¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 ¡Feliz Navidad! Espero que estéis pasando unas buenas fiestas a pesar de la situación actual... ¡Cuidaos mucho! 💪 Os traigo un regalito navideño… Un capítulo larguito cargado de drama para hacernos sufrir, hale *se pone las gafas de sol* ja, ja, ja 😎
Como siempre, mil millones de gracias por vuestros comentarios, de verdad que me da un mini-infarto cada vez que veo que me habéis escrito, ¡gracias! 😍 Os adoro, en serio, gracias por seguir ahí. Y gracias a todos los que leéis en las sombras, ¡os adoro también! Ojalá os esté gustando. 😍
Me gustaría dedicar este capítulo a valeriadg27, por sus hermosos comentarios, y como compensación por hacerla sufrir con estos capítulos ja, ja, ja ¡mil gracias, bonita! 😂😘
Recomendación musical: "Let Me Go" de 3 Doors Down
¿Estáis preparados para lo que se avecina...?
CAPÍTULO 37
Pus de bubotubérculo
Harry y Ron aguardaban pacientemente junto a la puerta del aula once, situada en la planta baja del castillo. Esperando a que todos los alumnos de Hufflepuff que cursaban Adivinación en cuarto curso salieran por ella. Una vez que pasaron varios segundos sin que nadie cruzase la puerta, decidieron adentrarse.
Tal y como esperaban, no los recibió la habitual visión de cientos de pupitres y una pizarra al fondo, sino el claro de un bosque bajo un oscuro cielo estrellado. El suelo estaba cubierto de musgo, tocones de árboles y piedras. Los árboles se extendían, frondosos, hacia lo alto, creando un vistoso abanico de ramas.
El centauro Firenze, profesor de Adivinación, se encontraba en medio del claro, mirando hacia la puerta.
—Harry Potter —lo saludó, con una inclinación de su rubia cabeza—. Ron Weasley. ¿Qué puedo hacer por vosotros?
Los muchachos sonrieron con cautela y se acercaron, sorteando los árboles. Ron parecía algo sorprendido de que también lo hubiera saludado. Como si no creyese que fuera a reconocerlo, a pesar de haber sido alumno suyo mientras la profesora Trelawney estuvo suspendida en su quinto año.
—Lamentamos molestarte —saludó Harry en voz baja, cuando estuvieron frente a frente—. Pero me gustaría… pedirte ayuda. Bueno… preguntarte algo.
Frunció los labios, apurado. Con el corazón acelerado. Por mucho que habían planeado esa conversación, al estar frente a los ojos increíblemente azules del sereno centauro, sintió que no estaba preparado para ello. Que iba a meter la pata inevitablemente.
—Y será un placer para mí que lo hagas —aseguró Firenze. Sin parpadear. Sin inmutarse—. Intuyo que no tiene nada que ver con la Adivinación.
Harry esbozó una tímida sonrisa de disculpa.
—En realidad, no. Es un… asunto privado. Y complicado —murmuró. Se permitió tomarse su tiempo para pronunciar las palabras adecuadas—. Necesito preguntarte algo, pero no puedo explicarte por qué. Por… seguridad.
Lo habían decidido así. Ron, Hermione, Ginny y él. No hablarían con nadie más de la voz que atormentaba a Harry. No sabían en quién podían confiar. Ni sabían quién podía estar escuchando.
—Comprendo —aseguró el centauro. Sin mostrarse sorprendido—. Adelante, pues. Dime lo que puedas.
—¿Sabes si los, eh… centauros están bien? —cuestionó Harry, tras tragar saliva. Ron, a su lado, se removió, nervioso. Firenze ladeó casi imperceptiblemente la cabeza—. ¿Si todo va bien en el Bosque Prohibido? ¿Si… necesitan mi ayuda para algo?
Se sintió algo estúpido al formular esas preguntas, sabiendo que su interlocutor no poseía contexto previo. Pero Firenze no se mostró extrañado.
—Los centauros, hasta donde llegan mis conocimientos, están bien —respondió, con voz serena—. Nada perturba el Bosque Prohibido estos días. Y no necesitan más ayuda tuya que la que el mundo mágico en general necesita, siendo el ascenso de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado un hecho palpable.
Harry sonrió de forma tirante. Creyó que el peso que tenía en el estómago se aflojaría si obtenía esa respuesta, pero no lo hizo.
—Entiendo —dejó caer la cabeza, mirándose los pies. Sus ojos se perdieron en el blando musgo—. ¿Hay alguna forma de pararlo? —preguntó, casi sin pensar, volviendo a alzar la cabeza—. La guerra. Su poder. ¿Podemos evitarlo o es demasiado tarde?
—No es demasiado tarde, porque nunca ha podido evitarse —respondió Firenze—. La guerra se avecina, Harry Potter.
—¿Lo has visto en las estrellas? —preguntó Ron, abriendo la boca por primera vez. Firenze lo miró y él se encogió ligeramente.
—Las estrellas no saben más que los humanos. Su destino les pertenece a ellos. Sabéis tan bien como yo que la guerra viene para cambiarlo todo. Como siempre lo ha hecho.
Harry apretó las mandíbulas. Quiso preguntar más. Cuándo sería. Cómo ganarían. Pero sabía que no obtendría ese tipo de respuestas por parte del centauro.
—Muchas gracias. Eso era todo. Siento no poder ser más claro con el motivo de mis preguntas —musitó, crispando las comisuras de la boca.
—El motivo es tuyo, y solo tuyo. No hace falta ser más claro. Si con esas respuestas he podido ayudarte, he cumplido mi parte —aseguró Firenze. Mirándolo con amabilidad. Aunque sin sonreír. Nunca lo hacía.
—Lo has hecho —aseguró Harry—. Realmente… no sabía a quién preguntar —confesó sin poder contenerse.
—Tú me ayudaste en el pasado —aseguró el centauro, alargando una mano para estrechársela. Harry la tomó—. Siempre puedes probar a preguntarme a mí cuando no sepas a quién hacerlo. No prometo poder responder siempre, pero, si puedo, lo haré.
Agradeciéndole de nuevo su discreción, ambos amigos salieron del aula. Tardando unos segundos en asimilar el pasillo de piedra que había fuera. Casi se habían olvidado de que seguían en el castillo. Solo había unos pocos alumnos cerca de allí.
—¿Centauros descartados? —resumió Ron, en voz baja, una vez que cerraron la puerta tras ellos. Harry se encogió de hombros. Ambos se acercaron a una de las ventanas, alejándose todo lo posible del resto de personas.
—Yo diría que sí. ¿Es posible que se estén comunicando conmigo sin que Firenze lo sepa? —cuestionó, dubitativo. Ron sacudió la cabeza.
—No lo creo. Este tío sabe mucho. Ve… el futuro y cosas así. Bueno, ve cosas en los planetas y en el humo de las hierbas chamuscadas. Si pasase algo, lo sabría.
Harry asintió con la cabeza.
—Nada perturba el Bosque Prohibido —repitió las palabras del centauro, pensativo—. ¿Eso descarta también a Aragog y sus hijos?
Ron compuso una mueca de vacilación.
—Supongo… pero sería mejor preguntárselo a Hagrid. Por asegurarnos. ¿Vamos ahora? —propuso, arqueando las cejas.
—¿Sin Hermione? —cuestionó Harry, inseguro.
—Oh, no. Ni hablar. Con ella. Me refería a cuando salga de clase —aseguró Ron, con una sonrisa incrédula—. Ella es la experta en esto. Interrogó muy bien a Hagrid aunque estuviese Luna allí. Yo soy malísimo, lo he pasado fatal con Firenze, no te he ayudado en nada —se lamentó, resignado, pasándose una mano por el cabello. Harry sonrió de medio lado, restándole importancia. Asintió con la cabeza, indicando que le parecía buena idea. Aunque le dolía ligeramente en las sienes. Casi se había acostumbrado a que le doliese casi cada día. Miró su reloj de pulsera.
—Le queda una hora de Aritmancia todavía.
—Bueno, podemos ir subiendo con calma —Ron metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros—. Hay que subir hasta el séptimo piso. Para cuando lleguemos, no tardará mucho en salir…
La rodilla de Nott se sacudía arriba y abajo, rápida y velozmente. Tenía las manos entrelazadas encima de su pupitre, sobre su pergamino y su libro de Aritmancia abierto. Giró la muñeca apenas un poco para mirar su reloj de pulsera. Asimiló la hora que era. Dos minutos más tarde que la última vez que había mirado. Después miró de reojo el reloj de su compañero de mesa, para comprobar que marcaban la misma hora. Y por último echó un vistazo por encima de su hombro, hacia la puerta cerrada del aula, al fondo de la estancia. Había hecho ese mismo recorrido por lo menos dos docenas de veces en la última hora.
Sus ojos azules se desviaron de la puerta y se centraron en un pupitre al otro lado del pasillo, varios puestos por detrás del suyo.
Hermione se encontraba sentada junto a Padma Patil, tomando apuntes sin pausa de todo lo que la profesora Vector estaba explicando. Él, por el contrario, no había anotado ni una sola palabra. Su pergamino estaba en blanco bajo sus manos, y ni siquiera había abierto el frasco de tinta. No recordaba si había sacado la pluma de su mochila. El nudo en su garganta no era nada comparado con la sensación amarga que le estaba revolviendo el estómago, como si hubiera comido algo en mal estado. Aunque, de hecho, no había desayunado apenas.
Tuvo que apretar los labios. Apenas pudo soportar la tranquilidad que era evidente en la joven Granger. El sosiego que emanaba. Concentrada en la asignatura, en crear los mejores apuntes que la ayudasen a estudiar para sus exámenes.
Si tan solo supiera…
Si tan solo Nott pudiese no saber.
«Draco piensa esconder el pus de bubotubérculo en el aula vacía del segundo piso, la que está junto al tapiz de los duendes jugando a cartas», recitó Nott, en su mente, asegurándose de que lo recordaba.
Volvió a mirar su reloj. Faltaban tres minutos para que sonase el timbre. Cerró los ojos y tragó grueso. Maldita sea. De nuevo miró a Granger. La chica mojó la pluma en la tinta y continuó escribiendo con una resistencia de muñeca envidiable. Nott intentó aguzar el oído. Preguntándose si llegaría a oír algo desde dentro del aula. ¿No debería estar sucediendo ya? Tenía que suceder antes de que sonase la campana.
«Draco piensa esconder el pus de bubotubérculo en el aula vacía del segundo piso, la que está junto al tapiz de los duendes jugando a cartas»
Y entonces Nott comenzó a escucharlo. Y la piel de sus brazos se puso de gallina bajo su túnica. Unas voces lejanas atravesaron las puertas, provenientes del pasillo. Aguzó el oído contra su voluntad, con miedo de lo que escucharía. Pero no se entendía nada. Solo eran voces confusas. Voces cada vez más sonoras, pero amortiguadas. Un repentino sonido flotó más alto que los demás. ¿Un grito? ¿Había sido una palabra, una maldición, o solo un grito? No había sido capaz de identificar la voz, pero sabía a quién pertenecía. Por lo menos si todo había salido bien.
Los alumnos de las últimas filas giraron los rostros hacia la puerta, desconcertados. Se escuchaban pasos por el pasillo. Hermione no dejó que nada la distrajese de enlazar una idea tras otra en su pergamino. La profesora Vector, desde el frente de la clase, no pareció darse cuenta de nada, o no consideró importante un pequeño alboroto en el pasillo en comparación con su asignatura.
Nott respiraba con dificultad, con los ojos clavados en el suelo. Solo atento a los sonidos del exterior. Quería silenciar a Vector con un hechizo para escuchar mejor lo que sucedía fuera. Se seguían oyendo voces. Pasos. En un volumen cada vez más bajo. Apenas digno de alterar el aula.
¿Habría salido bien?
Por un momento rezó con todas sus fuerzas para que no fuese así. Aunque después se arrepintió. Cerró de nuevo los ojos.
«Draco piensa esconder el pus de bubotubérculo en el aula vacía del segundo piso, la que está junto al tapiz de los duendes jugando a cartas… Draco piensa esconder el pus de bubotubérculo en el aula vacía del segundo piso, la que está junto al tapiz de los duendes jugando a cartas…»
No quería que sonase la campana. No quería salir de allí. Hubiera dado cualquier cosa por aparecerse fuera de allí, por no presenciar lo que le aguardaba fuera del aula, por no ver a Granger presenciarlo…
La campana resonó con fuerza por encima de sus cabezas. Más fuerte de lo que a Nott nunca le había parecido. Se sacudió sin poder evitarlo. Sus compañeros comenzaron a levantarse y a recoger con prisas, animados con la perspectiva de media hora de descanso hasta la siguiente clase. Charlando entre ellos. Amortiguando la voz de la profesora Vector mientras les indicaba qué debían estudiar para la clase siguiente. Nott sabía que todos a su alrededor estaban hablando, pero no les oía. Le pitaban los oídos.
No se movió. No quería levantarse. No podía. No quería salir de allí.
Si solo pudiese irse con discreción, evitar el pasillo, recorrerlo lo antes posible…
Respiró aceleradamente. Miró de reojo a Hermione. La chica estaba hablando con un compañero que se le había acercado para preguntarle algo sobre lo último que había dictado Vector, a juzgar por cómo la joven le mostraba con amabilidad su pergamino lleno de apuntes.
No podía hacerlo. Lo había prometido, pero no podía. Inventaría una excusa. Tenía que salir de allí. No podía ser partícipe de todo esto. No ahora que lo estaba viviendo.
Se puso en pie de un salto y metió todas sus pertenencias en la mochila de cualquier manera. Arrugando el pergamino. Rompiendo la pluma. Se colgó la mochila al hombro y recorrió el pasillo central lo más rápido que pudo, pero tratando de no llamar la atención. Se aseguró de no hablar con nadie, ni mirar a los ojos a ninguno de sus compañeros. Quería pasar lo más desapercibido posible. No quería que Hermione reparase en su presencia.
