¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 Espero que estupendamente. Os traigo una sorpresa y es que no vengo con un capítulo nuevo, ¡vengo con dos! 😍 *saltitos de emoción* Ojalá os gusten mucho, de corazón. Lo comentamos todo como siempre al final de ellos. Tengo un par de cositas que contaros…
Por un lado, ¡HEMOS SUPERADO LOS 200 COMENTARIOS! ¡MIL MILLONES DE GRACIAS! 😍😍😍 No puedo ni creerlo, no sabéis lo agradecida que estoy… De verdad, muchas gracias a todos y cada uno de vosotros por vuestras siempre agradables palabras, sois un amor… ¡Gracias a todo el que esté leyendo y disfrutando esta historia conmigo! 😘
Concretamente, me gustaría dedicarle estos nuevos capítulos a Olala, por haber sido el comentario 200, y por todo el amor que le está dando a la historia… ¡muchísimas gracias, preciosa! 😍😘
Disclaimer: hay un par de escenas escritas en cursiva en las cuales algunos diálogos están sacados de los libros originales de Harry Potter. La narración es mía, pero dichos diálogos están copiados de los libros, porque pretendo con ello reescribir algunas escenas originales desde otro punto de vista. Por lo tanto, aclarar que dichos diálogos pertenecen enteramente a J.K. Rowling.
Recomendación musical: "If you are not the one" de Daniel Bedingfield
Y ya no me enrollo más, ¡disfrutad la lectura! 😊
CAPÍTULO 38
Escapar
La noche había caído sobre el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. La mayoría de los estudiantes, cansados ante un duro día de clases, actividades extraescolares, y horas de estudio ante los cada vez más cercanos exámenes, habían caído rendidos en sus camas. Pero algunos no lo tenían tan fácil para conciliar el sueño.
Draco llevaba horas tumbado sobre la cama. No sabía cuántas, pero calculaba que era noche cerrada. Sus compañeros dormían desde hacía mucho rato, pero él no había hecho nada que requiriese un mínimo esfuerzo físico en todo el día, así que no tenía sueño. Ni siquiera se había puesto el pijama; simplemente se había tumbado sobre el edredón después de la cena y se había quedado ahí. No sabía por qué seguía utilizando el uniforme, si no podía acudir a ninguna clase. Posiblemente por costumbre. O para no llamar la atención por los pasillos o en el Gran Comedor.
La habitación se había ido oscureciendo gradualmente, conforme la luz del sol dejaba de penetrar a través del oscuro lago que había al otro lado de las ventanas de la habitación. Mientras todavía quedaba una mínima claridad, Draco se había dedicado a contemplar el cartelito que correspondía al nombre de Hermione Granger en el Mapa del Merodeador. Lo tenía abierto a su lado, y se había tumbado de costado, para poder verlo cómodamente. Horas atrás, la chica había estado en la Torre de Gryffindor, en la que suponía era la Sala Común. Junto a Potter y Weasley. Después había subido unas escaleras e internado en su dormitorio. Patil y Brown se habían unido a ella no mucho después. La chica recorrió la habitación, de aquí para allá. Poniéndose el pijama, seguramente. Lavándose los dientes. Posiblemente eligiendo un libro con el que entretenerse antes de dormir. La había visto detenerse por fin en un lugar que, interpretó, sería su cama. No había vuelto a moverse. ¿Se habría dormido ya? Esperaba que sí. Ya era muy tarde.
Cerró los ojos. No había luz en la habitación desde hacía horas, y no podía seguir mirando el mapa; pero seguía tumbado de costado, sin moverse. No se permitió encender su varita. Eso demostraría una debilidad terrible, estaba convencido. Ya la había mirado lo suficiente. Ni siquiera tenía que haberse permitido buscarla mientras había luz. No tenía que haber utilizado el mapa para buscarla, y lo sabía.
Pero lo había hecho. Desafiándose a sí mismo. Asegurándose de que tenía el control, a pesar de todo. Que no significaba nada que la buscase en el mapa, que la mirase durante horas. No tenía nada mejor que hacer, eso era todo.
«Lee un puto libro, imbécil… », le susurró una exasperante vocecita en su cabeza. Draco apretó los dientes.
Realmente no tenía gran cosa para hacer. Y era desconcertante. Había estado al límite durante todo el curso, abrumado de clases, deberes, castigos, entrenamientos de Quidditch, misiones secretas en búsqueda de un acceso para el Señor Oscuro, encuentros con Granger cada vez que tenía un minuto libre… Y ahora todo eso había desaparecido. Pero su cabeza no lo asimilaba. Necesitaba algo a lo que aferrarse, algo en lo que divagar. Y parecía haber decidido por su cuenta que Granger era la mejor opción. Al menos era el menor de dos males. Porque pensar en la vida que le esperaba como mortífago era mucho peor. Más espeluznante. Más insoportable. O al menos eso era lo que su cabeza pensaba. Él no estaba tan seguro.
«Simplemente duérmete, maldita sea…»
No quería pensar en ella. Pero estando tirado en la cama, a oscuras, incapaz de dormir, era lo único que su cerebro se molestaba en hacer. Y era enloquecedor. Pero, por desgracia, sus pensamientos no eran lo suficientemente peligrosos como para obligarse a parar.
Su cabeza no estaba intentando buscar una solución. No pretendía arreglar lo ocurrido. No fantaseaba con escenarios en los cuales iba a su encuentro y le contaba toda la verdad. Su cerebro estaba siendo sorprendentemente coherente en ese aspecto. Solo pensaba en ella. De un modo totalmente baldío. Se limitaba a recordar cómo se sentía estar en su compañía. Conversaciones que habían tenido. Su rostro. Sus expresiones. Cómo se movía. Su voz. Hacía días que no escuchaba su voz... De escucharla a diario, a no estar seguro de cuándo lograría hacerlo de nuevo.
Ese día la había visto por primera vez desde la pelea con Potter en el Vestíbulo, cuatro días atrás. Él iba camino a la biblioteca. Ella iba con Potter y Weasley, en el medio de ambos. Weasley ya parecía totalmente recuperado; no tenía vendas de ningún tipo en su cuerpo, y no cojeaba. Se habían cruzado en un abarrotado pasillo, gracias a lo cual los chicos no lo habían visto, concentrados como estaban en charlas personales. Y al parecer Granger tampoco. No lo había mirado. Él no había apartado sus ojos de ella, y no habían cruzado miradas. Ella había seguido caminando con sus amigos, charlando con ellos. Draco había aguzado el oído, pero no había sido capaz de escuchar su voz en medio del gentío. En otras circunstancias, le hubiera dado igual no hacer contacto visual. Porque tendrían planeado verse a solas. Tendría un papel doblado dentro de la mochila, en forma de nota, que le enviaría en alguna clase de forma discreta. Podía disimular en público, porque a solas podía mirarla todo el tiempo que quisiera. Pero eso ya no era posible.
«Ya no sois nada, blandengue de mierda, déjalo ya, deja de darle vueltas, duérmete de una puta vez…»
Ahora todo estaba, indiscutiblemente, en su lugar. Había habido momentos en esos meses en los que había pensado que ese día no llegaría nunca. Pero ahí estaban. Separados de nuevo. Y ahora le pareció una estupidez haber dudado. Todo había terminado, como era evidente que lo haría. Y lo había provocado él. Aunque, ahora, tumbado en su cama en medio del silencio, se preguntó cómo había sido capaz. De dónde diablos había sacado las fuerzas. Recordaba todo lo sucedido con el pus de bubotubérculo y la discusión con Granger como si él hubiera sido un mero espectador. Comprendió que había vivido todo aquello en un estado alterado por la adrenalina, por el miedo. Y menos mal, porque, si no, no hubiera sido capaz de hacerlo. Ahora no sería capaz de hacerlo de nuevo.
Él había hecho que todo volviese a su cauce. Pero no tendría que haber sido así. Se suponía que recuperaría la cordura, eso había pensado cuando comenzaron a verse a escondidas. Que en algún momento comprendería que no quería tener nada que ver con una sangre sucia y así se lo haría saber. Y ella decidiría lo mismo. Se separarían como si nada hubiera sucedido, recuperando la sensatez. Y no volvería a pensar en nada de lo acontecido. Solo habría sido un desliz en su ejemplar vida de sangre pura. Un error sin nada que lamentar.
Nada que ver con la realidad. La realidad era que alejarse de ella no había sido una decisión suya. Y le importaba una mierda saber que era lo correcto. Que ahora por fin estaba haciendo las cosas bien. Que volvía a ser un intachable sangre pura. Le daba igual. No quería nada de eso.
Se giró boca arriba. Como si el cambio de postura fuese a facilitarle conciliar el sueño. Apretó las mandíbulas con fuerza y se frotó los ojos con los puños. No aguantaba el silencio que lo rodeaba. No podía soportar la soledad, la única compañía de sus pensamientos. No se soportaba a sí mismo.
Intentó concentrarse en la pausada respiración de Nott, profundamente dormido en la cama de al lado. Su amigo había logrado acercarse a él un par de veces esa semana, intentando darle conversación trivial, pero no había obtenido respuesta alguna por parte del rubio. Draco había intentado evitarle, recorriendo el castillo aleatoriamente y sin pasar más de lo imprescindible por la Sala Común ni su habitación. En los desayunos, cenas y comidas, se aseguraba de sentarse con Zabini.
No quería hablar con Theodore. Era la única persona que sabía lo que verdaderamente estaba sucediendo. Que intuía de forma fidedigna cómo se sentía. Y quizá posiblemente por eso era la única persona con la que no soportaba tener una conversación frívola. Porque no sería sincero. Porque Nott lo había visto hundirse. Y cualquier tema del que hablasen se sentiría insufriblemente falso. Porque con él no podía fingir que estaba bien. Y no tenía ninguna intención de hablar de lo que lo atormentaba.
No quería hablar con él. Pero tampoco quería escuchar sus propios pensamientos en medio de ese denso silencio nocturno.
Cerró los ojos con fuerza. «Por favor, basta ya». Tenía que dejar de pensar en ella. Cuando abandonase el colegio, era primordial que no volviese a pensar en ella. Tenía que sacarla de su cabeza. Porque, si no, haberla alejado de su lado no habría servido para nada. El Señor Tenebroso la encontraría en su mente de todas formas. Todo lo que había hecho no podía haber sido en vano. Tenía que protegerla. Podía hacer eso por ella. Tenía que hacerlo. Sacarla de su cabeza. ¿Podía dejarla dentro de su pecho y sacarla de su cabeza? Esperaba que sí. Porque, si no, no sabía qué iba a hacer.
«Duérmete, duérmete, duérmete…»
Sintió la rabia invadirlo, una vez más. Rabia hacia sí mismo. Era el sentimiento más fácil, el que menos dolía. Enfadarse. Ya se había dejado llevar lo suficiente por estúpidos sentimentalismos. Era un Oclumante, por amor a Merlín. Se suponía que sabía controlar su mente. Y su maldito corazón no podía funcionar al margen de la mente. Era biológicamente imposible. Alejar del frente de sus pensamientos a una simple chica debería ser de lo más fácil. ¿Se estaba volviendo débil? ¿Descuidado?
Ese pensamiento lo inundó de tal frustración que apretó las mandíbulas. Ni hablar. No iba a volverse débil por una sangre sucia. Por Hermione Granger. Estaba por encima de todo eso. Era un Malfoy. Un sangre limpia, parte de los Sagrados Veintiocho. Con una prometedora carrera mano a mano con el Señor Oscuro, el mago más grande de todos los tiempos. Estaba en el bando ganador. Era inteligente, había introducido a Lord Voldemort en el castillo. Y era maduro, tenía más control sobre sus emociones que cualquiera de sus torpes compañeros. Era mejor mago que cualquiera de ellos. Ya era hora de recuperar su vida. La vida en la que Granger solo era una insufrible compañera de clase, y, tarde o temprano, una enemiga. Era una sangre sucia. Bandos contrarios. Ideologías opuestas. Objetivos diferentes. Iba a pasar el resto de su vida sin ella, por lo cual ya era hora de empezar a recordar todo eso.
Sin ella.
Sin ella.
Sus ojos oscuros lo miraron desde el fondo de su mente, abiertos hacia él, parpadeando. Mirando su puñetera alma. Casi sintió sus labios estirándose en una sonrisa contra los suyos. Su aliento acariciando su cuello, riendo contra él. Sus manos sujetándose a sus costados cuando la besaba, manteniéndolo cerca. Su boca besando su sien, y su frente, y sus labios…
Apretó los puños contra su cara. Borrando el rastro imaginario de los labios de la chica. Las manos le temblaban. «Maldita sea… basta... para… »
Daba igual cómo se sintiese por ella. Que la odiase. Que la quisiese. Daba igual. Ya no eran nada. Nunca más podría pasar nada entre ellos. Nunca debería haber pasado nada entre ellos.
El aire escapó entre sus dientes en un siseo contenido. Trató de seguir conteniéndolo todo. Sin estar seguro de qué era todo.
Estaba mal. Todo estaba mal. Y le daba igual.
No podía más. Iba a ahogarse en medio del silencio. De la oscuridad. En medio de sus recuerdos.
