Por muchas cosas que estén sucediendo, los exámenes escolares no perdonan...


CAPÍTULO 39

Draco Dormiens Nunquam Titillandus

Exámenes Terribles de Alta Sabiduría e Invocaciones Secretas. ÉXTASIS. Pruebas mágicas que debe superar todo aquel que quiera graduarse en Hogwarts y que, junto con los TIMOS, se convierte en una de las épocas más difíciles de su estancia en el colegio. Las clases habían terminado, por fin, y ahora solo quedaba hincar los codos día tras día, hora tras hora, disminuyendo los horarios de sueño o ingiriendo cualquier tipo de poción que les permitiese aguantar despiertos y medianamente concentrados, si era posible toda la noche… El mercado negro de sustancias de este tipo se había incrementado más todavía en los últimos días, por lo cual los Prefectos debían, además de estudiar para sus propios exámenes, emplear parte de su valioso tiempo en localizar y castigar dichos contrabandos. Ya se había visto el caso de una joven de Ravenclaw de séptimo que había ingerido lo que ella creía que era Felix Felicis, pero que resultó ser Coclearia, una planta que provocaba la inflamación del cerebro y que la llevó directa a la Enfermería.

A pesar de estos casos aislados, para la mayoría de los estudiantes de Hogwarts era una época de exámenes como otra cualquiera, cargada de estrés y nervios constantes. Sin embargo, para Draco Malfoy y Hermione Granger estaba siendo la que fácilmente podía ser la época más complicada de sus vidas.

Draco no parecía él. O, mejor dicho, tal y como pensaba Nott una y otra vez, parecía demasiado él. Una versión exagerada y peligrosa del antiguo Draco. Desde la prohibición de asistir a las clases por culpa del ataque a Ron Weasley, estaba siempre desaparecido. Nadie sabía jamás dónde encontrarle; nadie lo veía ni en los pasillos, ni en el dormitorio, ni en la biblioteca, ni en los jardines… Durante la noche era relativamente sencillo: pasaba el tiempo deambulando por todo el castillo. Y Nott era el único que lo sabía. Zabini no se había fijado nunca en las misteriosas desapariciones nocturnas de su compañero, pero Theodore sí, y no le hacían ninguna gracia. Draco salía del cuarto de madrugada y volvía recién entrada la mañana, sudado, agotado y sin aliento. Nott siempre aguardaba hasta verlo regresar al cuarto antes de irse él a desayunar. No intercambiaban palabra alguna, a veces ni siquiera una mirada, pero Nott no se atrevía a irse sin verlo aparecer. Era el único momento del día en que se veían. Cuando Theodore volvía a la habitación a media mañana, Draco ya no estaba, y no había forma de volver a localizarlo durante el día, a veces ni siquiera en las comidas.

Había días en los que Nott podía llegar a no intercambiar ni una palabra con nadie. Draco era normalmente su fuente principal de conversación, su único amigo, y, ahora que él le faltaba, había días en los que, a pesar de sentirse acostumbrado a la soledad, ésta le abrumaba. Daphne estaba siendo un gran apoyo, pero la joven también se encontraba estudiando muy duro la mayor parte del día, y el chico no quería molestarla con sus propios problemas en los escasos momentos íntimos que compartían. Menos aun quería desaprovechar lo que, sabía, serían sus últimos días a su lado, hablando del estado anímico de Draco. Así pues, incluso la compañía de Daphne estaba manchada de oscuridad. Apenas alcanzaba a asimilar que tendría que renunciar a ella, de forma inminente; el curso estaba llegando a su fin. Había días en los que el pecho le dolía tanto por ese hecho que se quedaba sin respiración y necesitaba esconderse en un armario, o un urinario, para respirar fuertemente hasta lograr recuperar el aliento. Y no podía hablar con nadie al respecto. Draco no estaba para él. Estaba hundido en su propio agujero. No había querido que Nott lo ayudase, y no parecía sentirse capaz de ayudarlo a él.

A pesar de sus escasas amistades, Theodore había oído rumores terribles acerca de las andanzas de Draco durante el día. Pero solo eran eso, habladurías. Murmullos sobre escabrosos maleficios lanzados por la espalda, robos y vandalismo en diferentes estancias del castillo. Pero no había manera de determinar al cien por cien que Draco hubiese estado involucrado en las fechorías de las que lo acusaban. Su nombre siempre salía a colación, pero los profesores no tenían forma de castigarle por falta de pruebas fidedignas. Nadie lo acusaba directamente. Nadie lo veía. Parecía estar metiéndose en mil y un líos, pero siempre salía airoso. Su astucia y su malicia se habían multiplicado.

Nott veía que la situación se les estaba escapando de las manos. Draco estaba fuera de control, y él estaba terriblemente preocupado. Preocupado de que verdaderamente fuese Granger la razón del reciente comportamiento de Draco. O más bien, su ausencia. Preocupado de lo que eso significaba.

Hermione, por su parte, no estaba mucho mejor. Ella había encontrado otra manera de hacer frente a todo lo sucedido: volcarse en los estudios en cuerpo y alma. Había llegado a permanecer días enteros y noches enteras sentada en una mesa en la Sala Común, leyendo, subrayando y memorizando sin descanso libro tras libro. A veces ni bajaba a comer simplemente porque no se daba cuenta de la hora que era. Ya había dado tres repasos al temario de todas las asignaturas cuando el resto de compañeros y amigos apenas iba por la mitad. Necesitaba mantener su cabeza llena de magia y conocimientos. Para no pensar en nada que doliese.

La mayoría de los días estudiaba en la Sala Común, rodeada de sus amigos, pero a veces terminaba el doble de cansada debido a las miradas de preocupación y desconcierto que éstos le lanzaban por su aspecto agotado, y su histérico comportamiento, y había terminado por obligarse a sí misma a escabullirse a la biblioteca con cualquier excusa para poder estudiar en paz. Pero la biblioteca tenía un terrible inconveniente: el silencio. El aplastante silencio que lo único que hacía era subir el volumen de las voces que le destrozaban la cabeza, haciéndola revivir una y otra vez recuerdos que quería enterrar a cualquier precio… De modo que opacaba las sensaciones que le producían la quietud y soledad de la biblioteca estudiando todavía con mayor ahínco. Volcándose por completo en las asignaturas, no permitiéndose pensar en otra cosa. Absorbiendo cada explicación, cada hechizo, cada dato que podía memorizar sin estallar.

Había otro obstáculo que había trastocado el santuario que siempre había sido para ella la biblioteca: el miedo de encontrarse con Draco. No había vuelto a verlo desde aquel encontronazo involuntario en el pasillo de Runas Antiguas. No se habían cruzado de nuevo ni una sola vez, ni siquiera lo había visto de lejos. Se preguntó si estaría evitando ir a la biblioteca deliberadamente para no verla… Pero terminó diciéndose que él no haría algo así por ella, que no cambiaría sus costumbres por ella. De ninguna manera. Antes de recordar que ya lo había hecho. Semanas atrás, había accedido a ir a las clases que compartiesen juntos cuando sonase la campana, para no tener que volver a humillarla delante de sus amigos. A riesgo de que algún profesor no le permitiese entrar. Pero ese parecía haber sido otro Draco distinto. Uno que la quería. Y no a pesar de lo que era.

Además, Hermione necesitaba ir a la biblioteca. Y debía anteponer su deber a cualquier posible malestar que Draco Malfoy le supusiese. Necesitaba seguir investigando sobre la criatura que habitaba ese castillo secretamente y que estaba comunicándose mentalmente con Harry. Era de vital importancia. Además de estudiar para sus exámenes, consultaba mil y un libros sobre criaturas mágicas, persiguiendo una idea que había acudido a su mente hacía relativamente poco tiempo. Una pista pequeña, sin ninguna sustancia o base real, pero una teoría al fin y al cabo. Mantenía su mente ocupada y activa, y eso era todo lo que necesitaba. El día que terminase los exámenes, no tenía muy claro qué era lo que iba a hacer con todo lo que estaba acumulando en los rincones de su ser.

—No creo que esté aquí, todavía estará en el examen —murmuró Ron, cuando Harry y él se colaron por la puerta de la biblioteca. Estaba bastante abarrotada de personas atormentadas y cansadas, estudiando para sus últimos exámenes. El último esfuerzo. Era el último día. Esa noche, todos podrían dormir en paz. Y ya se preocuparían cuando recibiesen las notas.

—Es probable —masculló Harry, apesadumbrado—. No me acuerdo a qué hora lo tenía. Pero, bueno, nos sentaremos por aquí a esperarla…

Avanzaron por diferentes pasillos, saludando en silencio a algunos conocidos. Ellos habían terminado sus exámenes esa mañana, y, después de una más que merecida comida, habían ido a revisar los pisos seis y siete del castillo. Buscando la presencia de tan misteriosa criatura. Sin ningún éxito. A Hermione le quedaba todavía el examen de Runas Antiguas, y no tuvo más remedio que estudiar gran parte del día, dejando en manos de sus amigos el continuar con su misión. Habían acordado encontrarse allí después de que Hermione terminase su examen.

Encontraron finalmente, en un rincón, una mesa abarrotada de libros hasta los topes, sobre la que solo faltaba un cartel con el nombre de su amiga en letras neón. Pero no estaba por ninguna parte. En cambio, Neville estaba sentado en una de las sillas, leyendo un libro. Sonrió con vacilación al verlos.

—¿Estás…? —comenzó Ron, señalando la mesa con incredulidad. Neville sacudió la cabeza.

—Son las cosas de Hermione. Se le ha hecho tarde y ha salido pitando hacia su examen. De Runas, creo. Le he dicho que yo le cuidaría todo —se encogió de hombros—. Aún no ha vuelto. Me he ofrecido a recogérselo yo, pero me ha dicho que no tocase nada, que lo necesitaba después. No sé si le queda algún examen más...

