¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 😊 Vamos allá con un nuevo capítulo. ¡Espero que tengáis ganas de saber cómo continúa! 😊

Como siempre, mil millones de gracias a todos los que estéis leyendo esto, ¡ojalá os siga gustando la historia! 😍 Y un abrazo especial a todos los que me dejáis un comentario con vuestra opinión, de verdad que me hacéis muy, muy feliz y me dais toda la energía del mundo para seguir publicando, sabiendo que os está gustando je, je. 😍

¡Continuamos! Draco ya sabe cómo introducir a los mortífagos en el castillo… ¿y ahora qué?


CAPÍTULO 36

Polvos Flu

—Correcto, señorita Patil —la severa profesora Babbling sonrió complacida y bajó la mirada para revisar la lista de nombres que tenía sobre el escritorio—. Veamos… Señor Hopkins, ¿qué número representa el Demiguise?

El joven moreno alzó la mirada, dando un respingo, y miró a su profesora de Runas Antiguas casi con temor. Tras varios segundos de incómodo silencio, Hopkins se acomodó las gafas y balbuceó:

—No estoy seguro…

—En ese caso debería usted estudiar más, señor Hopkins —replicó Babbling, con aspereza—. Esta es una de las lecciones más básicas de las Runas Antiguas avanzadas, y, si no la domináis, poco podréis hacer en el ÉXTASIS de la asignatura…

Devolvió la mirada a la lista con los nombres de sus alumnos, mientras Hopkins se encogía en su asiento, avergonzado. La profesora vaciló un instante, y después fue visible cómo su expresión variaba, convirtiéndose en una cargada de pesadez. Volvió a alzar la mirada.

—¿Señor Malfoy? —llamó, casi con ironía. Como se llama a alguien que se sabe desde el principio que va a provocar algún problema—. ¿Sería usted capaz de decirme qué número representa el Demiguise?

Draco Malfoy, sentado al fondo del aula, balanceándose descaradamente sobre las patas traseras de su asiento, junto a un Theodore Nott que lo miraba con resignación, esbozó una media sonrisa socarrona.

—Lo haría si me lo preguntase, profesora —replicó, con falso tono afectado y clara burla. Se oyó una carcajada general, y muchos de los alumnos se giraron para mirarlo, con admiración y diversión. Hermione también giró la cabeza, para dedicarle una mirada de reproche al oír el tono con el que le habló a la profesora.

Babbling suspiró y lo miró con mayor resignación.

—Señor Malfoy, ¿qué número representa el Demiguise? —preguntó con impaciencia, pero sin llegar a enfadarse.

—El cero —respondió el joven al instante, sin dejar de balancearse en la silla—. Por su habilidad para volverse invisible.

La profesora Babbling, que ya estaba buscando un nuevo nombre en la lista, alzó la mirada al instante, perturbada. Muchos de los alumnos abrieron las bocas con sorpresa. Ahora la clase al completo estaba girada para mirar a un relajado y altivo Malfoy. Hermione se obligó a mirar al frente, apoyando la boca sobre su puño para contener una sonrisa.

Ah… Bien, bien, señor Malfoy… Es correcto —articuló la profesora, desconcertada, como si ella misma tratase de asimilarlo. Miró su lista de nombres un instante, pero después volvió a fijar sus ojos en el joven rubio, como si fuese la primera vez que lo veía—. ¿Y el Runespoor?

Malfoy amplió su media sonrisa satisfecha.

—El tres. Por ser tricéfalo.

La profesora parecía creer que el muchacho no era quien decía ser. Como si hubiera Poción Multijugos de por medio.

—Muy… muy bien, señor Malfoy. Me alegra ver que ha comenzado a tomarse en serio la asignatura —tosió un poco, intentando recuperar la compostura, y añadió, intentando hablar con autoridad—: Pero haga el favor de sentarse correctamente en la silla —de nuevo volvió a mirar su lista de nombres, todavía luciendo atribulada—. Señorita Jones, ¿qué número representa la Acromántula?

La mayoría de los alumnos devolvieron la atención a la profesora, todavía con aspectos desconcertados. Hermione miró sobre su hombro, buscando su mirada con disimulo, tratando de imprimir a su rostro una apariencia seria por si alguien la observaba. Los ojos de Draco también la buscaron. Los orbes de Hermione brillaron de diversión. Él, con el rostro igualmente impávido para evitar ser descubierto, le guiñó un ojo de forma fugaz. Theodore fingió estar muy ocupado con las cutículas de sus uñas.

Unos súbitos y livianos golpes en la puerta interrumpieron la voz de Jones, y atrajeron las miradas de todos. Se abrió a los pocos segundos, dejando ver a una joven rubia de baja estatura, de un curso inferior de la Casa Slytherin.

—Señorita Greengrass —saludó la profesora con amabilidad—. ¿Puedo ayudarla?

—Disculpe que interrumpa, profesora Babbling —saludó Astoria Greengrass, luciendo algo cohibida ante tantos pares de ojos fijos en su rostro. Se acomodó un largo mechón rubio tras la oreja antes de añadir—: Me envía el profesor Snape. Me ha dicho que quiere ver en su despacho a Draco Malfoy inmediatamente.

Todos los ojos del aula se movieron al unísono para fijarse de nuevo en Draco. El chico, mirando la puerta por encima del hombro al igual que todos sus compañeros, tardó en reaccionar. Su rostro apenas se alteró, pero sus rubias cejas se apretaron ligeramente. No parpadeó.

La profesora Babbling parecía algo contrariada pero suspiró.

—Muy bien, imagino que será algo importante. Puede salir, señor Malfoy. Estoy segura de que el señor Nott podrá proveerle de los apuntes. De todas formas, si le surge alguna duda, venga a verme.

Draco no contestó nada, y se limitó a levantarse con parsimonia. Por suerte, no le importaba ser el centro de atención, y sus manos estaban firmes mientras recogía sus pertenencias, a pesar de que todos sus compañeros lo observaban casi con avidez. Echó a andar hacia la salida con andares desenvueltos, recorriendo el pasillo en dirección a Astoria, que lo esperaba con la puerta solícitamente abierta.

Hermione, que había intentado lucir creíblemente intrigada, como el resto de sus compañeros, no pudo evitar que su ceño se frunciese con ligera inquietud cuando el chico abandonó la estancia. Esperaba que no hubiese sucedido nada grave…

Draco cerró la puerta tras él y arqueó una ceja en dirección a Astoria. Ésta le dedicó una cómplice sonrisa, luciendo más tranquila al encontrarse a solas con él.

—¿Qué hace Pucey ahí? —cuestionó la chica a modo de saludo, señalando el aula con la cabeza.

—No ha salido grupo de Runas Antiguas en sexto, así que viene con nosotros —reveló Draco sin entusiasmo, echando a andar por el solitario pasillo en compañía de la joven.

—Oh, no lo sabía. ¿Se puede hacer eso? —murmuró la muchacha, frunciendo el ceño con desinterés. Draco se encogió de hombros.

—Al parecer sí. Al muy capullo Runas Antiguas se le da genial, así que lo han adelantado de curso. Solo hará un año y le contará como dos —la chica asintió con la cabeza, con una mueca, demostrando sorpresa. Draco cambió de tema, poco interesado en ese momento en los estudios de sus colegas.

—¿Tienes idea de qué quiere Snape?

—No, lo siento —admitió Astoria, mirándolo con disculpa—. Al terminar la clase de Pociones me ha dicho que venga a buscarte a esta clase y te diga que vayas a su despacho. ¿Te has metido en algún lío con los Gryffindors? —bromeó, intentando quitarle gravedad al asunto.

Draco esbozó una media sonrisa.

«No te haces una idea…»

—Muchos, pero ninguno que haya podido descubrir —se burló, fingiéndose satisfecho. Astoria soltó una carcajada—. ¿Qué tal va todo? —preguntó, intentando generar una conversación normal y aparentar que la reunión con su profesor no lo alteraba lo más mínimo.

La hermana de Daphne era una versión idéntica, más joven, de su hermana mayor. Bastante más baja que Draco, de largo cabello rubio y vivos ojos verdes. Era pizpireta y afectuosa. A Draco le agradaba su compañía cuando coincidían en el Gran Comedor, o en la Sala Común. Habían jugado al ajedrez mágico juntos alguna vez y era realmente buena. Y sospechaba desde hacía tiempo, corroborado por una discreta Daphne, que la muchacha sentía algo de debilidad por él.

—Muy bien —aseguró la chica, girando el rostro para mirarlo a los ojos con simpatía mientras caminaban—. ¿Y tú? Mi hermana dice que estás muy ocupado, que te ve poco. ¿Estudiando duro?

—Entre otras cosas —respondió él, evasivo, intentando lucir enigmático—. Pero tu hermana se la pasa pegada a la cara de Nott, así que es normal que no me vea…

Astoria se echó a reír.

—Están monísimos juntos, ¿verdad? —Draco esbozó una media sonrisa pero no contestó—. Mi hermana está atontada. Nunca la había visto tan contenta. Theodore le gusta mucho…

—Son tal para cual —admitió Draco, indiferente—. En lo de contentos y atontados. ¿Qué clase tienes ahora?

—Encantamientos —respondió la joven, y accedió con una sonrisa a preceder a Draco por un dintel que bajaba unas escaleras, cuando él se lo ofreció con un gesto—. Estamos con las clases de repaso antes de los TIMOS… Voy a estar luego en la biblioteca con Higgs, si quieres venir —ofreció, y su expresión se volvió ligeramente amilanada.

Se detuvieron en un cruce, pues ambos tomarían rumbos diferentes.

—Ya tengo planes —se disculpó el chico sin dar demasiados detalles. Realmente, tenía pensado intentar escribir a Granger y preguntarle si quería verse con él esa tarde—. Además, dudo mucho que Higgs quiera que yo vaya… —se burló, mirándola con ojos entrecerrados. Astoria bufó, acalorándose.

—Cierra el pico —le espetó, elevando la barbilla con orgullo y alejándose por el pasillo, pisando fuerte. Draco rio con la garganta.

—Sé buena —se despidió, cuando ella ya se alejaba. Astoria giró el rostro y le sacó la lengua.

Draco sacudió la cabeza, viéndola irse. Preguntándose cómo podía sentirse tan lejos de todo eso. De una vida adolescente normal. De coqueteos en bibliotecas, o chismes sobre los noviazgos de su entorno. Sentía que todo eso no iba con él. Últimamente, su vida se sentía de todo menos como la de un adolescente corriente…

Recordó los besos intercambiados con Granger en la biblioteca. Cómo hablaron del noviazgo de Nott y Greengrass ocultos bajo las gradas. Irónicamente, pensó que Granger era su único enlace con una vida normal. Y eso que lo que tenía con ella no era normal. Secreto. Prohibido. Peligroso.

Metió las manos en los bolsillos de su túnica mientras atravesaba el Vestíbulo en dirección a las mazmorras. ¿Cómo sería tener una relación normal con ella? ¿Una relación propia de dos adolescentes de dieciocho años? Compartir una mesa de la biblioteca para estudiar juntos después de clase, poder hablar a cualquiera sobre ella, recorrer juntos los pasillos, a la vista de todo el mundo, pasar tiempo con sus mutuas amistades, el sexo

Sintió un calor que no había previsto subir por su espalda y alcanzar su cuello. Notó que se le había secado la boca y le costó tragar, sintiendo su saliva espesa. Se permitió, en un atrevido arrebato, arropado por la soledad de los pasillos, fantasear. De forma rápida. Podía oírla respirar de forma entrecortada, contra su boca, contra su oído. Podía sentir su peso caliente sobre sus muslos, sentada a horcajadas sobre él, en aquella inestable barca. Piernas abiertas sobre él. Apretándose. Moviéndose. Con una finalidad tan manifiesta... Buscando un roce que... Oh, joder...

Inhaló con necesidad y resopló por la nariz. Con fuerza. Vale, suficiente. No era el momento de pensar en eso. Definitivamente no lo era.

Pasar tiempo con sus amigos… Ese era el pensamiento que necesitaba. Tangencialmente opuesto a algo erótico. Una imagen de él mismo jugando al ajedrez mágico con Potter casi le arrancó una carcajada en voz alta. Lo que le faltaba. Por suerte eso no sucedería nunca.

Pero todo lo demás…

Tampoco. Pero eso ya no le gustaba tanto.

Hablar a otras personas de ella. ¿Cómo se sentiría? Sin disimular. Sin fingir. Refiriéndose a ella como su… ¿Pareja? ¿Su… chica?

Su chica. Qué gilipollez.

—Mi chica… —murmuró en voz alta. En voz apenas algo más alta que un siseo. Entre dientes. Lo justo para oírse a sí mismo. Solo para saber qué se sentía decir algo así. Para confirmar lo absurdo que era.

Mientras se preguntaba cuándo su vida interior se había vuelto tan poco interesante, se encontró de pronto en las mazmorras, ante la puerta cerrada del despacho de Snape. Conteniendo un impaciente suspiro, llamó tres veces con los nudillos. Intentando ignorar la opresión de su pecho. No podía significar nada bueno que Snape lo mandase llamar tan repentinamente. ¿Tendría algo que ver con la vez que lo pilló husmeando en el despacho de Filch? ¿Querría volver a interrogarlo sobre su misión? No podía saber que ya había encontrado un pasadizo que le sería útil, eso solo se lo había contado a Nott. ¿O quizá…?

De pronto, una oleada de aire frío atravesó su columna. ¿Y si había sucedido algo? ¿Y si a su padre le había ocurrido algo en Azkaban? ¿Y si a su madre le habían hecho algo…?

La puerta se abrió de un tirón, cortando sus pensamientos de golpe, y Snape se materializó en el umbral. Sus ojos negros se clavaron en Draco, sin hacer ningún ademán de saludarlo. El chico le devolvió la mirada, esforzándose en sonsacar algo de un primer vistazo a ese impávido rostro. Alguna primera impresión. Pero no vio nada con claridad. Su expresión era seria, grave, como era habitual en él. Aunque normalmente no lucía esa expresión con él. Durante muchos años, él había sido su alumno favorito. Y lo había adulado y favorecido por encima de todos los demás. Pero, desde no hacía tanto tiempo, posiblemente desde la discusión que mantuvieron sobre su misión en el despacho de Filch, su relación se había enfriado considerablemente.

Por ello no sabía qué esperar de esa súbita reunión, a solas.

Snape se apartó a un lado de un rápido movimiento, dejándolo entrar. El muchacho se adentró en el despacho con pasos decididos. No pensaba dar la impresión de estar asustado.

A pesar de no ser ya el profesor de Pociones, Snape seguía utilizando su viejo despacho. La habitación era lúgubre y poco iluminada. Las oscuras paredes estaban recubiertas de estanterías llenas con decenas de tarros de vidrio, que contenían cosas definitivamente repugnantes y viscosas, flotando en pociones de colores diferentes. Cuando alcanzó a distinguir lo que parecía la peluda pata de una especie de conejo, flotando en un líquido blanquecino, Draco se vio obligado a apartar la mirada. Había un armario a la izquierda, con ingredientes de pociones. Y también un escritorio, con dos sillas, una tras la mesa y otra ante ella, delante de una oscura chimenea de piedra. La chimenea atrajo su mirada. Y también la repisa. Vio el pequeño cuenco. Polvos Flu.