"Tienes un equilibrio magnífico, eres rápido de reflejos a la hora de atrapar la snitch, y vuelas de forma muy ágil. Eres bueno"
"¿Qué hay de la Alquimia? ¿Qué salidas tiene? Te dedicarás a algo relacionado con ello, ¿no? ¿O es más un pasatiempo?"
"…soy feliz contigo".
Su voz. No era mejor que el silencio. Al contrario.
«Te echo de menos…»
Se incorporó de la cama de un salto. Abrió las cortinas. Metió los pies en los zapatos por pura inercia. Salió a grandes zancadas de la habitación, dejando tras de sí una corriente de aire al cerrar la puerta, que hizo que sus compañeros se removiesen incómodos en sus camas.
Bajó corriendo los escalones. Avanzó a zancadas a través de la desierta Sala Común. Los candiles encendiéndose a su paso. La tenue luz lo revivió. El aire golpeó su rostro. Se sentía mejor. El aire le ayudaba a no pensar, de modo que aceleró el paso. Para cuando llegó al hueco de la pared, ya estaba corriendo. Corrió a través de los fríos pasillos de las mazmorras. Sus pasos rápidos siendo el único ruido del lugar, pero era suficiente. Ya no había silencio. Subió varios pisos de escaleras. Quedándose sin aliento. No se detuvo. Sentir su pecho arder por la falta de aire no se sentía tan mal. Corrió a través del desierto Vestíbulo. Sus pasos resonaban a su alrededor, ahogando las voces en su cabeza. Ahogando la voz de Granger. Correr se sentía bien. Mientras corría no podía pensar. No si corría así de rápido. Su corazón bombeaba muy deprisa, llevando sangre a sus músculos. No latía por ella, solo latía porque estaba corriendo. Empezó a subir la Gran Escalera. Forzar a sus piernas a ir más rápido fue liberador. Sentir que estaba haciendo algo. Estaba corriendo, aunque no tuviese un destino, ni un rumbo. Solo quería correr.
Y lo hizo, por todo el castillo, despertando a mil y un cuadros. Porque, si paraba, su cerebro volvía a ponerse en funcionamiento.
Y volvía a pensar en Granger.
A pesar de que los alumnos del dormitorio de séptimo de Slytherin estaban ya despiertos, no había demasiado alboroto en la estancia. Las seis de la mañana no era una hora muy halagüeña para levantarse, y eso se dejaba ver en sus estados de ánimo. Zabini, en medio de un gran bostezo que le hizo cerrar un ojo, consiguió atarse la corbata a duras penas, dejándosela demasiado larga sin darse cuenta. Nott estaba terminando de hacer su cama con lentos movimientos, olvidándose de meter el edredón por una esquina del colchón. Lucía tan poco despierto como su compañero. Ninguno de los dos hablaba. Zabini había madrugado más de la cuenta para estudiar, y Nott se había desvelado escuchando a su compañero de habitación dar vueltas, preparándose, hasta el punto de levantarse también.
Los entrecerrados y adormilados ojos de Theodore se centraron en la cama de al lado, aún con las cortinas cerradas. Draco no parecía haberse despertado todavía. Tras vacilar unos segundos, decidió que era mejor no molestarlo. No tenía que ir a clase, no tenía nada que hacer. Además, a saber cuánto habría dormido; posiblemente muy poco. Nott lo veía fingir delante de los demás que se sentía cómo siempre. Bromeaba acerca de su expulsión, acerca de no tener que aguantar ya a ciertos profesores. Se jactaba de que sacaría Extraordinarios en todo con la cantidad de horas que tenía para estudiar. Y Nott no había vuelto a verlo hundirse desde el día que atacó a Ron Weasley.
Pero eso no significaba que estuviese bien. Al contrario. Nott sabía que Draco era una bomba a punto de explotar. Sabía lo mucho que podía aguantar. Pero estaba llegando a su límite. Una chispa más y explotaría. No sabía cuándo, pero explotaría. Y no quería estar delante cuando sucediese.
Sabía que no podía ayudarlo de ninguna manera. Que había tomado una decisión y la había seguido hasta el final. Draco no se dejaba ayudar en condiciones normales, menos aún en una situación semejante. Y tampoco había nada que él pudiese hacer.
—Voy a buscar a los chicos, Draco. Estaremos en la biblioteca hasta que el Gran Comedor abra —masculló Zabini, seguido de un nuevo bostezo digno de un hipopótamo. Se colgó la mochila al hombro, mirando las cortinas cerradas. No obteniendo respuesta.
Sin esperarla realmente, salió por la puerta con paso desganado. No se molestó en esperar a Nott, ni en preguntarle si él también iba a bajar. Nunca lo había hecho y nunca lo haría, y a Nott le importaba un pimiento. Para la gran mayoría era invisible, un chaval soso y aburrido con el que solo valía la pena tener el mínimo trato. Y Nott había aceptado con resignación esa visión de sí mismo que tenía la mayor parte del castillo. Excepto Daphne. Y Draco.
Volvió a mirar su cama, oculta por las cortinas. Quería ayudarlo. Daría lo que fuera por tener el poder de ayudarlo. Porque el motivo de su sufrimiento no era justo. Nadie debería sufrir por amor de esa manera.
Contuvo un suspiro. Se aproximó a la cama de Draco sin hacer ruido y descorrió la cortina con cuidado. Esperando ver el rostro de su amigo contorsionado en una mueca de sufrimiento mientras dormía. Quizá temblando, en medio de una pesadilla. Quizá hecho un ovillo bajo las mantas.
Nada que ver con lo que vio. Sus ojos se abrieron de golpe.
No estaba. La cama estaba vacía. Arrugada, pero hecha, y vacía.
Oyó la manilla de la puerta accionarse, a su espalda. Nott parpadeó, girándose.
«¿Será posible…?»
Quedó de cara a la puerta, justo a tiempo de ver entrar por ella a Draco. O una persona que recordaba vagamente a Draco. Aunque no lo había visto nunca con un aspecto tan lamentable, ni en sus peores entrenamientos de Quidditch. Daba la impresión de que apenas se tenía en pie. Estaba apoyado en el umbral, encorvado, demasiado cansado aparentemente para mantener el cuerpo erguido. Sus ropas estaban arrugadas. Su cuerpo, cubierto de una fina película de sudor que goteaba hasta el suelo desde su rostro. Apenas parecía respirar.
—¿D-de dónde vienes tú? —exclamó Nott al instante, mirándolo con pasmo—. ¿Qué diantres has hecho?
Draco no contestó inmediatamente. Sin dejar de jadear pesada y sonoramente, avanzó trastabillando hacia su cama. Arrastrando los pies como si no tuviera ninguna fuerza en las piernas. Se dejó caer boca arriba en el colchón como si llevase semanas sin tumbarse. Su rostro se contorsionaba en una mueca de sufrimiento, mientras seguía jadeando. Con los ojos cerrados con fuerza. Daba la impresión de estar doliéndole todo el cuerpo.
—No… podía… dormir —logró articular, como si cada palabra le costase un gran esfuerzo. Tosió de forma ronca. Tenía que tener la garganta reseca. Nott no parpadeó. Asimilando sus palabras.
—¿No has… dormido en toda la noche? —cuestionó, asombrado, incapaz de dar ni un paso hacia él. Draco, tragando saliva entre jadeos, consiguió negar con la cabeza—. ¿Y… d-dónde has estado?
—Dando… vueltas por el… castillo —Draco comenzaba a ser capaz de decir más de una palabra seguida sin tener que tomar aire. Ahora fue a Nott a quien comenzó a faltarle el aliento.
—¡¿T-toda la noche?! —se alarmó, con una mezcla de alarma e incredulidad—. ¿Has estado dando vueltas por el castillo toda la noche?
—Corriendo.
Nott abrió la boca pero volvió a cerrarla. La abrió otra vez.
—¿Qué?
—Corriendo. He estado corriendo… por el castillo —reveló Draco, abriendo los ojos. Fijando su mirada en el dosel de su cama. Las gotas de sudor relucían en su rostro.
Solo obtuvo silencio por parte de Nott. Éste lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos. Abrió y cerró los puños, sintiendo que su paciencia escapaba por sus manos. Se revolvió el oscuro cabello y dio una especie de vuelta frustrada sobre sí mismo antes de volver a encarar a su amigo.
—¿Es que has perdido el juicio? —preguntó en voz más alta, frenético, incapaz de contenerse—. ¿Qué ganas con esto? Draco ya estás expulsado, si Filch te pilla merodeando por ahí por la noche te echarán del castillo. ¡No puedes hacer esto, tienes que tranquilizarte, tienes que…!
—Oye, tú —la firme voz de Draco lo interrumpió. Nott enmudeció, casi asustado ante el súbito tono de su amigo. Gélido. Amenazador. Los ojos de Draco se giraron, buscando los suyos—. No te atrevas a decirme lo que tengo que hacer.
Un escalofrío recorrió a Nott de pies a cabeza. Borrando de su cabeza cualquier finalización posible de su frase. No fue capaz de decir ni media palabra más. Los ojos de Draco… Lucían diferentes. Brillantes, plateados, pero extrañamente oscuros. Como si se hubieran adentrado más en sus cuencas. Como si la oscuridad los rodease. Como si saliese de ellos. Casi inhumanos. Volvía a tener la misma mirada peyorativa, altiva e impertinente, que tenía desde que lo conocía. La misma que no había vuelto a tener desde que Hermione Granger había entrado a formar parte de su vida.
Pero ahora la había recuperado. Y asustaba más que nunca.
Hermione recorría con el índice una de las baldas superiores de la estantería de la sección de Runas Antiguas. Leyendo los nombres de los autores. Buscando el que necesitaba para ampliar sus conocimientos del tema siete. Necesitaba una explicación más detallada de las tablas. Había cosas que aún no entendía. Y no podía aprender si no lo entendía. La biblioteca no estaba muy concurrida, por suerte. Aunque el silencio nunca era completo. Podía oír susurros en una mesa lejana. Y unos zapatos caminando con pasos lentos, muy cercanos. Posiblemente en el pasillo paralelo a ese.
La repisa terminaba, pero los autores cuyo apellido empezaban con "C" no acababan. «Carlyle, Carlyle…». De momento nada. Carlier. Carlsen…
Final de la balda. Y nada. Tendría que seguir por el otro lado. Levantó de la base de la estantería los cinco pesados volúmenes que ya pretendía consultar y echó a andar hacia el pasillo paralelo. Doblando la esquina con los libros en los brazos. Frenando en seco antes de chocar con el hombro de Draco Malfoy.
Malfoy estaba de pie al comienzo de la estantería. Con un brazo elevado, leyendo al parecer los títulos, igual que ella. Giró el rostro por inercia al sentir una presencia acercarse a él de forma tan súbita. Hermione alcanzó a verlo sobresaltarse incluso. Sus ojos se encontraron. Se reconocieron. Y Hermione tuvo la misma sensación en el estómago que tendría de haberse saltado un escalón sin querer. Retrocedió dos pasos por pura inercia, sin escuchar sus zapatos contra el suelo. Su cerebro enfocándose en no tocarlo ni por asomo.
Él parecía completamente congelado en su lugar. Solo su dedo resbaló por los lomos de los libros, en caída libre. Clavó los ojos en los suyos, logrando estabilizarlos después de haberlos abierto con sorpresa ante su repentina presencia. No parecía saber lo que era parpadear. Era la primera vez que estaban a solas, aunque fuese en un lugar público. La primera vez que estaban tan cerca después de lo sucedido.
Hermione se acordó entonces de que tenía un corazón que latía en su pecho, sin detenerse jamás. Ahora lo notaba retumbar. Y también fue más consciente del peso de sus piernas. De lo que le iba a costar moverlas. Pero tenía que alejarse de él. Porque eso ya no estaba bien. Porque se suponía que no iban a volver a estar a solas. Se suponía que no tendría al alcance de sus dedos, de nuevo, ese cuerpo que tantas veces había abrazado. Porque su cercanía se sentía tan familiar como recordaba. Y dolió más de lo que se había podido imaginar.
«Solo es Malfoy. No es nadie. No es importante. Un compañero de clase más. Sigue andando. Sigue…».
Apretó los libros con más fuerza contra su pecho y continuó avanzando. Casi sonámbula. Rodeó su cuerpo, su espalda, y se alejó varios metros. Situándose en una parte más central del pasillo. Dejó los libros en la repisa, con un golpe seco. Enderezó el cuerpo y elevó una mano para continuar leyendo los autores de la estantería. Su brazo también se sentía pesado. Y sus dedos temblaban. Pero eso no importaba. No podía controlar su cuerpo, y lo sabía, pero sí sus acciones. Y por eso parpadeó con firmeza cuando las lágrimas le impidieron ver los nombres grabados en los lomos. Carmichael. Carnaru. No era ahí. Era más atrás. Dónde estaba Malfoy. Quizá él también estaba buscando a Carlyle. Quizá tampoco entendía esas tablas.
