¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 😊 Aquí vengo con un nuevo capítulo je, je He tardado un poco más de lo que pensaba en traerlo, lo siento mucho, ¡pero es que me ha quedado larguísimo! 😂🙈 Y he tardado en repasarlo Ja, ja, ja espero que no os importe… 🙈 Son varias escenas diferentes, así que sentíos libres de leerlo por partes, y tomaros el tiempo que queráis. Así compenso un poco la larga espera, ¿no? Espero que sí ja, ja, ja 😂
Como siempre, muchísimas gracias a todos los que estáis ahí 😊. Gracias especialmente a los que me dedicáis un ratito de vuestro tiempo para dejarme un comentario, ¡no sabéis la ilusión que me hace leeros! 😍 Gracias también, por supuesto, a los que agregáis la historia a favoritos, a las alertas, a los que la recomendáis a otras personas y a cualquiera que esté leyendo esto. De verdad, gracias 😍
Permitidme dedicarle este capítulo a ROSSI56, por obsequiarme siempre palabras tan bonitas y por sacarme una lagrimita ante lo mucho que disfruta la historia, ¡de verdad, muchísimas gracias, bonita! Ojalá te guste el capítulo 😍😘
Y, sin más dilación, coged algo de beber y de picar…
Recomendación musical: "Hungry eyes" de Eric Carmen
CAPÍTULO 34
Legeremens
—Hermione, ¿vas a limpiar el mortero? —cuestionó Ron con la voz cargada de urgencia, al verla levantarse de su asiento con dicho utensilio en la mano. El joven pelirrojo, sin dejar de remover de forma frenética su espesa poción, palpó la superficie de la mesa y le entregó su cuchillo de plata—. Límpiamelo, por favor. Slughorn dice que si se mezcla el aguijón de billywig con el caparazón de chizpurfle puede explotar.
Hermione contuvo una sonrisa y tomó el cuchillo que su amigo le tendía.
—Tienes que remover con más fuerza, Ron —le indicó, observándolo mover el brazo todo lo rápido que podía—. Las semillas de fuego solo harán que el antídoto reduzca su espesor si alcanza la temperatura adecuada. Y para eso necesita movimiento.
—¿Y no puedo subir el maldito fuego? —protestó el chico, sujetándose el hombro con la mano libre, sintiendo ya un dolor penetrante en la articulación.
—Eso nos pasa por no acordarnos de que ya habíamos echado el cuerno de graphorn en polvo —se quejó Harry, removiendo también con brío su poción, cambiando la cuchara de mano cuando la derecha se le cansó—. Mira que echarlo dos veces, somos imbéciles… ¿Me limpias también el cuchillo, por favor?
Hermione rio entre dientes y se estiró para cogerlo.
—No os preocupéis, podéis resolverlo. Solo tenéis que reducir el espesor —los animó la chica, echando un rápido vistazo a su poción, la cual burbujeaba lentamente a fuego medio. Tenía que cocer por unos diez minutos—. Ahora vuelvo.
Sorteó las mesas de la clase de Pociones, observando con curiosidad los calderos de sus compañeros. Casi todos habían logrado realizar los antídotos con éxito, y ahora borboteaban de forma hipnótica, mientras sus creadores aprovechaban para limpiar. Aunque algunos todavía estaban tratando de arreglar algún fallo imprevisto con ayuda de un solícito profesor Slughorn, con su bigote resaltando sobre los rostros mayoritariamente lampiños de sus alumnos.
Hermione se acercó a la gárgola que había en un rincón, y por cuya boca abierta salía un chorro de agua cristalina. Al llegar allí, quedando de espaldas al resto de sus compañeros, dejó sobre la palangana que había ante ella los tres utensilios que llevaba y quitó la piedra que cubría la boca de la gárgola para dejar salir el agua.
—¡Espera, Hermione, déjame! —pidió de pronto una angustiada voz. La joven se giró y se encontró con el rostro crispado de pánico de Dean—. ¡Tengo que echarle agua a la poción de Seamus…! ¡Está echando chispas!
Sin dar más detalles, el joven rellenó a toda prisa una pequeña probeta y, tras gritarle un fugaz "gracias" a la desorientada chica, se alejó con el agua derramándose, de vuelta a su mesa. Hermione contuvo una sonrisa apurada y procedió a enjuagar los cuchillos de sus amigos, decantándose por el de Ron en primer lugar.
Fue entonces cuando sintió una nueva presencia tras ella. Hizo ademán de apartarse a un lado, para dejar espacio, pero la persona no se lo permitió. Se presionó contra ella, empujándola contra la palangana sin ningún reparo. Hermione giró el rostro por encima del hombro para mirar escandalizada a quien fuera que invadía su espacio de esa manera. Sin lograr verle el rostro al completo debido a la cercanía, sí alcanzó a ver una afilada barbilla, un destello de cabello rubio, y el color verde de una túnica de Slytherin. Escuchó un bufido en su oído.
—¿Es que siempre tienes que estar en medio, Granger? —espetó la voz de Draco por encima de su cabeza, lo suficientemente alto como para que las personas que estaban sentadas más cerca lo escuchasen. La chica abrió mucho los ojos y volvió a mirar al frente al instante. Incapaz de responder absolutamente nada. ¿Pero qué hacía? ¿Cómo se atrevía a arriesgarse tanto? ¿A pegarse a ella tan descaradamente en medio de una clase abarrotada?
El chico justificó su cercanía alargando el brazo para coger uno de los viales limpios que había allí, en una de las estanterías, a ambos lados de la cabeza de la gárgola. Después empujó con un decidido manotazo la mano de la chica lejos del agua que salía de la gárgola y se puso a enjuagarlo. Hermione no pudo reprimir una sonrisa de divertida resignación. Vaya excusa. Esos viales estaban limpios. No hacía falta limpiarlos de nuevo. Se mordió el labio, fingiendo estar quitando la porquería del cuchillo de Ron con la uña, pero concentrándose en sentir el cuerpo del chico pegado al suyo. Lo grande que se sentía tras ella. Aunque no poseía hombros anchos, podía sentirlo casi envolverla. Era más alto y corpulento que ella, desde luego. Y la temperatura de su cuerpo le estaba calentando la espalda. Y su respiración ardía contra su nuca, pasando incluso a través de su espeso cabello. Y notaba las capas de tela que cubrían su torso pegadas a su espalda. Casi podía adivinar dónde empezaba su túnica, y dónde su camisa.
Oh, maldita sea, estaban en medio de clase. Era peligroso. Y terriblemente emocionante. A pesar de estar de espaldas a todo el mundo, se obligó a mantener el rostro sereno. No podía permitir, bajo ningún concepto, que nadie sospechase que algo raro estaba pasando ahí.
—Venga, Granger, eso ya está limpio, apártate —añadió Draco, de nuevo en voz más alta de la que necesitaba si solo se estuviera dirigiendo a ella. Pero quería que la gente lo escuchara. Hermione otra vez tuvo que morderse una sonrisa. ¿De verdad nadie más apreciaba lo falso que sonaba su tono brusco?
—Me apartaré cuando acabe, Malfoy. Yo estaba aquí primero —espetó, intentando sonar tan convincentemente molesta como el chico. Creyó lograrlo, más o menos.
Él se limitó a emitir un creíble gruñido cargado de aburrimiento. Entonces, sin dejar de enjuagar el ya reluciente vial, pasó su otro brazo por detrás de ella, rodeándola, para alcanzar otro frasco. Casi abrazándola. Hermione sintió algo rozar su espeso cabello en la parte superior de su cabeza, solo un poco. Quizá su nariz. O había pegado su barbilla. No lo sabía. Pero era desquiciante. Cerró los ojos un instante, sintiendo el calor apoderarse de su cuello. Muriéndose de anhelo. Maldito fuera. Ella no podía tocarlo. Estaba en desventaja, tenía que seguir de espaldas a los demás. Cualquier intento de contacto por su parte sería demasiado evidente.
Una sonrisa rencorosa asomó en sus labios. Dejó caer su centro de gravedad hacia atrás, solo un poco. Lo justo para no estar tan pegada a la palangana de piedra. Para pegarse un poco más a la parte delantera de su cuerpo. Hasta sentir que su pecho se tensaba para sostenerla y no dejarla caer hacia atrás. Lo sintió exhalar en la parte superior de su cabeza. Hermione cerró los ojos de nuevo. Esta vez durante varios segundos. Permitiéndose, por encima de los gritos acusadores de su sensatez, dejar volar la imaginación. Recordando cómo se sentían sus manos rodeando su cintura desde atrás. Sus labios en su nuca. Sus firmes dedos sosteniendo con fuerza su cadera…
Sintió entonces algo revoloteando en su cadera izquierda y se sobresaltó al darse cuenta de que no era su imaginación. Era la realidad. La mano de Draco hurgaba dentro de su túnica, concretamente dentro de su bolsillo. Abrió los ojos de golpe. ¿Pero qué…? Eso sí que no. Era demasiado arriesgado, si alguien…
Y el contacto cesó. Draco emitió un último y sonoro resoplido arrogante y se alejó de ella como si nada. Con dos viales relucientes en las manos. Hermione tuvo que respirar hondo para relajar sus pulsaciones al perder todo contacto con él. No se atrevió a mirar hacia atrás. Dejó que su cuerpo se relajase, empezando por sus tensos hombros. Por los pelos.
Sumergiendo el mortero bajo el grifo con una mano, se secó la otra torpemente en la falda y la metió en su bolsillo izquierdo. Dentro palpó un trozo de pergamino doblado. Lo sacó y colocó ante ella, lejos de miradas indiscretas. Las yemas de sus dedos, todavía húmedos, dejaron una huella sobre el amarillento pergamino, pero afortunadamente el mensaje seguía siendo legible.
Me toca guardar el material de Quidditch. Podemos vernos en los vestuarios a las cinco y media.
Hermione sonrió para sí misma, rezando para que nadie le viese hacerlo. Arrugó la nota y la volvió a guardar en su bolsillo, concentrándose de nuevo en limpiar los utensilios de pociones. Si a Draco le tocaba guardar el material del entrenamiento significaba que estaría solo en el vestuario a esas horas, sus compañeros ya se habrían ido. Podrían estar un rato a solas.
La joven, con el corazón palpitante, reflexionó sobre qué debería estar haciendo ella a esa hora. Sintió una punzada de vergüenza. Había planeado ir con Harry y Ron a la biblioteca y pasar allí la tarde, juntos, estudiando. Se mordió el labio. ¿Qué excusa podía ponerles? Quizá, una vez que estuviesen en la biblioteca, podría decir que se había dejado algún libro importante en la habitación… Con la excusa de ir y volver, podría estar aunque fuera media hora con Draco. Quizá algo más.
Intentando ignorar la oleada de culpabilidad que la asolaba cada vez que se encontraba en una tesitura similar, terminó de limpiar el mortero, y los cuchillos de sus amigos, y volvió junto a ellos. Se aseguró de dejarlos lo más brillantes y relucientes posibles.
Hermione no se cruzó con nadie conocido en su apresurado trayecto hasta el campo de Quidditch. El cielo estaba de un color gris plomizo que amenazaba lluvia. Aunque la temperatura era algo más cálida que en día anteriores. Quizá, incluso demasiado cálida. Posiblemente cayese una tormenta esa noche.
Un poco antes incluso de la hora acordada, la chica estaba cruzando las grandes puertas dobles que conducían al centro del campo y, por extensión, a los vestuarios. Inmersa en sus cálculos sobre el tiempo del que disponía antes de volver junto a sus amigos, no se dio cuenta de la presencia de Theodore Nott hasta que estuvo a dos metros de distancia de la puerta de los vestuarios, situada bajo las gradas de la casa Hufflepuff. Se detuvo de golpe, con un escalofrío.
Mierda.
¿Cómo iba a justificar ahora su presencia allí? Draco le contó en su momento que había preferido mentir a Nott, que era mejor que no supiese lo que había entre ellos…
Sin tiempo de dar marcha atrás, los ojos de Theodore se clavaron en ella. Estaba apoyado junto a la puerta, con los brazos cruzados, en actitud relajada. Estaba, evidentemente, esperando a Draco. Miró a la joven con una mueca amable a modo de saludo, apenas un leve ascenso del labio inferior. Aunque sus ojos no correspondieron a su saludo. El recelo brillaba en ellos. Ella se apresuró a corresponderle su mejor sonrisa y avanzó unos pasos más, a regañadientes.
—Hola, Nott —saludó, ladeando la cabeza, intentando sonar simpática. «Vamos, piensa algo…»—. ¿Están Harry y Ron dentro? —cuestionó, súbitamente inspirada. Señaló la puerta del vestuario—. Tienen ahora entrenamiento, ¿sabes si han llegado ya?
Nott la contempló un largo instante y después esbozó una amplia sonrisa divertida. Hermione nunca le había visto sonreír con tanta malicia.
—Como tú comprenderás, si Potter y Weasley estuviesen dentro, yo no estaría aquí —bromeó el chico, alzando una ceja—. Es Draco el que está dentro. Pero sospecho que ya lo sabes.
La sonrisa resbaló del rostro de Hermione, convirtiéndose en una mueca. ¿Pero qué…?
—Claro que no lo sabía —se apresuró a desmentir, luchando por sonar creíblemente extrañada—. Si fuese así yo no estaría aquí —dejó escapar una risita nerviosa. Carraspeó y miró su reloj de pulsera—. Entonces vendré más tarde a…
—Granger, tranquila, no tienes que disimular conmigo —dijo el chico, con calma, sin descruzar los brazos ni apartarse de la pared—. Sé lo que hay entre vosotros. O creía que lo sabía —se corrigió a sí mismo, contemplando a la chica ahora con curiosidad.
Hermione casi se atragantó. No tuvo claro qué expresión componer, de modo que no compuso ninguna. Se limitó a mirarlo, con las cejas ligeramente fruncidas. Escrutándolo con tanta atención como él a ella.
—¿Nosotros? —cuestionó en voz baja, aunque fue casi por inercia. Las palabras de Nott no dejaban lugar a dudas. Pero la había pillado desprevenida.
—Draco y tú, mujer. ¿No te lo ha dicho? Sé que estáis juntos, no te preocupes. Bueno, estabais. La última información que tenía era que os habíais peleado. No estaba seguro de si os reconciliaríais o no, dado vuestro... en fin, dado que sois vosotros y sois complicados de cojones. Pero… veo que así ha sido, sino no creo que estuvieses aquí —no parecía encontrarlo particularmente emocionante. Y, desde luego, no parecía demasiado complacido. Pero sus labios se curvaron, a regañadientes, en una sonrisa triste—. Supongo que, después de mi metedura de pata, no te apetecerá contarme nada, pero… ¿os estáis volviendo a ver? ¿Habéis arreglado lo que fuera que ocurrió?
Hermione contempló al muchacho con pasmo. Sintiendo sus músculos rígidos. La situación no dejaba lugar a dudas: Malfoy le había contado a Nott lo que había entre ellos. ¿Por qué ahora, cuando le había mentido en un primer momento? ¿No se suponía que debían mantenerlo en secreto?
Suspiró con entereza. Todavía calibrando al chico. Comprendió que era la única persona que conocían capaz de tomarse esa noticia con resignación. Sin escandalizarse. Era el único que sabía gran parte de todo lo que había sucedido entre ellos. No parecía furioso. No parecía dispuesto a decírselo a nadie. De hecho, a juzgar por sus palabras, ya lo sabía hacía tiempo. Y no había dicho ni media palabra al respecto.
Hermione relajó sus hombros. No tenía intención de mostrarse nerviosa o alterada. Ni siquiera a la defensiva. Nott se mostraba tan seguro de todo que era ridículo por su parte negárselo.
Y no tener que disimular era, para variar, una sensación de alivio similar a arrancarse un puñal.
—Sí, hemos… Tenemos algo —confesó Hermione con suavidad, con voz tenue. Paladeando las palabras, notándolas extrañas en su boca. Entrelazó sus manos, por delante de sus caderas, en actitud serena. No tenía intención de mostrarse avergonzada—. ¿Malfoy te contó lo que hay entre nosotros? ¿Y que nos habíamos peleado? —preguntó, sin poder contenerse. Demasiado extrañada por las acciones del rubio como para obviarlas—. Se suponía que no íbamos a contarle nada a nadie —informó con delicadeza, indicándole que ese era el motivo de habérselo ocultado. Pero no había ni rastro de rencor en el rostro de Nott.
