¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? Espero que muy bien 😊. Vuelvo con un capitulazo (-lazo, porque vuelve a ser extremadamente largo 😂😅 ja, ja, ja lo siento, los siguientes serán más cortos, lo prometo), que espero de corazón que os guste mucho 😊
Como siempre, muchísimas gracias a todos los que seguís esta historia 😍, a los que me dedicáis un ratito de vuestro tiempo para dejarme un comentario, o simplemente a todo el que esté leyendo esto 😍. Si sois nuevos, ¡bienvenidos a la familia!, y, si no lo sois, ¡gracias por seguir ahí! 😍
No os entretengo más, ¡a leer! 😉
CAPÍTULO 35
La Casa de los Botes
La Casa de los Botes era un cobertizo situado en uno de los rincones menos transitados del castillo, en una apartada orilla del enorme lago que rodeaba Hogwarts. Se llegaba a ella descendiendo gran cantidad de escalones, construidos en la ladera. Era una alta construcción de tres paredes, con una amplia abertura desde la cual salía un breve muelle hacia el Lago Negro. Un puñado de barcas, con espacio para cuatro pasajeros cada una, estaban amarradas en el interior y alrededor del edificio, balanceándose suavemente. El cristal de las ventanas, sucias y casi opacas por el paso de los años, apenas dejaba ver el exterior, pero la vista desde el muelle era magnífica, apreciándose una gran superficie del oscuro lago y las lejanas montañas. Aunque Draco Malfoy y Hermione Granger no disfrutaban de ella, ocultos como estaban dentro del cobertizo. Lejos de miradas indiscretas.
Él había acomodado su largo cuerpo en una de las barcas que flotaban en el interior de la caseta, apoyando la espalda en la proa y colocando las piernas por encima de los asientos. Tenía un ejemplar de El Profeta abierto en sus manos, y estaba disfrutando de algunos rayos de sol que se colaban en el cobertizo por entre las grises nubes. La chica, a su vez, estaba sentada en el borde del muelle que quedaba a su lado, con un libro en las manos. Sus pies estaban descalzos y sumergidos en las negras aguas. Se había recogido el bajo de sus pantalones para que no se le mojasen.
Solo la voz de Draco rompía el apacible silencio del apartado lugar.
—"… el nuevo estatuto, con la aprobación de la Confederación Internacional de Magos, ofrece asesoría, sindicatos y seguridad a los duendes de la región Este de Jordania" —estaba leyendo en voz alta, sus ojos claros volando por la página. Hermione lo escuchaba, sin apartar la mirada de su propio libro—. "La región Oeste aún se encuentra en negociaciones respecto a la creación del polémico Ministerio del Duende, con sede en el pueblo de Tinworth…" —enmudeció un instante, pensativo—. ¿De qué me suena ese pueblo? —cuestionó para sí mismo, en voz alta.
Hermione elevó la mirada del libro Jeroglíficos mágicos y logogramas que tenía sobre las piernas.
—Ahí vivió Bridget Wenlock, ¿quizá de eso? —propuso, mirándolo con duda—. Ya sabes, la que…
—Sí, la bruja que descubrió las propiedades del número siete —corroboró Draco, finalizando su explicación. Compuso una mueca de conformidad—. Pues sí, será eso.
—Entiendo la postura de Jordania. ¿Qué beneficios le puede aportar tener la sede de un ministerio en un pueblo situado al otro lado del planeta? —cuestionó Hermione, interesada y ofuscada.
—Es útil a nivel internacional —explicó Draco con voz monótona, sin levantar la vista del periódico—. Crearía lazos entre Jordania e Inglaterra. Podría derivar a más acuerdos en el futuro. El Departamento de Cooperación Mágica Internacional estará encantado, hace años que va detrás de Jordania… Con la magia, la distancia es lo de menos. Por ejemplo, el Comité de Exterminación de Criaturas Peligrosas de nuestro ministerio tiene sede en quince países europeos. Crea buena imagen de cara a la Confederación Internacional de Magos. Jordania está teniendo muy poca visión de futuro al poner tantas pegas.
Cuando el chico terminó de hablar, fue cuando Hermione se sorprendió a sí misma con una sonrisa en los labios que no recordaba haber esbozado. Fascinada.
—¿Cómo puedes saber tanto de política y relaciones internacionales? —cuestionó, con suavidad, sin disimular su admiración. Con cierta envidia ante sus numerosos conocimientos del mundo mágico. Draco alzó entonces la mirada y su expresión se volvió descaradamente petulante en cuanto sus ojos se clavaron en la sonrisa que ella le dedicaba.
—Los Malfoy somos una familia de alta alcurnia, Granger. Mis antepasados se han codeado con todo tipo de figuras influyentes. Y mis padres también. No soy ningún inculto. He hablado con personas importantes, y sé escuchar.
Hermione apretó los labios, estirando su sonrisa.
—No he dicho lo contrario. Y no he dicho que me disguste.
Draco volvió a mirar el periódico, como si no tuviera nada que añadir, pero Hermione apreció con ternura que parecía henchido de orgullo en sí mismo. Suspiró, relajada, y dejó el libro a un lado. Movió los pies, distraída, observando el movimiento del agua en la superficie. Unas ondas aparecieron de pronto acercándose a la barca y al muelle, desde el centro del lago. Hermione giró el rostro para ver a lo lejos uno de los enormes tentáculos del Calamar Gigante, saliendo del agua y volviendo a sumergirse. Rompiendo la pulida superficie. Nadando pacíficamente.
—¿Recuerdas la primera vez que montamos en estas barcas? —comentó la joven, pasando a observar el lugar en el que él estaba tumbado. Draco contestó sin levantar la mirada, no sin antes pasar una página del periódico.
—Nuestro primer día en el castillo.
—¿Cómo te sentías? —quiso saber Hermione, observándolo con atención, y confesando, antes de que él respondiera—: Yo estaba muy estresada. No tenía ni idea de en qué Casa me colocarían, y la incertidumbre me carcomía los nervios. Había leído tanto sobre ellas… —rio por lo bajo, recordando—. Nada más subirme al tren empecé a preguntar a todo el mundo qué Casa era la mejor. Muchos coincidían en Gryffindor, así que esperaba acabar ahí —Draco emitió un ruidito despectivo que arrancó otra sonrisa en la chica—. Aunque Ravenclaw tampoco me importaba…
Draco alzó la mirada de nuevo para observar sus ojos. Los del chico lucían curiosamente irritados.
—Eres la persona más jodidamente Gryffindor que conozco. Olvídate de Ravenclaw —siseó él, y la chica no estuvo segura si eso era un cumplido o no—. Pues yo estaba muy tranquilo. Sabía que sería un Slytherin —compuso una mueca socarrona. Hermione estuvo casi segura de que mentía.
—¿Toda tu familia lo ha sido? —cuestionó, con tono pacífico. El sol comenzaba a quedar oculto entre las abundantes nubes, restándole calidez al ambiente y oscureciendo aún más el interior del cobertizo.
—¿Slytherins? Sí, todos —contestó él, sin pensar—. Bueno, no, no todos —se corrigió después, tras reflexionar, frunciendo el ceño—. Sí los de primer grado, pero tengo familiares que no… Casi todos por parte de mi madre. Creo que mi prima estuvo en Hufflepuff… —Hermione parpadeó, dándose cuenta de que se refería a Tonks. A veces olvidaba que eran familia. Le costaba relacionar a dos personas tan distintas—. Pero ni la conozco. En general, todos Slytherins —terminó diciendo, claramente defensivo. Hermione sonrió sin que la viese.
—Imagino entonces que te ponía nervioso la posibilidad de quedar en otra Casa y decepcionarles, ¿no? —quiso saber, con amabilidad. Él esbozó una creíble mueca de despreocupación.
—En absoluto. Me han inculcado enseñanzas sobre los Slytherins toda mi vida. Ni siquiera me planteé poder quedar en otra Casa. Bueno, sí, me planteé suicidarme si acababa en Hufflepuff…
—Oh, cállate —protestó Hermione, con censura—. Si me lo preguntas, te diría que la Ceremonia de Selección me parece una barbaridad. Obligar a los pobres alumnos, muertos de miedo, a enfrentarse a algo así delante de todo el colegio… No es justo. Solo teníamos once años.
—Bah, es divertido de ver —masculló Malfoy, esbozando una mezquina sonrisa—. Sus caras no tienen precio. Y algunos de sus nombres tampoco.
Hermione resopló con pesadez, resignada.
—No se puede hablar de nada serio contigo —replicó, con fastidio. Él no se mostró avergonzado.
Los ojos de Hermione se mantuvieron clavados en él, de forma fija, pensativa. En silencio. Draco le devolvió la mirada al sentirla observándolo. Sus ojos oscuros estaban mirando su rostro sin verlo. Era evidente que algo rondaba por su cabeza. Y parecía dispuesta a compartirlo con él de forma inminente. Aguardó, por tanto, expectante. Anclándose sin reservas en sus inteligentes ojos. Más intimidantes de lo que ella era consciente. Observando a la práctica Hermione Granger reorganizar sus pensamientos y asegurarse de que tenía todo contrastado antes de enunciar nada. Una imagen digna de ser vista.
—Quiero contárselo a Harry y Ron —sentenció de pronto Hermione. Él se permitió dos segundos para asimilarlo. Se atrevió a arquear una ceja.
—¿Quieres contarles que no estás de acuerdo con la Ceremonia de Selección? No deberías comentar algo así por ahí, Granger —bromeó, socarrón. Ella no rio. Siguió mirándolo con gravedad.
—Hablo en serio. Lo he pensado mucho, y me gustaría contárselo. Lo nuestro —aclaró la chica, decidida, aunque no hacía falta. Al ver la determinación en sus ojos, la sonrisa del chico se borró poco a poco. Emitió un suspiro por la nariz y dejó el periódico a un lado. Hermione, agradecida de que accediese a prestarle atención, prosiguió—: ¿Qué opinas?
—Dijimos que no se lo contaríamos a nadie —repuso, con voz impersonal, cruzando las manos tras la cabeza y alzando el rostro para mirar el techo del cobertizo.
—Lo sé, por eso te lo estoy preguntando. Prometimos que no lo haríamos, y no voy a hacerlo si a ti no te parece bien —aseguró ella. Había esperado esa reacción, no la sorprendía. De hecho, había esperado otra mucho peor.
—¿Me estás pidiendo permiso para romper el pacto? —quiso saber él, con seca ironía.
—Una excepción —replicó Hermione, con cautela—. Nott lo sabe y no hay ningún problema. ¿Tan terrible sería que ellos lo supieran?
Draco la miró como si no pudiera creer lo que oía.
—¿De verdad me preguntas eso? —espetó, incrédulo. Mientras Hermione le sostenía la mirada, añadió, como si fuera evidente—: Nott no te odia.
—Estarás de acuerdo conmigo en que te has ganado ese derecho a pulso —dijo ella, con frialdad. Draco resopló, como si le hubiera hecho gracia. Sin darle importancia.
—El motivo es lo de menos. Me odian, con lo cual no sería lo mismo.
—Son mis amigos, y… sé que puedo contárselo. Puedo hacer que lo entiendan. Ellos me quieren —su voz se quebró ligeramente, pero prosiguió—: Estoy convencida de que no habría peligro alguno. No se lo contarán a nadie. No me harían eso.
—A ti —espetó él, casi escupiendo ambas palabras—. Me parece maravilloso que te quieran tanto, pero, como comprenderás, no van a ser tan magnánimos conmigo. No van a abrirme los brazos y a aceptarme en su estúpido club. Solo aprovecharán la ventaja de su posición. De tener algo en mi contra con lo que destruirme. Con lo que chantajearme.
—¿Por qué piensas lo peor de ellos? —se lamentó Hermione, incrédula, en voz más baja.
—¿Y por qué debería pensar otra cosa? —replicó Draco, firme—. Además —giró más el rostro para mirarla—, ¿por qué demonios te importa tanto que lo sepan? No necesitas su maldita aprobación para verte conmigo.
—Por supuesto que no la necesito —replicó ella, sin alterarse—. Pero son mis amigos más íntimos, y nunca he tenido secretos con ellos. Y esto que está pasando entre nosotros no es ninguna tontería, es importante —se obligó a tomar aire—. Para mí es importante. Y considero que ellos merecen saberlo. Quiero que lo sepan.
Draco la miró como si lo exasperara profundamente.
—¿Cómo puedes querer algo así? ¿Cómo puedes querer que se enteren de que te has pasado meses mintiéndoles para verte conmigo a escondidas y besarnos en todos los rincones de este puto castillo? —replicó él del tirón, con abierta mordacidad—. ¿De verdad crees que lo aceptarán? ¿Una explicación por tu parte, y aprobarán todo esto, así, sin más? No puedes estar siendo tan inepta…
Hermione lo contempló durante varios segundos, en silencio, cavilando sobre semejantes palabras.
—Se lo diría de una manera algo más delicada, te lo aseguro.
—No hay manera delicada de decirlo, no te engañes.
—Por supuesto que les costará aceptarlo al principio, también nos costó a nosotros —enfatizó Hermione, con decisión—. Pero al final entenderán que… ha sucedido así. Que no es algo que nosotros hayamos visto venir. Entenderán que han cambiado muchas cosas y que no me era fácil contarlo hasta ahora.
—¿Cambiado? No, no han cambiado tantas cosas —masculló Malfoy, sin hacer caso a su defensa—. No lo entenderán, porque ni siquiera para nosotros es fácil lo que está pasando. No es algo fácil de explicar. Y te repito que me odian. Ellos me odian y yo les odio. Y solo por eso no aceptarán nada de esto.
—Bueno, pues, si no lo aceptan, es su problema. No cambiará nada —respondió entonces ella, elevando la voz, como si estuviera cansándose de escuchar ese argumento. Draco la miró de reojo ante semejante afirmación. ¿Estaba dispuesta a seguir viéndose con él aunque sus amigos no lo aceptasen?—. Pero quiero que lo sepan. Se merecen saberlo. Y… estoy segura de que, aunque les cueste, terminarán entendiéndolo. Y no se lo dirán a nadie si yo les pido que no lo hagan.
—Deja de engañarte, demonios —espetó él, enderezándose de golpe en la barca. Sus ojos relucían rabia—. Así es como tú quieres que actúen, no como lo harán. Me niego a que sepan nada de esto. No pienso darles esa arma contra mí. No quiero darles a esos dos el poder de joderme la vida si quisieran. Ellos saben perfectamente lo que mi entorno me haría si se enterase de esto.
—Harry y Ron no harían eso —desechó Hermione, pero incluso ella misma fue consciente de lo débil que sonó su protesta. Él la miró con abierta sorna.
—¿En serio? ¿Lo crees de verdad? ¿No lo utilizarían en mi contra, ni me amenazarían con contárselo a toda la escuela para arruinarme la vida? O quizá lo harían directamente, sin amenaza de por medio —conjeturó él, con inquina.
—No, no lo harían.
Draco dejó escapar el aire por la nariz de un fuerte resoplido, con impaciencia. Los músculos de sus mandíbulas se veían tensos.
—Muy bien. Haz lo que te dé la gana —escupió él con brusquedad—. Si tan convencida estás de que te van a entender, y que vuestra amistad y esas mierdas son más fuertes que lo mucho que me odian, se lo contarás aunque yo no quiera. Pero, te lo advierto, si se lo cuentan a alguien más te juro que será lo último que esos dos cuenten.
Hermione no bajó la mirada. Pero supo que había perdido la discusión.