Draco no se había movido. Hermione podía intuir su presencia en la zona más externa de su campo de visión. Una borrosa e inmóvil figura. Una sombra. Un agujero de gusano, que se llevaba toda la luz de aquel lugar. La chica giró el rostro al lado contrario al que él se encontraba, y bajó la mano el tiempo suficiente para secarse una veloz lágrima. Pero volvió a elevarla. Leyendo los autores. Los títulos. Quizá alguno le sirviese de todas maneras…
La oscura silueta se alejó de pronto. Perdiéndose de vista tras la esquina. Hermione, tras vacilar, giró el rostro para mirar. Ya no estaba. Estaba sola en el pasillo. Bajó el brazo. Observando el espacio en blanco donde instantes atrás había estado Draco. Realmente ahora eran eso. Desconocidos. Dispuestos a no compartir ni una palabra. Ni la cercanía de un lugar público, si podían evitarlo.
Hermione dejó que sus labios se fruncieran. Que temblaran. Se llevó una mano a la boca y ahogó un sollozo estrangulado contra ella. Las lágrimas rodaron por encima del dorso de su mano. Sollozó otra vez. Agachó la cabeza. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué…?
Se llevó ambas manos al rostro y se lo secó con esmero. Esparciendo la humedad de sus lágrimas. Quedándose sin piel en las manos con la cual secarse. Trató de respirar sin ahogarse. Se sorbió la nariz, secándose una lágrima más. Y otra. Y entonces logró tomar aire sin que su pecho temblase.
Cogió los libros y volvió sobre sus pasos. Al lugar donde Draco había estado colocado. Dejó los libros de nuevo y revisó la estantería ante ella. Buscando a Carlyle. Intentando que el aire pasase por su garganta atenazada. Ignorando los espasmos de su pecho. Obligándose a no pensar. A no darle vueltas a algo que ya estaba escrito. A olvidar. Apartándolo a empujones a un rincón recóndito de su ser, lejos de su cerebro. Más lejos todavía de su corazón.
Si así se sentía el amor, si dolía tanto, no lo quería.
Estaba diluviando. Pocos eran los estudiantes que se habían aventurado a abandonar los cálidos y apetecibles muros del castillo para salir a los jardines o patios. Por ello, en aquella triste tarde de finales de mayo, la mayoría de los alumnos de la Casa Gryffindor se encontraban en la Sala Común, aprovechando la excusa del temporal para adelantar en los estudios.
La puerta del retrato de la Sala Común se abrió y Ron Weasley la atravesó hacia el interior de la estancia. A una velocidad exageradamente rápida, debido a que sus pies enfundados en viejas botas resbalaron en el encharcado suelo de la entrada. Compuso una mueca de impresión, pero logró mantener el equilibrio y no caer de culo frente a la mitad de los Gryffindors que se habían congregado allí. Una vez estabilizado, se enderezó, apartándose el empapado cabello rojo de la frente. Avanzó unos pasos, dejando espacio a Harry, que iba tras él, para que entrase también. El joven moreno tuvo los mismos problemas para mantener la estabilidad, y, al igual que su amigo, también resbaló unos cuantos centímetros emitiendo un agudo sonido, chirriante y húmedo. Cuando ambos estuvieron dentro, la puerta del retrato se cerró tras ellos.
—Por los calzones de Merlín —se quejó Ron, echando un vistazo por la estancia—. Qué forma de llover. Tengo agua hasta en sitios a los que no sabía que podía llegar el agua.
—Aprecio la información, y la secundo —repuso Harry, reprimiendo un escalofrío de frío, también mirando en todas direcciones. En un momento dado, le dio un codazo a su amigo, señalando una de las mesas—. Ahí está.
Ambos echaron a andar hacia allí, con pesados pasos debido a la cantidad de agua de lluvia acumulada en sus ropas. Muchas de las personas con las que se cruzaron se apartaron con muecas de incomodidad, temiendo mojarse.
—Hermione… —saludó Ron con cautela, una vez llegaron a la altura de la mesa.
Dicha superficie se hallaba ocupada en su totalidad por las pertenencias de la chica, lo cual no fue sorpresa para ningún Gryffindor, dada la proximidad de los exámenes. Había libros por todas partes, algunos abiertos y otros amontonados en precarias y delicadas pilas que ocultaban en parte a su joven amiga. También decenas de pergaminos llenos de anotaciones rápidas y breves, y otro tanto de tablas llenas de runas extrañas que los dos amigos no conocían. Apenas era visible la pulida superficie de madera.
Hermione se encontraba inclinada sobre un grueso libro, con el espeso cabello castaño ocultando parcialmente su concentrado rostro, y utilizando el dedo índice para seguir el hilo de lo que estaba leyendo. El dedo se movía a una velocidad asombrosa, la misma que los ojos de la chica en sus cuencas.
La otra mano de Hermione, que sujetaba una desgastada y mordisqueada pluma, se alzó y pidió de forma muda que esperasen, elevando el dedo índice, respondiendo así al saludo de Ron.
—Claro, tranquila… —correspondió Ron, elevando una ceja.
—Un segundo —masculló ella con brusquedad, sin apartar la vista del libro. Tras cinco segundos sin mover ni un músculo, llevó la pluma a un tintero casi vacío y después comenzó a escribir algo a toda velocidad en un trozo de pergamino en el cual apenas quedaba sitio en blanco.
Sus amigos se sentaron pacientemente frente a ella, aguardando a que les prestase atención. Estaban acostumbrados a ese comportamiento pre-exámenes. No era verdaderamente inusual en ella.
A continuación, Hermione consultó su reloj de pulsera y levantó por fin la mirada.
—Puedo hacer ahora diez minutos de descanso… ¿Habéis llegado al tema catorce de Encantamientos? —preguntó con mirada febril.
Ron soltó una sonora risita histriónica. Harry sonrió ante la reacción de su amigo y miró a su amiga con disculpa.
—Por supuesto que… no —enfatizó Ron con diversión—. Nadie ha podido llegar a ese tema aún, Hermione.
La chica resopló, ofendida.
—Pues vosotros veréis, pero entonces no sé cómo vais a tener tiempo de darle un segundo repaso a todo…
—¿Un segundo repaso? —repitió Ron con la incredulidad grabada en cada sílaba—. Hermione, me conformo con leerme todos los temas. Leérmelos, ¿entiendes?
La chica volvió a bufar. Parpadeó con rapidez, como si Ron la escandalizase.
—Sois increíbles. Qué mal os organizáis. Menos mal que os he hecho esto… —masculló, con aire curiosamente parecido al de una madre frustrada, comenzando a rebuscar entre los objetos que tenía a su alrededor. Al cabo, sacó un par de pergaminos idénticos que puso delante de sus dos amigos—. Ahí tenéis. Si lo seguís al pie de la letra no tendréis problemas…
Los chicos miraron lo que les ofrecía, con recelo más o menos disimulado. Su amiga se había tomado la molestia de crear unos elaborados horarios para ellos, indicándoles qué temas, incluso qué páginas, debían estudiar cada día y cada hora hasta la fecha de los exámenes. Les había marcado con diferentes colores las asignaturas, y había subrayado con rojo intenso las horas de las comidas y en azul eléctrico los descansos… los cuales eran muy escasos, como comprobaron abatidos de un rápido vistazo. Los últimos tres días antes de los exámenes estaban iluminados en amarillo, y se leía en grandes letras "Último repaso de todas las asignaturas. ¡Solo repaso!". No había nada de color azul en ellos.
Al menos no eran como el planificador de deberes que les regaló en su quinto año, el cual gritaba frases tan motivadoras como "¡No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy!", al abrirlo por cualquier página.
—Hermione… —comenzó Harry, dubitativo, mirando a su amiga por encima del pergamino—. Gracias, antes que nada, pero… ¿Cómo has podido tener tiempo libre para hacernos esto?
—¿Y cómo esperas que lo cumplamos? —protestó Ron en un tono algo menos delicado—. No podemos seguir un ritmo así. Este jueves —lo señaló con el dedo en el pergamino—, solo tenemos media hora de descanso en toda la mañana… ¡Y por la tarde otra media!
—Ya —concedió Hermione con sorna—, pero al día siguiente podéis terminar de estudiar a las ocho de la tarde para compensarlo. Se llama organización —remarcó.
—Se llama intento de asesinato —murmuró Ron con abatimiento. Su amiga sacudió la cabeza con indiferencia, comenzando a apartar unos cuantos libros, buscando uno en concreto.
—Tienes que aprender a organizarte, Ronald.
—Tengo que aprender a dividirme en cinco para poder estudiar cinco asignaturas a la vez.
Al ver que Hermione iba a protestar, ofuscada, Harry intervino para reinstaurar la paz.
—Hermione, ¿por qué te has traído todos los libros aquí? Estos son de la biblioteca, ¿por qué no los has consultado allí? Normalmente haces eso en lugar de ocupar una mesa entera de la Sala Común…
El libro que la chica por fin había encontrado resbaló de entre sus dedos y cayó a la alfombra con un ruido sordo. Se agachó a recogerlo y respondió a su pregunta desde debajo de la mesa, con voz impersonal.
—No quiero ir a la biblioteca.
—¿No quieres? ¿Por qué? —cuestionó Ron, ahora intrigado, dejando a un lado el elaborado calendario que la chica les había preparado.
—Por nada especial. La gente habla muy alto, se estudia mejor aquí —respondió ella, incorporándose. Su rostro no expresaba emoción alguna. A continuación cambió de tema con absoluta soltura y sin variar el tono de voz—: ¿Qué tal con Hagrid? ¿Qué os ha dicho?
—Pues no hemos podido hablar demasiado rato, estaba muy ocupado preparando el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas para los de tercero —comentó Harry encogiéndose de hombros—. Y nos ha costado encontrar una forma de plantearle la pregunta…
—¿Pero os ha aclarado algo, o no? —insistió la joven con una impaciencia nada propia de ella.
—Veamos —Ron se rascó la nuca—, como novedad, resulta que Aragog murió el mes pasado.
La impaciencia del rostro de Hermione se volatilizó. Sus ojos se abrieron con horror.
—¿Qué dices? ¿De verdad? Dios mío, pobre Hagrid… —susurró—. ¿Cómo no nos lo había dicho?
—No quiso hacerlo para no preocuparnos —explicó Harry, compartiendo la mirada llena de culpabilidad de su amiga—. Dice que estamos muy ocupados estudiando, y que así debe ser. Que no quería hacernos perder el tiempo. Lo ha enterrado, pero está esperando a hacer el funeral cuando terminemos los ÉXTASIS.
—Entonces… las arañas del bosque no están bien —interpretó Hermione, enderezándose—. Estarán muy afectadas. Quizá necesiten tu ayuda.
Harry negó con la cabeza, compungido.
—Qué va. Según Hagrid, ahora no quieren saber nada de los humanos. Ni siquiera de él. No lo dejan acercarse, estaba muy ofendido.
—Y —añadió Ron, casi orgulloso de sus descubrimientos—, ha dejado escapar que está muy contento porque Grawp ha aprendido a decir "añaña" —arqueó una ceja rojiza—. Así que podemos descartarlo como experto en Legeremancia.
Harry sonrió de lado, pero Hermione no lo hizo. Seguía pensativa.
—No me puedo creer que sigamos sin nada, ni una mísera pista… —masculló, malhumorada. Observaba la mesa con enfado—. Me enferma esta situación. Tenemos que averiguar qué criatura es…. Podrías estar en peligro.
—Mujer, no lo creo a estas alturas… —repuso Harry con delicadeza.
—No has vuelto a oírlo, ¿verdad? —cuestionó Ron, mirando a Harry con resignación. Éste negó con la cabeza.
—Nada desde hace semanas. Creo que nunca ha estado callado tanto tiempo.
—¿Quizá se haya ido? —sugirió Ron sin ninguna convicción. Harry frunció el ceño con pesadez, indicando que no lo creía. Hermione bufó con fuerza y se cruzó de brazos, ofuscada.
—¡Eso es imposible! —exclamó la chica en un tono tan histérico y preocupado que logró sobresaltar a sus dos amigos—. Esto no es normal, aquí hay gato encerrado. Podría estar planeando algo, seguimos sin saber si es amigo o enemigo… —contempló la mesa con expresión inexpugnable, absorta. Suspiró finalmente, como si se armase de valor para algo—. No queda otro remedio; mañana iré a la biblioteca a seguir investigando.
—Bueno, no es necesario que… —murmuró Harry, sintiéndose algo culpable.
—Sí, sí lo es, Harry —protestó, sin dejarlo terminar, con ojos centelleantes—. No voy a dejar esto al azar y… si tengo que ir a la biblioteca, pues iré a la biblioteca —sentenció, con una firmeza algo inusual para una afirmación así—. Id vosotros a revisar los pisos cuatro y cinco, y yo iré a la biblioteca.
Esa mañana, los tres amigos habían dedicado su hora libre antes de la comida en registrar a conciencia los tres primeros pisos del castillo. Examinaron con discreción todas las aulas vacías, escoberos, cuadros, tapices, alfombras… Cualquier lugar donde pudiese haber una trampilla oculta, o señales de que alguien se había ocultado en su interior. La tarde anterior habían acudido a la Sala de los Menesteres, en un arrebato desesperado, pero no lograron que crease siquiera ninguna habitación. La petición "llévanos hasta la voz que le habla a Harry Potter", y sucedáneos, eran, al parecer, demasiado ambiguos, y la Sala los ignoró.
—De acuerdo… —murmuró Ron, intentando sonar pacífico—. Por cierto, nos hemos encontrado a Justin por el camino. Iba con El Quisquilloso. ¿Has oído lo de la chica francesa?