—Y me parece una postura de lo más sensata. Realmente no me contó nada, se lo sonsaqué —admitió, arqueando de nuevo la ceja, casi con sorna. Un gesto más digno de Draco que de él—. Digamos que lo descubrí por mí mismo y no le quedó otra opción que admitírmelo. Se está volviendo una costumbre entre nosotros —sonrió con más sinceridad—. Me confesó que os habíais peleado, aunque no me contó el motivo… Debió de ser algo grave, supongo —comentó, casi para sí mismo. Hermione frunció los labios y se apresuró a sacudir la cabeza.
—Realmente fue una pelea estúpida. Un malentendido. Ya está todo aclarado —aseguró, con serenidad. Nott la miró con curiosidad, al parecer sorprendido de que hubieran logrado solucionar las cosas ellos solos. Pero después relajó su rostro y señaló la puerta de los vestuarios con el pulgar.
—¿Has quedado con él o es una sorpresa?
Hermione dejó escapar una sonrisa. Agradeciendo la actitud del chico. Lo sabía todo. Todo. Y, aun así, no estaba abiertamente en contra de la situación. Al menos no como para recriminarle nada. A Hermione le dio la impresión, sumado a todo lo que Nott le dijo el día que ella le habló de sus sentimientos hacia Malfoy en clase de Aritmancia, de que no aprobaba una relación semejante entre ellos. Y era comprensible. Pero tampoco parecía sentirse en posición de protestar.
Y, tener una especie de aliado, era del todo reconfortante.
—Hemos quedado en vernos.
—En cualquier caso, sobro —se resignó el chico, separándose de la pared—. Lo veré más tarde. Andad con cuidado.
Sin volver a mirarla, se alejó con pasos serenos en dirección a la salida del campo. Hermione quiso decirle que no pretendía echarlo de allí, pero no logró encontrar el aliento para hacerlo. Se limitó a verlo alejarse. Preguntándose muchas cosas. Lamentando lo diferente que sería la reacción de Harry y Ron si llegaran a enterarse de algo semejante.
Reflexionando sobre hasta qué punto podría ser peligroso que Nott supiese la verdad, abrió la puerta del vestuario sin vacilar y se adentró en el interior. Se lo encontró iluminado por varios candiles, otorgando una alegre y titilante luz amarillenta al lugar. La joven cerró la puerta tras ella, apoyándose en la superficie, y oteó la estancia en busca del chico. No tardó en localizarlo, siendo el único ente que poseía movimiento del lugar.
Estaba de espaldas a ella, junto a uno de los bancos, con ambas manos trabajando a la altura del cierre de su pantalón negro. La piel de su espalda reluciendo de pálida desnudez. Con la sombra que señalaba la curva de su columna vertebral perdiéndose en el borde de su pantalón. Con el reborde de sus omoplatos marcándose de forma intermitente. Acentuándose el perímetro de algunos músculos mientras se contraían en sincronía para mover sus brazos.
Lo había pillado vistiéndose.
Oh, no.
Al escuchar el sonido de la puerta cerrándose, Draco giró la cabeza por inercia, todavía abrochándose el cinturón. Y giró el tronco, mostrando su pecho desnudo. Que parecía más blanco aún que su espalda. Excepto sus oscuras areolas. Y el hueco de su ombligo. Y el contorno ensombrecido de algunos músculos, pequeñas sombras aquí y allá...
Sus ojos grises enfocaron a la chica, y pareció quedarse momentáneamente sin habla. Y sin capacidad de moverse. Sus manos se detuvieron, aferrando el cinturón todavía. Hermione se llevó una mano a la boca al instante.
—¡Perdón! —se apresuró a exclamar contra su palma, con voz más aguda de lo normal. Sus ojos lucían muy abiertos. Y asustados.
Draco no creía que un corazón pudiese, de verdad, dejar de latir. Siempre le había parecido ridículo. Si deja de latir, te mueres. Así de simple. Pero el suyo dejó de hacerlo. Pudo notarlo trastabillar y detenerse. Saturado de pánico. Él bajó sus ojos hacia sí mismo a la velocidad del rayo. No hacia su torso desnudo, eso no le importaba. Pero sí su brazo izquierdo.
La Marca Tenebrosa estaba ligeramente difuminada. Como si tuviera varios años de antigüedad y empezara a borrarse. Pero estaba ahí. Y sabía lo negra que podía volverse si el Señor Oscuro te reclamaba. Afortunadamente, Granger no la veía desde su posición en la puerta. Estaba seguro. Solo veía el dorso de su antebrazo, por estar abrochándose el cinturón. Jodido Merlín, gracias.
Clavó sus ojos en ella, con el fantasma de una sonrisa contenida en los labios cuando volvió a escuchar su corazón en los oídos. Cuando comprendió que el miedo en sus ojos no era por la Marca Tenebrosa.
—Has venido —saludó, con sorna. Simuló divertirle la reacción de la chica. Ella no lucía divertida en absoluto.
—Perdóname, tenía que haber llamado… —insistió Hermione, con seriedad, agobiada—. Puedo… —ofreció, haciendo ademán de abrir la puerta de nuevo. Pero Draco dejó escapar una risotada por la nariz y sacudió la cabeza. Volvió a darle la espalda.
—Es igual. Ya casi estoy —se estiró para coger la camisa blanca que colgaba del banco y se la metió por los brazos, todavía con el cinturón a medio abrochar. Al parecer, a pesar de sus despreocupadas palabras, no quería alargar el hecho de estar con el torso al descubierto ante ella—. La mejor parte está cubierta, por desgracia, llegas tarde —bromeó aun así, intentando mostrarse más pícaro y seguro de sí mismo de lo que se sentía en realidad.
Le dedicó de reojo su mejor expresión de superioridad, ante la cual la chica lo miró con resignado arrepentimiento. Sintiendo que su culpa se aligeraba al ver que se lo tomaba con tanta naturalidad y no la mandaba a paseo. A pesar de mantener una relación relativamente íntima a nivel físico, no estaba segura de cómo se suponía que debía comportarse. Nunca se habían visto tan desvestidos.
A pesar de que Malfoy ya se había girado, y colocado su camisa para ocultar sus brazos y espalda, la chica no podía borrar del fondo de sus ojos la imagen de su pecho desnudo. Debido mayoritariamente al cosquilleo que la había asolado tres dedos por debajo del ombligo. Había visto a Harry y Ron con el pecho al descubierto millones de veces, y nunca había experimentado eso. Nunca había visto el cuerpo de alguien que la atraía de esa manera. Alguien que, realmente, deseaba.
Le pareció casi vergonzoso sentir cómo sus mejillas estaban ardiendo sin control posible, y rezó para que no fuese visible. Apartó la mirada a un lado, intentando no contemplarlo directamente y darle así algo de privacidad. No despegó su espalda todavía de la puerta.
—Lo siento. Nott estaba fuera y me he despistado al hablar con él, he entrado sin pensar —confesó, el tono chillón abandonando por suerte su voz. Logrando sonar bastante más calmada.
—¿Nott? —repitió el chico, ya sin burla, fijando su mirada en ella mientras se sentaba en el banco a atarse los cordones de los zapatos—. ¿Estaba aquí?
—Afuera, esperándote —corroboró la chica, sin necesitar dar demasiados detalles.
Draco caviló unos instantes. Se imaginaba por qué había ido Nott a buscarlo, aunque no se lo había esperado. Ya lo había hecho en otras ocasiones. Ir a buscarlo al vestuario porque sabía que allí podrían hablar con tranquilidad, a solas, sin que nadie los molestase.
Quería preguntarle acerca de su misión.
Nott era la única persona del castillo que sabía que estaba cumpliendo una misión para el Señor Oscuro; además, claro, de Snape. Draco se lo contó estando todavía ambos en su casa, en Semana Santa. Nott le ofreció ayuda al instante, pero Draco la rechazó. Era su misión. Era cosa suya. No sabía hasta qué punto el Señor Oscuro le permitía tener aliados. Y ni se le había ocurrido preguntárselo. Ni se le pasó por la cabeza siquiera insinuar necesitar ningún tipo de ayuda.
A lo largo de las semanas, Theodore había vuelto a ofrecerle su ayuda de forma reiterada y a preguntarle si estaba obteniendo resultados. Draco se negaba a contarle nada. No le había hablado de los planos de Filch, ni de sus intentos por conocer las protecciones de la puerta de entrada, ni de las llaves que guardaba Rubeus Hagrid en su chimenea. No quería inmiscuirlo. Se limitaba a decirle que no era asunto suyo y que fuese discreto. Que todo estaba bajo control. Aunque no lo estaba.
No quería decirle nada, al menos hasta que tuviese un plan concreto con el que trabajar. Y no lo tenía todavía.
Cerró los ojos, alejando todo eso de su cabeza.
En cambio, suspiró, resignándose a que Nott, cómo no, tenía que enterarse de su reconciliación con Granger. No había manera de ocultarle nada.
—Qué hombre más agotador… —protestó en un gruñido, poniendo voz a sus pensamientos. Hermione lo miró, olvidándose de su privacidad, animándolo a que se explicase—. Me espera un interrogatorio cuando lo vea. Se me olvidó contártelo… Ocurrió mientras estuvimos peleados por el asunto de Potter. A pesar de que le dijimos que no estábamos juntos, nos estuvo observando y se dio cuenta de la verdad. Y también de que nos habíamos peleado. El muy capullo lo adivinó todo. Aunque no le conté el motivo de la pelea —miró a la chica con cautela, sin saber si le molestarían o no sus palabras. La relajada sonrisa de ella le indicó que todo estaba bien.
—Algo así me ha contado, sí —corroboró la chica, cruzándose de brazos y avanzando hacia él. Inmersa en la conversación, olvidándose de que seguía sin estar del todo vestido—. Ahora ha atado cabos al verme aquí y ha comprendido que hemos vuelto a vernos. He intentado disimular en un primer momento, creyendo que no sabía nada, pero no ha funcionado…
Draco se encogió de hombros, resignado. Echó el torso un poco hacia atrás, para poder abrocharse el cinturón mientras continuaba sentado.
—No importa. La verdad es que no me preocupa demasiado que lo sepa —admitió, pensando en voz alta—. A pesar de que la situación le parece complicada, como es lógico, se lo ha tomado bien. Al menos no me juzga. Solo está… preocupado, creo. No se lo dirá a nadie, estoy seguro —añadió, mirando a la chica como si creyese que eso podría inquietarla.
—Lo sé —lo tranquilizó Hermione, con una tenue sonrisa—. Es un buen amigo. Nunca te haría eso. Por suerte, es… la persona más apropiada para enterarse. El único amigo mutuo que tenemos —comentó, casi divertida ante esa idea.
Draco compuso una sutil mueca de conformidad, sin mirarla. Se llevó las manos a los botones de su camisa para comenzar a abrocharla, partiendo de la zona del cuello. Mientras observaba el suelo, sumido en sus pensamientos. Hermione contempló al chico, abstraído ante ella, y fue entonces cuando recordó que lo había pillado vistiéndose. Su camisa estaba todavía a medio abrochar, y era capaz de ver los graciosos pliegues que su estómago hacía al estar sentado, entre la tela. También se fijó entonces en que su rubio cabello estaba ligeramente húmedo, luciendo más pesado que de costumbre. Y que, ahora que se había acercado a él, olía maravillosamente a jabón. Todo corroboraba el hecho de que acababa de ducharse.
—¿Cómo ha ido el entrenamiento? —quiso saber la chica, en un tono más suave. Intentando que su voz no temblase. Intentando apartar de su mente lo atractivo que su propio cuerpo estaba percibiendo al joven en ese momento.
Los ojos de Draco, para sorpresa de la chica, brillaron de inesperada emoción cuando se alzaron para mirarla.
—Ha sido una gozada. Mira esto, ayer me llegó la escoba nueva —reveló, poniéndose en pie sin terminar de abrocharse la camisa. Su rostro luchaba por lucir petulante, y elegantemente satisfecho, como si fuese una noticia simplemente digna de mención, pero la emoción lo estaba traicionando. Parecía realmente entusiasmado. Caminó hasta el armario de las escobas y sacó una de color caoba, reluciente, con el cepillo elegantemente peinado. Hermione se acercó también, sus labios curvándose en una sonrisa.
—Qué bonita —corroboró, enternecida ante la emoción que el joven no era capaz de ocultar a pesar de sus evidentes esfuerzos—. ¿Al final compraste la Saeta de Trueno?
Era una pregunta innecesaria, pues el nombre de la escoba se veía claramente en letras doradas, en un lateral. La sujetó con sus manos al ver que se la tendía. Se sintió algo torpe, no sabiendo cómo cogerla de forma apropiada. No volaba muy a menudo, ni siquiera tenía una escoba propia. Solo solía jugar al Quidditch en La Madriguera, con sus amigos, en verano, y siempre tomaba prestadas las escobas de la familia Weasley. Hermione sabía a la perfección, aunque sus amigos no se lo dijeran claramente para no ofenderla, que jugaba de pena.
—Sí, y es una pasada —admitió Draco, con mal contenida complacencia—. El mango es de ébano pulido, y el cepillo de avellano. Es más precisa que los anteriores modelos y alcanza los 280 kilómetros por hora. Y la frenada es espectacular —recitó, al parecer demasiado contento como para darse cuenta de que su interlocutora no apreciaría esa información. Hermione asintió con la cabeza como si todo le pareciese estupendo.
—Suena genial —admitió, divertida, y la calibró con sus brazos—. Y pesa bastante. ¿Has pagado por kilogramo? Eso explicaría su precio… —bromeó, juguetona. Él entrecerró los ojos.
—Exacto, he pagado al peso, como si fueran huevas de Doxy —gruñó él. Rodando los ojos como si ella lo desesperase, se la quitó de las manos. Se giró para guardarla de nuevo en el armario, pero le dedicó una sonrisa maliciosa por encima del hombro mientras lo hacía—. Recuérdame que se la enseñe a MacDougal…
Hermione dejó caer sus párpados con pesadez y se limitó a responder con un bufido. Sus labios se curvaron en una sonrisa rencorosa. Sabía que solo quería molestarla.
—Tranquilo, te lo recordaré —aseguró, con desdén y la nariz apuntando al techo—. Evidentemente, con semejante escoba, no habrá chica que se te resista —se burló, cruzándose de brazos.
Draco cerró la puerta del armario y Hermione vio en su perfil que una sonrisa arrogante elevaba las comisuras de su boca. Giró el rostro para mirarla, petulante, con sus ojos brillando de picardía.
—No es la primera vez que me lo dicen… —sentenció, su voz convertida en un susurro sedoso.
Hermione puso los ojos en blanco y se encogió de hombros, a regañadientes.
—Bueno, sí, tu Nimbus 2001 también era….
—Granger, percibe el tono —protestó él, interrumpiéndola y mirándola con los párpados caídos.
Hermione le devolvió la mirada con extrañeza, su ceño frunciéndose. Sintiendo que algo se le escapaba. La ceja de Draco se arqueó, y entonces, mágicamente, comprendió.
Abrió de golpe la boca, ofendida.
—Oh, ¡por favor! —se escandalizó, elevando el tono de voz, y dándole un manotazo en el brazo—. No me refería a eso, pedazo de pervertido…
Draco dejó escapar una carcajada cargada de maldad. Apoyó el hombro en el armario, de cara a ella, y llevó sus manos a su camisa para continuar abrochando el resto de los botones.
—Ya lo sé, pero me ha hecho gracia que no te hayas dado cuenta tú misma del doble sentido —se regodeó—. Pagaría tres veces esta escoba por volver a ver la cara que has puesto…
—Estúpido —protestó la chica, resentida, volviendo a cruzarse de brazos—. ¿Puedes volver a tener diecisiete años en vez de doce, por favor?
—Si insistes… Pero tienes razón, solo sé de una chica que se resistiría a mí, aun teniendo esta magnífica escoba —siseó, mirándola con un brillo engreído en los ojos.