Sin esperar invitación por parte de su profesor, Draco se dejó caer sentado en la silla para invitados. Luciendo un aire impaciente y aburrido. Como si lo último que desease fuese estar allí, y no se molestase en disimularlo. Como si le pareciese una pérdida de tiempo. Dejó caer su mochila al suelo cuando escuchó la puerta cerrarse. Se cruzó de brazos y se recargó en la silla, esperando a que el profesor apareciese en su campo de visión. Había el suficiente espacio entre su silla y el escritorio como para estirar sus largas piernas, de modo que lo hizo, cruzándolas a la altura de los tobillos.

Sintió su presencia acercarse por su izquierda, y alzó la mirada para verlo situarse en el hueco entre el escritorio y la silla de Draco, junto a sus piernas arrogantemente estiradas. No parecía que fuese a sentarse tras su mesa.

Draco intentó esbozar su mejor expresión despreocupada, mirándolo de reojo, sin hacer apenas contacto visual directo con él.

—¿Quería verme, prof…?

No terminó la soberbia frase, emitida con tono aburrido. Algo cerró de pronto sus cuerdas vocales. E hizo que, en un abrir y cerrar de ojos, se encontrase mirando de nuevo las estanterías que había a su izquierda.

Y fue la mano de Snape estampándose contra su mejilla, dándole un fuerte revés con el dorso.

El cuello de Draco casi crujió por el brusco movimiento, y estuvo a punto de desestabilizarse en la silla. Sus brazos se descruzaron, y sus piernas volvieron a doblarse por pura inercia. Por pura sorpresa. De hecho, a pesar del fuerte ardor que se instaló en su mejilla derecha, apenas alcanzó a entender lo que acababa de suceder.

No volvió a llevar el rostro al frente. Se quedó quieto, muy quieto, asimilando muy lentamente que Snape acababa de darle una bofetada con todas sus fuerzas. Tras recorrer sin ver la fila de tarros de una de las estanterías, volvió a girar el rostro. Y lo elevó para ver a su profesor. Apenas podía cerrar la boca. Y mucho menos podía pensar en algo para decir.

Ese golpe era lo último que hubiera esperado. Eso, y la expresión que lucía Snape en ese momento.

Estaba furioso. Furioso como Draco nunca lo había visto. Siempre se veía serio, altivo, frío e impasible. Su sola presencia, su expresión impávida, bastaba para mantener el orden en cualquier lugar. Nunca lo había visto perder los estribos más allá de desesperarse cuando Longbottom hacía estallar su caldero en plena clase. Pero ahora estaba completamente desquiciado. Su rostro estaba tenso como un pergamino, sus labios crispados en una mueca de rabia. Los orificios de su ganchuda nariz se expandían y contraían mientras respiraba con dificultad. Sus negros ojos, dos pozos sin fondo, ahora eran dos abismos. Incluso sus negras cortinas de grasiento cabello se habían despeinado ligeramente por el rápido movimiento de golpear al chico.

Vio su mano agitarse, con la varita en ella. En un movimiento rápido y fluido. Silenciando la habitación.

—¿Qué crees que estás haciendo, chico? —susurraron sus labios, sin apenas moverlos. Hablando entre sus dientes amarillos e irregulares. La varita desapareció en el interior de su túnica.

Draco siguió sin ser capaz de formular palabra alguna. De hecho, se sentía casi ajeno a su propio cuerpo. Sabía que debía preocuparse, porque aparentemente estaba metido en un buen lío, pero no terminaba de comprender qué sucedía.

—¿Cómo se… atreve…? —logró articular finalmente, en forma de jadeo. Snape, crispando la boca, volvió a alzar el brazo y a llevarlo a un lado, como si pretendiese repetir el golpe. Como si encima no pudiera creer que Draco protestase. Pero no lo hizo y, tras vacilar un instante, volvió a bajar la mano. Su cetrino rostro estaba más pálido que nunca.

—¿Te has vuelto loco? —volvió a susurrar, tomándose un largo rato para emitir cada palabra. Su grave voz apenas audible en el silencio de la habitación—. ¿En qué estás pensando…?

—¿De qué está hablando? —cuestionó Draco, elevando el tono de voz. Sentía su mejilla arder todavía, y estaba comenzando a sentir la rabia invadirlo. No iba a tolerar que lo tratase así. ¿Cómo había sido capaz de…?

—¿Qué… demonios está pasando entre Hermione Granger y tú? —preguntó Snape de sopetón, de nuevo entre dientes. Sin molestarse en alzar la voz, a diferencia de Draco.

Y Draco se olvidó de si estaba sentado o no. Se olvidó de cerrar la boca. Se olvidó de respirar. No sentía su cuerpo. No oía nada. Solo podía mirar los ojos negros de Severus Snape, atravesándolo con una ira que de pronto había cobrado todo el sentido del mundo. Y entonces sintió calor. Sintió el calor apoderarse de él, empezando en sus piernas, ascendiendo por su vientre, su estómago, sus brazos, hasta alcanzar su cuello. El calor aumentaba, sin control posible. Estaba ardiendo. Ardiendo de pánico.

—¿Qué? —se escuchó diciendo, aunque hubiera jurado que era otro quien controlaba sus labios. Los sintió resecos, y se preguntó cuánto rato hacía que no cerraba la boca.

—El señor Filch ha venido a verme hace una hora —sentenció Snape, de nuevo en ese tono frío y bajo. Sin parpadear. Parecía estar controlándose para hablar con calma. La calma antes de la tormenta—. Me ha contado que el Prefecto de la Casa Slytherin, y la Prefecta de la Casa Gryffindor han sido sorprendidos manteniendo relaciones en un escobero de su propiedad, y que, a pesar de sus protestas, la profesora McGonagall no ha emitido un castigo. Quería que yo me encargase de ello —añadió con ironía, y su tono de voz hubiera resultado gracioso de no ser por la frialdad de sus ojos—. ¿Qué demonios significa todo esto?

—Es mentira —se escuchó Draco farfullando. Sin siquiera pararse ni un segundo a pensarlo. Intentó elevar la barbilla, luciendo ofendido de semejante acusación—. ¿Cómo se atreve? Yo jamás he tocado a esa sang…

El súbito movimiento de Snape lo hizo enmudecer de golpe. Su profesor se inclinó hacia él y se detuvo a apenas medio palmo del rostro de Draco, con las manos apoyadas en los reposabrazos de su silla, sosteniendo ahí su peso. Con tanta rapidez que le arrancó un visible estremecimiento.

Ni te atrevas a negármelo, muchacho —susurró contra su rostro, sin parpadear—. Sé que es verdad, ahora solo quiero saber el por qué de semejante aberración. Qué demonios ha pasado. Qué pretendes involucrándote con alguien como ella. Qué sientes por ella…

—¡No siento nada por esa…! —gritó Draco, haciendo ademán de ponerse en pie, no pudiendo hacerlo al tener todavía a su profesor inclinado sobre él. Snape lo empujó del pecho, volviendo a hacerlo sentarse, y enmudeciendo su defensa.

—Escúchame bien, Draco —se acercó un poco más a él, hasta casi rozar su nariz con la suya—. Si estás interesado en morir, hay formas más rápidas y con las cuales no te llevarás por delante a tu madre, como atarte una piedra al tobillo y tirarte al Lago Negro. Narcisa se jugó su maldita vida en Navidades, mintiendo al Señor Oscuro, para retrasar el momento en el que tomases la Marca Tenebrosa. Tu madre está intentando protegerte a toda costa de la temible vida que te espera. Porque ser partidario del Señor Oscuro no es una vida fácil, quizá a estas alturas ya te hayas dado cuenta… Y tienes una pobre forma de agradecérselo. Si el Señor Oscuro descubre, que lo hará, que sientes algo por una hija de m…

—Ya le he dicho que no siento nada por… —volvió a insistir Draco, entre dientes, atravesándolo con la mirada.

—¡No me mientas! —casi gritó Snape, sin alejarse ni un centímetro, elevando su profunda voz por primera vez. Sus brazos temblaron en su apoyo en los reposabrazos—. ¿A qué estás jugando entonces? ¿Qué pretendes? ¿Qué hay entre vosotros?

—¡Nada, maldita sea! ¿Cómo cojones voy a tener algo con una sangre sucia? ¡Es asqueroso, es antinatural, es…! —volvió a gritar Draco. Y se atragantó él mismo con sus propios apelativos. Incapaz de pensar en ninguno más. Incapaz de escuchar la credibilidad y el verdadero asco en sus labios. Enumerándolos como si fuera una lista automática. Enmudeció, jadeando, desesperado por seguir hablando, sin conseguirlo.

Snape guardó silencio, escrutándolo. Su rostro relajándose ligeramente por primera vez.

Se enderezó, incorporándose del todo hasta volver a quedar de pie ante él. Analizaba el cuerpo del chico al completo, como si lo viese por primera vez. Draco lo escuchó intentar respirar. Lo veía cavilar. Snape cerró los ojos un instante, como si sus propios pensamientos lo atormentasen. Dejó escapar un suspiro, como si estuviese intentando recuperar de nuevo la compostura.

—¿Qué pasa con tu misión? —cuestionó, de nuevo con voz queda. Se pasó la lengua por los dientes y pareció incapaz de sosegarse, pues añadió con más gravedad—: ¿Acaso no pretendes completarla? Draco, abandonar una misión directa del Señor Oscuro es un suicidio... ¡Maldita sea, chico, te pusieron la Marca Tenebrosa hace dos meses! —exclamó con mayor énfasis—. ¡Ahora mismo podrías estar muerto! ¡Agradece que el Señor Oscuro te considera un adolescente inútil incapaz de poseer la mínima inteligencia como para traicionarlo, porque, si se le hubiera ocurrido investigar sobre ti un poco, ya estarías muerto! ¿En qué estás pensando?

—Deje de hablar de mí como si fuera un maldito traidor a la sangre, o un desertor del Señor Oscuro, porque no lo soy —protestó Draco del tirón, con toda la rabia que pudo reunir. Sintiendo su corazón bombear lento y pesado en su pecho—. Por supuesto que la misión sigue en pie. Y la voy a cumplir. Tengo un plan. Ya sé cómo hacerlo. Está todo listo.

Snape pareció sorprenderse ante eso. Volvió a tomarse unos segundos para escrutarlo, mirándolo de forma extraña.

—¿Qué tienes pensado? —preguntó en un susurro.

—Ni piense que le voy a decir ni una palabra —protestó Draco, desdeñoso.

—Podría ayudarte —añadió, con aspereza. Como si fuera evidente, pero Draco fuese estúpido.

—Cuanta menos gente lo sepa, mejor saldrá todo —respondió el chico, con mezquina burla.

—¿La señorita Granger sabe que estás bajo las órdenes del Señor Oscuro? —cuestionó Snape de súbito, con una nueva serenidad.

Draco abrió la boca para volver a protestar, para negarlo todo, para decirle que todo aquello era una locura sin sentido… pero no le salió la voz. Tragó saliva y trató de articular alguna palabra, pero no lo logró. Porque, con esa simple pregunta, había logrado que Draco recordase hasta qué punto lo suyo era imposible. Que realmente, realmente, no podía haber nada entre ellos. Que nunca podrían estar juntos. De ninguna manera que se le ocurriese.

Solo estaban viviendo una ilusión.

El rostro de Draco se endureció, mientras intentaba liberarlo de toda emoción. Porque no quería que Snape viese en su expresión cómo se le estaba quebrando el pecho. Respiró hondo por la nariz, cuadrando ligeramente los hombros. Sabiendo que ya no podía defenderse, que su silencio había sido la mejor confesión que podía haber dado; pero decidido a que Snape, a pesar de todo, no viese su fragilidad. No iba a mostrarse acobardado ni desesperado.

—Supongo que no —escuchó Draco susurrar a su profesor por encima de su cabeza. Pero se negó a mirarlo. Sus ojos todavía clavados en el suelo. Pero entonces sintió que era un signo de debilidad, y alzó la mirada al frente, hasta clavarla en el escritorio—. ¿Quién más sabe lo que hay entre vosotros? —añadió Snape, sin obtener respuesta por parte de Draco—. ¿El señor Zabini? ¿La señorita Parkinson? ¿Potter, o Weasley?

Draco no dijo ni media palabra. Sabía que a esas alturas de la conversación había perdido la batalla, y que no podía negar que verdaderamente estaba sucediendo algo entre Hermione Granger y él, pero tampoco pensaba dar ningún detalle al respecto. Nott era el único que lo sabía, y no pensaba meterlo en problemas.

Snape resopló por su nariz aguileña, deduciendo que su silencio era una negación, y recargó su baja espalda en el escritorio tras él.

—Draco, estás en grave peligro. No puedes estar bajo las órdenes del Señor Oscuro si tu ideología ha cambiado…

—No he cambiado en absoluto —espetó el chico, entre dientes—. Soy el mismo de siempre. Nada ha cambiado.

—El Draco que yo conozco no hubiera tocado ni un mísero pelo a una hija de muggles, y menos a la que resulta ser la mejor amiga de Harry Potter —siseó Snape, atravesándolo con sus negros ojos. Draco abrió la boca e inhaló para protestar, pero él lo interrumpió—: ¿Qué ha cambiado en tu mentalidad sobre los hijos de muggles?

—Absolutamente nada —soltó, enfatizando cada sílaba—. Son inferiores. Una raza inferior que no tiene derecho a aprender magia. A estar en nuestro mundo. A saber que existimos.

—¿Y la señorita Granger no entra en esa categoría?

Draco tragó saliva. Su lengua se sentía grande y pesada en su boca. Su cerebro, torpe y nuboso. No podía pensar una respuesta. No lo sabía. No lo sabía…

"Imagínate que te han dicho toda tu puta vida que el fuego quema. Y, de repente, te encuentras una llama que no lo hace. ¿Pensarías entonces que todo ha sido una mentira? ¿Que te han engañado toda tu vida, solo por esa llama? ¿Por una puta excepción que desmiente la regla?"

—No —se escuchó diciendo. Tal monosílabo abandonando su boca sin pasar previamente por su cerebro. Parpadeó. ¿No?

—¿No? —Snape le puso voz a sus pensamientos—. ¿Y en qué categoría entra?

—Ella es… una excepción. Mi excepción.

Draco se preguntó si Snape le habría dado algún tipo de Veritaserum en su zumo de calabaza del desayuno. Porque no podía dejar de hablar. De decir gilipolleces. Todo era demasiado. Tenía demasiado calor. Estaba demasiado mareado. Asustado.

Snape guardó silencio un largo instante.

—No se le puede ocultar algo así al Señor Oscuro —susurró. Sin comentar nada directamente de lo que el muchacho había confesado—. Se enterará de todo esto, y te matará, y también a tu madre... Diablos, ¿y qué hay de Lucius? ¿Eres consciente de lo que…?