Harry y Ron intercambiaron una mirada. No, no le quedaba ningún examen.

—Gracias, Neville —dijo Ron, dándole una palmada en la espalda—. Puedes irte si quieres. Tendrás cosas mejores que hacer, como dormir —sonrió—. Le cuidaremos nosotros las cosas hasta que vuelva.

—¿Sí? Pues os lo agradezco —aseguró el muchacho, poniéndose en pie y estirando sus rollizos brazos—. Estoy molido. No puedo creer que ya se haya acabado esta pesadilla —sonrió perezosamente—. Os juro que voy a echarme una siesta ahora mismo. Quiero disfrutar mis últimos días con vida antes de que mi abuela vea mi Desastroso en el examen de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Harry y Ron rieron lo más bajo que pudieron y se despidieron del chico. Después contemplaron la mesa con atención. Estaba todo desordenado. Libros abiertos y pergaminos por doquier. Había varias tablas que, estaban seguros, eran de Runas Antiguas. Pero otros libros no tenían nada que ver. Eran de magizoología. El Bestiarium Magicum, Animales fantásticos y dónde encontrarlos

—Está investigando sobre la criatura —musitó Harry. Suspiró y se dejó caer en la silla que había ocupado Neville—. No me extraña que esté tan agotada. Se está esforzando demasiado.

Ron recorrió la mesa con la mirada. Sus ojos azules brillaban de inquietud.

—Está fatal. Necesita terminar ya mismo con los exámenes —murmuró, pasando sus dedos sobre uno de los pergaminos escritos—. ¿No la ves como si…?

Enmudeció, arrepentido. Sin atreverse a hablar. Harry lo miró con atención, animándolo a seguir.

—¿Como si…?

—Como si estuviera al borde de las lágrimas en todo momento —farfulló, sin levantar la mirada—. Nunca la había visto así. Es otro nivel de estrés, es como si…

—Como si fuera algo más —corroboró Harry. Ron lo miró, intercambiando una mirada significativa—. También lo he pensado. Está muy rara, y no he podido evitar preguntarme si no le pasará algo más aparte de su necesidad de sacar Extraordinarios en todo.

Ron asintió en silencio, todavía mirándolo.

—He pensado lo mismo —admitió, volviendo a bajar la mirada. Se sentó en otra de las sillas—. Y me pregunto qué puede ser y por qué no nos lo dice. ¿Crees que…? —vaciló un momento y volvió a juguetear con los pergaminos—. ¿Crees que ya no confía en nosotros después de lo que sucedió con ese Nott?

Harry lo escrutó con atención. Y tuvo claro que Ron llevaba tiempo pensando algo así. Dándole vueltas. Sintiéndose culpable. Comprendió mejor que le hubiese ofrecido a Hermione el invitar a Nott a pasar tiempo con ellos. Quería arreglarlo todo. Temiendo que su amiga hubiese dejado de confiar en él.

—No, no lo creo —terminó diciendo, con sinceridad, apartando la mirada hacia el fondo del pasillo. Escrutando las lejanas estanterías—. Sea lo que sea, tendrá un buen motivo. Quizá podamos hablar luego con ella y asegurarle que puede contarnos cualquier cosa que le preocu…

—¡Harry! —saltó entonces Ron, interrumpiéndolo. En un tono más alto del que debería usar en una biblioteca. Harry lo miró, sobresaltándose. Su amigo contemplaba uno de los pergaminos con los ojos como platos, inclinado sobre la mesa.

—¿Qué pasa? —farfulló Harry, mientras se aceleraba su corazón.

—¿Qué puñetas…? —repuso Ron, poniendo el dedo en el pergamino, señalando algo. Harry se levantó y se colocó tras su amigo.

—¿Qué pone…?

Miró lo que le señalaba. Había algo escrito, mediante la inconfundible letra de Hermione. Lo leyó, pero su cerebro no tuvo tiempo de registrarlo antes de que Ron lo pronunciase en voz alta para él.

—"Draco" —leyó Ron, con incredulidad y patente asco—. ¿Qué cojones? ¿Por qué escribe Hermione el nombre de ese pedazo de… de…? ¿Le ha hecho algo…? ¿Tiene él algo que ver con…?

Pero Harry no lo escuchaba. A diferencia de Ron, estaba leyendo el resto. Había bastantes más cosas escritas, frases inconexas y sin aparente sentido, pero que lograron paralizarle el corazón. Lo comprendió todo. «¿Cómo puedes ser tan lista, Hermione

"Draco". Constelación.

Bestia. Animal mitológico mágico de gran poder

Clasificación, XXXXX. Propiedades mágicas.

Sangre: doce usos (pociones…)

Garras: estimulante cerebral

Piel: impermeable a hechizos, protección

Corazón: núcleo de varitas (¿magia?)

Draco Dormiens Nunquam Titillandus

Derivado del griego "víbora" o "serpiente"

Serpiente, tejón, águila, león…

Del latín…

—Ron —susurró Harry, interrumpiendo la perorata de su amigo—. No es Draco. No es Malfoy. Hermione ha descubierto qué criatura se mete en mi mente. Y, es… es un…

Le señaló una palabra concreta del pergamino. Ron se quedó muy quieto. Paralizado. De pavor.

Del latín, "Draco"…

Dragón.


El movimiento del péndulo que se balanceaba en el Gran Comedor era lo único que se oía. Faltaban apenas unos minutos para que la hora y media que había durado el examen teórico de Runas Antiguas terminase, y ya todos los alumnos se habían ido, a excepción de uno.

Hermione Granger, sentada en una de las últimas filas, era la única que seguía repasando sus respuestas. Los profesores que la vigilaban, enviados especiales del Ministerio de Magia, la contemplaban con curiosidad, queriendo adivinar discretamente si permanecía allí por no saber las respuestas o por saber demasiado.

La chica no era capaz de repasar el examen de un tirón. A mitad de él, su mente se desconectaba, volando a otras cuestiones que su cerebro albergaba y que ella había guardado bajo llave durante semanas. Apretó los dientes, perdiéndose en el patrón de la madera del pupitre que ocupaba. Permitiéndose descansar dos segundos.

Malfoy no había acudido al examen. Lo había visto sentado a lo lejos en el teórico de Transformaciones, y en el Vestíbulo esperando para el de Pociones, y de una forma u otra en todos los demás. Pero en este no había habido ni rastro de él. Había recorrido a todos los alumnos con la mirada, tanto en la puerta, mientras aguardaban en forma de desordenada multitud, como una vez sentados. Y no estaba.

El corazón le estaba latiendo con fuerza. ¿Cómo era posible que faltase a un examen tan importante? Se trataba de los ÉXTASIS, y ni siquiera alguien tan rebelde y despreocupado como Malfoy podía faltar a algo así.

Sentía un irracional y absurdo rencor. No podía evitar que le doliese especialmente que fuese esa asignatura la que rechazase. Era especial para ambos. En ella había comenzado todo. Gracias a sus crueles andanzas de principio de curso, gracias a que ella había intentado detenerlo, habían empezado a relacionarse de diferente manera a como lo habían hecho siempre. Y se sintió casi como un ataque personal el que no apareciese al examen.

Suspiró. Consciente de que todo eso era irrisorio. Bobadas llevadas por sus emociones. Pero la realidad era que no estaba allí, por el motivo que fuese.

Había sucedido algo. Ese era el pensamiento que daba vueltas en su cabeza. Malfoy no hubiera faltado a un examen semejante si no hubiese sucedido algo, se negaba a creerlo. Algo estaba mal. Y la sensación era hielo en su pecho.

Y el comportamiento de Theodore Nott no había hecho más que confirmar los sentimientos de la chica. Lo había visto durante el examen, sentado varios puestos por delante de ella. Lucía su habitual coraza de serenidad y apatía. Pero sus manos, temblorosas, habían dejado caer la pluma varias veces. Y, para rematar, se había ido apenas a unos pocos minutos de comenzar el examen; dejándolo, por supuesto, casi en blanco. Y eso fue la gota que colmó la ansiedad de Hermione. Eso no era, en absoluto, propio de alguien tan aplicado como Theodore Nott.

Había pasado algo. Estaba segura. Y no podía quitarse esa sensación de la cabeza. Pero tampoco sabía qué hacer con esa hipótesis.

—Señorita, debe entregar ya el examen.

Hermione alzó la cabeza, sobresaltada. Un viejo profesor se había colocado frente a ella y la observaba con resignación desde su escasa estatura. La chica contempló su examen, rellenado en su totalidad pero sin haber sido repasado correctamente. Y se dio cuenta de que no iba a lograrlo.

—Lo siento, aquí tiene —murmuró, algo abochornada, entregándoselo sin siquiera mirarlo de nuevo. El profesor vaciló y la miró ahora de forma paternal.

—¿Desea un minuto más para terminar de repasarlo?

—No, no hace falta —logró esbozar una mustia sonrisa—. Muchas gracias.

—Qué tenga un buen día…

Hermione recogió sus utensilios mientras el profesor se alejaba, y se apresuró a recorrer el Gran Comedor en dirección a la salida. Sus pasos resonaban en el silencio. Seguía con el corazón a mil por hora. Ni siquiera sabía por qué estaba tan angustiada. No tenía la certeza de que estuviese sucediendo nada, y, sin embargo... Sabía que fuera de esas puertas la aguardaría, posiblemente, una respuesta.

Al llegar al Vestíbulo se encontró con una pequeña multitud que ya se esperaba, la cual no le prestó especial atención. Todos tenían las narices metidas en libros y pergaminos diversos. Se detuvo y miró a su alrededor. Sabía quiénes eran. Lo había mirado, sin poder evitarlo, en el cronograma de exámenes. Era el ÉXTASIS de Alquimia. Y Draco tampoco estaba allí.