Se aproximó mientras hablaba, y, cuando estuvo frente a ella, soltó su camisa para poder sujetarla de los codos, firmemente cruzados sobre su pecho. Acercándola lo suficiente como para darle un rápido pero decidido beso en la garganta. Los labios de la chica se curvaron en una sonrisa mientras se retorcía ante la sensación. Lo miró con resignada diversión cuando volvió a enderezar el rostro. Sin pararse a pensarlo dos veces, por pura inercia, descruzó los brazos y los adelantó para terminar de abrochar ella misma los últimos botones de la camisa que le faltaban.
—Oye, realmente podrías enseñársela a MacDougal, no es mala idea —propuso Hermione, con suavidad. Sus dedos trabajaban con dificultad en los pequeños botones—. Si es tan buena escoba como dices, seguro que le gustará verla. Desde luego la apreciará más que yo.
Sintió cómo su estómago desnudo rozaba de forma esporádica el dorso de sus dedos. Podía apreciar el calor que emitía su suave piel. La tela de su camisa de uniforme era igual que la suya, y también eran los mismos botones que ella abrochaba cada mañana. Y, sin embargo, se sentía totalmente diferente. Lo miró a los ojos mientras metía el botón por su ojal correspondiente. Preguntándose si él también notaría la sensación tan diferente. Él ya la estaba contemplando con fijeza, escrutando su rostro. Como si estuviera preguntándole en silencio por qué lo hacía.
La comisura de los labios del chico tembló.
—Me la crucé ayer al salir de una clase y ni se me ocurrió. Apenas me hablo con ella. De hecho, creo que no hemos vuelto a hablar desde que nos viste…
Hermione amplió la sonrisa, volviéndola comprensiva. Bajó al siguiente botón. El tenso vientre del chico se contrajo discretamente bajo sus nudillos al sentirlos resbalar hacia abajo. Hermione podía sentir una fina pelusilla, casi invisible, cosquillear su piel.
—Bueno, pues ya tienes excusa. La próxima vez que la veas se lo dices. Le hará ilusión —insistió la chica, luciendo orgullosa de sí misma ante su idea. Centró su mirada en los botones.
—A sus órdenes —murmuró Draco, con desganada ironía. También bajó la mirada para verla trabajar, para ver cómo descendía más las manos con la intención de abrochar los últimos dos botones. A la altura de su cinturón de hebilla plateada. Las manos de Draco estaban anormalmente inmóviles, colgando a ambos lados de sus caderas. El chico las sentía vibrar. Deseosas de moverse. De aferrar el cuerpo que tenía delante. Donde fuese, le daba igual. Pero quería tocarla. Acercarla más. Estar quieto mientras ella lo tocaba de esa manera se sentía casi antinatural. Sentir sus manos en esa zona estaba siendo… perturbador. Sentía sus muslos tensos, conteniendo no sabía qué. Estaba intentando respirar lo más superficialmente posible para no rozar el dorso de sus dedos, sin éxito. Necesitaba oxígeno. La piel del vientre le cosquilleaba. Le ardía. Podía sentirlo contraerse bajo su indirecto contacto, y sabía que ella lo estaría notando, pero no podía evitarlo. No podía controlar la sensibilidad de la zona. Desoyendo la poca cordura que le quedaba, se imaginó entonces que sus manos bajaban más. Que tocaban su piel directamente. Y casi pudo escuchar su propia respiración trastabillar. ¿Cómo se sentiría que ella…?
«Piadoso Merlín, no sigas por ahí…»
Hermione había dejado de rozar su piel. Ahora estaba en contacto con el cinturón. Aunque era capaz de notar cómo el estómago del chico se movía acorde a su respiración. Subiendo y bajando. El último botón. Y se dio cuenta de que había dejado de percibir lo que la rodeaba. Que solo sentía la presencia del chico parado ante ella. El frío del metal de la hebilla contra sus nudillos. La proximidad con su cuerpo. La intimidad de estar rozando su ropa. De estar vistiéndolo. ¿Por qué estaba haciéndolo? ¿Y por qué él no la detenía?
Su mente voló, en contra de su lucidez. Se imaginó, en un arrebato, la situación contraria. Se imaginó estar desabrochando su camisa, botón a botón, revelando poco a poco su piel… Esa piel que había visto minutos atrás… Desabrochar ese cinturón, escuchar su tintineo metálico al caer al suelo… Se imaginó a sí misma rozándolo suavemente con sus dedos. Quizá se erizaría ante su contacto. Quizá lograría que él se estremeciese. Quizá suspirase…
En cuanto el último botón se coló por el ojal, Hermione se dispuso a apartar sus manos de la zona con rapidez, necesitando separarse de él. Pero no tuvo oportunidad. Sintió la mano de Draco rodear su cuerpo hasta alcanzar su baja espalda y atraerla hacia sí con un firme gesto. La joven chocó contra su pecho, quedando sus manos atrapadas entre sus cuerpos, y sin poder contener una breve risa de pura sorpresa. Sintió el cinturón del chico presionando su vientre, tal era la cercanía. Sensación que la hizo cerrar los ojos momentáneamente. Cuando los abrió, Draco ya se había inclinado sobre su rostro. El brillo de sus ojos sorprendió a la chica. Era un brillo… hambriento. Esa era la palabra que mejor lo describía. Y la chica sintió una ráfaga de anhelo recorrer su espina dorsal. Incapaz de analizar semejante mirada en toda su magnitud.
Draco presionó sus labios contra los suyos en un firme beso. Con fuerza. Con decisión. Como si llevase un rato queriendo hacerlo, y por fin se hubiese decidido. La chica cerró los ojos y frunció los suyos para corresponderle, relajándose contra él. Movió como pudo sus manos para colocarlas a ambos lados de su cintura, permitiéndose sentir su forma, para después sujetarse a su camisa. La mano que Draco mantenía en su baja espalda la apretó un poco más. Crispando los dedos en su intento de aferrarla con más fuerza. Como si no fuera suficiente cercanía. Conteniéndose y dejándose llevar al mismo tiempo.
Separaron sus labios y se miraron mutuamente durante unos segundos. Simplemente se miraron. Sin decir nada. Sin sonreír.
Él fue el primero en separarse, parpadeando lentamente. Soltó su espalda, permitiéndole alejarse, y se retiró él mismo un paso hacia atrás. Bajó la mirada, llevando las manos a su propia cintura para poder meterse la camisa por dentro de los pantalones.
—¿Tienes prisa? —cuestionó el chico entonces, en un tono más sereno. Cambiando de tema con sutileza. Como si quisiese evitar hablar de lo que acababa de pasar—. ¿Cuánto tiempo tienes? He traído una cosa…
Hermione todavía estaba luchando por tomar aire, aún perdida en su fugaz beso y en su ávida mirada. Pero sintió su pulso cosquillear al registrar esas palabras. Lo contempló mientras se alejaba de vuelta al banco.
—¿Traído? ¿El qué? —logró musitar, siguiéndolo con algo de vacilación. Él estaba rebuscando en una cartera de piel que tenía junto al resto de su ropa. Hermione escuchó un tintineo, y entonces el chico se giró para mostrarle un botellín de cristal, con un líquido dorado en su interior, que sujetaba en la mano. Con su mejor expresión de suficiencia. Hermione casi dejó escapar una carcajada ante la estampa.
—¿Cerveza de mantequilla? —se asombró ella, divertida, acercándose para mirar la pequeña botella.
—He dado por sentado que te gusta —se justificó, con presunción. Hermione sonrió apretando los labios.
—Sí, claro que me gusta —corroboró, conmovida, sin burla alguna—. Pero, ¿de dónde la has sacado? —cuestionó entonces, y la suspicacia en su voz dejó patente su rango de Prefecta, la cual no permitiría a nadie romper las normas de la escuela.
—Uno tiene sus contactos… —dijo él con vanidad, volviendo a meterla en su cartera. Haciendo caso omiso de su mirada desconfiada—. ¿Tienes tiempo? ¿Quieres que vayamos a algún sitio?
Hermione giró el antebrazo para mirar su reloj de pulsera. Se mordió el labio. Realmente no tenía demasiado tiempo. Pero… él había traído cerveza de mantequilla para que la tomasen juntos. Había sido un verdadero detalle. Quizá podría quedarse un poco más de lo que pretendía…
—Tengo que volver enseguida —se lamentó Hermione, cavilando, en un murmullo—. No tengo mucho tiempo antes de que sospechen… Oh, pero sé dónde podríamos ir, aquí cerca. Aunque sea un rato —propuso, inspirada de pronto. Draco arqueó una ceja.
—¿Aquí cerca? ¿A dónde?
—Ya lo verás… Venga, coge tus cosas, corre —apremió, visiblemente emocionada, agitando las manos hacia él. Draco cedió con una mueca, mirando alrededor para comprobar qué le faltaba por recoger. Se colgó la cartera al hombro y llevó en las manos sus últimas pertenencias, su túnica, su corbata, y varita entre ellas. En menos de un minuto ambos salieron del vestuario, apagando las luces tras ellos.
Afuera había comenzado a llover.
Se mantuvieron un instante en la puerta, contemplando con resignación la fina pero definitivamente moderada lluvia que comenzaba a convertir en barro el terreno del campo. Hermione oteó alrededor, buscando la ruta más corta y en la que se mojasen menos. Lo guió en silencio por el borde del campo y subieron por las escaleras que conducían a las gradas. Sin dejar de mirar alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca. Con un distraído movimiento de varita, Draco los protegió de la lluvia con un sencillo hechizo. Él se preguntó si la chica estaba segura de a dónde se dirigían. Si las gradas, apuntando directamente al centro del campo, era la zona más segura para colocarse. Precisamente era el sitio donde más visibles serían...
Pero la chica no pretendía eso. Cuando ascendieron hasta el segundo nivel de gradas, lo que hizo fue agacharse y colarse por entre las maderas que sujetaban los asientos. Draco, impresionado, la siguió. Se internaron juntos en la estructura de hierro y maderos que sujetaba las gradas, caminando encorvados. Draco estuvo tentado de avanzar de rodillas; el lugar definitivamente no estaba hecho para que nadie anduviese por ahí. Y menos alguien con su estatura. La madera crujía bajo sus pies, y algunos tablones se tambaleaban.
Hermione se detuvo al llegar a un pequeño hueco, rodeado de vigas de madera, de poco más de metro y medio cuadrado de espacio. Algunas gotas se colaban por entre los listones de las gradas superiores, pero estaban, en general, protegidos de la lluvia. Y de miradas indiscretas.
—¿Qué te parece aquí? —cuestionó la chica, dejándose caer sentada en el suelo de tablones, acomodándose la falda del uniforme. Se veía emocionada—. No está mal, ¿verdad?
Draco contempló alrededor con petulancia. Se dejó caer con dificultad en el suelo, frente a ella, acomodando sus largas piernas en el reducido espacio. Dejó a un lado el pequeño montón que conformaban sus pertenencias.
—Aceptable, Granger. Poco distinguido para mi gusto, pero servirá. Desde luego, nadie nos buscará aquí. Eso sí, como vea una araña, me largo —aseguró, apoyando el codo en una de sus rodillas, y apuntándola con un dedo acusador.
Hermione ladeó el rostro y le dedicó una sonrisa cargada de suficiencia.
—Te mantendré ocupado para que no la veas, entonces —bromeó, estirándose hacia adelante hasta alcanzarlo. Le tomó el rostro con las manos y apoyó sus labios contra los suyos en un suave beso. Draco dejó escapar el aire por la nariz, como si le hubiera hecho gracia, y agachó la cabeza, facilitándole alcanzarlo. Facilitándose a sí mismo perderse en su boca una vez más. Estiró las manos y apoyó las palmas abiertas en el regazo de la chica, sobre su falda del uniforme. Dando un apretón a la parte superior de sus muslos. Queriendo, simple y llanamente, tocarla.
Hermione se separó de sus labios tras varios segundos, pero él volvió a inclinarse para repetir el beso. Hundió sus labios en los suyos, obligándola a tomar aire por la nariz con urgencia, y después él bajó el rostro todavía más para recorrer con su boca la línea de su mandíbula. La chica tuvo que apartar las manos de su rostro para permitirle maniobrar, dejándolas apoyadas en sus hombros. Los labios del chico alcanzaron la parte superior de su garganta, separándose y succionando la zona con prudencia. Sintió a la chica suspirar y sus hombros agitarse. Una de sus pequeñas manos se deslizó por su hombro, alcanzando su nuca. Animándolo así a seguir. La mano de la chica se sentía fría; o quizá su nuca ardía, no estaba seguro. Él repitió el gesto, más abajo, con más decisión. Esta vez usando sus dientes. El aliento de la chica tartamudeó al abandonar su boca, como si ocultase una risa nerviosa. Los dedos de él se crisparon en su regazo. Draco exhaló contra su piel. Perdiéndose. Deteniéndose. Recuperando el control. Su propio aliento temblaba contra su cuello. ¿Cómo podía hacerlo temblar sin tocarlo siquiera?
Tras un último beso muy cerca de su oído, se separó un poco de ella, lo justo para ver su rostro sin bizquear. Ella le devolvió la mirada, con la sombra de una sonrisa en sus labios. Dejó que sus manos descendieran hasta apoyarse sobre las de él, en su propio regazo. Las gotas de lluvia chocando contra los asientos se escuchaban con claridad por encima de sus cabezas. Era una situación llena de intimidad, de privacidad. Solo estaban ellos. Ellos, la lluvia, y las vigas que los rodeaban.
El cabello de la chica se había humedecido ligeramente con algunas gotas de lluvia que brillaban en su superficie. Y estaba encrespado, luciendo más esponjoso debido a la humedad. Draco no sabía gracias a qué luz, pero sus ojos oscuros centelleaban en la penumbra de su escondite. El fantasma de su sonrisa le pareció en ese momento algo que no se cansaría de contemplar. Sus manos seguían frías contra las suyas.
Estaba… preciosa.
—¿Alguna araña a la vista? —cuestionó Hermione en un murmullo, con tono divertido, arrancándolo de sus pensamientos. Y entonces él se dio cuenta de que llevaba demasiados segundos en silencio. Mirándola. Y debía estar luciendo como un imbécil.
Se enderezó ligeramente, recomponiéndose, y se encogió de hombros con indiferencia, fingiendo no ser nada relevante. Carraspeó con sutileza, intentando recobrar su propia dignidad. También soltó su regazo.
—¿Cómo has descubierto este sitio? —cuestionó él, simulando ser eso lo que pasaba por su cabeza. Echó un rápido vistazo por encima de su hombro y se dio cuenta de que tenía una viga horizontal lo suficientemente cerca como para apoyarse. Se echó hacia atrás, hasta sentir la madera contra su espalda, acomodándose contra ella. El corazón le retumbaba en el pecho, y no estaba muy seguro del por qué.
—Vine aquí a hablar con Nott una vez —confesó la chica, mirando alrededor, ensimismada—. Fue durante un partido. Nos metimos aquí para que no nos viesen. Bueno, de hecho creo que el hueco que Nott me enseñó era en otra zona, era algo más grande… —comentó, reflexiva, recordando.
Draco esbozó una súbita sonrisa de lado, cargada de suspicacia. Ella lo miró sin comprender.
—Caray con Nott. Qué bastardo. Qué calladito se lo tenía...
Hermione parpadeó. Divertida ante la malicia que brillaba de pronto en los ojos del chico.
—¿De qué hablas?
Lo imitó, apoyando la espalda también en una viga, en su caso vertical, que había tras ella. Alejando sus cuerpos, aunque sus piernas seguían rozándose en el reducido espacio. Draco estiró la mano a un lado para meterla en su bolsa y sacar el botellín de cristal.
—¿No sabes que está saliendo con Daphne Greengrass? —cuestionó burlonamente, arqueando una ceja, como si eso lo explicase todo. Giró su cuerpo a un lado, apenas un poco, y estiró sus largas piernas todo lo que pudo, colocándolas a un lado del cuerpo de la chica. No pudo estirarlas del todo. Con un rápido y firme giro de muñeca, quitó el tapón de la botella y se estiró para alcanzársela.
Hermione ni siquiera logró dedicarle una mirada agradecida mientras tomaba la bebida. Se limitó a abrir mucho los ojos, asombrada ante sus palabras.