—Sí —corroboró Hermione, enderezándose. Sacó el ejemplar del que hablaba Ron de debajo de unas tablas de Aritmancia—. Luna me lo ha dado en el comedor. Lo he guardado para vosotros… Página veintidós.
Ambos amigos colocaron la revista abierta ante ellos, apoyada precariamente en uno de los muchos libros de Hermione.
La joven francesa llamada Samantha Minette, que desapareció a principios de curso, y reapareció sin un rasguño en Semana Santa, había vuelto a desaparecer. Sin dejar ningún tipo de pista. Esta vez, junto con su padre y su madre. Y nadie tenía claro a esas alturas si la familia Minette eran víctimas o villanos. ¿Alguien había burlado las fuertes protecciones que el ministerio mágico francés había puesto para esa chica, o la familia había huido por su cuenta? La primera opción parecía más plausible, aunque desconcertante. Sus rostros aparecían en portada de todos los ejemplares de El Quisquilloso habidos y por haber, esperando que alguien los reconociese y encontrase. El Profeta de nuevo se había abstenido de mencionarlo más allá de una breve columna en una de las páginas centrales. Pero El Quisquilloso era imparable. Y cada vez más personas se molestaban en leerlo y encontrarlo verídico, como Justin Finch-Fletchley. Luna había comentado a Hermione que su padre estaba ganando tanto dinero que había dejado a un lado su negocio de venta de ciruelas dirigibles para dedicar toda su energía al periódico.
Hermione comenzó a rebuscar entre sus cosas, mientras sus amigos leían en silencio. Buscando el pergamino en el cual había anotado una larga lista de títulos sobre Legeremancia y magizoología, junto con algunas anotaciones. Lo necesitaría para el día siguiente. Cuando lo encontró, lo desplegó ante ella. Los primeros libros de la lista estaban escritos con una caligrafía que no era la suya. Estrecha y cursiva.
Malfoy…
Tomó aire para evitar que su esternón se hundiera en las entrañas de su pecho. Endureció los hombros y volvió a enrollar el pergamino, dejándolo a un lado. Si se sentaba al fondo de la biblioteca, lejos de otras mesas, no había peligro de encontrase con él allí. Era consciente de que, al haber sido expulsado de las clases, era un lugar factible al que acudir a pasar las horas. No podía culparlo. Ni pensaba que acudiría allí para verla, ni muchísimo menos. Pero ella necesitaba no verlo. No quería estar sentada en una mesa y tenerlo sentado en otra cercana, al alcance de una mirada. No quería chocarse con él al doblar la esquina de un pasillo. No tenía ninguna necesidad de vivir de nuevo el choque eléctrico al que su cuerpo la sometería si se encontraba con sus ojos.
Parpadeó para alejarlo de su mente y se obligó a pensar en otra cosa. El Mapa del Merodeador. No había resultado ser muy útil en el pasado, pero ahora el objeto de búsqueda había cambiado. Ya no buscaban una persona, sino una criatura mágica. Se dijo que debería pedírselo a Harry de nuevo y volver a examinarlo. Hacía semanas que ya no estaba en su poder, y había dado por sentado que su amigo lo había recuperado, sin mencionarlo, en alguna ocasión en la que compartieron mesa. Se lo pediría de nuevo. Lo revisaría de nuevo. Necesitaba mantenerse ocupada, y los exámenes no eran suficientes. Necesitaba más. No pensar en absoluto. Agotar su cerebro para no pensar.
—¿Alguna hipótesis? —dijo Ron al terminar de leer, con pesadez. Harry siguió mirando la página. El agraciado rostro de aquella adolescente francesa de oscuros ojos les devolvía la mirada desde la esquina de la página. Su foto de archivo correspondía a la joven sentada en un sillón, sonriendo ampliamente, saludando a cámara y volviendo a posar quieta para la fotografía mágica mientras el flash se disparaba.
—Ninguna —confesó Hermione en voz baja—. A estas alturas estoy desconcertada —Harry clavó sus ojos en ella y la chica ladeó la cabeza—. No sé lo que pienso, Harry. Perfectamente pueden ser unos traidores, sí. Pero también víctimas a los que los mortífagos han vuelto a hacer daño. No me puedes negar que ambas opciones son, objetivamente, válidas.
Harry pareció capaz de replicar, pero se contuvo, volviendo a mirar la página.
—¿Intentamos hablar con Remus de nuevo para ver si sabe algo? —dijo Ron en un murmullo. Hermione abrió la boca, pero volvió a cerrarla. A juzgar por su expresión perturbada, casi pareció capaz de decir que tenían demasiado que estudiar y que algo así les rompería el cronograma de estudio por completo, pero se tragó sus protestas. Harry, para sorpresa de sus amigos, sacudió la cabeza.
—Dijo que nos avisaría él mismo si supiesen algo que no aparece en los periódicos —masculló con pesadez—. No podemos hacer nada… salvo terminar el curso y salir ahí fuera a verlo todo con nuestros propios ojos. Sin depender de Barnabas Cuffe o Xenophilius Lovegood —sus ojos relucieron. Y Ron y Hermione lo entendieron. Harry veía los ÉXTASIS como un molesto trámite que había que superar como fuese para después salir por fin a la realidad. Parecía dolorosamente ansioso por ello. Hacía tiempo que el papel de estudiante le quedaba pequeño. Necesitaba algo más. Un papel mucho más activo en lo que estaba sucediendo fuera.
—Con los ÉXTASIS de por medio, no sé si llegaré a ver el final del curso —bromeó Ron con tono suave, queriendo quitar tensión al asunto. Miró su reloj de pulsera y soltó un silbido—. De hecho, fijaos qué horas son... Demasiado tarde para ponerse a estudiar. ¿Qué os decía? Así no hay manera…
Harry accedió a dejar escapar una sonrisa resignada. Hermione, en cambio, le dedicó una mirada ultrajada.
—Oh, por favor… Ernie está estudiando nueve horas diarias —espetó con dureza, y ligera histeria—. Hannah estuvo ayer toda la tarde con Terry Boot en los invernaderos, en una tutoría con Sprout. Anthony Goldstein estaba repasando ayer Transformaciones durante la cena. Theodore Nott pasó ayer la hora de la comida en el despacho de la profesora Babbling preguntándole dudas…
Ante la mención de Nott, Ron clavó sus ojos azules en ella. Mortalmente serio. Harry se tensó ligeramente a su lado. Preparado para la inminente discusión.
Ron frunció sus labios ligeramente. Apartó la mirada, parpadeando, y volvió a mirar a su amiga.
—Oye, ¿qué tal te va con ese Nott? —cuestionó. Con sequedad. Y añadió, antes de que la chica pudiese responder—: Algún día puedes decirle que venga con nosotros. A la biblioteca. A estudiar… o lo que sea —finalizó con precipitación. Se hizo el silencio en la mesa. Harry giró la cara sin ningún recato para mirar el perfil de Ron con fijeza. Atónito. Hermione parpadeó, muda. Intentando entender la expresión defensiva de Ron. Su ceño fruncido, y sus ojos fijos en la mesa. Consciente de haber dicho algo sumamente inusual. Sin querer ver las expresiones de sus amigos al respecto.
—¿A qué viene esto? —articuló Harry, sin delicadeza, perplejo. Ron se ruborizó ligeramente.
—A nada —replicó con tosquedad—. Lo decía por… conocerlo más. No parece mal tipo —dudó un instante y añadió—: Te sacó la cara aquella vez, Hermione. Cuando Malfoy quemó tu redacción de Transformaciones.
Hermione sintió sus músculos vibrar. Tenía razón. "Venga, tíos, vale ya…", había pronunciado el muchacho, enfrentándose en un murmullo a sus compañeros más jóvenes. Podía recordarlo. Pero el recuerdo la hizo perderse un instante en sus pensamientos. En todo lo sucedido después. En la Sala de los Profesores...
Luchó por volver a la conversación lo antes posible.
—No conviene que le vean con nosotros en público —terminó respondiendo, precavida. Con tono tranquilo—. El resto de sus compañeros no piensan como él en cuanto a nacidos de muggles se refiere. Podría meterse en problemas. Pero… te lo agradezco —finalizó, en voz más baja. Con más suavidad. En realidad, además de todo eso, no había vuelto a hablar con Nott desde el día que Draco atacó a Ron con el pus de bubotubérculo.
Ron crispó la boca de nuevo. Rascando con la uña la tapa de uno de los libros de la chica.
—Hablas de Malfoy, claro —opinó, con desgana. Comenzando a llevarse con la uña parte de la cubierta del libro. El pecho de Hermione sufrió un espasmo involuntario que la amplia túnica logró ocultar.
—Por ejemplo —corroboró con brusquedad, cogiendo un libro al azar y abriéndolo ante ella. Al hacerlo, el temblor de sus manos tiró al suelo una pequeña pila de volúmenes. Con un gemido lastimero, se agachó a recogerlos. Harry, sentado más cerca de ella, se agachó también. Mirándola con atención. Percatándose de la repentina humedad de sus ojos.
—Oye, ¿estás bien? —cuestionó en voz baja—. Tienes mal aspecto. ¿No estás estudiando demasiado? —inquirió, con toda la precaución del mundo.
Hermione frunció los labios, volviendo a amontonar sus libros con terquedad, en dos montañas más pequeñas.
—En absoluto. No es eso —tomó aire con fuerza y se frotó los ojos. Fingiendo tenerlos cansados. Eliminando discretamente las lágrimas que los empañaban—. Estoy agotada por otra cosa. Ser Prefecta en época de exámenes es demencial. Hoy ya he requisado siete estúpidas pociones y otras cosas de contrabando que la gente compra para ayudarse en los estudios…
Les señaló una pequeña bolsa de papel que había en la silla vacía de al lado. Ron la cogió con curiosidad y comenzó a investigar el contenido.
—Esto no funciona —se quejó, observando la etiqueta de una botellita que rezaba "Elixir cerebral Baruffio"—. Fred y George intentaron engañarme con eso una vez. Y esto tampoco…
—La gente está un poco desesperada, ¿no? —opinó Harry encogiéndose de hombros.
—Por supuesto que todas esas tonterías no funcionan —convino Hermione con firmeza—. Lo único que funciona es estudiar mediante un plan organizado y eficaz…
—¡Esto sí que funciona! —protestó de pronto Ron, tras sacar una pequeña cajita y abrirla—. ¡Es polvo de garra de dragón! Con solo un poquito te vuelves inteligentísimo…
—No digas bobadas —rezongó Hermione, quitándoselo justo antes de que su amigo consiguiese introducir el dedo dentro—. Ni se te ocurra pensar que te dejaré probar esto. A saber qué es en realidad…
—Te digo que sí que funciona —insistió Ron con énfasis—. Los dragones son unas criaturas mágicas poderosísimas. Ya sabéis todas las propiedades que tiene su sangre… Y el polvo de sus garras sí que funciona.
Hermione sacudió la cabeza con exasperación, pero después se quedó muy quieta. Un brillo extraño había acudido a sus redondos e inteligentes ojos.
—¿Pasa algo? —inquirió Harry al ver su expresión.
—No —negó Hermione, pero el despistado parpadeo de sus ojos no les engañó—. No es nada, solo que… —sacudió de nuevo la cabeza—. Ya lo comprobaré. No es nada —suspiró con fuerza—. Bueno, se acabó el descanso, me estoy retrasando, tengo que seguir…
Se inclinó con decisión sobre sus libros y continuó sin más dilación con sus estudios, como si no se hubiera producido interrupción. Ron arqueó una ceja y miró a Harry de reojo, intercambiando una incrédula mirada. Preguntándose si los estaba echando de su lado o no.
—Vale... Por cierto, nos dijiste que querías hablar con Hannah para volver a cambiar tu guardia de Prefecta, ¿no? ¿Has conseguido…? —comenzó Ron, ladeando la cabeza con curiosidad.
—Sí. Y hablaremos en la cena, Ron, ahora tengo que seguir —lo interrumpió ella sin alzar la mirada—. Subid a cambiaros de ropa ahora mismo. Estáis empapados y vais a enfermar.
Sus amigos volvieron a mirarse entre ellos. Confirmando que los estaba despidiendo.
Por fin había dejado de llover, aunque la hierba estaba todavía salpicada de gotas. Draco sentía sus cuartos traseros humedecerse progresivamente, sentado en el centro del desierto campo de Quidditch. Tampoco es que le importase demasiado. Intuía, a juzgar por el doloroso vacío en su estómago, que era casi la hora de la comida. O quizá era que no había comido nada desde la cena de anoche.
Había pasado la noche recorriendo el castillo, como todas las anteriores. El silencio de las noches, y la soledad que implicaba, hacía que Hermione Granger se colase en su cerebro a través de todos sus muros, impidiéndole respirar. No soportaba tumbarse en su cama por las noches. Necesitaba salir a correr para agotar su cabeza. Más de una vez, Filch había estado a punto de pillarlo por los pasillos, incluso Prefectos de otras Casas. Pero siempre logró escabullirse sin ser visto. Una vez, Hannah Abbot, la Prefecta de Hufflepuff, lo descubrió en un pasillo de la segunda planta, pero él se excusó diciendo que estaba volviendo de la biblioteca, que se había quedado dormido allí. Y salió airoso por los pelos.