—Si fuera a contárselo a tus espaldas lo habría hecho ya, sin plantear esta conversación —sentenció, con frialdad—. Todo esto nos atañe a ambos. Sé perfectamente que tu situación es diferente a la mía. Acordamos no contárselo a nadie y voy a respetarlo, no pienso hacer nada a tus espaldas.
Draco no dijo nada. Quizá no se lo creía. O quizá no era capaz de agradecerle que hiciese eso por él.
Hermione deseaba poder seguir rebatiéndole, convencerlo de que contárselo a sus amigos no era la peor idea del mundo, pero ya no tenía argumentos. Contra sus esperanzas, pensaba igual que él. No podía cerrar los ojos a la realidad. Harry y Ron no proclamarían por todas partes su relación con Draco si ella así se lo pedía, pero podía ver la lógica en la conclusión del chico de que Harry y Ron lo utilizarían contra él. Si el entorno del chico llegara a enterarse, él lo perdería todo. Harry y Ron lo sabían. Y no tendrían piedad con él, porque él nunca la había tenido con ellos. Lo amenazarían. Lo tendrían contra las cuerdas. Recordó las crueles burlas de Draco hacia la familia de Ron por su pobreza, sus constantes ataques a Harry, sus saboteos en los partidos de Quidditch, en las clases, sus hirientes comentarios cada vez que tenía oportunidad…
Al margen de lo que pudieran pensar de ella, de cómo su amistad podría, o no, superar algo así, lo que le harían a Draco con esa información era evidente. Todo el daño que pudieran.
Apartó todo eso de su mente, comprendiendo que él tenía razón. Contarles algo así sería un error. Harry y Ron eran buenas personas, pero eran impulsivos, y odiaban a Draco con todo su ser. Se dejarían llevar por la sed de venganza, y ella no podría disuadirlos. No atenderían a razones. No la escucharían.
Cerró los ojos. O quizá sí que lo hicieran. Pero, ¿tenía derecho a arriesgarse?
La luz del sol volvió a asomar con fuerza por entre las grises nubes y se proyectó sobre el agua. Colándose dentro del cobertizo por la amplia puerta por la cual los botes salían al lago. Draco cerró los ojos, cegado. Al mismo tiempo, una fuerte ráfaga de viento helado les alborotó los cabellos y agitó las ropas. Hermione, sufriendo un escalofrío, tiró de las mangas de la chaqueta que llevaba, para cubrirse las manos, y se abrazó a sí misma.
—Empieza a hacer frío —comentó en un susurro, masajeándose los brazos.
—Aquí da el sol —informó él, con voz queda, haciéndose pantalla con una mano para evitar la fuerte luz y poder verla mejor. Ella, a diferencia del chico, estaba cubierta por completo por el techo del cobertizo y no le llegaba el calor del sol.
Hermione sonrió para sí ante su discreto ofrecimiento, observando cómo la barca se mecía suavemente sobre el agua, casi acunando al rubio. Se miraron a los ojos. Y ella apreció la forma en que él la estaba mirando. Estudiándola. Con actitud defensiva, a modo de protección. Pero evaluando su estado de ánimo hacia él. Si la conversación que acababan de tener habría hecho que ahora ella lo odiase.
No lo hacía, de modo que Hermione le dedicó una cansada sonrisa ante la duda de sus ojos. Apreció que la tensión en sus hombros se relajaba, posiblemente sin que él se diera cuenta. La seguridad volvió a su anguloso rostro. La tranquilidad.
Mientras tanto, ella evaluó su posición y la de la barca. Valorando cuál sería el mejor modo de actuar para poder subir. Sacó los pies del lago y sacudió el exceso de agua. Se sentó sobre sus rodillas y apoyó las manos en el borde. Tanteando si soportaría su peso. Vaciló, haciendo cálculos. Ajena a que Draco la estaba observando con una mueca maliciosa.
—¿Te resultaría más fácil si te lo planteo como un problema de Aritmancia? —cuestionó, con satisfacción. Ella lo miró con ojos entrecerrados.
—Cállate.
Draco esbozó una mueca de altivez. Dejó escapar un fingido resoplido de exasperación y se incorporó totalmente, quedando de rodillas sobre el inestable suelo de la barca. Se arrastró hasta arrodillarse justo en el borde. Tomó las manos de la chica y las colocó en sus hombros, en una posición que a Hermione se le antojó inusual. De pronto le vino a la cabeza un baile. Un baile de salón. En el cual ella apoyaría las manos en sus hombros, igual que ahora, mientras se movían juntos al compás de una melodía. Realizando movimientos sincronizados. Mirándose a los ojos. Bailar juntos. Era difícil imaginar que algo tan cotidiano sucediese entre ellos. Sin embargo, o quizá por eso, no pudo evitar deslizar sus manos hacia su nuca, acariciándola. Imaginando que así lo haría mientras bailaban. Entretanto, Draco se acercó más a ella. Y Hermione casi se sintió perderse en su fantasía del baile. Tardó, por lo tanto, en comprender lo que él pretendía. Pero sus manos alcanzando sus axilas la hicieron despertar. Y sobresaltarla.
—Espera, esto no… ¡Malfoy! —su protesta se vio interrumpida al sentir la brusquedad con la que sus rodillas dejaron la firmeza del muelle. Draco la había levantado a pulso con sus brazos, atrayéndola hacia sí para subirla a bordo. Aulló, espantada, mientras su cuerpo cruzaba por encima del borde del bote. Casi como si volara.
Y ambos lo notaron.
La barca se inclinó peligrosamente bajo el peso de dos cuerpos tan cerca del borde. Sintieron que descendían, el muelle elevándose ante sus ojos. Hermione inhaló con alarma. Draco, con afortunados reflejos, se echó hacia atrás de forma rápida, rodeando a la joven con sus brazos una vez la tuvo al alcance, buscando dejar el peso de ambos en el centro de la barca lo más rápido posible y evitar volcar. Cayó de espaldas, entre ambos asientos, y su nuca rebotó dolorosamente en el suelo de madera. Hermione aterrizó sobre él, con un alarido ahogado, y se apresuró a soltar sus hombros y colocar ambas manos a los lados de su rostro, para evitar golpearse contra él.
La barca se zarandeó con brusquedad sobre el agua durante varios alarmantes segundos. El agua salpicó sus rostros. Ambos se quedaron quietos, muy quietos, conteniendo hasta el aliento, hasta estar seguros de que no iba a volcar. Volvieron a relajarse en cuanto sintieron que los bamboleos se reducían.
—¡Malfoy! —protestó Hermione de nuevo, molesta por haber sido subida a bordo con tan poca delicadeza. Jadeaba, con el corazón a mil por hora por la adrenalina—. Eres un bruto, casi haces que volquemos...
Intentó arrastrarse a un lado, dándose cuenta entonces de que no podía. Estaba atrapada en el estrecho hueco entre un banco y el otro, con las piernas encajadas a cada lado del cuerpo de Malfoy, y bajo los asientos. Sin sitio para apartarse. De hecho, sabía que se había rozado la parte externa de los muslos con los asientos al caer; los sentía arder bajo sus pantalones.
Su garganta tragó saliva por voluntad propia. O al menos lo intentó. Estaba sobre su cuerpo. Estaba a horcajadas, sobre sus muslos. Con su rostro sobre el suyo. Los brazos de él rodeando todavía su espalda. Como si… como si estuvieran…
Eso no podía estar bien.
Sintió que sus brazos dejaban de rodearla, y buscó la mirada del chico. Pero Draco estaba ocupado frotándose la parte de la cabeza en la que se había golpeado al caer, con expresión dolorida. Unas pocas gotas de agua, provenientes del lago, brillaban en su mejilla. Cuando abrió los ojos para mirarla, parecía resignado. Con toda la intención de decir algo mordaz. Pero su expresión se extravió. Y Hermione apreció el instante exacto en el que percibía lo mismo que ella.
Sus ojos sobrevolaron a toda velocidad el cuerpo de la chica, desde sus rodillas dobladas, a ambos lados de su cuerpo, hasta su rostro, casi a contraluz. Como si le costara comprender lo que estaba viendo. Como si no estuviera preparado para semejante visión. Para verla sobre él de esa manera.
Pero entonces su expresión volvió a ser la de siempre. Sus ojos plateados se convirtieron en dos burlonas rendijas, en una mirada definitivamente ladina, y su fina boca se curvó en una provocadora sonrisa.
—No sé de qué hablas. Estaba todo calculadísimo…
La incredulidad cruzó el rostro de Hermione.
Increíble. Era inaguantable.
Dejó escapar un jadeo impaciente y se irguió hasta quedar sentada. Pero esa fue toda la distancia que logró. Y la posición realmente no mejoró su percepción de la situación.
—Sí, seguro… —farfulló, molesta. Sin estar muy segura del por qué. Y entonces se apresuró a pelear por su cuenta para sacar las piernas de debajo de los asientos. Apoyando las manos en ellos y tratando de hacer palanca para salir, sin éxito—. Haz algo útil y ayúdame a salir de aquí…
Draco la imitó y se irguió también, con dificultad, incorporándose hasta recargar su peso sobre sus codos. No podía mover las piernas, estando éstas bajo el cuerpo de la chica.
—¿Estás incómoda? —cuestionó, en un sedoso murmullo. La media sonrisa seguía en su rostro.
Hermione se paralizó ante la perspicaz observación. Sintió que su rostro bullía, e intuyó que se había sonrojado. Mucho. Y que él podía verlo. Pero intentó fingir un aplomo que no sentía. Dejó escapar un bufido afectado, intentando mantener la compostura ante su sagaz mirada. Ante su despreocupada postura.
—Eso es irrelevante. Tengo que salir de aquí —logró articular, ofendida ante su tono despreocupado. Dirigiéndole una mirada encendida. Draco arqueó una única ceja.
—No has respondido a mi pregunta —replicó, intentando contener la risa. Al parecer encontrando muy divertido el malhumor de la chica. Ella se irritó aún más.
—No te hagas el bobo —protestó Hermione a borbotones—. No debería estar… sentada así, sobre ti. No es apropiado.
—¿Apropiado? —repitió Malfoy. Y ahora sí soltó una risotada—. Granger, te recuerdo que hemos estado metiéndonos mano en un escobero del viejo Filch. Y, en el ropero de los profesores, con ellos al lado… ¿Desde cuándo algo de lo que pasa entre nosotros es apropiado?
Hermione hubiese creído que su rostro no podía emitir más calor, pero ante esas palabras comprobó que se equivocaba. Sintió miedo ante la posibilidad de que sus cejas se chamuscasen.
—¡Oh, eso no… no es lo mismo! ¡Esto es...! ¡Eso fue…!
Hermione abrió y cerró la boca un par de veces, sin tener ni idea de cómo terminar lo que había comenzado siendo un desesperado intento de defender su postura. Pero no hizo falta, porque Malfoy se encargó de no dejarla pensar. Mientras ella barbotaba, se enderezó, dejando de estar recargado sobre sus codos, hasta quedar sentado del todo. Con la joven aún en su regazo. Rodeó sus caderas con los brazos, y la atrajo un poco más hacia él. Pegando sus pechos, pegando sus vientres. Hermione inhaló con brusquedad por la sorpresa. Al sentirse deslizarse por sus muslos. Intentó por inercia poner distancia entre ellos, colocando las manos en su pecho.
Le dirigió una mirada amenazadora.
—Ni se te ocurra. Para —ordenó, con firmeza—. Esto no es como lo que pasó en el ropero. Esto no es…
—¿Apropiado? —repitió Draco, con abierta burla. Seguía mirándola con astucia, y los labios de la chica la traicionaron en una sonrisa. Pero trató de seguir mirándolo con impaciencia.
—Exacto.
—¿Estás segura? —siseó contra su boca. Todavía burlón. Hermione lo vio humedecerse los labios. Y después pegarse a ella. Su boca esquivó la suya y se movió hasta alcanzar su sien, en la cual apoyó los labios—. Tú y yo en un ropero —recitó entonces contra su piel. Descendió un poco, sin separarse, para depositar otro casto beso en su mejilla—, devorándonos —descendió un poco más hasta alcanzar el ángulo de su mandíbula, al borde de su oído, para besarlo también—, con los profesores a apenas dos metros, a un simple gemido en voz alta de descubrirnos... —agachó más la cabeza y hundió el rostro en su cuello, colándose entre su espeso cabello, para besarlo en la zona más superior—, ¿de verdad te parece algo que la vieja Mcgonagall calificaría de apropiado? —murmuró contra su tierna garganta, calentándole la piel con su aliento.
La bien adiestrada boca de Hermione se abrió por acto reflejo ante su pregunta, para defender que seguía sin ser lo mismo, que no tenía razón, pero lo único que pudo hacer fue boquear. Sentía sus brazos flácidos sobre su pecho. Inundada de anhelo ante sus etéreos besos. Ante su voz susurrando contra su piel. La cercanía con él era abrumadora. Estaba por todas partes. Lo sentía bajo sus muslos, lo tenía delante, pegado a su pecho, le estaba rodeando la espalda con los brazos, estaba besando su cuello…
Y, a pesar de todo eso, su ralentizado cerebro captó que estaba bromeando, y no pudo evitar encontrarlo divertido. Tranquilizador. Con una sonrisa de derrota, y una risita emitida con su garganta, la chica se separó un poco de él. Obligándolo a abandonar su cuello y a alzar la vista para mirarla. Lucía satisfecho de haberla distraído lo suficiente como para que se sintiese cómoda sentada sobre él. De haber logrado hacerla reír.
—Eres un idiota —respondió ella, sonriendo contra su boca—. Y claro que lo sucedido en la Sala de Profesores no fue apropiado. De hecho, creo que fue lo más impulsivo y pasional que he hecho en mi vida —confesó, con aplastante sinceridad. Sin ningún apuro. Casi resignada. Él siguió con los ojos alzados hacia ella. Reluciendo estos más que el mercurio.
—De momento… —sentenció entonces Draco, en un susurro. Su voz sonó más serena, sin ningún atisbo de burla. Casi como una promesa.
El pulso de la chica se aceleró y se trasladó a sus sienes. Activando la adrenalina en su cuerpo ante las connotaciones de semejante frase. Lo sucedido en el escobero de Filch volvió a su memoria. Su espalda cosquilleó con la sensación de su túnica resbalando por ella. Su muslo cosquilleó con el recuerdo de los dedos de Draco aferrándolo.
De momento…
Recordó cómo se había sentido abrochando su camisa en los vestuarios. Las visiones de su imaginación. Ella… quería. Sentía que no podía, pero quería. En aquel momento se había obligado a apartar todo de su mente. Aunque aquél día él la había mirado… Hambriento. Ávido.
Esa mirada había sido real.
De momento…
¿Eso quería decir que él quería…?
Hermione se encontró luchando en contra del nerviosismo que peleaba por invadir su cuerpo, y a favor de la tranquilidad que le estaban transmitiendo los ojos del chico en ese momento. Sus labios se fruncieron finalmente, sin poder evitarlo, en una sonrisa contenida. La vergüenza no se hizo presente. Decidió, en un arrebato, seguir el juego al muchacho. Sintiéndose segura en sus brazos, e incluso algo juguetona. De hecho, colocada de aquella forma sobre él, observándolo desde arriba, teniendo su cuerpo al alcance de sus manos, de pronto se sintió… poderosa.
—¿Intenta provocarme, señor Malfoy? —preguntó en un susurro, intentando imitar su tono sugerente. Su cálido aliento golpeando los labios del chico.
Draco se mordió la mejilla por dentro. Sus orbes grises centellearon. Ella se infló de gozo.
—No sé si la palabra intentar me convence, señorita Granger.
La apretada sonrisa de la chica se amplió.
—Tendrá que esforzarse más, entonces, señor Malfoy.