Se apartó a un lado, hacia una de las paredes. Aguardando. Con un velo de esperanza. Los profesores acudieron a buscar a los alumnos y los llamaron uno a uno. Nadie entró cuando el nombre de Draco Malfoy fue pronunciado, dos veces. Cuando todos los alumnos desaparecieron en el interior del comedor, las puertas se cerraron y no volvieron a abrirse. Y nadie llegó corriendo a última hora.

Hermione estaba temblando. Draco tampoco había ido al ÉXTASIS de Alquimia. ¿Por qué? Le gustaba la Alquimia, muchísimo, quería dedicarse a ello… Era su asignatura favorita.

Se dio cuenta de que estaba petrificada. No sabía a dónde ir. Qué hacer. Se sentía terriblemente angustiada, pero no podía hacer nada. No estaba en posición de ir a hablar con Malfoy, ya no. Ellos ya no tenían nada que ver, entre ellos ya no...

Cerró los ojos con fuerza. Obligándose a recuperar la compostura. Ya no formaba parte de su vida.

Debía ir a la biblioteca, a buscar a Neville y sus objetos personales. Y tenía que buscar a Harry y Ron. Ellos también habían terminado los exámenes. Debían continuar con su investigación, tenía que explicarles lo que había descubierto. Hablarles del dragón. Eso era lo adecuado, lo urgente, lo que en verdad debía preocuparla y ocupar sus pensamientos.

Eso era lo correcto. Y, sin embargo…

Nada de lo que había hecho ese año era correcto.

Draco no había ido al examen de Alquimia.

Desvió su mirada hacia las mazmorras. Hablar con Malfoy era impensable, ni siquiera sabía dónde estaba, pero, ¿habría alguna posibilidad de encontrar a Nott en alguna parte? Se había ido hacía mucho rato del examen. Y ya habría terminado todos sus exámenes; seguramente no estaría en la biblioteca. Quizá se hubiese ido a su Sala Común, o a su habitación… O a cualquier otro lugar del maldito castillo, en realidad.

Era ridículo. La probabilidad de encontrarlo era ridícula. E, incluso aunque lo hiciera, ¿qué le diría? ¿Qué quería preguntarle?

«¿Malfoy está bien

Se mordisqueó el labio. Realmente solo era eso. Solo necesitaba saber eso. No estaba en posición de exigir ningún tipo de información sobre él, pero no podía importarle menos en ese momento. Necesitaba saberlo. Después lo sacaría de su vida de nuevo. Lo haría.

Echó a andar rápidamente en dirección al pasillo que conducía a las mazmorras y comenzó a bajar la estrecha escalera de caracol.


—Un dragón —farfullaba Harry, con la respiración entrecortada, sin dejar de caminar—. La criatura que se mete en mi mente, me habla, y me pide ayuda, es un puñetero dragón —emitió un gemido incrédulo—. ¿Cómo podíamos haberlo imaginado...?

Ron y él derraparon en una esquina y bajaron juntos unas escaleras, al trote. Jadeaban. Ron, además de sus pertenencias, cargaba con la mochila de Hermione. Habían recogido todos los objetos personales de la chica, dejando en la mesa los libros que pertenecían a la biblioteca, y habían salido disparados en dirección al Gran Comedor en su busca, donde se estaba realizando el examen de Runas Antiguas.

—Mi hermano Charlie siempre me ha hablado de lo increíblemente poderosos que son —corroboró Ron, jadeando al igual que su amigo—. Ahora me arrepiento de no haber escuchado más atentamente todas sus anécdotas. Es decir, sé lo de la sangre, el polvo de garra, y todas esas cosas. Pero, ¿un dragón parlante? Me cuesta creerlo... Y... eso de que se comunique en nuestro idioma me resulta demasiado raro.

—Llega un punto en que nada me resulta raro —se lamentó Harry, apartando un tapiz para coger un atajo.

—Tenías que haber probado a darle conversación al Colacuerno Húngaro del Torneo de los Tres Magos —bromeó Ron débilmente—. Y pedirle amablemente el huevo. Hubiera sido más fácil.

Harry dejó escapar una lánguida sonrisa, pero no tuvo fuerzas para seguirle la broma. Se sentía a punto de estallar de preocupación. No entendía del todo lo que sucedía, pero estaba muerto de miedo. Y la cabeza le estaba doliendo cada vez con más fuerza.

—Según las deducciones de Hermione, a falta de que nos lo explique ella personalmente, concluimos que hay un dragón que se comunica mentalmente conmigo. Eso quiere decir, en resumen, que hay un dragón en Hogwarts —determinó Harry, en voz algo más baja.

—¡Pero es que es… imposible! —protestó Ron con incredulidad—. ¿Cómo va a haber un dragón escondido aquí? Vale que el castillo es grande, pero, caray, alguien tendría que haberlo visto... Además, lo hemos registrado desde los cimientos hasta las torres. ¿Dónde puede esconderse algo de ese tamaño?

—Estaría de acuerdo contigo si no me hubiese enfrentado hace cinco años a un basilisco de veinte metros, escondido en una cámara secreta durante cincuenta años —protestó Harry con un amago de sonrisa. Ron rio por la nariz con un resoplido.

—Vale, ya. Tienes razón. Pero sabemos exactamente quién metió allí el basilisco; la leyenda de Salazar Slytherin es famosa. ¿Qué sabemos de este dragón? ¿Cómo puede haber entrado? ¿Cuánto tiempo lleva aquí? No hay ninguna leyenda que hable de dragones en Hogwarts.

—No lo sé —admitió su amigo, con la mirada fija en el suelo. Habló más bajo, sintiendo que su dolor de cabeza empeoraba—. Y tampoco sé por qué se está comunicando conmigo. Por qué me pide ayuda. Y por qué ahora, este curso...

—Si yo fuese un dragón, y tuviese problemas, no acudiría a ti —corroboró Ron, con tono ligeramente histérico—. Dumbledore está aquí, y muchos otros profesores capacitados. ¿Por qué no acudir a ellos?

—Exacto. Y tampoco tenemos ni idea de dónde puede estar. Aunque quisiésemos ayudarle, seguimos sin saber por dónde empezar... Hermione tampoco debe saberlo, o lo hubiera apuntado en el pergamino —reflexionó, casi para sí mismo. Sentía que algo se le escapaba... Algo absolutamente evidente que siempre había estado ahí, algo que ya debía haber visto...

—Verdad —rezongó Ron. Salieron a un pasillo de la segunda planta, y, a través de las ventanas, vieron que, en el exterior, la tarde era soleada y veraniega, como cabe esperar del mes de Junio. No había nadie por los pasillos. Casi todos los alumnos habían aprovechado para salir a disfrutar de los jardines y el lago, una vez terminados los exámenes. Eran capaces de escuchar sus alegres voces a través de las ventanas cerradas. Pero una nueva voz, más cercana, los distrajo.

Hogwarts, Hogwarts, enséñanos algo, por favor... —cantaba de pronto alguien de forma estruendosa.

—¿Qué diantres...? —se quejó Harry, sintiendo que el dolor de cabeza lo acuchillaba. Se llevó las manos a las sienes, en un vano intento de relajar las punzadas.

Bien seamos viejos y calvos, o jóvenes con rodillas sucias...

—¡Oh, vale ya, Sir Cadogan! —protestó Ron, con audible mal humor, mirando a Harry con inquietud.

El regordete caballero, que caminaba por un cuadro junto a su pequeño poni gris, dejó de cantar cuando ellos pasaron a su lado. Los fulminó con una airada mirada.

—¡Pardiez! ¿Cómo podéis hacerme callar cuando estoy cantando el himno de nuestro noble castillo y escuela? ¡Esto es una infamia! ¡Una falta total de espíritu por lo que representa este colegio! —comenzó a seguirlos de cuadro en cuadro, para poder insultarles mientras ellos caminaban.

—No tendríamos que decirte nada si no cantases tan mal —contraatacó Ron sin pelos en la lengua—. Ni siquiera sabes entonar... No nos quejamos de la canción, sino de que la cantes tú.

El hidalgo se irguió en toda su pequeña estatura, sin dejar de trotar.

—¡Eso me ofende, muy señor mío! ¡Prepárese para batirse en duelo conmigo, pues me ha ofendido usted y exijo compensación! ¡En el nombre de Hogwarts, con su grandioso y sabio lema, le invito a usted a que...!

—¡Ron! —gritó de pronto Harry, sobresaltando tanto a su amigo como a Sir Cadogan. Se había detenido en seco. Ron casi tropezó intentando no chocar contra él.

—¿Qué pasa? —farfulló, mirándolo con los ojos como platos. Harry se sujetaba la cabeza con ambas manos, con los ojos cerrados, como si el dolor fuese insufrible—. ¿Qué te pasa...? ¿Te está hablando…?

—¡El lema de Hogwarts! —casi gritó Harry—. El lema... habla de un dragón... Draco Dormiens...

—... Nunquam Titillandus —finalizó su amigo, en un susurro atónito—. "Nunca le hagas cosquillas a un dragón dormido". Pero… pero, ¿cómo va eso a…?

Un nuevo grito de Harry lo hizo enmudecer. El moreno había caído de rodillas, apretándose las manos contra las sienes.

—¡Harry! ¿Qué...? —se alarmó Ron, arrodillándose a su lado. Alzó las manos, sin saber dónde tocarlo.

—Me está hablando, Ron... Me habla... —consiguió decir Harry entre gemidos.

Harry Potter... Ayúdame... Ahora...

—Sabe que estamos cerca —fue lo único que alcanzó a decir Ron, preso de pánico. Sujetó a su amigo de los hombros con fuerza—. Sabe que estamos a punto de descubrirlo. No sé cómo, pero lo sabe…

—Sí hay una leyenda sobre un dragón en Hogwarts —insistió Harry, y se interrumpió para apretar los dientes con fuerza durante un instante—. Y es el propio lema del colegio. El lema debe ser real.