—¿De verdad? —saltó, esbozando una radiante sonrisa. También estiró las piernas, colocándolas paralelas a las del chico. Las suyas sí quedaron completamente estiradas—. En absoluto, no tenía ni idea… ¿Cuánto tiempo llevan juntos?
—Algunos meses —calculó él con desgana, tras pensarlo un instante—. Fue a principios de curso.
—¿Cómo no me ha dicho nada? —fingió molestarse, sin dejar de sonreír—. Oh, cuéntame, ¿y cómo les va? —cuestionó, ilusionada, para después tomar un breve trago de cerveza.
Draco arqueó una ceja ante su tono. No había pensado que fuese a hacerle tanta ilusión.
—Pues no lo sé. No suelo preguntarle nada.
—Oh, venga ya —se quejó la chica, ahora mirándolo con impaciencia—. Tiene que haberte contado algo…
—No hablamos de cosas así —protestó él, con altivez, como si lo contrario fuese casi ofensivo. Ella siguió mirándolo con contrariedad, como si no se lo creyera—. Bueno, siguen juntos, ¿no? Eso será que les va bien —ella no alteró su expresión. Él se obligó a reflexionar, para poder aportar algo que borrase el fastidio del rostro de la chica—. Yo qué sé… En fin, Daphne es genial, y… jamás la verás callada. Es un buen contrapunto para Nott, que dice una media de diez palabras al día. Quince, si ha tomado café —se burló, estirando la mano para alcanzar su corbata, situada encima de su montón de objetos personales—. Seguro que han venido aquí alguna vez… —añadió con guasa. Ella parpadeó lentamente y sonrió con incertidumbre.
—¿Tú crees? Pero ellos no tienen que… esconderse, ¿no? —pronunció con delicadeza. Draco resopló con desdén, elevando el cuello de su camisa para rodearlo después con la tela de la corbata.
—Pues no. No tienen que esconderse —corroboró, entre dientes, mientras se la anudaba con habilidad. Hermione apreció el resentimiento que manchaba su voz. Sabía lo que estaba pensando. Estaba comparando la situación que él tenía con Hermione y la que su amigo tenía con su pareja. Theodore y Daphne no tenían que esconderse si no querían hacerlo. Ellos, sí—. Pero, bueno, hay cosas que no se pueden hacer en público… —añadió después, en un tono más ligero. Sus ojos claros se clavaron en los de ella, de forma tan súbita que pilló a la chica por sorpresa. Sin saber qué expresión esbozar. Aunque entendió al instante a lo que se refería, no pudo evitar mirarlo con confusa vacilación.
—¿Aquí? —cuestionó, incrédula, mirando alrededor. Como si considerase que no era un lugar en absoluto apropiado para lo que él sugería. Él la miró de forma condescendiente.
—Donde sea, Granger —respondió a su vez, con jocoso énfasis—. Te sorprendería dónde es capaz de esconderse la gente…
Hermione lo miró sin verlo, cavilando. Cayendo en la cuenta de la cantidad de parejas que había en Hogwarts. Parejas de diferentes Casas que, posiblemente, necesitasen encontrar lugares ocultos donde dar rienda suelta a su pasión… En sus rondas como Prefecta había amonestado a gente que había sorprendido besándose en la biblioteca, en algunos pasillos o en aulas vacías, pero no se le había ocurrido que la gente buscase lugares aún más recónditos. Para hacer cosas más íntimas que besarse.
Se planteó protestar. Decir con firmeza que algo así no estaba bien. Que había un lugar y un momento para todo. Pero… ¿no la convertiría eso en una hipócrita? Rememoró demasiadas cosas en un instante. El recuerdo vívido del aula de Aritmancia, sentir el escritorio chocar contra su espalda, apoyarse en él para sentarse, con las piernas abiertas, el chico ante ellas, su boca en la suya… Su encuentro en el escobero de Filch, las fuertes manos del chico en su muslo, sus propios labios en su cuello…
Hermione carraspeó y se recompuso, apurada. Ellos no habían llegado a… Era un caso totalmente distinto.
Estudió a Malfoy con atención. ¿Habría sorprendido a compañeros en lugares así en sus rondas de Prefecto? ¿Se lo habrían contado? ¿Él habría…?
Donde sea…
Draco no borró su sonrisa satisfecha. Se recargó mejor contra la viga, una vez que la corbata estuvo anudada en su cuello, y se cruzó de brazos. Sin darse cuenta de la expresión confundida de la chica.
—Antes de que castigues a Nott y Greengrass por tener sexo en lugares públicos, como sé que estás valorando —se burló el chico, mirándola con petulancia. A ella se le escapó una sonrisa cargada de rencor—, déjame decirte que últimamente tienen nuestra habitación disponible. Suelo intentar aprovechar cuando Zabini se va por ahí con los del equipo para irme también con ellos. Así les dejo la habitación para ellos solos durante un rato —contó, distraído, mirando la parte baja de los asientos que había sobre ellos, a modo de tejado.
Y entonces se preguntó por qué había confesado eso. Por qué estaba teniendo esa conversación con Granger. Por qué no se sentía extraño mantenerla. Solo… diferente. Con ella, maldita sea, podía hablar de cualquier cosa.
Hermione dejó escapar un suspiro resignado. Parcialmente satisfecha. Se estiró hacia delante, ofreciéndole la botella de vuelta. Él vaciló un breve instante antes de cogerla. Como si no esperase que fueran a compartirla. Y Hermione se preguntó si de verdad su intención había sido que fuese para ella. Solo para ella. Si Draco Malfoy habría quebrantado las normas de la escuela para conseguir de contrabando una cerveza de mantequilla únicamente para ella.
—Ese lugar me parece bastante más apropiado —convino Hermione, con el tono de suficiencia que utilizaba para regañar a los de primer año que corrían por los pasillos. Vio a Draco resoplar con diversión antes de darle un largo trago a la cerveza. Se permitió seguir con la mirada la línea de su afilada mandíbula cuando elevó el rostro para beber. Y añadió con más suavidad—: Es un bonito gesto por tu parte hacer eso por ellos.
Lo vio parpadear, al parecer sorprendiéndose de que lo considerase así. Pero se limitó a encogerse de hombros con desgana, con el atisbo de una sonrisa vanidosa en sus labios ante su cumplido. Hermione mordisqueó su propio labio para evitar preguntarle si a él le habían hecho el mismo favor alguna vez... Parpadeó para apartar esos recurrentes pensamientos. No era el momento de pensar en nada de eso.
Se sentía… inusual estar hablando de algo así con él. Pero fácil, al mismo tiempo, por su forma de abordarlo. Con total naturalidad. Con confianza. Como si fuesen amigos. Como si fuesen pareja.
Miró su reloj de pulsera. Era preocupantemente tarde.
—¿Estás libre el jueves? —cuestionó la chica, mirándolo con disculpa. Indicándole que tenía que irse de forma inminente—. Por la tarde. Después de clase.
Draco frunció los labios, rompiendo con ese simple gesto las esperanzas de la chica de verse de nuevo en pocos días. El chico se estiró hacia delante, ofreciéndole la botella de nuevo.
—Tengo entrenamiento de Quidditch —reveló. Y, aunque intentó sonar elegantemente resignado, él mismo pudo escuchar la frustración en su voz. Hermione sintió la decepción apoderarse de su pecho—. ¿El viernes?
La chica reflexionó unos segundos, dándole un trago a la botella. Calibrando qué decir. Según el estricto horario que se había auto-impuesto, debía comenzar a estudiar para los exámenes. De hecho, empezaba esa tarde. Podría verse el viernes con él, sí. Pero perdería horas de estudio.
—Tengo que estudiar —confesó ella, con serenidad, en voz baja. Sin vergüenza en su tono—. Quiero empezar a preparar los exámenes. Lo siento.
Draco arqueó una ceja.
—¿Examen de Aritmancia?
—ÉXTASIS —especificó. La ceja de Draco se mantuvo alzada.
—Faltan casi dos meses —le recordó, como si fuera evidente. Ella lo miró con seguridad.
—Lo sé —aseguró, impasible.
Draco resopló a modo de risotada. Pero se limitó a apartar la mirada. Pensativo. Buscando otra solución. Hermione analizó su rostro a conciencia, pero no vio nada. No había irritación, ni rencor. No se iba a burlar de ella por empezar a estudiar de forma tan rigurosa para los ÉXTASIS con dos meses de antelación. Posiblemente se había hecho a la idea de que algo así pudiese suceder. Que Hermione Granger priorizaría sus estudios por encima de él.
—¿Intentamos el fin de semana? —masculló Draco. Sin mucha convicción. La chica frunció los labios.
—Es más complicado —murmuró, deprimida. Corroborando lo que él ya pensaba—. Creo que tendremos que esperar a la semana que viene… —el chico la miró. Y vio reflejado en sus ojos oscuros la misma decepción que se había apoderado de él. ¿Casi una semana entera? No dijo nada. Ella suspiró—. Es mucho tiempo. Esto es… —Hermione se interrumpió. Lucía frustrada. Desalentada. Él siguió mirándola. Sintiendo que su espalda cosquilleaba de contrariedad. No quería verla así.
—¿Qué? —la animó a hablar, en un murmullo. Ella lo miró a los ojos. Los de la chica relucían. De tristeza. Una nueva forma de brillar que a Draco no le gustó ni un pelo.
—Que estoy cansada de verte una vez a la semana, o a veces ni eso —susurró Hermione—. En momentos robados en los que tenemos que estar mirando el reloj. Vernos de lejos en las clases no es suficiente. Quiero verte más a menudo. Se me está haciendo cada vez más duro. Quiero pasar más tiempo contigo.
Draco no apartó la mirada. Escrutando su rostro, el cual lucía genuinamente apesadumbrado. Preguntándose cómo le resultaba tan fácil decir cosas así. Él se sentía igual. Exactamente igual. Pero no era capaz de decirlo en voz alta. Y era ridículo porque, si ella se sentía también así, no se burlaría de él. Podía decir lo que sentía. Y, aun así, no podía. Escuchar su propia voz dejando salir tal cosa era… No podía.
Tenía los dientes apretados y por un momento temió no poder volver a aflojarlos. Porque ella estaba deprimida ante él, y no sabía cómo arreglarlo.
Cuando logró separar sus mandíbulas, no supo qué decir.
—No podemos —terminó siseando. Impertérrito—. Vernos más a menudo, no podemos. Llamaría la atención. Si ya es complicado vernos una vez, o dos, es casi imposible hacerlo más veces.
Sonaba coherente. Sonaba maduro. Razonable. Todo lo que, por primera vez, ella no estaba siendo. Y, sin embargo, sentía que le faltaba la verdad. La frase en la que le decía que le daba tanta rabia como a ella. Que también necesitaba verla más a menudo.
—Lo sé —aseguró Hermione, resuelta. Y Draco vio cómo se recomponía, cuadrando los hombros. Recuperando su carácter juicioso y objetivo—. He mirado las rondas de Prefectos. Nos toca juntos dentro de casi cuatro semanas.
—¿Ah, sí? —replicó él, en un murmullo. A él no se le había ocurrido mirarlo con tanta antelación.
—Dentro de dos semanas te toca con Hannah Abbott. Nos llevamos bien, he pensado pedirle que me deje ir en su lugar. Puedo decirle que mi ronda es justo antes de los exámenes. El primero es el de Aritmancia, y ella no lo tiene. Así que quizá acepte.
—No es mala idea —se escuchó diciendo Draco. Ella le ofreció la botella de nuevo, y él la cogió, casi sin darse ni cuenta. Seguía sintiéndose extraño. Con la urgente necesidad de decir algo.
—Quizá también podría… venir a verte entrenar —comentó entonces la joven, oteando a su alrededor—. ¿Qué te parece este sitio para esconderme?
Él frunció el ceño, parpadeando. Confuso.
—¿Verme entrenar? —repitió, queriendo asegurarse de que había entendido bien—. ¿Para qué?
Hermione lo miró. Y esbozó una sonrisa tan llena de ternura, tan alejada de la tristeza que estaba mostrando instantes atrás, que hizo que los dedos del chico se aflojaran, casi dejando caer la botella.
—Para nada, en realidad. Solo me gustaría verte. Comprobar que esa escoba vale lo que cuesta —dejó escapar una cándida risita—. Quizá algún día podría colarme por aquí y verte a través de las gradas —la chica miró alrededor con más atención, orgullosa de su propia idea. Entrecerró los ojos, intentando adivinar si lograría ver algo a través de la estructura.
Draco no dijo nada en un primer momento. Se había visto obligado a apretar los dientes de nuevo. No permitiendo que su rostro se suavizase. No estando seguro de querer permitir la expresión que ansiaba por esbozar. Tuvo que darle un largo trago a la cerveza antes de poder volver a hablar.
—Si lo haces, no se te ocurra avisarme —logró protestar, con un tono petulante afortunadamente convincente. Dejó el botellín a un lado. Hermione lo miró con desconcierto.
—¿Y por qué no?
Con un brillo plateado en su mirada, convirtiéndose en casi gatuna en medio de la penumbra, el chico se enderezó de súbito, separándose de la viga, y lanzándose directo hacia ella. Pegó el rostro contra el suyo, con las piernas encogidas a su lado, y una mano apoyada en la viga que había tras ella para poder sostenerse. Se las arregló para calcular su movimiento de tal manera que sus rostros quedaron pegados, sus frentes unidas, sus narices rozándose, sin haberse llegado a golpear. Apenas dejando un anhelante milímetro de distancia entre sus pieles.
Hermione dejó escapar a duras penas el aliento que dicho movimiento la hizo contener.
—Porque, si sé que me estás mirando, no seré capaz de coger esa snitch ni aunque fuese del tamaño de Longbottom.
Y su boca cubrió la suya, casi como el mordisco de una serpiente.
Draco echó un vistazo tras la esquina para asegurarse de que no había nadie en el pasillo del tercer piso antes de avanzar por él, con la copia de los planos de Filch enrollada en la mano. Por fortuna, no se había cruzado con prácticamente nadie por los pasillos. La gran mayoría de los estudiantes estaban en clase, a excepción de unos pocos de los cursos superiores que tenían una hora libre. Ese no era su caso. En realidad, tenía que estar en clase de Pociones, pero había preferido saltársela y continuar su investigación para verificar si alguno de los pasadizos tachados de los mapas de Filch estaba transitable de alguna manera.
Le daba igual saltarse Pociones. Slughorn solo era una morsa bigotuda que les enseñaba pociones ridículas e inútiles. Y que favorecía a los Gryffindor por encima de todo. Solo tendría que preguntarle a Nott el temario y estaría al día. Era bueno en Pociones. Podía estudiar por su cuenta llegado el caso. Aunque ni siquiera eso le preocupaba. No le veía sentido a ir a clase. Ni a esa, ni a ninguna. Si encontraba una manera de ayudar a que el Señor Oscuro entrase en el castillo, el curso terminaría de súbito, y ni siquiera se examinaría de sus ÉXTASIS. Y si, por el contrario, no lo lograba, el Señor Oscuro lo asesinaría sin vacilar, a pesar de las buenas notas que pudiera haber obtenido en sus exámenes.
En realidad, lo único que le atraía de la clase de Pociones, o de cualquier otra clase en la que coincidiesen con los Gryffindor, era que al menos allí vería a Granger. Pero en ocasiones ni siquiera eso era suficiente atrayente. Solo se lanzaban miradas de vez en cuando, a veces correspondidas, a veces sin lograr establecer contacto visual. Sin poder dirigirse la palabra. Y, a pesar de lo estimulante que era compartir esas miradas prohibidas con Granger, no poder acercarse siquiera a ella llegaba a ser ligeramente frustrante en ocasiones. Comenzaba a cansarse de la situación. De tenerla delante y no poder decirle nada. No poder saludarla cuando entrase a clase. Ni un puto beso.
Sabía que era una gilipollez lamentarse de algo así. Pero no podía evitarlo.
Abandonando tales pensamientos, siguió avanzando por el corredor. Llegando al pasillo contiguo al principal, que correspondía a la Galería de Armaduras. Solo era un atajo entre dos pasillos, con una decena de armaduras flanqueando ambos lados. Pero, según el mapa de Filch, había un pasadizo oculto en su interior. Tachado, igual que los demás.