Le habían retirado su rango de Prefecto debido a la expulsión, transfiriendo el testigo a Nott.
Al volver a la habitación esa mañana, se había encontrado con el nuevo Prefecto de la Casa Slytherin sentado en su cama, ya hecha. No le sorprendió. Siempre era así. Theodore no lo miraba directamente a la cara, pero sí se ponía en pie, demostrando que era a él a quien esperaba, para después coger su mochila y salir por la puerta sin dedicarle ni una palabra. Parecía tener la necesidad de asegurarse de que volvía con vida a la habitación antes de permitirse ir a sus clases. Y así día tras día.
Esa mañana, una vez que su amigo se fue, Draco se tumbó en su cama y se quedó dormido sin sueños casi al instante. Perdiéndose el desayuno, tal y como comprobó al despertarse, casi cinco horas después. Se encontraba todavía solo en la habitación. Decidió darse una ducha, para eliminar los rastros de otra noche de agresivo ejercicio, y se vistió con su uniforme reglamentario. Y ya no había sabido qué más hacer. Todos estarían en clase. Había pensado pasarse la tarde estudiando para los ÉXTASIS, porque no sabía qué otra cosa hacer, de modo que decidió que la mañana no era necesario dedicarla a ello. Tenía tiempo de sobra, más del que necesitaba. Y más teniendo en cuenta que no necesitaba los exámenes para nada. Pero sí necesitaba buscar algún tipo de entretenimiento para no volverse loco de aburrimiento. Entonces se le ocurrió que podría ir al campo de Quidditch. Aunque no le dejasen entrenar con sus compañeros, ni participar en los últimos partidos del curso, no podían prohibirle jugar por su cuenta.
Harper, de sexto, había sido el elegido para sustituirle como buscador. Y, desde su expulsión del equipo, ninguno de sus compañeros le dirigía la palabra. Culpándolo de la que seguramente iba a ser una nueva derrota para el equipo en la Copa de Quidditch. Harper no tenía la experiencia, ni iba a poder realizar los entrenamientos necesarios, como para ser suficientemente bueno.
Sentado en medio del campo, sintiendo el viento mover su cabello, agradeció la soledad del lugar. Su nueva Saeta de Trueno se encontraba a su lado, en la hierba. La escoba que había elegido después de leer el catálogo de abril de El Mundo de la Escoba. Con Granger. En esos vestuarios. Durante el partido de Ravenclaw contra Hufflepuff.
Contuvo el impulso de prender fuego a la escoba. De destrozarla y comprar otra. Otra Nimbus 2001. Todo era más fácil cuando tenía esa otra escoba. Y la había perdido por culpa de Granger. Crabbe y Goyle lo atacaron durante el partido por haberlo visto con ella. Su escoba se había roto por su culpa. Todo era culpa de Granger…
Con las mandíbulas firmemente apretadas se puso en pie. Se quitó la túnica, quedándose en mangas de camisa, las cuales se apresuró a doblar hasta el codo. Podía mostrar la Marca. No tenía importancia. Estaba solo allí. Y, de todas formas, pronto no tendría que volver a ocultarla nunca más. Era parte de él. Para siempre.
Agarró su escoba de un rápido movimiento, sin mirarla, y se acercó al baúl con las pelotas que había sacado del vestuario y colocado unos pasos más lejos. La abrió, y sacó la pequeña snitch dorada de su habitáculo. Ésta vibró en la palma de su mano y echó a volar, agitando sus pequeñas alitas como un colibrí. Se alejó unos metros de él, ocasión que el chico aprovechó para montarse en su escoba y elevar el vuelo dando una fuerte patada al suelo. El aire fresco le acarició el rostro, despertándolo. Se sintió vivo de nuevo. Más fuerte, más él mismo. Se elevó muchos metros, escrutando a su alrededor en busca de la pelota. Al verla varios metros más lejos, se lanzó en picado a por ella, no atrapándola casi por los pelos. Pero no le importó. Volvió a intentarlo. Y otra vez. Y otra. La atrapó varias veces. Se le escapó otras tantas. Jugó durante un rato consigo mismo. Y, sin embargo… No era suficiente.
Se paró en el aire. El corazón no le latía demasiado deprisa. No jadeaba. Faltaba algo. Miró la caja con las pelotas. Podía hacerlo. Estaba solo. Nadie lo estaba viendo.
Dejando la snitch revolotear a sus anchas por todo el campo, descendió de nuevo a tierra firme. Abrió el baúl y sacó una de las bludger y un bate de golpeador. Dejó que la pelota se alejase volando, zumbando en el silencio. Apretó los dedos alrededor del bate y volvió a subirse a su escoba con rapidez. La bludger se lanzó contra él a toda pastilla, rompiendo el viento. Draco echó el brazo hacia atrás y golpeó la pelota con el bate con todas sus fuerzas. Le dio. Lanzándola lejos. Sin dirección. El júbilo lo invadió. Mucho mejor.
Volvió a golpear la pelota con fuerza cuando volvió zumbando a su encuentro. Y otra vez. Y otra. Ahora sí. Ahora estaba sudando. Ahora le dolían los músculos. Casi había olvidado cuánto le gustaba el Quidditch.
Pero seguía pensando.
"Draco caminaba con amplias zancadas por los pasillos del tren. Crabbe y Goyle, amigos de toda la vida, lo escoltaban, haciendo apartarse a todo el mundo a su paso. Lo cual se sentía fantástico. Todo el mundo tenía que saber desde el principio quién era él. Hogwarts no era Durmstrang, pero estaba seguro de que se las apañaría para codearse con gente importante. Influyente. Gente que mereciese la pena. Como hacía su padre. No Crabbe y Goyle, por supuesto. Ellos solo eran útiles.
—¿No era este compartimento? —preguntó Crabbe con su ronca voz, señalando una de las puertas que acababan de dejar atrás. Draco elevó los ojos al cielo. Que Merlín le diese paciencia. Eran útiles, pero agotadores.
—Por última vez: Potter está en el penúltimo compartimento, zopenco —espetó Draco sin miramientos—. Cerca de la cola del tren.
—Ese de ahí, entonces, ¿no? —dijo Goyle, señalando más adelante. Draco podría haberle dado la razón, pero no lo hizo. Se limitó a asimilar que la puerta del compartimento estaba abierta. El cuerpo de un chico asomaba por ella, con la cabeza en el interior, oculta a sus ojos. Draco apretó sus finos labios con desaprobación. Todo el mundo iba a echar un vistazo al famoso Harry Potter. Qué patético. El muy iluso estaría alucinado de lo idiotas que podían ser todos. «Tranquilo, Potter, yo te quitaré a esta chusma…»
—… Y vosotros dos deberíais cambiaros ya, vamos a llegar pronto.
Una voz aguda y presumida flotaba desde dentro del compartimento abierto. El muchacho se apartó entonces de la puerta, dejando espacio para que otra persona saliera. Y los ojos de Draco se perdieron en una especie de arbusto cobrizo. Pelo, pelo y más pelo.
La niña que acababa de salir del compartimento se giró en su dirección mientras cerraba la puerta. Unos oscuros y avispados ojos se clavaron en los suyos. Ya estaba vestida con el uniforme de la escuela. Y qué cantidad de pelo tenía, por las barbas de Merlín.
La chica tomó al otro niño de la manga de la túnica y avanzó unos pasos decididos hacia ellos. Con los ojos clavados en los de Draco. Éste se había detenido, junto a Crabbe y Goyle, a apenas dos metros de la puerta del compartimento de Harry Potter.
—¿Habéis visto un sapo? Neville lo ha perdido. Es suyo —dijo la niña, tirando un poco de la manga del chico hasta levantarle el brazo ligeramente. Tenía voz de mandona. Y los incisivos superiores bastante largos.
Draco apenas dedicó una fugaz mirada al aterrorizado rostro redondo del tal Neville, el cual contemplaba a Crabbe y Goyle con aprensión. Como era previsible. Pero la niña no. No lucía impresionada en absoluto.
Los labios de Draco se curvaron en una mueca socarrona.
—¿Un sapo? ¿Quién trae un sapo? Qué patético…
Neville se ruborizó con intensidad, encogiéndose aún más. La niña mantuvo sus ojos clavados en Draco. Mortalmente seria. Parpadeó dos veces y después giró su rostro para dirigirse a Crabbe.
A Crabbe.
—Si lo veis, avisadnos, por favor. Tiene que recuperarlo antes de que bajemos del tren —hablaba muy deprisa. Y el comentario de Draco no parecía haber sido de su agrado. Ni él tampoco.
—Vale —balbuceó Crabbe, luciendo algo confundido. Sobrecogido de que alguien le hablase directamente. Draco estuvo a punto de golpearlo. ¿Cómo que "vale"?
—Soy Malfoy —dijo entonces, mirando a la niña. Queriendo que volviese a identificarlo como el líder de ese trío—. Draco Malfoy.
La niña accedió a mirarlo de nuevo. Su rostro no se alteró. Su nombre no le decía nada.
—Yo Hermione Granger —respondió, y volvió a dirigirse a Crabbe—. Si veis el sapo, avisadnos. Estamos en el compartimento veintidós. Y vamos a llegar pronto, deberíais poneros los uniformes.
Y entonces echó a andar, tirando del apocado Neville, pasando junto a ellos y alejándose por el pasillo del tren. Draco se giró sobre sí mismo para verla marcharse. Se dio cuenta entonces de que estaba apretando las mandíbulas. Su lengua se movía dentro de su boca, queriendo decir algo más. Pero ella simplemente se estaba alejando. ¿Quién se había creído que era? Granger… no le sonaba de nada. Menuda pedante.
—¿Draco? —la voz de Goyle lo sacó de su ensimismamiento—. ¿Qué hacemos?
Éste lo miró, con el ceño todavía fruncido.
—¿Cómo que qué hacemos?
—¿Vamos a buscar el sapo?
Draco deseó tener su varita consigo para hacerle alguno de los pocos maleficios que ya sabía hacer.
—No seas imbécil. Venga, entrad. Vamos a conocer a Potter.
Intentando relajar su ceño, y apartando de su cabeza aquella espesa mata castaña, abrió la puerta del compartimento de Harry Potter."
Draco no podía llevar más de diez minutos dando golpes a la bludger, pero ya estaba jadeando. Y, sin embargo, no era suficiente. Seguía pensando. Necesitaba jugar más rápido. De forma más intensa. No quería pensar. No quería pensar…
"Todo el mundo gritaba en el campo de Quidditch, mientras los jugadores salían de los vestuarios para encontrarse en el centro del estadio y dar comienzo al partido. Draco ascendía las escaleras de las gradas, con Crabbe y Goyle flanqueándolo. Mirando alrededor, buscando un lugar donde sentarse.
—¿Ahí? —propuso Goyle, señalando unas gradas más arriba. Draco miró el lugar de reojo y sacudió la cabeza.
—No —miró a otro lado. Hacia la marea roja y dorada que había a esa altura. Alcanzó a distinguir por fin una mata rojiza de cabello, como una antorcha. Sonrió con satisfacción y señaló el lugar—. Mejor ahí.
Crabbe y Goyle miraron en su dirección y rieron por lo bajo. Los tres se colaron entre la marea de personas y apartaron sin miramiento a varios Gryffindors hasta colocarse tras los que verdaderamente les interesaban.
—Nunca había visto a Snape con esa cara de malo —estaba diciendo Ron Weasley, por algún motivo—. Mira, ya salen. ¡Eh!
Se giró sobre sí mismo, llevándose una mano al cogote. Draco estaba bajando la suya, después de haberle dado un golpe con ella.
—Oh, perdón, Weasley, no te había visto —se excusó falsamente, mientras sonreía a Crabbe y Goyle. El pelirrojo compuso una mueca de rabia y miró al frente de nuevo, a regañadientes. Longbottom estaba a su lado, ligeramente encogido sobre sí mismo ante la presencia de los Slytherins. Granger estaba al otro lado de Weasley, con la vista fija en el partido. No se había girado hacia ellos en ningún momento—. Me pregunto cuánto tiempo durará Potter en su escoba esta vez. ¿Alguien quiere apostar? ¿Qué me dices, Weasley?
Ron, obligándose a atender al partido, no respondió. Granger siguió sin mirarlo siquiera. Como si no existiera. Solo veía su tupido cogote castaño. Y, si bajaba la mirada desde su ángulo, sentado tras Weasley, veía sus dedos cruzados sobre la falda, mientras observaba a San Potter volar por el campo. Frunció los labios con desdén. Potter ni siquiera debería jugar. Era de primer año. No estaba permitido. Pero, claro, era una maldita celebridad, y podía saltarse todas las normas como si nada…
Snape, minutos más tarde, dio un penalti a Hufflepuff. E incluso Draco advirtió que no había ningún motivo para ello. Aunque no estaba haciendo demasiado caso al partido. Las personas que tenía delante eran más interesantes.
—¿Sabéis por qué creo que eligen a la gente para la Casa de Gryffindor? —dijo Draco, en voz alta—. Es gente a la que le tienen lástima. Por ejemplo, está Potter, que no tiene padres, luego los Weasley, que no tienen dinero… Y tú, Longbottom, que no tienes cerebro.