—¡Pero… es una simple metáfora! —protestó Ron, desconcertado—. ¡No es ninguna leyenda, no hace referencia a ningún dragón real...!

—En eso se equivoca, muy señor mío.

Harry y Ron alzaron la mirada. Sir Cadogan se había levantado la visera de su yelmo y los contemplaba con altanería y gran seguridad en sí mismo.

—¿Qué? —farfulló Ron.

—El lema de Hogwarts no es una metáfora. "Nunca hagas cosquillas a un dragón dormido" hace referencia a un dragón tan real como ustedes y como yo. Lo sé perfectamente porque... yo contribuí a que ese lema se crease.

Harry y Ron intercambiaron una atónita mirada. Harry comenzaba a sudar frío debido al dolor de cabeza, pero estaba decidido a escuchar atentamente al caballero pintado al óleo.

—¿Tú? ¿Estás de broma? —replicó Ron, pasmado.

Sir Cadogan se irguió aún más, orgulloso, haciendo que su armadura chirriase.

—Desde luego que no, señor —carraspeó pomposamente—. Cuando yo aún estaba vivo, debido a mi extraordinaria gallardía, cometí el error de despertar de su sueño al dragón Guiverno de Wye, cuya mera existencia había amenazado la seguridad del sudoeste de Inglaterra durante siglos. Finalmente, tras años de lucha, y debido también a mi grandioso valor, logré derrotarlo, precisamente a lomos de este viejo corcel —le dio unas desganadas palmaditas a su regordete poni gris—. Ya que el muy villano devoró mi anterior montura, y casi a mí mismo. Debido a mi servicio hacia el mundo mágico, colocaron aquí, en el castillo, mi cuadro, y utilizaron la frase "nunca hagas cosquillas a un dragón dormido", como lema de la escuela. Los cuatro fundadores consideraron que era un consejo muy útil y lo integraron en el escudo del colegio.

—¡Yo he oído esa historia! —lo interrumpió Ron, frunciendo el ceño con incredulidad—. La de Guiverno de Wye... Mi padre me la contaba por la noche antes de dormir. Creía que solo era un cuento. No sabía que tuviera nada que ver con Hogwarts, ni que era cosa tuya, Sir Cadogan. Ni siquiera creí que fuera real —miró a Harry, sin dejar de lucir desconcertado.

—¿Me llama mentiroso, señor mío? ¡Va a tener que hacer algo más que batirse en duelo conmigo para compensar tales desplantes!

—Vale, sí, sí, lo que tú digas —saltó Harry, respirando entrecortadamente—. Pero, ¿qué pasó con el dragón?

—Lo derroté, por supuesto —repitió, con tono vanidoso.

—¿Lo mataste?

El caballero carraspeó bruscamente y elevó la barbilla. Parpadeó con rapidez.

—Una victoria no siempre se debe conseguir con la muerte del oponente.

Harry y Ron se miraron de nuevo. Una oleada de aire frío los recorrió, a pesar de la agradable temperatura veraniega.

—¿Entonces sigue vivo? —susurró Harry, sin fuerzas. Volvió a mirar a Sir Cadogan—. ¿No conseguiste matarlo?

—¡La leyenda dice que murió! —protestó Ron, con voz aguda.

—Las leyendas dicen muchas cosas —se quejó Sir Cadogan atropelladamente—. Nadie se molestó nunca en preguntarme si en realidad lo maté. Debido a mi extraordinaria osadía, y a la larga lista de victorias que me precedían, todo el mundo creyó...

—O sea, que mentiste —interrumpió Ron, sin darle tiempo a protestar, para después emitir un gemido—. ¿Cuánto llega a vivir un dragón?

—No puede ser una casualidad —replicó Harry con más fuerza. De nuevo la cabeza amenazó con estallarle. «Harry Potter, ven a mí...»—. Guiverno de Wye es el dragón que buscamos. Y quiere que lo encontremos... ¿Tienes idea de dónde puede estar, Sir Cadogan?

—No por aquí cerca, os lo aseguro —replicó el caballero, fingiéndose ofendido—. Al derrotarlo me aseguré de que nunca más volviese por aquí…

—Creemos que está en el castillo —lo cortó Harry, sin ganas de escucharlo—. Tienes que ayudarnos, Sir Cadogan.

—Debe estar bromeando, señor —se quejó el hombrecillo—. Guiverno de Wye no puede haber permanecido miles de años en este castillo sin mi conocimiento. Es posible que ni siquiera esté vivo... No hay lugar para...

—Tiene que haberlo —protestó Ron, con firmeza—. Piense, Sir Cadogan. ¿Qué lugares hay en Hogwarts en los cuales pueda ocultarse un dragón?

—Sitios grandes, muy grandes —lo ayudó Harry, exaltado—. Algo como la Cámara de los Secretos, oculta bajo tierra durante generaciones. ¿Hay más lugares como ella aquí?

El pequeño caballero los contempló de hito en hito. Su espeso bigote gris temblaba. Parecía hallarse sumamente desconcertado y afectado. La historia del dragón, su historia más grandiosa, volvía a resucitar, y no era como él había esperado que lo hiciese. La culpabilidad estaba plasmada en su rostro.

—Hay cavernas debajo del castillo —susurró—. Antiguas, muy antiguas. Sobre las cuales Hogwarts fue edificado. Pero... pero no puede haberse escondido allí. Yo... yo lo hubiese sabido. Alguien hubiera...

—¿Cómo se llega a esas cavernas? —preguntó Harry, con un tono más suave. Conteniendo su apremio.

—Pasadizos —masculló el caballero, bajando la mirada, aún perplejo—. Algunos pasadizos bajan hasta ellas, pero tienen que estar bloqueados. Han pasado siglos…

—¿Dónde se encuentran? —insistió Ron, pero Sir Cadogan negó con la cabeza.

—No los conozco, camaradas, nunca los he recorrido. Solo he oído hablar de su existencia…

Ron lució frustrado, pero se recuperó casi al instante, abriendo mucho sus ojos.

—¡El Mapa del Merodeador! —se giró hacia su amigo—. ¡Harry, sácalo! ¡Allí se ven todos los pasadizos del castillo! Quizá alguno…

—No lo tengo —desmintió Harry, con voz ahogada—. No he vuelto a verlo desde que se lo presté a Hermione, todavía lo tiene ella...

—Tenemos que ir a buscarla —resumió Ron, respirando entrecortadamente—. Tenemos que hablar con ella, contarle todo esto y...

No. No puedo —sollozó entonces Harry, volviendo a aferrarse la cabeza con ambas manos. «¡Harry Potter!»—. Tenemos que encontrarlo ya, no aguanto más... Me está matando…

Ron estaba tan pálido que sus pecas resaltaban fuertemente en su rostro. Veía las lágrimas deslizarse tras las gafas de su mejor amigo.

—Pero, ¿por dónde empezamos? —susurró. Sus dedos se clavaron en sus hombros—. Sin el mapa no encontraremos… No sabemos de ningún pasadizo que...

¡Bloqueado!

Harry se sacudió como si lo hubieran electrocutado. Exhaló aire. La grave voz había retumbado con urgencia en el interior de su cabeza, casi como un rugido.

—Bloqueado —susurró, repitiendo semejante palabra en voz alta. Ron lo escrutó con atención, inmóvil. Confuso—. Ha dicho "bloqueado". La voz… El dragón nos está ayudando… Debe ser un pasadizo bloqueado el que baja hasta las cavernas.

Su amigo parpadeó. Intentando asimilar. Miró a Harry como si esperase verlo transformarse en dragón ante sus ojos. Intentó recomponerse y hacer trabajar a su histérica mente.

—¿Un pasadizo bloqueado? —repitió con vacilación—. Podría estar… en cualquier parte. Y quizá no sea posible desbloquearlo. Es inútil, Harry, no nos está sirviendo de ninguna ayuda…

—En el cuarto piso —siseó Harry de pronto. Ron abrió y cerró la boca.

—¿Qué?

—Fred y George me hablaron de un pasadizo en el cuarto piso, tras un espejo, con el que iban a Hogsmeade. Pero se bloqueó y dejaron de utilizarlo. Yo nunca lo utilicé. Quizá tenga un desvío, o algo similar, que nos lleve a las cavernas. Créeme, he revisado el mapa cientos de veces, y puedo recordar gran parte de memoria —su voz se hizo inaudible. Los sollozos lo estaban haciendo ahogarse—. Empecemos por él. Probemos. Por favor

Ron respiraba superficialmente, contemplando a su amigo de hito en hito. Harry gemía y jadeaba, arrodillado en el suelo, con las manos sobre el rostro congestionado. Tenían que actuar ya, o el dragón mataría de dolor a Harry. La comunicación con él parecía demasiado agresiva. Sir Cadogan estaba inusualmente callado.

—Muy bien, vamos —pronunció finalmente Ron, con seguridad. Se puso en pie y sujetó a su amigo de los brazos—. Apóyate en mí, subamos al cuarto piso. No está lejos…


Hermione se pegó a la pared del pasillo para dejar pasar un gran grupo de alumnos, de un curso inferior de la Casa Ravenclaw. Atravesó la marea de estudiantes y tomó un pasillo aleatorio, el menos concurrido que vio. Las mazmorras eran algo laberínticas, pero no eran excesivamente grandes. Las podría recorrer en pocos minutos. Llegó a una encrucijada en la cual a la izquierda quedaba el aula de Pociones. Oteó la puerta desde unos metros más lejos, y vio que Snape daba clase en el interior, a unos alumnos que parecían de primer o segundo curso. Continuó andando, cruzándose con otro grupo de estudiantes, estos de la Casa Slytherin, que la miraron con ligera extrañeza, casi con rencor ante el león de Gryffindor que decoraba su túnica. Al dejarlos atrás, y doblar la esquina, llegó al pasillo en el cual estaba la mazmorra en la que Nick Casi Decapitado había celebrado su fiesta por el aniversario de su muerte, en su segundo año. Sintió una punzada de nostalgia ante ese recuerdo. Habían ocurrido tantísimas cosas desde entonces…

Harry y Ron. Debería estar buscando a Harry y Ron…

Apretando los puños para no pensar, terminó de bajar unas escaleras, jadeando levemente por el acelerado paso, y entonces se detuvo con brusquedad.