Sintió el estómago de Draco sacudirse ante ella, en una risa silenciosa.
—¿Intenta provocarme, señorita Granger?
A Hermione se le escapó una risotada. Pero no pudo responder a su pulla. Una nueva ráfaga de viento los envolvió, haciéndolos encogerse sobre sí mismos. El ambiente comenzaba a volverse más frío con el paso de las horas. El sol parecía haberse ocultado definitivamente entre las nubes. La melena de Hermione voló por todas partes, golpeando también el rostro del chico, el cual cerró un ojo para evitar que se le metiese dentro algún mechón. Ella sonrió con disculpa.
—Espera… —murmuró, y elevó ambos brazos para peinarse con los dedos el cabello, hasta sujetarlo en forma de un abultado moño en lo alto de su cabeza.
Sin dejar de mantener el moño en su sitio con una mano, Hermione bajó la otra y acercó su muñeca a su boca, para acercar con los dientes la goma elástica que tenía en ella hasta sus dedos. Sin saber muy bien por qué, sus ojos buscaron los de Draco. Él tenía ya los ojos fijos en su gesto. Sus pupilas clavadas en ella mientras mordía la goma y rozaba sus labios contra su muñeca. Hermione vio su garganta moverse, y no pudo evitar sentir un tibio calor adueñarse de su cuello. Preguntándose cómo sus ojos habían logrado que ella misma percibiese su propio gesto de forma definitivamente casi erótica. El calor de sus propios labios, y su aliento, rozando su muñeca, mientras Draco se la comía con la mirada, se le antojó indescriptible. Alzó finalmente la temblorosa mano, con la goma en ella, para enganchar su abultado cabello.
Bajó los brazos una vez hubo terminado. Con una cohibida sonrisa.
—¿Bien? —preguntó al chico, en voz baja. Al no tener espejo, le pareció buena idea pedirle a él su aprobación, ya que la estaba viendo.
Draco se limitó a asentir con la cabeza, con los ojos fijos en su cabello. Apenas unos centímetros de movimiento. Sin decir nada. Y a la joven le estaba costando interpretar la imperturbabilidad de su rostro. La descolocó no ver burla de ningún tipo en él. Que no le dijese nada de forma socarrona. Siempre aprovechaba cualquier situación para meterse con ella. Le encantaba molestarla. Pero ahora se estaba limitando a contemplarla. Y ella no se sentía capaz de leer su expresión. Solo sabía que le gustaba.
Se había olvidado por completo de su reticencia ante esa cercana postura. Quería tocarlo. Quería aprovechar su posición. Pero no sabía cómo. Qué teclas podía o no podía tocar.
Era el primer fin de semana que lograban verse desde que estaban juntos. Era domingo por la tarde, y ambos estaban vistiendo ropas informales, como podían hacer los estudiantes del castillo los días en que no había clases. La chica, tras contemplar su armario durante varios minutos, decidió optar por unos pantalones oscuros y una chaqueta de punto que le gustaba especialmente. Hacía algo de frío, pero no lo suficiente como para llevar abrigo, pensó. Le hubiera gustado ponerse alguna blusa, quizá más favorecedora, pero su sentido común le señaló que, si lo hacía, al día siguiente estaría en la Enfermería con cuarenta de fiebre y sin poder asistir a las clases.
Draco se había vestido con una camisa de color verde botella, de un tejido cuyo nombre Hermione desconocía; pero parecía caro, y era suave. Y, sobre ella, un jersey sin mangas de color negro y cuello en pico. También un pantalón negro que encajaba con su estilo. Aun así, era raro verlo con ropa diferente al uniforme reglamentario. Y, quizá precisamente por eso, el atractivo al verle con ropas algo más ceñidas que las amplias túnicas se multiplicaba. Pero no era insólito verle vestir de verde.
Las manos de Hermione se elevaron. Para recolocarle el cuello de la camisa, aunque no hacía falta. Solo quería tocarlo. Tener una excusa para sentir que podía tocarlo.
Draco sintió un inesperado escalofrío en la espalda ante su casi maternal gesto. Los ojos de la chica estaban esquivando los suyos. Quién iba a decir que la siempre brava y determinada Hermione Granger era tan reservada cuando de cercanía se trataba... Al menos lo era con él.
Mala combinación, porque él era igual.
Por norma general, no le gustaba tocar, ni sentirse tocado, por nadie. No estaba acostumbrado a recibir afecto físico en su día a día. Quizá con Pansy había logrado un nivel aceptable de confianza de ese tipo. Pero con Granger, lamentable y curiosamente, se sentía más seguro de sí mismo al respecto, más desenvuelto. Con ella, el contacto físico se convertía en algo que siempre llegaba tarde a remediar. A controlar. De pronto, se encontraba a sí mismo rozándole el brazo. Acariciando la mano que ella había colocado sobre la suya. Acariciando su regazo cuando la tenía sentada delante. Luchando por acomodar el matorral que tenía por cabello.
Necesitaba no dar demasiadas vueltas a semejante cambio en sí mismo, o se volvería loco. Nadie lo sabía, así que no tenía que rendirle cuentas a nadie. Y estaba muy cansado de juzgarse a sí mismo una y otra vez. No pensar era más sencillo a esas alturas.
Podía entender la reticencia de la chica ante la íntima postura. Él tampoco había estado así con nadie. Y nunca creyó que estaría así con ella.
La joven, después de alisar el cuello de su camisa, por fin se vio capaz de alzar la mirada. Él elevó sus ojos al mismo tiempo. Parecía haber estado observando sus manos. Ella esbozó una tenue sonrisa. Relajada.
—Creo que, de todas formas, debería… —comenzó Hermione en voz baja. Y su intención había sido decir "apartarme". Pensando que seguramente su peso lo estaría incomodando, a pesar de todo. Pero él no le permitió sugerirlo; ni siquiera terminar la frase.
—Ni hablar —siseó Draco, distraído, como si supiera lo que iba a decir. Y entonces rompió la escasa cercanía entre sus rostros, besándola inesperadamente en los labios.
Ella inhaló con fuerza, pillada por sorpresa en medio de la frase. Sus manos se crisparon sobre el cuello de su camisa, donde las había dejado apoyadas. Tiró inconscientemente de él. Sin saber para qué. Pero él pareció entenderlo porque se acercó más, ladeando el rostro para poder abarcar más de su boca. Besándola de forma lenta, pero decidida. Entreteniéndose al atrapar sus labios, y al dejarlos escapar a regañadientes. Acariciando su lengua cuando ella abrió su boca contra la suya. Hermione tuvo que tomar aire brevemente por la nariz, él no separándose de ella ni un instante. Al contrario, sintió que aceleraba el ritmo. Los movimientos de sus labios eran más rápidos contra los suyos, más enérgicos. Sintió la respiración del chico entrecortarse contra su rostro, la suya misma hacerse más sonora. Soltó el arrugado cuello de su camisa y apretó la mano contra su nuca. Y también las piernas contra sus costados. Intentando contener la opresión que sentía en el vientre. Sintió los muslos de Draco agitarse bajo ella. Y después sus manos abrirse en su espalda. Plantando las palmas sobre su chaqueta, atrayéndola más todavía, pegándola a él completamente. Teniendo que girar los rostros para poder seguir besándose, ahora sin hueco entre sus cuerpos. Hermione se movió contra él, sin pensarlo previamente. Sin control consciente de su parte. Quizá con la intención de aproximarse más, si es que eso era posible. Y realmente no lo era. Lo único que logró fue que sus vientres se apretaran el uno con el otro. Sintió la rígida y arrugada tela del pantalón del chico, y la firmeza de sus caderas, rozando el hueco entre sus muslos. Y la sensación la atravesó incluso por encima de sus propios pantalones. Sintió que su cuerpo se sacudía ante el repentino escalofrío de placer que la recorrió. Algo caliente y líquido formándose bajo su ombligo. Fallando al comprender cómo había podido sentir algo así solo moviéndose contra él.
Draco rompió el beso momentáneamente, para poder exhalar contra su boca. Con necesidad. Y una de sus manos cayó más abajo. Rodeando la parte externa de su muslo, por encima del rígido pantalón. Apretándolo. Con urgencia. Y Hermione casi sintió cómo el placer la atravesaba de nuevo, aun sin moverse. Ella había provocado eso. Que necesitase tocarla. Y el discreto sonido que había escapado de su ser había sido maravilloso. Quería oírlo otra vez. Volvió a balancear sus caderas lentamente, ahora a propósito, buscando de nuevo el contacto con él. El placer volvió a dispararse por su espina dorsal. Su jadeo se ahogó con el de él. Las manos de Draco abandonaron sus correspondientes posiciones hasta alcanzar sus caderas. Sujetándola con inesperada fuerza. Inmovilizándola.
—Para… —suplicó él contra su boca, y el sonido áspero de su voz envió un tercer escalofrío a lo largo de toda su columna vertebral. Hermione contuvo el aliento. Entendiendo. Era demasiado. Abrió los ojos. Él la estaba mirando. Y las tonalidades de gris de sus ojos parecían haberse multiplicado. Hermione tragó saliva, sintiendo su corazón retumbando en su pecho. Tomó aliento para disculparse, pero él no se lo permitió, volviendo a unir su boca con la suya. Ahora de forma más controlada. Más suave. Hermione movió sus manos hasta lograr tomarle el rostro con ellas, manteniéndolo pegado a ella. Intentó no volver a moverse.
Ella abrió los ojos cuando sintió que el beso estaba por romperse. Para poder ver sus párpados cerrados. La expresión que tenía mientras la besaba. Cuando sus labios perdieron el contacto del todo, los ojos del chico se abrieron también. Se miraron. Sin decir nada. Intentando recobrar la cordura. Aunque no tenían por qué detenerse, y lo sabían. Allí nadie los iba a interrumpir. Podían llegar hasta donde quisieran.
Hermione apreció cómo él recorría su fisonomía con sus ojos plateados, como si de verdad pretendiese aprenderse, o simplemente apreciar, cada una de sus facciones. Ella se perdió en su íntima mirada contemplativa. No sabía si era por el movimiento de la barca, pero comenzaba a sentirse mareada. O quizá era todo lo que se arremolinaba en su cabeza.
¿De verdad algo así tenía que acabar?
¿Por qué? ¿Por qué acabar con todo esto? ¿Por qué no estar juntos completamente? Sin secretos, sin mentiras, sin escondrijos. Una relación de verdad. Podían tenerla. La estaban teniendo. Contradiciéndolo todo. Rompiéndolo todo. ¿De verdad los prejuicios del mundo mágico eran tan importantes? ¿De verdad no podían hacer nada contra eso? ¿De verdad algo así marcaba sus destinos hasta ese punto? No podía haber obstáculos tan infranqueables. Encontrarían una solución. Estarían juntos. Quizá si ellos… Quizá hubiera alguna manera de…
Avergonzándose de la desesperación de sus pensamientos, se obligó a parar. A despertar. A descartar todo aquello. No, no podían. Claro que no podían. La realidad era muy diferente. No todo se solucionaba luchando a pecho descubierto. Había muchas cosas en juego. Solo eran dos adolescentes contra la realidad. Contra el mundo, contra los prejuicios de gente muy poderosa.
Los apresurados latidos de su corazón estaban nublando su sentido común. Latidos que nunca se ralentizaban. Que nunca aflojaban el ritmo cuando estaba con él.
—¿Tienes frío? —escuchó la reservada voz de Draco ante ella, hablando en un murmullo—. Estás temblando.
Hermione tardó en contestar. Porque todo se le estaba viniendo encima y no sabía cómo sobrellevarlo. Porque pensar que en algún momento tendría que renunciar a esa sensación, a todo lo que aquel muchacho la hacía sentir... Parecía irreal. No podía creerse que él no formaría parte de su futuro, que tendría que acostumbrarse a una vida sin él, sin verlo a diario en las clases, sin ningún encuentro clandestino, sin volver a hablar…
Él tendría su vida y ella la suya. Dos líneas paralelas que quizá no se cruzasen más. Al menos no de esa forma. Y apenas podía soportar pensar en llegar a esa situación. No cuando se sentían tan bien juntos.
"Dijimos que seguiríamos con esto hasta aclararnos. Y aún no lo hemos hecho. Así que… sigamos."
Ella ya se había aclarado. Lo tenía todo amargamente claro. Y lo quería a él. Completamente. Con todo lo que eso conllevaba. Sin medias tintas, sin barreras. Quería estar con él. Pero no podía. Esa no era la decisión correcta.
«Me estoy enamorando de ti», le corrigió Hermione en su cabeza, sobrecogida. «Y no puedo decírtelo. Porque esto no era lo que habíamos planeado. Y porque me aterroriza lo que podría pasar si tú también llegaras a sentir lo mismo»
—Un poco. Es por el viento —respondió, con suavidad. Fingiendo sacudir sus hombros ligeramente, como si la invadiese un escalofrío. Intentó que su voz sonara serena al determinar—: Tengo que estar haciéndote daño en las piernas… ¿Me ayudas a apartarme?
Malfoy la miró un momento más, como si intentase leer algo en sus ojos, y después asintió en silencio. De pronto parecía sentirse ligeramente fuera de lugar, como si la intimidad del momento hubiera dejado caer una defensa que él no quería perder. Como si no hubiera previsto dejarse llevar tanto por la confianza de la cercanía como para contemplarla como si… la quisiese.
La tomó de las axilas y la desencajó de entre los dos asientos con cuidado. Ella se apoyó en uno de ellos para sostenerse y permitió que él sacase sus piernas de debajo, dejándole más espacio para maniobrar. Hermione se dejó caer sentada en la proa de la barca, con un suspiro de alivio al ver que ya podía estirar las piernas. Se le habían quedado algo adormiladas al haber estado de rodillas. Cuando volvió a mirar a Draco, vio que se estaba estirando hacia el muelle, tratando de alcanzar el libro que la chica había dejado allí. Cuando lo cogió, lo sujetó bajo el brazo y se volvió hacia ella, de rodillas sobre el suelo de la barca.
—Abre las piernas —exigió entonces Malfoy, con total tranquilidad. Recuperando un tono de voz normal. Y esas tres palabras arrancaron a Hermione de cualquier posible pensamiento que todavía la atormentase. Concentrándose única y exclusivamente en semejante petición.
¿Que abriese qué?
Sus ojos marrones se abrieron de golpe, al mismo tiempo que los orificios de su nariz.
—¿Perdón? —preguntó Hermione, con tono amenazador, recogiendo y cerrando automáticamente sus piernas. Todavía estaba descalza, y con los bajos de los pantalones doblados casi hasta la rodilla—. ¿Por qué debería hacer algo semejante?
Él parpadeó. Como si estuviese asimilando su reacción. Sus ojos se entrecerraron, como si ella lo agotase.
—Porque voy a follarte con ganas contra esta inestable barca, aquí, a la vista de todos, hasta que te corras gritando mi nombre, evidentemente —recitó con sorna, abarcando el entorno con un gesto de la mano.
Hermione era lo suficientemente avispada como para ser consciente de que se estaba burlando. Que solo bromeaba, posiblemente queriendo aludir con una broma al pasional momento que acababan de vivir. Pero no importaba. El rostro de ella pasó, de todas maneras, por una sucesión de colores preocupante. Desde un saludable color crema, hasta terminar de color escarlata.
—¿P-pero qué dices…? —farfulló, escandalizada. Lo asesinó con la mirada de tal manera que el chico puso los ojos en blanco, y se apresuró a añadir, antes de que lo tirase por la borda de una patada:
—Por Merlín, Granger, te estoy tomando el pelo —articuló, como si fuera evidente—. Haz el favor de abrir las piernas.