Tenía que irse. Tenía que…
Salió por la puerta, y casi arrolló a Justin Finch-Fletchley, que había salido por delante de él pero se había detenido de golpe. Nott, aunque no quería, alzó la mirada. Vio el pasillo ante él, y sintió que su plan de huir se iba al garete.
El pasillo estaba salpicado de gente que acababa de salir de las aulas contiguas, concentrándose la mayoría rodeando un mismo punto, delante de una de las paredes. Otras personas se alejaban corriendo. Otras se acercaban con curiosidad. Las personas que salían del aula de Aritmancia bien se quedaban paralizadas, a observar, sin saber si acercarse o no, o bien se alejaban, confusas. Nott, con la boca seca, se acercó al grupo. Casi hipnotizado. La multitud no era demasiado numerosa, y vio lo que sucedía incluso a un par de metros de distancia. Aunque sabía lo que se iba a encontrar, no estaba preparado para ello.
Ron Weasley se encontraba sentado en el suelo, con la espalda contra la pared, gimoteando de dolor y casi sollozando blasfemias. Arrodillado a su lado, Harry Potter, blanco de pánico y sujetando a su amigo como podía para que no se desplomase, suplicaba a todos los que había cerca que buscasen ayuda, a un profesor, a Madame Pomfrey, a alguien.
El olor a petróleo alcanzó las fosas nasales de Nott. La parte delantera del pecho de Weasley, así como sus muslos y brazos, y también barbilla y cuello, estaban cubiertos por un espeso líquido de color verde amarillento. Que parecía, poco a poco, estar hundiéndose en la ropa del chico. Y en su piel. Parecía estar quemando todo a su paso. En el cuello, descubierto, y también en los muslos, protegidos solo por su pantalón de uniforme, la piel estaba ya expuesta, y deformada por gruesos y claramente dolorosos forúnculos amarillentos. El líquido parecía estar abriéndose paso en su torso por sus capas de ropa, arrancando aullidos del mutilado muchacho.
—¡RON!
Nott no necesitó mirar hacia atrás. Un segundo después del inconfundible grito de Hermione, vio a la chica pasar corriendo por su lado y atravesar la marea de alumnos con desesperados empujones para llegar a sus amigos.
—¡¿Qué te ha pasado?! ¡Oh, Dios mío, Ron, ¿qué te ha pasado?! —gritó la joven, arrojándose al suelo a su lado. Contempló con abrumadora impotencia el abrasado torso del chico. Alzó la mirada, abierta de pánico, buscando respuestas—. ¡Harry! ¡Harry, ¿qué ha pasado?!
Pero éste estaba demasiado ocupado como para mirarla. Estaba sacudiendo la varita con desesperación por encima del torso de Ron, dando golpes aquí y allá, limpiando la mayor cantidad de líquido que podía con precarios hechizos Tergeo. No detendría el dolor, ni haría nada por reducir los forúnculos, pero al menos impediría que la piel ya dañada del chico siguiese siendo abrasada.
Un par de personas también habían sacado sus varitas, quizá con la intención de ayudar. Pero eran muchos, y el cuerpo de Ron era pequeño en comparación. Y Harry lo cubría casi por completo, moviéndose con rapidez. Estaba casi congestionado de ira. Temblando con desesperación. Sus ojos verdes eran del mismo color que la maldición asesina.
—Malfoy —pronunció Harry, entre dientes. Casi sin articular. Sin dejar de mover la varita.
Hermione, que había sacado la suya, y ya estaba sacudiéndola sobre Ron, intentando ayudar, se congeló. Por completo. Apenas la movió un par de veces antes de registrar sus palabras y paralizarse. La adrenalina le ralentizaba el cerebro. Le nublaba todo lo que los rodeaba, todo lo que no fueran Harry, Ron y ella. No asimiló la voz de su amigo.
—¿Qué? —logró decir. O al menos creyó que lo había dicho en voz alta. No estaba segura. Pero sí tuvo claro que no lo había oído bien.
—Ha sido Malfoy —dijo Harry en voz más clara, sin mirarla, tratando de tomar a Ron de los hombros para que se incorporase. Pero el chico gritó de dolor y volvió a dejarse caer contra el muro.
—No lo muevas —dijo Padma con urgencia, que se había acercado tras ellos y unido a la multitud—. Es pus de bubotubérculo sin diluir. Míralo, no va a poder caminar…
—Déjalo hasta que… —corroboró otra voz del grupo.
—Harry, ¿qué estás diciendo? —cuestionó Hermione a su vez. Sin oír la voz de Padma. Ni la de nadie. Harry se estaba secando el sudor frío de la frente, desistiendo de sus intentos de mover a Ron. Sin poder respirar. Sin saber cómo ayudar a su amigo. Al no tener otra cosa que hacer, miró a Hermione. Temblando más bruscamente. Desbordado de rabia.
—¡Ha sido Malfoy! —escupió de nuevo, con sus ojos brillando de complicidad. Sin ninguna duda de que su amiga se sentiría tan indignada como él, o incluso más—. Te estábamos esperando, estábamos esperando a que salieses y, entonces él… ¡Ese… esa cucaracha, ese grandísimo desgraciado, ha venido con sus malditos secuaces y… joder le ha tirado pus encima! ¡Y se ha largado el muy, el muy…! ¿PERO VIENE MADAME POMFREY O QUÉ? —le gritó a la multitud, y varias personas salieron corriendo tras las que ya habían ido en busca de la enfermera.
Hermione no podía apartar la mirada del rostro de Harry. Sintiendo que alguien había lanzado un Arresto Momentum a su alrededor. O un Muffliato. Todo iba demasiado despacio ahora. Todo había sucedido demasiado rápido, pero ahora iba muy despacio. Su amigo seguía gritando pidiendo ayuda, y escuchó que, a sus espaldas, la profesora Vector salía del aula para ver qué sucedía. Pero ella ya no podía registrar nada en su totalidad. No oía nada. No podía moverse.
Las palabras de Harry reverberaban en su mente como un eco en una profunda cueva.
Ha sido Malfoy.
Malfoy
Malfoy.
—Eso no es posible —susurró la chica, temblando casi tanto como Ron. Harry la oyó a pesar del barullo y centró su mirada en ella, jadeando.
—Oh, desde luego que sí —le espetó, con despectiva condescendencia. Como si creyese que a su amiga le estaba costando digerir un acto tan malvado—. Esa rata cobarde se ha pasado tres pueblos esta vez. Te juro que me las pagará. Ese psicópata nos las pagará…
Hermione no se movió mientras Harry se veía obligado a apartarse a un lado cuando la profesora Vector se arrodilló, perturbada, junto a Ron, ocupando su lugar. Vio a la bruja agitar su varita sobre él. Quizá aliviando su dolor. Quizá viendo hasta dónde llegaba el daño.
El apellido de Draco seguía reverberando en su cabeza. O eso creyó, hasta que se dio cuenta de que no era solo cosa suya. Su nombre estaba siendo susurrado por todo el pasillo. La multitud a su alrededor estaba hablando de él.
—Dice que ha sido Malfoy…
—¿Malfoy? ¿Draco Malfoy?
—¿Qué Malfoy?
—¿Quién ha sido…?
—¿Draco Malfoy?
—¿Draco Malfoy lo ha atacado?
—¿Dónde está…?
Hermione se puso en pie. Sus oídos zumbaban. Miró a Ron, sin apenas asimilar lo que veía. Sin asimilar el estado de su mejor amigo. Guardó su varita dentro de su túnica, mientras giraba sobre sí misma. Sus ojos atravesaron la multitud hasta encontrarse con la atenta mirada de Nott, fija en ella desde hacía minutos, varios metros más lejos. Apartado del gentío. El rostro del joven Slytherin era ofensivamente inexpresivo. Hermione se dirigió a él sin vacilar, atravesando la multitud sin mirar a quién empujó, e ignorando la llamada de un confuso Harry. Nott no retrocedió al verla acercarse y plantarse ante él.
—¿Dónde está Malfoy? —le preguntó la joven, en un tembloroso susurro. Dos lágrimas cayeron al mismo tiempo, una por cada ojo, desbordándolos. Se las limpió con la manga con un rápido y brusco movimiento de brazo. Sin darles ninguna importancia. No había angustia en su rostro. Solo cólera.
Nott abrió y cerró la boca. Intentando mantener la compostura ante la imagen de la destrozada chica. Vio sus nudillos blancos a cada lado de sus caderas. De pronto la creyó capaz de darle un puñetazo. Hermione interpretó su silencio como una negativa a responder.
—Nott, no volveré a preguntarlo. Dime dónde está inmediatamente. No te atrevas a protegerlo.
Theodore apretó también los puños sin poder evitarlo. Intentando controlar su respiración.
—Me ha dicho que… pensaba esconder el pus de bubotubérculo en el aula vacía del segundo piso, la que está junto al tapiz de los duendes jugando a cartas —murmuró. Impasible. Mirándola a los ojos—. Posiblemente, si acaba de hacer esto, aún estará ahí…
Hermione se quedó sin habla durante un instante. A Theodore le pareció que había palidecido.
—¿Sabías lo del pus?—susurró la joven, sin apartar sus oscuros ojos de él—. ¿Sabías lo que iba a hacer con él? ¿Sabías que iba a hacer esto?
—Sabía que había comprado pus de bubotubérculo sin diluir de contrabando, con sus amigos, pero no sabía para qué iba a usarlo. Te lo juro. Es la verdad —mintió, con tono sereno.
Hermione no parpadeó mientras lo atravesaba con dos orbes que ardían como dos piras. Sin volver a abrir la boca, giró sobre sus talones, alejándose con paso firme por el pasillo. Harry, y algunas otras personas que se fijaron en su retirada, la llamaron, aturdidos, pero ella los ignoró.
Nott la siguió con la mirada hasta que ella dobló la esquina. Cuando se perdió de vista, tuvo que darse la vuelta. Dando la espalda a la multitud del pasillo. Sabiendo que, por suerte, nadie se fijaría en él. Cerró con fuerza los ojos, respirando pesadamente. Echó a andar por el pasillo, en dirección contraria a la de Hermione, alejándose del gentío.
Había cumplido su parte. Ahora le tocaba a Draco.
Hermione tardó pocos minutos en enfilar el segundo piso. Cuando divisó al fondo del pasillo el aula que Nott le había indicado, temblando tanto como antes, y jadeando un poco más, se detuvo en seco. Casi obligándose a ello. Para recuperar el aliento. Para ralentizar y contener todo lo que la asolaba. Asimilando lo que iba a hacer. A dónde se dirigía.
Y fue una suerte que se detuviera. Dicha puerta, que se encontraba junto a un tapiz en el cual unos duendes estaban jugando una emocionante y peliaguda partida de cartas, se abrió de súbito. De ella salió un puñado de alumnos de Slytherin que Hermione identificó incluso en la lejanía. Reconoció a Pucey, a Bletchley y a Urquhart. Y vio a dos más, de cursos inferiores, que no podía nombrar. Hablaban en voz muy alta, todos a la vez. Sobreexcitados. Bromeando. El último de ellos cerró la puerta y todos se alejaron por el pasillo con pasos decididos, en dirección contraria a Hermione. Sin dejar de charlar con grandes aspavientos. Varias personas que estaban recorriendo el pasillo tuvieron que apartarse de su camino. Malfoy no se encontraba entre ellos.
Tras aguardar a que doblasen la esquina hasta perderse de vista, con una paciencia que ni ella misma sabía que poseía, Hermione avanzó por el pasillo. Ni siquiera vaciló un instante ante la puerta cerrada que encaró. El color rojo con el que veía lo que la rodeaba no se lo permitió.
Era un aula que no se utilizaba normalmente. No obstante, estaba bastante limpia, y los pupitres estaban correctamente alineados formando cuatro largas columnas, con el tradicional pasillo en medio. Malfoy se encontraba al fondo de la estancia, de espaldas a ella, agachado junto a uno de los pupitres de la primera fila. Sus manos hurgaban en la balda inferior de éste. Escondiendo algo. No se percató de la presencia de la chica, ni siquiera cuando ésta cerró la puerta a sus espaldas.
—Malfoy.
Hermione fue la primera en sorprenderse de lo serena que sonaba su voz. Seguía temblando, seguía sintiendo el corazón latir en su garganta, pero por suerte podía hablar. No sabía por cuánto tiempo, pero pensaba aprovechar cada segundo para enfrentar a la persona que tenía delante.
El joven, al oír su voz, sufrió un sobresalto. Giró la cabeza por encima del hombro, con expresión alarmada. Pero la suavizó al instante al ver quién era.
—Granger —saludó, con alivio. Se puso en pie, y se giró para quedar de cara a ella. Sonreía con ganas—. Qué susto me has dado… Me pillas ocupado, ¿cómo sabías que estaba aquí?
—Nott me lo ha dicho —respondió Hermione, todavía situada delante de la puerta. Su tono seguía siendo templado. Demasiado templado. Su rostro, imperturbable. Aunque su rápida respiración la delataba. Y así se lo hizo notar Draco.
—¿Va todo bien? —preguntó éste, frunciendo el ceño con desconcierto, sin dejar de sonreír—. Pareces alterada…
—¿Eso parezco? —replicó Hermione con ironía. Y su tono sosegado se rompió, agudizando su voz. Comenzó a andar hacia él, con una expresión que casi pareció una amenaza declarada. Malfoy borró su sonrisa al comprender finalmente que algo no iba bien. La escrutó con atención, alternando la mirada entre sus ojos. No se movió.
—Considerablemente. ¿Qué ha pasado? —replicó él con seriedad, en voz más baja. Hermione exhaló un jadeo ahogado.
—¿No se te ocurre nada? —escupió, con tanta firmeza que su voz se enronqueció. Siguió avanzando hacia él—. Dime, ¿tú te alterarías si salieras de clase y te encontrases a tu mejor amigo tirado en el suelo con el cuerpo abrasado y cubierto de forúnculos? ¿Y si tu amigo afirmase, entre gemidos de dolor, que ha sido tu pareja la que le ha hecho eso? ¿Te alterarías?