A pocos metros había una figura que conocía. Dos, más bien. Blaise Zabini estaba parado de pie en el pasillo, a apenas dos metros de distancia. Acompañado de Daphne Greengrass. Y pudo ver, solo con un vistazo, que algo no iba bien. La joven se sacudía de pies a cabeza, mientras trataba inútilmente de articular palabras que Hermione ni oía ni entendía. Entre angustiados sollozos. Se secaba las lágrimas una y otra vez, sin dejar de llorar amargamente. Zabini estaba parado delante de ella, con las manos en los bolsillos. Escuchándola. Mirándola con sus altivas facciones contraídas de incomodidad. De impotencia.

Hermione boqueó. ¿Qué le sucedía a Greengrass? ¿Por qué estaba llorando de esa manera? ¿Qué había pasado?

Comprendió demasiado tarde que se había detenido muy cerca. Zabini pareció advertirla por el rabillo del ojo y giró el rostro para mirarla. Las comisuras de su boca se apretaron al instante en una mueca despectiva. Y la expresión pacífica de la chica no pareció apaciguarlo.

—¿Qué miras, Granger? —escupió, entre dientes. Daphne se dio cuenta entonces de su presencia. Apenas la miró a los ojos un breve instante antes de girar el rostro a otro lado, secándose las lágrimas de nuevo. Todavía luchando por respirar.

—Lo siento… —comenzó Hermione, en un susurro, con calma—. Estaba buscando a Theodore Nott. No pretendía entrometerme…

Daphne dejó escapar un leve jadeo y se giró del todo, dándole la espalda. El ceño de Hermione tembló. Extraña reacción por parte de su novia…

—Pues sigue sin pretenderlo —gruñó Zabini, mirando a Daphne de reojo, y volviendo a atravesar a Hermione con su afilada mirada negra—. Vuelve por donde has venido…

—¿Qué quieres de Theodore? —preguntó entonces la temblorosa voz de Greengrass, todavía de espaldas. Blaise la miró con resentimiento, pero pareció decidir que su estado de ánimo podía justificar el que hablase con una sangre sucia. Hermione calibró sus posibilidades.

—Hablar de un asunto de Prefectos —mintió, en un golpe de ingenio, en voz baja—. Nos toca hacer guardia, juntos. Quería… saber si se había enterado. No sé cuánto le han explicado de sus obligaciones. Una tontería… ¿Sabéis dónde está?

Zabini resopló con menosprecio. Se acercó un paso provocador a Hermione. Ella no retrocedió. Le sostuvo la mirada, defensiva, con idéntica aversión que la que él mostraba.

—¿La palabra "lárgate" te dice algo…? —comenzó Zabini, en un siseo.

—Al final del pasillo.

Blaise enmudeció en medio de la frase. Su ceño se frunció con molestia. Miró por encima del hombro. Daphne se había girado para mirar a Hermione de reojo. Su rostro seguía congestionado, pero ya podía respirar.

—Está al final de ese pasillo —repitió Daphne, ante su silencio, señalando el corredor que quedaba a su derecha. Hermione parpadeó, agradecida. Lamentando el estado en que se encontraba la chica, incluso sin conocerla demasiado. Abrió la boca para darle las gracias, pero Greengrass no tardó en echar a andar en dirección a un muro desnudo. Hermione escuchó cómo murmuraba algo y el muro le permitió la entrada. Debía ser la Sala Común de Slytherin.

Zabini chasqueó la lengua con impaciencia. Había seguido a Daphne con la mirada, al igual que Hermione. Una vez la joven rubia se perdió de vista, Blaise echó a andar con parsimonia por el camino por el que Hermione había llegado, no sin antes darle un empujón con el hombro al pasar por su lado.

—Pregúntale a Nott de mi parte qué cojones le pasa… —murmuró con frialdad, antes de alejarse escaleras arriba.

Hermione sostuvo el equilibrio con entereza. No dijo nada. Pero sintió que su corazón latía con rapidez. Más confundida todavía que hacía un rato, salió disparada en la dirección que una destrozada Greengrass le había indicado.

El pasillo mencionado por la chica estaba casi vacío, a excepción de un par de estudiantes que lo recorrían en silencio. Theodore se encontraba sentado en el zócalo de una de las columnas que sobresalían de la pared de piedra. Inmóvil. Se cubría el rostro con ambas manos, entrelazadas en un firme puño frente a sus ojos. Le temblaban, pero lograba sostener el peso de su rostro con ellas.

Hermione se sintió capaz de comprender la situación, aun sin contexto. Sabía que Greengrass y él eran pareja. Y, aparentemente, acababan de dejar de serlo. Pero, viendo la actitud descompuesta del chico, no pudo evitar preguntarse el motivo. Él parecía que había sido el promotor de la ruptura, a juzgar por la actitud de Daphne y las palabras de Zabini, y, sin embargo, parecía encontrar la situación terriblemente dolorosa. ¿Por qué lo había hecho, entonces?

Hermione apretó su puño contra su estómago, armándose de valor. Intentando contener la angustia de su garganta ante el dolor del joven que tenía ante sí. Una persona que desde hacía tiempo consideraba su amigo. Avanzó con lentitud, y, cuando estuvo cerca, fue cuando Nott reparó en su presencia. Posiblemente oyó sus pasos, y por eso levantó la mirada. Tardó dos segundos en reconocerla. No estaba llorando, pero su expresión dolía más que cualquier lágrima.

Su rostro buscó serenarse, intentando disimular su estado, pero sus ojos no lo lograron. El suplicio que brillaba en ellos conmovió a la chica. Se limitó a contemplarlo, intentando cargar su mirada de comprensión, de todo el ánimo que pudo reunir. Los ojos del chico, en cambio, la miraban casi con recelo. Permitiéndole hablar si eso era lo que quería. Él no parecía tener la intención.

Incapaz de contenerse, Hermione tragó saliva y rompió el silencio:

—¿Estás bien? —inquirió, en voz baja. Nott no se inmutó. Ahora estaban solos.

—Sí —pronunció, simplemente. Hermione solo parpadeó. Se obligó a respirar.

—Acabo de encontrarme con Greengrass bastante... afectada —musitó la chica. Nott pareció hundirse más en sí mismo, si es que eso era posible. Apartó la mirada—. ¿Por qué has…? —preguntó sin pensar, sin poder contenerse.

—Por nada que te importe —sentenció Nott, y su voz sonó repentinamente quebrada. Se puso entonces en pie. En una digna postura. Y esa fue la primera vez que Hermione vio cómo Theodore Nott la miraba con un odio imposible de esconder.

La desesperación le atenazó la garganta. Pero apretó los labios un instante y continuó:

—Quiero hablar contigo —dijo con voz clara. Se sintió algo insensible ante el cambio de tema, debido a cómo era evidente que el muchacho se sentía, pero no se permitió vacilar. Él no dijo nada. Tampoco se fue—. Te has ido corriendo del examen de Runas Antiguas. Y él ni siquiera ha venido. Malfoy —especificó, en voz más baja, sin apenas lograr pronunciar su nombre correctamente—. Tampoco ha ido al de Alquimia.

Nott la miró con atención. Sus ojos brillando de algo que Hermione no supo determinar. Algo parecido a la incredulidad. Con una chispa de comprensión.

—¿Y? —se limitó a cuestionar, aun así, sin apenas voz. Sin burla. Hermione tragó saliva pero se irguió un poco más, mostrándose resuelta. Inmune a su frialdad. Había ido a su encuentro buscando respuestas, y las tendría.

—Alquimia es su asignatura preferida —determinó, sin titubeos—. Y no ha ido al examen.

—¿Y eso es relevante porque…?

que le ha pasado algo.

Él la calibró un breve instante. Apenas el espacio de tiempo entre un latido de corazón y otro.

—Quizá simplemente los exámenes no le interesan tanto como a otros —siseó, de forma burlona. Con creíble desinterés. Hermione no alteró su fría expresión.

—No me tomes por idiota, Nott —advirtió Hermione, mirándolo con fijeza—. Malfoy no faltaría a un examen semejante si no hubiese una razón de peso. Él quiere ser alquimista. Ha sido expulsado, solo se ha quedado en el castillo para hacer los ÉXTASIS. Y ha faltado a dos de ellos. ¿Qué ha pasado?

Nott no se movió. Recuperó una expresión seria. Siguió contemplando a la chica como si apenas entendiese del todo la conversación que estaban manteniendo. Como si no se esperase que ella supiera todo eso. Hermione escuchó cómo dejaba escapar el aire por la nariz.

—¿Por qué me lo preguntas a mí? —respondió finalmente. Y su voz fue fría como la escarcha. Los labios de Hermione se fruncieron. Cerró los ojos un instante. Sin estar segura si podía hacer esto.

—Porque no creo que pueda preguntárselo a él —admitió, parpadeando. Mirando al suelo—. ¿Está bien? —cuestionó entonces, con un hilo de voz, sin poder contenerse. Sintiendo que un inexplicable comienzo de llanto le hacía sacudir el pecho. Nott dejó escapar un repentino resoplido, casi mordaz.

—No debería importarte —se burló, mirándola con apatía. Como si todo fuera ridículo. Ahora fue el turno de Hermione de dejar escapar su aliento con incredulidad.