—¿Para qué? —insistió ella, en sus trece. Con voz grave. Malfoy se frotó el puente de la nariz con la mano con la que no sujetaba el libro.
—¿De verdad no te fías de mí?
—Claro que no —espetó ella, rencorosa, entre dientes. La comisura de los labios de Draco se elevó en una sonrisita insidiosa.
—Haces bien. Pero, ahora… Abre. Las. Piernas.
Hermione frunció los labios y peleó contra la exasperación de su mirada durante unos instantes más. Pero después suspiró.
Separó un poco sus muslos, mirándolo atentamente. Sintiéndose muy violenta en semejante posición. Para su desconcierto, el chico giró sobre sí mismo para darle la espalda, todavía arrodillado, y después se impulsó con ayuda de las manos hacia atrás para acercarse a ella. Cuando se hubo colocado delante del cuerpo de la chica, se dejó caer de espaldas, acomodándose entre sus piernas, las cuales abrió más con ayuda de sus hombros. Finalmente, se tumbó bocarriba encima de su cuerpo. Con la nuca apoyada sobre su estómago y la espalda en su vientre.
Una vez concluido el proceso, echó hacia atrás la cabeza para mirarla al revés con socarronería.
—¿Decepcionada?
Hermione lo estaba fulminando con la mirada. Con abierta irritación. Quiso quejarse, solo por orgullo, pero lo cierto es que no estaba incómoda en absoluto. Además de lo gustoso de su cercanía, el cálido cuerpo del chico le estaba quitando todo el frío.
—Para variar, si me hubieras dicho desde el principio lo que pretendías, habríamos ahorrado tiempo —espetó Hermione, con retintín. Draco resopló por la nariz y sacó el libro de debajo de su brazo, abriéndolo ante él.
—Hay tiempo de sobra, solo son las seis —replicó, indiferente—. Mira, se oyen las campanas.
Hermione alzó la vista en dirección al castillo al oír también el lejano sonido de los tañidos. Malfoy tenía razón, aún tenían tiempo para estar juntos. Por una vez, disponían de varias horas solo para ellos.
Sus amigos, al igual que la gran mayoría de estudiantes, habían ido a Hogsmeade a pasar el día, y posiblemente se quedasen allí casi hasta el anochecer. Normalmente solían volver de la excursión para la hora de la cena. Draco tenía prohibidas las excursiones a Hogsmeade por cortesía de McGonagall desde el incidente con la redacción de la chica. Y Hermione había decidido que era una oportunidad difícil de ignorar para estar juntos. Últimamente, les estaba costando verse más que nunca. Y la perspectiva de estar juntos casi toda la tarde había sido demasiado emocionante como para ser verdad. De modo que Hermione amargó la cena del día anterior a sus amigos con un sermón larguísimo, que ella misma consideró insufrible, sobre lo poco apropiado que era programar una excursión en fechas tan próximas a los exámenes. De modo que ninguno de sus amigos protestó ni se sorprendió cuando ella, con la nariz apuntando al techo, les informó de que se quedaría estudiando en el castillo. Prometieron traerle algunos dulces y parecieron aliviados de separarse de ella unas horas.
Hermione bajó la mirada y contempló al chico, acurrucado entre sus piernas mientras ojeaba su libro. No pudo evitar sonreír ante la estampa, al estar segura de que él no la veía. Elevó una mano y rozó con ella su rubio cabello. Lo tenía muy fino y suave, y lacio; totalmente opuesto al suyo. Su espesa mata castaña estaba más cerca de parecerse a un Lazo del Diablo que a un cabello femenino. Peinarlo era una odisea.
—Tengo los pies mojados —señaló Hermione, ya en un tono amable. Era verdad. Seguía descalza, y sus pies estaban húmedos todavía de haberlos tenido en el agua. Temió que el joven, tumbado entre sus piernas, se mojase la ropa.
—Es igual —aseguró él, en voz baja. Su tono sonó casi perezoso. Como si hablar requiriese demasiado esfuerzo. Hermione notó entonces que su cabeza pesaba algo más. Estaba completamente relajado mientras ella lo acariciaba.
—¿Te gusta que te toquen el pelo? —cuestionó ella, complacida, sin detener sus dedos. Draco emitió un murmullo ambiguo a modo de confirmación. Y añadió, con tono despreocupado:
—Pansy lo hace a veces… Sabe que me relaja.
Los dedos de Hermione se detuvieron al instante. Su ceño se frunció. ¿Que Parkinson hacía qué?
—¿Ah, sí? Qué bien —replicó, gélida. Malfoy asintió con la cabeza, sin darle importancia. Ella vaciló, sin ganas ya de seguir acariciándolo. Tenía los labios fruncidos. Pero, antes de terminar de decidir qué hacer, escuchó al chico dejar escapar una risotada. Lo vio volver a alzar la cabeza para mirarla del revés. Curiosamente, esbozaba una sonrisa socarrona.
—¿Qué bien? Te estaba tomando el pelo, quería ponerte celosa —reveló, satisfecho—. Desde aquí puedo notar cómo me fulminas con la mirada, casi consigues freírme los sesos…
Hermione dejó escapar una exhalación afectada.
—No estoy celosa, pedazo de prepotente —se defendió, molesta. Él devolvió la vista al libro, abiertamente vanidoso. Sin creerse ni una palabra. Ella frunció los labios de nuevo, sin saber muy bien cómo sentirse ante sus palabras—. ¿Entonces no lo hace? —preguntó, vacilante, sin poder contenerse.
—En realidad, sí —admitió él, todavía con satisfacción. Ella volvió a resoplar sin poder evitarlo—. Es mi mejor amiga, tenemos confianza. Nos conocemos desde niños. No significa nada.
—Ya… —musitó Hermione, sosegándose. Se sintió ligeramente abochornada, definitivamente irracional, y trató de respirar hondo para ser dueña de sí misma de nuevo. Volvió a acariciarle el cabello—. Es verdad, no es nada malo. Harry también me lo suele acariciar, y tampoco significa nada —añadió, con soltura.
Se hicieron unos segundos de absoluto silencio. Antes de que Hermione lograse contar mentalmente hasta tres, Malfoy había cerrado el libro y se estaba incorporando de golpe, girándose para mirarla. Sus fosas nasales estaban dilatadas.
—¿Potter te acaricia? ¿Potter? ¿Por qué? —escupió con rabia, poniendo especial énfasis en el apellido del chico. Hermione le sonrió, indolente, fingiéndose sorprendida.
—Porque es mi mejor amigo —siseó, con falsa inocencia—. Y tenemos confianza…
Malfoy apretó los labios, y entrecerró sus ojos plateados. Lo había pillado de pleno.
—Eres una arpía inmadura.
—Has empezado tú.
Draco resopló y volvió a tumbarse en la misma postura, malhumorado. Abrió el libro otra vez y simuló que lo ojeaba. Hermione retomó sus caricias, ahora sonriendo satisfecha.
—O sea que no era verdad… —murmuró él, con fingida seguridad. Tan bajo que ella tuvo que esforzarse para escucharle.
—Quién sabe —repuso Hermione con picardía. Él resopló con más fuerza por la nariz, simulando quitarle importancia.
—Pues qué bien —gruñó, pasando una página con brusquedad. El pecho de Hermione retumbó en una risa silenciosa. Deslizó una mano hacia abajo para acariciarle el rostro, intentando calmarlo y demostrarle que bromeaba. Lo sintió arder bajo sus dedos. Frunció el ceño, halagada. No había previsto que se pusiese celoso de verdad.
—Oye, ¿ha habido alguna vez algo entre vosotros? —cuestionó entonces Hermione, con tono sereno. Indicando que ahora hablaba en serio—. Entre Parkinson y tú. Reconozco que antes pensaba que lo había. Siempre habéis parecido estar muy unidos.
—Hace un par de años tuvimos algo —admitió Draco, con calma—. No, de hecho fue hace tres años —se corrigió, pensativo—. Fue en cuarto curso.
A Hermione le sorprendió que fuese sincero; creyó que se negaría a contestar, o que respondería con una burla. Se analizó ante semejante información, y le agradó comprobar que no se sentía celosa en absoluto. Lo cual la hizo sentirse más dueña de sí misma. El tono de él era sereno, casi casual. Y eso, extrañamente, la tranquilizó.
—Fuisteis al Baile de Navidad juntos —recordó la joven, sin ánimo de sonar entrometida—. ¿Ya eráis pareja entonces?
—No, de hecho fue poco después del baile. Aunque, más que pareja, se podría decir que estuvimos una breve temporada… besándonos —reconoció, con una risotada nostálgica—. Porque eso no era una relación, ni era nada. Teníamos unos catorce años y éramos unos críos, solo fueron unos pocos besos. No duramos mucho. Ser novios era demasiado raro. Era más fácil ser solo amigos.
—¿Los dos llegasteis a esa conclusión? —cuestionó ella, con discreción. Él no contestó, y Hermione intuyó que no entendía a lo que se refería—. Lo digo porque… por lo poco que la conozco, Parkinson siempre ha parecido sentir algo por ti —opinó, con cautela—. Diría que incluso ahora. Te adora. Demasiado para ser solo amistad.
Draco vaciló un instante, asimilando tales palabras. Hermione lo sintió encogerse de hombros con lentitud.
—Pues… no recuerdo quién decidió dejarlo. Juraría que fuimos ambos. Diría que te equivocas… No me ha dicho nunca nada semejante —comentó, con fingida despreocupación. Pero Hermione intuyó que lo había hecho dudar de las intenciones de su amiga.
Hermione sintió una inexplicable oleada de lástima por Parkinson. Quizá la joven siguiese interesada en Draco desde cuarto curso, pero no fuese capaz de decírselo. Quizá estuviera enamorada de él; esa era la impresión que había dado siempre. Pero quizá tuviese claro que él no la quería de esa forma. Sintió una extraña simpatía por ella, a pesar de que, por descontado, la joven Slytherin no era santa de su devoción. Pero, si era así, lo habría pasado muy mal durante mucho tiempo. Quizá siguiese sufriendo por él. Y, el dolor que produce un amor no correspondido, Hermione no se lo deseaba ni a su peor enemigo.
—¿Con quién más has estado, además de Parkinson?
Se arrepintió antes incluso de terminar la pregunta. Asimilando tardíamente lo que estaba preguntando. No quería que pensase que era una chismosa, y menos en temas tan íntimos. Cerró los ojos, mordiéndose la lengua… No eran pareja, al menos no en el sentido estricto de la palabra. No tenía derecho a indagar de esa manera.
Abrió la boca para disculparse. Para decirle que no tenía por qué contestar. Pero él estaba callado. No protestaba por su indiscreción. Estaba pensando una respuesta. Y no parecía molesto, simplemente indeciso. Meditabundo.
Terminó respondiendo en voz baja, tras varios eternos segundos. Su voz apenas audible en medio del silencio del lago.
—Con nadie —confesó, lentamente, casi asimilando semejantes palabras. Hermione sintió que la sangre abandonaba sus propias mejillas. ¿Nadie?—. En mi entorno no es muy habitual… Quiero decir, no está bien visto tener muchas relaciones —habló con tono desapasionado, pero parecía sentir la necesidad de justificarse—. Mis padres son muy conservadores en ese aspecto. En realidad, casi todas las familias puras de sangre son así. Menos la madre de Zabini —comentó con lúgubre humor—. Se supone que debo encontrar una pareja sangre limpia para toda la vida, casarme, y tener hijos que perpetúen el linaje. Punto. Es mi responsabilidad para con mi sangre. Otro tipo de… noviazgos esporádicos están muy mal vistos en la alta sociedad mágica.
«Y nunca has querido decepcionar a tus padres con romances ocasionales que pusieran en peligro tu reputación. Ni siquiera a sus espaldas, sin que se enterasen. Ni siquiera siendo un adolescente», completó Hermione, en su mente, sintiendo un hormigueo de compasión por él. Por la presión de tener que complacer a una familia así. Por lo duras que eran las normas en su mundo.
—Tampoco he estado interesado en nadie —añadió él con súbita brusquedad. Como si se estuviese arrepintiendo de lo que había dejado escapar. De todo lo que ello implicaba.
—Claro, entiendo… —se apresuró a decir la chica, intentando que no se sintiese juzgado.
Le estaba costando asimilarlo. Asimilar la realidad. A pesar de sus palabras, a pesar de lo que le acababa de contar… Él había roto todas las normas que le habían impuesto para estar con ella. No había estado con nadie más. Y ahora se había involucrado con ella en un romance esporádico, que definitivamente no acabaría en boda. Menos aún en una conveniente boda entre sangre limpias que perpetuase el linaje. Ella ya lo había sabido, de alguna manera. Desde que comenzaron dicha relación, ambos lo tuvieron claro. Que no tenían permitido hacer lo que estaban haciendo, en muchos aspectos. Sintió que empezaba a ser más consciente de las repercusiones reales de que la gente se enterase de lo suyo. No solo sus compañeros. Toda la sociedad. Draco estaba arriesgando su reputación, y eso, en su mundo, era prácticamente lo más importante. Sintió que ahora era más consciente de todo ello de lo que lo fue cuando comenzaron. Ahora que se había involucrado más en su vida, ahora que comenzaba a comprender su punto de vista. Y sintió una oleada de cariño hacia él tan fuerte que el pecho le dolió.
Y había otra información que flotaba en su subconsciente. Si Pansy Parkinson había sido la única pareja que había tenido en toda su vida, y únicamente se había besado con ella, entonces él era…
—¿Y tú? Los rumores de lo que tuviste con Potter, ¿al final eran ciertos? —cuestionó Draco, de nuevo con hosquedad. Posiblemente queriendo cambiar de tema. Viéndose arrancada de sus pensamientos, Hermione frunció el ceño con extrañeza al registrar sus palabras.
—¿Qué rumores? —quiso saber, desconcertada.
—Los de Corazón de Bruja. Durante el Torneo de los Tres Magos. Aquella periodista… Rita Skeeter escribió sobre ello. Pansy y yo fomentamos los rumores porque nos pareció divertido. Pero admito que nunca supimos si era cierto o no. Supusimos que no, pero… bueno… —enmudeció de sopetón. Sonando algo molesto. Y la chica casi se rio al comprender que estaba recordando su reciente broma de que le acariciaba el cabello.
Hermione dejó escapar un ofendido resoplido.
—Oh, eso no era verdad. Rita Skeeter quería ser portada, y para ello inventó todo lo que se le ocurrió sobre Harry. Era todo mentira. Odio esa estúpida revista…
Sintió a Draco soltar una orgullosa risotada. Al parecer más animado.
—Lo suponía —se jactó, y Hermione adivinó que tenía una presuntuosa sonrisa en los labios—. ¿Qué me dices de Weasley? —quiso saber de nuevo, con un tono menos jocoso.
Hermione guardó silencio durante unos instantes. Titubeando, preguntándose cuánto revelar de sus pensamientos más íntimos. Él había sido sincero. Y era justo que ella también lo fuera con él.
—Ron es más… complicado —murmuró, sin saber muy bien cómo empezar.
—¿En qué sentido? —cuestionó él. Y su tono sonó tan frío como Hermione se esperaba.
—Hace años me… gustaba —confesó, meditabunda—. En nuestros primeros años en Hogwarts.
—Entonces me mentiste.
A Hermione se le aceleró el corazón. Aguardó un instante, pero él no dijo nada más.
—¿Qué?
—En King's Cross. Me dijiste que no sentías nada por él. Que era como un hermano.