—¿Acaso usted va a contárselo? —escupió entonces Draco, volviendo a mirarlo a los ojos, casi desafiante—. ¿A mi padre? ¿Al Señor Oscuro?

Snape no alteró su rostro en absoluto. No parpadeó siquiera.

—No, por supuesto que no.

—Pues entonces no se enterará. Porque esto no es más que una… tontería. Algo temporal. Algo sin importancia —dijo, elevando la barbilla. Como si tuviera el control de la situación y de su vida. A pesar de haber sido sorprendido manteniendo un romance con la última persona con la que debería tenerlo.

—¿Sin importancia? —siseó Snape. Calibrando al muchacho—. ¿Crees que soy idiota? ¿Cómo vas a hacer semejante estupidez si no tuviera importancia para ti? ¿Cómo te arriesgarías a algo así, a jugarte la vida, si no estuvieras completamente enamorado de…?

—¡ESO NO ES VERDAD! —rugió Draco, interrumpiéndolo, sintiendo un calor muy intenso en la cara—. Usted no tiene ni idea de…

Snape dio un súbito golpe con el puño sobre la mesa del escritorio. Draco se agitó, sobresaltado. Los ojos negros de Snape relucían de una forma que al chico no le gustó ni un pelo. Parecía decidido a darle otra bofetada.

—¿Que yo no tengo idea…? ¡Eres tú, mocoso engreído, el que no quiere entender nada! —gritó de súbito. Draco vio que los puños le temblaban. Si la profunda voz de Severus Snape ya era aterradora cuando susurraba, sus gritos eran espeluznantes—. ¡No puedes quitarle importancia a algo así en tu situación! ¿Crees que esto es una broma, chico? ¿Que no hay vidas en juego?

—¡Ya sé que mi vida está en juego, no soy imbécil! —bramó Draco, enderezando el rostro para acercarse más a él, desafiante.

—No solo tu vida —lo interrumpió Snape. Sin gritar. Entre dientes. Casi en un resoplido—. La suya. ¿Acaso no eres consciente de que te estás jugando su maldito cuello haciendo esto? ¿De que la vida de Granger está en tus manos? ¿Que lo único que conseguirás con todo esto es que la maten, y a ti con ella? El Señor Tenebroso la buscará, la encontrará, y la matará por haber corrompido a un sangre limpia. Por ser la culpable de tu traición. Para hacerte sufrir —su profunda voz trastabilló. Se enderezó ligeramente—. Si sientes algo por esa muchacha, aunque sea el más mínimo aprecio o respeto, si de verdad es una excepción a todas tus creencias, deberías alejarte de ella lo más lejos que puedas. Tú no eres el único que está en peligro.

La luz se apagó alrededor de Draco. Necesitando varios segundos, que realmente no tenía, para asimilar sus palabras. Sintiendo que su vista se desenfocaba. Que su campo visual se estrechaba. Que se le olvidaba el mecanismo necesario para respirar.

Había pensado en su propia vida. Había pensado en lo mucho que se estaba jugando. Había pensado en la de su madre, arrepintiéndose día a día por ponerla en peligro. Escudándose en que, siendo lo suyo con Granger algo temporal, no habría nada que lamentar. No era ningún traidor a la sangre. No iba a abandonar a su familia para confraternizar con muggles. Así que no era lo mismo. No le había parecido tan peligroso. Aun así, los remordimientos por poner en riesgo a su madre, aunque fuese remotamente, lo habían atosigado. Incluso se había preocupado por la vida de su padre, a pesar de estar relativamente a salvo en Azkaban.

No había pensado ni por un instante en la vida de Granger.

"¿Acaso no eres consciente de que te estás jugando su maldito cuello haciendo esto?"

Si el Señor Tenebroso lo descubría… la asesinaría. Snape tenía razón. Además de por lo que era, por sus raíces, lo haría a modo de venganza hacia él. Para castigarlo. O para castigarla por seducir a un sangre limpia. Los asesinaría a los dos sin pestañear. Era posible. Era probable. Era irremediable. Podía llegar a ser real.

Ella moriría por su culpa.

—Oclumancia —sentenció entonces Snape, dejando de gritar. Arrancándolo de sus pensamientos casi a la fuerza. Como si estuviera hundido en el lago y tirasen de súbito de su brazo, sin delicadeza alguna, para sacarlo—. Bella te enseñó, ¿verdad? El verano pasado.

Draco asintió con la cabeza muy lentamente. Sin estar seguro siquiera si había sido visible.

—Demuéstramelo.

El joven Malfoy elevó la mirada, clavándola en los ojos de Snape. Sintió entonces que la habitación a su alrededor se desvanecía. Sintió como si Snape intentase introducirse físicamente en su cabeza. Sentía su presencia presionar su cerebro desde dentro, haciéndolo apretar los dientes. Lo sintió hurgar en sus recuerdos, casi como si sus dedos estuviesen apartando ramas de un árbol dentro de su cabeza, buscando lo que quería.

No estaba en condiciones de demostrar sus habilidades de Oclumancia. Habilidades que exigían un control y una disciplina en sí mismo que él ahora mismo no tenía, pero lo intentó con todas sus fuerzas. Draco exhaló con lentitud, intentando sentir que el nerviosismo que lo invadía abandonaba su cuerpo por la punta de los dedos. Se concentró en dejar su mente en blanco, en no pensar en nada concreto. En no sentir.

Vio aparecer a Granger ante él, a medio palmo de su rostro, ambos ocultos tras una armadura, con los zapatos de McGonagall resonando en la distancia...

Volvió a exhalar su aliento y sus ojos se desenfocaron. Un cosquilleo invadió su columna. Sintió cómo Snape era expulsado de ese recuerdo.

Se sintió entonces a sí mismo cerrando los ojos ante el aroma de su cabello, antes de intentar molestarla en la biblioteca, con el aroma de Whisky de Fuego mezclado con su champú en sus fosas nasales...

Draco tomó aire, y, al expulsarlo, el recuerdo se desvaneció, junto a los ojos de Snape contemplándolo.

La vio sentada unos puestos por delante de él en clase, casi saltando en su silla, con el brazo bien estirado hacia el techo y la respuesta a una pregunta formulada por Flitwick en los labios, rogando por salir...

Draco relajó sus manos, aflojándolas sobre sus muslos. Snape también tuvo que abandonar ese recuerdo. Pero seguía en su cabeza. Revolviendo su cerebro a placer.

Se encontró presionándola contra la mesa del invernadero, su boca en la suya, sintiendo su propio corazón henchido de júbilo, comprendiendo que por fin podía hacer lo que estaba haciendo, sin remordimientos…

Draco, en lugar de relajarse, apretó las mandíbulas. Y ablandó su cerebro. Podía echarlo. Podía expulsar a Snape. Cerró su mente. La bloqueó de cualquier invasión. Era fácil. Había bloqueado sus sentimientos desde siempre, desde que no era más que un niño. Sus padres no le habían enseñado a hablar con nadie de sus sentimientos. Le habían enseñado que no era relevante. Que, cómo se sentía en realidad, no era tan importante. Solo importaba lo que mostrase al mundo. Lo que otros viesen de él. Él solo tenía que hacer lo que tenía que hacer. Comportarse como el Malfoy que era. El éxito no se lograba compartiendo sentimientos con cualquiera. Infundir respeto en los demás, esa clase de respeto que roza el miedo, no se consigue mostrando tus emociones. Dejando que te conozcan. Así no funcionaba el mundo.

Y, tan brusco como empezó, todo terminó. Snape ya no estaba en su cabeza.

—Tu disciplina mental a tan corta edad es admirable, Draco —escuchó entonces que decía Snape sobre él. Su voz era fría—. Eres habilidoso, pero no lo suficiente. Tampoco esperaba que lo fueras. No podrías engañar ni por un instante al Señor Oscuro, llegado el caso. No podrás mantenerlo fuera de tu cabeza. Puedo ayudarte a mejorar, pero no nos conviene. Tu mejor baza, ahora mismo, es que no entre jamás. Si intenta penetrar en tu mente, y ve que se lo impides, sabrá que ocultas algo y te lo sacará por la fuerza. Limítate a no hacer nada que lo disguste. No registrará tu mente si no le das motivos para dudar de ti.

Draco ni siquiera parpadeó. Apenas registraba lo que lo rodeaba. Sin saber si la conversación se había acabado o no, se puso en pie. Necesitaba salir de allí. Cogió su mochila, sin obtener ni un solo gesto por parte de Snape, y se dio media vuelta para dirigirse a la puerta.

—Has dicho que lo que hay entre la señorita Granger y tú no tiene importancia. Pues no permitas que la tenga. No te juegues tu vida, ni la de tu madre, por algo semejante —escuchó que decía a su espalda—. No puedes permitirte nada de esto. Soluciona lo de la señorita Granger, Draco, o te arrepentirás toda tu vida.

Draco sintió la bilis ascender por su garganta, impidiéndole decir nada. Se limitó a tragar saliva y a alcanzar la puerta con amplias zancadas.

Snape lo contempló irse, sintiendo el peso de los años aplastar sus hombros. Hermione Granger y Draco Malfoy. Era algo inconcebible. No creyó ver la historia repetirse, y menos en ese testarudo y arrogante muchacho. En el consentido hijo de Lucius Malfoy, ni más ni menos. Y, contra todo pronóstico, a juzgar por la acusación de Filch, y los retazos de recuerdos que había podido ver en su cabeza… era correspondido.

Era correspondido.

Tan pronto la puerta se cerró tras Draco, Snape se dejó caer sentado de nuevo en el borde de su escritorio y se frotó los ojos con índice y pulgar. Un mortífago y una sangre sucia. Se le hacía familiar. Y sabía que algo así no podía terminar bien, de ninguna manera. No podía permitir que volviese a suceder.

«Sálvala, tú que aún puedes hacerlo, chico…»

Draco no dejó de andar una vez que abandonó el despacho del jefe de su Casa. Sus piernas continuaron en movimiento, de forma automática. Porque Draco no las dirigía. No de forma consciente. No sentía su cuerpo. No podía pensar siquiera. Se arremolinaban tantas cosas en su cabeza que no podía centrarse en ninguna.

Sin saber cómo, se encontró bajando unas escaleras de caracol, que ni siquiera sabía a dónde conducían. Seguía en las mazmorras, a juzgar por la poca iluminación. Y no había nadie. Todos debían seguir en clase. O quizá ya era la hora de la comida. O quizá simplemente no se estuviera cruzando con nadie.

Sus pasos redujeron el ritmo hasta detenerse del todo. En medio de un escalón, en medio de las escaleras. Abajo se atisbaba el comienzo de otro pasillo, a simple vista desierto.

Estaba jadeando. Estaba temblando.

Y se ahogaba.

«Respira», se dijo, casi desesperado. «Concéntrate en respirar… No puedes hundirte ahora…»

El corazón le latía tan deprisa que incluso se asustó. Nunca había sufrido un ataque de ansiedad, al menos que él hubiera identificado como tal. No había considerado las pesadillas que lo levantaban a media noche algo semejante.

Pero se dio cuenta de que no podía dar ni un paso más. Detenerse había sido un error. Tenía ganas de vomitar. Tragó saliva, conteniendo las náuseas. Se giró con cuidado y apoyó la espalda contra la pared. Eso estaba ligeramente mejor. Pero las rodillas le temblaban.

Se dejó caer, resbalando por la piedra, hasta quedar sentado sobre el escalón, de cara a la pared interna de la escalera de caracol. Sintió su mochila resbalar por su hombro hasta aterrizar sobre la dura piedra, en el escalón superior. No se movió. No podía moverse. Su cuerpo al completo se sentía rígido, endurecido. Agarrotado. Ni siquiera podía dejar de mirar la pared.

No podía dejar de respirar sonoramente, por la boca. Sentía que, si dejaba de hacerlo, se ahogaría sin remedio. Se miró las blancas manos, colgando de sus muslos, mientras mantenía los antebrazos apoyados en ellos. Se sacudían de forma visible.

¿Por qué temblaba? ¿Por qué se estaba desmoronando de esa forma? Snape no le había dicho nada que no supiera…

«Respira…»

Sus hombros estaban cediendo por el peso de sus pensamientos. Un nudo de angustia se estaba formando en su garganta, y amenazaba con apoderarse de sus ojos. Los cerró con fuerza, negándose a ello, y alzó las manos para aferrarse con ellas el cabello. Agachando el rostro. Encogiéndose sobre sí mismo. Luchando por controlar el sollozo que amenazaba con asfixiarlo.

«Respira…»

"¿Eres consciente de que te estás jugando su maldito cuello haciendo esto?"

«Respira, joder…»

Sabía que era algo temporal. Lo había sabido desde que empezó. Por supuesto que todo eso tenía que acabar. Granger no debería importarle. Solo habían sido impulsos adolescentes. Una… relación provisional. Para que esos impulsos por ella no lo volviesen loco del todo. Aunque eso no significaba que fuese capaz de arriesgar la vida de Granger. A pesar de la naturaleza precaria de su relación, no quería, de ninguna manera, que a Granger le sucediese nada malo.

Y, para que no le sucediese nada, solo había que acabar con lo que tenían. Era tan simple como eso.

«Respira…»

Era simple, ¿verdad?

«Respira, maldito idiota…»

Acabar con esa aberración. Una relación anormal entre un mago y un muggle. Acabar con lo que había entre ellos. No era tan difícil. No lo era. Ella no era tan importante. Ella no podía ser tan importante. Ella no significaba tanto. Ella no era la persona más importante para él en esos momentos.

¿Verdad?

"…es posiblemente una de las situaciones más complicadas en las que os podríais haber metido. De hecho, puede acabar de la peor manera posible."

Sufrió un escalofrío. Nott había intentando hacerlo entrar en razón todo ese tiempo. Y él no le había escuchado. Y ahora estaba con el agua al cuello.

Su propia respiración lo estaba volviendo loco. Necesitaba escuchar otra cosa, que no fuera ni su respiración ni sus pensamientos. No soportaba la opresión de su pecho. La sensación de impotencia, de necesitar solucionar lo imposible. No había ninguna solución. De hecho, todo era terriblemente fácil. Ya estaba escrito. Él no tenía que esforzarse. Solo hacer lo que debía hacer. Ni siquiera tenía que pensar.

Su pecho se sacudió en un sollozo silencioso. ¿Qué pretendía, acaso? ¿Abandonar al Señor Tenebroso? ¿A su familia? ¿Casarse con Granger, vivir juntos y tener una gran prole de hijos mestizos?

Estaría muerto tras cumplir únicamente el primer paso de ese plan.

No estaba seguro de lo que quería, pero sentía que, tal y como estaban las cosas, no estaba obteniéndolo. Por primera vez en su vida. Todo estaba cambiando, y lo odiaba. Quería volver a tener doce años, y que su padre regalase una escoba a cada miembro del equipo de Quidditch para que él pudiera ser su buscador. Quería conseguir tan fácilmente todo cuanto quería. Quería que todo volviese a ser así de simple. Una palabra suya, y tendría lo que deseaba.