—Sabes perfectamente lo mucho que me importa.

Nott relajó el desdén de sus facciones. Pero no dejó de mirarla con recelo. Como si no la entendiese.

—No, no lo sé. Ya no estáis juntos —replicó él, encogiéndose de hombros ligeramente. Su voz se volvió más serena, aunque igualmente distante—. Él me lo dijo. Y es evidente, después de lo de Weasley...

—No, claro que no lo estamos —replicó Hermione con frialdad.

—¿Entonces qué te import…?

—¿Greengrass ha dejado de importarte a ti? —interrumpió Hermione, con tono duro. Sus ojos relucieron rabia. Nott cerró la boca. Y sus músculos maseteros se marcaron—. Que ya no estemos juntos no significa que todo lo que hemos vivido haya desaparecido. No significa que él no me importe en absoluto. Esto no… funciona así.

—Atacó a Weasley —le recordó él, subiendo el tono de voz. Casi molesto—. No puedes…

—¿No puedo? —exclamó Hermione. Su tono tembló, pero no el ímpetu de su voz. Dio un enérgico pisotón en el suelo, intentando descargar su ira por ahí—. No te estoy pidiendo que cuestiones mis acciones, mi moral, ni mis sentimientos. Eso es asunto mío. Solo te estoy preguntando si una persona, que me importa más que muchas otras, necesita ayuda. Así que ahórrate tus comentarios de cómo debería manejar mi corazón y limítate a decirme si Malfoy está bien.

Theodore se permitió mirarla durante unos segundos. Calibrándola. Daba la impresión de haberse quedado mudo. Sin recursos. Como si eso no fuera lo que esperaba.

—No —reconoció Nott, sin apenas mover los labios—. No lo está.

Hermione se obligó a respirar casi de golpe. Su aliento entró de forma trémula.

—¿Qué le pasa?

Nott se pasó la lengua por los dientes, apartando la mirada por primera vez. Lucía fuera de lugar. Como si nada tuviera sentido. Como si le hubieran quitado el guión de las manos.

—Nada que tú puedas solucionar.

—Eso lo juzgaré yo misma —replicó con tono cortante. Nott la miró con rabia.

—No voy a decírtelo —articuló, casi con pereza—. No puedo. Él me pidió expresamente que no te lo contase. Me conoce bien y sabe que lo hubiera hecho. Pero, por una vez en mi vida, voy a hacerle caso.

Hermione tragó saliva. Su cerebro dio vueltas a esa ambigua información.

—¿Por qué? ¿Por qué yo no puedo saberlo? —insistió Hermione en un susurro. Sin aliento—. ¿Tiene algo que ver conmigo? ¿Está en problemas por mi culpa?

Lo vio crispar la mandíbula. Y después sacudir la cabeza de forma casi perezosa. Metió las manos en los bolsillos de la túnica.

—Te he dicho que no voy a hablar. Draco se está jugando mucho. Se lo está jugando todo. Y no será por mi culpa que todos sus esfuerzos se vayan a la mierda.

Hermione frunció el ceño. Parpadeando. Sintiendo sus brazos quedarse sin fuerzas. No entendió a qué se refería exactamente, pero sintió un hormigueo recorrer su columna. Algo no encajaba. Sus palabras no tenían sentido. Bajó la mirada, sintiendo sus manos temblar.

—¿Qué esfuerzos? ¿Qué se está jugando? —musitó. Solo obtuvo silencio. Volvió a mirar a Nott. Sus ojos estaban clavados en ella. Mudo. Sintió su espalda arder. No apartó su mirada de él. Pero sintió que el pavimento bajo sus pies se movía—. Nott —insistió en un balbuceo—, si no me lo dices tú, se lo preguntaré yo misma.

—Acabas de decir que no puedes hablar con él —recordó Nott en un murmullo, casi mordaz.

—Bueno, pues he cambiado de opinión —escupió Hermione elevando el tono—. No pienso mirar para otro lado ante esto. Si lo he puesto en peligro de alguna manera, tengo que saberlo.

Nott cerró los ojos. Como si su cabezonería lo agotase. Dos personas doblaron entonces la esquina, dos alumnos de Hufflepuff. Tanto Nott como Hermione enmudecieron, y se limitaron a mirarse. Esbozando muecas falsamente relajadas. Como si solo estuvieran charlando. Los dos jóvenes se alejaron sin dedicarles nada más que una mirada de soslayo.

—Todo ha sido peligroso desde la primera palabra que intercambiasteis sin insultaros. No corre más peligro ahora que cuando estabais juntos —siseó Nott, con cautela, cuando volvieron a estar solos. Mirándola de nuevo con atención. Con los ojos relucientes—. Granger, te puedo asegurar que lo mejor que puedes hacer es no inmiscuirte en esto.

Hermione jadeó. Anonadada.

—¿Cómo diantres va a ser esa la mejor forma de ayudarlo?

—Te sorprenderías.

—¿Por qué? ¿Por qué lo mejor que puedo hacer por él es hacerme a un lado? —insistió, tenaz, avanzando un paso hacia él. Con voz quebrada—. No lo entiendo. Sea lo que sea lo que está pasando, puedo ayudarle. Estoy segura. De una forma u otra.

Nott apretó los puños y por un instante pareció capaz de gritarle. Hermione nunca lo había oído gritar. Pero vio los tendones de su cuello marcarse, como un lobo a punto de saltar.

—¿Por qué harías tal cosa? —espetó, en voz más alta—. ¿Qué le debes a Draco? No estáis juntos, ya no tienes por qué hacer nada de esto. ¿Cómo puedes rebajarte a preocuparte así por él? Draco te dejó muy claro lo que pensaba de ti, lo que no estaba dispuesto a dar. Él no lucharía así por ti —su voz se entrecortó. Y parecía estar costándole sostener su mirada—. Le dijiste que acabarías con lo vuestro si lo hacía y aun así atacó a Weasley. Te ha dejado claro cómo es.

Hermione sintió un momentáneo vahído. Dejando de ver a Nott de forma nítida. Algo la asoló de golpe. Un giro de ciento ochenta grados. Una luz que antes no estaba ahí. Que no había sabido ver. Una nueva perspectiva.

—Lo hizo —susurró, con voz trémula. Nott pestañeó—. Atacó a Ron.

—Exacto —masculló Theodore, aflojando sus hombros. Relajándose al ver que ella estaba entrando en razón.

—A pesar de que le dije que lo nuestro terminaría. Él lo recordaba… y aun así lo hizo —repitió, sin aliento. Casi para sí misma.

Nott vaciló. Confundido. Sin gustarle demasiado sus palabras. Sin estar seguro de entender su expresión abstraída. No parecía entender cómo había podido meter la pata, pero concibió que lo había hecho.

—No sé de qué hablas… —masculló Nott, todavía luciendo firme. Manteniendo su papel. Pero la escrutaba con recelo. Sin saber qué esperar.

Pero Hermione ya no lo escuchaba.

"¿Qué nota sacaste en aquel parcial de hace un par de semanas?"

Draco tenía buena memoria. Prestaba atención a las cosas que ella le contaba. Detalles insignificantes. ¿Cómo no iba a recordar su ultimátum?

"Si vuelves a hacer daño a Ron, o a cualquiera de mis amigos, esto, lo que hay entre nosotros, se terminará. No pienso tolerarlo."…"Entendido."

"¿Por qué has cumplido tu palabra todo este tiempo si tenías intención de romperla sin mayor remordimiento?"… "No lo sé. No ha surgido la ocasión, supongo. Tenía cosas mejores que hacer."… "Me diste un ultimátum bastante claro."

¿Cómo había sido tan idiota? ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

Draco sabía que lo que había entre ellos terminaría si atacaba a sus amigos. Recordaba que ella se lo había dicho. Y aun así lo había hecho. Había atacado a Ron.

"Es igual, Weasley, he dicho una frase demasiado larga. Te dejaré tiempo para que la asimiles. Sigue a tus quehaceres…"

Aquella vez, en clase de Astronomía, se detuvo. La miró, y se detuvo. No siguió insultándolo. Porque sabía lo que ocurriría. Se había tomado su amenaza en serio. Pero ahora no. Ahora había atacado a Ron, sin pensárselo dos veces. ¿Por qué? ¿Qué había cambiado?

—Atacó a Ron —Hermione escuchó cómo su propia voz temblaba. Casi en trance. Nott no movió ni un músculo. Ni siquiera parpadeó—. Le dije que, si atacaba a mis amigos, lo que había entre nosotros se terminaría. Y lo atacó. Él sabía que yo hablaba en serio. Y acabas de decir que lo que necesita de mí es que me haga a un lado —Nott parecía una estatua. No parecía atreverse a respirar siquiera—. Lo hizo a propósito. Y yo no me di cuenta —estaba sin aliento. Estaba hablando, pero sin aire. Necesitaba sujetarse a algo. Miró el pálido rostro de Nott. Lívida—. ¿Por qué? ¿Qué está pasando?

Nott siguió eficazmente inmóvil. Impasible. Pero Hermione vio que estaba frotando sus dedos contra sus palmas. Retorciéndolos. Nervioso. Asustado.

—No entiendo nada de lo qué estás diciendo —terminó articulando, y la frialdad de su voz no la engañó—. Por qué estás buscando tres pies al Kneazle. Draco atacó a tu amigo por diversión, y no creo que eso tenga justificación. Y la razón de que no haya acudido a los exámenes no es asunto tuyo por el simple hecho de que no tenéis nada que ver. Ya no. Y…

—¿Dónde está? —demandó Hermione, casi sin voz. Sin pensarlo siquiera. Sin pensar en absoluto.

El rostro de Nott se descompuso. Como si hubiera perdido la batalla y fuera de pronto consciente de ello.