Hermione casi gritó la última pregunta. Había alcanzado la posición del chico, y detuvo sus pasos a un metro de él. A pesar del tono frenético de la chica, a pesar de su expresión ahora abiertamente fiera, y a pesar de la gravedad de sus palabras, Malfoy recuperó la sonrisa.
—¿Pareja? —repitió, en medio de una risotada. Sus ojos brillaban de burla.
Hermione perdió toda expresión facial. Contemplándolo con pasmo. ¿Cómo se atrevía a burlarse? ¿Cómo podía no darle importancia a lo que acababa de decirle? ¿Cómo podía, simplemente, reírse de que ella se hubiese referido a lo que había entre ellos como "pareja"?
La chica recuperó el aliento de una atropellada inhalación. Recuperando también la compostura. Avanzó por inercia, como si el centro de gravedad de su cuerpo se hubiera anteriorizado. Acercándose más a él. Sintiendo la ira controlar sus manos, las alzó y empujó al joven por el pecho con todas sus fuerzas. Malfoy se tambaleó, teniendo que dar dos pasos atrás para mantener el equilibrio. Por fin borró su sonrisa.
—¿ESO ES TODO LO QUE SE TE OCURRE DECIR? —bramó Hermione, fuera de sí, empujándolo de nuevo por el pecho. Con más fuerza. Pero Draco conservó mejor su equilibrio esa vez—. ¿Cómo has podido? ¿Cómo has sido capaz de hacerlo? ¡¿Cómo puedes tener tan poca vergüenza de reírte?!
Iba empujándolo por el pecho, aumentando el tono de voz, la crispación de su rostro y la fuerza de sus golpes con cada pregunta. Sus manos no eran suficientes, pero ni siquiera recordó que tenía varita. Que era una bruja. Malfoy, pasivo y desconcertado, la estaba dejando empujarlo. Retrocediendo un controlado paso con cada golpe. Con los ojos abiertos de asombro ante el arrebato de la chica. Escuchándola, intentando entender. Tras un último empujón considerablemente más fuerte, que Hermione estuvo segura de que tenía que haberle dolido, reaccionó por fin. Atrapó sus manos antes de que volviese a alcanzarlo, sujetándola de las muñecas.
—¿Me tomas el pelo? —estalló él entonces, alzando el tono de voz para opacar el de ella. Su rostro había perdido su expresión desorientada. Sus ojos se habían oscurecido. La chica trató de zafarse para seguir empujándolo, tirando de sus manos, y él la tuvo que sujetar con más fuerza—. ¡Solo ha sido una puta broma! ¿Cómo puedes ponerte así?
—¡¿Una broma?! —chilló Hermione, fuera de sí. Continuó peleando para librarse de su agarre. La túnica se le había abierto y una solapa amenazaba con resbalar por su hombro, tan enérgicos eran sus intentos por apartarlo—. ¿Cómo puedes considerar algo así una broma? ¡Lo has atacado! ¡Podías haberlo matado! ¡Podías haberlo matado, miserable! ¿CÓMO HAS PODIDO?
—¿Tú te escuchas?—gritó Draco a su vez, sujetándola más firmemente. Obligó a la chica a abrir sus brazos, para poder acercarse más a su rostro. Atravesándola con sus grises ojos—. ¡Deja de comportarte como una lunática! ¿Te parece normal esta reacción?
—¡Te voy a…!
Hermione farfulló una desesperada amenaza. Incansable, no desistía en su intento de que la soltara, a pesar del dolor en las muñecas que sus propios tirones le estaban provocando. Ni siquiera tenía claro qué haría si la soltara. No sabía qué hacerle. No podía pensar. Solo quería que la soltara. No soportaba que intentase tranquilizarla. No quería tranquilizarse.
Draco reprimió un jadeo cargado de rabia. Miró por encima de su hombro fugazmente, examinando lo que había tras él, y entonces tiró de ella, haciéndola trastabillar. Giró sobre sí mismo, arrastrándola con él. Pasó junto a la mesa del profesor y la colocó contra la pizarra, obligándola a apoyar allí su espalda. Intentando sujetar sus manos contra la superficie para controlarla mejor. Hermione ahogó un jadeo de impresión al sentir su espalda golpear contra la encerada pizarra. Sintió su rabia desbordarse. Redobló sus esfuerzos para soltarse de él, sumando ahora sus pies a la lucha, intentando darle patadas. Le pareció escuchar el sonido de tela estirándose, descosiéndose, pero no lo ubicaba.
—Deja de… ¡Granger! —protestó Draco, intentando apartar sus espinillas de los fieros pies de la chica, sin éxito. Ahogó un jadeo de dolor cuando un puntapié lo alcanzó y empujó sus manos con más firmeza contra la pizarra—. ¡¿Quieres tranquilizarte?! ¡Mañana ese gilipollas estará como una rosa, solo ha sido…! —exclamó con más fuerza.
—¡ME LO PROMETISTE! —chilló Hermione, interrumpiéndolo, intentando darle un rodillazo. Su pelo despeinado enmarcaba un rostro colorado en su totalidad. Contorsionado de rabia—. ¡Me prometiste que nunca más les harías daño! ¿Cómo has podido hacer esto?
Draco dejó escapar un exasperado y sonoro gemido. Como si ella lo desesperase.
—¡Maldita sea, Granger…! —exclamó él, furibundo, sus ojos plateados fijos en los suyos—. ¡Mis colegas han conseguido el pus y les parecía divertido usarlo en un maldito Gryffindor! ¿Qué querías que hiciera?
—Y tenían que ser ellos, ¿verdad? Siempre son ellos. Siempre Harry, y Ron y Neville… —soltó Hermione, con voz ahogada. Estaba perdiendo fuerza en los brazos. Había dejado de darle patadas—. ¿Fue idea tuya que Ron fuese el objetivo?
Draco relajó su semblante. La estudió durante unos instantes, con expresión adusta. Valorando cómo se tomaría una respuesta sincera.
—Digamos que su nombre fue uno de los que salió en la conversación y todos lo apoyaron.
Hermione dejó escapar un repentino sollozo. Los dedos de Draco flaquearon en su agarre. Ella había dejado de pelear. Lo observaba con el rostro crispado todavía. Contorsionado en una contenida mueca de dolor. Resoplando. Draco vio que el botón superior del escote de la chica se había roto en el forcejeo. Su corbata también estaba floja y mal colocada. Toda su ropa estaba liada en su cuerpo de mala manera.
—No pareces sentirte culpable por haber hecho algo que no querías —lo acusó Hermione, con fiera ironía. En voz más baja. Sin gritar. Draco, dándose cuenta de su propia postura cargada de indiferencia, soltó un resoplido.
—¿Culpable? ¿Culpable, por qué? No te engañes, Granger. Sí, te dije que les dejaría en paz porque si no tenía que renunciar a ciertas cosas —su rostro se ladeó ligeramente, con alterada sorna—. Me diste un ultimátum bastante claro. Pero eso no quiere decir que los soporte siquiera, que tenga el más mínimo interés en defenderlos o que vaya a impedir que mis colegas se diviertan a su costa.
—Tú arrojaste el pus —masculló Hermione, con la mandíbula temblorosa—. Harry me lo dijo. Fuiste tú, no ellos.
El rostro de Draco perdió toda expresión defensiva. Convirtiéndolo en una máscara impávida. Libre de remordimientos. Tensó los labios en una fina línea. Observándola con atención. No desmintiéndolo.
Hermione se soltó de su agarre, de sus flácidas manos, de una brusca sacudida. No iba a golpearlo de nuevo, y ambos los sabían.
—Te dejé muy claro que no podía estar contigo en estas circunstancias —susurró Hermione, con tono firme. Su voz apenas flotando en el escaso espacio entre ellos—. Puedo entender vuestra enemistad. Puedo soportar que os deseéis lo peor, que no queráis ni veros. Puedo entender que dudes de ellos, que no quieras contarles lo nuestro porque creas que te destruirían. Y quizá lo harían. Pero… ahora no te habían hecho nada. No ha sido en defensa propia. Les has atacado porque sí. Porque podías hacerlo. De una forma tremendamente ruin.
—Granger… —articuló el chico. Con calma. Con seriedad. Pero ella no se dejó interrumpir.
—No puedo pasar esto por alto. No puedo permitirme cerrar los ojos y querer sin escrúpulos a alguien que es capaz de hacerles algo semejante a las personas que quiero. Que es capaz de hacerles daño de esta forma. No puedo ser así. Me da igual lo que sienta por ti, no puedo.
Draco dejó escapar el aire por la nariz. En un flojo resoplido. Su rostro seguía imperturbable. Grave. Seguía mirándola. Estudiándola. Alternando entre sus ojos. Quizá valorando cuánto había de verdad en sus palabras. Ella no lo escuchaba respirar.
—Granger —repitió, con voz de nuevo sosegada. Como si pretendiese aplacarla con palabras —. Maldita sea, solo ha sido… —se pasó la lengua por la superficie de los dientes mientras miraba a otro lado—. Venga, joder, deja de… No es para…
—Como vuelvas a decir que no ha sido para tanto te juro que te arrepentirás —espetó Hermione, con voz estable. Y manos inestables. Draco exhaló con rabia. Perdiendo algo de compostura.
—Bueno, ¿y qué quieres decirme con todo eso? ¿Qué es lo que quieres? —espetó, con aspereza—. ¿Dejar esto? ¿Es eso?
La expresión de Hermione onduló. Se contrajo. Su boca se curvó en una mueca que trataba de reprimir un sollozo.
—No, no quiero —farfulló. Con voz ahogada.
Draco tuvo que contenerse para no alargar la mano y apoyarse contra la pizarra. Necesitaba estabilizarse. Tuvo cuidado de no permitir que su rostro se alterase. Se mantuvo quieto, enderezado, ante ella.
Tenía que seguir. Casi lo tenía.
—Entonces olvidemos todo esto —siseó, obligándose a relajar sus rígidos hombros.
Hermione, tal y como Draco se esperaba, se sacudió de rabia de pies a cabeza. Su boca recuperó la lividez de una tensa línea.
—No pienso olvidar nada —espetó con voz más grave—. No quiero que esto termine —apenas pudo articular. Su voz se estaba rompiendo. Su rostro se estaba congestionando— pero tampoco sé qué hacer. No pienso tolerar esto. No puedo. No puedo permitirme sentirme así por ti si vas a hacerles daño. No te estabas defendiendo de ellos. Ni siquiera te arrepientes —repitió, señalándolo con una mano desilusionada—. Simplemente lo hiciste. No puedo elegirte por encima de ellos. No así.
Draco siguió mirándola a los ojos. Viéndolos cristalizarse. Viéndola atragantarse con el nudo que casi podía distinguir en su garganta. Se había preparado para eso. Para verla así. O al menos tenía un vago recuerdo de haberlo hecho. Por lo visto, de forma insuficiente.
«Por favor, Granger… Quiero que te enfades. Solo quiero eso. Quiero que me odies. Grítame. Pégame. Sigue pegándome. Pero no llores…».
—¿Quieres que te diga que no volveré a hacerlo? —susurró Draco. Y él mismo se sorprendió de la serenidad de su tono—. ¿Eso quieres?
Hermione sacudió la cabeza de forma muy lenta. Sin dejar de mirarlo a los ojos. Sus pestañas llenas de rocío.
—No. No confío en ti en absoluto ahora mismo. Digas lo que digas, ya no puedo creer que no volverás a hacerlo.
Draco movió la mandíbula. Como si reflexionase. Terminó encogiéndose de hombros con desgana.
—Sabes que lo haré.
Hermione no alteró su rostro. Sentía que sus brazos hormigueaban, erizándose bajo su ropa. Tenía frío. A pesar del reciente forcejeo, ahora tenía mucho frío.
—Creía que me respetabas lo suficiente como para no hacerme daño a sabiendas de que lo hacías —siseó Hermione. Él no respondió. Siguió mirándola a los ojos. Sintiendo sus pulmones llenarse de espinas—. ¿Por qué has cumplido tu palabra todo este tiempo si tenías intención de romperla sin mayor remordimiento?
La boca de Draco se curvó en una ladina media sonrisa. No podía respirar, pero podía sonreír de forma burlona. Eso no dolía.
—No lo sé. No ha surgido la ocasión, supongo. Tenía cosas mejores que hacer.
—Eres despreciable —farfulló Hermione, sintiendo arder su cuello. Parpadeó con rapidez, sintiendo arder las lágrimas en sus ojos—. Un mentiroso. No tienes ningún derecho a hacer esto. A comportarte así. No eres superior a ellos…
—¿Superior? Doy mil vueltas a ese maldito traidor a la sangre y a toda su familia de pordioseros —escupió Draco, con repentina acritud en su tono.
—¿Traidor? —susurró Hermione. Arqueó ambas cejas, como si apenas se creyese sus palabras. Dejó escapar una risa amarga—. ¿Y qué hay de ti? ¿Acaso no eres un traidor?
—No, no lo soy —siseó Draco, entre dientes. El gris de sus ojos resaltaba contra sus pupilas contraídas—. Los traidores a la sangre consideran iguales a los sangre sucia. Yo nunca los he considerado iguales.
La garganta de Hermione se engrosó y tuvo que tragar saliva. No dejó de mirarlo. Necesitaba pensar, pero no podía concentrarse. No podía encontrar una explicación inmediata. No podía entenderlo. Apenas reconocía a la persona que tenía delante como la misma que la había abrazado con fuerza cuando estalló en lágrimas al abandonar el despacho de una decepcionada McGonagall.
—¿Y por qué has estado conmigo si lo tenías tan claro? ¿A qué ha venido todo esto? —cuestionó Hermione, en voz baja y controlada. Aturdida—. ¿Por qué te has rebajado a esto, si durante todo este tiempo has seguido considerándome alguien inferior?