Había comprobado todos los demás pasadizos, y todos estaban efectivamente obstruidos o demolidos. Incluso había estado a punto de quedarse atrapado dentro de uno de ellos cuando un pequeño e inesperado derrumbamiento amenazó con sepultarlo. Solo le quedaba uno, y era el que se encontraba en ese piso. Su última esperanza.
Contó las armaduras en el mapa, y después las de la realidad. Eligiendo la penúltima del lado derecho. Se acercó a ella y la miró con cautela. No se movió. Comprobó el plano de nuevo, sin ganas de trabajar en balde, y corroboró que estaba en el lugar correcto.
El tachón parecía estar encima del cuadrado que correspondía a esa armadura. La escrutó, observando el óxido del metal, y su hermético yelmo. Estudió el pedestal sobre el cual se apoyaba. Ahí debía estar la entrada, pero ¿cómo abrirla? La miró atentamente, desde todos los ángulos, pero no vio ninguna manilla ni abertura evidente. Trató de empujar la armadura, con cuidado, intentando bajarla al suelo. Pero no se movió ni un milímetro. Pesaba un quintal. Sacó la varita y probó diversos hechizos. Desde un prometedor Wingardium Leviosa hasta un desesperado Evanesco. Nada.
Unas pocas personas se adentraron en el pasillo en un par de ocasiones, y él fue lo suficientemente rápido como para disimular y caminar por el pasillo, como si también estuviese sólo de paso. O pararse a mirar el reloj como si estuviera esperando a alguien. Cuando estuvo solo de nuevo, sacudió la armadura sin ninguna delicadeza, pero tampoco surtió efecto. Solo logró que el metal chirriase peligrosamente, pudiendo atraer a alguien. Probó a hablar a la armadura, a ser amable, a amenazarle. Sabía que podían moverse. Sabía que podían entenderlo. Pero nada funcionó. Siguió tan quieta y tan inofensiva como al principio. Inmóvil. Silenciosa. Inútil.
En un arranque de ira, Draco le dio un frustrado puñetazo al metálico peto de la estatua. Sus nudillos rozaron con los grabados que había en su superficie. Arañándoselos. Y no consiguiendo nada salvo lanzar un grito de dolor. Se miró la zona. Estaba despellejada. En carne viva. Maldita sea.
Exhaló con la boca abierta y se apoyó contra la fría superficie metálica. Sintiendo que sus piernas cedían. Esa había sido su última carta. Ya no tenía nada para jugar. El Plan A no había funcionado. Volvía a estar como al principio.
Sintió un pánico frío apoderarse de su espalda. Helando todos sus nervios hasta la punta de los dedos. Acelerándole la respiración. ¿Y si no lo conseguía? ¿Y si no encontraba la manera? Ya estaban en mayo. Tenía dos meses escasos para encontrar la manera. Se le acababa el tiempo. Y al final de la cuenta atrás lo esperaba la muerte.
Tenía que haber dedicado más tiempo. Investigar más. Esa noche no dormiría. Iría a la biblioteca. No, recorrería el castillo. Buscaría pasadizos por su cuenta. O quizá en los jardines. El Lago Negro. No había mirado el Lago Negro. Usaría el encantamiento Casco-Burbuja que realizó Cedric Diggory en la segunda prueba del Torneo de los Tres Magos. Y se pasaría la noche bajo el agua si hacía falta.
Apoyó la espalda en la estatua y se dejó resbalar hasta quedar sentado en el pedestal, desfallecido. Tomó aire y lo dejó salir de forma trémula.
No quería morir. No quería ser asesinado. No quería desaparecer…
No quería que su madre muriese por su culpa.
Sintió los sollozos amontonarse en su garganta, y hacer vibrar su pecho, pero no los dejó escapar. Estaba en medio de un pasillo. Cualquiera podía encontrarlo ahí, patéticamente sentado en un pedestal, llorando como un crío. Se miró la mano, intentando pensar en otra cosa. Sus nudillos raspados estaban sangrando ligeramente. Le escocía. Pero no se molestó en limpiarlos. Esa sangre indicaba que estaba vivo. Todavía estaba vivo.
La frustración se apoderó de él. Echó la cabeza hacia atrás, apoyando la nuca en la pantorrilla de la armadura. Cerró los ojos. Intentando tranquilizarse. Diciéndose que todavía tenía cosas que intentar. Que no todo estaba perdido. Pero su cuerpo no lo entendía. Seguía helado de miedo.
Ojalá Granger estuviera ahí. Ojalá la tuviera delante para poder rodearla con los brazos. Ojalá ella lo rodease a él con los brazos. Ojalá ella le dijese que todo iría bien. Ojalá pudiera contárselo todo. Decirle lo asustado que estaba. Pedirle auxilio.
Pero era la última persona a la que podía contárselo.
Abrió los ojos, obligándose a recuperar la compostura. Enfadado de su propia debilidad. Menuda sarta de bobadas. No podía hacer nada de todo aquello. Ella no podía ayudarlo. Ella no podía enterarse. Nunca lo ayudaría a hacer algo así.
Pero quería verla... Eso sí podía hacerlo. Estar con ella. Unos minutos, unos segundos, le daba igual. Sin contarle nada. Solo tenerla a su lado. Tenerla cerca. Hablar de cualquier cosa. Mirarla.
No podía ir a clase ahora, Slughorn no le permitiría entrar a mitad de la lección. Y realmente tampoco quería ir a clase, a verse obligado a prestar atención a unas explicaciones que no le interesaban. Seguro que por la tarde Granger estaría en la biblioteca con Potter y Weasley. Siempre estaba allí.
—Nada, no hay nada… —gruñó Hermione para sí misma, cerrando de golpe el polvoriento y ajado volumen y dejándolo en la montaña de libros que correspondía a los descartes. Cogió el siguiente libro de la pila que tenía delante, esperando ser revisada, y lo abrió por el índice.
Antes de comenzar a leer, echó un rápido vistazo por inercia al pasillo de la biblioteca que estaba a su lado, constatando que Harry y Ron todavía no parecían tener intención de regresar. Tampoco la sorprendía, se habían ido hacía poco. Y solían necesitar un tiempo considerable para localizar libros concretos en la biblioteca. Siete años después, no se habían familiarizado todavía con la distribución del lugar.
Por insistencia de la chica, los tres amigos se habían sentado en una mesa algo apartada, al fondo de la estancia. Hermione no quería que nadie viese los libros que ella había cogido, y además le costaba concentrarse con el barullo que armaban las personas que se sentaban en las primeras mesas. Ya había terminado sus deberes, y el repaso para los ÉXTASIS que tenía programado para ese día, y ahora quería dedicar el resto de la tarde a investigar sobre el modo en que el misterioso individuo se estaba metiendo en la mente de Harry. Necesitaba entender cómo era posible que alguien que no fuese Lord Voldemort estuviese haciendo algo semejante. Y estaba barajando la hipótesis de que, conociendo cómo lo hacía, quizá descubriesen quién era. Quizá hubiera forma de darle la vuelta a la comunicación. Hablar con él, o localizarlo. La biblioteca siempre le había ofrecido respuestas, pero esa vez no parecía que fuera a tener suerte. Se había hecho con todos los libros relacionados con intromisiones en la mente que había encontrado en ella. Había revisado ya una cantidad obscena de volúmenes, en palabras textuales de Ron, pero sin ningún resultado. La información se repetía. Hablaba una y otra vez de la capacidad para leer pensamientos y recuerdos, pero en ningún sitio había encontrado nada sobre oír voces en la cabeza.
Cuando abrió el nuevo libro que se disponía a revisar, una de las tapas ocultó parcialmente el Mapa del Merodeador, que se encontraba abierto a su lado, con los pequeños puntitos que eran las personas de Hogwarts, y sus correspondientes cartelitos, moviéndose libremente por la superficie. Hermione lo miró de reojo, frustrada, y a continuación lo apartó a un lado, alejándolo más de sí. Se lo había pedido a Harry semanas atrás para comprobar si había algún nombre sospechoso en la marea de alumnos. Lo revisaba tenazmente de vez en cuando, mirando lugares de forma aleatoria. Buscando a Harry en el mapa y revisando lo que lo rodeaba, buscando algún nombre singular. Apuntando los nombres que no conocía, y que a veces se repetían, para buscarlos después. Al ser Prefecta, tenía acceso a las fichas de los alumnos, y pudo comprobar que todos lo eran. No había nadie sospechoso, al menos no que el Mapa del Merodeador pudiese identificar. Pero, tras revisarlo en numerosas ocasiones desde que se lo prestó, había cedido ante el hecho de que era casi imposible encontrar algo entre las cientos de personas que había en el castillo. No parecía que fuese a serles útil en ese caso. Mejor sería no perder el tiempo con él y centrarse en otras cosas. Se lo devolvería cuando volviese a la mesa.
Mientras descifraba la añeja y cursiva letra escrita con tinta del índice, la parte izquierda del libro se elevó, cerrándose ligeramente gracias a una blanca mano que salió de la nada. Dejando al descubierto la portada y el título, escrito en letras oscuras.
—Cómo leer la mente —pronunció sobre ella una voz que arrastraba las sílabas, sobresaltándola—. No se han roto mucho la cabeza pensando el título…
Hermione alzó la cabeza y se encontró con un despreocupado Draco Malfoy, de pie a su lado, leyendo con ironía el título del libro. No llevaba la túnica reglamentaria, estaba únicamente en mangas de camisa, y con la corbata ligeramente aflojada. Tampoco llevaba mochila, y la chica intuyó que también estaría estudiando en alguna otra mesa de la biblioteca. Sí llevaba un libro de pastas color granate en las manos. Lucía tan sereno que la joven se indignó al instante.
—¿Qué haces aquí tan tranquilo? —se escandalizó en un susurro, mirando tras el chico casi con pánico—. Estoy con Harry y Ron, pueden volver en cualquier momento...
—No lo creo —replicó él, con una sonrisilla malévola, dejando sobre la mesa el libro que llevaba en la mano. Hermione ladeó el rostro para leer el título y dejó escapar un jadeo, estupefacta.
—¡Este es el libro que han ido a buscar! —exclamó lo más bajo que pudo, indignada, dando dos furiosos golpes con el dedo índice en la portada. Malfoy se encogió de hombros, sin borrar su sonrisa, y metió las manos en los bolsillos de su pantalón de uniforme.
—Lo sé. Se lo he oído decir cuando han pasado por la estantería de al lado… Eh, no me mires así —protestó a continuación, burlón, sin darle importancia a la fiera mirada que ella le estaba dedicando—. Yo ya lo había cogido antes, lo necesito para un trabajo.
—De eso nada —masculló Hermione, cogiendo el libro y dejándolo entre los suyos, lejos de su alcance—. Tú ya has hecho la redacción de Encantamientos, me lo dijiste el otro día.
—Vaya, no me acordaba… —protestó él, socarrón, viéndose descubierto. Hermione le dirigió una mirada llena de censura, pero terminó suspirando con resignación.
—No has venido a Pociones esta mañana —comentó entonces ella, con tono menos duro. En voz más baja. La mandíbula de Draco trastabilló, impidiéndole decir nada en un primer momento. Ella había notado su ausencia. Compuso una mueca de cauta indiferencia.
—Ya, estaba ocupado… —dijo, con simpleza. En voz más baja y menos segura de lo que pretendía. Apoyó la parte baja de la espalda en el borde de la mesa y retomó el tema que habían comenzado—: ¿Qué libros estás leyendo? No estamos dando nada de esto en ninguna clase —repuso, acercándose otro de los libros que había sobre la mesa para leer el título—. Dudo mucho que sea algo de Aritmancia…
Hermione todavía lo calibró unos instantes, escrutando su rostro con atención. Ocupado… ¿era eso un eufemismo para "alborotando por ahí con mis colegas"? Contra su buen juicio, en ese momento esperaba que sí. Algo en la forma en que esquivó su mirada la hizo vacilar. Queriendo insistir. Inquieta. Pero cedió ante el hecho de que era evidente que no quería dar más explicaciones a su ausencia en clase.
—No tiene nada que ver con las clases, estoy leyendo por mi cuenta —terminó replicando, en voz baja, volviendo a inclinarse hacia el libro que tenía abierto y continuando la lectura con ayuda de su dedo índice. Siempre lo hacía así cuando quería concentrarse y la gente no se lo permitía.
—¿Sabes que no necesitas tener un libro siempre delante, verdad? —se burló él, meneando la cabeza—. Si has terminado tus deberes puedes dejar de leer… Te lo aseguro, lo he comprobado. Confía en mí.
Hermione sonrió con desgana sin alzar la mirada.
—¿Qué tiene de malo que quiera aprender cosas que no están en el temario? —protestó, con tono resabido.
—Absolutamente nada, excepto que ese cerebro tuyo tiene que tener un límite. Y no quiero estar presente cuando explote —aseguró, alzando una mano y dándole un capirotazo en la frente con los dedos pulgar y corazón. Hermione le dirigió una fugaz mirada furibunda, pero sonrió de forma perezosa al mismo tiempo—. ¿Estás interesada en la Legeremancia? —cuestionó entonces Draco, en tono más serio. Ya sin burla alguna.
—Sí… bueno, un poco —se apresuró a decir ella, intentando quitarle importancia. Indecisa—. Solo tenía algo de curiosidad.
Draco elevó las cejas.
—¿Y pretendes saciar tu escasa curiosidad con diecisiete libros?
Ella se mordió la mejilla por dentro, todavía mirando el libro. No sabía si a Draco le había dado tiempo a contarlos, pero desde luego ese número se acercaba a la cantidad de volúmenes que debía haber encima de la mesa. Transcurrieron dos segundos de silencio. Hermione, sintiendo los ojos de Draco atravesar su sien, compuso una nueva sonrisa resignada y alzó la mirada con cara de circunstancias.
—Sí, estoy bastante interesada en la Legeremancia. Es por placer, simplemente —se apresuró a decir, con el tono más creíble que pudo emitir—. Es un tema muy curioso y muy complicado. Para los muggles es algo impensable, casi cosa de brujería… Quiero decir —se corrigió, con una risita—, que es definitivamente irreal. Imposible de ejecutar. Me parece un tema apasionante y quería saber más cosas sobre él.
—Verdaderamente es una temática fascinante. Y tienes suerte de encontrarte ante alguien que lo domina a la perfección —exageró Draco sin remordimientos, alzando la barbilla con presunción. Quizá en otras circunstancias se lo hubiera pensado dos veces antes de contarle una cualidad tan íntima suya, pero no había sido el caso. Poca gente de su entorno lo sabía. Nadie lo sabía. De hecho, estaba casi seguro de que posiblemente ni siquiera a Nott se lo había contado, no lo recordaba. Solo lo sabía su familia. Pero últimamente le costaba controlar lo que decía delante de Granger. Y eso no podía ser buena señal.
Pero Hermione lo miró con asombro, abriendo mucho sus resplandecientes ojos oscuros, y Draco se olvidó de maldecirse por lo que había desvelado. En cambio, quiso tener el poder de repetir ese instante una y otra vez. De decirle esas palabras de nuevo y contemplar sus perspicaces ojos abrirse con admiración en su dirección una y otra vez.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó ella, al parecer sin estar muy segura si creérselo o no.
—Soy realmente bueno en Oclumancia —reveló él, satisfecho de sí mismo. Estaba exagerando, pero no podía importarle menos—. Y he leído mucho sobre Legeremancia, aunque no soy experto…
—¿Eres un Oclumante? ¿Cómo has podido aprender un arte tan complicado? ¡Solo tienes diecisiete años! —protestó Hermione, con el ceño firmemente fruncido, mostrándose de pronto más incrédula que impresionada. Harry había asistido a decenas de clases particulares con Snape en su quinto año, y, según el muchacho, nunca había sido capaz de dominar la Oclumancia. Y Harry era uno de los magos más hábiles que Hermione conocía. ¿De verdad Draco había logrado tal capacidad?
—Perdona, pero cumplo dieciocho el mes que viene —protestó él, cruzándose de brazos. Luciendo algo molesto—. Y he aprendido porque… un familiar me enseñó —informó, vagamente. Su tía Bellatrix era una mortífaga prófuga, que había huido de Azkaban hacía casi tres años. No iba a revelarle a Granger que estaba oculta en su casa y que había invertido parte de su tiempo en enseñar dicho arte a su sobrino durante las vacaciones. Por suerte, Hermione no insistió más en ello.