—Granger…

—¿Dónde… está? —articuló Hermione, sin amilanarse. Nott bufó por la nariz. Volteando el rostro a un lado. Su máscara de fingido desconcierto transformada en una de rabia. Pero sus ojos brillaron.

—Eso sí puedo decírtelo: no lo sé. Últimamente es casi imposible verlo durante el día. Esta mañana hemos hablado, pero ahora lo estoy buscando y no... no lo encuentro —su voz tembló. El pecho de Hermione se sincronizó con el temblor.

—¿Qué? —dejó escapar la chica, sintiendo el corazón en la garganta. Dio un paso adelante—. ¿Cómo es eso posible? ¿De qué… de qué hablasteis esta mañana?

—No voy a decírtelo —repitió, casi con resignación, aunque no la miró a los ojos. Se separó de la columna, como si fuera a irse—. No necesitas saberlo.

—Quizá sea útil para encontrarlo.

—No vas a ir a buscarlo —protestó Nott, como si fuera un hecho irrefutable.

Por supuesto que voy a ir a buscarlo —determinó Hermione, entre dientes—. Necesito aclarar varias cosas…

—No pienso ayudarte —espetó Nott con firmeza, encogiéndose de hombros. Como si eso pusiese fin a sus planes.

—No necesito que lo hagas.

Hermione giró sobre sí misma con garbo para irse por donde había venido. Sin intención de despedirse. Pero Nott la alcanzó en dos veloces pasos. Con el rostro crispado.

—Granger —siseó, aferrándola del brazo. Tiró de ella, manteniéndola quieta en su lugar. Sus ojos estaban desesperados—. Ni se te ocurra. No lo busques. No lo enfrentes. No le hagas esto.

Hermione se quedó muy quieta. Alternando su mirada entre ambos ojos del chico. Eran de un azul claro precioso.

—¿Por qué? —susurró. Tiró de su brazo para liberarlo, pero Nott la mantuvo sujeta—. ¿Qué crees que puedo hacerle? Jamás le haría daño…

La mano de Nott temblaba en su agarre. Los ojos del chico estaban vidriosos. Afianzó los dedos alrededor de su carne. Instándole a prestarle atención. Indicando que hablaba en serio.

—Puedes hacerle más daño del que te imaginas. No te acerques a él, Granger, te lo pido por favor...

—Dime por qué —siseó Hermione, con mayor fiereza. Se estaba poniendo muy nerviosa. Necesitaba respuestas—. Porque ahora mismo no tengo ningún motivo para obedecerte.

—Porque lo vas a poner en peligro de muerte.

El pecho de Hermione se hundió en su interior, creando un agujero. Se encontró torpe para respirar. Boqueó un instante, con su mandíbula temblando. Sintió su garganta hacerse más gruesa. Las lágrimas presionar tras sus ojos.

—Eso no… pienso permitirlo —susurró al final. Con los restos de aliento que quedaban en su interior—. Eso no sucederá. No sé qué está pasando pero… voy a ayudarlo, Nott. Y no puedes detenerme. Ni lo intentes.

Nott la atravesó con sus tristes ojos. Parpadeó, y pareció confuso. Como si no supiera qué decir ante eso.

—¿Recuerdas cuando me contaste en clase de Aritmancia que estabas empezando a sentir cosas por él? —susurró. Hermione, respirando de forma superficial, asintió con la cabeza una vez—. Te pregunté si no ocurría nada entre vosotros porque no queríais o porque no podíais. Pues la razón de Draco es que no puede. Así que, por favor, por favor, no lo busques.

Hermione sintió el peso de sus palabras aplastarla contra en el suelo. Demasiado descompuesta para asimilarlas. Cada palabra de Nott le daba un nuevo sentido a todo, pero aun así sentía que no entendía el conjunto.

—Debo hacerlo —se escuchó susurrando. El labio de Nott tembló. Comprendiendo que había perdido la batalla. Pero sus ojos se clavaron en los suyos una última vez. Decididos. Una última carta para jugar.

—Entonces espera a mañana. Por favor. Habla con él mañana.

Hermione no se esperaba eso. Tampoco pudo preguntar nada. Se escucharon pasos por el corredor. Venía más gente. Nott le soltó el brazo a tiempo de ver aparecer por las escaleras un nutrido grupo de Slytherins de algún curso inferior. Los miraron al pasar, pero con poca atención. Hermione miró a Nott una vez más y asintió con la cabeza. Fingiendo ceder a su última petición. Pero después dio media vuelta y se alejó por el pasillo. Aprovechando que no podía detenerla delante de desconocidos.

No podía respirar. No podía parar de temblar. No podía pensar.

"La razón de Draco es que no puede".

Había atacado a Ron. Había querido que ella lo enfrentase. Que ella se alejase de él. ¿Por qué? Si había decidido que su relación era tan peligrosa como para tener que acabar con ella, o si se había arrepentido de lo que había sucedido entre ellos, ¿por qué no decírselo claramente? ¿Por qué había actuado así? ¿Por qué engañarla? ¿Por qué estaba en peligro mortal? ¿Por ella?

La súbita certeza de que tenía algo que hacer, una ocupación, la invadió hasta los huesos. Acelerando su paso. Tenía que hablar con él. Definitivamente tenía que hacerlo. Las advertencias de Nott se sentían huecas en comparación con eso.

"Porque lo vas a poner en peligro de muerte".

Eso era imposible. No sucedería. Ella jamás permitiría que algo así sucediese.

Había estado luchando hasta lo indecible para superarlo. Para recomponer su corazón. Para soportar asimilar que ya no era parte de su vida. Y lo había logrado. Podía vivir sin él. Claro que podía. Pero no pensaba abandonarlo si se encontraba en unas circunstancias semejantes. Y lo que Nott pensase de ella le importaba un bledo. Tenía que hacer algo. Tenía que ayudarlo. Tenía que salvarlo.

Terminó de subir un tramo de escaleras hasta alcanzar el Vestíbulo. Se olvidó de Harry y Ron. Se olvidó del dragón. De los ÉXTASIS. De todos sus propósitos. De su moral.

"Habla con él mañana."

¿Mañana? Ni hablar. No podía esperar a mañana. Iba a buscarlo en ese mismo instante.

E iba a encontrarlo.


—Ya estamos... es el cuarto piso, Harry... —logró decir Ron entre jadeos, soltando el brazo de su amigo y dejándolo apoyarse contra la pared. Comprobando si podía tenerse en pie. Harry se tambaleó, pero se sujetó al muro con una mano. Estaba pálido y sudoroso.

El pasillo de la cuarta planta estaba desierto. Casi nadie necesitaba ya acudir a la Biblioteca, el lugar más importante de ese corredor. La mayoría de los alumnos debían seguir en los jardines. Ron apenas se creía la buena suerte que habían tenido en ese sentido. Apenas se cruzaron con nadie en su recorrido hasta allí, y lograron disimular con éxito el debilitado estado de Harry, para no llamar la atención. Miraron alrededor. Las paredes que daban a los jardines estaban recubiertas de ventanas, y el muro interior del castillo, de enormes cuadros. Sir Cadogan llegó a su lado en ese momento, y los contempló en silencio desde uno de los lienzos. Uno que representaba una habitación llena de libros dentro de la cual estaba entrando el agua del mar desde una puerta que daba al océano. El pequeño caballero y su poni los habían seguido de cuadro en cuadro hasta allí.

Sir Cadogan parecía seguir algo afectado por las últimas revelaciones sobre Guiverno de Wye, y hacía rato que no abría la boca.

—¿Dónde está el pasadizo? —cuestionó Ron en voz alta, mirando alrededor.

—Fred y George me dijeron que estaba detrás de un espejo —reveló Harry, con voz débil. Su cabeza seguía latiendo dolorosamente.

¡Harry Potter!

La grave voz volvió a gritar dentro de su cabeza. El chico ahogó un gemido lastimero y se apretó las sienes con las manos. Ron le puso una mano en el hombro, impotente.

—Es allí —confirmó Sir Cadogan en voz baja, señalando a su derecha. Hacia un espejo de cuerpo entero que decoraba parte de la pared central del pasillo. Ron tomó a Harry del brazo para ayudarlo y caminaron hacia allí. Parecía un gran espejo totalmente corriente, con un marco dorado elaborado con esmero pero poco extravagante. Habían pasado ante él miles de veces. Había muchos espejos en diversos pasillos del castillo.

—¿Y cómo se entra? —murmuró Ron, palpando la pulida superficie con vacilación. Como si pensase que pudiera atacarles.

Harry logró sostener su peso sin apoyarse en Ron y se acercó al espejo. Se vio reflejado en él, y su aspecto era lamentable. Pálido y reluciendo sudor. Con aspecto de ser capaz de vomitar en cualquier momento, o de portar una enfermedad altamente contagiosa. Dio un par de golpes con el puño sobre la superficie. Miró a Ron.

—Suena hueco —corroboró su amigo. Harry sacó su varita.

Alohomora —murmuró, apuntando hacia él. Nada sucedió. Probó otros hechizos que se le ocurrieron, también sin éxito—. Ayúdame a moverlo —pidió finalmente, cogiendo el marco por uno de los lados. Ron se apresuró a hacerle caso y a cogerlo del otro lado—. Cuando cuente tres...

Probaron a moverlo hacia un lado, hacia el otro, y hacia arriba, y de todas las formas que se les ocurrió, sin éxito. Después de varios minutos, Harry se colocó delante y lo apuntó de nuevo con su varita. Con un brillo febril en sus ojos.

—Siete años —murmuró Ron con un suspiro. Harry se quedó quieto y lo miró, confundido—. Siete años de mala suerte —especificó, con una triste sonrisa. Harry le devolvió la sonrisa de forma perezosa. Casi desganada. Ron elevó su propia varita—. Protego.