Draco sonrió con satisfacción ante su propia pulla. Desvió sus ojos hacia la nuca de Granger, pero ésta seguía fingiendo que no lo oía. Estaba fingiendo, porque era evidente que lo estaba oyendo. ¿Cómo no iba a oírlo? Estaba justo detrás. Pero no se giraba. La muy engreída se creía mejor que él por estar ignorándolo…
—Yo valgo por doce como tú, Malfoy —tartamudeó Longbottom, encarándolo, rojo como un tomate. Draco se echó a reír con exageradas carcajadas, al igual que Crabbe y Goyle. Weasley dijo algo que no pudo escuchar, y Draco se limitó a añadir, fingiendo secarse las lágrimas:
—Longbottom, si los cerebros fueran de oro, serías más pobre que Weasley, y con eso te lo digo todo.
—Te aviso, Malfoy… Una palabra más… —siseó Weasley, para verse entonces interrumpido por Granger, que había dado un visible respingo.
—¡Ron! —saltó, sin ser en absoluto consciente de estar interrumpiendo una casi manifiesta pelea—. ¡Harry!
—¿Qué? ¿Dónde?
Draco rodó los ojos y se recostó en su asiento. Mordiéndose el carrillo por dentro de la boca, miró a Granger. Se había puesto de pie, cruzando los dedos delante de la boca. Con la vista fija en Potter, lanzándose en picado. A su alrededor, el público gritaba y vitoreaba.
—Tenéis suerte, Weasley, es evidente que Potter ha visto alguna moneda en el campo —dijo Draco, en voz alta.
Sus ojos se desviaron de nuevo hacia Granger, porque estaba subiéndose a su asiento para ver mejor a Potter. Ignorando su presencia, sus palabras, por completo. Sin enfadarse. Sin inmutarse. Sin prestarle la más mínima atención, ni para bien, ni para mal. Maldita sangre sucia pedante…
Y entonces Draco se vio empujado, cayendo al suelo. Weasley se había arrojado sobre él. Sintió un puño estrellarse en su ojo derecho. Ambos rodaron y patalearon bajo los asientos. Encontró la nariz de Weasley. Vio de reojo a Longbottom encaramado al respaldo de su silla, enfrentándose a Crabbe y Goyle.
—¡Vamos, Harry! —escuchó claramente la voz de Granger, ajena a todo aquello."
Draco dio un golpe tan brusco a la bludger que casi la estrelló contra las gradas. Pero la inteligente pelota dio un giro y se lanzó hacia él de nuevo. Estaba sudando, pero no iba a parar.
"Draco recorría con la mirada, una y otra vez, el patrón de la alfombra de su salón, sin atreverse a mover ni un músculo. Su padre llevaba callado lo que le parecían minutos enteros. El susurro de las páginas del periódico que estaba leyendo su madre era lo único que rompía el silencio.
Tragó saliva y se le atascó en la garganta. Frunció los labios. Pensando excusas. No era culpa suya…
—Esperaba algo mejor, Draco —dijo entonces Lucius, alzando la mirada del grueso pergamino. Sus ojos grises atravesaron a su hijo, de pie ante él—. Solo un Aceptable en Transformaciones… ¿Quién da la asignatura?
—McGonagall —espetó Draco al instante, entre dientes—. Es la Jefa de la Casa Gryffindor. Los favorece en todo. Por eso no tengo más nota, no es culpa mía.
—¿Minerva McGonagall sigue dando clase? —cuestionó su madre, bajando el periódico—. Debe estar muy mayor. Creí que se habría retirado hacía ya mucho… No sé si está en condiciones de seguir dando clase, Lucius. Deberías mandar una inspección.
Su marido desechó la idea con una sacudida de mano. Seguía mirando las notas de su hijo.
—Extraordinario en Pociones —ofreció, arqueando una ceja—. Claro, Severus la imparte…
Una sacudida se apoderó del pecho de Draco. Sintió sus mejillas calentarse y no le gustó la sensación. No había sacado esa nota por caerle bien a Snape. Era bueno en Pociones.
—¿Quién tiene las mejores notas del curso? —preguntó entonces Lucius, volviendo a mirarlo. Draco lo sabía a la perfección, pero fingió pensar por unos instantes.
—Posiblemente la amiga de Potter.
—¿Qué amiga de Potter?
—Hermione Granger —se escuchó pronunciando en voz alta. No recordaba haber dicho su nombre de pila nunca—. Es una sangre sucia insoportable y presuntuosa…
—Te he dicho que no emplees esa palabra fuera de esta casa —le advirtió Narcisa, mirándolo con seriedad. Aunque después frunció los labios con pesadez—. Aunque, si es así, qué lástima. Me esperaba más de ese Potter. Codearse con esa gentuza…
—¿Una sangre sucia te está superando en los exámenes? —repitió Lucius, volviendo a clavar sus ojos en él por encima del pergamino. Su voz era gélida. Draco se sintió acalorar de nuevo.
—No es culpa mía. Es una lameculos. Y amiga de Potter. ¿Qué puedo hacer yo? —se señaló con desdén—. No pienso lamer el culo de Potter para conseguir buenas calificaciones…
—Modera tu lenguaje —lo amonestó su madre de nuevo, con paciencia—. Y por supuesto que no tienes que hacerlo —dejó escapar una sonrisa relajada—. Has aprobado todo. Ya sacarás mejores notas el año que viene. ¿Qué quieres que te regalemos? Te mereces un regalo, lo que quieras…
Draco esbozó una sonrisa desvergonzada. Había estado esperando eso.
—Quiero ser el buscador del equipo de Quidditch de Slytherin —exigió, con voz firme. Miró fijamente a su padre. Lucius enrolló finalmente el pergamino y se recostó en su sillón, mirando a su hijo. Dejó escapar un profundo suspiro por la nariz.
—El buscador del equipo. De acuerdo. ¿Cuál es la mejor escoba del momento? —preguntó, casi desganado. Draco parpadeó, sin esperarse esa pregunta.
—Creo que… la Nimbus 2001 —dijo, frunciendo el ceño—. Pero lo que yo quiero….
—Lo sé. Y tendrás las dos cosas. El equipo al completo recibirá un pequeño obsequio de mi parte —explicó Lucius, y sus comisuras se estiraron en una sonrisa perezosa—. Tendrás que presentarte a las pruebas, claro. Pero el puesto será tuyo si quieren las escobas.
A Draco le brillaron los ojos. Eso estaba mejor. Ardía de ganas de jugar al Quidditch en el colegio, de demostrar lo bien que volaba. Y toda la escuela lo vería. Haría quedar a Potter como un aficionado. La pedante de Granger, subida en su asiento, se quedaría con la boca abierta…
—¿Qué notas ha sacado Theodore? —preguntó entonces Narcisa, dejando el periódico a un lado. La euforia de Draco se enfrió. Intercambió una mirada amarga con su madre.
—Bastante buenas, creo —accedió a decir, en un murmullo—. Cuando le dieron la noticia, solo nos faltaban dos exámenes. Creo que, excepto esos, tiene buenas notas en todos…
Su madre compuso una mueca cargada de aflicción. Lucius miraba al fondo de la habitación, con la barbilla apoyada en una mano, inmerso en sus pensamientos.
—Me alegro —acertó a susurrar Narcisa—. Pobre muchacho… Deberíamos ir a visitar a los Nott para darles el pésame. Lo he hecho por carta, pero quiero hacerlo en persona. Iremos esta tarde."
Otro golpe seco con el bate y la bludger salió disparada, atravesando uno de los aros de gol sin pretenderlo realmente.
"—San Potter, el amigo de los sangre sucia —decía Draco, con lentitud. Casi pensativo. Crabbe y Goyle, sentados ante él en el sofá, lo contemplaban—. Ese es otro de los que no tienen verdadero sentimiento de mago, de lo contrario no iría por ahí con esa sangre sucia presuntuosa que es Granger —añadió con más desdén. Rememoró a la joven, estirando la mano en clase, ansiosa de responder cualquier pregunta. Y, encima, de responderla correctamente. Soltó un resoplido, apartándola de su cabeza—. ¡Y se creen que él es el heredero de Slytherin! Me gustaría saber quién es, podría ayudarle —añadió con petulancia.
No fue consciente de la expresión aturdida de Crabbe. Goyle añadió con rapidez, demostrando su lentitud una vez más:
—Tienes que tener una idea de quién está detrás de todo esto.
Draco lo miró con incredulidad. ¿Se podía ser más estúpido? ¿Cuántas veces habían hablado ya del tema?
—Ya sabes que no, Goyle, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —espetó con brusquedad—. Y mi padre tampoco quiere contarme nada sobre la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos. Aunque sucedió hace cincuenta años, y por lo tanto antes de su época, él lo sabe todo sobre aquello, pero dice que resultaría sospechoso si yo supiera demasiado. Pero sé algo: la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos, murió un sangre sucia. Así que supongo que sólo es cuestión de tiempo que muera otro esta vez…
Sintió su corazón acelerarse ante la posibilidad. Granger acudió a su mente de nuevo. Su nariz apuntando al techo. Sus miradas cargadas de desdén, de indiferencia, apenas de reojo. Nunca lo insultaba. Casi nunca replicaba nada ante sus ácidos comentarios. Bueno, alguna vez sí.
«Pero en el equipo de Gryffindor nadie ha tenido que comprar su acceso. Todos entraron por su valía».
Le hervía la sangre cada vez que lo recordaba. Estúpida pedante. La odiaba tanto… Su mera existencia le molestaba. Y mucho. Era, posiblemente, la persona que más le molestaba en el mundo.
—Espero que sea Granger —sentenció, con una sonrisa. Así se libraría de ella. De la única persona que conocía que lo trataba como si no existiera en absoluto."
El golpe contra la bludger resonó por todo el campo, haciendo eco en las gradas. Draco casi no lo escuchó. No escuchaba su respiración. Oía un zumbido en los oídos. Incluso veía algo borroso. Probablemente se estaba mareando por la falta de alimento.
"—¡Miradlo cómo llora! ¿Habíais visto alguna vez algo tan patético? —dijo Draco con desdén, desde el umbral de la puerta principal del castillo. Mirando, junto a Crabbe y Goyle, cómo Hagrid se alejaba de vuelta a su cabaña, con la cara cubierta por un pañuelo—. ¡Y pensar que es profesor nuestro!
Apenas podía contener la risa. Potter, Weasley y Granger estaban en las escaleras, y por supuesto lo habían oído. Eso pretendía. Draco vio girarse a los dos chicos e ir hacia él, con idénticas expresiones de rabia. Sintiendo a Crabbe y Goyle a ambos lados, pensó que eso iba a ser divertido…
Pero entonces la visión cambió. Granger adelantó a ambos muchachos, acercándose a él con poderosas zancadas. Draco no alcanzó a mover ni un solo músculo de su cuerpo. Iba directa hacia él. Con los ojos fijos en su rostro. Toda su atención puesta en él. La tenía delante. Absurdamente cerca. ¿Pero qué…? ¿Por qué…?
¡PLAF!
Granger le dio una bofetada con todas sus fuerzas. Se hizo el silencio en el Vestíbulo. Draco la miró en cuanto pudo volver a girar el cuello, consciente de tener los ojos como platos. Alcanzó a ver a Potter y Weasley detrás de ella, con expresiones que, estaba seguro, eran idénticas a la suya. Crabbe y Goyle tampoco se habían movido. Granger, rabiosa, alterada, frenética, volvió a levantar la mano.
—¡No te atrevas a llamar "patético" a Hagrid, so puerco… so malvado…!
—¡Hermione! —balbuceó entonces Weasley, sujetándole la mano alzada.
—Suéltame, Ron —siseó ella. Sacando la varita. Draco no pudo contener el absurdo impulso de retroceder dos pasos. Crabbe y Goyle seguían inútilmente parados a su lado.
—Vámonos —escuchó Draco que pronunciaban sus propios labios. Granger parecía dispuesta a maldecirlo. Y, a juzgar por la bofetada que aún le ardía en la piel, no le temblaría el pulso para convertirlo en un Gusarajo. Ni siquiera se le ocurrió sacar su propia varita. Estaba vergonzosamente seguro de que aquella estúpida podría con él. Se sentía del todo atontado. No recordaba haberse sentido nunca tan ridículamente fuera de lugar.
Se escabulló junto a sus colegas por el pasadizo que conducía a las mazmorras. Con el corazón latiendo contra su garganta. Notaba un progresivo calor adueñarse de su rostro y cuello, y aceleró el paso para ir por delante de Crabbe y Goyle y que no lo vieran.
Granger no era así. Granger siempre lo ignoraba. Miraba a otro lado como si no lo escuchase. Y, para una vez que lo enfrentaba de forma directa, él no había estado a la altura. Ahora le ardía la nuca también. Era una sangre sucia, por las barbas de Merlín. Pero se había quedado paralizado. Esa niñata pedante no había vacilado en darle un tortazo. Le daba igual que fuese un Malfoy, que fuese superior a ella. No le tenía miedo, ni siquiera respeto. Simplemente, él no le interesaba en absoluto. Él no alteraba su vida. A excepción de cuando se metía con sus amigos. Ahí no tenía ningún problema en enfrentarlo con uñas y dientes.
Crabbe y Goyle, a su lado, no decían nada. Parecían apreciar que estaba que echaba humo. O quizá estaban analizando lo sucedido con sus minúsculos cerebros. Sintió la necesidad de decir algo, para recordar quién mandaba. Quién estaba por encima de quién.