—Con la Oclumancia se pueden bloquear emociones y pensamientos… —murmuró la chica, casi para sí misma, pues estaba claro que él ya lo sabía—. Requiere mucha disciplina mental.
Malfoy asintió con la cabeza, ufano.
—Sí, requiere de una mente poderosa —corroboró con suficiencia, alabándose así a sí mismo—. No mucha gente es capaz de dominar las emociones y…
—Quizá puedas ayudarme, entonces —lo interrumpió ella al instante, al parecer sin molestarse en escucharle. Comenzó a rebuscar entre algunos pergaminos que tenía delante—. Tengo algunas dudas, cosas que no termino de entender...
Draco pareció ofenderse al ver que no cosechaba la admiración de la chica, pero ella, ocupada en buscar entre sus cosas, ni siquiera lo apreció. Arqueó una rubia ceja y habló con algo de resentimiento:
—Tú dirás… —convino, aun así. Echó un vistazo a las estanterías tras él, asegurándose de que nadie se acercaba. No se escuchaba nada, ni voces ni pasos. Se sentó en la silla de al lado, dejándola algo separada de la mesa. Recargó la espalda en el duro respaldo y decidió elevar las piernas y apoyar los pies encima de la mesa sin ningún remordimiento.
La chica sacó finalmente un pergamino lleno de garabatos que alisó y revisó apresuradamente. Intentando aclarar cuáles eran las cuestiones que tenía apuntadas. Draco escrutó su perfil. Sus ojos determinados, concentrados completamente en su tarea. Su abultado cabello, apartado sobre un hombro para que no le molestase. Sus pequeñas y nerviosas manos, alisando el pergamino con delicadeza. Tenía alguna mancha de tinta en ellas. Seguramente llevaba mucho rato haciendo apuntes sobre Legeremancia. Podría haberse librado de las manchas con un simple Tergeo, pero no parecía tener tiempo que perder. Los conocimientos eran más importantes. Nada más importaba.
—Veamos… ¿Cuál es la distancia límite, si es que hay alguna, para practicar Legeremancia? Es decir, ¿yo puedo examinar los recuerdos de un mago de Australia estando aquí? —quiso saber la chica, devolviendo su mirada hacia él de forma súbita. Descubriendo que ya la estaba mirando fijamente—. Hay protecciones en el castillo contra la Legeremancia, ¿correcto?
Draco apartó los ojos un instante, por acto reflejo, como si quisiera disimularlo, pero los devolvió a ella para poder contestar.
—No podrías, ni aunque fueses poderosísima. Que no es tu caso, Granger —replicó él, con algo de burla forzada en su voz—. En general, el contacto visual es parte esencial del proceso. Además, tal y como has dicho, los muros de Hogwarts están protegidos contra las invasiones mentales externas. No puedes meterte en la mente de tu australiano.
Hermione frunció el ceño, deliberando. Si la existencia de esas protecciones era real, y parecía serlo, ¿cómo estaba metiéndose esa persona en la mente de Harry? ¿Acaso no era Legeremancia lo que utilizaba?
—Ya sé lo del contacto visual, lo decían en Vivir con un Legeremante: elija su mente sabiamente —replicó, dándole un impaciente golpecito en las piernas para que las apartase de la mesa.
—No dudo que ya lo sabías —él la miró, ceñudo, mientras bajaba las piernas de nuevo al suelo sin darse ni cuenta. Observando cómo volvía a revisar el pergamino, buscando más cuestiones—. ¿Qué más?
—Pero has dicho "en general". Entonces hay alguna excepción. ¿Para introducirme en la mente de alguien es posible que no necesite de contacto visual? —quiso saber Hermione, cogiendo la pluma que reposaba a su lado y anotando algo en su pergamino. Draco se permitió tomar aire lentamente, meditando.
—Sí… y no. Depende cuál sea tu finalidad. Sí, si pretendes extraer sentimientos o recuerdos de la mente de otra persona. Esa es la parte más extendida de la Legeremancia, y requiere sí o sí de contacto visual. Se puede incluso saber si alguien está mintiendo o no —su voz descendió de tonalidad, perdiéndose ligeramente en esa frase. Pero se recompuso casi al instante y añadió—: Pero hay variantes. Así como la mente tiene varios estratos, también son diferentes las categorías de Legeremancia a utilizar. Depende de tu intención.
Hermione lo estaba escuchando hablar con la boca entreabierta. Sin moverse ni un milímetro. Sin siquiera parpadear.
—¿Y cuál puede ser tu intención? —preguntó, embelesada, con prisa por continuar escuchándolo—. ¿Qué más se puede hacer en una mente además de leerla? ¿Controlarla, o…?
—Por ejemplo —respondió él, con indiferencia.
—Pero para eso ya existe la Maldición Imperius —protestó Hermione, con firmeza—. ¿Qué diferencia habría? ¿O no hay ninguna?
Draco se permitió perderse una milésima de segundo en sus ojos antes de contestar. Perderse en la bravura de su mirada, de la cual ella no era consciente. Si en el lugar en que ella estaba sentada apareciese de pronto una hoguera, Draco no hubiera notado la diferencia. Era increíble la pasión que podía emanar cuando quería aprender o entender algo.
—La Maldición Imperius se centra en tu voluntad —explicó Draco, imperturbable—. Pierdes tu voluntad de realizar cualquier acto. Tu libre albedrío. Pero, con la Legeremancia, atacas la mente. Y, si controlas la mente, lo controlas todo. Son diferentes mecanismos para lograr el mismo fin. Uno más poderoso que el otro.
Hermione sufrió un escalofrío. Contempló al chico con fijeza, asimilando la magnitud de sus palabras. Perdiéndose en la seriedad de su voz. No había mordacidad en su tono. Le estaba hablando con seriedad, compartiendo con ella lo que sabía. Tomándose en serio sus preguntas.
—¿Qué más se puede hacer en una mente con la Legeremancia? —preguntó la chica, en un murmullo. Draco se encogió de hombros.
—Pues… muchas cosas. Cambiar lo que hay dentro, por ejemplo. Alterar a la persona. Si alteras su forma de ver las cosas, lo que ve y cómo lo ve, cambias a una persona por completo —Hermione lo observaba fijamente, casi sin respirar—. O también puedes transmitirle algo.
—¿Transmitir? —repitió la chica al instante. Enderezándose en su asiento—. ¿Transmitir el qué?
—Información. Recuerdos. Falsos, o reales. Los sanadores de San Mungo especializados lo utilizan en ocasiones para la cura de algunas enfermedades mentales. En determinados casos se puede llenar a los pacientes con sus propios recuerdos de nuevo.
—¿Palabras? —cuestionó ella, rígida en su asiento—. ¿Puedes hablar a alguien en su mente? ¿Transmitirle tu voz? ¿Eso se considera Legeremancia?
—Una de sus categorías, aunque no la más extendida.
—¿Y el contacto visual?
—No es necesario.
Hermione parpadeó, absorta en sus propias reflexiones. Su rostro estaba tenso. Se había quedado a medias buscando información. Ese tipo de Legeremancia era justo lo que necesitaba.
Esa voz que Harry escuchaba le hablaba. Le transmitía algo. Le pedía ayuda.
—De modo que puedes invadir la mente de alguien sin buscar en sus recuerdos. Solo… para transmitirle algo —repitió, asimilándolo. Volvió a escribir en su pergamino.
—Quizá no siempre te interesa sacar algo de esa persona —corroboró Draco, mirando su mano mientras escribía—. Sino comunicarle algo. Un consejo. Una amenaza… ¿Has leído Antología de los encantamientos del siglo XVIII?
Hermione, tras dudar un largo instante, se vio obligada a sacudir la cabeza, ligeramente ofendida.
—No completamente —protestó, en su defensa—. Lo ojeé hace unos años…
—Hay un capítulo en el cual hablan de magos en el pasado a los cuales extorsionaron con ese tipo de Legeremancia —el chico se estiró hacia la mesa y sacó un pergamino en blanco de entre los objetos de la chica. Se estiró más y le arrebató la pluma que sostenía en la mano, para escribirle él mismo el título en la hoja—. No solo se ha usado la Maldición Imperius a lo largo de la historia para algo así, aunque es la forma más famosa… ¿Y Una guía práctica para contrarrestar la Legeremancia? Es de Franciscus Fieldwake…
—Ese sí —se apresuró a corroborar la chica, orgullosa, recuperando la seguridad en su tono—. Pero no me aclaró demasiado. Era un poco técnico…
—En el anexo final compara las distintas categorías de Legeremancia —dijo, anotándoselo también—. Deberías volver a echarle un vistazo.
Hermione estaba respirando con dificultad. Todo esto era prometedor. Estaba sacando más información útil hablando con Draco Malfoy que leyendo decenas de libros. Todo apuntaba a que la persona que se comunicaba con Harry estaba utilizando ese tipo de Legeremancia avanzada. Harry había dicho que no era la misma sensación que cuando Voldemort se apoderaba de su mente. No era esa conexión. No le dolía la cicatriz, ni era la aguda y terrible voz del Lord. Era alguien muy ducho en Legeremancia.
Sus ojos se vieron atraídos por la mano del chico, mientras escribía en su pergamino con su pequeña y cursiva letra. Escribía muy deprisa. Con trazos largos y firmes. Pero no fue su caligrafía lo que captó su mirada.
Y la Legeremancia pasó de pronto a un segundo plano.
—¿Qué te ha pasado? —cuestionó en un inquieto murmullo. Se inclinó hacia él y rozó con la yema de los dedos el dorso de su mano. Sus nudillos estaban enrojecidos. Se notaba que había estado sangrando. Había unas pequeñas costras escarlatas desfigurando su pálida piel.
Draco detuvo su escritura y desvió los ojos un instante hacia su mano, pero después volvió a fijar la mirada en el pergamino.
—Nada, me he caído de la escoba. Un accidente absurdo —contestó, sin darle importancia, y continuó garabateando. Hermione lo miró con preocupación.
—¿Quieres que te prepare…?
—En absoluto. Ya está curado —interrumpió, sin miramientos, terminando de escribir el apellido del autor y soltando su pluma. Se cruzó de brazos, alejando su mano herida de la visión de la chica. Ella lo miró con ligero reproche, pero no insistió. Quizá le avergonzaba admitir que se había caído de la escoba, y por eso reaccionaba de forma tan defensiva. No quiso insistir.
—Entonces… ¿La forma de transmitir información, o lo que sea, con ese tipo de Legeremancia, es mediante las palabras? —retomó el tema, intentando elegir las palabras con cuidado—. ¿Hablando? Es decir, si yo oigo una voz en mi cabeza…
Su cautela no dio resultado. Draco clavó sus ojos grises en ella. De pronto relucían de suspicacia. Su aire defensivo por la herida de su mano se había evaporado.
—Oye, son preguntas muy concretas… ¿Va todo bien? —cuestionó, la inquietud abriéndose paso entre su fría forma de hablar. Pero se apresuró a añadir con más fuerza, y burla, quizá temiendo haber sido demasiado suave—: No fastidies que alguien se está metiendo en tu mente, Granger. Lo que te faltaba, como si no estuviese lo bastante saturada…
—Qué gracioso —replicó ella, distraída, volviendo a coger la pluma que él había soltado—. Claro que no, es solo curiosidad. Este tema es apasionante… ¿Cómo se va a meter alguien en mi mente? Es absurdo.
Draco dio la impresión de que todavía recelaba, pero también pareció considerar que algo así era improbable, de modo que tamborileó con los dedos sobre su propio brazo antes de responder:
—Es lo más probable.
—¿Y qué se siente exactamente cuando invaden tu mente? Es decir, según tengo entendido, cuando utilizan la Legeremancia para leer tu mente, la persona lo siente —Hermione recordaba claramente las explicaciones de Harry de cómo se había sentido al respecto—. Percibe a la otra persona en su interior, de alguna manera. ¿También en el caso de utilizar la Legeremancia para comunicarse? ¿Se siente lo mismo?
Malfoy enmudeció unos instantes, reflexionando sobre tal cuestión. Ordenando en su cabeza lo que sabía del tema. Hermione, a pesar de la impaciencia y la sed de conocimientos que la invadían, se dio cuenta, una vez más, de que le parecía fascinante mirarlo cuando estaba concentrado pensando en algo importante. Ver a Draco Malfoy sin una mueca desdeñosa en el rostro no sucedía muy a menudo.
Nunca había sentido nada similar por otra persona. Nada tan impetuoso. Nunca había creído que los sentimientos pudiesen llegar a ser tan fuertes. Tan abrumadores. Admiraba a ese chico. Admiraba su inteligencia, sus amplios conocimientos generales y sobre el mundo mágico en particular. Admiraba que supiese tantas cosas que ella no conocía. Admiraba su ácido sentido del humor, que denotaba un rápido cerebro. La empatía que había descubierto que poseía, contra todo pronóstico. La forma en que la escrutaba con esos penetrantes ojos grises, leyéndola sin ningún esfuerzo. Molestándose en leerla. Porque le interesaba cómo se sentía.
También estaba ahí la continua necesidad de mostrar sus virtudes, esperando recibir la aprobación de los que lo rodeaban. Sus inseguridades. Era humano. Con luces y sombras. Y a ella le gustaba todo de él. Incluso sus aspectos más complicados. Podía enfrentarlo todo.
Quería tenerlo cerca. Tenerlo siempre, no solo en encuentros esporádicos y secretos. Lo quería todo.
—Sí… Es decir, si alguien utiliza Legeremancia contra ti, cualquier tipo de Legeremancia, está invadiendo tu mente, da igual la finalidad —dijo Draco, finalmente—. Nadie puede entrar en tu mente sin que lo percibas. Y tampoco es relevante que te defiendas con Oclumancia o no. Lo sientes igualmente. Lo cual es una ventaja considerable.
Hermione se mordisqueó una uña con nerviosismo. Frustrada. Su lógica mente no era capaz de trabajar con ideas tan abstractas.
—Pero, si sientes su presencia en la mente, ¿es posible que no sepas quién es? ¿Qué percibes entonces exactamente? —repitió Hermione, ofuscada, intentando encontrarle sentido. Casi enfadándose con Harry en su cabeza por no saber a quién pertenecía esa voz misteriosa—. Me cuesta imaginarme esa sensación. ¿Hay alguna manera de averiguar quién es el que se está comunicando, sin verlo? ¿A qué mago pertenece la mente que se comunica?
Draco la miró con discreta sorpresa. Sus ojos volvieron a relucir con sospecha, pero no dijo nada al respecto.
—Pues no lo sé —admitió, frunciendo el ceño. Al parecer sorprendido de que hubiera algo que no supiera responder—. No lo creo. Nunca he leído nada al respecto. Y es una sensación difícil de explicar. Sientes que hay algo en tu cerebro, algo que no debería estar ahí, pero no le pones cara, ni personalidad, ni nada… —intentó responder, arqueando una ceja con cara de circunstancias, ante la expresión poco convencida de la joven—. ¿Quieres probarlo? —ofreció entonces, de forma impulsiva—. Puedo hacerte una demostración. Así lo sentirás por ti misma.
Hermione se enderezó ligeramente y lo miró de hito en hito. Una alarma se instaló en su cerebro, y en su estómago.
—¿Tú y yo? ¿Aquí, ahora? —protestó, incrédula, mirando alrededor. La boca de Draco se curvó en una sonrisa petulante.
—¿Seguimos hablando de Legeremancia o me propones otra cosa? —se mofó. Hermione le lanzó una mirada furibunda que indicaba que no era momento para bromas. Él intentó apaciguarla hablando con más seriedad, tras sacudir la cabeza con resignación—: Ya te lo he dicho, sé algo de Legeremancia. Conozco la forma más básica, la de acceder a los recuerdos. La he practicado dos o tres veces. Creo que podría hacer una pequeña intrusión a tu mente. Si quieres saber lo que se siente… Además, como no sabes Oclumancia, la invasión será más fácil para un amateur como yo.