Draco la miró. Preguntándose cuánto podía decir. Cuánto de verdad, cuánto de mentira. Había preparado respuestas, había preparado toda la puta conversación, pero no estaba seguro de que ahora le encajasen.
—Te lo dije. Me confundiste. Parecías diferente. Vi algo en ti que quise entender, que chocaba con demasiadas cosas que daba por sentado. Parecías merecer el beneficio de la duda.
—¿Y eso no te convierte en un traidor? —refutó Hermione, con frialdad—. ¿Hay un número mínimo de sangre sucias con las que confraternizar para empezar a considerarte como tal?
Draco esbozó una sonrisa tirante e irónica. Como si casi admirara el veneno que empañaba la voz de ella.
—Te dejé claro que no pienso dudar de que el fuego quema por una llama que no lo hace. No soy tan estúpido como para hacerlo.
—Me dijiste que estabas empezando a replantearte todo eso.
Draco resopló por la nariz a modo de risotada, sin inmutarse.
—Lo hice. Pero recuperé la cordura sin nada que lamentar. Nada, salvo una memoria prodigiosa por tu parte, me indica que los muggles sean diferentes a como me los imaginaba. Pero —se encogió de hombros de forma desapasionada— digamos que, aunque mis dudas ya se han esclarecido, no me disgusta tu compañía, Granger.
—Eres un hipócrita —escupió Hermione, rígida cual palo de escoba. Los ojos de Draco relucieron antes de oscurecerse.
—¿Yo soy el hipócrita, Granger? ¿En serio? Sabía que eras presuntuosa, que crees estar por encima del bien y del mal, pero a veces logras sorprenderme.
Sus palabras, afiladas, la atravesaron. Hermione sintió que su vista se desenfocaba. Haciendo un gran esfuerzo, la centró para mirar a los ojos a Malfoy.
—¿Qué…? —logró articular, en un breve suspiro.
—¿Qué hay de ti? ¿No hay hipocresía en ti? ¿Recuerdas alguna situación reciente en la cual hayas engañado u ocultado algo, pongamos… a tus mejores amigos? —cuestionó con abierta sorna. Ladeando la cabeza con impertinencia. Hermione exhaló, incrédula.
—No puedo creer que me estés echando en cara algo que ambos acordamos hacer, como una medida desesperada ante lo que se suponía que sentíamos —protestó ella, con voz inestable. Temblorosa. De rabia. De angustia.
—Touché. Acordamos no decírselo a nadie, los dos lo acordamos. A ti te pareció bien fingir delante de tus amigos que me odias. Seguramente me has estado insultando abiertamente estando con ellos…
—No he dicho ni una palabra en tu contra desde que estamos… —intentó decir Hermione con firmeza, pero su voz fue opacada por la de Draco.
—…y después has estado viéndote conmigo, con la persona que más odian, a escondidas, en cada rincón de este puto castillo. A sus espaldas. ¡Ahora defiendes a ese miserable pelirrojo como si yo lo hubiera asesinado, y me acusas de hipócrita, cuando tú llevas meses mintiéndoles! ¡Al menos yo soy fiel a mí mismo y, si quiero humillarles, lo hago!
—¡Yo quería contárselo! —gritó Hermione, con voz rasgada—. Quería contarles lo nuestro. Y tú no me lo permitiste.
—¡Exacto! ¡Porque el único que saldría jodido era yo! —bramó él, golpeándose el pecho con el dedo índice—. Jodido de verdad, Granger, no una estúpida pelea tuya con los cretinos de tus amiguitos. Y lo sabes perfectamente. Por eso me lo preguntaste. Para que fuese yo quien te prohibiese hacerlo, y así limpiarías tu conciencia. Así podrías seguir a dos bandos, creyendo que estás haciendo lo correcto. Porque tú siempre haces lo correcto, ¿verdad?
—¡No te lo pregunté para limpiar mi conciencia! —chilló ella, acercando más su rostro hacia él. Draco tuvo que concentrarse con todo lo que tenía para no retroceder; su torso electrificándose ante su cercanía—. Quería contárselo. Y todavía quiero hacerlo. Quiero contarles que estoy contigo, que soy feliz contigo. Y, si no lo hago, es únicamente porque no quiero arriesgar tu seguridad.
Draco por un momento creyó que se estaba mareando. La habitación titiló ante sus ojos, desenfocando su mirada un momento. Como si fuera capaz de perder el conocimiento. Pero parpadeó con rapidez, recuperándose. Apretando cada músculo, sujetándose a sí mismo. Todo lo asoló de golpe. El pensamiento de que tenía que haber otra solución, que no tenía que hacer esto. La posibilidad de no terminar su plan. De decirle la verdad, decirle que era todo mentira. Una actuación. Que necesitaba que ella tomase la decisión de no quererlo en su vida. Que estaba desesperado. Desesperado por hacer esto lo suficientemente doloroso como para que fuese más fácil para ella. Desesperado por mantenerla con vida.
"¿Eres consciente de que te estás jugando su maldito cuello haciendo esto?"
"…soy feliz contigo".
Se mantuvo erguido a pesar de que su esternón parecía querer doblarlo por la mitad. Sabía que debía esbozar una mueca desdeñosa, para quitarle importancia a sus palabras. Como si no fueran nada que él valorase. Pero no pudo. Así que se limitó a controlar su expresión. Por completo. A mostrarse serio. Inflexible. Colocar un muro delante era más fácil que fingir una expresión que no sentía.
Agradeció que la chica lo estuviese mirando a los ojos sin parpadear. Porque sus brazos estaban temblando y sus manos lo revelaban.
—A la mierda Potter y Weasley —murmuró. Avanzó un paso. Inclinando el rostro sobre el de la chica. Ella no se movió—. ¿Qué importa que los insulte? ¿Qué más da lo que les haga? Eso no cambia lo que siento por ti. A pesar de lo que eres. Ven aquí…
Y tenía que hacerlo. El golpe de gracia.
Porque la estaba destrozando. Y se iba a destrozar con ella.
Se acercó más y cubrió su boca con la suya. Ladeando el rostro para abarcar sus labios por completo. Soltándolos con total parsimonia. Sintiendo el calor de su boca. Su humedad, fundiéndose con la suya. Su aliento. Sus labios. Mierda. Estaba en su boca. Volvía a estar en su boca. Y comprendió que, cuando se separase, habría sido su última vez contra esos labios. Su última oportunidad de sentirlo todo. De guardarlo todo. Aunque se había prometido no hacerlo. No sentir. No pensar. Por su maldita salud mental. Pero eso era más fácil de planear lejos de sus labios.
Ella no se movió en un primer momento. Draco volvió a embestir su mandíbula contra la suya, y sintió que la chica movía sus labios en respuesta. De acuerdo a la familiaridad de su boca.
«No. No lo hagas», pensó él, con súbito pánico. Creyendo por un momento que había cometido un error. Pero no era así. Notó que la mandíbula de la chica estaba temblando, y sintió un lastimero alivio. Ella solo estaba reaccionando con lentitud a la situación. A sus palabras.
La presionó contra la pizarra con su cuerpo. Besándola con más firmeza. Comenzando a respirar con dificultad. Dejándose llevar, solo un poco, pero sabía que más de lo que debería. Al menos si quería parar. Sentía que había cruzado la línea de no retorno. Y ahora no podía soltarla. Porque era la última vez. Y no quería dejar de sentir su boca contra la suya. Tenía que ser ella. Tenía que alejarlo ella. Porque todo su autocontrol se había quedado un paso más atrás.
Hermione no podía pensar. No contra su boca. Tenía la garganta atenazada como si él tuviese la mano rodeando su cuello, pero ni siquiera la estaba tocando con las manos.
Eso no estaba bien. Eso no podía ser así. Él no podía pensar así sobre ella.
A pesar de lo que eres.
O quizá sí. Claro que lo hacía. ¿Cómo podía haber dudado de lo contrario? Sentía que el aula se estaba desmoronando a su alrededor. Rompiéndose en pedazos como si fuese una ilusión, al otro lado de sus párpados cerrados. No podía hablar, pegada a su boca; ni respirar escuchando las palabras de Malfoy repitiéndose en su mente.
A pesar de lo que eres.
Sintió un sollozo amortiguarse en su garganta, casi alcanzando la boca de Draco, todavía hundida en la suya. Y sintió que no podía más. Giró el rostro a un lado con rapidez, huyendo de sus labios, separándose de su boca. Exhaló, abriendo los ojos. Lo miró. Seguía pegado a ella. Sus ojos grises eran tan familiares… Su rostro al completo era tan familiar...
Y, sin embargo, faltaba… algo. Faltaba la forma en que la había mirado en el vestuario mientras ella le abrochaba la camisa. Y bajo las gradas del campo de Quidditch, mientras escuchaban la lluvia sobre sus cabezas. Y en la barca de la Casa de los Botes, envuelta en su cuerpo. ¿Acaso se había imaginado todas esas miradas?
Él parecía pretender acercarse de nuevo. Agachando el rostro para que sus ojos quedasen a la misma altura. Sintió sus nudillos rozar su mandíbula y creyó que se electrocutaba.
—No —espetó Hermione con voz ahogada, y llena de rabia. Draco se congeló. Mirándola como si no entendiese—. Apártate.
Hermione alzó las manos sin pensárselo dos veces y lo empujó por el pecho con todas sus fuerzas, logrando separarlo de ella. Si no hubiera estado tan enfadada, quizá hubiera apreciado que él no se había resistido en absoluto. Que no le costó ningún esfuerzo apartarlo.
Él se tambaleó, sin hacer ademán de volver a acercarse. Respiraba de forma entrecortada. La miró con incredulidad. Como si su reacción fuese desproporcionada. Como si él no le hubiera dicho nada que justificase todo eso.
—No te atrevas a besarme después de decirme que sientes algo por mí, a pesar de lo que soy —su voz era balbuceante, luchando contra el temblor que la sacudía entera, pero su tono era firme. Las lágrimas no desbordaron sus ojos congestionados. No dejaron de centellear con tenacidad—. Te dije que si volvías a atacar a mis amigos esto se acabaría. Pues, felicidades, lo has conseguido.
Hermione se preguntó si sería capaz de dar un solo paso. Y comprendió que, si reclutaba la rabia que la invadía, solo la rabia, y nada más, podía hacerlo. El primer paso fue el más difícil. Los siguientes vinieron solos. De hecho, lo más difícil fue apartar la mirada del rostro de Draco. Sintiendo que todo lo que había entre ellos se rompería por completo, e irremediablemente, en cuanto lo hiciese. Pero el hecho de que él luciese implacable, apenas alterado, lo hizo más fácil.
Pasó por delante de Draco, ya sin mirarlo. Guardando en su interior su contorno, la forma y los colores de su cuerpo. Cómo cambiaba el aire de la estancia, amoldándose a su alrededor. Sabiendo que nunca más volvería a estar a solas con él. No en una situación sincera.
Draco no tuvo que moverse de donde estaba. Al escuchar el sonido de la puerta cerrándose de un portazo a sus espaldas, sintió que la gravedad de la habitación aumentaba. Sus músculos se ablandaron, como si estuviese en el fondo marino, a merced de la presión. Sus hombros se hundieron y su cabeza cayó hacia delante. Sintió que los músculos posteriores de su cuello protestaban por la súbita tirantez.
Lo había conseguido.
"Si vuelves a hacer daño a Ron, o a cualquiera de mis amigos, esto, lo que hay entre nosotros, se terminará. No pienso tolerarlo".
Trató de respirar, pero sus costillas estaban rígidas. Su torso era demasiado pesado y no podía inflarlo. Confundido, logró levantar una mano y la apoyó contra su esternón. Palpándolo con torpeza, sobre las capas de ropa. Se miró la palma. Buscando sangre. Buscando estúpidamente alguna herida, aunque no dolía al tacto. Pero ella tenía que haberle clavado algo. Quizá el último empujón le había roto una costilla. Tenía que ser eso. Dolía. Muchísimo. Más de lo que nada le había dolido nunca. ¿Cómo podía doler tanto sin una herida de por medio?
El aula era muy grande. Estaba en silencio. Todo estaba en silencio. Estaba solo.
Trató de respirar con más énfasis. Ya estaba hecho. Ya estaba. Ya podía olvidarlo todo. Ahora podía centrarse en lo verdaderamente importante. En lo que era irremediable. Tenía una misión que cumplir para el Señor Tenebroso. Tenía una guerra que vivir. Toda la locura en la que se había visto envuelto en los últimos meses con Hermione Granger era historia. Había recuperado su vida. Ya no tenía que mentir a nadie. Volvía a ser él mismo. El mundo podría mirarlo, y no tendría nada que ocultar.
Pero ahora estaba solo. Nadie lo miraba. Ella no podía ser tan importante como para sufrir por ella una vez que abandonase esa aula. Pero todavía estaba en el aula.
No logró respirar, pero pudo mover los pies. Dio dos pasos vacilantes, hasta quedar de nuevo frente a la pizarra. Se apoyó con una mano en la pulida superficie sobre la que había estado Granger segundos atrás. Esperando hasta que su estúpido cuerpo se recompusiese. Pero el sentirla fría bajo su palma fue demasiado. Ella ya no estaba. Se había ido. Estaba solo.
Dobló el brazo, pegando el antebrazo a la pizarra, dejando caer su peso. Todavía sentía sus labios húmedos. De ella. No así. No había querido sentir su boca por última vez de esa manera. No quería que fuera ese el último recuerdo que iba a tener de sus labios. Pero iba a serlo.
Hundió el rostro en la flexura de su codo, entre las capas de tela. Apoyando también su otra mano, cerrada en un puño, en la pizarra. Nadie lo veía. Podía sufrir. Estaba solo. Estaba solo.
Hermione salió de la estancia, cerrando la puerta tras ella de un portazo. No había nadie en el pasillo. El descanso había terminado, probablemente. Todos estaban en clase.