«Granger…»

Apretó los dedos en su cráneo con más fuerza. Recordó la mirada divertida que Granger acababa de dirigirle en clase. Su propia sensación de júbilo, de emoción ante la arriesgada situación, ante sus miradas cómplices encontrándose en medio de un aula abarrotada…

Era feliz. Maldita sea, era feliz.

Pero su felicidad se había volatilizado tras dos minutos hablando con Severus Snape.

Era injusto. Jodidamente injusto. No podía más. No soportaba las palabras de Snape en su cabeza. No soportaba sentir que Nott ya se las había dicho antes. No soportaba sentir que no podía hacer nada al respecto.

Compartir una mesa de la biblioteca para estudiar juntos después de clase, poder hablar a cualquiera sobre ella, recorrer juntos los pasillos, a la vista de todo el mundo, pasar tiempo con sus mutuas amistades, el sexo…

Su chica.

Qué gilipollez tan grande. Tan, tan grande. ¿Cómo había podido…? ¿En qué estaba pensando?

Tomó aire con profundidad y se soltó la cabeza. La echó hacia atrás, dejando caer la nuca contra la pared. Volviendo a abrir los ojos. Despertando.

No quería pensar más. No podía permitirse comportarse así. No era ningún niño. Tenía cosas que hacer. Cosas importantes, que requerían toda su concentración.

No iba a avisarla para verse esa tarde. Antes tenía muchas cosas que arreglar.


Hermione se cerró la túnica con las manos mientras terminaba de bajar los precarios escalones de la ladera, en dirección a la cabaña de Hagrid. El día había resultado soleado, pero el viento era frío, igual que llevaba siendo toda la semana. La chica iba con la vista fija en los escalones mientras descendía, no apreciando apenas la vista a su alrededor, ni la tranquilidad de los jardines. Iba repasando mentalmente todo lo que quería preguntar a Hagrid. Y también cómo iba a hacerlo para que no pareciese sospechoso.

Una vez que se aseguró de tener el plan atado y bien atado, se permitió alzar la mirada y observar el paisaje. La cálida luz del sol. La hermosa y verde hierba, ondulando contra el viento. Los jardines eran preciosos. Hogwarts era precioso. O quizá era ella quien estaba inusualmente optimista. En paz con todo el mundo. Feliz.

Subió con dificultad los altos escalones que conducían a la puerta de entrada y, tras permitirse tomar aire con firmeza, llamó con los nudillos tres veces. El rubicundo y barbudo rostro de Hagrid le sonrió desde la parte más alta del marco de la puerta tan pronto esta se abrió hacia dentro.

—Hermione —saludó, con su grave voz—. Qué alegría verte, jovencita, no te esperaba... —se apartó a un lado para dejarla pasar—. Hoy os habéis acordado todos de mí…

Antes de que la chica asimilase esas palabras, cruzó el marco de la puerta y las comprendió al instante. Sintió su alma resbalar hasta sus pies. Los enormes ojos grises de Luna Lovegood la miraron con aire soñador, sentada a la enorme mesa del guardabosques con una taza ante ella.

—Hola, Hermione —saludó la chica, ladeando la cabeza. A ésta no le salió la voz en un primer momento. Demasiado ocupada reajustando su plan a la velocidad del rayo.

—Luna —saludó, con toda la naturalidad que pudo—. Qué coincidencia tan agradable… —esperaba con todas sus fuerzas que sonase creíble.

—¿Vienes sola? —cuestionó Hagrid, mientras cerraba la puerta y se acercaba al aparador a buscar otra enorme taza para servirle té a Hermione. La tetera se mantenía caliente en el fuego. Fang dormitaba a los pies de la enorme cama.

—He dejado a Harry y Ron peleándose con dos redacciones de Astronomía —dijo, tal y como había acordado con sus amigos—. Y me apetecía estar un rato contigo, Hagrid. Ellos te mandan recuerdos y prometen pasarse el fin de semana.

—Claro, claro, que no se preocupen… Me alegro mucho de verte —el hombre parecía genuinamente contento de tener tantas visitas en un mismo día. Y Hermione sintió un aguijonazo de remordimientos. Últimamente no iban a verle tan a menudo como antes. Y, en realidad, su visita de esa vez no era del todo inocente.

—Hagrid me estaba enseñando sus Lebrílopes, mira qué monos son… —indicó Luna, relajada, señalando el trozo de suelo que había junto a ella, al otro lado de la mesa. Hermione rodeó la habitación, confusa, para descubrir una enorme caja de madera, con media docena de crías de conejos en su interior. O al menos parecían conejos comunes, hasta que tus ojos captaban las pequeñas astas de antílope que tenían en lo alto de la cabeza.

—Exacto, Lebrílopes recién nacidos —comentó Hagrid con orgullo, sirviendo el té en la taza de Hermione—. He pensado que puede ser el proyecto final para los de sexto curso. Luna los está viendo en exclusiva, es lo menos que puedo hacer por mi mejor alumna —le guiñó un ojo cálidamente a la joven. Luna lo miró con entusiasmo.

—¡Anda! ¿Y quién es? —preguntó, contenta. Hagrid soltó una carcajada.

—Tú, mujer, hablaba de ti…

Luna abrió mucho los ojos.

—¿De verdad? ¡Nunca he sido la mejor alumna de nadie…!

Mientras Hagrid volvía a reír, Hermione sonrió para sí misma, alargando una mano para acariciar la cabeza de uno de los extraños conejitos. Aliviada de que, al parecer, los animales que Hagrid les hacía estudiar en clase habían pasado de cinco equis a solo una o dos, según la clasificación ministerial de criaturas mágicas.

Además, que sacasen el tema de las criaturas mágicas le venía de perlas.

—Son adorables —convino, acariciando la pequeña oreja de uno de ellos, acuclillada a su lado—. Son originarios de Norteamérica, ¿verdad?

—Sí, pero tengo todos los papeles en regla, no te preocupes —aseguró Hagrid, con cara de circunstancias—. Dumbledore se aseguró de eso…

Hermione dejó escapar una risita.

—No lo dudaba —aseguró, haciendo sonreír a su amigo. Se levantó y fue a sentarse en una de las enormes sillas, quedando frente a Luna—. Parece un proyecto precioso. ¿Qué más criaturas nuevas estáis estudiando?

—Tengo una pequeña manada de Porlorcks para los de quinto año, y los Bowtruckles han tenido crías —contó, orgulloso. Le acercó a Hermione la taza con té humeante por encima de la mesa—. Y también tengo una colmena de Glumbumbles, he pensado que sería divertido recoger la melaza que producen…

—Me gusta la melaza —informó Luna, asintiendo con la cabeza, como si estuviera de acuerdo con sus propias palabras.

—Suena muy bien —aseguró Hermione. Hagrid le acercó un plato de pastas con una pinta francamente espantosa, y lo rechazó con un apresurado gesto—. Animales terrestres, voladores… ¿Qué hay de las criaturas del lago? ¿No vais a estudiarlas?

—Pues me has leído la mente, porque tengo pensado intentar domesticar un pequeño grupo de Grindylows —comentó Hagrid, con entusiasmo—. Sé que los estudiasteis con el profesor Lupin, pero, desde que se fue, dudo mucho que sea parte del temario de Defensa Contra las Artes Oscuras… Voy a meterlo por mi cuenta.

—Interesante —alabó Hermione. Carraspeó y le dio un sorbo a su té—. ¿Y qué hay de las sirenas? ¿Es más difícil? ¿Cuesta comunicarse con ellos…?

Dio un nuevo sorbo, con el corazón palpitante. «Allá vamos…»

—No hay sirenas en el Lago Negro —corrigió Hagrid, bondadosamente—. Es un error común. Son Selkies. Gente del agua. Y sí, es muy difícil comunicarse con ellos. Dentro del agua es posible, pero fuera, uf… No quieres oír los chirridos que emiten —rio para sí mismo—. Además que no se fían de los humanos. No les gustamos. Viven mejor sin nosotros. Son peligrosos, no me sentiría cómodo estudiándolos en clase…

Hermione no pudo evitar cuestionarse en qué se basaba Hagrid para considerar peligrosos a los Selkies, y no a los Escregutos de Cola Explosiva, unas criaturas explosivas con caparazón anti-hechizos, ventosas y aguijones.

—Mi padre intentó comunicarse con ellos —comentó Luna, aceptando una galleta del plato y llevándosela a la boca. Hermione tuvo que contenerse para no abrir los ojos con sorpresa al ver que parecía encontrarla deliciosa—. Había una colonia en un lago cerca de Glasgow. Me comentó que sus conocimientos de nuestra lengua eran muy primitivos.

Hermione anotó mentalmente esa información. La voz que Harry oía en su cabeza hablaba inglés perfectamente. Tachó por lo tanto a los Selkies de su lista.

—¿Qué más criaturas hay en el Lago Negro? —comentó, intentando fingir que la conversación le parecía fascinante—. ¿Podemos comunicarnos con alguna?

—Yo estoy convencido de que el Calamar Gigante hablará un día de estos —bromeó Hagrid, soltando una sonora risotada—. No, querida, no hay muchas más criaturas… Al menos no que les interesemos. Los Selkies han domesticado a los Grindylows y espantado a gran parte de la fauna…

Hermione apretó los labios con sutileza. El Lago Negro estaba descartado entonces como fuente de la extraña voz que se comunicaba con Harry. Su intención había sido apañárselas para preguntarle también acerca de Aragog, su adorada Acromántula, pero no le pareció seguro hacerlo delante de Luna. Esa información, por lo tanto, tendría que esperar. Al menos había sacado algo en claro.

Tomó otro sorbo de té, casi terminándoselo, y entonces captó que Luna la estaba mirando fijamente. Casi con avidez. Con los ojos cristalinos. Como si Hermione acabase de decir algo sumamente precioso que la hubiera emocionado.

Hermione lució confusa, y la miró casi con preocupación.

—¿Qué sucede? —quiso saber, parpadeando. Luna esbozó una sonrisa.

—Nada, en realidad. Es solo que estás muy guapa hoy —comentó amablemente. Mirándola con admiración—. Irradias felicidad. Me he puesto contenta solo con verte.

Hermione soltó una tosecita apurada, sintiéndose sonrojar ante las honestas apreciaciones de su amiga. Se miró a sí misma de reojo. Llevaba su uniforme, como todos los días, y no había puesto particular atención a su cabello, para variar. No había nada diferente en ella ese día. Hagrid se echó a reír.

—Luna tiene razón, yo también te veo particularmente guapa —comentó paternalmente, mirándola lleno de gozo—. Me he fijado en las últimas semanas. Se te nota en la cara que eres feliz… ¿Ha pasado algo interesante últimamente? —preguntó con cariñosa picardía.

Hermione exhaló con diversión. Un rostro concreto se materializó en su cabeza. El responsable de esa supuesta felicidad solo podía ser una persona…

—Nada especial, de verdad. Os lo agradezco, pero no me siento diferente —intentó bromear y quitarle importancia al asunto, encogiéndose de hombros.

—Estás igual que siempre —corroboró Luna, como si fuese evidente. Mirándola con fijeza—. Pero ahora tienes más luz. O, más bien, es una luz diferente. Irradias magia. Me pone de buen humor —repitió, como si eso debiese hacer feliz a Hermione—. Es como si estuvieras enamorada.

Hermione se atragantó de súbito con su té. Comenzó a toser con desesperación, sintiendo el líquido quemar su garganta. Sintió su cuello acalorarse. ¿Enamorada?

Escuchó una nueva risotada de Hagrid, bromas sobre las palabras de Luna, y también a sí misma excusándose al respecto. Fingiendo encontrarlo ridículo. Justificando que debía ser porque las cosas en las clases iban bien. Estaba aprendiendo mucho. Estaba sacando buenas notas. Iba al día con sus estudios para preparar los exámenes. El equipo de Quidditch de sus amigos estaba a punto de ganar la Copa. Había ganado a Ron al ajedrez mágico la tarde anterior.

No se había percatado de ello, pero posiblemente era verdad que proyectaba algo nuevo. Sí se sentía diferente. Enamorada. Estaba enamorada. Y era una emoción diferente a todo lo que había experimentado con anterioridad. Una felicidad diferente.

Pero no debía ser así. No debía sentirse feliz. No tenía motivos para ello. Su enamoramiento no era algo positivo. No en su situación. Al contrario. Era, objetivamente hablando, el peor resultado de la inestable relación que estaba teniendo con Draco Malfoy. Era el último sentimiento que debía tener.

Pero, a veces, se le olvidaba. Se dejaba llevar. De una forma impulsiva más propia de Luna que de ella. Porque a veces se volvía incontrolable. Demasiado agradable para hacerlo a un lado.

Luna tenía razón. Era feliz. Siempre había sido feliz, pero ahora era diferente. Había encontrado a alguien que la hacía sentir así, de una manera diferente a sus amigos, o su familia. Era otra conexión. Otra sensación. Y no podía contenerla, por mucho que hiciese trabajar a su exhausto y objetivo cerebro para ello.

Su compañía era…. Todo era tan extraño. Tan poco racional. Draco tenía la capacidad de decir las cosas más simples, de ser un muchacho de pocas palabras, impertérrito, desdeñoso y sosegado… Y, sin embargo, cada palabra, cada gesto, se cincelaba en su pecho como si se grabase en mármol. Perpetuando su felicidad a su vida cotidiana.

Tenía a Draco a su lado, aunque nadie más lo supiera. Y ese sentimiento era solo suyo. Y a veces no podía evitar cansarse de sufrir, dejándose llevar por la insensata sensación de que todo sería así siempre. Dejarse llevar por la sensación de estar enamorada, olvidándose de que no podía estarlo. Y suponía que eso era lo que la estaba haciendo sentir más feliz que nunca.

Olvidarse de la realidad.


Expecto Patronum… —murmuró Nott, agitando su varita ante él.

Una brillante luz blanca se prendió en la punta, casi del tamaño de una luciérnaga, pero se extinguió en pocos segundos. Volviendo a dejar el desierto pasillo en sombras. El chico no se mostró defraudado. Era lo máximo que había logrado hasta ahora, siendo autodidacta desde hacía tiempo de un hechizo tan poderoso y alejado del nivel de magia que le correspondía por edad. Podía darse por satisfecho de momento.

Repitió las palabras, con idéntico resultado. Pero después miró al final de aquel recóndito pasillo de las mazmorras. Su rostro ahora sí se crispaba con frustración.

—Date prisa, Draco, maldita sea… —suplicó Nott en voz alta, a la nada, irritado. Volvió a mirar su reloj, aunque solo había pasado un minuto desde la última vez. Cada minuto contaba, y Draco ya iba tarde.

Tan pronto como dejó caer el antebrazo con un gesto frustrado, escuchó unos pasos acelerados por el pasillo de al lado. Se tensó, preparando mentalmente una excusa de ser necesario. Pero fue su jadeante amigo quien apareció corriendo por la esquina.

—¡Por fin! —exclamó Nott entre dientes, tan aliviado como enfadado, mientras Draco se acercaba, aflojando el ritmo—. ¿Por qué has tardado tanto?