—¿Lo habéis visto? ¡Esa sangre sucia está como una puta cabra! —rezongó, con voz firme—. No deberían dejar a los de su calaña estar con los demás. Son inestables. Y parece que he metido el dedo en la llaga con lo de ese sucio memo del guardabosques… —forzó una risita maliciosa—. A ver si es tan bravucona cuando la cabeza de ese estúpido pollo esté colgada en la pared de mi salón…
Y, tal y como esperaba, Crabbe y Goyle rieron, satisfechos, animados con esa idea. Con un poco de suerte, olvidando lo sucedido. Aunque a Draco le costaría olvidarlo."
El hombro le dolía. No estaba acostumbrado a batear, y menos por tanto tiempo. Pero no se detuvo.
"Ante el mensaje de POTTER APESTA que brilló intensamente en todas las insignias, los Slytherins de cuarto año berrearon de risa. Potter se puso rojo de furia. Granger estaba a su lado, mirándolo todo con los labios fruncidos en una mueca de desaprobación. Draco la vio girarse hacia Pansy con brusquedad, riéndose ésta con Millicent y Tracey.
—¡Ah, muy divertido! —se burló Granger, con altivez—. Derrocháis ingenio.
Draco apretó los labios para no dejar escapar una sonrisa de satisfacción. Un comentario digno de Granger. Y estaba furiosa, podía verlo. Había conseguido enfurecer a la estoica y pedante Granger. E iba a aprovecharlo.
—¿Quieres una, Granger? —le dijo, ofreciéndole una de las que tenía en la mano. Los ojos de la chica se clavaron en él. Oscuros. Enojados. Recelosos—. Tengo montones. Pero con la condición de que no me toques la mano. Me la acabo de lavar y no quiero que una sangre sucia me la manche.
Ella no se inmutó. Se limitó a mirarlo a los ojos, muy tiesa. Con los labios todavía apretados de irritación. No muchas veces conseguía que lo mirara directamente. Granger siempre era la que estaba con la nariz metida en un libro, ignorándolo, a él y a sus comentarios, y Potter y Weasley eran los que le seguían el juego. Pero ahí la tenía. Mirándolo con enojo. Como si él fuera muy molesto. Por supuesto que no iba a coger la insignia, ni quería que lo hiciera. Pero lo estaba mirando con fijeza. Él era el centro de su atención. Y eso ya era todo un logro.
Entonces Potter había sacado la varita, atrayendo su atención. La gente, a su alrededor, se apartó. Granger abrió los ojos con sorpresa.
—¡Harry! —le advirtió. Pero Draco no se alteró. Sintió una oleada de vanidad apoderarse de él. Hacía bien en preocuparse por Potter. Porque iba a darle lo que se merecía. Ya vería Granger quién de los dos era mejor mago…
—Vamos, Potter —lo desafió, con calma. Y tono fanfarrón—. Ahora no tienes a Moody para que te proteja. A ver si tienes lo que hay que tener…
No tardaron más de una fracción de segundo en atacarse. Dos hechizos pronunciados al mismo tiempo. Chocaron en el aire y rebotaron. El de Potter le dio a Goyle en plena cara. Y el de Draco alcanzó a Granger. Goyle empezó a aullar a su lado, y Draco vio que le estaban saliendo unos horrorosos forúnculos en la nariz. Granger también emitió un chillido, llevándose las manos a la boca. Weasley, salido de entre la multitud, se acercó a ella apresuradamente, igual que Potter. Le retiraron las manos de la cara y todos vieron lo que sucedía. Sus incisivos superiores, ya de por sí de un tamaño exagerado, estaban creciendo a gran velocidad. Snape salió entonces del aula, y logró silenciar a todo el mundo para que fuese Draco quien lo explicase.
—Potter me atacó, señor… —sentenció Draco, e, ignorando a Potter, que había gritado que ambos se atacaron a la vez, añadió—: Y le dio a Goyle. Mire…
Snape lo hizo, casi con pereza, y le indicó que fuese a la Enfermería.
—¡Malfoy le dio a Hermione! —gritó entonces Weasley, tirando de las manos de la chica para que mostrase sus dientes—. ¡Mire!
El parecido con un castor era ya impresionante. Draco escuchó a Pansy riendo tras él.
—No veo ninguna diferencia —sentenció entonces Snape con frialdad.
Y Draco no pudo evitar que su mandíbula cayese con sorpresa. Dejó escapar una risa incrédula. Casi nerviosa. Joder, eso era cruel hasta para Snape. Vio cómo Granger dejaba escapar un gemido. Sus ojos se llenaron de lágrimas que a Draco le parecieron completamente justificadas. La chica dio media vuelta y se alejó por el corredor, por donde también se había ido Goyle, en dirección a la Enfermería. Potter y Weasley se pusieron entonces a gritar a Snape cosas que ninguno de los presentes entendió debido al eco del lugar. Y Draco se sorprendió mirándolos con incredulidad. Pensando que eran gilipollas. Miró el desierto final del corredor y después a ellos de nuevo. ¿Pero qué les pasaba? Granger acababa de irse corriendo. Llorando. ¿Por qué no iban tras ella?".
Intentó apuntar con más precisión y logró golpear el borde del aro de gol con la bludger. El cual se tambaleó peligrosamente. Ya no tenía aliento, pero sí fuerzas. Así que siguió. Y trató de hacerla pasar a propósito por dentro de los aros.
"—¿Puedes ver con quién ha venido Krum? —le decía Pansy, apretándole el brazo y estirándose para ver a los cuatro campeones entre la multitud. Se estaban colocando, con sus respectivas parejas, a ambos lados de las puertas del comedor para dejar pasar al resto de estudiantes. Draco negó con la cabeza, sin mucho entusiasmo.
—Desde aquí, no —admitió, sin intentarlo siquiera, mirando alrededor. Estaba tratando de encontrar a Nott, pero solo alcanzó a ver a Zabini, junto a Tracey Davis.
—Potter ha llevado a una de las Patil. ¿Crees que están juntos o no ha encontrado a otra? —cuestionó Pansy, todavía estirándose. Draco volvió a mostrar poco entusiasmo.
—A saber… No creo que estén juntos.
—Chang está con Diggory —informó Pansy, con un brillo emocionado en los ojos ante su propia revelación.
—¿Qué Chang? —cuestionó Draco, mirando ahora en su misma dirección.
—La buscadora de Ravenclaw. Cho Chang —especificó Pansy, estirando aun más el cuello. Entonces le dio unos emocionados golpecitos en el antebrazo—. Dime quién es el que va con la campeona de Beauxbatons. Es de Hogwarts, pero no sé su nombre. Juega al Quidditch. Mira qué cara, está que no se lo cree…
Draco accedió a mirar por encima de la multitud, estirando el cuello.
—Roger Davies —informó sin entusiasmo, volviendo a mirar en torno a él. Vio entonces a Weasley, con otra de las Patil. Frunció el ceño. Bueno, era evidente que ninguno de los dos amigos había llevado a Granger. Les había escuchado decir días atrás, en el Vestíbulo, que la chica tenía una pareja que ni siquiera ellos conocían. «Te reirías de mí», había dicho Granger. ¿Quién podía ser? ¿Era alguien tan ridículo qué ni siquiera se lo contaba a sus amigos? ¿Quién diantres podía entrar en esa categoría?
Captó a Daphne, del brazo de Adrian Pucey. Dejó escapar un discreto suspiro por la nariz. Volvió a intentar buscar a Nott. Sabía que había venido solo. Quizá estuviese atrás del todo.
—Espera un momento —dijo entonces Pansy, usando de nuevo el brazo de Draco como apoyo para estirarse. Su voz sonó agitada—. Mira la cara de… ¿Quién está con Krum? Se parece… oh, no puede ser, tiene que ser una broma…
Draco miró a Pansy, y la vio con los ojos muy abiertos, pero no tuvo tiempo de preguntar. Las puertas del Gran Comedor se habían abierto, y la multitud los arrastró hacia allí. Pasando entre los cuatro campeones y sus parejas. Parados nerviosamente junto a las puertas, sonriendo y saludando. La despampanante Fleur Delacour brillaba con luz propia, eclipsando a todo el que la rodeaba. Pero los ojos de Draco solo se detuvieron en su resplandor natural un breve y atolondrado instante antes de ser atraídos por un destello color añil. La acompañante de Krum. Su túnica vaporosa. Su rostro.
Era Granger.
Sus ojos no se encontraron cuando pasó por delante de ella. La chica miraba con una sonrisa nerviosa a la multitud, sin hacer contacto visual con nadie. Draco era vagamente consciente de que era ella, pero al mismo tiempo no estaba del todo seguro. ¿Dónde estaba su abultado cabello? ¿Dónde estaba su genérica túnica del uniforme, sus libros a su espalda? No era ella, y, sin embargo… lo era. Pansy la miró con la boca abierta, sin disimular su sorpresa. Draco fue consciente de cómo sus propios labios se movieron, por inercia, por costumbre. Algo automático cada vez que la veía. Con la intención de decirle algo. Un insulto susurrado. Para que lo mirase. Para que no fingiera no escucharlo, no verlo, que no existía. Algo que le borrase esa sonrisa del rostro. Pero no era capaz de recordar por qué querría hacer algo así. Y estaba seguro de que nada de lo que dijese sería lo suficientemente cruel. No se le ocurría nada lo suficientemente vejatorio para decirle. De modo que pasó por su lado en silencio, apartando la vista lo antes que pudo.
—Hermione Granger —susurraba Pansy a su lado, en un agudo tono, mientras buscaban asiento. Su brazo se cernía alrededor del suyo con emocionada fuerza—. Era Hermione Granger. Krum ha invitado a Granger. Madre mía, tengo que comentarlo con Tracey… ¿Y qué diablos se ha hecho ese esperpento? ¿La has visto?
Draco todavía estaba parpadeando en color añil. Enfocando las mesas. Se sentía confundido. Como si acabase de ver un elfo doméstico con una varita, cursando Transformaciones. Algo que no tenía ni pies ni cabeza. Solo podía pensar en girar la cabeza para confirmar que lo que había visto era real. Que no se había vuelto loco. Aunque las palabras de Pansy a su lado eran suficientes. Pero nada tenía ningún sentido. Granger no podía… ser así. Ella era irritante. Pedante. Común. No era lógico que se viese así, que fuera tan, tan…
—No la he visto bien, pero creo que sí que era ella —alcanzó a decir, solo para silenciar la perorata de Pansy. Por primera vez en su vida, deseó que Hermione Granger no le prestase ninguna atención en toda la noche. Y, con suerte, sería así. No quería siquiera mirarla. Lo incomodaba. Porque lo hacía pensar. Porque hacía que las cosas no tuvieran sentido, y eso le molestaba mucho. Esa chica nunca dejaba de molestarle. Estaba harto, muy harto, de su simple existencia".
Tuvo que apartarse a toda velocidad de la bludger para impedir que lo alcanzase de lleno en el estómago. Giró sobre sí mismo, resoplando, y solo la adrenalina permitió que lograse golpearla, alejándola de sí de nuevo. Comenzaba a perder reflejos por el cansancio.
"Draco alejó sus labios de los suyos, realmente sin desear hacerlo. Pero quería ver su rostro. Quería asimilar que estaba sucediendo. Que era ella de verdad. Y la vio, con los ojos cerrados. Perdida aún en la sensación. Casi sonrió. Qué mujer, no hacía falta que atesorase nada… Ahora que se habían dado carta blanca respecto a sus encuentros, iba a darle ese y mil besos más. Siempre que quisiera. Siempre que ella lo quisiera. Sin remordimientos. Al menos sin esos remordimientos que lo obligaban a parar.
Los ojos de la chica se abrieron, y enfocaron los suyos. Más bien, se clavaron en él como arpones. Lo estaba mirando con fijeza. Lo veía. A él y solo a él. Y casi sintió la necesidad de apartar la mirada. Intimidado por sus ojos. La escuchó suspirar contra su boca. ¿Podía haber gesto más genuino que un suspiro? Ella no se alejó, ni siquiera para verlo mejor. Y él tampoco pensaba hacerlo. Su frente se recargó en la suya. Su aliento chocaba contra su boca, casi pidiéndole paso de nuevo. Su piel pegada a la suya… Oh, piadoso Merlín, estaba jodido. Muy jodido. Lo sabía. Y nunca creyó que meter la pata hasta el fondo, sabiendo que lo hacía, pudiera sentirse tan bien. Y no era capaz de parar. No ahora.
—Esto no puede salir bien —susurró entonces Granger, con una débil sonrisa. Como si le hubiera leído la mente. La vio volver a cerrar los ojos, y sintió que movía su rostro apenas un poco. Rozándolo contra él. Contradiciendo sus palabras. Acercándose más. Draco apretó los hombros para quedarse quieto y no hacer lo mismo. Quedaría ridículo, ¿verdad? No podía demostrar tanta… necesidad. Pero no pudo evitar dejar caer sus párpados.
—Creía que los Gryffindors erais valientes —replicó él en cambio, también en un susurro. Esbozó una mueca sarcástica contra su piel—. Dedicáis el noventa por ciento de vuestra existencia a presumir de ello.