Sus pasos apresurados la guiaron, sin aflojarse, hasta la pared de enfrente. Como si necesitase llegar allí lo antes posible. Se apoyó en la rugosa superficie con una mano tan pronto como la alcanzó, y se quedó quieta ante ella. Intentó fijar su mirada en la piedra gris. Áspera. Desgastada por el paso del tiempo. Pero no la veía. No veía nada. Solo imágenes borrosas de Draco ante ella. Palabras. Pensamientos confusos. Miradas que ya no podía recordar con claridad. Que ya no tenía claro que hubieran ocurrido.
Tenía la boca entreabierta. Su mandíbula temblaba. Toda ella temblaba. Respiraba de forma superficial. Todavía sentía en los labios el húmedo rastro de Draco, secándose lentamente.
Necesitaba llorar. Necesitaba gemir. Sentía un sollozo desesperado, liberador, acumulándose en su pecho. En su garganta. Pero no llegaba. Las lágrimas inundaban sus ojos, pero no caían.
Se convulsionó toda ella, en silencio, mientras los sollozos la eludían. No le llegaba el aire a los pulmones. Se ahogaba.
"A pesar de lo que eres".
Negó con la cabeza, volviendo a sentir que su pecho se convulsionaba en un sollozo incompleto. No podía entenderlo. ¿De verdad había estado tan ciega? ¿De verdad se había enamorado de él hasta ese punto?
No podía haber sido todo para nada. No podía aceptarlo. Tantas horas a su lado, a escondidas, en tantos momentos robados. Tantos minutos pensando en él. Dedicando sus esfuerzos a pensar cómo poder verse, cuándo verse, dónde verse. Qué excusas poner a sus amigos. Cómo ocultarles lo que estaba haciendo. Porque estaba mal. Y lo sabía.
Pero había cerrado los ojos a todo.
"¿Qué hay de ti? ¿No hay hipocresía en ti?"
La había llamado hipócrita. Y Hermione no estaba segura de que no estuviera en lo cierto.
Había engañado a sus mejores amigos, y todo para nada.
Ya no había nada entre ellos. No iban a estar juntos para siempre. No iban a luchar contra los prejuicios del mundo mágico. No iban a pronunciar los discursos que ella había planificado en su mente para el futuro, para plantar cara a cualquiera que quisiera separarlos. Él no iba a luchar por ella. Él no quería luchar por ella.
Draco no había cambiado. Solo se había confundido. Había creído sentir cosas por ella que realmente no sentía. La había seguido considerando inferior, igual que lo había hecho desde que la conocía, a pesar de sentirse bien en su compañía. Pero no había cambiado nada en él. Y ella había pagado las consecuencias.
Y también sus amigos. Harry y Ron. Había herido a Ron. Había atacado a Ron. A pesar de que ella le había pedido que no lo hiciera. Draco sabía que algo así la destrozaría, y aun así lo había hecho.
No solo no soportaba a sus mejores amigos, sino que disfrutaba haciéndoles daño. Quería hacerles daño. ¿Cómo había podido cerrar los ojos ante lo evidente? Tarde o temprano se cansaría de la promesa que le hizo. Su amenaza de acabar con lo que tenían no podía ser incentivo suficiente, menos aún cuando seguía considerándola inferior a él. Malfoy era un matón, lo había demostrado ya en su primer año, al embrujar a Neville con el Maleficio de las Piernas Unidas, robarle su recordadora, o insultar a Ron hasta terminar a puñetazos, entre otras muchas cosas.
Seguía siendo el mismo. Era ella quien se había dejado engañar por gestos estúpidos. Apasionados besos, miradas íntimas en la penumbra, abrazos cuando era evidente que los necesitaba… Qué tonterías. Solo eran tonterías. Sentimentalismos. No significaban nada. No cambiaban los hechos, la realidad. Y la realidad era que había atacado a Ron con pus de bubotubérculo. No podía permitir tal cosa. No podía estar con él así. Ya no estaba con él.
De súbito la asoló la idea de que Draco no tardaría en salir del aula a sus espaldas. Ya no hacía nada allí, solo. Quizá estaba volviendo a asegurarse de que el pus estaba bien escondido, y por eso tardaba.
Hermione avisaría al primer profesor que localizase de la ubicación del pus.
Se soltó de la pared, sintiéndose flaquear al tener que ser ella la que sostuviese todo su peso. Obligó a sus pies a andar, recorriendo el pasillo, alejándose de allí. Se sorprendió al sentirse capaz de caminar. Porque sentía sus tobillos débiles. Necesitaba sentarse. Pesaba demasiado. Toda ella pesaba demasiado. Pero tenía que andar. No podía dejar de andar.
Llegó a una escalera, y la gravedad ayudó. Solo tuvo que sujetarse a la barandilla y dejar que sus pies cayesen en un escalón, y luego en el siguiente. Se preguntó cuánto tiempo podría estar sin respirar. No estaba respirando. Se preguntó también a dónde iba. Harry y Ron. Tenía que buscar a Harry y a Ron. Ron estaba herido. Draco lo había atacado. La Enfermería. ¿Dónde estaba la Enfermería? ¿En el piso inferior?
En las escaleras sí había gente. Se cruzó con algunos alumnos. Subían y bajaban a su alrededor, pero apenas repararon en ella. Nadie tenía rostro. Nadie la miró. ¿Era posible que su aspecto, desde fuera, fuese normal? ¿Cómo podía serlo, si no estaba respirando?
Sus pies tocaron tierra firme. Se encontró en otro pasillo.
Cara a cara con Harry. Y Justin Finch-Fletchley iba con él. Estaban ante ella, de pronto. Los había encontrado. O, más bien, ellos a ella. Le estaban hablando, veía sus bocas moverse, abrirse y cerrarse, pero no les oía. ¿Por qué no les oía? Oía un zumbido. Un potente zumbido le embotaba los oídos. De pronto se sentía liviana. Ya no le pesaba el cuerpo, no le pesaban las piernas. Porque ya no las sentía. Era como si poco a poco se estuviese disolviendo. Los rostros de sus amigos comenzaban a distorsionase, ya no veía sus rasgos con claridad. Los reconocía pero no los veía. Todo se difuminaba a su alrededor. Seguía de pie, pero no recordaba por qué.
Lo último de lo que fue consciente, fue del frío contacto del suelo de piedra contra su mejilla.
Theodore Nott no podía soportar estar sentado. Durante casi una hora, había creado una nerviosa ruta que iba desde su cama, hasta la silla de su escritorio, a recorrer la habitación sorteando los muebles, y a sentarse en su cama de nuevo. Alternando el recorrido de vez en cuando. Sin pararse en cada lugar más de unos segundos.
Pero ahora Zabini estaba también en el dormitorio. Y tenía que disimular. No podía dar vueltas como león enjaulado.
Su compañero se había sentado en el escritorio, a la luz de la lámpara de aceite que había allí, la cual proyectaba una verdosa y titilante luz. Estaba escribiendo una larga carta. Posiblemente a su familia. Nott no lo sabía, y tampoco se lo preguntó.
El rasgueo de la pluma lo estaba volviendo loco. No podía siquiera fingir que estaba leyendo. No se molestó en sacar ningún libro ni revista. Se limitó a permanecer sentado sobre su colchón, mirando al vacío. Aprovechando que Zabini no lo miraba en lo absoluto, estaba devorando las cutículas de sus uñas. Sintiendo el sabor de la sangre en su lengua. No deteniéndose.
Se escuchó el ruido de la puerta de la habitación al abrirse. El colchón de Nott chirrió. Alzó la cabeza y contempló el umbral, con los ojos muy abiertos, soltando su destrozado pulgar. Draco estaba allí, inmóvil, con la mano todavía en el picaporte y el rostro envuelto en sombras. No alcanzándolo la luz del candil. Nott apretó los muslos para evitar ponerse en pie de un salto.
Zabini miró por encima de su hombro. Reconoció a Draco y volvió a su carta con tranquilidad.
—Buenas —lo saludó, afable, mojando la pluma de nuevo. Draco no respondió. No se movió de la puerta. Nott no le veía los ojos—. ¿De dónde vienes? ¿No tenías clase?
Nott apretó las mandíbulas. Sentía la boca seca, y tragó saliva intentando hidratarla. Necesitaba ver el rostro de Draco. Quería abrir un agujero en el suelo y arrojar dentro a Zabini para poder hablar con Draco con tranquilidad.
No podía soportar la espera. Necesitaba saber qué había sucedido.
—Estabas en el campo, ¿verdad? —cuestionó a su vez Theodore, con voz queda. Controlando su voz con efectividad—. ¿Qué tal? ¿Has vuelto a… perder tu snitch?
Zabini elevó la mirada. Mirando a Nott como si acabase de recordar que estaba ahí. Draco cerró la puerta a sus espaldas y entonces Blaise lo miró a él, girándose en la silla.
—¿Se te ha escapado la snitch? —cuestionó amablemente. Con una simpática sorna. Contempló a su compañero de habitación avanzar por la estancia—. ¿En el campo?
Draco se detuvo junto a su cama. Su mano se apoyó en el poste de madera. Con ligereza. Ahora Nott sí le vio el rostro, al acercarse a la luz. Lucía imperturbable. Impasible. Sin nada que pudiera calificarse de anormal. Ni siquiera él, que sabía lo que acababa de pasar, pudo ver nada inusual en su expresión.
—Soy idiota —pronunció entonces Draco. Con voz plana. Serena—. Y la he dejado escapar.
Nott estuvo a punto de aferrarse él también al poste que tenía a un lado. Sintiendo su pecho hundirse en las profundidades de su cuerpo. Un picor en la garganta que tenía que aplacar en ese momento.
Lo había hecho.
—Vaya —masculló Blaise, mirándolo con ligera resignación. Sonrió de medio lado, enfundándole ánimos—. Bueno, no te preocupes. Ya la recuperarás. Si quieres te ayudo, aunque el Quidditch se me da de pena.
Draco estiró sus pálidos labios en una fina línea, que podía hacerse pasar por una sonrisa. Zabini no pareció darse cuenta de que Draco parecía estar paralizado junto a su cama. Se giró de nuevo hacia el escritorio y enrolló el pergamino ya seco, poniéndose en pie.
—Voy a la Lechucería, ¿necesitáis algo de allí? —ofreció, echándose una fina capa sobre los hombros. Theodore tardó en darse cuenta de que lo incluía a él en el ofrecimiento. Sus ojos no se apartaban del perfil de Draco.
—Nada, gracias —murmuró Nott. Intuyendo que Draco no podía hablar.
—Bien, nos vemos luego —se despidió el muchacho con desinterés, yendo hacia la salida mientras se anudaba la capa al cuello. La puerta se cerró tras él y la habitación quedó sumida en el silencio. Nott, que había estado deseando que Blaise se fuese para ponerse en pie, de pronto no pudo moverse.
—¿Estás bien?
Sabía que preguntar era inútil. Pero no pudo contenerse. Draco no respondió. Seguía inmóvil a los pies de su cama, apoyándose en el oscuro poste. Asintió con la cabeza como un autómata. Sus ojos fijos en el suelo.
Nott dejó escapar el aire contenido. Relajó los hombros, pero sintió que su rabia se desbordaba. Y no podía callarse.
—No puedo mentirte y decirte que creo que has hecho lo correcto. Porque ninguno de los dos os merecíais esto. Pero supongo que puedes estar satisfecho, has conseguido lo que querías; después de cómo has dejado a Weasley, Granger no querrá ni respirar el mismo aire que tú —espetó Theodore a media voz.
Draco no dijo nada. Su rostro estaba serio. Impávido. Preocupantemente distante. Vacío. Nott lo comprendió entonces. Era normal que el rostro de Draco se mostrase altivo e imperturbable. Pero no por tanto tiempo. No había ninguna emoción en él. Y eso no era normal.
No estaba bien.
Theodore miró la blanca mano de su amigo. Y vio que ya no se apoyaba en el poste, sino que lo estaba aferrando con todas sus fuerzas. Como si intentase sostenerse. La única prueba de que estaba sintiendo algo. Algo terrible. Nott boqueó, con los ojos fijos en su mano. Viéndola temblar. Sus tendones marcarse. Escuchó crujir la madera. Y entonces vio, a cámara lenta, cómo Draco se desplomaba en el suelo. Dejándose caer de rodillas. Su mano resbaló por el poste hasta la base, pero no lo soltó. Siguió aferrándose a él como si fuese una cuerda de salvamento.
Nott jadeó de sorpresa, sin ser capaz de moverse en un primer momento.
—Draco… —articuló, conmocionado.
Éste no dijo nada. Tenía los hombros hundidos, el rostro agachado y Nott solo le veía la parte superior del rubio y lacio cabello. Al escuchar su nombre, Draco agachó aún más el rostro y se cubrió los ojos con la mano que tenía libre.
Se oyó un potente estallido. El candil apagado de la mesilla de Nott había reventado en mil trozos de cristal que volaron por todas partes.
Theodore se sobresaltó y se puso en pie como accionado por un resorte, mirándolo con los ojos muy abiertos. El suelo había quedado regado de cristales, y también su cama. Se miró el brazo. Algunas esquirlas habían aterrizado sobre su túnica. Vio brillar un par de ellas, diminutas, clavadas en la piel del dorso de su mano. La elevó hasta alcanzar su perfil, su mejilla. Sintió un pequeño cristal deslizarse sobre ella al pasar sus dedos. Arañando su piel.
No tuvo tiempo de moverse. El candil de la mesita de Zabini estalló también. Y el de Crabbe. Y el de Goyle. La lámpara de aceite del escritorio fue la última en volar por los aires, dejándolos en penumbra.
Nott se estremeció ante cada detonación. Petrificado. Viéndose rodeado de trozos de vidrio. Sus ojos se clavaron en su amigo. No se había movido.
—D-Draco… —farfulló. Sacó su varita. Dispuesto a aturdirlo o amordazarlo de ser necesario.
