que lo pensaba con frialdad, se sorprendió de haberse dejado llevar hasta ese punto. No era propio de ella ser tan irreflexiva.

Y la actitud de Draco, de pronto, le pareció desconcertante.

"¿Tu solución sería que… tuviéramos una aventura? ¿Una relación meramente… física? ¿Una noche de…? ¿Una noche? ¿Eso es lo que quieres…? Pues yo no. No estoy dispuesta a hacer algo así..."

"Yo tampoco. Eso no es lo que quiero. Eso no es suficiente."

¿Hasta dónde habría llegado Malfoy con otras chicas? Se preguntó si de verdad le sorprendía que pudiera ser… más experto que ella. Nunca se había parado a pensar con detenimiento en la vida sexual del chico, pero pensó que, si lo hubiera hecho, habría dado por supuesto que no se distanciaba demasiado de la suya. A juzgar por el hecho de que nunca le había llegado ningún rumor al respecto, de ninguna novia, amante o similar. Aunque comprendió que estaba sacando conclusiones precipitadas. No lo conocía lo suficiente. Y quizá, aunque no cuadraba en absoluto con su personalidad, era reservado con esos temas. Y cabía la posibilidad de que el chico ya hubiese mantenido relaciones con alguna persona.

Eso la abrumó ligeramente. Y no porque algo así pudiera importarle, sino porque… no sabía qué esperar. Una nueva puerta se había abierto ante ambos. Una puerta que ni se había dado cuenta de que estaba ahí. Pero ahora, tras lo sucedido en el armario de Filch, esa posibilidad se encasquilló en su pecho.

La posibilidad de acostarse con Draco Malfoy.

Una inesperada visión bailó en la parte interna de sus párpados. Una visión de ella misma tumbada en una blanda cama, con el joven sobre ella, con su piel desnuda rozándose contra la suya, sus manos sobre ella, sus resuellos chocando contra su oído…

Oh, Dios mío.

Su cuerpo y su mente reaccionaron de maneras muy distintas. Su cuerpo, acelerando su pulso, y su respiración, aumentando el calor de su cuello, cediendo a unos deseos carnales que definitivamente estaban ahí. Pero su mente entró casi en pánico. Oh, no, de ninguna manera. No estaba en absoluto preparada para algo así. Pero, ¿y él? ¿Qué pensaría al respecto? ¿Se le habría pasado por la cabeza siquiera? ¿Quizá daría por hecho que algún día, a solas… simplemente ocurriría, dada la naturaleza de la relación que mantenían? ¿O por el contrario le parecería indecente plantearse siquiera algo así con alguien como ella? Ella, indudablemente, no era como las otras amantes que pudiera haber tenido. Ella era una sangre sucia. Y, hasta hacía relativamente poco tiempo, apenas la consideraba digna de respirar el mismo aire que él. ¿Hasta qué punto había cambiado su percepción de ella? Besarla era una cosa, acariciarla quizá también… Pero el sexo posiblemente era un paso demasiado largo a dar. ¿O no?

No tenía ni idea. No podía predecir la forma de actuar de alguien tan imprevisible como Draco Malfoy. Era un libro cerrado con candado, como los que se encontraban en la Sección Prohibida de la Biblioteca.

—¿Estás ahí? —escuchó de pronto preguntar a Draco, trayéndola inesperadamente a la realidad.

Hermione parpadeó y lo enfocó. Se sobresaltó al ver que el beso ya parecía haber terminado aunque ella no se había enterado. Seguía sujetando el rostro del chico con ambas manos, obligándolo a mantenerse ligeramente encorvado. Él la contemplaba con una ceja arqueada, divertido ante su estado de profunda distracción. La chica le soltó el rostro a toda prisa, y sonrió, avergonzada, sintiendo que el calor de su rostro aumentaba.

—S-sí, perdóname —balbuceó con torpeza, acomodándose un mechón de cabello nerviosamente tras la oreja. Se sentía inusualmente intranquila, e incluso reacia a mirarlo a los ojos. La imagen mental de sí misma, manteniendo relaciones con él, estaba bailando en el fondo de sus ojos. Como si su cerebro quisiera burlarse de ella—. Es solo que… aún estoy algo alterada por lo que ha pasado. Estoy atontada, lo siento.

Draco dejó escapar un bufido. Cuando ella volvió mirarlo, vio que tenía una comisura alzada en una sonrisa socarrona.

—Estar alterada es tu estado natural. Te preocupas demasiado —le recriminó, arqueando una ceja.

Hermione dejó escapar un suave resoplido divertido, dándole la razón. Quizá sí que se preocupaba demasiado. Al volver a alzar la mirada, y al encontrarse con los ojos del chico, unos ojos que habían dejado de mirarla con odio, aunque la chica no era capaz de recordar desde cuándo exactamente, se obligó a sí misma a prometerse que dejaría de preocuparse tanto. En todos los sentidos.

"Si hay algo que no quieras hacer, solo tienes que decírmelo."

Se puso de puntillas de nuevo y le dio un suave beso en la comisura de los labios, y otro en la mejilla. Tras separarse de él, se agachó a recoger sus pertenencias, y después se dio la vuelta y se alejó por el pasillo.

Draco la contempló, sin prisa por moverse, hasta que ella dobló la esquina. No pensaba perder el tiempo yendo a clase, ni mucho menos. Tenía cosas mejores que hacer.

Aunque lo único que acaparaba sus pensamientos en ese momento era que seguía sin saber qué era lo que McGonagall le había dicho a Granger cuando él salió, y que, definitivamente, a pesar de su negativa, la había afectado tanto.


*saca la cabeza de detrás del ordenador* ¿Qué os ha parecido? ¡Ojalá os haya gustado mucho! 😂

La relación entre nuestros protagonistas avanza pasito a pasito y se va volviendo cada vez más íntima, en muchos sentidos… Me ha divertido mucho escribir la escena dentro del escobero (*se abanica* ja, ja, ja 😂), especialmente el momento en que se les caen las fregonas encima, me parece muy natural y espontáneo xD

Hermione se empieza a plantear cruzar ciertas barreras con Draco, al mismo tiempo que se siente culpable para con Harry y Ron; Draco sigue ocupado con la misión para el Señor Oscuro, sin quitarse a la chica de la cabeza… ¡Y Filch y McGonagall los han pillado! 😱 ¿Creéis que tendrá consecuencias? Nada en esta historia pasa por casualidad je, je, je 😉

De verdad espero que os haya gustado mucho, ¡gracias de antemano si os animáis a dejarme un comentario contándome qué os ha parecido! 😊

¡Muchas gracias por leer! ¡Un abrazo fuerte y hasta el próximo! 😊