Draco, teniendo dificultades para respirar, avanzó hasta colocarse ante la puerta que correspondía al despacho de Severus Snape. Sacó dos manojos de llaves de su bolsillo y le tendió uno a su amigo para que lo sujetase.

—Filch ha tardado en darse cuenta de la jugarreta que le hemos hecho en la Torre de Astronomía —explicó, tratando de meter en la cerradura la primera llave cobriza del manojo que tenía él. Con mano inestable por la carrera—. Y no he podido —se interrumpió para poder tragar saliva, sin aliento, mientras lo intentaba con otra llave. La primera no encajó—… entrar en su despacho a robar las llaves hasta que se ha largado…

—Merlín, si nos pillan se nos caerá el pelo —se lamentó Theodore, desesperado, revolviéndose el cabello oscuro con una mano temblorosa. Draco pocas veces lo había visto tan nervioso. Sabía que no era una persona que disfrutase precisamente rompiendo las reglas—. Más te vale tener razón, y que al entrar así no se detecte que hemos estado aquí…

—No nos detectarán a no ser que nos encuentren aquí —murmuró Draco, volviendo a intentarlo con otra llave. No encajó. Seguía costándole respirar. Y ya no era por la carrera.

—El Alohomora es detectable… —murmuró Nott, que estaba observando a su amigo intentar abrir la puerta sin éxito alguno, llave tras llave.

—¡No hace falta que me lo digas! —siseó Draco, arrebatándole el otro manojo de llaves y dándole el suyo—. Limítate a vigilar si viene alguien… Especialmente Snape.

Theodore jadeó con incredulidad, echando un rápido vistazo al fondo del pasillo. Pero no se oía nada. La mano de Draco temblaba mientras lo intentaba con las tres últimas llaves.

—Te lo volveré a preguntar, ¿por qué no has querido decírselo a Snape? —murmuró Nott—. Es un miembro más, él podría contárselo al Señor Oscuro…

—Exacto —gruñó Draco, entre dientes. Con los ojos fijos en la cerradura—. Irá corriendo a contárselo al Señor Oscuro y se llevará todo el mérito. No pienso permitirlo. Voy a contárselo yo.

—Eso es una… —comenzó Nott, con pesadez. Hastiado de la arrogancia de su amigo. Pero un jadeo de éste lo hizo enmudecer.

—¡Ya está!

Tan pronto logró introducir la penúltima llave que poseían, Draco supo que podía girarla. Con un chasquido, la cerradura cedió. Nott casi desfalleció de alivio a su lado. La puerta se abrió hacia dentro, y nada sonó. No notaron nada. Ningún impedimento de ningún tipo. Se metieron en el despacho a toda velocidad y cerraron la puerta tras ellos.

Draco se obligó a no mirar la silla que estaba frente al escritorio. Necesitaba toda su concentración. No quería recordar nada. La presencia de Nott, por suerte, lo facilitaba todo. Si no, posiblemente no hubiera podido reprimir ciertas cosas al verse de nuevo en ese despacho. Al recordar todo lo que sucedió la última vez. No habían pasado ni veinticuatro horas desde su conversación privada con Severus Snape sobre Hermione Granger.

Ni siquiera respiró antes de lanzarse a toda prisa hacia la chimenea. Nott se quedó junto a la puerta, atento a los sonidos del exterior. Varita en mano. Con el rostro vuelto hacia su amigo, observándolo hacer. A Draco no le llevó más que unos pocos segundos encontrar el tarro sobre la chimenea que había visto la última vez que estuvo allí. Contenía una gran cantidad de polvos brillantes, Snape no notaría que le faltaban unos pocos. Cogió un puñado con mano firme y se giró para mirar a su amigo. Sin saber muy bien por qué. Nott lo estaba mirando. Y asintió con la cabeza al encontrarse con sus ojos. Draco vio que sujetaba su varita con más fuerza. Indicándole que estaba todo controlado.

Draco se arrodilló frente a la chimenea. Arrojó los polvos y al instante unas altas llamas de color verde lo cegaron. Conteniendo el aliento para no tragar ceniza, introdujo la cabeza en el interior del fuego y exclamó con claridad:

—¡Mansión Malfoy, Wiltshire, Inglaterra!

Cerró los ojos. Sentía que todo a su alrededor giraba, desordenado, mientras su cuerpo permanecía arrodillado frente a la chimenea, en el firme suelo. Al cabo de varios desagradables segundos, todo se detuvo. Abrió los ojos. Se encontró mirando la parte inferior del gran sofá y la costosa alfombra que había en el salón de su mansión.

En su campo de visión no había nadie. Pero había funcionado.

—¡Madre! —gritó con fuerza. Su voz reverberó en la amplia habitación—. ¡Madre! ¿Estás ahí? —no contestó nadie—. ¡Soy Draco! ¿Hay alguien ahí?

Nada, no se oía nada. Sintió la consternación invadirlo. Era imposible que no hubiera nadie en su casa. Incluso si su madre no estuviera, tenía que haber algún otro miembro de las filas del Lord. O el propio Señor Oscuro. Cualquiera.

Se preguntó qué hacer ahora. Ni siquiera había barajado la posibilidad de que su plan fallase. Creyó que lo más difícil sería conseguir entrar en el despacho de Severus Snape sin ser detectado. No había previsto que nadie respondiese al otro lado. Tanto riesgo para nada...

En ese momento escuchó unos pasos apresurados enfundados en unos tacones. Acercándose.

—¿Hola? —gritó, con renovado alivio—. ¡Soy Draco! ¡Estoy en la chimenea!

Tuvo una fugaz visión de una túnica negra ondeando alrededor de unos elegantes botines de piel de serpiente. La figura se agachó y el rostro de su madre apareció frente a sus ojos.

—¡Draco! —jadeó, espantada— ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde estás?

La mujer se arrodilló del todo frente a la chimenea, de forma torpe. Sin apartar los ojos de su hijo. Estaba muy delgada. Su oscura aunque entallada túnica lograba ocultarlo en su cuerpo, pero no en su fino rostro. Había una sombra de ojeras bajo sus azules ojos. Unos ojos que poseían un perpetuo brillo de intranquilidad. Siempre alerta. Siempre preocupada.

Pero estaba viva.

—¿Estás bien? —no pudo evitar preguntar Draco, a pesar de tener los minutos contados, al tener a su madre delante. La mujer parpadeó y asintió con la cabeza, confusa.

—Claro que estoy bien. ¿Qué haces aquí? ¿Tú estás bien? ¿Dónde estás?

—En Hogwarts —la tranquilizó él, apresuradamente—. Necesito hablar con el Señor Oscuro. Ya sé cómo introducirlo en el castillo. He encontrado la manera —explicó, sin tiempo de dar demasiados detalles. Narcisa se quedó lívida. Incapaz de decir nada durante un largo instante.

—¿Q-qué…? —articuló. Mirándolo fijamente. Como si algo así fuera inconcebible—. ¿Cómo…?

—Necesito hablar con el Señor Oscuro —repitió Draco, con mayor apremio.

—No se encuentra aquí —susurró su madre. Seguía mirando a su único hijo como si no lo reconociese. Draco jadeó. Maldita sea…

—¿Puedes decírselo tú? —urgió Draco, con voz inestable—. No voy a poder volver a comunicarme por aquí. No sé cómo podría comunicarle algo así de otra manera segura…

La urgencia en la voz de su hijo hizo despertar a Narcisa. Sus ojos azules brillaron de repentina determinación.

—Entonces espera, avisaré a tu tía —repuso Narcisa con voz firme, poniéndose en pie—. Ella sí está aquí. Esto es importante. Ella sabrá entenderlo mejor que yo y se lo transmitirá mejor.

—No tengo mucho tiempo —objetó Draco, poco convencido—. Estoy a hurtadillas en el despacho de un profesor, es la única chimenea que he conseguido con Red Flu…

Prefirió no revelar que era la de Severus Snape. Se estaba acostumbrando a revelarle a todo el mundo lo justo y necesario que fuese imprescindible que supieran.

—No tardaré, dame un segundo —replicó Narcisa con seguridad.

Se alejó corriendo, con sus tacones resonando en las baldosas de la mansión. Draco tragó saliva, impaciente. No sabía cuánto tiempo había pasado ya, ni si Nott estaría teniendo problemas. Suponía que no, o ya lo hubieran sacado a la fuerza de la chimenea. Sentía el corazón latirle incómodamente en la garganta, y las rodillas comenzaban a dolerle por tenerlas contra el frío suelo. Pero no se atrevía a cambiar de postura. Solo se había comunicado así una vez, cuando era más pequeño, con un familiar lejano al que nunca volvió a ver. Ni siquiera recordaba quién era. Pero recordaba la estresante sensación de no saber si se estropearía la conexión o no si se movía. O si perdería la cabeza, tal y como pensó su yo más joven. Sin haber llegado a resolver sus dudas en aquel entonces, permaneció totalmente quieto, sintiendo que las piernas le temblaban por el esfuerzo.

Volvió a escuchar el maravilloso sonido de los tacones de su madre. Llenándolo de consuelo. Instantes después, Narcisa volvió a aparecer en su campo de visión, acompañada de su hermana. Ambas se arrodillaron en el suelo.

Tan distintas como podían ser dos personas. Ni siquiera en los rasgos de la cara se asemejaban. Narcisa parecía una fría mañana de primavera. Rubia, de piel clara y mirada acuosa. Bellatrix era una madrugada invernal. De espeso y rizado cabello negro, casi tan descaradamente abundante como el de Hermione, y oscuros y ávidos ojos.

—¿Qué has encontrado, Draco? ¿Qué has averiguado? —preguntó su tía al instante, con los grandes ojos de párpados gruesos muy abiertos.

El chico tomó aire y se obligó a teñir su voz de la más férrea seguridad.

—Se trata de un pasadizo. Un pasadizo que no figura en los mapas del conserje. Conecta la Casa de los Gritos, situada en el pueblo de Hogsmeade, con un árbol de los jardines. El Sauce Boxeador —explicó apresuradamente. Con la mayor cantidad de detalles que pudo—. Todos los demás pasadizos que he probado están cerrados pero este es transitable.

—¿Estás seguro? —cuestionó Bellatrix, sin parpadear.

—Lo he comprobado —aseguró Draco, casi ofendido.

—¿Y cómo está protegido?

—No lo está.

—Eso es imposible —protestó la mujer, con una mueca de menosprecio.

—Lo he atravesado. He ido a la Casa de los Gritos. Es transitable —repitió, articulando las palabras con más lentitud y frialdad—. Necesita ser abierto desde el castillo. La entrada del Sauce Boxeador necesita ser abierta desde dentro. Pero de eso me encargaría yo.

Bellatrix lo escrutó con ansia. Sus ojos, negros como cucarachas, brillaban bajo sus rizos.

—¿Y las defensas del castillo?

Draco vaciló. Reflexionando. Recordando las protecciones que había descubierto con sus investigaciones en la puerta de entrada. Y la información que no había llegado a escuchar en aquella reunión secreta del profesorado.

—He descubierto algunos de los hechizos de la puerta principal. Pero no conozco todos. Sé que hay aurores fuera de los muros. Pero no necesitáis nada de eso. Llegaréis a los jardines. Solo tendréis que entrar al interior del castillo. Y yo me ocuparé de eso. No hay barreras mágicas en los muros del interior.

La boca de dientes torcidos de Bellatrix se abrió en una codiciosa sonrisa.

—Fantástico. Simplemente fantástico. Si eso es verdad, Dumbledore es un inepto —se regocijó la mujer, en voz alta, apartándose el espeso cabello de los ojos—. Nos ha dejado la puerta abierta. Solo necesitaríamos conocer las defensas del pueblo de Hogsmeade, y de eso pueden encargarse nuestros espías del ministerio.

Draco se dio cuenta entonces de que el corazón le estaba latiendo muy deprisa. Miró de reojo a su madre, que lo observaba fijamente, pero después devolvió la mirada a su tía.

—¿Es suficiente…? —siseó Draco. Intentando sonar seguro de sí mismo. Como si lo tuviera todo controlado. Sin querer admitir que había hecho todo lo que estaba en su mano y que, si esa información no servía, no había nada más que pudiera hacer.

—Hablaré con el Señor Oscuro. Creo que lo será. ¿Estás seguro de que nadie más sabe esto? —cuestionó entonces, mirándolo como si el muchacho fuese capaz de cometer errores del todo estúpidos. Draco vaciló, escrutándola. Mentir no era seguro en ese momento.

—Nott lo sabe. Theodore Nott —reveló, con toda la solidez que pudo—. Está vigilando fuera. Necesito a alguien que me cubra las espaldas a estas alturas. Y también asegurar el éxito de la misión. Está al tanto de todo y, si algo me sucediese y no pudiese abriros la entrada desde dentro, él lo hará por mí.

Draco escuchó a su madre aspirar una bocanada de aire ante esas palabras. Alterada ante la remota posibilidad de que a su hijo le sucediese algo. No fue capaz de mirarla. Se concentró en la desdeñosa mirada de su tía. Calibraba sus palabras, no mostrándose impresionada.

—¿Seguro que no supone un riesgo? —cuestionó aun así, en un cuchicheo.

—Era un riesgo que había que correr —replicó Draco con serenidad—. No podéis arriesgaros a que algo me pase. Todo el plan se vendría abajo. Necesitáis a alguien dentro. El Señor Oscuro sabrá ver que es lo más lógico —añadió, con falsa bravuconería. Como si su plan fuese el más inteligente—. Nott es de los nuestros. Es de fiar. Nunca nos traicionaría.

Draco agradeció que sus paredes de Oclumancia fuesen hierro forjado en ese momento. Lo suficientemente firmes como para mantener fuera a su propia maestra durante unos minutos. Bellatrix no podía enterarse de que Nott era cualquier cosa menos de los suyos. Pero Draco lo necesitaba a su lado en ese momento. Por muchas razones.

—Tiene razón —susurró Narcisa, con gravedad. Draco la miró a los ojos. Gritándole un mudo agradecimiento.

—De acuerdo —murmuró Bellatrix ante eso, frunciendo el ceño—. ¿Alguien más? ¿Qué pasa con Snape?

Draco ya tenía preparada una respuesta que sabía que agradaría a su tía.

—No se lo he contado. Creo que es mejor que no lo sepa. Está demasiado cerca de Dumbledore —replicó, falsamente altivo. Bellatrix sonrió con cinismo.

—Buen chico. Hablaré con el Señor Oscuro. Te mandaremos una lechuza en cuanto sepamos el día que atacaremos —dijo Bellatrix, enderezándose, como si fuese a dar por terminada la conversación pronto.

—Registran las lechuzas —comentó Draco como si fuera evidente, frunciendo el ceño. Intentó aguzar el oído para ver si escuchaba algo en el despacho de Snape, aunque lo dudaba.

—Seremos discretos, no te preocupes —replicó ella, impasible y desdeñosa—. Estará en clave. ¿Dónde está exactamente el pasadizo? ¿En qué parte de la Casa de los Gritos? ¿Tienes algún plano?