—Somos valientes, no insensatos —replicó Granger, en un nuevo cuchicheo, sin abrir los ojos.
—"Valiente" e "insensato" son sinónimos, créeme —murmuró él, e inclinó ligeramente el rostro. Localizando sus labios con la intención de hundirse en ellos de nuevo.
—Y también lo son "Malfoy" y "presuntuoso".
Sus labios se curvaron en una sonrisa que sabía que era efectivamente presuntuosa. Lo era. Por supuesto que lo era. Y ella sabía que lo era. Pero estaba ahí. Estaba pegada a su piel. Le estaba dejando claro lo que pensaba de él. Él la molestaba tanto como ella a él. Él le parecía tan insoportable como ella a él.
Casi no podía pensar. No en ese momento. No pegado a su rostro, respirándola. Más tarde pensaría en todo ello. Pero ahora… Sus manos se adelantaron y alcanzaron los antebrazos de la chica, para rodearlos y acariciarlos con los pulgares. Sintió su ropa. Su carne. Era real.
—Eres una pedante, Granger —susurró contra su boca. Por todas las veces que había pensado eso de ella. Con el corazón latiendo con fuerza de saber que ella pensaba lo mismo de él, que él de ella. En todos los aspectos. Se hundió en su boca, en su pira, quemándose, apretándola contra la mesa del invernadero. Rodeado de paredes de cristal, sintiéndose más valiente de lo que se había sentido en toda su vida."
—¡Draco! —lo llamó repentinamente una voz desde el suelo. El chico, jadeando y con la vista casi nublada, miró hacia abajo. Vio una pequeña figura que le hacía señas desde la hierba. Reconoció sin mucho esfuerzo el negro y corto cabello. Era Pansy.
Sujetando el bate bajo el brazo, logró atrapar con las manos la bludger. Intentando no perder el equilibrio, bajó a tierra firme, aterrizando delante de la caja de las pelotas. Pansy se acercó al trote con una sonrisa y le ayudó con una mano a sujetar la escurridiza bludger en su lugar. La otra mano la escondía tras la espalda.
—¿Jugando como golpeador? —dijo la chica, animada, cuando por fin cerraron la tapa—. Creo que nunca te había visto. ¿Hay algo que se te dé mal?
Draco sintió que el comentario requería una sonrisa, pero apenas fue capaz de estirar los labios. Su mente se sentía de mantequilla. Y también su cuerpo. Estaba jadeando con mucha fuerza, y le dolían todos los músculos. Ahora que se había detenido, sintió deseos de arrancarse el agonizante hombro derecho. También notaba el rostro sudoroso, así como la blanca camisa. Debería haberse cambiado al uniforme de Quidditch para entrenar…
—¿Cómo me has encontrado? —fue el saludo del chico, en voz baja, girándose para mirarla. Ella ladeó el rostro, mirándolo con burlona ofensa.
—Me ha costado lo mío, no te creas. Llevo horas buscándote —confesó, pero su sonrisa se mantuvo. De hecho, se amplió al añadir, en voz más alta—: ¡Feliz cumpleaños!
Llevó sus manos al frente y le mostró un pequeño paquete muy bien envuelto. Draco se quedó de una pieza. La escoba se escapó de sus manos, flácidas, cayendo a la hierba con un ruido sordo.
—¿Mi… cumpleaños? —articuló, con pasmo. No tenía ni idea de qué día era. Desde su expulsión había perdido la noción del tiempo por completo; todos los días eran iguales.
—¡Claro, tonto! ¿Crees que no me acordaría? —protestó la joven, entusiasmada. Casi dando saltos en su lugar—. Es una tontería, pero espero que te guste… Ah, y no has venido a desayunar, ¿verdad? He visto a Armand, traía una carta de tu madre. Te la he cogido —se llevó una mano a la túnica y sacó un rollo de pergamino con el sello lacrado de los Malfoy cerrándolo—. ¡Venga, ábrelo todo! —animó entonces con entusiasmo, sentándose en el suelo ante él, acomodándose la falda escolar. Dejó el paquete y la carta en la hierba, esperando a que se sentase con ella. Draco tardó en reaccionar. No le apetecía en absoluto hacerlo, pero terminó dejándose caer al suelo, casi por pura imitación. Prefería seguir jugando. Quería cansarse más. Pero comprendió, nada más sentarse, que lo necesitaba. Comenzaba a dolerle el pecho al respirar. Y seguía viendo borroso. A saber cuánto tiempo había estado jugando.
Cogió el pergamino enrollado y lo miró unos segundos antes de volver a dejarlo en la hierba.
—Lo leeré después, no creo que sea educado quedarme callado diez minutos —se justificó, en voz baja. Pansy sonrió con cariño, pero después su sonrisa palideció y parpadeó con preocupación.
—¿Cómo se ha tomado tu madre la expulsión? —preguntó con suavidad.
Draco tragó saliva. Intentando contener un suspiro, se frotó la nariz para ganar tiempo.
—No me ha dicho gran cosa —admitió, midiendo las palabras—. Me ofreció acudir al Consejo Escolar y poner una denuncia, pero le he dicho que no es necesario. Total, solo quedan unas pocas semanas de curso, y los ÉXTASIS…
Se dio cuenta entonces de que Pansy no lo escuchaba. Su rostro se había descompuesto. Sus ojos estaban fijos en el regazo del chico, ligeramente fuera de sus órbitas. Draco siguió su mirada y sufrió una sacudida.
La Marca Tenebrosa. Lucía desvaída, pero se distinguía claramente en su antebrazo a la luz del día. Había olvidado que se había subido las mangas de la camisa. Creía que iba a estar solo.
Se apresuró a bajárselas, ocultando la Marca. Logró encontrar las fuerzas para mirar a Pansy y encontró pánico en sus ojos vidriosos. Y preocupación. Le pareció que había palidecido. Y Draco sintió que su pecho se aplastaba al pensar que pudiese tenerle miedo.
—¿Te dolió? —preguntó en voz muy baja. Le temblaba. Draco no supo qué responder.
—Mucho —terminó diciendo. Aunque su voz sonó apagada. La chica miró su antebrazo, ahora oculto, de reojo, y después lo miró a los ojos de nuevo. Parecía estar viéndolo por primera vez. Apretó los puños sobre su falda.
—Eres… muy, muy valiente —le dijo, en cambio, con voz cargada de devoción. Draco, aun así, sintió algo frío resbalar por su esófago—. ¿Te ha ordenado que hagas… algo?
Draco ni siquiera dudó. Negó con la cabeza, con la vista fija en la hierba. Recordó que el paquete seguía ahí. Lo tomó, casi como un autómata.
—No… hacía falta que me regalaras nada —logró articular, con voz queda. Insinuando que no quería hablar del tema. Pansy volvió a estirar los labios en una sonrisa emocionada, pero sus ojos lucían tristes al ver que no se veía ni siquiera un poco entusiasmado.
—Quería animarte un poco —se justificó, accediendo a cambiar de tema e intentando hablar con un tono normal. Aunque algo forzado—. Desde que te expulsaron estás algo decaído. Ni siquiera he ido a clase de Encantamientos esta mañana, te he estado buscando por todas partes para dártelo cuanto antes… Venga, ábrelo.
Draco hidrató como pudo su garganta seca y rompió el papel del paquete rectangular. Era plano, como si fuese un libro pequeño y estrecho. Debajo del papel se encontró con una caja de cartón, cuya tapa abrió. Dentro había dos entradas doradas que lanzaron chispas brillantes, como pequeños fuegos artificiales; casi como si celebraran verlo.
—¡Entradas para la Copa Mundial de Quidditch del año que viene! —informó Pansy como si no pudiera contenerse. Volviendo a lucir más animada—. Será en Irlanda. Las he comprado en cuanto han salido, he oído que en algunos sitios se han agotado enseguida. Te he cogido dos para que vayas con tu madre. O con quien quieras —dejó escapar una risita nerviosa.
Él tardó en poder decir algo. Sentía la lengua pesada dentro de su boca. El año que viene sería ya un mortífago en activo, a las órdenes de Lord Voldemort. Cumpliendo misiones para él. Ayudándolo a restaurar el orden en el mundo mágico. No tendría tiempo para el Quidditch. E intuía que Pansy estaba pensando lo mismo.
—No puedo aceptarlo —terminó diciendo, cerrando de nuevo la caja. Ella lo miró con dos heridas abiertas por ojos—. Te habrán costado un dineral —intentó justificar, con más suavidad—. No hacía falta regalarme algo tan caro…
—Tú también me regalas siempre cosas caras —protestó ella, forzando un tono más bromista.
—Mi familia puede permitírselo —contraatacó Draco, sin mirarla.
—La mía también —protestó ella, divertida.
—Eso no es verdad…
—Oh, cállate y acéptalo, es un regalo —protestó Pansy, con más firmeza, pero sin poder evitar sonreír de nuevo.
Draco miró la caja. Con la mente muy lejos. Preguntándose qué estaba haciendo. Qué estaba mal con él. Pansy siempre lo había idolatrado. Lo había apoyado en todo, desde que eran niños. Lo animó en cada partido de Quidditch, rio todos sus chistes, insultó a sus enemigos, se preocupó cuando el estúpido Hipogrifo de Hagrid lo atacó en tercer año, se unió con él a la Brigada Inquisitorial en quinto, se alió con él para contar rumores sobre Potter a Rita Skeeter, solo porque a él le pareció divertido… Fueron juntos al Baile de Navidad en cuarto año. Fue su primer beso.
"… por lo poco que la conozco, Parkinson siempre ha parecido sentir algo por ti. Diría que incluso ahora. Te adora. Demasiado para ser solo amistad."
Draco sintió un nudo en la garganta. Alzó la mirada para encontrarse con la de su amiga. Tan familiar, tan cargada de admiración. Sintió el súbito impulso de besarla, sin estar muy seguro de si quería luchar contra él o dejarse llevar. Y le sorprendió. Solo había sentido ese impulso con Granger, y casi quiso gemir de alivio al verse capaz de sentirlo por otra persona. Pansy se lo permitiría si lo hacía, estaba seguro. Ella era la opción correcta. Todo sería sencillo, todo estaría bien. No habría quebraderos de cabeza. Podrían estar juntos para siempre, si así lo querían. Sus padres lo aprobarían, el Señor Oscuro lo aprobaría. Pansy se había enterado de que era un mortífago, y no lo repudiaba. Al revés, lo veía como un héroe. Como ni siquiera él mismo se veía.
Pansy era la opción más conveniente. Era la opción que les debía a sus padres, en honor a todas las creencias que le habían inculcado. A todo lo que le habían enseñado. A todo por lo que habían luchado, por él. Por darle lo mejor. La opción que le debía a su sangre.
Pero no era la que quería.
Vio con tal claridad el rostro de Granger en su mente que casi se asustó. Vio sus enormes ojos clavados en los suyos. Mirándolo. Viéndolo. Su mano ofreciéndole de vuelta la cerveza de mantequilla que había conseguido de contrabando para ella. Su boca moviéndose, incitándole a seguir su sueño de ser alquimista, queriendo saberlo todo al respecto. Sus labios recorriendo su cuello en medio de la oscuridad del escobero, jugando con él, vengándose de él, demostrándole que algo semejante era posible entre ellos… Que podía ser algo espectacular…
—Entonces, ¿te gusta?
Sufrió un sobresalto. Enfocó la mirada. Pansy lo contemplaba, expectante. Sonriendo con vacilación.
—¿Quién? —logró decir él, sin voz. Ella rio, incrédula.
—El regalo, hombre, ¿te gusta? No pareces muy contento —confesó, con la vergüenza brillando en sus ojos oscuros. Draco tragó saliva. Aunque no tenía saliva. Forzó una sonrisa, la primera que lograba esbozar en mucho tiempo, y alargó una mano para rodear con ella la muñeca de su amiga. Se la apretó con fuerza.
"¿Te gusta?"
—Mucho.
*se suena la nariz con el pañuelo* 😭 ¡Draco lo está pasando fatal! Me da mucha penita… Y Hermione también, por supuesto 😭. Ella se está volcando en los estudios en cuerpo y alma para superar lo sucedido. Me apetecía alejarme un poco de esas rupturas en las cuales ambos caen casi en depresión, llorando por las esquinas… En mi cabeza, Hermione, aunque está sufriendo muchísimo como es lógico, no se deja vencer y sigue con su vida. Y Draco también… Aunque él, como sabe la realidad de lo que está sucediendo, lo está pasando bastante peor. Pobrecito mío… 😢
Me ha encantado reescribir algunas escenas a modo de recuerdos de Draco 😍. Me vais a perdonar, pero en mi humilde opinión, ¡el Dramione es canon! 😂 Ja, ja, ja ¿Cómo va a soportar un niño mimado y vanidoso como Draco que una niña lo ignore con la cabeza bien alta como hace siempre Hermione en los libros? Encima una niña que considera inferior. Se fijaría en ella, seguramente no de forma romántica al principio, pero la tendría en mente e intentaría que le prestase atención. Esa versión he intentado plasmar en sus recuerdos… Y ya me callo, fin de mis reflexiones dramioneras ja, ja, ja 😂
Ahora en serio, espero que os haya gustado mucho 😊. Para continuar leyendo solo tenéis que avanzar al siguiente, os está esperando…