—Y no siento nada por él —esclareció ella, con algo más de firmeza—. Te estoy hablando del pasado. De cuando tenía once años. Como tú me has hablado de Parkinson —él guardó un frío silencio, pero pareció ser suficiente—. Nunca ha habido nada entre nosotros —aseguró, con más calma—. Pero… es cierto que antes me gustaba. Ron es muy divertido, me hacía reír. Lograba hacernos reír en las peores situaciones. Y es una persona maravillosa, valiente, e increíblemente generoso. Pero… supongo que no es eso lo único que busco en alguien para que sea mi pareja. No es suficiente. He terminado comprendiéndolo con el paso de los años. Era demasiado niña en aquél entonces. Cuando me paré de verdad a pensarlo, de forma más racional, entendí que no congeniamos en muchas cosas. En cosas importantes. Ron no es trabajador, en absoluto —suspiró con algo de frustración—. No se esfuerza por lo que quiere. Siento que es… demasiado inmaduro en algunos aspectos. E insensible. A veces se ha comportado… —no quiso terminar la frase, no queriendo hablar de esa manera de su amigo. Draco estaba en silencio, y la chica se preguntó si lo estaría aburriendo con tanta explicación. Pero, ahora que había empezado, no podía parar. Nunca le había dicho nada de eso a nadie—. Ni siquiera fue capaz de pedirme que fuese al Baile de Navidad con él. Lo hizo, pero como última opción, cuando no encontró a nadie más. Y me dolió muchísimo. Y entonces me dije a mí misma que no podía querer de esa manera a alguien que no me consideraba su primera opción. Creo que ahí empecé a olvidarme de él. Y, además, cuando me vio con Viktor Krum él fue… —se interrumpió de nuevo, recordando las acusaciones de su amigo de confraternizar con el enemigo. Las nuevas acusaciones de ese mismo año ante su amistad con Theodore Nott. Tragó saliva, luchando por sobreponerse—. Hemos discutido tantísimas veces… Él nunca ha entendido nada de lo que yo he hecho —recordó de súbito cómo, en tercer año, Ron dejó de hablarle cuando ella avisó a la profesora McGonagall de que a Harry le habían enviado una Saeta de Fuego anónima por correo, provocando que desmontaran la escoba para revisarla—. No entiende que, para mí, cumplir las normas es importante. No entiende que quiera luchar por los elfos domésticos. Cuando creé la P.E.D.D.O.…
—¿La qué? —preguntó entonces Draco, interrumpiéndola por primera vez. Y entonces Hermione descubrió que la estaba escuchando con atención, sin perderse ni una palabra. Algo incrédula, atragantándose con una sonrisa, se apresuró a responder:
—La P.E.D.D.O.; Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros.
—No había oído hablar de eso en mi… Ah, espera —Draco se enderezó, dejando de estar apoyado sobre su estómago, y se giró para poder verla, manteniéndose sentado. Ella apartó a un lado sus piernas encogidas para dejarle espacio. Escrutó su rostro, sin estar segura de lo que iba a encontrarse. Pero solo lucía curioso—. ¿Era ese el club, o lo que fuera, que formaste en cuarto año en defensa de los elfos domésticos? En la Sala Común de Slytherin estuvimos riéndonos durante varias semanas —confesó, con franqueza, arqueando una ceja. Hermione compuso una mueca de indiferencia, sin alterarse lo más mínimo.
—Me parece lógico. No esperaba que vosotros lo apoyaseis.
—Es que, Granger… la llamaste pedo. E hiciste insignias —recalcó, sin disimular la ironía, como queriendo hacerla despertar. Hermione frunció los labios y elevó la nariz ligeramente.
—Lo que sea. El caso es que, cuando la creé, no se lo tomaron en serio. Se suponía que eran mis amigos, pero no me apoyaron. Entiendo que tú te burlaras de mí. Pero, ellos… Él… No guardo rencor a Ron, en absoluto —se apresuró a asegurar, sin mirarlo, algo arrepentida de la forma en que estaba hablando de sus mejores amigos—. Le quiero muchísimo… Solo que no como pareja.
Enmudeció, mirándose las rodillas, rodeadas con sus propios brazos. Avergonzada de haber hablado tanto. Pero la voz de Draco volvió a romper el silencio, inmune a su bochorno.
—¿Qué se suponía que pretendías conseguir con esa P.E.D.D.O? —quiso saber, con voz incrédula. Hermione lo miró a los ojos. Vacilante. No estaba segura si se estaba riendo de ella o no.
—Derechos dignos para los elfos —murmuró, con seguridad—. Sueldos decentes, ropa, vacaciones…
Draco dejó escapar una carcajada descreída.
—Te estás quedando conmigo… Los elfos no quieren nada de eso.
—Que una persona no sepa que está siendo esclavizada no quiere decir que sea menos esclava —protestó Hermione, entre dientes, con firmeza. Draco chasqueó la lengua.
—Ellos son felices así. Viven para servir a los magos. Y obtienen casa y alimento, todo lo que necesitan. ¿Qué tiene eso de malo?
—¿Y las condiciones? —saltó Hermione, enderezándose más. Sus ojos llameaban—. ¿Acaso no sufren malos tratos? ¿Vejaciones? —se mordió la lengua para no decirle que sabía perfectamente cómo los Malfoy habían tratado a Dobby en el pasado.
—Solo son elfos, no son… —comenzó Draco con desdén, pero enmudeció al darse cuenta de que ella parecía dispuesta a darle un tortazo si terminaba la frase. La chica respiraba entrecortadamente, con los orificios de la nariz dilatados—. Solo digo que, si ellos no se rebelan, ¿por qué vamos a hacerlo los magos por ellos? Vas a meterte en una batalla que ellos mismos no quieren luchar.
—No puedo simplemente quedarme de brazos cruzados ante algo así. Tú no te rebelas porque no te interesa quedarte sin un sirviente devoto que te facilite todas las comodidades —alegó Hermione, acalorada—. Pero no porque pienses realmente que está bien. Nadie en su sano juicio encontraría la esclavitud justificable en esta época. El Ministerio de Magia tuvo que parar una revuelta contra la esclavitud de los elfos domésticos en 1973, pero nadie ha vuelto a hacer nada por ellos, y es injusto. No son inferiores a nosotros, solo son diferentes —finalizó apasionadamente.
Draco movió la lengua dentro de su boca. Pero no supo qué decir para rebatirle. Los ojos marrones de la chica se habían oscurecido. Sus mejillas, por el contrario, encendido. Sus manos se apretaban en puños. Estaba rabiosa. Estaba preciosa. Y Draco sintió que se había olvidado de respirar mientras ella hablaba. Lo único que quería era que siguiera hablando de forma tan enardecida eternamente. Esa era ella. Fuego. Y tenía que arder. Tenía que arder así siempre. Ningún idiota como Ronald Weasley tenía que hacerla creer que tenía que dar menos de sí misma.
—Crear esa plataforma es un flaco favor para los elfos —se escuchó Draco diciendo. Sus ojos captaron que los pantalones de la chica seguían arremangados. Sus manos se estiraron hacia ellos, bajándolos de nuevo a su posición original—. Sí, quizá conciencies a unos pocos magos, pero es insuficiente. Conviertes a los elfos en algo pasivo. Primero tienes que cambiar su mentalidad. Y que sean ellos los que se rebelen. No luches por ellos, enséñales que tienen que luchar.
Hermione lo miró de hito en hito. Mientras él hablaba. Y mientras le colocaba bien el bajo de los pantalones.
—Los elfos de las cocinas no quisieron escucharme, lo intenté —admitió, en un tono más recatado. Mirando los ojos del chico con fijeza. Él sacudió la cabeza, exasperado.
—Están demasiado arraigados. Un discurso, por muy emotivo que sea, no les cambiará una mentalidad así. Ya eres mayorcita. Tienes que aspirar a algo más que a un club en la Sala Común de Gryffindor. No te tomarán en serio —se arrodilló y gateó hasta el borde de la barca sin dejar de hablar. Su mano se estiró hacia el muelle, intentando alcanzar las zapatillas de la chica—. Tienes que apuntar más alto. ¿Qué vas a hacer cuando acabes la escuela? ¿Qué pasa con el Ministerio de Magia? Tiene un departamento…
Enmudeció en medio de su propia frase. Paralizándose, con una de las zapatillas de la chica en la mano. Cuando acabasen la escuela… No iban a acabar la escuela. Él estaba ayudando al Señor Oscuro a apoderarse del mundo mágico. Y ella no tendría cabida en él. No había nada más allá para ella cuando dejase el colegio. No en la sociedad mágica.
Se miró la mano. La zapatilla que sujetaba. ¿Qué estaba haciendo?
—Sí, lo sé —admitió Hermione, pensativa, sin llegar a ver la expresión aturdida del chico por sus propios pensamientos—. El Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas. Lo he considerado, es una de las opciones que estoy valorando. Pero necesitaría haber seguido cursando Cuidado de Criaturas Mágicas…
—Puntúa bastante, pero no es la única —protestó él, obligándose a abandonar sus pensamientos. Su boca hablando por cuenta propia. Regresó y dejó caer sus zapatillas con brusquedad a su lado—. Aritmancia también puntúa mucho. Para cualquier departamento del ministerio. Y tú tienes, y tendrás, Extraordinarios en todo.
La chica lo miró con ojos brillantes.
—¿De verdad? —musitó, interesada. Se colocó los calcetines de nuevo, antes de las zapatillas. Tenía los pies muy fríos—. No he llegado a…
—Los Jefes de Departamento son los que hacen las convocatorias de elección —dijo él, sentándose de nuevo ante ella y recargando los codos en el asiento que había a su espalda—. Creo recordar que en el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas piden una solicitud, y después hay que pasar una entrevista personal.
—¿Y puedo enviar la solicitud en cualquier momento, una vez que me gradúe? —preguntó la chica, inclinándose hacia él un poco más. Al chico le dio la impresión de que lamentaba no tener pergamino y pluma para tomar apuntes.
—En realidad hay que esperar a que creen convocatorias. Lo hacen cada pocos años. Pero, entre nosotros, mi padre siempre me decía que enviase solicitudes en cualquier momento. Valoran la iniciativa. Y, si por lo que sea se les queda vacante una plaza inesperada, pueden llegar a contratarte sin pasar por tantos filtros.
—¿De verdad? ¿Y eso está bien? —protestó Hermione, frunciendo el ceño. Como si no le gustase mucho la idea de entrar por favoritismo.
—No, pero así funciona la realidad. Aunque, si de verdad quieres entrar por la vía legal, y sé que es así —la miró con condescendencia, como si su honradez lo agotase—, te interesará saber que se valoran las notas de los ÉXTASIS, pero también formaciones que hayas podido hacer aparte. Sé que la Oficina de Realojamiento de Elfos Domésticos hace cursos con la intención de que después os interese su sección. He oído que es aburridísima. Pero sería un primer paso. Solo para entrar. Después podrías ascender al Departamento de Aplicación de la Ley Mágica. Ahí crearías tus propias leyes. Tus propios departamentos. Puedes cambiar el mundo.
Draco tuvo que enmudecer ante sus propias palabras. ¿Una sangre sucia cambiando el mundo mágico? Eso no estaba bien. No lo estaba, en absoluto. Pero no podía recordar por qué. Ella era capaz de hacerlo.
Hermione lo observaba con la boca entreabierta. Su expresión relucía. Se notaba sofocada.
—Suena… genial —logró articular. Y sus ojos soñadores le indicaron a Draco que le parecía más que genial—. Es… Me encantaría algo así —sonrió de oreja a oreja, dejando escapar su aliento, emocionada. Draco apretó las mandíbulas con disimulo. Sintiéndose poco satisfecho ante sus propias palabras. Hermione ladeó entonces la cabeza, mirándolo con inesperado cariño—. ¿Qué hay de la Alquimia? ¿Qué salidas tiene? Te dedicarás a algo relacionado con ello, ¿no? ¿O es más un pasatiempo?
Draco resopló por la nariz. Apartó la mirada, como si no fuera un tema importante, y fijó sus ojos en las opacas aguas. ¿A qué iba a dedicarse? A torturar muggles, a secuestrar personas…
Por un momento, mirando el lago, se imaginó que la guerra no era inminente. Que, simplemente, terminaba la escuela, y se preparaba para el futuro. Sus padres tenían dinero de sobra como para que no tuviera que trabajar en toda su vida. Nunca había considerado la opción de trabajar. No lo necesitaba. Podía hacer simplemente lo que hacía su padre. Consagrar algo de tiempo al Consejo Escolar, y dedicarse a hacer donaciones que le procurasen contactos y una vida cómoda. Pero, ¿y si… buscaba un trabajo? Algo que se le diese bien. Algo en lo que fuera bueno. Que disfrutase haciendo.
La expresión encendida de Granger al hablar con pasión de los elfos domésticos lo había inquietado. Él también quería mirar con semejante pasión su futuro.
—Ahora mismo lo considero más un pasatiempo, aunque… —confesó él, obligándose a salir de sus pensamientos—. En industrias químicas, por ejemplo, tiene mucho tirón. Y tiene muchas otras salidas. Desde tema filosófico, hasta el más conocido, el de transformar metales comunes en oro o plata.
—¿Hay alguna formación extra de Alquimia además de la asignatura optativa de Hogwarts? —preguntó Hermione con vivo interés.
—Hay un centro muy prestigioso en Egipto —comentó él, mirándose las manos. Nunca había hablado de nada de eso con nadie—. Pero no veo necesario hacerlo habiendo estudiado en Hogwarts. Si haces la asignatura de Alquimia en sexto y en séptimo, obtienes un título que te permite trabajar prácticamente donde quieras. En Gringotts, por ejemplo, suelen hacer proyectos de investigación y suelen pedir alquimistas.
—Te pega trabajar en un banco —bromeó la chica—. Sé que no aceptarás un lugar de trabajo en el cual no lleves una túnica elegante.
—Veo que empezamos a entendernos… —corroboró él, con expresión pretenciosa. Hermione rio entre dientes—. Aunque no me atraen demasiado los bancos. Buscaré otra cosa —añadió en voz más baja, menos burlón.
Hermione asintió con la cabeza con entusiasmo. Animándolo a ello. Draco apoyó mejor la espalda en el canto del asiento e intentó encajar sus largas piernas en la estrecha proa de la barca, donde ambos se habían acomodado. Aprovechando para evitar mirarla a la cara. Luchando por pensar en algo para cambiar de tema. No quería seguir hablando del futuro. No quería que llegase el futuro. El presente estaba bien. Y el pasado era más seguro.
—Oye, volviendo al tema de las… relaciones y todo eso… —recordó Draco, recuperando su tono despectivo. Aunque la palabra "relaciones" se le atoró en la lengua ligeramente. Hermione lo miró con expectación—. ¿Qué hay de Viktor Krum? Fuiste al baile con él.
—Sí, es cierto —la joven sonrió, enternecida ante sus propios pensamientos—. Era un buen chico. Pero tampoco hubo gran cosa entre nosotros. Ni siquiera besos, era demasiado mayor para mí —admitió, con una triste risotada. Un leve espasmo en el cuerpo de Draco le indicó que él también se había reído en silencio—. Me dijo que nunca había sentido lo mismo por una chica como lo que sentía por mí —recordó en voz alta, perdida en sus recuerdos—. La verdad es que siempre fue muy amable conmigo.
Las cejas de Draco desaparecieron bajo su rubio flequillo. Sus claros ojos estaban abiertos de sorpresa.
—Un momento, recuerdo eso. Lo dijeron en Corazón de Bruja —sus cejas se juntaron—. ¿Eso sí que era verdad? ¿Viktor Krum te dijo eso? ¿Viktor Krum? ¿Hablas en serio?
Hermione asintió con la cabeza, modestamente sorprendida por el asombro del chico.