—Eh… Sí —admitió Draco, sin poder pararse a pensarlo. Lo tenía. Tenía un plano.

—¿A qué esperas, entonces? ¡Mándanoslo! —exigió Bellatrix, poniéndose en pie—. Date prisa.

Y, sin esperar respuesta ni despedirse de su sobrino, se alejó con andares agitados. Sin duda decidida a ir en busca del Señor Oscuro inmediatamente.

Draco exhaló con dificultad. Algo aturdido. Especulando sobre cómo actuar a continuación.

—Ten cuidado, hijo —susurró Narcisa.

Draco le dirigió una última mirada. Vio la desesperación en sus ojos. La muda súplica en la que rogaba que no fuese necesario recurrir a Theodore Nott para abrir la entrada del Sauce Boxeador.

—Nos vemos pronto, madre —aseguró. Con la voz más firme que pudo. Su madre no se mostró aliviada con eso.

Se echó hacia atrás, sacando la cabeza de la chimenea y envolviéndose en una nueva espiral de colores. Respiró ceniza, y no pudo evitar toser. La chimenea apagada y humeante apareció de pronto ante sus ojos. El despacho de Snape volvía a estar a su alrededor. Y él estaba mareado como un demonio.

—¿Qué ha pasado? —preguntó la voz de Nott, a su espalda. Draco se giró mientras se ponía en pie con dificultad, sin dejar de toser. Su amigo seguía en el mismo sitio en que lo había dejado, quizá algo más pálido. Seguía sosteniendo la varita en la mano.

—¿Cuánto tiempo he estado fuera? —quiso saber Draco, una vez superado el ataque de tos, apoyándose un momento en el respaldo de la silla que había tras el escritorio. Recuperando la estabilidad.

—Diez minutos —informó Nott, sin vacilar. Todavía mirándolo con fijeza—. Faltan veinticinco para que terminen las clases. No tengo claro si Snape irá al Gran Comedor o pasará por aquí. Deberíamos irnos para entonces.

—No he terminado. Quieren un plano del pasadizo —explicó Draco, con voz algo ronca por la ceniza. Sacó del bolsillo de su túnica el mapa de Granger. Bendita la hora en que se le había ocurrido traerlo.

Nott frunció los labios, viéndolo proceder. Draco sacó su varita y la apuntó hacia el mapa. Murmuró un tenue Geminio. Nada sucedió. No se duplicó. Maldijo en voz alta.

—Tendrá un hechizo que impide que se copie —musitó Nott, con cautela—. ¿De dónde lo has sacado? Aún no me lo has dicho… Es una pasada.

Draco no respondió. Seguía mirando el mapa. Sin saber qué hacer. Y sin tiempo para pensarlo. Lo dejó abierto sobre el escritorio. Un frasco de tinta atrajo su mirada. Sintió que el nerviosismo volvía a invadirlo. Sabiendo que estaba haciendo algo incorrecto, pero haciéndolo de todas maneras, comenzó a abrir cajones, rebuscando en ellos.

—Ayúdame a encontrar una pluma. Y pergamino —pidió secamente, sin mirarlo. Nott se aproximó, solícito, y comenzó a buscar también en un armario cercano.

—¿Por qué no les das ese mapa? —cuestionó el joven moreno, con una lógica aplastante. Sacó una pluma y un pergamino amarillento de uno de los cajones del armario—. Ya sabes dónde está la entrada y cómo hacer que el sauce se detenga. No lo necesitas.

Draco apretó los dientes. Tenía razón.

Simplemente no podía hacerlo. No era suyo. Era de Granger.

—Quizá me haga falta a mí —argumentó con imperturbabilidad, cogiendo la pluma que él le tendía—. Tú mismo lo has dicho, es una pasada. Indica dónde está cada persona en cada momento. Prefiero conservarlo.

Todavía de pie, acercó la pluma de águila al tintero que había sobre la mesa y la mojó apresuradamente. Después se inclinó sobre el pergamino en blanco, con toda la intención de comenzar a copiar el pasadizo a mano. Pero entonces fue consciente de que la mano le temblaba visiblemente. No sabía por qué. Pero no podría dibujar nada legible en ese estado. Se obligó a respirar con profundidad y a aguardar unos segundos a que el temblor cesase. Tenía que dejar de temblar. Era necesario para hacer las cosas bien. Pero no podía controlarlo. Sentía su corazón en la garganta. Y los segundos seguían corriendo. Y el tiempo apremiaba. Y no podía relajarse con tanta presión. Sintiendo que todo dependía de él. Que quizá veinticinco minutos no eran suficientes. Que lo que acababa de hacer era irremediable. Había introducido a Lord Voldemort en Hogwarts.

Mientras apretaba los dedos contra la pluma, en un desesperado intento de solucionar su pulso desbocado, una gota negra cayó desde la punta hasta el pergamino. Manteniéndose en su lugar, redondeada, brillante y silenciosa.

—Déjame a mí.

Giró el rostro. Nott se posicionó a su lado y le quitó la pluma de la mano. Se sentó al escritorio, para apoyar el antebrazo de forma correcta y tener mayor destreza. Comenzó a copiar el pasadizo y sus alrededores con pulso firme. Todo lo necesario para localizarlo. Sin entrar en detalles fútiles.

Draco lo observó en silencio, aún en pie, con el corazón todavía desbocado. Nott estaba serio. Decidido. A pesar de su miedo por romper las normas, y de su rechazo ante la misión que había sido encomendada a Draco, mantenía la cabeza serena. Y lo ayudaba, sin reservas. Mantenía la calma para ayudarlo por encima de todo. Incluso de sus propios principios. Mantenía la calma cuando él no podía. Como siempre había hecho.

—Sigo siendo mejor dibujante que tú —siseó Draco. Intentando recuperar algo de aplomo. Como si se tomase a guasa el haber sido incapaz de copiar el mapa del "Merodeador". Como si en realidad estuviese muy tranquilo.

Nott esbozó una sonrisa distraída sin alzar la mirada del pergamino. Casi condescendiente. Cuando terminó el rápido esbozo, se lo entregó, mirándolo con serenidad. Sin abrir la boca. Agradeciendo su silencio, Draco pasó su varita por encima del pergamino para secar la tinta, lo ató con un listón rojo con otro hechizo, y se giró hacia la chimenea. Volvió a coger un puñado de polvos Flu, los arrojó a las brasas exclamando el nombre de su hogar, y lanzó el pergamino a las verdes llamas. Theodore y él observaron en silencio cómo se tragaban el pergamino, sin carbonizarlo. Haciéndolo desaparecer y después extinguiéndose, como si nada hubiera sucedido.

El silencio que envolvió la habitación pareció casi irreal.

—Vámonos —sugirió Nott, rompiéndolo. Parecía todavía inquieto de que alguien pudiese presentarse. Echó un vistazo a su reloj de pulsera mientras Draco asentía con la cabeza, sin mirarlo. Recogieron el escritorio a toda velocidad, pero de forma minuciosa, y, después de asegurarse tres veces de que todo estaba impoluto, salieron del despacho, volviendo a cerrarlo con llave.

Ascendieron unas escaleras a grandes zancadas, recorrieron un par de pasillos a la carrera, y se metieron en el primer baño masculino que visualizaron. Dos niños muy pequeños, seguramente de primero, los miraron con cautela. Ambos eran de la Casa Slytherin.

—Largo —siseó Draco, señalándoles la puerta con un gesto brusco. Vacilaron un instante, perplejos, pero después se apresuraron a desaparecer de allí, temiendo las represalias de aquel Prefecto tan antipático.

Cuando la puerta se cerró tras los niños, Draco sacó la varita y la agitó para cerrarla con un hechizo. Realizó después otro rápido movimiento para emitir un Muffliato, y que así nadie los escuchase. Entonces avanzó por delante de los cubículos, abriéndolos todos, asegurándose de que no había nadie allí. Nott también agitó su varita en dirección a la puerta. Draco detuvo su escrutinio y lo miró, interrogándolo en silencio.

—He puesto un cartel que dice "averiado" —reveló Nott casi con impaciencia, apoyándose en uno de los lavabos para recobrar el aliento—. Un simple Fermaportus resultará sospechoso, ¿no crees? —Draco resopló, indiferente, y terminó de registrar los urinarios—. ¿Y bien?

—Tenemos que ir a devolver las llaves a Filch —recordó Draco, mientras se detenía por fin, junto a los lavabos. Estaban solos.

—Ya, pero no me refería a eso —su amigo arqueó una ceja—. ¿Has hablado con Él? ¿Qué te ha dicho?

—No estaba. Se lo he contado a mi madre y a mi tía —contó Draco finalmente. Se sintió incómodo de pronto, manteniéndose en pie sin nada que hacer, de modo que avanzó con pasos distraídos hasta la pared de azulejos. Recorriendo la estancia—. Mi tía ha dicho que hablará con el Señor Oscuro. Cree que mi información será suficiente. Ellos pueden averiguar cómo entrar en Hogsmeade, y yo les abriré la entrada del sauce —se rascó la nuca con una mano. Su cerebro ordenando toda la información que tenía—. He tenido que decirle que estás al corriente de todo —añadió, girándose para mirar a su amigo a los ojos—. Que eres el plan B. Que, si algo me sucediese a mí, tú abrirás el pasadizo. Le ha parecido buena idea. Es mejor no ocultárselo.

Nott parpadeó un par de veces, asimilando esa revelación.

—Perfecto —murmuró, asintiendo con la cabeza levemente. Draco apoyó la espalda en la pared, descansando la nuca en ella para mirar al techo. Todavía perdido en la conversación mantenida con su tía—. Lo has hecho —añadió entonces Nott, con voz impersonal. Draco volvió a mirarlo—. Lo has conseguido. Has metido al Señor Oscuro en el castillo. Ni siquiera Snape lo ha logrado. Ni el propio Señor Oscuro.

No estaba seguro de percibir admiración en la voz de Nott. Draco respiró con algo de dificultad. Comprendiendo que tenía razón. Había logrado lo imposible.

—Lo he hecho —repitió Draco. Fingiendo que era evidente. En realidad intentando creérselo—. Ahora le toca a Él cumplir su parte. Tiene que liberar a mi padre de Azkaban. Y también al tuyo —miró a Nott fijamente. Tragándose su euforia—. Los liberará a ambos. No atacará la prisión solo por un prisionero. Sacará a todos.

Los ojos de Nott brillaron también de emoción contenida.

—Es posible —musitó. Se apoyó mejor en el lavabo, con ambas manos. Reflexionó unos segundos y añadió—: ¿Te ha dicho cuándo vendrán?

—Aún no lo sabe. Imagino que tardarán en averiguar las defensas de Hogsmeade y trazar un plan. Días. Quizá semanas. Me mandarán una lechuza.

—Registran las lechuzas —protestó Nott al instante, tensándose.

—Se lo he dicho, pero dicen que no habrá problema. El mensaje estará en clave.

Nott asintió con la cabeza en silencio, meditabundo. Cerró los ojos y resopló por la nariz, al parecer intentando digerir todo aquello. Pero no tardó en abrirlos y en dedicarle al otro muchacho una mirada acusadora.

—¿Por qué diablos estás tan tranquilo? —cuestionó, en voz baja, mirándolo de arriba a abajo. Malfoy frunció el ceño, con la confusión brillando en sus ojos claros—. ¿No tienes miedo?

—¿Miedo? —repitió, desconcertado.

—¿No te… —Theodore vaciló un instante, buscando la palabra adecuada que no ofendiese el orgullo de su amigo— preocupa ni un poco? Quiero decir… se acerca el momento. Dejaremos el colegio y seremos… guerreros. Vamos directos a una guerra. Y la hemos provocado nosotros.

Draco resopló, fingiendo con una expresión de superioridad que no se le había secado la boca.

—¿De qué me serviría preocuparme? ¿Eso soluciona algo? ¿Tengo otra alternativa, acaso? Esto acabaría así tarde o temprano. La relación entre magos y muggles solo era una burbuja que tenía que estallar. Y el Señor Oscuro ha sido el único lo bastante valiente para poner las cartas sobre la mesa y hacer algo de verdad.

Nott lo miró en silencio, evaluándolo. Con expresión cautelosa. Se dejó caer sentado en el suelo de baldosas, con la espalda apoyada en el lavabo. Draco lo escuchaba respirar.

—Es más fácil saber que hay una guerra ahí fuera que estar en primera línea de batalla.

—Nada de esto es fácil —espetó entonces Draco, despectivo—. Pero hay que pelearlo. Tenemos que luchar por nuestro lugar. Es nuestro deber. Se lo debemos a nuestros antepasados. Tenemos que pelear la guerra que ellos no pudieron pelear. Ellos no tenían al Señor Oscuro.

A pesar de sus palabras, sentía que estar de pie era cada vez más incómodo. Sentía sus piernas extrañas, como si no le perteneciesen. Como si fueran a desaparecer. Se planteó dejarse resbalar por la pared, hasta quedar sentado en el suelo como su amigo. Pero lo concibió como un signo de debilidad. Tras mirar alrededor fugazmente, sus ojos captaron una papelera vacía que había junto al lavabo que Nott usaba de apoyo. Se acercó, le dio la vuelta a la papelera y se dejó caer sentado sobre ella. Así se sentía mejor. Con más control de la situación.

—Supongo —murmuró Nott desde el suelo. Dejó escapar un seco resoplido—. Pero, ¿de verdad crees... estar preparado? —cuestionó de golpe, elevando el rostro para seguir mirándolo—. Tendremos que… asesinar. Matar personas. Luchar. Contra personas que saben luchar.

Ahora fue el turno de Draco de resoplar con brusquedad. Sus labios se crisparon en una mueca desdeñosa. Poco impresionado por sus palabras.

—Llevo toda mi puta vida escuchando cómo deben comportarse los sangre limpia, cuáles son los valores de los mortífagos y del Señor Oscuro. Cómo debería ser el mundo en el que vivimos y qué podemos hacer para cambiarlo. Mi hogar se ha convertido en su escondrijo, y ahora soy de los suyos. Para siempre. Esta es mi guerra, y la de mis padres —sin mirar a su amigo a los ojos, con la vista fija en las baldosas del suelo, su mano derecha aferró su antebrazo izquierdo—. Aprenderé a luchar. Estoy preparado. Y quiero hacerlo. El mundo mágico debe ser eso, mágico. Volverá a ser lo que era. Y voy a ayudar a conseguirlo. Quiero ser parte del cambio. Vamos a hacer historia.

Nott no apartó la mirada de él. Como si lo viese por primera vez. Como si intentase leer algo en su sereno perfil. Draco lo contempló de reojo, cuestionándole en silencio la razón de su insistente mirada.

—Draco, no… no te entiendo. Yo tengo mi posición muy clara. No hago esto por convicción, sino para sobrevivir. Y no puedo evitar preguntarme en qué posición estás tú. Creí que cambiarías de opinión cuando encarcelaron a tu padre, pero me demostraste que me equivocaba. Pero… ahora… —dejó escapar un jadeo contenido—. Me niego a creer que sigas con esas ideas tan claras…

Malfoy frunció el ceño, profundamente desconcertado.