Hermione lo miró con cautela, casi recelosa. Convencida, por muchos motivos, de que no era una buena idea. Harry les había contado a Ron y a ella muchísimas cosas acerca de Lord Voldemort. Sabía secretos de sus amigos que indudablemente no querían que Draco Malfoy supiera. Incluyendo la voz que atormentaba a Harry desde principios de curso, y que era la causa de que estuvieran teniendo esa conversación…
No, definitivamente no era buena idea.
—No te ofendas, pero no quiero que te metas en mi mente y la leas a placer —protestó, altiva, con el ceño fruncido. Draco no se mostró impresionado por su terquedad.
—¿Tienes algo que esconder? —siseó, mordaz, mirándola con los ojos entrecerrados. Ella siguió mirándolo sin amilanarse, determinada en su postura, y sin sonreír. Draco ladeó la cabeza ante su incomodidad, mostrándose menos burlón—. Oye, no voy a ponerme a examinar tu mente como si fuera un diario. Puedo quedarme en estos últimos minutos de conversación, si quieres. Solo ahí. No iré más allá.
Hermione alternó la mirada entre sus ojos. De pronto, algo así se le antojó lo más íntimo que podían hacer dos personas. Darle a una el permiso para acceder a tus recuerdos, a tus pensamientos más íntimos, a quien eres, y confiar en que no hurgará más allá de lo que le has permitido. Al no tener ni idea de Oclumancia, no podría expulsarlo de ninguna manera, ni aunque fuese necesario. ¿Cómo podía confiar en Draco Malfoy hasta ese punto, a pesar de todo lo sucedido entre ellos?
Evaluó su rostro, sus ojos claros, que la contemplaban con inesperada seguridad, y aspecto sosegado. Como si estuviese muy seguro de lo que estaba ofreciendo. Como si, verdaderamente, ella no tuviese nada que temer. Hermione sintió que el pecho le pesaba, invadido de sentimientos. Confiar en él…
Se escucharon unos pasos cerca de ellos. Draco se puso en pie, como accionado por un resorte, y se alejó un paso de la mesa. Con el rostro vuelto en la dirección en la que habían oído el sonido, mirando entre las estanterías algo que la chica no alcanzaba a ver desde su posición. Hermione también se tensó, con el corazón acelerado. Tras varios segundos, se escucharon de nuevo los pasos, alejándose. Draco se relajó, y, tras inclinar el cuerpo para ver más allá, en el pasillo contiguo, volvió a sentarse junto a la chica. Intercambiaron una mirada silenciosa cargada de circunstancias. Aquella situación acabaría por provocarles un infarto.
Hermione sostuvo su mirada. Confiar en él. Hacía tiempo que confiaba en él. Ambos confiaban en el otro. Estaban viviendo un romance clandestino, un romance que podía costarles la vida, y debían confiar en el otro para que siguiese siendo posible. Cada uno tenía la capacidad de destrozar por completo la vida del otro, y estaban confiando en que no lo haría. Estaban solos contra el mundo.
—Muy bien, dime lo que tengo que hacer —sentenció Hermione, girándose en la silla del todo hacia él, enderezándose, y mirándolo fijamente. Más que dispuesta a seguir sus instrucciones. Draco pareció quedarse un instante sin habla, como si realmente no pensase que ella iba a aceptarlo. Como si de pronto fuese consciente de hasta qué punto se fiaba de él.
Él también se giró sobre su silla, dejando de estar apoyado en el respaldo, para quedar frente a frente.
—Nada. Solo mírame a los ojos y relájate. Puede ser una sensación algo extraña, o desagradable, si nunca lo has sentido antes. Pero serán solo unos segundos —aseguró, sacando su varita del bolsillo trasero de su pantalón. Hermione tragó saliva, sintiendo su corazón acelerarse. Miró la punta de su varita.
—¿Duele? —cuestionó, con serenidad, antes de poder evitarlo. Avergonzándose ante lo infantil que sonó incluso a sus oídos. Pero Malfoy sacudió la cabeza, mientras se abrochaba el botón del puño izquierdo, que ya estaba abrochado antes. A la chica le dio la impresión de que solo estaba tomándose su tiempo. Como si él también se estuviera mentalizando.
—Para nada. Será muy breve, ya verás.
Draco podía apreciar la tensión en los hombros de la chica. La rigidez en su cuerpo, con la espalda muy recta, sin apoyarse en el respaldo. Como si fuese a echar a volar en cualquier instante. Con las manos firmemente cerradas, apoyadas en sus rodillas de forma poco natural. Prometiéndose a sí mismo que solo era para mantenerla quieta en su lugar, Draco alargó la mano y alcanzó una de las de ella, para envolverla con la suya. La apretó. Quizá estaba usando demasiada fuerza, no estaba seguro. Pero ella no se quejó. Al contrario, sintió la rigidez de su puño aflojarse bajo su contacto. Sus ojos se encontraron. Los de la chica parecían algo aprensivos, pero, al mismo tiempo, decididos. La escuchaba respirar sonoramente. Respiraba muy alto.
—Relájate. Contaré hasta tres —indicó Draco, impertérrito, y apuntó a la joven con su varita. Hermione no se inmutó ante ese gesto, ni siquiera parpadeó—. Uno… dos… tres. Legeremens.
La biblioteca dio vueltas precipitadamente alrededor de los ojos de Hermione. Desapareció un instante, pero de pronto volvió a tener a Draco ante ella. Aunque no tenía la varita en la mano como instantes atrás. Tampoco le estaba sujetando la mano. Y estaba distorsionado. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Se veía pensativo. Serio. Atractivo. Hermione se encontró de pronto girándose hacia el pergamino, anotando algunas palabras borrosas… No tenía control sobre lo que hacía, solo podía mirar. Y podía notarlo. A Draco. Estaba dentro de su mente, viendo lo mismo que ella… Como si su rostro estuviera flotando por encima de su cabeza, siendo un espectador de sus recuerdos… No lo veía, pero sabía que estaba ahí…
Y entonces todo volvió a la normalidad. Volvió a ver a Draco ante ella, de forma más nítida. Aunque ahora estaba más cerca. Se había adelantado hasta el borde de la silla para aferrarla de los brazos con fuerza. De hecho, el sentir súbitamente sus dedos apretando su carne casi la hizo estremecer de sorpresa. La estaba sujetando, erguida, mientras escrutaba sus ojos.
—¿Estás bien? —preguntó al instante, con voz seca, en cuanto vio que lo enfocaba. Hermione parpadeó y asintió con la cabeza, con cuidado. Se sentía ligeramente fuera de su ser, como si hubiesen sacado su mente de su cuerpo y vuelto a introducirla de nuevo. Notó un par de pinchazos dentro de su cerebro al mover la cabeza. Los dedos de Draco aflojaron su agarre pero no la soltaron del todo.
—Estoy bien… —aseguró Hermione. Se llevó una mano a la sien, confundida—. ¿He hecho algo raro? ¿He gritado, o…? —miró las manos del chico sujetar sus brazos. Draco negó con la cabeza, en silencio, y se apresuró a soltarla.
—Era por precaución. A veces la gente se cae al suelo por la impresión —se justificó, impasible.
—Gracias… —murmuró Hermione, la cual ya lo sabía, aunque lo había olvidado. Harry le había relatado cómo más de una vez acababa en el suelo en las clases de Oclumancia—. ¿Has visto lo mismo que yo? ¿Y has sentido lo mismo? —añadió, súbitamente avergonzaba. Había estado pensando lo atractivo que lo encontraba mientras cavilaba las respuestas a sus preguntas… Escrutó su rostro con disimulo, pero no vio la satisfacción que sabía que encontraría si hubiera descubierto lo que pensaba realmente de él.
Draco, efectivamente, sacudió la cabeza, volviéndose a recostar en el asiento. Al parecer relajándose al ver que no había sido traumático para la chica. Seguía observándola con atención, como si esperase que de pronto mostrase síntomas extraños. Intentando ocultar que estaba impresionado. De su fortaleza mental. La primera vez que alguien se introdujo así en su mente, él había vomitado. Aunque quizá, al ser él definitivamente menos experto que su tía Bellatrix, no había sido tan traumático para ella.
—No... Es decir, sí que he visto el recuerdo. Me he visto a mí mismo, pero no he sentido nada. Ya te lo he dicho, no soy demasiado bueno —admitió, arqueando una ceja, logrando lucir orgulloso de sí mismo incluso admitiendo que no dominaba algo—. ¿Qué te ha parecido?
—Se siente muy… extraño —admitió, todavía aturdida—. Es muy difícil de explicar, tienes razón. No te he sentido a ti. Bueno, quizá sí. Pero posiblemente si no supiera que eras tú quien estaba invadiendo mi mente, no te hubiera identificado. He sentido algo dentro… —volvió a rozarse la sien con la yema de los dedos—. Parecía casi un sueño —enfocó la mirada en los ojos del chico, súbitamente aprensiva—. ¿A ti te ha dolido? ¿Te ha hecho daño?
Draco le devolvió la mirada, y pareció sorprenderle semejante pregunta. Tardando en asimilar su preocupación. Terminó negando con la cabeza.
—En absoluto —aseguró, con un tono más brusco del que pretendía. Aun así, Hermione sonrió, más tranquila.
—Bien… Y gracias —añadió, con una sonrisa más amplia, llevándose la mano al pecho—. Ha sido intenso. Nunca creí que lo experimentaría.
Draco esbozó una sonrisa torcida más creíble, satisfecho de sí mismo y no ocultándolo.
—Cuando quieras repetimos —se burló, cruzándose de brazos con superioridad—. ¿Algo más que quieras saber? —añadió, al ver que la chica volvía a girarse al pergamino. Hermione cogió la pluma que él le había quitado y escribió algo más.
—Oclumancia —sentenció Hermione, mirándolo de reojo—. ¿También hay distintos tipos, según la categoría de Legeremancia que utilicen contra ti?
—Más o menos —admitió él, meditabundo—. No son tipos diferentes, sino que hay diferentes grados de dificultad, por así decirlo. Con la forma más básica de Oclumancia, en la cual vacías la mente de todo tipo de pensamientos, evitas que se perciban tus emociones, pensamientos y recuerdos. Si avanzas de nivel, puedes llegar a evitar que se comuniquen contigo. Cerrar tu mente por completo. Creo haber leído que es la forma más avanzada de Oclumancia. No puedes aprender un tipo u otro, tienes que ir avanzando gradualmente.
Hermione estaba mordisqueando la punta de su pluma mientras él hablaba, observándolo fijamente. Harry podría llegar a protegerse de la persona que se comunicaba con él si volvía a las clases de Oclumancia con Snape. Pero eso, además de las complicaciones prácticas que implicaba, solo era un parche. Evitar lo evidente. Había alguien comunicándose con Harry Potter. Alguien que quería su ayuda. Y echarlo de su mente no solucionaba el problema. Harry tenía razón, ahora lo comprendía.
Pero seguía muerta de miedo al respecto.
Necesitaban averiguar quién era.
—¿Qué libros has leído? ¿Cuáles me recomiendas? —preguntó ella al instante, con la espalda muy recta. Ardiendo de deseo por más información—. ¿O conoces a algún mago que domine la Legeremancia al que pueda enviar una lechuza?
Draco tuvo que parpadear. La pregunta lo había tomado por sorpresa, trayéndolo de golpe a la realidad. Se había sorprendido a sí mismo contemplando la brillante pluma perderse en el interior de sus blandos labios.
—¿Alguien que se haya leído estos diecisiete libros, quieres decir? —se mofó él. Pero, mientras hablaba, volvió a quitarle la pluma de la mano. Casi de manera urgente—. En Guía para la Oclumancia avanzada de Maxwell Barnett hay algún capítulo que se menciona todo esto. No recuerdo cuál exactamente. No sé si está en la biblioteca… Si quieres te lo presto, lo tengo en la habitación. En el libro aparece la dirección del autor para la correspondencia, yo también le escribí hace algunos años —informó, distraído, anotando el libro en el pergamino. Después la miró por el rabillo del ojo—. Como detalle, ya que intentas convertirte en experta en el tema, será mejor que utilices la jerga adecuada. Más que "mago", yo utilizaría la palabra "criatura", o "ser". Los humanos no son los únicos que pueden penetrar en las mentes humanas.
Hermione se quedó de una pieza. Muda por primera vez durante toda la conversación.
—¿Qué? —exclamó en un susurro, asombrada, inclinándose hacia él precariamente en su silla. Su rostro se había acalorado—. ¿De qué estás hablando? ¿Quién va a comunicarse si no es…?
Draco arqueó una ceja. Estaba seguro de que estaba más excitada ahora mismo que en cualquiera de los encuentros que hubieran vivido, y ese pensamiento casi le arrancó una sonrisa.
—Tuvimos una apasionante discusión en Navidades sobre los derechos fundamentales de los duendes, criaturas mágicas que controlan el sistema monetario de los magos, ¿y todavía tienes las narices de decirme que solo los magos hablamos? —se burló, con abierta ironía.
Hermione lo miró, afectada. Sorprendida de su propia estupidez.
—Criaturas mágicas —repitió, patidifusa. Asimilándolo—. Algunas criaturas también pueden hablar. Pero, ¿pueden utilizar la Legeremancia?
—Pues claro —corroboró él, como si fuera ridículo dudarlo—. Un duende podría dominar la Legeremancia llegado el caso. No se necesita varita si eres un poco diestro en el tema… Bueno, solo criaturas mágicas poderosas, evidentemente. Concretamente las razas más antiguas, por lo que tengo entendido. Un billywig no va a entrar en tus pensamientos. Aunque tampoco creo que le interesen; algunos solo viven unas semanas y preferirán aprovechar mejor su tiempo...
Pero Hermione no estaba escuchando su broma. Su mente trabajaba a toda máquina. Ni siquiera había barajado esa posibilidad. Y se sintió muy enfadada consigo misma. ¿Y si no era una persona quien se estaba metiendo en la mente de Harry sino una criatura mágica? ¿Pero una criatura… parlante? Era extraño… aunque en absoluto imposible. Draco tenía razón. Los duendes hablaban. Y, a lo largo de los años, habían conocido otras criaturas que también lo hacían. Esfinges, centauros, arañas…
—¿Estás seguro de eso? ¿Y las normas funcionarían igual para magos que para criaturas? Las barreras del castillo… ¿serían efectivas? —cuestionó Hermione, con voz entrecortada por la emoción—. Nada de eso lo mencionaban en Historia de Hogwarts.
Draco arqueó ambas cejas.
—Supongo que sí. Pero no puedo asegurarlo. Hay muy poca información sobre el tema, es difícil investigar con ciertas criaturas mágicas hasta ese punto. Hay un libro de magizoología bastante famoso… —murmuró casi para sí mismo, anotándolo también en el pergamino de la chica—. Imagino que las normas no se regirán igual, pero sí creo que las barreras del castillo serán efectivas, lo habrán tenido en cuenta. Aunque la mente de un mago es distinta a la de una criatura, los estratos son…
—Espera un momento —lo interrumpió Hermione, con brusquedad—. Tú acabas de leerme la mente.
Draco sonrió con presunción.
—Aclaremos también que no se trata de leer la mente, sino de…
—Ya, pero acabas de hacerlo —lo interrumpió Hermione, volviendo a sonrojarse de pura emoción. De pronto el corazón le latía muy rápido. Draco alternó su mirada de un ojo a otro de la chica. Receloso.
—Bueno, sí, ¿y?
—Que entonces es posible introducirse en la mente de alguien dentro del castillo. Se puede utilizar la Legeremancia a pesar de las protecciones contra ella —protestó, casi incrédula, abriendo ambos brazos como si el fallo fuera evidente. Draco, comprendiendo su punto, sacudió la cabeza.
—Ya te lo he dicho, las barreras del castillo protegen de intromisiones externas —repitió, con énfasis—. Pero no internas. Se da por hecho que un grupo de adolescentes no va a manejar magia hasta ese punto —ironizó, de nuevo, observándose las uñas de la mano derecha—. Quizá deberían replanteárselo…
Hermione se quedó de una pieza. Intromisiones externas. Lo ponía claramente en Historia de Hogwarts.
«Soy idiota…»
—¿Quieres decir que si una criatura estaría entrando en mi mente ahora mismo, estaría, sí o sí, sin lugar a duda, dentro de este castillo? —repitió de un tirón, asombrada, sin pararse a pensar en lo extraño que sonarían sus palabras. Y la agitación en su voz. Malfoy la miró de nuevo, dejando de lucir presuntuoso, y entrecerrando ambos ojos ahora con abierta desconfianza.