Un brillante escudo se creó ante ambos, protegiéndolos. Harry volvió a alzar su varita.

Reducto.

Miles de fragmentos de cristal salieron disparados contra ellos. Amortiguados por el efectivo escudo protector de Ron. El poni de Sir Cadogan relinchó, asustado por el ruido. Cuando el manto brillante cubrió el suelo, vieron la entrada. Un estrecho y oscuro túnel se abrió ante ellos, hundiéndose en la pared. Una fría corriente de aire cargada de polvo y olor a cerrado salió de allí, alborotándoles los cabellos y haciéndoles fruncir los labios. Estaba negro como la boca del lobo, apenas sí podían ver los primeros metros de él. Las paredes de piedra estaban desnudas y rocosas, ásperas y roñosas, sin pulir. Como si fueran los cimientos del castillo.

—Parece que se puede entrar. Quizá esté bloqueado más abajo. Esperemos que sea el pasadizo correcto —murmuró Ron, volviendo a agitar su varita—. Lumos.

La débil luz que salió de la punta apenas logró iluminar unos pocos metros más. El pasadizo descendía en una ligera pendiente hasta donde no podían ver.

—No hay cuadros allí dentro. No puedo acompañaros, fieles camaradas —dijo de pronto Sir Cadogan. Con tono extrañamente serio—. Ojalá mi ayuda allí dentro no sea necesaria y podáis llevar a buen puerto vuestra aventura. Os deseo mucha suerte.

—Gracias, Sir Cadogan. Por todo —correspondió Harry, mirándolo con respeto. Intercambió una breve mirada con Ron. Después, se volvió de nuevo al misterioso túnel y agitó su varita, igual que su amigo—. Lumos.


Hermione tuvo que sentarse en el pedestal de una armadura, en el segundo piso, para recobrar el aliento. Estaba sudando. Llevaba no sabía ni cuánto tiempo recorriendo el castillo, quizá más de una hora, caminando incansable por todos los pasillos, fijándose en todas las personas que veía, adentrándose en todas las aulas vacías que encontraba por el camino. Pero ni rastro de Draco Malfoy.

Al cruzarse con algún alumno de la Casa Slytherin, amigos suyos, incluso, había estado fuertemente tentada de preguntarles abiertamente si habían visto al muchacho, tal era su desesperación. Pero su sentido común había ganado la batalla en el último momento y había seguido caminando. No sería apropiado. Se suponía que no debía estar buscándolo. Quizá no fuese capaz de fingir, y su expresión atormentada fuese reveladora. Quizá alguien sospechase. Tenía que controlarse y encontrarlo por su cuenta.

El anochecer no tardaría en comenzar tras las amplias ventanas del castillo.

Un par de niños de primer año de diferentes Casas pasaron ante ella, hablando a voces. No la miraron. No parecieron encontrar sospechoso que estuviese allí sentada. Se obligó a relajarse, sentada a los pies de aquella armadura, e instó a su mente a pensar. A pensar de forma coherente. No podía recorrer todo el castillo. Era imposible. No estaba utilizando su tiempo de forma eficiente. Necesitaba ponerse en la piel de Malfoy.

Asimiló el hecho de que no sabía cuál era el problema que lo asolaba. No tenía ninguna pista. De modo que no sabía dónde podía estar poniéndole remedio. Podía estar realizando algo en algún sitio. Hablando con alguien. O quizá le habían dado una mala noticia inesperada. Según Nott, había hablado con él esa mañana y ahora ya no lo encontraba por ninguna parte. Hermione estaba segura de que habría buscado a su mejor amigo por todas partes. Si no lo había encontrado, no podía estar en un lugar público.

Decidió trabajar con la hipótesis de que, simplemente, quería estar solo. Estaba sufriendo, y no quería que nadie lo encontrase.

Silenció el retortijón que sufrió su corazón ante esa posibilidad y se obligó a pensar de forma fría y objetiva. Parpadeando con rapidez para alejar las inoportunas lágrimas.

Si fuera él, y tuviese problemas, si no estuviese bien, ¿a dónde iría? ¿Dónde podría buscar refugio, consuelo? Debía ser un lugar remoto, poco frecuentado. Un lugar que lo mantuviese lejos de miradas indiscretas. Se mordió el labio. Había muchas opciones que cumplían con esas características. Su habitación quedaba descartada, Nott lo habría encontrado allí. Un aula vacía era una opción bastante plausible. ¿Pero en cuál de las decenas de aulas que inundaban el castillo estaría? Había tantas, en cada piso, muchas de ellas abandonadas y poco frecuentadas, especialmente ahora que las clases habían terminado...

Dos personas pasaron ante ella. El azul de una túnica de Ravenclaw llamó su atención. Alzó la mirada. Un liso cabello castaño. Una amable risa.

Su puso en pie, sin pensarlo dos veces, y abordó a las dos personas.

—¡MacDougal! —llamó, y se arrepintió de lo desesperada que sonó su voz. La aludida se dio la vuelta, sorprendida. Iba con una joven rubia bastante alta que Hermione no conocía, y que la miró de arriba abajo con extrañeza.

—Hola… ¿Granger, verdad? —saludó MacDougal, sonriendo con apuro. Hermione asintió con la cabeza, devolviéndole la sonrisa. Intentando parecer lo más afable y relajada posible. Respirando hondo para que su voz sonase estable.

—Perdona que te moleste, pero, ¿no habrás visto a Draco Malfoy por alguna parte, verdad? Lo estoy buscando.

Intentó hablar con toda la calma que pudo reunir. Agradeció haberse sentado unos minutos en el pedestal, ya que ahora no jadeaba. El agraciado rostro de la joven se ladeó. No con sospecha. Con vacilación.

—¿Malfoy? —repitió lentamente, reflexiva.

—Lo conoces. Has jugado al Quidditch contra él, el buscador de Slytherin…

—Sí, sí, conozco a Malfoy —se apresuró a corroborar. Sus cejas se fruncieron mientras se esforzaba por pensar—. Estaba en el examen de Transformaciones, ayer. Pero juraría que desde entonces no lo he visto. Ahora mismo no sabría decirte…

—¿Ese tipo rubio de nuestro curso? ¿El hijo de Lucius Malfoy? —intervino la amiga de MacDougal, con poco entusiasmo—. ¿El que siempre iba haciendo aspavientos con dos gorilas?

—Sí, ese —corroboró Hermione al instante, con un escalofrío de esperanza—. ¿Lo has visto?

—Jason Samuels se lo ha cruzado antes. Hace ya varias horas. Debería haber venido al examen de Alquimia, pero no ha aparecido —se encogió de hombros, con desagrado. Miró a MacDougal—. Lo ha comentado, ¿no te acuerdas? Ha dicho que se lo ha cruzado en el Vestíbulo, que iba a toda prisa y le ha dado un buen golpe al pasar…

—Sí, sí, tienes toda la razón —saltó MacDougal, asintiendo con la cabeza con entusiasmo. Volvió a mirar a Hermione—. Lo ha visto irse fuera, a los terrenos. No sé si seguirá allí…

—Lo comprobaré. Muchísimas gracias —sonrió Hermione de forma forzada, despidiéndose amablemente y viéndolas alejarse. Pero ella se mantuvo quieta, en su lugar, un poco más.

Los terrenos. Eso reducía la búsqueda, pero no demasiado. Los terrenos del castillo eran inmensos. No tardaría en hacerse de noche, y el toque de queda era a las once. Si le cerraban las puertas estando fuera, estaría en problemas. ¿En qué parte de los terrenos encontraría la soledad que necesitaba? ¿Junto al Lago Negro? No, demasiada gente ahora que los exámenes habían terminado. ¿En los invernaderos? Era posible… ¿En el Círculo de Piedra? No, demasiado abierto… ¿El Bosque Prohibido? Draco no había demostrado en el pasado tener predilección por él. ¿El campo de Quidd…?

"Aceptable, Granger. Poco distinguido para mi gusto, pero servirá. Desde luego, nadie nos buscará aquí. Eso sí, como vea una araña, me largo".

El recuerdo retumbó en cada célula de su cuerpo. El corazón de Hermione galopó contra sus oídos. Ni siquiera vaciló. Echó a correr.

Sabía dónde estaba.


¡Corre, Hermione, corre! Jajaja veamos, veamos, varias cosas por comentar…

Tenemos dos historias paralelas ahora mismo. Por un lado, ya sabemos de quién es la voz que atormenta a Harry, y es *redoble de tambores* ¡UN DRAGÓN! 😱 ¡Chan, chan! ¿Qué os parece? Esto se pone emocionante… Ahora Harry y Ron están en su busca y captura. ¿Qué creéis que les esperará al final del pasadizo? 😲

Y, por otro lado, tenemos a Hermione, que, haciendo gala de su irrefutable inteligencia, ha caído en la cuenta de que algo no va bien con Draco al no haber ido al examen de su asignatura favorita. Nott le ha confirmado a regañadientes que algo está pasando, y le ha encendido la bombilla sobre que Draco atacó a Ron a propósito para alejarla. ¡Para no variar, Nott al rescate sin pretenderlo! 😂 Ja, ja, ja ¿Habéis adivinado dónde está Draco? ¿Y se os ocurre qué está a punto de pasar? *música de terror* ja, ja, ja 😏

Ojalá os hayan gustado mucho ambos capítulos 😊. Tengo MUCHÍSIMAS ganas de traeros el siguiente porque es uno de mis favoritísimos, y también el que más me ha costado escribir, de lejos ja, ja, ja 😍

¡Gracias por leer, y gracias de antemano de todo corazón si me dejáis algún comentario! ¡Un abrazo muy fuerte! ¡Hasta el próximo! 😊

P.D. Os respondo mañana sin falta a los reviews, que ahora mismo se me ha echado el tiempo encima, ¡perdón! ja, ja, ja 😅