—Incluso me invitó a irme con él a Bulgaria ese verano. Pero lo rechacé. No sentía lo mismo y no quería darle falsas esperanzas —admitió apresuradamente con timidez—. Estuvimos escribiéndonos cartas durante bastante tiempo, aunque ahora hemos perdido la costumbre…
—¿De verdad rechazaste a Viktor Krum? —insistió el chico, casi ojiplático. Dejó escapar una risita incrédula—. Joder. Estoy con una rompecorazones y no me había enterado…
A Hermione le pareció apreciar un deje orgulloso en la voz del chico bajo su tono burlón, pero no estuvo segura si no era su propia imaginación jugándole una mala pasada. Por el contrario, sintió una sacudida en el pecho.
¿"Estoy con una rompecorazones"?
¿Era consciente de lo que había dicho? ¿De que había hablado de ella como si, realmente, fuese su pareja? ¿Malfoy pensaba en ellos como una pareja, como una relación de verdad?
Esa posibilidad infló en ella unas esperanzas que, definitivamente, no debía alimentar. Tenía que mantener la cabeza fría. Lo suyo no era posible. Independientemente de lo que sintieran. Y eso no tenía solución.
Se obligó a mirarlo con rencor, forzando una sonrisa orgullosa.
—Muy gracioso. Si tanto te interesa, puedo preguntarle a Viktor si sigue soltero y si le apetece recibirte en Bulgaria.
El cuerpo de Draco reaccionó antes de que él mismo pudiera evitarlo. Y una sonora carcajada escapó por su boca antes siquiera de plantearse controlarla.
—Lo que me faltaba —espetó él, fingiendo haberse ofendido. Tratando de sobreponerse, cogió el libro de la chica de nuevo. Aparentó ojearlo mientras comentaba, despreocupado—: Krum está sobrevalorado. Ni siquiera es tan buen jugador de Quidditch. Uno de los mejores buscadores del mundo… —se burló—. Menuda exageración. Y no es mi tipo —añadió, siguiéndole la broma con ironía.
Hermione dejó escapar una risita. Recordaba claramente cómo Draco había intentado ganarse, sin éxito, las simpatías de Krum cuando éste visitó Hogwarts, y no pudo sino sonreír divertida.
—¿Ya te sabes la lección de Runas Antiguas? —quiso saber Hermione, entonces. Señaló su propio libro, en manos de él.
—Bah, qué va, ni la he mirado —confesó Malfoy, con rebelde desinterés—. El tema que estamos dando es una tontería…
Hermione se escandalizó como si acabara de decirle que planeaba hacerle una limpieza dental al Calamar Gigante.
—¡Pero si la va a preguntar mañana, hombre! —exclamó, asombrada al ver su apatía—. Y te pondrá mala nota si ve que no has estudiado —añadió, con el tono que hubiera empleado para decirle que, si no superaba el examen oral, lo meterían en un caldero de poción hirviendo. Malfoy la miró con abierta exasperación.
—Qué me dices… ¡Mala nota! —se burló él, llevándose una afectada mano al pecho—. Ya ves lo que me importa…
—Pues a mí sí me importa —espetó Hermione, resuelta, arrebatándole el libro y colocándolo abierto donde él no lo podía ver—. No quiero que te pongan mala nota por ser un vago redomado… ¿Qué número representa el Runespoor?
Draco parpadeó.
—¿Qué?
—¿Qué número representa el Runespoor? —repitió Hermione, sin dar su brazo a torcer—. Mañana Babbling lo va a preguntar. Respóndeme, vamos.
—Dime que estás bromeando…
—El tres —respondió Hermione, sin hacerle caso—. Porque es tricéfalo. ¿Y la hidra? ¿Qué número representa?
—Granger, ni lo intentes —le advirtió él, negando con la cabeza—. No pienso ponerme a estudiar esa mierda. Si he quedado contigo es precisamente para estar contigo, y no para hablar de hidras y de no sé qué otra cosa has dicho…
—Runespoor —repitió ella con impaciencia—. Es el número tres. Y la hidra es el nueve porque tiene nueve cabezas.
—¡Granger! —exclamó él, fastidiado. Hermione chasqueó la lengua, rindiéndose a su terquedad.
—¡Oh, vamos! ¿Qué te cuesta? Eres un gran alumno, y siempre sacas buenas notas en los exámenes, pero no te esfuerzas nada en las clases —le reprochó con firmeza, mirándolo con el ceño fruncido.
—Porque aprecio mi tiempo y sé discernir si hay alguna clase que no sirve para nada. Y esta no sirve para nada. Sinceramente, prefiero aprovechar el tiempo contigo en otras cosas que en aprenderme que un puñetero Runespoor, que no sé ni lo que es, representa el número tres…
—¿Lo ves? ¡Te lo has aprendido! —lo interrumpió Hermione, con una alegre sonrisa. Volvió a hojear febrilmente el libro—. Venga, vamos a seguir repasando, estás inspirado…
Malfoy contuvo el suspiro más profundo de su vida y cerró los ojos mientras se pinzaba el puente de la nariz con dos dedos, estresado. Oía a Granger pasar páginas a toda prisa. Nada la detendría a estas alturas.
—Muy bien, ¡muy bien! Tú ganas —cedió él, antes de que ella volviese a lanzarse con otra pregunta—. Cuando volvamos al castillo, iré a mi habitación y estudiaré ahí la estúpida lección de Runas para mañana, ¿contenta?
Ella dejó de revisar el libro y lo miró con profunda pesadez.
—No me lo creo. No lo harás.
—Sí lo haré.
—No, no lo harás.
—Sí que lo haré —articuló Draco, enfatizando las sílabas. Volvió a recargar los codos en el asiento—. Estoy cediendo. Si te digo que lo voy a hacer, es porque lo voy a hacer. No miento tan gratuitamente —arqueó una ceja con arrogancia ante la sombría mirada que ella le devolvía. Hermione lo miró durante unos segundos con inseguridad. Finalmente suspiró con pesadez, devolviéndole el libro.
—Tú ganas —suspiró ella, encogiéndose de hombros. Él colocó el libro bocabajo, abierto, sobre su estómago—. Mañana en clase comprobaré si me has mentido o no.
—Acepto el trato —repuso él, con una petulante sonrisa.
—Es demasiado. Todo esto es demasiado. Ha sido la gota que colma el vaso, esto no puede seguir así…
—¿Y qué sugieres hacer, entonces?
—No quiero seguir con esto…
—¿Qué?
—Estoy harta, harta… No eres más que un cobarde.
Hermione negaba con la cabeza, con el rostro congestionado surcado de lágrimas. Estaba furiosa. Dio varios pasos hacia atrás por el pasillo, alejándose de Draco. Él intentó avanzar hacia ella, pero los pies no le respondían. Estaba jadeando. Ella se iba. Estiró un brazo hacia ella.
—¡No soy ningún cobarde! ¡Me estoy jugando la puta vida solo hablando contigo! —gritó él. Sus pies no se movían, solo podía observarla irse—. ¡Maldita sea, yéndote así no solucionas nada! ¡Hablemos de esto!
—No tengo nada que decir. No puedo seguir con esto… —sollozó Hermione, retrocediendo otro par de pasos—. No merece la pena.
Draco jadeó, sin aire. ¿No merecía la pena?
—¿Y ya está? ¿Eso es todo? ¿Así termina toda esta mierda? —Draco, incapaz de llegar hasta ella, gritaba cada vez más. Ella seguía retrocediendo. Su voz comenzaba a fallar. Se ahogaba—. ¡No puedes…! ¡Granger, ni se te ocurra! ¡No te vayas, yo…! ¡No puedo...! ¡Granger! ¡GRANGER!
Pero ella seguía alejándose sin tregua. Él estiró el brazo al máximo, tratando de alcanzarla. Quizá si se estirase lo suficiente… Se ahogaba. Se ahogaba. Ella no podía irse así, no podía… No se había hecho a la idea. No podía renunciar a ella de esta forma tan estúpida… Sintió algo candente resbalando por su rostro…
Draco abrió los ojos de golpe, sacudiéndose entero, y lo primero que vio fue… nada. Oscuridad. ¿Dónde estaba el pasillo? ¿Dónde estaba Granger? Parpadeó, y sus ojos se fueron acostumbrando a la negrura. Estaba jadeando. Lo primero que notó fue el oscuro dosel de su cama, sobre él. Lo siguiente fue que tenía el brazo derecho estúpidamente alzado en dirección al techo. Y lo tercero fue su rostro sospechosamente húmedo de algo que no parecía sudor. Tardó todavía unos segundos en darse cuenta de que no estaba en medio de ningún pasillo, y mucho menos con Granger. Parpadeó con énfasis, intentado saber qué día era. Qué hora era. ¿Era de noche? ¿Estaba en su cama? Aún adormilado, dejó caer su brazo sobre el colchón, irritado. Debía ser muy entrada la noche. Estaba en su cama. Estaba enredado en sus sábanas.
¿Qué cojones…?
Solo había sido un sueño.
Había soñado con Granger.
Conteniendo un suspiro, se llevó ambas manos al rostro. Tenía las sienes empapadas. Era sudor. Era puto sudor. Tenía que serlo. Se las frotó con fuerza, limpiando todo rastro de gotas saladas y dejándolo ardiendo furiosamente. Maldita sea. Sintiendo que el calor de su rostro se extendía por su cuerpo de pura vergüenza, pateó la sábana lejos de él. Se secó la humedad de su frente con la manga del pijama, y dejó el brazo apoyado sobre sus ojos, desolado. Mierda. Todavía le costaba respirar. ¿Había gritado algo en voz alta? No parecía. Todos parecían dormidos a su alrededor.
¿Cómo había podido soñar algo así con ella? Al menos, pensó con deprimente ánimo, no había sido uno de esos sueños que lo habían mortificado durante medio curso y que lo hacían despertarse de madrugada para ir a vomitar. Visto así, prefería el sueño que acababa de vivir con Granger. Pero seguía sin ser agradable.
Le costaba admitir que lo que había vivido no había sido un sueño, sino una pesadilla.
"No eres más que un cobarde."
"No merece la pena."
Draco volvió a frotarse los ojos, los cuales le picaban. Sentía un molesto picor también en la nuca, pero ese era producto del bochorno. A esas alturas evocaba el confuso sueño de forma vaga, y aún así no se sentía cómodo con lo que recordaba. ¿Cómo había podido hablarle así a Granger, aunque fuese en sueños? ¿Cómo había podido suplicarle así? Por las barbas de Merlín, si algo así llegase a suceder, si era Granger quien decidía terminar definitivamente con lo que tenían, tampoco sería el fin del mundo… Ni por todo el dinero de Gringotts le suplicaría a gritos que no lo abandonase. Que tenía dignidad, joder. Y ella seguía siendo una sangre sucia, después de todo. Era inferior a él. Por su sangre. Lo era. Claro que lo era. Sí. Claro. Sí…
Intentó, conscientemente, imaginar que todo acababa. Preparándose, aunque sabía que no lo necesitaba. No volverían a encontrarse a escondidas, ni tendría motivos para contemplarla durante minutos enteros en clase. Ni tampoco podría mirarla a los ojos sin esbozar una mueca de desprecio después. Volverían a ser los rivales que habían sido siempre. Volvería a insultarla sin remordimientos. Volvería a meterse con Potter, y Weasley, y Longbottom… Vaya, eso no sonaba tan mal. Pero tampoco volvería a sentir su blanda boca contra la suya, ni tocaría su rostro… No volvería a tocar ninguna parte de ella.
Se obligó a tomar una bocanada de aire. Agradeciéndolo cuando entró en sus pulmones. Vale, eso estaba mejor. ¿Cuándo había dejado de respirar?
No le estaba gustando el resultado, así que se obligó a seguir divagando. Hasta sentirse satisfecho de su propia reacción.
No tendría motivos para mentir a sus colegas y escaparse para verse con ella. Pasaría más tiempo con ellos. Tampoco tendría que estar alerta en clase, buscando el momento idóneo para mandarle una arriesgada y discreta nota sin que nadie lo viese. No volvería a vivir los minutos previos a encontrarse con ella. Sabiendo que era cuestión de segundos que apareciese por la esquina. Ese último gesto de pasarse los dedos por el cabello para asegurarse de que se veía peinado. De asegurarse de que tenía la corbata elegantemente aflojada. De frotarse una mano contra la otra porque le hormigueaban las palmas.
Se obligó a respirar de forma más acelerada, en busca de oxígeno. Había dejado de respirar y ahora, al intentarlo de nuevo, le costaba. El rostro le ardía.
Se imaginó entonces a la chica con otra persona. Con otro hombre. Alguien sin rostro. Alguien con quien tuviese permitido estar. Alguien que le gustase. Alguien a quien sus amigos aprobasen, que incluyesen en su grupo de imbéciles. Ella se enamoraría de él. Tendría las cualidades que buscaba en una pareja. No sería inmaduro o vago como Weasley. Para ella, sería perfecto. Adecuado. Y esperaría ansiosa el momento de verlo. De sonreírle. En público, si así lo quería. Porque nadie la juzgaría. Ni tampoco a él. Podría dedicarle sus sonrisas… querría dedicarle sus sonrisas. Sus emocionadas explicaciones, que él entendería y fomentaría. El fuego de sus ojos, su aliento, su deseo… Todo sería para él.
Y entonces se dio cuenta de que estaba apretando los dientes con tanta fuerza que su mandíbula había protestado emitiendo un pinchazo.
Jesús.
Para.
Resopló en voz alta ante su secuencia de pensamientos, obligándose a alejarlos de sí. Respiró con fuerza. Inundándose de aire.
¿Qué diablos ha sido todo eso?
Mierda. Estaba sudando. Frío.
Se asustó. De sí mismo. Del temblor de su pecho. ¿Cómo podía… estar sintiéndose tan mal? Y eso que solo había sido su imaginación. Todo eso sería realidad algún día. Y no podía reaccionar como acababa de hacerlo.
«Por Dios, tío, vuelve en ti…»
Respiró hondo una última vez, casi con necesidad, y se frotó el rostro de nuevo, aunque era contraproducente para que dejase de arderle. Cerró los ojos y trató desesperadamente de pensar en otra cosa. Necesitaba algo que lo distrajese. Si seguía pensando en Granger, sufriría un puto infarto.
O quizá no. La respuesta le llegó con una oleada de inspiración: el mapa de Granger.
Abrió los ojos, emocionado ante su ocurrencia. Había pretendido mirarlo cuando Nott y Zabini se durmiesen. Pero, al parecer, él mismo se había dormido antes que ellos.
Giró el rostro hacia la derecha, y escrutó con ojos entornados las camas de Crabbe y Goyle, vacías desde hacía semanas, y la de Zabini, que también se encontraba vacía. Eso le extrañó algo más, aunque no era descabellado. Miró hacia la izquierda, escrutando la cama de Nott en la penumbra. El bulto que había bajo las mantas le indicó que su amigo sí se encontraba allí. Pero no se movía, y parecía que estuviese profundamente dormido. Eso le dio luz verde.
Se incorporó un poco, intentando no hacer ningún ruido, y abrió el cajón de su mesilla con cautela. Sacó el trozo de pergamino que le había robado… tomado prestado a Granger, su varita, y volvió a cerrar el cajón. Corrió a su alrededor las pesadas cortinas de terciopelo, casi opacas, y encendió la varita. Miró el pergamino en sus manos.
Encontrándose lo último que esperaba ver.
Su mandíbula se desencajó.
No había ningún mapa. Estaba en blanco.