—Oye, me estás empezando a mosquear, ¿seguro que va todo bien? —repuso él, irritado—. Pareces muy volcada en el tema…
—No digas tonterías —replicó firmemente, con prisa, poniéndose en pie. Prácticamente le arrebató de las manos la lista de libros que había confeccionado para ella—. Pero esto lo cambia todo. Ahora vuelvo…
—¿Qué…?
Pero, antes de que pudiese replicar, Hermione ya se había perdido entre las estanterías con pasos apresurados. Su falda del uniforme bailando alrededor de sus caderas, siguiendo sus agitados andares. Y su espeso cabello bailando al compás. El chico la siguió con la mirada los pocos segundos que tardó en perderse por uno de los pasillos contiguos. Después suspiró con incredulidad. Genial, ahora ella se largaba, así sin más. Dejándolo solo en una mesa a la que podían acudir Potter y Weasley en cualquier instante. Tampoco es que le importase mucho; si aparecían en ese momento, se creerían que estaba robándoles algo, se pelearían un poco y después se iría tan campante. No habría problemas.
Volvió a levantar las piernas y apoyó los pies sobre la mesa. Estaban lo suficientemente lejos de Madame Pince como para que no se diese cuenta del maleducado gesto del chico. De hecho, si no hubiese visto cómo Potter y Weasley se alejaban de allí, no hubiera sido capaz de ver a Granger, rodeada de estanterías y medio escondida como estaba tras las montañas de libros que decoraban la mesa. Esbozó una media sonrisa de burla ante la ingente cantidad de libros que la chica había seleccionado y se dedicó a escrutar el contenido de la mesa con una mirada perezosa. Los libros estaban precariamente apilados. Había dos de ellos abiertos, que seguramente estaba consultando cuando él llegó. También había unos rollos de pergamino, seguramente en blanco todavía y algún que otro pergamino ya escrito. Sus ojos captaron un pergamino concreto, semioculto entre los libros abiertos. Además de palabras, parecía que había muchas líneas en su superficie. Estaba dibujado. ¿Granger dibujaba?
Se enderezó, curioso, bajando los pies al suelo de nuevo. Apartó los libros abiertos a un lado para ver mejor el pergamino recubierto de líneas y sombras.
Su corazón se tropezó con sus propios latidos.
El frío se apoderó de sus articulaciones, volviéndolas rígidas.
Sus ojos dejaron de enfocar correctamente.
Era un mapa de Hogwarts.
Logró parpadear, con esfuerzo. Arrancó la mirada del pergamino y miró alrededor, sobrecogido. ¿Qué hacía Granger con un mapa del castillo? ¿De dónde lo había sacado? ¿También del despacho de Filch? Evidentemente, ¿de dónde sino? Seguro que era igual que los que él ya tenía, y, sin embargo… ¿Y si no lo era?
No podía arriesgarse. No podía dejar pasar esta oportunidad.
De un rápido y casi frenético movimiento, cogió el pergamino, doblándolo a toda velocidad, y lo guardó bajo su túnica. En un bolsillo interior. El corazón le bombeaba con rapidez por la descarga de adrenalina. El calor se apoderó de su rostro.
Acababa de robar a Granger.
Tragó saliva con dificultad y se recostó en el asiento, respirando sonoramente por la boca. Joder, estaba temblando. Pero no era tan grave. No le había robado. Solo lo había tomado prestado. Solo quería comprobar si en ese mapa había algún pasadizo que aún no hubiese investigado. Solo eso, se lo devolvería lo antes posible, antes de que notase que le faltaba. Ni se daría cuenta entre tanto pergamino, estaba seguro... Pero, ¿para qué necesitaba ella un mapa del castillo? ¿Qué buscaba?
En ese momento, escuchó unos pasos apresurados que solo podían corresponder a la chica. Granger apareció, en efecto, jadeando, con tres libros en las manos tan gruesos como su brazo. Los dejó con un sonoro golpe sobre la mesa y se sentó, con las mejillas arreboladas por la agitada caminata. Cogió uno de ellos y lo separó del montón, colocándolo ante ella.
—Criaturas mágicas de las profundidades —leyó Draco, impasible, tratando de aparentar normalidad. La voz le temblaba, pero ella estaba tan concentrada en el libro que ni lo apreció. No le dio tiempo de leer el autor, cuando la chica ya estaba abriendo el libro y ojeándolo febrilmente—. Mujer, léelo tranquila, pasarán años antes de que quede obsoleto…
—Ya lo sé —replicó ella, distraída, sin apartar la nariz del libro. Draco observó el resto de los volúmenes que había traído y apreció que uno era el que él mismo le había apuntado, el Bestiarium Magicum, sobre magizoología, y el otro era Historia de la Magia.
—¿No te lo has leído ya varias veces? —protestó, incrédulo.
—Sí —confirmó ella, volviendo a utilizar su dedo para seguir su lectura. Draco meneó la cabeza, exasperado, y después estiró un poco el cuello a la izquierda para echar un vistazo al pasillo contiguo. Le parecía oír voces.
—Creo que ya vienen esos dos imbéciles —murmuró, con cuidado de que la chica no escuchase el insulto. Hermione alzó por fin la mirada, alerta—. Tengo que irme…
Se apoyó sobre la mesa con las manos para darse impulso y se levantó. Antes de alejarse, giró el rostro para mirarla. Hermione lo contemplaba en silencio, con sus grandes ojos marrones alzados hacia él. Ahora haciendo caso omiso al libro que tenía entre las manos. El corazón de Draco trastabilló. El mapa de la chica seguía en su bolsillo. Sus ojos lo miraban con velada amargura por que se fuera.
—Perdona que te haya mareado con todo este asunto de la Lege… —comenzó ella, en un rápido susurro. Sin querer entretenerlo más de la cuenta. Pero necesitando disculparse de que su encuentro hubiera sido tan… intelectual, a favor de ella, y menos íntimo para ambos. Él se había molestado en ir a buscarla, con el riesgo que eso suponía de base, y ella solo lo había utilizado como enciclopedia para obtener lo que quería.
Pero Draco no le dejó disculparse. Quizá no tenía tiempo de escucharla. O no quería hacerlo. Pero interrumpió su rápido barboteo inclinándose hacia ella y ladeando la cabeza para darle un firme beso en los labios. Descuidado por la presión de las voces que se escuchaban cada vez más cerca, y algo torpe por la posición en la que se encontraban, él de pie y ella sentada. Pero Hermione lo sintió como el beso más íntimo que se hubieran dado. Casi olvidándose de la realidad. Como si no tuvieran prohibido estar juntos. Como si solo fueran una pareja, normal y corriente, despidiéndose para ir a realizar cada uno sus quehaceres.
Él se apartó, con prisa por largarse de allí cuanto antes, y el leve sonido húmedo que sus labios produjeron al separarse hizo que una abrumadora ternura se apoderase de la chica. Draco no volvió a mirarla y se alejó de allí rápida y discretamente. Hermione sonrió sin darse ni cuenta, observándolo desaparecer tras las estanterías. Con amplias y decididas zancadas. Luciendo una gran seguridad en sí mismo, como si fuese el dueño de aquel lugar. Tenía esos andares desde que lo conocía, y nunca antes había apreciado que había un cierto atractivo en su actitud fanfarrona. Podía entender que tuviera éxito con la gente, y muchos admiradores en su Casa.
Harry y Ron aparecieron entonces por otro pasillo distinto al que Draco había tomado, y atrajeron su mirada. Ambos lucían idénticas caras de contrariedad.
—Nada, no hay forma de encontrar el libro —masculló Ron, dejándose caer sentado en el mismo lugar que había ocupado Malfoy segundos atrás y apoyando la barbilla en una mano, abatido. Hermione abrió mucho los ojos y rezó con todas sus fuerzas para que Ron no apreciase que, con toda probabilidad, el asiento estaría caliente por haber estado aguantando el cuerpo de Draco. Pero su amigo no comentó nada al respecto.
—Y eso que hemos registrado tres veces la estantería donde debería estar —completó Harry, igual de desilusionado, sentándose frente a ambos—. Y las estanterías de al lado. Y los carritos con libros usados. Incluso la Sección Prohibida, aunque la temática no tenía nada de prohibida. Le hemos preguntado a Madame Pince, y dice que nadie lo ha cogido, que debía estar dentro de la biblioteca…
—… Así que hemos registrado la estantería otra vez. Y las de al lado. Y los carritos. Y hemos preguntado a todo el que hemos visto —completó Ron, poniendo los ojos en blanco de forma cómica.
—En realidad lo tenía yo —repuso Hermione, sonriéndoles con arrepentimiento, cogiéndolo y acercándoselo con timidez—. No me había dado cuenta entre tanto libro…
La mandíbula de Ron se abrió exageradamente.
—¡Hermione! —se quejó, irritado, arrebatándoselo y mirándolo con veneración. Dio un sonoro beso en la cubierta, arrancando una risita en Harry.
—Oh, por favor, qué alivio. Al menos lo hemos encontrado —suspiró el moreno, reconfortado—. Ya no tendremos que inventarnos la redacción de Flitwick…
—Jo, podías habernos avisado antes, Hermione —protestó Ron con un mohín, buscando la página que necesitaban y dejándolo abierto a la vista de ambos—. ¿Cuánto tiempo hemos estado dando vueltas? ¿Media hora? Me duelen los pies…
—Y encima hemos tenido el gusto de cruzarnos con Malfoy ahí atrás, por cierto —comentó Harry, mirando a Hermione con cara de circunstancias. La chica tuvo que controlarse para simplemente esbozar una mueca de curiosidad.
—¿Ah, sí? —vaciló, preguntándose cuál sería un comportamiento normal por su parte, y añadió—: ¿Os ha dicho algo?
—No… Bueno, al vernos ha hecho lo de siempre —intervino Ron, generando un grosero gesto con el dedo medio de su mano derecha—. Pero nada más. Raro en él, pero bueno... Estaba solo, así que igual no se ha atrevido a molestarnos. Cobarde... No estaba lejos de aquí —escrutó alrededor, con el ceño fruncido, como si esperase ver aparecer su rubia cabeza por entre las estanterías—. No se ha acercado a hacerte nada, ¿verdad, Hermione?
—Para nada, yo no lo he visto —aseguró la chica, ya sin poder mirarlo a los ojos. Volvió a fijar su mirada en el libro que tenía delante, y que Draco le había recomendado—. Estaría buscando algún libro…
—O alguna víctima para sus maldades —farfulló Ron, desdeñoso. Hermione carraspeó, frunciendo los labios, y abrió la boca antes de que Harry replicase nada a Ron, con toda probabilidad para darle la razón.
—Chicos, creo que he encontrado algo —repuso ella de inmediato, sin más preámbulos, elevando la mirada del libro—. Algo importante. Sobre la criatura que se está metiendo en la mente de Harry.
Ambos amigos olvidaron por completo la existencia de Draco Malfoy y la miraron con sorpresa.
—¿En serio? —se asombró Ron, olvidando también su enfado con ella por no haberle ahorrado varios minutos de buscar un libro inútilmente.
—¿El qué? —preguntó Harry a su vez. Pero a continuación pareció reparar en algo y añadió—: Espera, ¿has dicho… criatura?
—Tengo una nueva hipótesis. Y es que cabe la posibilidad de que no sea una persona, sino una criatura mágica —reveló la chica—. No es seguro, pero tenemos que tenerlo en cuenta. Y sospecho que está utilizando Legeremancia contigo. Aparentemente, los muros de Hogwarts están protegidos contra invasiones mentales externas. Pero no internas… Por eso puede comunicarse contigo. Está aquí dentro. En el castillo. O en los terrenos.
—¡Pero qué estupidez! —saltó Ron, incrédulo—. ¡Vaya mierda de protección!
—Tiene sentido —protestó Harry, alterado—. Por eso Snape pudo enseñarme Oclumancia en quinto curso…
—Sientes lo mismo que sentías con Snape, ¿verdad, Harry? —preguntó Hermione, mirándolo con intensidad—. ¿Lo percibes en tu mente? ¿Lo sientes dentro?
Su amigo ya estaba asintiendo con la cabeza, casi atónito, desde la primera pregunta.
—Sí… Escucho su voz, pero también lo siento dentro. No sé decir quién o qué es, pero noto su presencia. Lo noté especialmente durante el partido de Quidditch. Creía que me iba a estallar la cabeza —cruzó las manos sobre la mesa y las apoyó contra su boca. Sus ojos verdes relucían—. Creo que… es eso, chicos. Es una criatura mágica, estoy convencido. Esa voz nunca me ha parecido… humana. Es tan… ronca, tan salvaje… Me convencí de que era humano porque no veía otra explicación, pero ahora… —cerró los ojos, asimilándolo.
Hermione lo miró con angustia, empatizando con la desesperación de su expresión. Ron había palidecido.
—Pero, entonces… ¿Quieres decir —balbuceó el joven pelirrojo— que hay una criatura mágica comunicándose contigo desde dentro del castillo?
—Exacto —coincidió Hermione, tragando saliva. Intuyendo que Harry no podía hablar.
—Pero, ¿cómo ha llegado ahí? ¿Y qué criatura es? —preguntó Ron, desconcertado— ¿Una criatura parlante? ¿Podría ser cualquier animal? ¿Una… araña, por ejemplo? —se alarmó, mirando alrededor con discreción. Hermione suspiró.
—Sabemos de la existencia de arañas parlantes… —dijo, como si fuera evidente.
—Aragog —confirmó Harry, volviendo a abrir los ojos.
—Y sus hijos. Tenemos que hablar con Hagrid —completó Ron, con los ojos muy abiertos—. Urgentemente… ¿Hay más criaturas parlantes en el castillo? ¿En los terrenos? ¿Qué hay de los centauros?
—Recuerdo la voz de Firenze, y juraría que no era suya —dijo Harry al instante—. Pero podría ser otro centauro.
—Hablaremos con Firenze. ¿Y el Lago Negro? ¿Hay criaturas parlantes allí? —propuso Hermione, escribiendo frenéticamente en el pergamino.
—Hay cientos de criaturas. Las sirenas y tritones se comunicaron conmigo durante la segunda prueba del Torneo de los Tres Magos… —informó Harry, con voz temblorosa—. Pero quizá solo puedan comunicarse bajo el agua…
—Lo comprobaremos. Tiene que ser algo muy poderoso —corroboró la chica, volviendo a escribir—. Una criatura ancestral que posea mucha magia...
—¿Cómo qué? —se preguntó Ron en voz alta, pensando con urgencia. Estaba cada vez más pálido.
—No lo sé —admitió Hermione, levantando por primera vez la vista de su pergamino—. Pero tenemos que averiguar lo que es, qué hace en el castillo, y por qué se está comunicando precisamente con Harry Potter.
¡Una criatura mágica se está metiendo en la mente de Harry! 😱 ¿Os lo esperabais? Ja, ja, ja Harry, desde luego, no, pobrecito 😂. Pero ahora parece convencido de ello… ¿Tenéis alguna hipótesis de qué criatura puede ser? 😉 Espero que todo lo relacionado con la Legeremancia de este capítulo os haya gustado, he intentado echarle imaginación ja, ja, ja 😂
Uf, muchas cosas en este capítulo. Demasiadas para comentar aquí ja, ja, ja Varios emocionantes encuentros entre Draco y Hermione. Algunos más pasionales, tratando temas cada vez más íntimos, y otros más intelectuales. La escena de la Legeremancia me gusta especialmente 😊. Y Draco ha ayudado a Hermione mucho más que sus libros, y eso, estaréis de acuerdo conmigo, conquista a nuestra querida protagonista mejor que una caja de bombones ja, ja, ja 😂 eso sí, detalle importante, le ha "tomado prestado" el Mapa del Merodeador a Hermione 😳 ay, ay, ay...
¡Ojalá os haya gustado mucho y no se os haya hecho demasiado largo! ¡Muchísimas gracias por leer, de verdad! Espero vuestros comentarios con mucha ilusión 😍😍
¡Gracias por estar ahí! ¡Un abrazo enorme y hasta el próximo! 😊