—¿De qué estás hablando?

—Granger —siseó Nott, como si fuese evidente. Sin parpadear—. Estás con ella. Es una hija de muggles, Draco, y llevas... meses en una relación con ella. No puedes… no puedes seguir pensando que son inferiores. No puedes seguir convencido de esos ideales que luchan por expulsarlos de nuestro mundo. No puedo creer que sigas pensando que esta guerra merece la pena. Entiendo que tengamos que hacer esto porque nuestra vida depende de ello. Porque el Señor Oscuro nos matará si desertamos. Pero no me creo que estés de acuerdo. Que tu mentalidad no haya cambiado.

El cerebro de Draco zumbó. Las palabras de Nott se aferraron al interior de su cráneo. Al hueso. Penetraron las células de su cerebro, electrificándolas. Haciendo nudos. Nuevos nudos. Enredándolo todo. Súbitamente pensó que tenía razón. Y al instante siguiente que no la tenía. Que no era tan sencillo. Que lo que había entre Granger y él no podía ser tan sencillo. Era complicado. Muy, muy complicado. Y nadie salvo Granger y él podía entenderlo. Porque, si fuese tan fácil como Nott lo planteaba, Draco ya podía suicidarse junto con todas las malditas creencias que le habían inculcado toda su vida.

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra —protestó Draco. Escuchándose a medias. Con los oídos ligeramente taponados. Pitando—. Lo de Granger ha sido… una excepción. Ella es mi excepción. Mi única excepción.

—Draco, no hay excepciones en algo así —discutió Nott, incrédulo—. Es hija de muggles, y es exactamente igual que nosotros. Qué demonios, es superior a nosotros. ¿No la has visto realizar los hechizos, las pociones, mejor que los malditos profesores? ¿Todo lo que sabe del mundo mágico? ¿De verdad crees que, excepto ella, todos los demás muggles son animales zafios e ignorantes? Draco, no eres ningún idiota, no puedes estar engañándote así…

—No me estoy engañando —logró articular Draco, con audible rabia—. Existen las excepciones. Y ella lo es. No voy a dudar de todo lo que me han enseñado solo por la existencia de Hermione Granger.

—¿Por qué no? —espetó Nott con frialdad. Sin apenas separar los labios.

—¡Porque entonces no hubiera podido hacer lo que he hecho! —gritó entonces, Draco. Girándose para mirarlo con brusquedad. Sus ojos eran mercurio líquido—. ¡Lo que voy a hacer! ¡Tengo que hacer esto, y, si no creo en ello, me volveré loco, Nott! ¡No puedo flaquear ahora!

—Draco, la matarán.

Draco no supo qué clase de magia utilizó Nott, pero sus palabras fueron casi físicas. Porque sintió que atravesaban su pecho como si fueran el gélido cuerpo de un fantasma. Paralizándolo. Su mirada se desenfocó, intentando entender la sensación. Solo la sensación. Porque las palabras no era capaz.

"Considero de vital prioridad limpiarlo de esa calaña proveniente del mundo muggle que Dumbledore se empeña en aceptar, y dejarles claro que no tienen cabida en la comunidad mágica", había dicho Lord Voldemort cuando le grabó la Marca Tenebrosa en el antebrazo.

"¿Acaso no eres consciente de que te estás jugando su maldito cuello haciendo esto?", le había dicho Severus Snape, el día anterior.

—Ellos no… —articuló por inercia. Sentía una barra de hierro enderezando su columna. Si se movía, se partiría, estaba seguro.

—Ella puede que sea tu excepción, pero no es una excepción para el Señor Oscuro —espetó Nott sin miramientos. Sin darle tiempo a asimilar nada. Intentando hacerlo entrar en razón a base de bofetadas—. De hecho, la matarán, igual que a los demás alumnos nacidos de muggles de este castillo, en cuanto los mortífagos pongan un pie aquí dentro. ¿De verdad no has pensado en ello hasta ahora?

¿Que no había pensado en ello? No había pensado en otra maldita cosa desde que salió del despacho de Severus Snape. Mientras le contaba a Nott cómo pretendía avisar al Señor Oscuro y trazaban un plan. Mientras colocaba un pantano portátil en la Torre de Astronomía para mantener a Filch ocupado, ni mientras le robaba las llaves del despacho de su profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Pero necesitó dejar de pensar en ello cuando introdujo la cabeza en la chimenea de Snape. Porque, si no, no hubiera podido hacer nada de lo que había hecho. Y tenía que hacerlo.

—No sabrá quién es descendiente de magos y quién sangre sucia cuando llegue aquí. No se arriesgará a matar a diestro y siniestro —masculló Draco. Y Nott escuchó su respiración tropezar.

—Hay registros, Draco. Tienen fichas de todos nosotros… Quizá no en un primer momento, pero los tomará prisioneros a todos y se asegurará de limpiar esta escuela en cuanto tenga oportunidad.

—¿Ahora eres un maldito experto en la forma de actuar del Señor Tenebroso? —espetó Draco, mirándolo con rabia. Theodore no parpadeó.

—Soy tan experto como tú. Sé lo mismo que tú. Y sé que sabes que tengo razón.

Draco apretó los dientes y volvió a mirar el suelo de baldosas. Aunque, si alguien le preguntase una hora después si el suelo del baño era de madera o de azulejos, no hubiera sabido decirlo. No era consciente de nada de lo que lo rodeaba, excepto la papelera bajo sus cuartos traseros, y la insistente voz de Nott a su lado.

Voldemort iba a matar a la mitad de alumnos de la escuela. Iba a ser un genocidio.

Y lo mataría a él si, hipotéticamente, y solo hipotéticamente, intentaba evitarlo de cualquier manera.

Él lo había introducido en el castillo.

—¿Y qué pretendes que haga ante eso? No tengo elección —murmuró, abstraído. Apoyó los codos sobre sus muslos. Y se miró las manos. Le temblaban otra vez. Mierda. Entrelazó los dedos con fuerza. No permitiría que Nott se percatase de eso—. Mi misión era meterlo en el castillo. Y he cumplido. No puedo remediar nada de lo que haga cuando entre aquí.

—Sé que no puedes —aseguró Nott, con voz menos acusadora—. Que, si avisas a alguien, si el castillo se defiende, el Señor Tenebroso sabrá que lo has traicionado. Sé lo que te estás jugando, Draco, no soy idiota —dejó escapar un suspiro—. Solo te estoy diciendo que intentes salvar a tu excepción.

Draco apretó los dientes. Tenía ganas de vapulear a Nott. Para hacerlo despertar. Porque se creía que él era idiota. Que no había pensado en nada de eso. No quería entender que, precisamente, lo que estaba haciendo era salvarla.

"Si intenta penetrar en tu mente, y ve que se lo impides, sabrá que ocultas algo y te lo sacará por la fuerza. Limítate a no hacer nada que lo disguste. No registrará tu mente si no le das motivos para dudar de ti"

—No puedo hacerlo —siseó Draco—. No puedo avisarla.

—Claro que puedes.

La voz de Nott fue un susurro. Un susurro incrédulo. Como si no alcanzase a creerse su terquedad. Eso colmó el vaso de Draco. Se puso en pie de un salto.

—¡No, no puedo hacerlo! ¿Es que no lo entiendes? —explotó Draco, a voz en grito. Clavándose las uñas en las palmas—. ¿Es que no la conoces? ¡Granger no se quedará de brazos cruzados, intentará impedir todo esto! ¡Y si Él lo descubre, si sospecha por un mísero segundo que lo he traicionado de cualquier forma, utilizará la Legeremancia contra mí! ¡La verá en mí! —se llevó el dedo índice a la sien y lo golpeó contra su cráneo repetidas veces, tembloroso por la intensidad de la conversación—. ¡No puede verla en mi cabeza, Nott! ¡No puede saber lo que hay entre nosotros! ¡Entonces que la matará! No puedo decirle nada a Granger, ni tampoco tú. Estamos juntos en esto y, si le fallas al Señor Oscuro, fallamos ambos.

Nott se mantuvo callado. Sentado todavía. Respirando superficialmente. Analizando sus palabras. Comprendiendo entonces cuánto había pensado Draco realmente en todo ello. Se preguntó desde cuándo lo estaría pensando.

Se mordisqueó el labio. Analizando los rasgos de su amigo.

—¿Ese es el único motivo por el que no vas a contárselo?

Draco apartó la mirada. Dejándola perdida en la otra punta de la estancia. Jadeaba. Su mandíbula estaba crispada. Nott respiró hondo, parpadeando. Entendiendo de pronto su expresión. Su rabia. La agonía de sus tormentosos ojos.

—Draco, ella podría entenderlo…

Malfoy clavó su mirada en él. Furiosamente incrédulo.

—¿Estás demente? ¿Qué se supone que entendería? "Ah, hola, Granger, ¿cómo estás? Mira, resulta que en realidad soy un mortífago, llevo medio curso planeando la manera de introducir al Señor Oscuro en el colegio para así conseguir que libere a mi padre mortífago de Azkaban, y, cuando lo consiga, me iré de aquí y empezaré a asesinar a los que son como tú… Ahora deberías irte antes de que el Señor Oscuro entre por la puerta que yo le he abierto y te mate junto a cientos de estudiantes más…" ¡Sería una conversación cojonuda!

—Draco, no digas gilipolleces —lo interrumpió Nott con brusquedad—. Sabes que ella podría entenderlo…

—¡No, no lo haría! —gritó Draco, con voz potente—. ¡Por supuesto que no lo haría! ¡Nott, maldita sea, si le cuento lo que he hecho, lo que voy a hacer… me odiará!

Eso no había sido, ni de lejos, lo que había pretendido decir. Pero las palabras escaparon de sus labios. Palabras que se le antojaron absurdas. Tan evidentes que rozaban lo absurdo. Se le había cerrado la garganta. Exteriorizando lo que llevaba horas, quizá días, o incluso semanas, en su subconsciente. Solo imaginar lo que Granger pudiera pensar de él, que pudiese odiarlo, como irremediablemente haría si le contaba lo que estaba haciendo, estaba fuera de su límite. Después de lo que había pasado entre ellos… no podría soportarlo.

Su respiración se volvió torpe. Irregular. Se miró en el espejo que había a su lado, sobre el lavabo. Vio una pálida y desgastada versión de sí mismo. Grisácea por la escasa luz que se colaba por las diminutas ventanas de los servicios.

Los relucientes ojos de la chica, cargados de afecto, bailaron en el fondo de su memoria. Siguió mirándose a sí mismo. ¿Así era como ella lo veía cada vez que lo miraba? ¿Eso veía?

¿Cómo podía ver lo que él estaba viendo y mirarlo como lo miraba?

Ella lo odiaría. Iba a odiarlo, daba igual lo que hiciese… Tenía que haber imaginado que así acabaría todo. Ese era su papel. Era la posición que ambos ocupaban en la guerra que se avecinaba. De pronto le pareció tan evidente que se enfadó consigo mismo por dudar de ello. Por permitirse pensar en un futuro que jamás habían tenido oportunidad de vivir.

"Somos las dos caras de una moneda. Enemigos naturales. Así es como han sido siempre las cosas, por mucho que estúpidos idealistas como Dumbledore se empeñen en lo contrario."

—Quizá no lo haga —escuchó la voz de Nott a sus pies, arrancándolo de sus recuerdos. Con un tono más suave—. Quizá ella…

—¿Ella, qué? —casi se burló Draco, desganadamente incrédulo. Dejó de mirar su reflejo y bajó la mirada hasta su amigo, con sus ojos grises oscurecidos—. ¿Qué se supone que puede hacer ella? ¿Alistarse a los mortífagos? —resopló, volviendo a apartar la mirada—. Ella estará bien. Potter la protegerá —su voz se volvió cortante y fría como el aire de una borrasca—. Y también Dumbledore. El Señor Oscuro se adueñará del colegio, pero Dumbledore pondrá a salvo a todos los que pueda, estoy seguro. Y su protegido Potter, y sus amigos, serán los primeros. Ella escapará. Lo hará.

—¿Vas a arriesgarte?

Draco dejó escapar su aliento antes de poder contenerlo. Tan lleno de frustración que casi podía sentirla ascender en forma de fuego por su esófago. Bajó el rostro, frotándose los ojos con los dedos. Con fuerza. Sintió la nariz congestionada. Se la sorbió. Sentía un nudo en la garganta, pero ese no podía hacerlo descender. Avanzó unos pasos y volvió a sentarse sobre la papelera. Sin romper el silencio que se había formado.

Necesitaba que todo se detuviese. Que todo parase. No podía seguirle el ritmo a lo que estaba sucediendo. Había tenido semanas para prepararse y no lo había hecho.

—Draco —articuló entonces Nott. Y su voz de pronto se escuchaba inestable—, llevo todo el curso diciéndote que te alejes de ella. Intenté convencerte de que no podía pasar nada entre vosotros. Porque creí que te meterías en serios problemas si alguien se enteraba. Y porque creí que… era una estupidez. Odiabas… ¡odiabas a los hijos de muggles con todas tus fuerzas! ¿Cómo iba a funcionar algo entre Hermione Granger y tú? Creí que estabas confuso, y que, quizá, cuando recuperases la cordura, sería tarde. Que te jugarías la vida por algo efímero. Por una locura. Que no duraríais. Pero… no ha sido así. Seguís juntos. Y… joder, nunca te he visto tan feliz como lo eres con ella —alzó la mirada y la fijó en los ojos de su amigo. Los de Nott estaban vidriosos—. Ahora te pido que no te alejes de ella. Draco, puedes ser un traidor a la sangre. un traidor a la sangre. ¿Qué más da? La quieres. La quieres de verdad. Aún estás a tiempo. Lucha por ella…

—Oh, por favor… —protestó Draco en un seco murmullo. Apartando el rostro. Como si Nott lo agotase seriamente. Sin dar el más mínimo crédito a sus palabras.

—No te atrevas a negármelo siquiera, Draco Malfoy —lo interrumpió Theodore con inesperada firmeza, y un brillo inusualmente colérico en sus azules ojos—. No era una pregunta, ni aguantaré discusión. Sé que la quieres, y te juro por Merlín que como me lo discutas a estas alturas iré a ver a Dumbledore y le contaré tu plan ahora mismo. Y aceptaré con gusto que el Señor Oscuro me asesine por ello.

Draco no se tomó en serio su amenaza, pero aun así calló. Casi hasta agradeció que no le dejase replicar. Porque no sabía cómo hacerlo. En verdad no sabía. Ni siquiera sabía cómo hablar por encima del nudo que eran sus cuerdas vocales. Casi no recordaba cómo era sentir que el corazón no intentaba atravesar su esternón a base de empujones. No se sintió capaz de analizar las palabras de Nott. Discernir en qué tenía razón y en qué no. Qué era verdad y qué no. Sentía que ni siquiera había luchado, y que tampoco tenía opción a luchar más.