¿Cómo era posible? Le dio mil vueltas entre sus manos. Abriéndolo y cerrándolo varias veces. Se detuvo, escrutando el pergamino vacío, pensativo. Bueno, en el fondo no era tan extraño. Tendría alguna especie de hechizo, algo que ocultaba su contenido. Y, posiblemente, al no usarse durante un tiempo, se activaba, por seguridad. Aunque eso revelaba que no era igual que los mapas de Filch. Esos no tenían hechizo de ningún tipo.
La cuestión era, ¿cómo revelarlo?
Apuntó la varita hacia el pergamino.
—Specialis revelio—susurró. Pero el pergamino siguió intacto. Volvió a intentarlo con otro hechizo—: Aparecium.
Unas letras aparecieron escritas, con letra cursiva, sobre la superficie. Draco se estremeció de satisfacción. Lo había logrado. Pero… no… Solo eran palabras. No era un mapa. Frunciendo el ceño, intentó descifrar la caligrafía.
El señor Lunático presenta sus respetos al heredero de los Malfoy y le pide que sea un chico bueno y no toque cosas que no le pertenecen.
El señor Cornamenta está de acuerdo con el señor Lunático y le gustaría añadir que el señor Draco Malfoy es feo.
El señor Canuto quisiera hacer patente su asombro de que un idiota como él haya logrado leer hasta aquí sin morir en el intento.
El señor Colagusano le desea al señor Draco Malfoy buenas noches, y le aconseja tomar el sol, que su palidez da grima.
Draco tuvo que leerlo tres veces. ¿Qué?
Resopló con fuerza, irritado, y sacudió la cabeza. ¿Estaba soñando todavía? ¿Qué clase de chiste era ese? ¿Acaso era un mapa de broma, de la tienda de artículos de broma de Zonko, y estaba haciendo el idiota?
Se rascó la barbilla. Quizá era una especie de mecanismo por si alguien intentaba hacer aparecer el mapa sin los medios apropiados. Parecía necesitar un hechizo concreto. O una contraseña. Y no tenía ni idea de cuál podía ser.
Se le ocurrió que podía visitar la biblioteca al día siguiente y buscar hechizos que le sirviesen para hacer que el mapa volviese a aparecer. Aunque no tenía demasiadas esperanzas. Resignado, dobló el pergamino, apagó la luz de su varita, y volvió a abrir su cortina. No tenía sentido insistir esa noche. Lo miraría mejor mañana. Se estiró hacia su mesilla, con la intención de guardarlo, y fue entonces cuando escuchó un fuerte golpe a los pies de su cama.
Se congeló, con el pergamino aferrado en una mano y la varita en la otra. Sin entender nada. ¿Qué ruido había sido ese?
Escuchó las mantas de Nott moviéndose ante él. Y una luz apareciendo súbitamente. Draco parpadeó, acostumbrándose a la repentina iluminación. Nott estaba girado dentro de las mantas, en su dirección. Había encendido el candil de su mesilla.
Draco miró a sus pies. Descubrió entonces que su libro de Runas Antiguas estaba tirado en el suelo. Abierto, bocaabajo, con la página doblada contra la alfombra. Ah, ahora lo recordaba. Había estado estudiando la lección de Runas Antiguas para la clase del día siguiente, tal y como le había prometido a Granger esa tarde, en la Casa de los Botes. Pero debía de haberse quedado dormido mientras lo hacía, dejándolo olvidado entre las mantas. Y el libro, de tapa dura, se había caído de la cama al moverse. Mierda.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Nott, con voz pastosa—. ¿Qué ha sido ese ruido?
Draco maldijo el sueño ligero de su amigo. Y vaciló. No le había contado a Nott nada del mapa que le había quitado a Granger. Le aterraba la idea de que alguien lo escuchase hablar de ello. De que algo se filtrase.
Se estiró hacia la alfombra y alcanzó el libro de Runas Antiguas. Dejando a su vez el pergamino en su regazo, fuera de la vista de su amigo, para que no viese los insultos hacia él que habían aparecido en su superficie. Definitivamente, eso suscitaría preguntas.
—Lo siento. Estoy estudiando —reveló, agitando el libro con creíble sorna. Como si fuera evidente—. Y se me ha caído el libro.
Nott entrecerró sus ojos enrojecidos por la falta de sueño.
—¿Estudiando?
—Runas, la lección de mañana.
—¿Estás estudiando Runas? ¿Tú? —cuestionó de nuevo, ahora con evidente recelo. No se creía ni una palabra. Se enderezó en la cama hasta quedar sentado.
—Solo intentaba que me diese el sueño, enseguida lo dejo —comentó Draco, como si tal cosa. Pero había comenzado a dar nerviosos golpecitos con su varita contra el pergamino que correspondía al mapa, sin darse ni cuenta. Como si así luciese más inocente.
Nott lo miró sin que se redujese la incredulidad en su expresión. Miró alrededor y sus ojos se detuvieron en la cama vacía de Zabini, pero no comentó nada. Después intentó enfocar su reloj de pulsera.
—Son las cuatro de la mañana. ¿No te ha dado el sueño todavía?
—Me he desvelado —replicó Draco, comenzando a impacientarse. Los golpecitos con la varita fueron más rápidos—. Estaba dormido y me he despertado, eso es todo… No hace falta que me interrogues así, ¿qué te pasa? —protestó entonces, fingiendo molestarse—. ¿Qué mal puedo hacer estando tumbado en la cama, estudiando?
Nott pareció relajarse un poco, pero siguió mirándolo con suspicacia.
—Ninguno, supongo —murmuró, en voz baja, frotándose un ojo con el puño.
—Pues eso... Tienes el sueño demasiado ligero, ¿cómo he podido despertarte?
—Yo qué sé… Aprovecharé para ir al baño —farfulló, aún algo descolocado. Bajó las piernas al suelo, pero se mantuvo sentado. Lo miró de nuevo, ahora turbado—. Lo siento. Me preocupaba que estuvieses preparando otra fechoría de las tuyas. ¿Seguro que no estás maquinando nada? Ayer ya te metiste en problemas hechizando a McLaggen.
Draco rio entre dientes, satisfecho de sí mismo. Lo golpes con la varita redujeron la velocidad y se volvieron casi distraídos.
—Ya, fue buenísimo.
—No, no lo fue —replicó Nott con impaciencia—. Y es precisamente por eso que no me fío ni un pelo de tus intenciones… McGonagall terminará por asesinarte si tiene que volver a castigarte. Júrame, si te atreves, que no estás planeando nada malo —lo señaló con un dedo acusador, volviendo a lucir receloso.
Malfoy esbozó una amplia sonrisa socarrona.
—Como quieras. ¿Un Juramento Inquebrantable o te vale con un pacto verbal? —Nott dejó caer los párpados, molesto ante su guasa. Pero Draco se llevó una mano al corazón y elevó la barbilla—. Te juro… eh… —vaciló, intentando pensar en la manera más remilgada de decirlo.
—Solemnemente —completó su amigo, arqueando ambas cejas. Draco rio en un siseo.
—Qué elegante, me gusta… Te juro solemnemente que no estoy no planeando nada malo —completó Draco con una sonrisilla. Nott entrecerró sus ojos azules. Resignado. Su molestia parecía estar esfumándose.
—¿Cómo has podido utilizar dos negativos? —se burló, abandonando gran parte de su enfado.
—¿Quieres que use tres?
—Quiero que seas sincero, capullo.
—Pues, siendo sincero, no tengo buenas intenciones. Para qué te voy a mentir —reveló, socarrón, mirando a su amigo con suficiencia—. Planeo pillar mañana a los Creevey. Y encantar esa estúpida cámara que tiene el hermano mayor para que, cuando se active el flash, se convierta en un canario... Con un poco de suerte, intentará sacarle una foto a Potter.
Nott sonrió sin malicia.
—Déjalo, no sigas, no quiero ni saberlo. Haz lo que te dé la gana. Ya sabía yo que algo estabas tramando… —recargó su peso hacia atrás, en las manos—. ¿Cómo quedaría la frase entonces? —añadió, con perezosa burla. Draco lo miró con renovada diversión.
—¿Cuántos negativos?
—Solo uno, a ver si eres capaz.
—Ajá, veamos… —Draco miró al techo, organizando sus pensamientos—. Te juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.
—Impresionante léxico —se burló Nott, riendo entre dientes—. Deberías decírsela mañana a McGonagall cuando vuelva a castigarte —se le escapó un bostezo y apoyó los codos sobre las rodillas—. ¿Dónde has estado esta tarde? Te he estado buscando al volver de Hogsmeade y no te he encontrado…
—Por ahí —masculló Draco, ahora sin demasiado entusiasmo. Apartando la mirada de su amigo. Nott lo miró con atención, luciendo más despierto.
—¿Has estado con ella? ¿También se ha quedado en el castillo? —cuestionó, sin necesidad de aclarar de quién hablaba. Draco se tensó de forma automática.
—Cierra la boca —protestó al instante, en un cuchicheo—. No hables de ella, no es seguro.
Nott lo miró con una mueca de impaciencia.
—Estamos solos, hombre. ¿Quién nos va a escuchar? Si quieres podemos ponerle un apodo…
—Te ruego que no termines esa frase.
—¿Qué te parece… tu snitch dorada? Eres buscador, los Gryffindor rezuman color dorado, y esas cosas… —se burló, satisfecho de sí mismo. Draco le dedicó una mirada de profundo menosprecio.
—Creo que es la mayor gilipollez que has dicho en tu vida.
—Cállate, soy un puto genio…
—No se te acaba de ocurrir, ¿verdad?
—Claro que no… ¿Has estado con tu snitch, entonces, o no?
Draco lo miró con pesadez. Midiendo su respuesta.
—Sí —admitió secamente.
—¿Y qué tal? ¿Qué habéis hecho?
Draco entrecerró sus ojos con abierta desconfianza. Nott frunció el ceño, divertido.
—Me dijiste que no os acostabais ni nada por el estilo, no me mires así. No te estaba preguntando por vuestras intimidades. Solo… a dónde habéis ido. O de qué habéis hablado. Era una especie de cita, ¿no?
Draco calibró esas palabras. Nunca había considerado sus encuentros con Granger como "citas". Solo eran… encuentros. Acordaban verse en un sitio y allí charlaban sobre alguna noticia de actualidad, o algo sobre las clases, o sobre cualquier cosa, y compartían algunos besos. Besos alucinantes. Se dijo que no tenía nada que ver con una cita. Y después comprendió que quizá sí. Pero no le gustaba el término. Ellos no tenían citas.
—Hemos estado en la Casa de los Botes —comentó, sin estar seguro de lo que iba a decir—. No va mucha gente; está hecho un desastre, se cae a pedazos. Así que ahí nadie nos podía encontrar. Y, si bajaba alguien por las escaleras, lo veríamos enseguida, es una zona amplia —se sintió algo extraño al estar compartiendo en voz alta las precauciones que tenían que tomar. Nott no dijo nada, y Draco siguió hablando, mirando su colcha—: Hemos… leído El Profeta. Y Granger estaba estudiando para el examen de mañana de Runas. Aunque, antes de eso —la comisura izquierda del chico se estiró, por su propia voluntad, perdido en sus pensamientos—, Granger me ha contado algo buenísimo. Resulta que Nick Casi Decapitado y el Fraile Gordo hicieron ayer una apuesta con Finnigan y Thomas para ver quién podía comer más. La gente apostó dinero por ellos y todo. Los Gryffindor son patéticos. Y, al hacer la competición, resulta que los fantasmas trajeron comida podrida y los Gryffindor en buen estado. Se pusieron a discutir y Granger tuvo que intervenir. Al parecer intentó disuadirlos —su pecho se sacudió en una risotada—, pero no pudo. Así que se puso a redactar las normas de la competición en un pergamino. Es única. Solo ella podría ponerse a redactar normas para un reto tan absurdo. Así que concluyeron que cada uno comería la comida en el estado que quisiera, pero controlando las cantidades. Y, entonces —su voz se quebró ligeramente, conteniendo una nueva risa—, va Granger y dice…
Pero se interrumpió de sopetón. Porque había alzado la mirada para ver a su amigo. Y la expresión de Nott lo hizo reaccionar. Lo estaba contemplando en silencio desde hacía no sabía cuánto tiempo. Con una sonrisa cándida en sus labios. Casi condescendiente. Como si fuese lo más normal del mundo que llevase un minuto entero parloteando sin parar de una tontería que le dijo Hermione Granger.
Draco crispó el rostro al instante. Sintiendo que el calor se apoderaba de él. Una súbita vergüenza calentar sus extremidades.
—Sigue —pidió Nott, al verlo enmudecer. Sin borrar su sonrisa—. ¿Qué dijo Granger?
—Nada, una tontería, es igual —protestó Draco, cortante. Se recolocó en la cama con un brusco movimiento, volviendo a tumbarse, dando por terminada la conversación. Nott frunció el ceño.
—¿Qué te pasa? Cuéntamelo…
—Una gilipollez. Olvídalo. ¿No ibas al baño? Lárgate.
Nott arqueó una ceja. Podía ver claramente en el rostro de su amigo lo que había pasado. La forma en que se había detenido al darse cuenta de cómo estaba hablando de ella. Con cariño.
Y se había enfadado. O quizá aterrorizado.
Nott sacudió la cabeza, resignado ante la severidad de su amigo consigo mismo, y se encaminó por fin hacia el baño, cerrando la puerta tras él. Draco dejó escapar un bufido cargado de frustración. Cada vez eran más las cosas que tenía que concentrarse en controlar. Empezaba a cansarse de sí mismo. A encontrarse desquiciante.
La puerta de la habitación se abrió y Zabini hizo acto de presencia. Sus ojos oscuros lucieron confusos al verlo despierto y con la luz encendida.
—¿Habéis montado una fiesta y no me habéis avisado? —bromeó, elevando una negra ceja.
—Te estábamos esperando —confesó Draco, con afilado sarcasmo—. Nott te espera en el baño —Zabini rio entre dientes y se acercó a su cama. Todavía iba vestido con ropa informal—. ¿De dónde sales? —preguntó, intentando concentrarse en algo que no fueran sus estresantes pensamientos.
—Los del equipo han conseguido dejar abierta la puerta que hay tras los invernaderos. Filch no la suele vigilar casi nunca. Nos hemos ido al campo de Quidditch a estar un rato —reveló Blaise, mientras cogía su pijama del baúl—. Hemos traído algunas cosas de Hogsmeade. Te lo iba a decir, pero no te he visto por ninguna parte al volver.
Draco sacudió la cabeza.
—Estaba ocupado. No hay problema.
Se incorporó en la cama, mientras Zabini se cambiaba, y cogió sus pertenencias para guardarlas por fin en la mesilla. No obstante, se congeló en medio de la acción.
Los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta, proveedores de artículos para magos traviesos, están orgullosos de presentar
EL MAPA DEL MERODEADOR
El mapa había aparecido sobre el pergamino como por arte de magia. ¿Cómo demonios lo había hecho?
Con el corazón desbocado, se aseguró de un rápido vistazo de que Zabini estaba de espaldas, y se acercó el mapa a los ojos. Ahí estaban: todos los pasillos, aulas, torres y pasadizos del castillo. No sabía qué había de diferente con los mapas de Filch, pero intuía que, si Granger lo tenía en su poder, debía ser especial.