Pero entonces comprendió que no podría. No podía siquiera apuntarlo con la varita. Sintió un pesado frío asentarse en su estómago. Podía sentirlo. Como una nube eléctrica, atravesando el aire. El olor a metal. Sentía la magia rodear a Draco. No era visible, pero se sentía a la perfección. Lo estaba desbordando. No podía controlarla. O no quería. Tenía que estar dándose cuenta de que sus emociones lo estaban arrastrando a una manifestación terrible de magia involuntaria. Y le daba igual.
La almohada de Zabini estalló entonces, en una nube de plumas que flotó y cayó con lentitud por encima de su cama. Nott la miró, sobresaltándose de igual manera que con los candiles. Miró a Draco, y trató de acercarse. No pudo. Sus pies se mantuvieron clavados en el suelo. Casi podía ver la magia escapando a modo de fluctuaciones por su espalda encorvada. Creando una barrera invisible a su alrededor. Su cabello vibraba levemente. Como si hubiera corriente. Pero las ventanas daban al lago, y la puerta estaba cerrada.
Lo intentó de nuevo, con más firmeza.
—¡Draco!
Otra almohada estalló, la de Draco. La jarra con agua del escritorio también reventó, inundándolo, echando a perder los pergaminos que había allí. Derramando el frasco de tinta que Zabini había dejado abierto. El espejo que colgaba de la pared explotó, regando el suelo con enormes trozos de cristal. La cama de Crabbe crujió y el dosel se venció, cayendo en medio de una nube de polvo. Nott dejó escapar un grito, retrocediendo por inercia. Jadeó, sin saber qué hacer. Draco no se movía. No parecía alterado mientras destrozaba la habitación con magia involuntaria. Podría prender fuego a todo, con ellos dentro, sin inmutarse.
—Draco, por favor…
Nott escuchó otro crujido. Y casi lo sintió dentro de su pecho. Ya no quedaban más objetos de vidrio en la habitación… Giró la cabeza. Vio el cristal de una de las ventanas agrietarse, creando blancas líneas, como un mapa de constelaciones, en su superficie. El agua del inmenso y oscuro lago brilló con luz verdosa a través de él.
Exhaló. Sintiendo el pavor invadirlo.
—¡DRACO!
Su voz, su fuerte grito, se elevó por encima de la magia que envolvía a su amigo. Y Nott sintió que podía avanzar. Haciendo un gran esfuerzo, pero podía. Decidido a aprovechar que la trinchera que rodeaba a su amigo se había aflojado, sin siquiera pensarlo se arrojó de rodillas ante él. Lo rodeó con sus brazos con fuerza. Apretando las manos contra su espalda hasta que sus dedos se sacudieron de dolor. Hasta seguramente hacerle daño. Sentía su túnica arrugarse bajo su agarre. Su musculatura tensa bajo la ropa. Sus duros omoplatos contra las yemas de sus dedos. Hundió el rostro en el hombro de su amigo. Jadeando contra su ropa.
Los crujidos se detuvieron.
Nott apretó los dientes, conteniendo el agobio de su garganta. Se pegó a él todo lo que pudo y le colocó la mano en la nuca, para poder atraerle la cabeza. Draco no se resistió y permitió que su frente quedase apoyada en la clavícula de su amigo. Quizá lo necesitaba, o quizá no tuviera fuerzas para apartarlo. Nott no lo sabía. Notaba que aún seguía con los ojos cubiertos por una mano.
Todo se había detenido. La magia se había detenido.
Draco no lo abrazó de vuelta, pero se había calmado. Nott pudo notarlo. Notó que soltaba el poste, dejando caer el brazo a su lado, inerte. Pero no por eso él aflojó su agarre. Lo oprimió contra sí con todas sus fuerzas, hasta quedarse sin ellas. Tenía miedo de moverse, como si eso pudiera alterar de nuevo al chico. Pero terminó deslizando una mano tentativa por su espalda. En un intento de gesto reconfortante. Sin tener ni idea de qué hacer.
Unos rápidos golpes en la puerta cerrada casi infartaron a Nott. Elevó la cabeza, observando la entrada a la habitación. Draco mantuvo la frente contra su hombro, sin moverse.
—¿Draco? ¿Estás ahí? —preguntó una voz desde fuera. Era Pansy.
Nott tomó aire, valorando qué hacer. No había aflojado sus brazos alrededor de Draco. Y éste seguía inmóvil contra él. La habitación parecía un campo de batalla. Quizá lo había sido.
—Está en el baño —respondió Theodore en voz alta, girando el rostro para alejarse del oído de su amigo. Su tono sonó más estable de lo que esperaba—. Me estoy vistiendo. ¿Qué pasa?
—McGonagall lo está buscando —dijo la chica, sonando amortiguada tras la madera de la puerta. Pero se escuchaba agobiada—. Dice que quiere verlo inmediatamente. Parece importante. Está furiosa.
Nott casi no pudo contener una exhalación al sentir a Draco moverse dentro de su abrazo. Estaba enderezando el cuerpo, separándose de él. Lo soltó al instante, dejando caer sus brazos. Draco apartó la mano que cubría su expresión. Su rostro era una máscara hierática. Nott hubiera jurado que estaba llorando en silencio contra su hombro, pero su piel estaba completamente seca. Vio cómo se tomaba unos segundos para respirar hondo. Mirando el suelo. Se puso en pie, con considerable facilidad. No temblaba. Nott lo miró desde el suelo, paralizado. Vio su anguloso rostro contraerse. Y entonces Draco esbozó su mejor mueca de socarronería, sonrisa incluida, mirando al fondo de la habitación. Practicando.
Sin decir ni media palabra, con dicha expresión estampada en sus facciones, avanzó con paso firme hacia la salida. Sus zapatos crujieron al contacto con los miles de cristales rotos que tapizaban el suelo. Abrió la puerta. Pansy estaba al otro lado, con aspecto angustiado.
—¿McGonagall me busca? —preguntó Draco, con tono despreocupado, bloqueando el umbral. Sonaba igual de desenvuelto que siempre—. ¿Para qué?
—No lo sé —admitió la chica, mirándolo con una diminuta sonrisa de disculpa—. Pero parece grave…
Draco suspiró de forma teatral, saliendo un paso y entornando la puerta tras él.
—Mierda, eso quiere decir que me han pillado. Le he tirado hace un rato una porquería a Weasley en la cara. Me va a caer una buena —contó, sin darle importancia. Dejó escapar una risotada despectiva—. Pero los del equipo me cubrirán… Tendrías que haberle visto la cara a la Comadreja —se burló, comenzando a bajar las escaleras que conducían a la Sala Común, precediendo a su amiga. Con andares elegantes, seguro de sí mismo. Como si no tuviera nada que temer. Pansy sonrió con admiración y lo siguió al trote.
Nott tuvo oportunidad de escuchar sus palabras desde dentro de la habitación. Agradeció que su amigo hubiera entrecerrado la puerta, porque todavía no podía ponerse en pie. Seguía arrodillado en la alfombra, a los pies de su cama, tal y como él le había dejado. Luchando por respirar. En medio de una habitación destrozada.
Sollozando entre dientes, se pasó la manga de la túnica por el rostro. Secándose las lágrimas. Mezcladas con algo de sangre que los cristales habían dejado escapar. Se preguntó cómo Draco lograba fingir de esa manera. Cómo había podido recuperarse así. Era necesario que lo hiciera, que mantuviera su tapadera, pero parecía casi inhumano forzarse así. Era mucho más fuerte de lo que nunca lo había considerado.
Sacó la varita, agitándola en diferentes direcciones para ordenar el desastre de la habitación. Dejándola como si nada hubiera sucedido. Se acercó al espejo recién reparado y terminó de limpiarse los cristales y la sangre del rostro. Se miró los hundidos ojos. Enrojecidos. Húmedos. Cogió aire con todo el énfasis que pudo. Se lavó la cara con agua en el cuarto de baño, eliminando cualquier rastro de lágrimas, y salió de la habitación con paso firme tras su amigo.
—Al menos no te van a quedar cicatrices, ¿verdad? —preguntó Ginny, sentada con las piernas cruzadas sobre una de las camas de la Enfermería. Tenía la mirada fija en su hermano mayor, acostado en la cama de al lado. Ron sacudió la cabeza.
—No, ninguna cicatriz.
—¿Tampoco las de la cara? ¿O el cuello? Ahí el pus te dio directamente… —insistió Harry, tumbado de costado sobre la cama de su amigo, encima de las sábanas. Estiró el cuello para observarle detenidamente el rostro. Tenía varios apósitos cubriendo parte de su pecoso rostro, especialmente la barbilla. Y una fina venda rodeando su garganta. La piel de esas zonas se veía enrojecida todavía.
—Tampoco, por lo visto —informó Ron, con resignación, encogiéndose de hombros—. Casi todos los forúnculos han desaparecido, pero la piel está irritada. Es como si tuviera ampollas ya reventadas por todas partes —sonrió ante el exagerado gesto de asco que fingió Harry—. Pomfrey dice que la piel me dolerá unos días más y que después irá remitiendo, según se vaya formando piel nueva. El cuello será lo que más tarde en curarse. Tengo que darme ese ungüento —señaló un pequeño frasco que había en la mesilla— por todo el cuerpo, mañana y noche, hasta que desaparezca del todo. Si en una semana sigo teniendo alguna molestia, me dará un ungüento más fuerte.
—¿Y para el dolor te ha dado algo? ¿Solo la poción?
—Sí, solo la poción que he tomado antes —corroboró—. Me dará varios viales cuando salga de aquí.
El joven pelirrojo compuso una mueca de dolor al rascarse el estómago cuidadosamente, por encima del pijama blanco y de las gruesas vendas que sabían que rodeaban su torso. También cubrían parte de sus brazos, a la vista bajo las cortas mangas de su pijama, y sus muslos, ocultos bajo las sábanas. Harry, una vez más tranquilo y seguro de que su amigo estaba fuera de peligro, había bromeado amigablemente con él diciendo que tenía un serio parecido a una momia.
Aun así, horas después del incidente con Draco Malfoy, el joven Potter seguía colérico.
—Me parece increíble que Dumbledore no haya hecho nada al respecto —murmuró de nuevo, en un arrebato. Tenía la vista fija en la blanca sábana, rascándola con un rabioso dedo—. No lo esperaba de él. Pienso… pienso hablar con él en cuanto pueda.
—Sí que ha tomado cartas en el asunto —corrigió Ginny una vez más, con la mirada fija en la ventana, en la pared opuesta. El sol estaba poniéndose y pronto oscurecería. La Enfermería, vacía a excepción de ellos, estaba teñida de un cálido color anaranjado que era prácticamente lo único que lograba templar el ánimo de los chicos—. Ha expulsado a Malfoy.
Harry resopló fuertemente con incredulidad. De nuevo volvía a excitarse al retomar el tema.
—¿Expulsado? ¡Venga ya! A eso…
Se interrumpió al escuchar el sonido de unos tacones. La profesora McGonagall abandonó el despacho de Madame Pomfrey con agitados andares. Harry se enderezó de un salto, con los verdes ojos chispeando. Pero ella fijó su penetrante mirada en Ron.
—¿Se siente mejor, señor Weasley? —cuestionó, con amabilidad.
—Me sentiré mejor cuando pueda patearle el trasero a Malfoy, profesora —comentó el muchacho, arqueando las cejas. La mujer suspiró con discreción, frunciendo los labios, añadiendo así más arrugas a su contorno, pero no dijo nada. Aunque Harry tampoco le dio oportunidad, no pudiendo contenerse más.
—Profesora —saltó, exaltado. La mujer movió los ojos en su dirección—, esto no puede quedar así. Malfoy no puede salir indemne de esto.
—El señor Malfoy ha sido expulsado, como ya les he comunicado hace un rato —sentenció Minerva, sin alterarse. Aunque sus hombros estaban anormalmente rígidos.
—No de la escuela —protestó Harry, elevando el tono de voz—. ¡A eso no se le puede llamar expulsión! Sigue en el maldito castillo, simplemente le han prohibido acudir a las clases hasta final de curso, y le han echado del equipo de Quidditch… ¡Vaya un castigo! Si de todas formas ese imbécil apenas se presenta a ninguna clase...
—Señor Potter… —lo amonestó la mujer, con severidad. Pero él no le hizo caso.
—Más que un castigo casi es un premio, como si le hubieran dado vacaciones…
—Señor Potter —interrumpió de nuevo, con tono más duro. El muchacho se vio obligado a enmudecer, resollando—. El profesor Dumbledore ha hecho lo que ha considerado correcto. No había testigos suficientes como para expulsar de forma definitiva al señor Malfoy. No había testigos de lo ocurrido, excepto el señor Weasley y usted.
—¡Y sus malditos secuaces! —saltó Harry.
—Y todos afirman que fue un accidente —recordó la mujer, sin alterarse—. Es su palabra contra la suya. De hecho, la expulsión es por la posesión ilegal de pus de bubotubérculo sin diluir, introducido en el castillo de contrabando, sumado a sus innumerables castigos este año, no por la agresión al señor Weasley.
Harry elevó los brazos como si todo le pareciese ridículo, y tuvo que enmudecer para tomar aire. Ginny, con la mandíbula crispada, aunque más serena que él, le tomó la palabra.
—Profesora, Harry fue testigo directo de que fue intencionado. ¿Las heridas de mi hermano no deberían ser suficiente prueba? —se escandalizó, señalando a Ron con una pecosa mano.
—Su rivalidad con el señor Malfoy durante siete años no ha pasado desapercibida —indicó McGonagall, mirándolos por encima de sus gafas—. Y eso apela en ambas direcciones. Es plausible que el señor Malfoy le haya hecho algo semejante, pero también que haya sido un accidente e intenten inculparlo injustamente. Como les digo, no hay testigos suficientes.
—¿Y podrá presentarse a los ÉXTASIS, como si nada? —añadió Ginny, envarándose.