Notó un cosquilleo en la comisura de su ojo izquierdo, y se llevó el dorso de la mano para frotarlo distraídamente. Al bajar la mano de nuevo, apenas se permitió asimilar la gota brillante que se había arrastrado por su piel.

—Estás loco si crees que puedo hacer algo de eso —replicó Draco, con voz serena. Se frotó las manos para eliminar el rastro de la traicionera lágrima que se había retirado de los ojos—. ¿Cómo pretendes que…? No soy un traidor a la sangre. Lo siento si te decepciono a estas alturas, Nott, pero no lo soy. Granger solo ha sido una… excepción. Sé dónde está mi lugar. Y mi lugar está junto a mi familia, y junto al Señor Oscuro.

—Draco… —intentó protestar Nott, sin demasiadas fuerzas ya.

—¡No puedo renunciar a toda mi vida por Hermione Granger, Nott! —protestó Draco en voz más alta, interrumpiéndolo—. No puedo, simplemente, dejar todo atrás. No tengo esa opción. He hecho un juramento con el Señor Oscuro y debo cumplirlo, esa es la realidad. Si no lo hago, me matará. Mi padre se pudrirá en Azkaban eternamente. Matará a mi madre. Es una vida de servicio o la muerte. Eso es lo que debo hacer, y lo que yo… pudiera querer no tiene importancia. Ya somos mayorcitos, y no siempre es posible conseguir todo lo que uno quiere.

Su amigo lo miró con estupor. Semejante reflexión de un niño malcriado como lo era Draco, que había conseguido, literalmente, todo lo que había querido a lo largo de su vida, era poco menos que sorprendente. Escrutó el perfil de Draco. Viendo la firmeza de sus ojos. La coraza que estaba por romperse.

Nott apretó los labios. No tenía sentido insistir. A pesar de sus palabras, las creencias de Draco se estaban desmoronando una a una por la existencia de Hermione Granger. Era evidente. Pero, en lugar de aceptarlo como había hecho Theodore consigo mismo, él necesitaba mantenerlas en pie a como diese lugar. Para poder adentrarse en la vida que le esperaba sin volverse loco. Para salvar su vida. La de su madre.

Y la de Granger.

—¿Y qué vas a hacer, entonces? ¿Fingir que todo va bien y, simplemente, largarte con los mortífagos cuando vengan?

Draco evaluó esas palabras. Su rostro era una máscara de impavidez. Pero terminó moviendo la cabeza unos milímetros a cada lado. Antes de darse cuenta de que lo estaba haciendo.

—No —murmuró. Casi para sí mismo. Como si hablase con una proyección de sí mismo en vez de con su amigo—. No tiene sentido. Lo que hay entre nosotros es arriesgado. Ahora más que nunca. Es el mejor momento para terminar con todo esto. No hay por qué demorarlo.

Nott no se relajó.

—¿Entonces? ¿Qué vas a decirle, si no es la verdad? —quiso saber Nott, con voz sosegada. Ya no sonaba acusador—. Me dijiste que estaríais con esto hasta aclararos. ¿Eso vas a decirle? ¿Que te has aclarado y que no quieres verla más?

Draco no movió ni un músculo. Los oscuros ojos de la chica, dentro de su cabeza, irónicamente, lo estaban deslumbrando.

No —se escuchó repitiendo—. No puedo… mirarla a la cara y decirle eso. No puedo —su ceño se frunció. Su voz se apagó. Al comprenderlo. Al comprender que no podría. Incrédulo de sí mismo. Asustado de sí mismo. Apretó las mandíbulas un instante y trató de añadir, luchando por disimular su debilidad—: No sería creíble.

Nott siguió mirándolo con fijeza.

—Pues apostaría mi brazo izquierdo a que ella tampoco va a hacerlo.

—Quizá sí.

Nott se sacudió en un súbito espasmo. Pocas veces la voz de Draco lo había asustado tanto. Sus palabras habían sido templadas. Firmes. Sus ojos tenían el color gris de un aguacero.

—No —articuló Theodore, sintiendo sus músculos debilitarse—. No sigas por aquí. ¿Pretendes que sea ella quien acabe con lo vuestro? ¿Cómo vas a hacer algo semejante sin engañarla para que te odie? —Draco lo miró. Sereno. Como si no necesitase decir nada. Como si Nott ya lo hubiera dicho todo—. No —farfulló de nuevo. Echándose hacia atrás aunque ya estaba apoyado en el lavabo—. No, no os merecéis acabar así. No lo hagas. Te estás haciendo mucho daño. No te mereces esto. Y ella tampoco. Se merece saber la verdad. Saber que te alejas de ella contra tu voluntad.

—¿Y qué cambiaría eso? —masculló Draco, entre dientes.

Nada, y todo a la vez —espetó Theodore, sin vacilar. Draco crispó la comisura de su boca—. Lo que vas a hacer es una cobardía.

—Es la opción más segura. La única manera de garantizar esto. Porque yo no puedo asegurar que no… —enmudeció, tragándose palabras que no pensaba decir. «Que no volveré a ella si sé que me quiere a su lado»—. Esto terminará por fin como tiene que hacerlo. De ninguna manera podíamos acabar… juntos, ni nada similar. Pensar algo así es ridículo. Volveremos a ser lo que éramos, y… estará a salvo. A salvo de mí.

Apenas articuló las últimas palabras. Casi sintió que estaba repitiendo por inercia lo que la profunda voz de Severus Snape le estaba susurrando en su cabeza.

"Si sientes algo por esa muchacha, aunque sea el más mínimo aprecio o respeto, si de verdad es una excepción a todas tus creencias, deberías alejarte de ella lo más lejos que puedas. Tú no eres el único que está en peligro."

Nott tuvo que cerrar los ojos ante sus últimas palabras. Había bajado la cabeza, aceptando su derrota. Elevó ambas manos y se frotó el rostro, como si así pudiera borrar algo de lo que estaba por suceder. Se lo soltó, dejándolo enrojecido, y dejó caer la nuca sobre la fría superficie de mármol del pie del lavabo.

—Esto es una mierda —musitó Theodore, mirando al frente. Draco dejó escapar un resoplido. Sintiendo que su corazón hundido se permitía sentirse divertido ante la expresión que su amigo utilizó. Una de sus comisuras se curvó hacia arriba, casi sintiendo que estaba utilizando el último rastro de felicidad que le quedaba.

—Una grandísima mierda —corroboró, por encima del nudo en su garganta, girando el rostro hacia abajo para mirarlo. Nott alzó sus ojos azules hacia él. Y también alzó una de sus manos, cerrada en un flojo puño, y le dio un fraternal puñetazo en el lateral del muslo.

Indicándole que estaba a su lado. Y que siempre lo estaría.

—Ahora me siento un imbécil por haberme preocupado tanto de los ÉXTASIS, qué gilipollez por mi parte... —Nott enmudeció y dejó escapar un suave resoplido. Después sacudió la cabeza—. No creo estar preparado, yo no me veo capaz de matar a nadie, y menos por una causa que yo tengo claro que no apoyo. Pero tampoco tengo elección, así que, ¿por qué darle vueltas?

El esternón de Draco se hundió en su pecho.

—Quizá sí la tengas —espetó, girando el rostro para mirarlo de nuevo. Nott lo miró con burlona incredulidad—. Nott, me da igual lo bien que finjas, tarde o temprano descubrirán lo que piensas en realidad y te matarán. Maldita sea, no merece la pena que arriesgues tu vida por algo que no crees. Tienes que… tienes que huir.

—Sabes perfectamente que no puedo hacer eso —Nott arqueó una ceja con frialdad. Sin mostrarse impresionado—. Aún no soy un mortífago, pero el Señor Oscuro me ha elegido para ser de los suyos y ese no es un destino al que puedas negarte. Lo sabes perfectamente. Me… me encontrarían. Me matarían —dejó la mirada fija en uno de los cubículos. A Draco le sorprendió la serenidad de su tono.

—Aún no tienes la Marca. Si te escondes correctamente, quizá…

—¿Y dejarte solo liberando al mundo mágico de la opresión de los muggles? —se burló Nott con pereza, sin apenas parpadear. Suspiró, dejando de sonar mordaz—. Sabes tan bien como yo que el Señor Oscuro no necesita la Marca Tenebrosa para localizar a alguien. Si quiere encontrarme, lo hará. Además, no tengo otro hogar que tu casa ahora mismo. Y, si de verdad van a liberar a nuestros padres de Azkaban… quiero estar allí —su voz se entrecortó, pero después prosiguió con firmeza—: Si mi padre se entera de que he huido, o de que repudio al Señor Oscuro, no querrá ni acercarse a mí. Y es la única familia que me queda. No tengo a nadie más.

Draco miró su perfil fijamente, asimilando sus palabras. Obligando a su cerebro a buscar una solución. Pero no la había. Theodore Nott siempre había sido inteligente. Vergonzosamente inteligente. Y lo era más cuando no tenía que serlo. Pocas veces lograba rebatir nada de lo que él decía. Y lo odiaba por ello.

—Greengrass —murmuró Draco de pronto, sin apartar la mirada de su amigo. El rostro de Nott no se alteró lo más mínimo, pero sus ojos fulguraron—. ¿Qué pasa con ella?

Theodore no movió ni un músculo. Dándose unos segundos para responder.

—No puedo… meterla en este asunto —dijo, sin parpadear. Y sin mirarlo—. No se lo merece. Merece algo mejor. Ella no cree en nada de esto.

Draco frunció el ceño. El rostro de Nott estaba tenso, como si tuviese que apretar las mandíbulas para contener lo que sentía.

—¿No se lo vas a contar?

—No, no voy a hacerlo.

—¿Y qué pasa con el ataque al castillo?

—Ella es sangre limpia, no le harán daño.

Draco resolló. Comenzando a jadear. Sin entender nada.

—No puedes renunciar a ella —le dijo, como si fuese evidente—. Has estado loco por ella toda tu vida. Y ahora que por fin la tienes… No puedes tirarlo todo por la borda con lo que te ha costado ser feliz. Tú mismo lo has dicho, ella es sangre limpia, nadie estará en contra, podéis…

Yo estoy en contra —sentenció Nott, en voz baja—. No quiero meterla en este mundo de mierda, no quiero obligarla a que me siga a una vida así… A que me siga a una guerra en la cual sé que ella no cree. Una guerra que ni yo mismo apoyo.

—¿No crees que le corresponde a ella decidir? —escupió Draco.

—No —desechó, sin vacilar—. No hay nada que decidir. Esto era… absurdo. Demasiado bonito para ser verdad —su voz sonó ligeramente estrangulada—. No debí acceder a salir con ella en un primer lugar, fue una irresponsabilidad por mi parte sabiendo que el futuro que me esperaba era irremediable. Me he engañado todo el curso pensando que podía tener una vida normal, pero está claro que no es así. He sido un irresponsable y ahora me merezco sufrir por ello. Hablaré… con ella y acabaré con lo nuestro. Haré lo mismo que tú.

Draco estaba sin aliento. Sin saber qué decir. Nott lo tenía todo espeluznantemente claro. Y él estaba furioso. Él no tenía elección. Pero Nott sí.

—Podéis estar juntos —soltó con abierto resentimiento—. No tienes por qué renunciar a ella. No entiendo por qué…

—Tú tienes tus motivos para romper con Granger y yo tengo los míos —espetó entonces Nott, con frialdad. Sin mirarlo—. Dejaré de juzgarte si tú dejas de juzgarme a mí.

Draco guardó silencio. Tenso. Furioso. Asesinando todavía el inalterable perfil de su amigo con la mirada. Y entonces vio una lágrima centellear en la grisácea luz. Había caído desde el ojo derecho de Theodore, rozado la parte más alta de su pómulo, y aterrizado en su regazo. No había parpadeado. Las lágrimas simplemente habían desbordado sus ojos.

Las mandíbulas de Draco se aflojaron. Contuvo el tembloroso suspiro en el que sus costillas se vieron envueltas. Apartó la mirada al frente. Sintiéndose incómodo. Inútil. Culpable.

—¿Cuándo lo harás? —murmuró Draco. Se resistió, pero terminó mirándolo de reojo. El rostro de su compañero seguía lleno de templanza. Sus ojos claros fijos en la nada. No parecía que hubiera caído ni una lágrima más.

—Voy a… alargarlo todo lo que pueda. Necesito… estar con ella un poco más —su voz trastabilló. Pero sonaba serena. No parecía que estuviera llorando en silencio—. Es egoísta, pero lo necesito. Lo alargaré hasta que el ataque sea inminente. Y entonces romperé con ella. La liberaré del peor novio que posiblemente tenga jamás —decidió, en un susurro. Draco tragó saliva. Sintiendo que la decisión de su amigo era demasiado para él. Él no podía hacer algo así. A pesar de que la tentación era abrumadora. Nott lo miró de nuevo—. ¿Y tú? ¿Cómo vas a hacerlo? ¿Cómo harás que ella quiera acabar con lo vuestro? —quiso saber, con voz cautelosa. Vacilante—. Te conozco, y sé que ya tienes un plan.

Pero Draco ya no le oía. Lo único que acaparaba su mente eran las palabras que Granger había pronunciado frente al despacho de la profesora McGonagall, el día que Filch los descubrió dentro de aquel escobero...

"Creo que estoy asustada. Porque esto no es lo que esperaba. Siento que… todo esto va demasiado bien. Mejor de lo que nunca creí que pudiesen ir las cosas entre nosotros. Y se suponía que no sería así. Y me da miedo, porque no tengo claro que algún día quiera que esto termine. Se suponía que era algo temporal, pero no… acaba. ¿Sientes lo mismo?"

Draco cerró los ojos un instante. Un largo instante. Y volvió a abrirlos. Y sus ojos grises parecieron de pronto dos pozos sin fondo, negros, huecos, y llenos de tantas cosas que no parecían humanos.

—Haciendo que recuerde quién soy. Y necesito tu ayuda.


*saca una caja de pañuelos, coge uno y os ofrece el resto* 😭 ¡Ay, todo mal, todo mal! Queridos, queridas, se avecinan tiempos oscuros. Todo había sido demasiado bonito últimamente. Lord Voldemort ya sabe cómo entrar en el castillo, y lo hará de forma inminente. Draco ha tenido una fuerte discusión con Snape (el cual tiene una ligera idea de lo que es estar enamorado de una hija de muggles ejem ejem 😂 y, por su experiencia, está convencido de que no puede acabar bien), bofetada incluida, y ha decidido alejarse de Hermione definitivamente. Sin contarle la verdad. Pretende que sea ella la que lo deje a él 😱. ¿Cómo creéis que lo hará? Pequeña pista: no va a serle infiel, ni engañarla con otra, ni nada parecido. 😉

Por otro lado, Hermione está irremediablemente enamorada de él, ya sin ninguna duda al respecto. ¡Todo maaal! Ja, ja, ja 😭😂

¡Espero de verdad que os haya gustado mucho, mucho! 😊 Dadles mucho amor a Draco y a Theo en los comentarios, que los pobres lo están pasando muy mal ja, ja. 😂💔

¡Mil gracias por leer! ¡Un abrazo enorme, y hasta el próximo! 😘