Frunció el ceño. Algo pequeño y negro se movía sobre el mapa. Compuso una mueca. ¿Habría hormigas en su cama? Qué asco… A la débil luz del candil de la mesilla de Nott, sacudió el pergamino y trató de quitar con el dedo lo que él creía que era un insecto, hasta que lo vio: Sobre el diminuto puntito en movimiento, había un cartelito que rezaba "Argus Filch". Su boca quedó abierta. El conserje estaba en ese momento patrullando por un pasillo del tercer piso. Con el nerviosismo a flor de piel, buscó con la mirada hasta dar con los dormitorios de Slytherin. Allí, sobre una de las camas, estaba un puntito sobre el cual se leía "Draco Malfoy", cerca de uno con las palabras "Blaise Zabini"; y, unos metros más lejos, dentro de otra habitación contigua, un puntito con el cartel "Theodore Nott".
No podía creerlo, era demasiado bueno para ser verdad. ¿Qué hacía Granger en posesión de algo tan fabuloso? ¿De dónde lo había sacado? Un mapa que te decía dónde estaban cada una de las personas del castillo en todo momento. ¡Era perfecto! Siguió escrutándolo con la mirada. Allí aparecían los mismos pasadizos que en los mapas de Filch, se los sabía de memoria. Con la excepción de que no estaban tachados. El de la Galería de Armaduras. El de la bruja tuerta del tercer piso. El del espejo del cuarto piso… No había logrado entrar en ninguno de ellos. Aunque…
Había un nuevo pasadizo en ese mapa que no figuraba en el de Filch.
Un árbol enorme, situado en los jardines del castillo, ocultaba un misterioso pasadizo que comunicaba con… el borde del mapa. Se salía de la página. No sabía hasta dónde llegaba. Intentó orientarse, pensando qué había en esa dirección. ¿Hogsmeade, quizá? Daba igual, mientras saliese del castillo, podía utilizarlo. Ese árbol era el Sauce Boxeador, sin ninguna duda.
Draco se secó el sudor del labio superior con mano trémula. No podía creerlo. Ahí estaba. Acababa de dar con la solución. Podía introducir al Señor Oscuro en el castillo.
No podía estar seguro, pero hubiera apostado su nueva Saeta de Trueno a que ese pasadizo no estaba bloqueado.
Draco retrocedió de un salto y la gruesa rama pasó como un látigo por delante de sus narices, no rozándolo a duras penas. Tan pronto la rama zumbó lejos de él, echó a correr todo lo rápido que sus largas piernas le permitieron. Otra rama se lanzó hacia él pero se arrojó de cabeza al suelo, intentando caer sobre su hombro para poder rodar. Consiguió sortearla y terminar de cuclillas, listo para seguir corriendo. La inercia hizo que se levantase, pero una nueva y gruesa rama lo alcanzó de lleno en el estómago, sacándole todo el aire. Sintió que sus pies se levantaban del aire y se vio lanzado hacia atrás. Rodó sobre sí mismo, sin poder ver nada. Tan pronto dejó de dar vueltas, se puso en pie, mareado, sin pensarlo siquiera, haciendo ademán de seguir corriendo. Como si el maldito árbol no se esperase eso por su parte y pudiera pillarlo desprevenido.
Pero, evidentemente, no surtió efecto. Una burlona rama se aprovechó de sus reflejos minados por el mareo y lanzó un latigazo en el suelo ante él, sin llegar a tocarlo.
Draco trastabilló por la sorpresa y retrocedió, cayendo de culo en la hierba, jadeando con fuerza. No intentó volver a levantarse. Volvía a estar fuera del alcance del sauce. En el punto de partida. Se secó la frente con el dorso de la mano, intentando recuperar el resuello. Sus ojos grises reluciendo rabia a la luz del amanecer.
No había pegado ojo esa noche. No después de haber logrado hacer funcionar el mapa de Granger y haber localizado ese nuevo pasadizo. Escuchó los ronquidos de Nott y Zabini durante horas, luchando por no enloquecer. En cuanto calculó que los primeros rayos de sol estaban despuntando, se puso el uniforme a toda velocidad y se dirigió a los jardines, con sus compañeros todavía dormidos. Los pasillos estaban desiertos, pero las puertas ya estaban abiertas y no tardó demasiado en llegar al Sauce Boxeador. Una vez allí, se dio cuenta de que había una dificultad que no había previsto. Que aquel árbol era una puñetera arma ofensiva.
No había logrado acercarse al tronco ni un solo metro. Apenas traspasaba el perímetro de sus ramas, estas se arrojaban contra él como látigos de forma sincronizada. Zumbando en el silencio de los jardines, arrancándole gritos cada vez que alguna daba en el blanco. Intuía que uno de sus intentos, que había terminado con una rama arrojándolo por los aires varios metros, le había dejado en el pecho una buena herida. A juzgar por cómo le escocía.
Se mantuvo patéticamente sentado, observando a su violento enemigo. Evaluándolo. Era lo suficientemente inteligente como para rendirse de intentar sortear sus ramas valiéndose solo de su agilidad. Ni siquiera se había acercado en lo más mínimo al tronco, no tenía sentido seguir procediendo de la misma manera. Tampoco habían surtido efecto varios hechizos de inmovilización que había intentado.
Comprobó el reloj y asimiló que se estaba perdiendo el desayuno, pero no podía importarle menos. Se llevó una mano al pecho y sacó el mapa, afortunadamente intacto. Todavía jadeando, lo escrutó con atención. El pasadizo definitivamente partía del interior de ese árbol, hasta perderse en el borde del mapa. Tenía que haber una entrada entre las raíces.
Se aseguró de que no había nadie en los jardines aparte de él y contempló la etiqueta con su propio nombre, cerca del dibujo del árbol. Frustrado. Mirando sin verla. Pensando qué hacer a continuación. Cómo detener las ramas.
Sus ojos se vieron atraídos por el pergamino. Parpadeó, asegurándose de que estaba viendo bien. Una línea había aparecido justo al lado de su nombre. Una simple línea, corta y fina. A pocos pasos de donde él se encontraba. Draco miró alrededor, escrutando la hierba a su alrededor. Intentando situar la línea del plano.
Y la vio. Una rama. Realmente había una rama en la realidad.
¿Qué clase de magia era esa?
Miró el mapa de nuevo. Vio las huellas que se correspondían a su situación acercarse a la línea. O a la rama. Su "yo" del mapa pareció coger la línea, a jugar por cómo ésta cambió de posición, y la apuntó hacia el dibujo del sauce. Se acercó a él. Y entonces la etiqueta que correspondía a su nombre se superpuso con el dibujo del árbol, como si hubiera logrado entrar.
El mapa lo estaba ayudando.
Draco alzó la mirada y la fijó en la rama. No entendía muy bien en qué le ayudaría, pero no perdía nada por intentarlo. Guardó el mapa de nuevo, mientras se ponía en pie. Cogió la larga rama y observó el árbol. Seguía moviéndose de forma salvaje, asegurándose de que no se acercaba. Apuntó la rama hacia él. Nada cambió. Cogiendo aire, intentó acercarse de nuevo, usando la rama como escudo defensivo.
El resultado fue acabar rodando otra vez por el suelo, casi colina abajo, con un nuevo corte en el hombro.
Se puso de pie, tambaleándose. Sacó de nuevo el pergamino. Conteniendo las ganas de romperlo en cachitos diminutos. El cartel que correspondía a su nombre estaba haciéndolo de nuevo. Había cogido la línea y la acercaba al árbol. Draco entornó los ojos. Acercaba la línea, y la alejaba de nuevo. De forma breve. Una vez. Como si lo presionase con ella.
Miro al árbol. Esto no podía ser buena idea. Ese puto mapa se estaba burlando de él.
Lo guardó otra vez y se acercó lo más que pudo sin que las ramas lo detectasen. Estiró el brazo, con la rama en la mano. En dirección al tronco. Vale, llegaba a tocarlo sin arriesgarse a perder el brazo. Las ramas no lo atacaban. Golpeó el tronco tentativamente. Nada sucedió. Golpeó otra zona. Y otra. Y otra. Se movió en otro ángulo. Giró alrededor del tronco. Tocando cada zona. Sintiéndose totalmente imbécil.
Había un nudo asomando por la corteza. Un único nudo. Draco lo presionó, con fuerza.
Las ramas cayeron a su alrededor. Inmóviles. Inofensivas.
Su mandíbula cayó de igual manera. Jadeó con incredulidad. Casi una risotada. Conteniendo las ganas de lanzar un grito de alegría.
Respiró hondo para llenarse de fuerzas y se lanzó corriendo al tronco. No tardó mucho en encontrar un hueco entre las raíces. Negro como la boca de una Quimera. Encendió la varita y, sin permitirse vacilar, se agachó y entró en él. Avanzó a gatas por una rampa de tierra hasta la boca de un túnel de techo bajo. Elevó el brazo con su varita. No veía el final. El aire se sentía viciado ahí abajo. Avanzó con cautela, con la espalda incómodamente doblada. Durante mucho tiempo. No parecía tener fin. Tardó mucho rato en sentir que el terreno se elevaba y serpenteaba. Vio una estrecha abertura por fin, iluminada tenuemente. Se detuvo antes de cruzarla, aguzando el oído. No oía voces. Ni tampoco ninguna clase de ruido. No tenía ni idea de dónde aparecería.
Con todo el sigilo que pudo reunir, salió por la abertura. Se encontró en una desierta habitación, desordenada y llena de polvo. El suelo estaba sucio, lleno de manchas aquí y allá. Había algunos muebles, pero estaban destrozados. La única ventana estaba cegada con tablones de madera. Algo de luz entraba por las rendijas. Parecía abandonada. Pero tenía que asegurarse.
—Homenum revelio —susurró, con voz queda, apuntando al techo. Nada sucedió. Allí no había nadie.
Se sacudió la tierra de la ropa, por inercia, y también de la parte superior del cabello. A la derecha había una puerta abierta, que daba a un vestíbulo en sombras. ¿Qué lugar era ese?
Con la varita todavía encendida, salió al vestíbulo y encontró una escalera, en muy mal estado. Cubierta de polvo, al igual que todo lo que lo rodeaba. Ascendió con cuidado los escalones, queriendo ver el piso superior. Llegó a un oscuro descansillo, en el cual encontró una puerta entreabierta. La abrió con el hombro, con todos sus sentidos alerta, por si las moscas. Se encontró con un dormitorio. Había una enorme cama con dosel y colgaduras andrajosas y llenas de polvo. Y una nueva ventana tapiada.
Se acercó a ella, y agitó la varita para apartar las tablas de madera. Estas crujieron y se levantó una nube de polvo. La luz del amanecer inundó la estancia cuando los sucios cristales quedaron al descubierto. Draco acercó el rostro a ellos, tratando de ver el exterior. El sol lo cegó ligeramente. Vio algunos tejados. Casas bajas. Alcanzó a ver el cartel de la taberna Cabeza de Puerco.
Estaba en la Casa de los Gritos.
—… entonces, como ya saben, el Encantamiento Excavador lo practicarán con más detenimiento en su clase de Herbología sobre las plantas de Snargaluff, pero… Ah, señor Malfoy —se interrumpió Flitwick, al ver asomar la cabeza del muchacho por la puerta. Algunos alumnos que no estaban tomando apuntes lo miraron también—, pase, pase. Cierre la puerta. Pero intente llegar algo más puntual la próxima vez, por favor. Gracias. Bien, como decía, hoy veremos la parte teórica del…
—¿De dónde sales? —susurró Theodore, tan pronto Draco se dejó caer sentado a su lado en el pupitre—. Te has ido de la habitación tempranísimo. Ni has ido a desayunar. Empezaba a preocuparme, ¿por qué siempre llegas tan tarde?
Draco estaba intentando recuperar el aliento. Nott siempre se sentaba en la primera o en la última fila, y a Draco le venía de perlas que en clase de Encantamientos se decantase por ésta última. Tenía que contarle lo que había descubierto. Pero suponía que antes necesitaba contexto.
Giró el rostro a la derecha discretamente. Los Gryffindor se sentaban en esa zona de la clase. Una espesa melena castaña caía sobre los hombros de una Hermione que escuchaba a Flitwick embelesada. Henchida de deseo de que realizase cualquier pregunta para empezar a demostrar todo lo que ya sabía sobre el Encantamiento Excavador.
—Intento llegar a las clases que compartimos con los Gryffindor justo después de la campana. Para que no vuelva a suceder lo de la… redacción —miró a su amigo a los ojos, viendo cómo éste luchaba por comprender de qué le hablaba—. Se lo prometí a… mi snitch —añadió entre dientes, a regañadientes, sabiendo que así se le encendería la bombilla—. Intento evitarla en público todo lo posible. Aunque hoy he calculado la hora algo mal —había tardado más de lo esperado en volver de la Casa de los Gritos.
Nott arqueó ambas cejas. Ahora sabía de qué le hablaba. Pero pareció costarle asimilarlo.
—No lo sabía —murmuró, escrutándolo con atención. Miró a Hermione por encima del hombro de su amigo, al otro lado del pasillo. Flitwick acababa de preguntar algo, y la chica ya estaba estirándose al máximo en su asiento, con el brazo en dirección al techo y los ojos brillando de entusiasmo—. Ya me había dado cuenta de que últimamente siempre llegabas muy justo a clase, pero pensaba que era simplemente que no te apetecía venir…
—Eso es lo de menos —siseó Draco, con prisa. Echó otro rápido vistazo alrededor—. Tengo que hablar contigo —su mano se acercó al regazo de su amigo. Nott miró y vio que le tendía un pergamino doblado—. He encontrado una manera. Mi padre está salvado, Nott.
La voz de Draco apenas fue un susurro. Theodore tuvo que leerle los labios. Sus ojos se abrieron y su aliento escapó por su boca, afectado. Se miraron mutuamente, digiriendo tal información. Draco giró el rostro, asegurándose de que nadie lo había escuchado. Pero todos estaban mirando a Hermione Granger. Sus ojos también se clavaron en ella. En su perfil resplandeciente de satisfacción. Su voz familiar atravesó la adrenalina de su cerebro, colándose en su interior. Templando sus extremidades. Ralentizando su pulso acelerado de tantas emociones.
Estaba respondiendo a la pregunta del profesor Flitwick con tantos detalles que Draco sabía que éste poco más tendría que añadir al respecto una vez terminase.
¡Uf, importantes avances! 🙈 Lo más importante de todo es que Draco ha encontrado una forma de introducir a los mortífagos… ¡Por la entrada del sauce boxeador! 😱 Me vais a disculpar lo poco creíble de cómo ha descubierto la contraseña para el Mapa del Merodeador, soy muy consciente de que es improbable 😂 (además de que no se borra a no ser que se mencione "travesura realizada", lo sé, lo sé… aunque creo que debería funcionar así para evitar robos xD), pero me apetecía muuucho escribir la escena con Nott así, y me lo he pasado estupendamente escribiéndola, me declaro culpable 😂 ja, ja, ja Me encanta también cuando Draco se pone a parlotear con Nott sobre Hermione y se queda callado de golpe, avergonzado… Me parece muy natural, ¿a quién no le ha pasado que no puede dejar de hablar de alguien que le gusta, o que todo lo que dice le parece divertido o digno de ser contado? 😉
Hermione, por su parte, se ha aclarado con lo que siente. Quiere estar con Draco. Y punto. Se ha dado cuenta de que no solo es atracción, no solo le gusta, sino que se está enamorando de verdad 😥. Aunque ha llegado a la conclusión de que, por desgracia, sienta lo que sienta, no puede ser… 😭 Y también ha tenido una íntima conversación con Draco sobre pasadas relaciones (o no-relaciones ejem ejem), entre otras cosas, en la cual se han descubierto varias cosillas interesantes je, je… 😏
¿Qué os ha parecido el capítulo? ¡Ojalá os haya gustado mucho! 😊
¡Muchas gracias por leer! Estaré encantada de leer vuestros comentarios si os apetece escribirme.
¡Un abrazo enorme y hasta el próximo! 😘