—Los ÉXTASIS son considerados exámenes propios del Ministerio de Magia, y, por lo tanto, ajenos a la escuela. De modo que sí, podrá presentarse a pesar de su expulsión, si así lo desea.
Ginny exhaló con ira. Comenzando a igualar a Harry en indignación.
—Mi hermano podía haber terminado herido de gravedad. Y Malfoy seguirá en el castillo tan campante… ¿No le parece injusto, profesora?
—El profesor Dumbledore ya ha tomado una decisión. Lo que yo opine no es relevante —replicó McGonagall, crispando la boca. Lo cual indicaba que no estaba satisfecha con ese detalle. Aprovechando el silencio rabioso que se apoderó de la Enfermería, giró el rostro para mirar la cama que Ginny ocupaba como invitada. Su voz se suavizó—. ¿Cómo se siente usted, señorita Granger?
Harry, Ron y Ginny centraron también la mirada en su silenciosa amiga. Estaba vestida con su uniforme del colegio, con la espalda apoyada en las almohadas y cubierta con la sábana. Parecía curiosamente serena, ajena a todo. Distante con lo que la rodeaba.
La joven alzó la mirada con lentitud, hasta ahora fija en las arrugas de sus sábanas, para mirar a su profesora. Cuando sus ojos se encontraron, Hermione fue plenamente consciente del tipo de preocupación que vio en ellos. Como si supiera que Hermione, definitivamente, no podía estar bien. La estaba estudiando con intranquilidad, con una muda pregunta que solo ella entendería flotando en sus ojos. Hermione sabía lo que pasaba por su cabeza. La mujer creía entender lo que significaba para ella que Malfoy hubiese atacado a Ron. Sabía lo que había entre Draco y ella. O, al menos, creía saberlo. Pero, por desgracia, la profesora McGonagall no podía saber la actual realidad.
La voz de Hermione sonó totalmente clara cuando rompió el silencio.
—Me siento mejor, profesora, gracias —aseguró, sin dejar de mirarla a los ojos. McGonagall le sostuvo la mirada un momento más, como si esperase ver algo más concreto en sus ojos marrones. Como si estuviese intentando adivinar qué pensaba hacer Hermione al respecto de Draco Malfoy. Intentando ver si de verdad estaba bien. Pero terminó asintiendo con la cabeza. Discreta. Prudente. Desvió su mirada de nuevo hacia Ron.
—Descansen ambos —indicó—. Volveré a verle por la mañana, señor Weasley, para ver su evolución. Señorita Granger, también puede pasar la noche en la Enfermería si así lo desea. Poppy me ha dicho que lo deja a su criterio. Voy a… hablar con Albus de nuevo —añadió, y el tono rabioso que se dejó entrever, además del nombre de pila del director, indicó a los muchachos que la mujer estaba en su mismo equipo. E iba a luchar por que se hiciera justicia.
Tras un leve asentimiento de cabeza a modo de despedida, Minerva se alejó con apresurados y enérgicos andares. Los jóvenes se miraron, esbozando similares muecas de contrariedad.
—Se queda en el castillo —murmuró Harry—. Esa sabandija se queda en el castillo…
—Ya has oído a McGonagall, Dumbledore no podía hacer más —insistió Ginny con más parsimonia, intentando relajarlo y relajarse—. Evidentemente, sus amigotes no van a justificar en su contra. Todos se han puesto de acuerdo para decir que fue un accidente…
—Un accidente… —repitió Harry, entre dientes—. Esto podía haber acabado muy mal, Ron podría estar muy grave ahora mismo. Yo lo hubiera expulsado definitivamente, o tirado de cabeza al lago… —añadió en voz más baja, agotado de tanta furia.
—Ese privilegio me lo reservo para cuando me dejen salir de aquí —intervino Ron, sonriendo con melancolía—. Mejor que siga aquí. Ese hurón no se me escapará...
Ginny suspiró con resignación ante la sed de sangre de su amigo y su hermano, y que ella también compartía aunque intentase lidiar con ello. Volvió a mirar a Hermione, sentada a su lado.
—¿Vas a quedarte a pasar la noche, Hermione? —preguntó con suavidad, estirando una mano y cogiendo de la muñeca a su amiga. Harry y Ron dejaron de planear crueles y justas venganzas y también la miraron, esbozando idénticas muecas de cariño.
Hermione parpadeó y negó con la cabeza lentamente. Mirando las sábanas.
—No, iré a la habitación. Ya me siento mejor —a pesar de sus palabras, su tono seguía anormalmente sereno. Como si fuese a romperse si alzaba más la voz o hablaba más rápido. Elevó los ojos de pronto, mirando a Ron—. A no ser que quieras que te haga compañía —dijo de pronto, con más fuerza, como si acabase de pensarlo. Éste sonrió de medio lado con nostalgia.
—Qué va, no te preocupes. Estas camas son una porquería. Dormirás y descansarás mejor en tu habitación.
Hermione frunció los labios y bajó la mirada de nuevo. Ginny la escrutó con sus vivos ojos.
—Tienes mejor color que antes —concedió con suavidad, intentando animarla.
—No sé si mejor o peor, pero ahora al menos tienes color —corrigió Harry, sonriendo de manera afable—. Justo antes de desmayarte estabas blanca como la cera, nunca te había visto tan pálida. Nos has dado un buen susto a Justin y a mí…
Hermione giró el rostro con lentitud para mirarlo a él. Su expresión seguía igual de sosegada. No se veía contenta. Tampoco triste. Ni enfadada. Solo estaba ahí. Estoica. Controlada.
—¿Sí? —cuestionó, en un susurro—. Lo siento.
Harry se encogió de hombros, sin darle más importancia.
—No te preocupes. Todos nos hemos llevado un buen susto, a cualquiera nos habría pasado… Por cierto, saliste pitando —comentó entonces Harry, frunciendo el entrecejo—. Justin y yo te lo preguntamos, pero fue justo antes de que te desmayaras y no nos contestaste. ¿A dónde fuiste? Por un momento creí que habías ido a buscar a Malfoy…
Hermione parpadeó.
—Es que fui a buscar a Malfoy.
—¿Qué? —saltó Harry, enderezándose hasta quedar sentado. Ron y Ginny se tensaron igualmente—. ¿Estás loca? ¿Tú sola? Pero… ¿qué? ¿Y… y lo encontraste?
Harry se escuchaba furioso. Cargado de rabia ante la imprudencia de su amiga. Ron y Ginny contenían la respiración. El silencio fue algo denso durante unos segundos. La cabeza de Hermione se sacudió a ambos lados.
—No. No lo encontré por ninguna parte. Así que volví a buscaros. Corrí durante mucho rato. Seguramente por eso me bajó la tensión. Estaba furiosa y… quería enfrentarlo. Pero no lo hice.
Harry respiró con más tranquilidad. Intercambió una frustrada mirada con Ron. Ginny no apartaba los ojos de Hermione.
—Fue una imprudencia. Podía haberte atacado a ti también —protestó Harry de nuevo, con voz cargada de rencor. Hermione no se inmutó.
—Llevaba mi varita. Y estaba mentalizada para esa posibilidad —articuló. Su voz sonó más fuerte que en toda la conversación—. No me pillaría por sorpresa como hizo con vosotros.
Harry sacudió la cabeza, todavía enfadado, como si lo exasperara. Ginny le lanzó una mirada de advertencia, indicándole que dejase ya de machacarla.
—Bueno, lo pasado, pasado está. No ha habido nada que lamentar. ¿Qué te ha pasado en el uniforme? —cuestionó la joven pelirroja con más suavidad, queriendo cambiar de tema. Toqueteó con los dedos el escote de la camisa de su amiga, al que le faltaba un botón. Hermione no lo miró.
—Me lo he roto —respondió ésta, con el mismo tono pausado, sin alterarse lo más mínimo—. Estaba agobiada, tenía calor, he tirado demasiado de él y lo he roto.
—Ya… yo te lo coseré, si quieres —se ofreció Ginny, solícita—. Creo que tengo algún botón de sobra en mi habitación —Hermione murmuró un agradecimiento, esbozando una tirante sonrisa. La joven Weasley apretó los labios y llevó su mano al rostro de su amiga—. Pero sigues muy fría, Hermione —comentó en un susurro—. Y tampoco me gusta del todo el color de tu cara.
—Madame Pomfrey ha dicho que es lo normal tras una bajada de tensión tan brusca —comentó Ron, estirándose con dificultad para coger un poco de agua de la jarra de su mesilla—. Lo normal es que se sienta débil y algo mareada durante un buen rato.
Ginny no dijo nada ni apartó los ojos de su silenciosa amiga. Ante su insistente mirada, Hermione la miró a su vez. Su cuerpo estaba recto, erguido, igual que siempre, pero sus ojos se veían curiosamente distantes, y su expresión más atenuada.
—Estoy bien —aseguró Hermione, estirando sus cansados labios en una sonrisa algo más real—. Estoy bien, de verdad. No os preocupéis por mí.
Estoy bien.
El barullo que había en el Gran Comedor se escuchaba incluso desde el Vestíbulo. Decenas de personas lo recorrían, de un lado para otro, abandonándolo con los estómagos llenos o yendo a engrosar las cuatro enormes mesas. Los alumnos de Gryffindor y Hufflepuff de séptimo año acababan de salir de Herbología, y estaban deseando coger energías antes de las dos horas de Encantamientos y Transformaciones, respectivamente, de esa tarde.
Neville se estaba adentrando en el Gran Comedor, mientras explicaba a Ernie con todo lujo de detalles cómo había logrado obtener las raíces de Rábano Picante durante la clase anterior. Harry y Hermione, junto a ellos, escuchaban con intermitente atención. Hermione ya sabía el procedimiento, y había logrado obtener las raíces con el mismo éxito que Neville. Harry parecía estar, simplemente, en las nubes. Inusualmente taciturno. Y Hermione podía adivinar el motivo sin dificultad.
Ron llevaba casi dos días ingresado en la Enfermería. Aunque estaba fuera de peligro, su ausencia pesaba en su vida cotidiana. Sus visitas a la Enfermería, y su preocupación, habían retrasado las investigaciones de ambos amigos sobre la supuesta criatura que estaba utilizando Legeremancia contra Harry. Haciéndolos sentir inútiles y poco productivos, cosa que ninguno de los dos llevaba particularmente bien.
—Entendido todo, Neville, eres mi salvador —suspiró Ernie, frotándose las sienes, cuando el chico terminó su explicación—. Después lo anotaré. Herbología se me está complicando. No sé para qué necesito ese ÉXTASIS para trabajar en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional… Creía que con tener don de gentes sería suficiente —rio de forma lúgubre y sacudió la cabeza—. En fin, nos vemos mañana en Pociones…
—No hay problema, Ernie, estaré luego en la biblioteca si te surge alguna duda —ofreció Neville, mientras se alejaba. Se volvió hacia Hermione y Harry, sonriendo con tristeza—. Pobre. Está igual que yo con Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Lo está —corroboró Hermione, sonriendo de igual modo, mientras avanzaban hacia su mesa—. Le encanta la idea de trabajar en política exterior, y todos sabemos que a Ernie eso de hablar se le da bien —bromeó, haciendo soltar una risita a Neville—, pero las asignaturas requeridas no son su fuerte…
Neville asintió con la cabeza pesadamente.
—¿Cómo está Ron? —cuestionó entonces, mientras se sentaba al lado de la chica en el banco—. Habéis ido antes a verlo, ¿no? Si vais después de clase os acompaño…
Hermione esbozó una sonrisa tirante y asintió. Miró al frente, al otro lado de la mesa, buscando a Harry para incluirlo en la pregunta.
—Sí, antes hemos ido y está… —se interrumpió, aguardando. Pero algo no encajaba. Buscó con más ahínco. Miró con atención la mesa al otro lado de donde estaban sentados. Y después el camino que habían recorrido—. ¿Y Harry?
Neville la imitó, mirando alrededor.
—No… no lo sé —balbuceó, poniéndose en pie sin salir del banco para mirar más lejos—. En la entrada estaba con nosotros. Creía que iba por el otro lado de la mesa para sentarse enfrente.
—Yo también. ¿A dónde…? —comenzó Hermione, en un susurro, sin dejar de girar la cabeza en todas direcciones. Con el corazón en los oídos. Algo que se movía con rapidez captó su atención. Dos alumnos corrían para salir por las puertas dobles. Otros dos entraban en ese momento, pero estaban mirando hacia atrás, hacia el Vestíbulo, y se detuvieron en el umbral. La gente que estaba sentada más cerca de las puertas empezó a moverse. A ponerse en pie. A acercarse a la salida. A susurrar.
—¿Qué pasa ahí fuera? —murmuró Neville, inquieto, al darse cuenta también del revuelo.
Los susurros iban en aumento. Se escuchó por primera vez la palabra pelea. Y después otra vez. Y otra. Hermione sintió que una bola de hierro se deslizaba por su esófago. Sintió que eliminaban la gravedad de la sala. Se puso en pie totalmente, saliendo del banco.
—No puede ser…
Avanzó corriendo por el hueco entre las mesas, sin esperar a Neville, que salió con más torpeza del banco, tropezando por las prisas. Atravesó las puertas dobles y varios gritos la recibieron. Había bastantes personas congregadas en círculo, en el Vestíbulo, rodeando lo que claramente había sido una pelea recién controlada. O más o menos controlada. Por un lado estaba, como Hermione se había temido, Harry. Tenía el pelo casi de punta, dos botones de la blanca camisa rotos, los ojos verdes encendidos, y las gafas tiradas en el suelo. Y el labio partido. Se encontraba de rodillas en el suelo, forcejeando con todas sus fuerzas del precario agarre al que Dean y Lavender lo tenían sometido. Tratando de ponerse en pie, de avanzar hacia adelante aunque fuese a rastras. Para lanzarse de nuevo contra Draco Malfoy, a dos metros de distancia de él.
Éste también estaba tirado en el suelo, sentado, recargado en sus manos. Como si acabara de incorporarse de estar tumbado. Theodore Nott estaba arrodillado a su lado, jadeando, con un brazo protector estirado delante de su torso. Draco se limitaba a mirar a Harry con el rostro contraído. Resollando. Enseñando los dientes, manchados de sangre. Estaba sangrando por la boca. Y un pequeño hilo carmesí también resbalaba de su ceja partida. La túnica le colgaba de un hombro y la camisa estaba fuera de los pantalones.
—No —jadeó Hermione, sin aliento. Sin darse tiempo de vacilar, avanzó corriendo hacia Harry, arrodillándose frente a él con un derrape. Justo cuando el muchacho lograba apartar a Lavender de un brusco empujón y amenazaba con escapar de Dean—. ¡Harry! —exclamó con fuerza, poniéndole las manos en el pecho, empujándolo hacia atrás—. ¡Harry, para!
—¡Dejadme! —rugió el chico, sin siquiera mirarla, revolviéndose. Sus ojos estaban clavados en Draco a pesar de su miopía, como un león fija a su presa—. ¡Voy a matar a ese desgraciado! ¡Voy a hacer que lo saquen de este castillo aunque sea en un ataúd! ¡No te escaparás, Malfoy!
—¡Harry, basta! —volvió a gritar Hermione, cerrando los puños en su túnica a modo de agarre más firme y volviendo a empujarlo. Dean tuvo que rodearlo por el pecho con un brazo, desde atrás, para evitar que lo arrojase de espaldas—. ¡No puedes hacer esto…!
Hermione no escuchó ningún tipo de reacción a sus espaldas. No estaba segura si Draco también estaba intentando soltarse del agarre de Nott para atacar a Harry. Suponía que sí. Pero no vio de reojo a ningún espectador acercarse a sujetarlo como estaban haciendo ellos con Harry. Lavender no se atrevió a volver a intervenir. Neville se había quedado a unos pasos de distancia, cerca de Harry, pero mirando fijamente a Malfoy. Con abierto rencor.
Los espectadores no parecían atreverse a hablar para no perderse nada. Solo unos pocos estaban susurrándose cosas al oído. Nadie intervino. Muchos lucían asustados. Otros parecían entenderlo todo; el rumor de lo sucedido con Ron Weasley se había extendido por el castillo. Y más y más gente se iba sumando al grupo, para ver a Harry Potter perder los estribos con Draco Malfoy.
—¡Dean! —se escuchó entonces la voz de Seamus, que acababa de salir del Gran Comedor. Hermione escuchó cómo corría hasta ellos y lo vio sujetar a Harry del otro brazo, ayudándolos—. ¡Harry, tío, para…!
—Cógele la varita —pidió Dean, señalando con un gesto de cabeza el brazo del chico que estaba intentando mantener retorcido en su espalda.
—¡No necesito varita, lo destrozaré con mis propias manos…! —gritó Harry, intentando librarse ahora del agarre de Seamus, que pasó a sujetarle el brazo para que Dean pudiese rodearlo mejor del pecho.
—Harry, para —suplicó Hermione, en voz más baja. Sintiendo todas las miradas en ellos—. Te meterás en problemas. Por favor, solo…
—Haz algo útil, Potter. Dale recuerdos de mi parte a Weasley, y dile que me debe un frasco de pus de bubotubérculo. No está precisamente barato.
Hermione se heló. Sin terminar la frase. La altiva y potente voz de Draco se había escuchado con claridad por encima de los forcejeos de Harry y los susurros del público. Se escuchaba sereno. Chulesco. No parecía estar forcejeando. De hecho, no se había movido en todo ese rato. Seguía sentado en el suelo, con Nott a su lado, todavía con el brazo estirado ante él. El joven rubio tenía una expresión casi satisfecha en el rostro. Como si le encantase ver perder los estribos a Harry. Como si le retase a volver a tocarlo.
Los espectadores enmudecieron. Contuvieron el aliento. Harry se paralizó un instante. Enseñó los dientes y apoyó el pie en el suelo para darse impulso y lanzarse hacia adelante, intentando soltarse de sus amigos.
—¡Te voy a…!
Pero no llegó a hacerle nada. No fue el único que se movió. Hermione, frente a él, lo hizo detenerse en su intento de liberarse de ellos, de puro desconcierto, cuando lo soltó. Para girarse sobre sus rodillas. Para estirar el brazo ante ella, varita en mano. Lívida.
El rostro de Draco se giró bruscamente a un lado, su flequillo siguiendo el rápido movimiento. Como si una mano invisible lo hubiera abofeteado. Todos vieron el destello color escarlata.
Theodore inhaló, dejando de mirar a Harry con sospecha y volteando el rostro para escrutar a su amigo. Con los ojos muy abiertos. Draco devolvió el rostro al frente con lentitud. Una fina línea carmesí atravesaba su mejilla, allí donde el hechizo lo había golpeado. Y un hilo de sangre no tardó en brotar del profundo corte. Su satisfacción se había evaporado. Ahora lucía impávido. Casi calculador. Clavó sus ojos grises en Hermione, que seguía arrodillada con la varita elevada, apuntándolo directamente al rostro. Mirándolo a los ojos. Su abundante cabello casi parecía chisporrotear. Respiraba profundamente por la nariz. Con los labios crispados. Su mano no temblaba.
Se sostuvieron la mirada por primera vez desde su encuentro en el aula vacía del segundo piso. O al menos lo intentaron, porque el mundo que los rodeaba no se lo permitió.
—Basta.
La nueva voz reverberó mágicamente, de forma casi aterradora, por todo el Vestíbulo. Albus Dumbledore, vestido con una brillante túnica de color añil, estaba plantado en medio de las puertas dobles del Gran Comedor. Alto, serio e imponente. Todos los alumnos que rodeaban el tumulto se apartaron, dejándole visión directa con los responsables. McGonagall apareció inmediatamente tras él. Y también Snape.
—¿Qué está pasando aquí? —balbuceó McGonagall, atónita, acercándose con un brillo colérico. Escrutando la escena al completo. Snape la siguió más lentamente. Su rostro serio y calculador—. Esto es vergonzoso, suelten al señor Potter inmediatamente…
Hermione bajó la varita con rapidez nada más ver a sus profesores, pero estaba segura que tanto McGonagall como Snape la habían visto con claridad. Dean y Seamus se apresuraron a soltar a Harry, el cual no dudó ni un segundo en ponerse en pie de un salto.
—¡Profesor Dumbledore! —gritó Harry antes que nadie. Ni siquiera miró a Neville cuando le alcanzó sus gafas del suelo—. ¡Profesor, no puedo aceptarlo! —señaló a Draco con un dedo acusador—. ¡No puedo ver a Malfoy aquí después de lo que le ha hecho a Ron! ¡No es justo! ¡Profesor, tiene que…!
—Cállese, señor Potter —siseó Snape, con frialdad. Se estaba acercando hacia Draco, escrutándolo—. ¿Qué ha ocurrido, señor Malfoy?
Draco elevó la barbilla. Asegurándose de que su ceja sangrante quedaba a la vista. Se limpió la sangre del mentón con la manga y se puso de pie, con una exagerada mueca de dolor.
—Potter me atacó por la espalda cuando me dirigía a comer, señor… Me ha molido a puñetazos, como puede ver —aseguró con tono indolente. Theodore, todavía a su lado, se puso en pie también sin decir una palabra.
—¿Hay algún testigo que corrobore…? —comenzó Minerva, inflexible, haciendo ademán de dar pie a hablar a los alumnos presentes. Pero no fue necesario.
—¡Y volvería a hacerlo, sabandija, como tú atacaste a Ron…! —chilló Harry, avanzando un paso. Dean volvió a sujetarlo de la túnica. McGonagall tensó los hombros y miró al muchacho con desaprobación. Considerando eso una confesión bastante fidedigna.
—Por favor, vayan al Gran Comedor o a la clase que les corresponda —indicó con severidad en dirección a la multitud. Al ver que muchos vacilaban, añadió—: No es una sugerencia. No hay nada más que ver aquí.
—¿Solo ha sido Potter? —cuestionó entonces Snape, todavía mirando a Draco, mientras la gente comenzaba a alejarse. Confirmando que había captado claramente la varita de Hermione alzada en su dirección cuando llegaron. El muchacho clavó sus ojos en él. Asintió de una seca y silenciosa cabezada. No queriendo que los testigos que se estaban yendo lo escuchasen encubrir a Hermione Granger. Snape no añadió nada más, pero sus ojos recorrieron el limpio corte de su mejilla.
—Está usted castigado, señor Potter —sentenció McGonagall, firme. Su mirada estaba fija en Hermione. Y en su varita todavía colgando de su mano—. Treinta puntos menos para Gryffindor y va a acompañarme a mi despacho de inmediato.
—¡Me da igual! —exclamó Harry, desatado—. Volvería a hacerlo, porque es lo que este desgraciado merece. No va a salirse con la suya mientras…
—¿Me permite encargarme a mí del castigo, Minerva? —solicitó Snape, entrelazando las manos tras la espalda. La comisura de su boca se crispó—. Dado que Potter ha atacado cobardemente y sigue amenazando a un alumno de mi Casa, considero que…
—Es alumno de mi Casa, y yo me encargaré de su castigo —replicó McGonagall con frialdad. Señaló las escaleras—. Venga conmigo, señor Potter.
—¿Y qué pasa con Malfoy? —gritó Harry, avanzando otro paso. Esta vez fue Seamus quien lo sujetó, por si acaso—. ¿Acaso él no…?
—Basta —repitió entonces Dumbledore. Silenciando al muchacho. Sus ojos azules brillaban tras las gafas. Estaba muy serio. No se había movido, ni perdido una palabra de la conversación—. Entiendo tu turbación ante lo sucedido al señor Weasley, Harry, pero no puedo permitir a nadie tomarse la justicia por su mano en este castillo. No por encima de mis decisiones. El señor Malfoy ya ha recibido su castigo correspondiente a sus actos.
—¡No estoy de acuerdo, señor! —gritó Harry, apretando los puños.
—Acompáñeme, señor Potter —repitió Minerva, impasible. Giró levemente el rostro para mirar a Draco—. Y usted acuda inmediatamente a la Enfermería, señor Malfoy.
Harry, tras resollar unos segundos, accedió a seguir a la profesora con decididas zancadas. Sin mirar una última vez a Hermione ni a ninguno de sus compañeros. Casi todos los espectadores estaban ya de camino al comedor.
Nott, inmóvil en su posición junto a Draco, vio cómo Granger se adentraba en el Gran Comedor, tras Thomas, Finnigan y Longbottom. Y el resto de la multitud. Sin mirar en su dirección. Y entonces vio a Daphne corriendo hacia él, atravesando a empujones el gentío que entraba al comedor hablando de lo ocurrido. Sintió a Draco, a su lado, escupir sangre en el suelo. Pero para cuando lo miró ya había echado a andar también, alejándose. En dirección a la Gran Escalera. Nott no había alcanzado a verle el rostro.
—Draco, te acompaño a la… —murmuró, avanzando un paso y poniéndole una mano en el brazo. Draco se soltó con un gesto tan violento que Nott se sobresaltó. No intentó volver a tocarlo. Se limitó a verlo alejarse. Sintió entonces unas nerviosas manos sujetándolo de la parte delantera de la túnica, atrayendo su atención. Daphne lo había alcanzado. Y parecía espantada.
—¿Estás bien? —jadeó la chica, con los verdes ojos muy abiertos. Le tomó el rostro con ambas manos y lo analizó con atención pulgada a pulgada—. ¿Qué ha pasado? ¿Te han hecho algo?
Nott sacudió la cabeza, con un leve temblor en una de sus comisuras. Acarició las muñecas de la chica con las manos y giró el rostro, buscando a Draco de nuevo. Estaba subiendo las escaleras. Algunas personas se apartaban al verlo pasar. Algunas lo miraban con resentimiento. Otras con admiración. Y todas con miedo.
—Potter ha atacado a Draco —contó Nott en voz baja—. Por lo del asunto de Weasley.
Daphne no necesitó más contexto. Siguió su mirada, observando también a Draco. Un brillo de impotencia se instaló en sus ojos. Soltó el rostro de Nott, y dejó que sus manos descansaran en sus antebrazos.
—No puedo culparlo —murmuró Daphne, con desánimo—. A Potter. Draco se sobrepasó con Weasley. No entiendo cómo no supo ver que era desmedido.
Nott tardó en contestar. No dejó de mirar la espalda de Draco, perdiéndolo de vista en el piso superior.
—Lo sé.
—Estás preocupado por él, ¿verdad?
Miró a Daphne. Su atenta expresión. Solícita. Ofreciéndole ayuda. O consuelo, si lo necesitaba. No sabía qué decir para tranquilizarla. No tenía sentido. Sabía que lo estaba viendo todo en sus ojos.
—Muchísimo.
Ella asintió, con una frágil sonrisa. Comprensiva. Se estiró para darle un breve beso en los labios, y después apoyó la mejilla en su pecho, rodeando su espalda con las manos. Theodore la apretó contra sí con el antebrazo. Cerró los ojos y dejó caer su rostro hasta que su boca se apoyó en la parte superior de su rubio cabello.
Atesorando cada momento con ella.
*saca varias cajas de pañuelos y empieza a repartirlas, mientras coge uno y se suena la nariz* 😭 AY, creo que poco tengo que decir al respecto de este capítulo. Está todo dicho. Draco necesita un abrazo MUY fuerte, y Hermione otro. 😭 Los dos me dan mucha pena, ¿a vosotros no? 😢
Espero que os haya gustado mucho el capítulo, a pesar de no ser precisamente feliz ja, ja, ja y podéis imaginaros que el siguiente tampoco lo será… 😂😅
¡Mil gracias por leer! 😊 Si os apetece dejarme un comentario estaré encantada de leerlo 😊. Dadles mucho amor a nuestros protagonistas en los comentarios, lo necesitan ja, ja, ja 😂💛
¡Un abrazo enorme! ¡Hasta pronto! 😘
